domingo, 18 de septiembre de 2016
EL ANONIMATO: CAPITULO 35
El rancho de los Grigsby era un desastre, peor aún de lo que Paula recordaba. Sus amigas recorrieron la casa con ella, completamente seguras de que su amiga había perdido la cabeza.
—De acuerdo, soltadlo —dijo ella, por fin—. ¿Cuáles son las objeciones que tenéis?
—Esto se está cayendo —respondió Carla.
—La cocina no se ha renovado desde la Edad Media —comentó Gina.
—Te gastarás una fortuna en calefacción, a menos que te gastes otra fortuna en terminar con las corrientes de aire —observó Emma, temblando—. Dentro de un mes esta casa será una nevera.
—No me importa. Quiero poseer este rancho. Es la mejor finca que hay disponible.
—¿Cómo lo sabes?
—Porque lo primero que hice esta mañana fue llamar a la inmobiliaria y les pedí que me dijeran todas las fincas que había en venta antes de venir a ver esta. Confiad en mí. Si quiero tener un rancho cercano, este es el mejor.
—Es una birria —le corrigió Carla—. Tendrías que empezar desde cero. ¿Quieres gastar tanto tiempo y dinero en esto?
—Sí —respondió Paula. Dado que no sabía dónde estaba Pedro ni cuándo Esteban conseguiría noticias suyas, tenía todo el tiempo del mundo—. Y no pienso demolerlo. Voy a renovarlo. Será el mejor uso que habré dado a mi dinero en mucho tiempo.
—En ese caso, de acuerdo —dijo Emma—. Yo me encargaré de las negociaciones. Otis Júnior es basura. Será un placer para mí librarte de él.
—Quiero que el dinero vaya a su padre —le recordó Paula—. Tiene muchos años y no está del todo bien. Podría necesitarlo.
—Tienes razón —comentó Carla.
—Entonces, tendré que insistir en que se ponga en un fondo para que Otis Júnior no pueda tocarlo mientras su padre esté vivo —afirmó Emma, sacando el teléfono móvil para llamar a la inmobiliaria.
Mientras Emma se ocupaba de las negociaciones, las otras recorrieron la casa, anotando lo que habría que hacer. Al final, le entregaron varias hojas de papel a Paula.
—Eso es solo para empezar —comentó Gina, con una sonrisa—. Yo pondría la cocina a la cabeza de las prioridades. No puedes esperar que cocine para tus invitados en el estado en el que se encuentra ahora.
—Gracias —susurró Paula, dándole un abrazo.
—¿Por qué?
—Por ver el potencial que tiene esta casa.
—Bueno, yo no iría tan lejos, pero no hay nada que me guste más que diseñar el modo en que debería estar una cocina para que funcione eficazmente.
—¿No te parece que este plano que me has dado es un poco grande?
—Me imagino que no querrás tener un comedor formal. A mí me parece que una cocina bien grande en la que puedas dar de cenar a todos tus amigos es mucho más acogedora, ¿no te parece?
—¿Por qué me da la sensación de que esta es la cocina de tus sueños y no la mía? —comentó Paula, riendo.
—No hay razón alguna para que no pueda ser la tuya también. Además, Rafael dice que tengo una cocina estupenda en el restaurante de Tony. No ve la razón de que yo necesite tener una en casa dado que nunca comemos allí. Así que esta es la que yo tendría si ese hombre no fuera tan testarudo. Es toda tuya. Considérala un regalo de bienvenida a tu nuevo hogar.
—Solo hay una cosa que no has tenido en cuenta —señaló Paula—. Yo no sé cocinar, al menos nada más allá de lo básico.
—¿Cómo he podido dejar que eso ocurra? —preguntó Gina, horrorizada —Empezaremos con las clases de cocina mañana mismo. No puedes esperar que ese hombre se case contigo si ni siquiera sabes ponerle una comida interesante encima de la mesa.
—Créeme. Los problemas que tengo con Pedro van mucho más allá de mis habilidades culinarias.
—Bueno, por alguna parte hay que empezar.
