domingo, 18 de septiembre de 2016

EL ANONIMATO: CAPITULO 35




El rancho de los Grigsby era un desastre, peor aún de lo que Paula recordaba. Sus amigas recorrieron la casa con ella, completamente seguras de que su amiga había perdido la cabeza.


—De acuerdo, soltadlo —dijo ella, por fin—. ¿Cuáles son las objeciones que tenéis?


—Esto se está cayendo —respondió Carla.


—La cocina no se ha renovado desde la Edad Media —comentó Gina.


—Te gastarás una fortuna en calefacción, a menos que te gastes otra fortuna en terminar con las corrientes de aire —observó Emma, temblando—. Dentro de un mes esta casa será una nevera.


—No me importa. Quiero poseer este rancho. Es la mejor finca que hay disponible.


—¿Cómo lo sabes?


—Porque lo primero que hice esta mañana fue llamar a la inmobiliaria y les pedí que me dijeran todas las fincas que había en venta antes de venir a ver esta. Confiad en mí. Si quiero tener un rancho cercano, este es el mejor.


—Es una birria —le corrigió Carla—. Tendrías que empezar desde cero. ¿Quieres gastar tanto tiempo y dinero en esto?


—Sí —respondió Paula. Dado que no sabía dónde estaba Pedro ni cuándo Esteban conseguiría noticias suyas, tenía todo el tiempo del mundo—. Y no pienso demolerlo. Voy a renovarlo. Será el mejor uso que habré dado a mi dinero en mucho tiempo.


—En ese caso, de acuerdo —dijo Emma—. Yo me encargaré de las negociaciones. Otis Júnior es basura. Será un placer para mí librarte de él.


—Quiero que el dinero vaya a su padre —le recordó Paula—. Tiene muchos años y no está del todo bien. Podría necesitarlo.


—Tienes razón —comentó Carla.


—Entonces, tendré que insistir en que se ponga en un fondo para que Otis Júnior no pueda tocarlo mientras su padre esté vivo —afirmó Emma, sacando el teléfono móvil para llamar a la inmobiliaria.


Mientras Emma se ocupaba de las negociaciones, las otras recorrieron la casa, anotando lo que habría que hacer. Al final, le entregaron varias hojas de papel a Paula.


—Eso es solo para empezar —comentó Gina, con una sonrisa—. Yo pondría la cocina a la cabeza de las prioridades. No puedes esperar que cocine para tus invitados en el estado en el que se encuentra ahora.


—Gracias —susurró Paula, dándole un abrazo.


—¿Por qué?


—Por ver el potencial que tiene esta casa.


—Bueno, yo no iría tan lejos, pero no hay nada que me guste más que diseñar el modo en que debería estar una cocina para que funcione eficazmente.


—¿No te parece que este plano que me has dado es un poco grande?


—Me imagino que no querrás tener un comedor formal. A mí me parece que una cocina bien grande en la que puedas dar de cenar a todos tus amigos es mucho más acogedora, ¿no te parece?


—¿Por qué me da la sensación de que esta es la cocina de tus sueños y no la mía? —comentó Paula, riendo.


—No hay razón alguna para que no pueda ser la tuya también. Además, Rafael dice que tengo una cocina estupenda en el restaurante de Tony. No ve la razón de que yo necesite tener una en casa dado que nunca comemos allí. Así que esta es la que yo tendría si ese hombre no fuera tan testarudo. Es toda tuya. Considérala un regalo de bienvenida a tu nuevo hogar.


—Solo hay una cosa que no has tenido en cuenta —señaló Paula—. Yo no sé cocinar, al menos nada más allá de lo básico.


—¿Cómo he podido dejar que eso ocurra? —preguntó Gina, horrorizada —Empezaremos con las clases de cocina mañana mismo. No puedes esperar que ese hombre se case contigo si ni siquiera sabes ponerle una comida interesante encima de la mesa.


—Créeme. Los problemas que tengo con Pedro van mucho más allá de mis habilidades culinarias.


—Bueno, por alguna parte hay que empezar.


En aquel momento, Emma colgó el teléfono con expresión triunfante.


—Este rancho es tuyo —dijo—. Te he conseguido un buen trato y a la vez he dejado protegido a Otis padre.


—Emma, eres magnífica —afirmó Paula.


—Claro que lo es —dijo Carla, sonriendo—. Es una de nosotras.


—Mira lo que he encontrado —comentó Gina, mientras salía de la cocina con cinco vasos de plástico llenos de agua podemos brindar por tu nueva casa.


Levantaron los vasos en el aire y Karen dijo:
—Por Paula. Que encuentre la misma felicidad en este rancho que la que el resto de nosotras hemos encontrado ya y que le dure para siempre.


—Por Paula —repitieron las demás.


Los ojos de Paula se llenaron de lágrimas. Tenía una casa. Tenía a sus amigas. Lo único que le quedaba por desear era que Pedro regresara y tendría todo lo que una mujer podría desear.


—Oh, no —murmuró Carla—. Está llorando…


—Eso no es cierto —replicó Paula.


—Acaba de darse cuenta de lo que ha hecho —dijo Emma—. Si quieres puedo llamar a la inmobiliaria y deshacer el trato.


—Ni te atrevas. Esto es exactamente lo que yo deseo.


—¿Una casa en ruinas? —preguntó Emma, con escepticismo—. No es demasiado tarde. Podemos echarnos atrás…


—Ni hablar. Quiero una casa en la que pueda construir una familia y esta es la mejor —susurró ella, con voz temblorosa—. Solo me falta una cosa…


—Si Pedro Alfonso tiene una pizca de sentido común en la cabeza, regresará —aseguró Karen—. Mientras tanto, tenemos mucho que hacer en este lugar para que esté listo para darle la bienvenida.


—Mañana es sábado —comentó Gina—. Yo dispongo de algunas horas por la mañana y Rafael también. ¿Y vosotras?
—Joaquin y yo estaremos aquí —prometió Carla.


—Igual que Esteban y yo —afirmó Karen—. Aunque probablemente insistirá en que me siente en un rincón y me limite a observar.


—Yo también vendré, aunque no tengo mucha confianza en Fernando cuando se sube a una escalera —dijo Emma—. No es que sea torpe, pero es que se distrae muy fácilmente si tiene una historia en la cabeza…


Mientras luchaba por contener las lágrimas, Paula se dio cuenta que, comparado con la casa que tenía en California, aquel rancho era un verdadero desastre. Sin embargo, le parecía más un hogar que cualquiera de los lugares en los que había vivido.


O al menos lo sería en cuanto Pedro entrara por la puerta y le dijera que había vuelto para quedarse.


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