sábado, 17 de septiembre de 2016

EL ANONIMATO: CAPITULO 34




Guillermo había estado en lo cierto. Había sido un viaje infernal. En lo que sí se había equivocado había sido en que bastara con una rueda de prensa para satisfacer a los periodistas.


Alguien había descubierto cuando llegaba Paula, por lo que había habido una horda de periodistas en el aeropuerto. 


Paula se había negado a hablar y se había metido en la limusina que Guillermo le había enviado.


Al llegar a su casa de Beverly Hills, otra nueva bandada de cámaras y micrófonos la estaba esperando. No se le había ocurrido llamar a la empresa de seguridad para pedir más guardias, por lo que se tardó dos horas en conseguir refuerzos para echar a los reporteros que habían conseguido entrar en la finca.


Cuando llegó la noche, se sentía acosada, el teléfono no dejaba de sonar y se habían dado órdenes a los guardias para que no llamaran a la verja por nadie. Paula no iba a ver a nadie.


Llamó a Karen aquella noche y a la mañana siguiente, antes de marcharse al despacho de Guillermo. Pedro y Esteban no habían regresado aún. Tampoco lo habían hecho cuando llegó el momento de la rueda de prensa. A Paula le habría venido muy bien tener noticias suyas, algo que le recordara lo que la esperaba al regresar a Wyoming.


Como nadie quedó satisfecho de que Paula les hubiera contado toda la verdad en la rueda de prensa, Guillermo y su publicista tuvieron que convencerla para que concediera entrevistas individuales y evitar así que la siguieran a Winding River.


Al día siguiente, había tenido que soportar las mismas preguntas una y otra vez, en entrevista tras entrevista hasta que creyó que iba a empezar a gritar. Lo único que le daba fuerzas era la imagen de Pedro, aunque se sentía muy frustrada por la imposibilidad de hablar con él.


Sin embargo, lo peor de todo era que cuando había llamado a Karen cuando estaban a punto de aterrizar, ella se había mostrado muy reservada sobre dónde estaba Pedro. Sintió que algo terrible había ocurrido. Se limitó a decirle que se lo contarían todo cuando fueran a recogerla.


Aquello era la prueba de que algo había ocurrido. ¿Por qué no iba Pedro a buscarla? ¿Es que no tenía tantas ganas de verla como ella a él?


Cuando por fin estuvo sentada en la cocina del rancho, con Karen y Esteban, ya no pudo contenerse más.


—Muy bien —dijo por fin—. ¿Qué es lo que está pasando? ¿Dónde está Pedro?


—Tesoro, Pedro se ha marchado.


—¿Qué se ha marchado? —preguntó Paula, atónita—. ¿Por qué? ¿Dónde ha ido? Esteban, ¿estás seguro de que se ha marchado?


—Sí. Lo siento. Vi cómo cargaba su furgoneta y se marchaba. Traté de impedírselo, créeme, pero no atendió a razones. Nada de lo que le dije le convenció para que te esperara.


—Solo es por unos días, ¿verdad? Se trata de un viaje repentino, como el mío. Tal vez le ha ocurrido algo a su madre —dijo Paula, tratando de no admitir la verdad.


—No. Se ha llevado a Señorita Molly —replicó Esteban.


—¿Por qué?


De repente, lo comprendió todo. Sobre la mesa de la cocina había una revista. Mostraba señales evidentes de haber sido retorcida por alguien muy enfadado. Al leer someramente el artículo, contuvo el aliento. Era la primera vez que veía cómo se había tratado el asunto de su desaparición. Aquel artículo se había escrito antes de la rueda de prensa y estaba lleno de especulaciones, la mayoría de ellas muy dañinas. Sin embargo, estaba segura de que a Pedro le había bastado con la portada. Tal y como Emma había predicho, se sentía completamente traicionado.


—Dios mío —susurró ella, imaginándose perfectamente todo lo que habría pensado.


—Sí. Eso lo resume todo. A Pedro no le gustó que lo hubieras engañado —dijo Esteban—. Paula, te quiero como a una hermana, pero, ¿en qué diablos estabas pensando?


—Sé que todo esto es culpa mía, Paula. Yo fui la que te dijo que no le dijeras a qué te dedicabas —comentó Karen.


—¿Tú? —replicó Esteban—. ¿Por qué? Siempre has estado a favor de la sinceridad.


—Sabes perfectamente por qué, Esteban —afirmó ella—. Pensé que así tendrían la oportunidad de conocerse sin que todo lo demás se metiera por medio. No fue una mentira, sino solo una omisión. Y también un error. Ahora me doy cuenta.


Paula sabía que no toda la culpa correspondía a su amiga. 


Ella era la principal responsable y había tenido cientos de ocasiones en las que se lo podría haber contado todo. En vez de eso, había guardado diez años de su vida en secreto como si fuera algo de lo que se avergonzara. No era de extrañar que se sintiera traicionado.


Tenía que hacerle comprender por qué lo había hecho. Tenía que decirle que estaba enamorada de él, convencerlo para que la perdonara. Sin embargo, ¿cómo podía hacerlo cuando ni siquiera sabía dónde estaba?


—Tengo que encontrarlo —dijo—. Tengo que arreglar las cosas.


—¿Y entonces qué? —preguntó Esteban—. ¿Estás diciendo que no tienes intención de regresar a Hollywood ni de volver a retomar tu carrera? Pedro nunca sería feliz allí.


—Esteban tiene razón. Asegúrate exactamente de lo que quieres antes de ir tras él.