En aquel momento, Emma colgó el teléfono con expresión triunfante.
—Este rancho es tuyo —dijo—. Te he conseguido un buen trato y a la vez he dejado protegido a Otis padre.
—Emma, eres magnífica —afirmó Paula.
—Claro que lo es —dijo Carla, sonriendo—. Es una de nosotras.
—Mira lo que he encontrado —comentó Gina, mientras salía de la cocina con cinco vasos de plástico llenos de agua podemos brindar por tu nueva casa.
Levantaron los vasos en el aire y Karen dijo:
—Por Paula. Que encuentre la misma felicidad en este rancho que la que el resto de nosotras hemos encontrado ya y que le dure para siempre.
—Por Paula —repitieron las demás.
Los ojos de Paula se llenaron de lágrimas. Tenía una casa. Tenía a sus amigas. Lo único que le quedaba por desear era que Pedro regresara y tendría todo lo que una mujer podría desear.
—Oh, no —murmuró Carla—. Está llorando…
—Eso no es cierto —replicó Paula.
—Acaba de darse cuenta de lo que ha hecho —dijo Emma—. Si quieres puedo llamar a la inmobiliaria y deshacer el trato.
—Ni te atrevas. Esto es exactamente lo que yo deseo.
—¿Una casa en ruinas? —preguntó Emma, con escepticismo—. No es demasiado tarde. Podemos echarnos atrás…
—Ni hablar. Quiero una casa en la que pueda construir una familia y esta es la mejor —susurró ella, con voz temblorosa—. Solo me falta una cosa…
—Si Pedro Alfonso tiene una pizca de sentido común en la cabeza, regresará —aseguró Karen—. Mientras tanto, tenemos mucho que hacer en este lugar para que esté listo para darle la bienvenida.
—Mañana es sábado —comentó Gina—. Yo dispongo de algunas horas por la mañana y Rafael también. ¿Y vosotras?
—Joaquin y yo estaremos aquí —prometió Carla.
—Igual que Esteban y yo —afirmó Karen—. Aunque probablemente insistirá en que me siente en un rincón y me limite a observar.
—Yo también vendré, aunque no tengo mucha confianza en Fernando cuando se sube a una escalera —dijo Emma—. No es que sea torpe, pero es que se distrae muy fácilmente si tiene una historia en la cabeza…
Mientras luchaba por contener las lágrimas, Paula se dio cuenta que, comparado con la casa que tenía en California, aquel rancho era un verdadero desastre. Sin embargo, le parecía más un hogar que cualquiera de los lugares en los que había vivido.
O al menos lo sería en cuanto Pedro entrara por la puerta y le dijera que había vuelto para quedarse.
sábado, 17 de septiembre de 2016
EL ANONIMATO: CAPITULO 34
Guillermo había estado en lo cierto. Había sido un viaje infernal. En lo que sí se había equivocado había sido en que bastara con una rueda de prensa para satisfacer a los periodistas.
Alguien había descubierto cuando llegaba Paula, por lo que había habido una horda de periodistas en el aeropuerto.
Paula se había negado a hablar y se había metido en la limusina que Guillermo le había enviado.
Al llegar a su casa de Beverly Hills, otra nueva bandada de cámaras y micrófonos la estaba esperando. No se le había ocurrido llamar a la empresa de seguridad para pedir más guardias, por lo que se tardó dos horas en conseguir refuerzos para echar a los reporteros que habían conseguido entrar en la finca.
Cuando llegó la noche, se sentía acosada, el teléfono no dejaba de sonar y se habían dado órdenes a los guardias para que no llamaran a la verja por nadie. Paula no iba a ver a nadie.
Llamó a Karen aquella noche y a la mañana siguiente, antes de marcharse al despacho de Guillermo. Pedro y Esteban no habían regresado aún. Tampoco lo habían hecho cuando llegó el momento de la rueda de prensa. A Paula le habría venido muy bien tener noticias suyas, algo que le recordara lo que la esperaba al regresar a Wyoming.
