sábado, 17 de septiembre de 2016
EL ANONIMATO: CAPITULO 33
Con aquel pensamiento en mente, consiguió dormir un par de horas. Entonces, se marchó a Laramie a buscar una joyería. Iba a hacerlo bien. Le compraría a Paula el anillo más caro que se pudiera permitir y tal vez hasta le comprara unas flores y una botella de champán. Estaría esperándole cuando regresara de su viaje.
No sabía cómo podía haber tenido tanta suerte. Nunca había esperado conocer a una mujer que no solo fuera hermosa sino también que conociera a los caballos como ella, una mujer a la que no le importara compartir con él la dura vida del rancho. Estaba empezando a creer en el destino.
Los dos podrían construirse un buen futuro juntos.
No podría darle todo lo que se merecía de la noche a la mañana, pero había estado ahorrando. Podría comprarse su propio rancho al cabo de uno o dos años. Lo de la cría de caballos iba bien gracias a su sociedad con Esteban y muy pronto tendrían unos caballos excelentes. Hasta que todo terminara por encajar, podría seguir trabajando para Esteban y Paula también, si era eso lo que quería. Podría hacerlo también para otros rancheros o… quedarse en casa
cuidando de sus hijos. Aquel pensamiento le provocó un inesperado sentimiento en el pecho. Pedro nunca se había imaginado que pudiera desear tanto tener una familia o ser marido o padre.
Como lo deseaba con tanta fuerza, tendría que haberse imaginado que le saldría mal. Así era el modo en el que se había desarrollado su vida. Nada era tan perfecto como parecía. Nada duraba. Estaba de pie frente al escaparate de una tienda de Laramie. Le había llamado la atención la portada de una revista. De repente, su mundo parecía desmoronarse a su alrededor.
No había posibilidad de error. El rostro era el mismo, aunque el resto, el peinado, las joyas, el vestido, le resultaran tan poco familiares como el champán francés.
¿De qué se esconde la estrella de Hollywood?, decía el titular.
Pedro miró la fotografía, atónito. Durante un segundo tuvo la esperanza de que aquella mujer fuera la gemela de Paula, pero su nombre aparecía escrito en grandes letras, el apellido que le había ocultado durante tanto tiempo, el que se había sentido tan poco inclinada a compartir…
Compró la revista y se la llevó a su furgoneta. Allí, con ella apoyada sobre el volante, derramó abundantes lágrimas.
Una y otra vez, miraba el carísimo vestido de cuentas, que debía de costar más que lo que él ganaba en un año entero, el cabello, las joyas, que, sin duda, eran diamantes… El estómago le dio un vuelco.
Tanto tiempo y ni siquiera se había imaginado que ella pudiera tener otra vida. Durante todo aquel tiempo, ella le había estado mintiendo, burlándose de él. Paula representaba todo lo que él odiaba, las personas ricas, poderosas, ambiguas y astutas. ¿Cómo podía haberse dejado engañar igual que su madre? Sabía que en aquel caso era todavía peor. Paula había sabido lo que sentía por todo lo que ella era y, aun así, había jugado con él.
¿Y Esteban? ¿Por qué no le había dicho él nada? Sabía que se estaba enamorando de Paula, incluso lo había animado a hacerlo, como todos los demás. Esteban era su amigo o eso había creído él. ¿Por qué no le había advertido que Paula estaba fuera de su alcance?
Al final, tiró la revista a un lado. Lleno de un amargo sentimiento de ira y traición, volvió al rancho, recogió sus cosas, las metió en su furgoneta y, entonces, fue a buscar a Esteban.
—Solo quería que supieras que me marcho —le dijo secamente a Esteban, cuando lo encontró—. Me imaginé que te merecías esa cortesía, lo que es mucho más de lo que yo recibí de ti.
—¿Qué quieres decir con eso? ¿Qué mosca te ha picado?
—Tu esposa, tú y tú amiga, la superestrella, habéis debido divertiros mucho riéndose a mis espaldas —dijo Pedro, arrojando la arrugada revista delante de Esteban—. ¿Qué era yo? ¿Un breve interludio con el empleado para que Paula pudiera fardar cuando regresara a su esplendorosa California?
—No sé de qué estás hablando.
—¿Es que no sabías que Paula es una de las actrices más famosas y cotizadas de Hollywood?
—Claro que lo sabía. ¿Tú no?
—¿Cómo iba a saberlo?
—Todo el pueblo sabe quién es Paula Me imaginé que ya lo sabrías. Dado que has intimado más con ella, me imaginé que lo que no supieras te lo habría dicho ella misma. Sé que ha estado tratando de pasar desapercibida por aquí, pero pensé que querría que tú supieras quién era más que nadie.
—Sí, yo también lo habría creído. Pero no fue así.
—Pedro, no te marches —le suplicó Esteban—. Piénsalo. Tiene que haber algún malentendido. Sé lo que siente por ti. Te ama. Está a punto de volver. Llamó a Karen desde el aeropuerto de Los Ángeles para decir que acababa de despegar.
Pensó en el anillo que había estado a punto de comprar.
Cualquier cosa hubiera sido una baratija comparado con los diamantes que llevaba en aquella fotografía. El dolor era tan fuerte… Comprendió que había dejado a un lado su orgullo durante mucho tiempo. En aquellos momentos, era lo único que le quedaba.
—Dile que no podía seguir soportando mas mentiras —le dijo a Esteban.
—¿Y los caballos? —le recordó él, buscando claramente una excusa para que se quedara—. Tienes derecho a una parte de los que hay. Dame un par de días para que podamos solucionar de un modo justo.
—No quiero nada de este rancho. Solo me llevaré a Señorita Molly. El resto son tuyos. Cuando lo arregles, me puedes enviar un cheque.
—Pedro, por favor. Piénsalo. Quédate para que puedas hablar con Paula cuando regrese. Podéis solucionarlo todo, sé que podéis.
Pedro no creía que pudiera soportar volver a verla. Se limitó a negar con la cabeza y se marchó. Se dio cuenta de que, desde el principio, había estado en lo cierto. La permanencia y la estabilidad no existían para él. Había sido un estúpido al creer lo contrario.
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