Por una vez en su vida, Paula sabía perfectamente lo que quería. Se sorprendía de que Karen lo dudara.


—Pensé que conocías mis planes, Karen. Quiero vivir aquí. Tener lo que vosotros dos tenéis. ¿No lo he dejado claro? Si vosotros dudáis, no me extraña que Pedro no me comprendiera.


—Entonces, ¿por qué no has vendido tu casa de Los Ángeles? ¿Por qué sigues viviendo aquí con nosotros? —quiso saber su amiga.


Paula se quedó atónita al escucharla.


—Yo… —susurró, dolida y sorprendida.


—Mira, tesoro, no te lo pregunto para herir tus sentimientos ni para sugerirte ni por un solo momento que no eres bienvenida aquí. Solo te estoy diciendo que cualquiera que analice la situación tiene que deducir que esto es solo algo temporal. Esa casa de California, las constantes llamadas de Guillermo… Para alguien que no conozca la historia parece que no lo tienes muy claro.


El artículo hablaba de su casa. Pedro debía de haberlo leído y haber llegado a la misma conclusión que Karen. Con todo lo que aún tenía en California, ¿cómo se podía esperar que fuera a considerar la vida con un hombre que vivía en una casa que pertenecía a su jefe?


—Dios, ¿qué he hecho…?


—Nada que no se pueda arreglar —replicó Karen, tan optimista como siempre—. Si estás segura de lo que quieres.


—Claro que estoy segura…


Deseaba la vida que podía tener allí. Quería tener hijos, un rancho y amigos con los que pudiera contar. Era mucho más de lo que había encontrado nunca como famosa.


¿Cómo podía conseguir que Pedro la creyera? ¿Cómo podía creer que la vida que había dejado atrás no significaba nada para ella? De repente, se le ocurrió cómo hacerlo.


—¿Sigue en venta el rancho de los Grigsby?


—Sí —respondieron Kate y Esteban, al unísono.


—¿Y Medianoche? ¿Me lo venderías, Esteban?


—Por supuesto —contestó Karen, con una sonrisa en los labios.


—Un momento —protestó Esteban—, ese caballo…


—Ese caballo es el regalo de bodas que le vamos a hacer a Paula por su boda con Pedro —le espetó su esposa—. ¿Me equivoco?


—Si él me acepta —susurró ella.


—Solo iba a decir que Pedro es dueño de la mitad de ese caballo —replicó Esteban, frunciendo el ceño.


—Mejor aún. Entonces, si yo te compro la mitad que te corresponde a ti, Esteban, Pedro y yo seremos los dueños de ese animal.


—Di que sí, Esteban —suplicó Karen.


—De acuerdo —dijo Esteban, tras mirar a su esposa—. Medianoche es tuyo. Es decir de Pedro y tuyo. Sin embargo, está esperando un cheque. Le dije que encontraría comprador para los caballos que le pertenecen.


—¿Cuánto pides? —preguntó Paula sacando la chequera.


—No quieres que sepa que los has comprado tú, ¿verdad? —inquirió Karen, atónita.


—No. Yo le daré un cheque a Esteban y él podrá pagar a Pedro. Y no quiero descuentos. Dime el precio total.


—Eso es lo que yo quería oír —dijo Esteban, con fingida avaricia—. Sin embargo, si ese cheque es demasiado cuantioso, tal vez Pedro no encuentre incentivo alguno para volver.


—¡Esteban! —protestó Karen.


—A no ser para verte —añadió él, precipitadamente.


—Sabía a lo que te referías —le aseguró Paula—. Bueno, ¿cuánto?


Esteban nombró una cifra que a Paula le pareció muy razonable. Rápidamente extendió el cheque y se lo entregó a su amigo.


—Ahora, lo único que tengo que hacer es encontrar un lugar donde guardarlos.


—Hasta mañana, no —dijo Karen—. Todos necesitamos descansar.


—Especialmente la futura mamá —susurró Esteban, con gran ternura.


—¡Dios mío! Me había olvidado del bebé —exclamó Paula—. Vete a la cama ahora mismo. Necesitas todo el descanso que puedas tener.


—No empieces tú también —gruñó Karen—. Con uno ya tengo más que suficiente.


—Bueno, vete a la cama de todos modos. Yo me ocuparé de recoger los platos.


—Pero si solo hay tres tazas. Déjalas.


—Me llevará cinco segundos. Venga, marchaos a la cama.


Cuando la hubieron dejado sola, Paula fregó las tazas y luego salió al porche. Hacía una noche despejada y estrellada, aunque era algo fresca. Como se sentía demasiado inquieta para sentarse, empezó a caminar y, sin darse cuenta, se dirigió a los establos.


—Hola, campeón —le susurró a Medianoche—. ¿Me has echado de menos? —añadió. El caballo le olisqueó los bolsillos, en busca de alguna golosina—. Lo siento, se me ha olvidado.


Como si entendiera, el animal relinchó suavemente y la miró con sus enormes ojos oscuros.


—¿Qué voy a hacer si este plan sale mal?


Se abrazó al fuerte cuello del semental y respiró profundamente. Decidió que no tenía que tener pensamientos negativos. Su plan iba a funcionar. Tenía que hacerlo. Su futuro dependía de ello.






2 comentarios:

  1. Muy buenos capítulos! Se pudrio todo... Ojalá lo encuentre pronto y arreglen las cosas!

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  2. Y se armó no más. Pedro la va a hacer remar en gelatina y dulce de leche me parece jajaja.

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