Como nadie quedó satisfecho de que Paula les hubiera contado toda la verdad en la rueda de prensa, Guillermo y su publicista tuvieron que convencerla para que concediera entrevistas individuales y evitar así que la siguieran a Winding River.
Al día siguiente, había tenido que soportar las mismas preguntas una y otra vez, en entrevista tras entrevista hasta que creyó que iba a empezar a gritar. Lo único que le daba fuerzas era la imagen de Pedro, aunque se sentía muy frustrada por la imposibilidad de hablar con él.
Sin embargo, lo peor de todo era que cuando había llamado a Karen cuando estaban a punto de aterrizar, ella se había mostrado muy reservada sobre dónde estaba Pedro. Sintió que algo terrible había ocurrido. Se limitó a decirle que se lo contarían todo cuando fueran a recogerla.
Aquello era la prueba de que algo había ocurrido. ¿Por qué no iba Pedro a buscarla? ¿Es que no tenía tantas ganas de verla como ella a él?
Cuando por fin estuvo sentada en la cocina del rancho, con Karen y Esteban, ya no pudo contenerse más.
—Muy bien —dijo por fin—. ¿Qué es lo que está pasando? ¿Dónde está Pedro?
—Tesoro, Pedro se ha marchado.
—¿Qué se ha marchado? —preguntó Paula, atónita—. ¿Por qué? ¿Dónde ha ido? Esteban, ¿estás seguro de que se ha marchado?
—Sí. Lo siento. Vi cómo cargaba su furgoneta y se marchaba. Traté de impedírselo, créeme, pero no atendió a razones. Nada de lo que le dije le convenció para que te esperara.
—Solo es por unos días, ¿verdad? Se trata de un viaje repentino, como el mío. Tal vez le ha ocurrido algo a su madre —dijo Paula, tratando de no admitir la verdad.
—No. Se ha llevado a Señorita Molly —replicó Esteban.
—¿Por qué?
De repente, lo comprendió todo. Sobre la mesa de la cocina había una revista. Mostraba señales evidentes de haber sido retorcida por alguien muy enfadado. Al leer someramente el artículo, contuvo el aliento. Era la primera vez que veía cómo se había tratado el asunto de su desaparición. Aquel artículo se había escrito antes de la rueda de prensa y estaba lleno de especulaciones, la mayoría de ellas muy dañinas. Sin embargo, estaba segura de que a Pedro le había bastado con la portada. Tal y como Emma había predicho, se sentía completamente traicionado.
—Dios mío —susurró ella, imaginándose perfectamente todo lo que habría pensado.
—Sí. Eso lo resume todo. A Pedro no le gustó que lo hubieras engañado —dijo Esteban—. Paula, te quiero como a una hermana, pero, ¿en qué diablos estabas pensando?
—Sé que todo esto es culpa mía, Paula. Yo fui la que te dijo que no le dijeras a qué te dedicabas —comentó Karen.
—¿Tú? —replicó Esteban—. ¿Por qué? Siempre has estado a favor de la sinceridad.
—Sabes perfectamente por qué, Esteban —afirmó ella—. Pensé que así tendrían la oportunidad de conocerse sin que todo lo demás se metiera por medio. No fue una mentira, sino solo una omisión. Y también un error. Ahora me doy cuenta.
Paula sabía que no toda la culpa correspondía a su amiga.
Ella era la principal responsable y había tenido cientos de ocasiones en las que se lo podría haber contado todo. En vez de eso, había guardado diez años de su vida en secreto como si fuera algo de lo que se avergonzara. No era de extrañar que se sintiera traicionado.
Tenía que hacerle comprender por qué lo había hecho. Tenía que decirle que estaba enamorada de él, convencerlo para que la perdonara. Sin embargo, ¿cómo podía hacerlo cuando ni siquiera sabía dónde estaba?
—Tengo que encontrarlo —dijo—. Tengo que arreglar las cosas.
—¿Y entonces qué? —preguntó Esteban—. ¿Estás diciendo que no tienes intención de regresar a Hollywood ni de volver a retomar tu carrera? Pedro nunca sería feliz allí.
—Esteban tiene razón. Asegúrate exactamente de lo que quieres antes de ir tras él.
Por una vez en su vida, Paula sabía perfectamente lo que quería. Se sorprendía de que Karen lo dudara.
—Pensé que conocías mis planes, Karen. Quiero vivir aquí. Tener lo que vosotros dos tenéis. ¿No lo he dejado claro? Si vosotros dudáis, no me extraña que Pedro no me comprendiera.
—Entonces, ¿por qué no has vendido tu casa de Los Ángeles? ¿Por qué sigues viviendo aquí con nosotros? —quiso saber su amiga.
Paula se quedó atónita al escucharla.
—Yo… —susurró, dolida y sorprendida.
—Mira, tesoro, no te lo pregunto para herir tus sentimientos ni para sugerirte ni por un solo momento que no eres bienvenida aquí. Solo te estoy diciendo que cualquiera que analice la situación tiene que deducir que esto es solo algo temporal. Esa casa de California, las constantes llamadas de Guillermo… Para alguien que no conozca la historia parece que no lo tienes muy claro.
El artículo hablaba de su casa. Pedro debía de haberlo leído y haber llegado a la misma conclusión que Karen. Con todo lo que aún tenía en California, ¿cómo se podía esperar que fuera a considerar la vida con un hombre que vivía en una casa que pertenecía a su jefe?
—Dios, ¿qué he hecho…?
—Nada que no se pueda arreglar —replicó Karen, tan optimista como siempre—. Si estás segura de lo que quieres.
—Claro que estoy segura…
Deseaba la vida que podía tener allí. Quería tener hijos, un rancho y amigos con los que pudiera contar. Era mucho más de lo que había encontrado nunca como famosa.
¿Cómo podía conseguir que Pedro la creyera? ¿Cómo podía creer que la vida que había dejado atrás no significaba nada para ella? De repente, se le ocurrió cómo hacerlo.
—¿Sigue en venta el rancho de los Grigsby?
—Sí —respondieron Kate y Esteban, al unísono.
—¿Y Medianoche? ¿Me lo venderías, Esteban?
—Por supuesto —contestó Karen, con una sonrisa en los labios.
—Un momento —protestó Esteban—, ese caballo…
—Ese caballo es el regalo de bodas que le vamos a hacer a Paula por su boda con Pedro —le espetó su esposa—. ¿Me equivoco?
—Si él me acepta —susurró ella.
—Solo iba a decir que Pedro es dueño de la mitad de ese caballo —replicó Esteban, frunciendo el ceño.
—Mejor aún. Entonces, si yo te compro la mitad que te corresponde a ti, Esteban, Pedro y yo seremos los dueños de ese animal.
—Di que sí, Esteban —suplicó Karen.
—De acuerdo —dijo Esteban, tras mirar a su esposa—. Medianoche es tuyo. Es decir de Pedro y tuyo. Sin embargo, está esperando un cheque. Le dije que encontraría comprador para los caballos que le pertenecen.
—¿Cuánto pides? —preguntó Paula sacando la chequera.
—No quieres que sepa que los has comprado tú, ¿verdad? —inquirió Karen, atónita.
—No. Yo le daré un cheque a Esteban y él podrá pagar a Pedro. Y no quiero descuentos. Dime el precio total.
—Eso es lo que yo quería oír —dijo Esteban, con fingida avaricia—. Sin embargo, si ese cheque es demasiado cuantioso, tal vez Pedro no encuentre incentivo alguno para volver.
—¡Esteban! —protestó Karen.
—A no ser para verte —añadió él, precipitadamente.
—Sabía a lo que te referías —le aseguró Paula—. Bueno, ¿cuánto?
Esteban nombró una cifra que a Paula le pareció muy razonable. Rápidamente extendió el cheque y se lo entregó a su amigo.
—Ahora, lo único que tengo que hacer es encontrar un lugar donde guardarlos.
—Hasta mañana, no —dijo Karen—. Todos necesitamos descansar.
—Especialmente la futura mamá —susurró Esteban, con gran ternura.
—¡Dios mío! Me había olvidado del bebé —exclamó Paula—. Vete a la cama ahora mismo. Necesitas todo el descanso que puedas tener.
—No empieces tú también —gruñó Karen—. Con uno ya tengo más que suficiente.
—Bueno, vete a la cama de todos modos. Yo me ocuparé de recoger los platos.
—Pero si solo hay tres tazas. Déjalas.
—Me llevará cinco segundos. Venga, marchaos a la cama.
Cuando la hubieron dejado sola, Paula fregó las tazas y luego salió al porche. Hacía una noche despejada y estrellada, aunque era algo fresca. Como se sentía demasiado inquieta para sentarse, empezó a caminar y, sin darse cuenta, se dirigió a los establos.
—Hola, campeón —le susurró a Medianoche—. ¿Me has echado de menos? —añadió. El caballo le olisqueó los bolsillos, en busca de alguna golosina—. Lo siento, se me ha olvidado.
Como si entendiera, el animal relinchó suavemente y la miró con sus enormes ojos oscuros.
—¿Qué voy a hacer si este plan sale mal?
Se abrazó al fuerte cuello del semental y respiró profundamente. Decidió que no tenía que tener pensamientos negativos. Su plan iba a funcionar. Tenía que hacerlo. Su futuro dependía de ello.
EL ANONIMATO: CAPITULO 33
Con aquel pensamiento en mente, consiguió dormir un par de horas. Entonces, se marchó a Laramie a buscar una joyería. Iba a hacerlo bien. Le compraría a Paula el anillo más caro que se pudiera permitir y tal vez hasta le comprara unas flores y una botella de champán. Estaría esperándole cuando regresara de su viaje.
No sabía cómo podía haber tenido tanta suerte. Nunca había esperado conocer a una mujer que no solo fuera hermosa sino también que conociera a los caballos como ella, una mujer a la que no le importara compartir con él la dura vida del rancho. Estaba empezando a creer en el destino.
Los dos podrían construirse un buen futuro juntos.
No podría darle todo lo que se merecía de la noche a la mañana, pero había estado ahorrando. Podría comprarse su propio rancho al cabo de uno o dos años. Lo de la cría de caballos iba bien gracias a su sociedad con Esteban y muy pronto tendrían unos caballos excelentes. Hasta que todo terminara por encajar, podría seguir trabajando para Esteban y Paula también, si era eso lo que quería. Podría hacerlo también para otros rancheros o… quedarse en casa
cuidando de sus hijos. Aquel pensamiento le provocó un inesperado sentimiento en el pecho. Pedro nunca se había imaginado que pudiera desear tanto tener una familia o ser marido o padre.
Como lo deseaba con tanta fuerza, tendría que haberse imaginado que le saldría mal. Así era el modo en el que se había desarrollado su vida. Nada era tan perfecto como parecía. Nada duraba. Estaba de pie frente al escaparate de una tienda de Laramie. Le había llamado la atención la portada de una revista. De repente, su mundo parecía desmoronarse a su alrededor.
No había posibilidad de error. El rostro era el mismo, aunque el resto, el peinado, las joyas, el vestido, le resultaran tan poco familiares como el champán francés.
¿De qué se esconde la estrella de Hollywood?, decía el titular.
Pedro miró la fotografía, atónito. Durante un segundo tuvo la esperanza de que aquella mujer fuera la gemela de Paula, pero su nombre aparecía escrito en grandes letras, el apellido que le había ocultado durante tanto tiempo, el que se había sentido tan poco inclinada a compartir…
Compró la revista y se la llevó a su furgoneta. Allí, con ella apoyada sobre el volante, derramó abundantes lágrimas.
Una y otra vez, miraba el carísimo vestido de cuentas, que debía de costar más que lo que él ganaba en un año entero, el cabello, las joyas, que, sin duda, eran diamantes… El estómago le dio un vuelco.
Tanto tiempo y ni siquiera se había imaginado que ella pudiera tener otra vida. Durante todo aquel tiempo, ella le había estado mintiendo, burlándose de él. Paula representaba todo lo que él odiaba, las personas ricas, poderosas, ambiguas y astutas. ¿Cómo podía haberse dejado engañar igual que su madre? Sabía que en aquel caso era todavía peor. Paula había sabido lo que sentía por todo lo que ella era y, aun así, había jugado con él.
¿Y Esteban? ¿Por qué no le había dicho él nada? Sabía que se estaba enamorando de Paula, incluso lo había animado a hacerlo, como todos los demás. Esteban era su amigo o eso había creído él. ¿Por qué no le había advertido que Paula estaba fuera de su alcance?
Al final, tiró la revista a un lado. Lleno de un amargo sentimiento de ira y traición, volvió al rancho, recogió sus cosas, las metió en su furgoneta y, entonces, fue a buscar a Esteban.
—Solo quería que supieras que me marcho —le dijo secamente a Esteban, cuando lo encontró—. Me imaginé que te merecías esa cortesía, lo que es mucho más de lo que yo recibí de ti.
—¿Qué quieres decir con eso? ¿Qué mosca te ha picado?
—Tu esposa, tú y tú amiga, la superestrella, habéis debido divertiros mucho riéndose a mis espaldas —dijo Pedro, arrojando la arrugada revista delante de Esteban—. ¿Qué era yo? ¿Un breve interludio con el empleado para que Paula pudiera fardar cuando regresara a su esplendorosa California?
—No sé de qué estás hablando.
—¿Es que no sabías que Paula es una de las actrices más famosas y cotizadas de Hollywood?
—Claro que lo sabía. ¿Tú no?
—¿Cómo iba a saberlo?
—Todo el pueblo sabe quién es Paula Me imaginé que ya lo sabrías. Dado que has intimado más con ella, me imaginé que lo que no supieras te lo habría dicho ella misma. Sé que ha estado tratando de pasar desapercibida por aquí, pero pensé que querría que tú supieras quién era más que nadie.
—Sí, yo también lo habría creído. Pero no fue así.
—Pedro, no te marches —le suplicó Esteban—. Piénsalo. Tiene que haber algún malentendido. Sé lo que siente por ti. Te ama. Está a punto de volver. Llamó a Karen desde el aeropuerto de Los Ángeles para decir que acababa de despegar.
Pensó en el anillo que había estado a punto de comprar.
Cualquier cosa hubiera sido una baratija comparado con los diamantes que llevaba en aquella fotografía. El dolor era tan fuerte… Comprendió que había dejado a un lado su orgullo durante mucho tiempo. En aquellos momentos, era lo único que le quedaba.
—Dile que no podía seguir soportando mas mentiras —le dijo a Esteban.
—¿Y los caballos? —le recordó él, buscando claramente una excusa para que se quedara—. Tienes derecho a una parte de los que hay. Dame un par de días para que podamos solucionar de un modo justo.
—No quiero nada de este rancho. Solo me llevaré a Señorita Molly. El resto son tuyos. Cuando lo arregles, me puedes enviar un cheque.
—Pedro, por favor. Piénsalo. Quédate para que puedas hablar con Paula cuando regrese. Podéis solucionarlo todo, sé que podéis.
Pedro no creía que pudiera soportar volver a verla. Se limitó a negar con la cabeza y se marchó. Se dio cuenta de que, desde el principio, había estado en lo cierto. La permanencia y la estabilidad no existían para él. Había sido un estúpido al creer lo contrario.
EL ANONIMATO: CAPITULO 32
Desgraciadamente, cuando Paula regresó al rancho, Karen la recibió con más malas noticias.
—Esteban y Pedro han tenido que marcharse a las colinas porque parte del ganado rompió una valla y han tenido que ir para recogerlo. No espero que vuelvan esta noche. Yo me habría ido con ellos, pero alguien tenía que quedarse aquí para cuidar de los caballos.
—Eso unido al hecho de que seguramente Esteban no te dejó acompañarlos.
—Tienes razón. Se puso muy pesado al respecto y le dejé ganar en esta ocasión porque alguien tenía que quedarse aquí. Sabía perfectamente que Guillermo te habría pedido que regresaras a Los Ángeles para solucionarlo todo.
—Eso podría haber esperado.
—Sabes que no. Es mejor solucionarlo antes de que los fotógrafos decidan venir aquí. ¿Cuánto crees que van a tardar en acudir a tu pueblo natal?
—Tienes razón. Bueno, es mejor que suba para hacer las maletas. Tal vez tenga que marcharme esta misma noche, para poder tener tiempo de hablar con mi publicista antes de la rueda de prensa de mañana. ¿Estás segura de que Pedro y Esteban no regresarán esta noche?
—No lo creo.
Paula llamó al aeropuerto y reservó la misma avioneta que la había llevado hasta allí. Decidió que llamaría a su publicista desde el avión. Cuando estaba lista para marcharse, le dio un fuerte abrazo a Karen.
—Por favor, haz todo lo posible por mantener a Pedro alejado de la prensa y de la televisión mañana. Tengo que explicárselo todo yo misma.
—Haré lo que pueda. Recuerda, la cabeza bien alta y espíritu de lucha. Cuando hayas terminado, podrás olvidarte de esto de una vez por todas… si es eso lo que deseas.
—Lo es —le aseguró Paula, fervientemente.
Solo rezaba para que todo saliera según el plan y que pudiera disfrutar del hombre que amaba cuando regresara a Winding River.
Cuando Pedro y Esteban regresaron al rancho dos días después, los dos estaban cansados y sudorosos. Lo único que Pedro quería era una larga ducha, algo de comer y un buen descanso, junto con un par de dulces besos de Paula. Desensilló el caballo y se dirigió corriendo a su casa. No había nada que deseara más.
—Ven a comer algo antes de que te metas en la cama —le dijo Esteban—. Me imagino que Paula estará allí, por si esto te anima.
—Claro que sí.
La había echado tanto de menos en aquellos dos días…
Nunca antes, a excepción de con su madre, había sentido unos vínculos tan fuertes con una persona. Sin embargo, sentía que ni siquiera el teléfono hubiera satisfecho la necesidad de estar en contacto con Paula. De hecho, ya no podía pasar ni un segundo más sin verla y sin estrecharla entre sus brazos.
Se fue corriendo a su casa, se duchó, se puso ropa limpia y se fue corriendo a la casa principal. Karen lo saludó con una sonrisa.
—Debes de estar muerto de hambre. Tengo el desayuno casi preparado. Siéntate. Esteban bajará enseguida.
—¿Dónde está Paula? —preguntó, al no verla.
Al escuchar la pregunta, algo así como un gesto de culpabilidad cruzó el rostro de Karen.
—Tuvo que marcharse inesperadamente.
—¿Cuándo?
—El mismo día que Esteban y tú os marchasteis para recoger el ganado.
—¿Y adonde se ha ido?
—A Los Ángeles. Pensó que podría regresar ayer mismo, pero no ha podido ser. Llamó anoche. Espera regresar esta noche.
—¿Tiene esto algo que ver con ese Guillermo? —quiso saber Pedro, con voz tensa.
Karen se mantuvo de espaldas, centrando toda su atención en el beicon que estaba friendo.
—Dejaré que ella te lo explique todo cuando regrese.
Esperaba hablar contigo anoche, por lo que se desilusionó mucho porque no hubieras regresado.
—Gracias por ofrecerme el desayuno —dijo Pedro, poniéndose en pie de repente—, pero tengo que marcharme.
—No te vayas. La comida está lista.
—No tengo apetito. Necesito dormir más que comer.
Mientras regresaba a su casa, analizó su grosero comportamiento. No tenía ningún derecho a tratar a Karen de aquel modo solo porque estuviera desilusionado… Más bien se sentía furioso porque Paula se hubiera marchado en cuanto él le había dado la espalda. Seguramente estaba tan agotado que estaba exagerando las cosas. Confiaba en Paula, ¿no? Por supuesto. Ella nunca le había dado razón alguna para que pensara lo contrario. No había razón para preocuparse.
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