domingo, 17 de julio de 2016

RENDICIÓN: CAPITULO 16






Paula los dejó a sola tras explicar brevemente la información que tenía. Era la triste historia de una adolescente solitaria, que odia su internado y que se había empezado a relacionar con los amigos equivocados o, más bien, con el amigo equivocado. Uniendo trozos de papel y correos sueltos, Paula averiguó que se había fumado un par de porros y que, sabiendo que la expulsarían también de aquel colegio, se convirtió en cautiva de un muchacho de dieciséis años con una seria adicción a las drogas.


Debería ser Pedro quien entrara en detalles. Mientras lo hacía, y sin saber qué hacer con su tiempo, salió al exterior y trató de ordenar sus pensamientos.


¿Qué iba a hacer a partir de ese momento? Siempre había tenido el control de su vida. Siempre se había sentido orgullosa del hecho de que sabía adónde se dirigía su vida. 


Jamás se había parado a pensar que algo tan alocado como enamorarse pudiera trastocar sus planes porque siempre había dado por sentado que se enamoraría de alguien que encajara en su vida sin causar demasiado jaleo. Cuando le dijo a Pedro que la clase de hombre que se imaginaba para ella sería alguien muy parecido a sí misma, no había estado mintiendo.


¿Cómo iba ella a imaginar que la persona equivocada se cruzaría en su camino y transformaría todo en un caos?
¿Qué iba a hacer?


Seguía pensando cuando sintió, antes que vio, a Pedro a sus espaldas. Se dio la vuelta. Incluso en la oscuridad, tenía el porte de un hombre que llevaba el peso del mundo sobre los hombros. Instintivamente se acercó a él y le rodeó la cintura con los brazos.


Pedro se sintió como si pudiera estar abrazado a ella para siempre. Abrumado por la intensidad de aquel sentimiento, la estrechó con más fuerza entre sus brazos y le cubrió la boca con la suya. Cuando él le deslizó la mano por debajo de la camiseta, Paula dio un paso atrás.


–¿Lo único en lo que piensas siempre es en el sexo? –le espetó.


Ella misma respondió la pregunta y sabía que la contestación sería la sentencia de muerte para cualquier clase de relación que ellos pudieran tener. Pedro quería sexo, pero ella quería algo más. Era tan sencillo como eso. 


Nunca antes había sido tan profundo el abismo que los separaba. Era básicamente la distancia entre una persona que buscaba el amor y otra que solo quería sexo.


–¿Cómo está Raquel? –le preguntó asegurándose de mantener la distancia entre ellos.


–Muy nerviosa.


–¿Es eso lo único que tienes que decir? ¿Que está muy nerviosa?


–¿Estás tratando deliberadamente de provocarme para que tengamos una discusión? Porque, francamente, no estoy de humor para aliviar la tensión, sea cual sea, que haya provocado sin intención alguna –bramó.


–Y a mí me sorprende que hayas podido hablar con tu hija, tener esta incómoda conversación y, aun así, tener tan poco que decir sobre el tema.


–No me había dado cuenta de que mi deber era informarte a ti.


–Te has equivocado en tu elección de palabras.


Se sintió profundamente rechazada. Las cosas entre ellos irían bien mientras pudiera separar el sexo del amor, algo que le resultaba imposible hacer en aquellos momentos. Se mesó el cabello con los dedos y apartó la mirada de él, hacia el oscuro mar que se adivinaba al otro lado del precipicio.


Vio claramente cómo iban a ser las cosas a partir de aquel momento. Hacer el amor se convertiría en una experiencia agridulce. Se convertiría en la amante temporal y se preguntaría constantemente cuándo llegaría el final. 


Sospechó que sería poco después de que regresaran a Inglaterra. La refrescante novedad que ella había supuesto en su vida se apagaría y él empezaría a desear de nuevo la compañía de mujeres objeto que habían sido sus amantes hasta entonces.


–¿Te parecería bien que yo fuera a hablar con ella? –le preguntó Paula. Pedro la miró sorprendido.


–¿Y qué esperas conseguir?


–Hablar con otra persona que no seas tú podría ayudarla.


–¿Aunque te considera la que ha cometido el delito de registrar su habitación? Debería haberle dicho que yo te lo pedí.


–¿Por qué? Supongo que ya tenías bastante de lo que ocuparte y, además, yo me marcharé y jamás os volveré a ver. Si me echa la culpa a mí, no me importa.


Pedro endureció el rostro, pero no hizo comentario alguno.


–Sigue en el comedor –dijo–. Al menos, allí fue donde la dejé. Claudia debe de haberse marchado a la cama y, francamente, no la culpo. Por la mañana, le diré que mi hija está de acuerdo en que lo mejor es regresar a Inglaterra conmigo.


–¿Y el internado?


–Eso aún hay que hablarlo, pero creo que puedo decir con toda seguridad que no va a volver.


–Me alegro. No tardaré mucho –prometió ella. Entonces, se dio la vuelta.


A pesar de que la presencia de Pedro la atraía como si fuera un imán, se dirigió hacia el comedor, sin imaginarse lo que se encontraría allí.


Casi había esperado que Raquel se hubiera marchado a otra parte de la casa, pero la muchacha seguía sentada en el mismo sillón, mirando por la ventana con gesto ausente.


–Pensé que estaría bien que charláramos un rato –le dijo ella. Se acercó a ella con cautela y arrimó una silla para sentarse a su lado.


–¿Para qué? ¿Has decidido que quieres disculparte por registrar mis cosas cuando no tenías derecho alguno para hacerlo?


–No.


Raquel la miró con gesto hosco. Entonces, apagó su teléfono móvil y lo dejó encima de la mesa.


–Tu padre ha estado muy preocupado.


–Me sorprende que haya podido tomarse tiempo libre para preocuparse –musitó Raquel mientras se cruzaba de brazos y miraba a Paula con evidente antagonismo–. Todo esto es culpa tuya.


–En realidad, no tiene nada que ver conmigo. Yo solo estoy aquí por tu culpa y tú te encuentras en esta situación por lo que hiciste.


–No tengo por qué estar aquí sentada escuchando cómo una empleada de mi padre me sermonea –le espetó. Sin embargo, no se levantó de la silla.


–Y yo tampoco tengo por qué estar sentada aquí, pero quiero hacerlo porque crecí sin madre y sé que no te ha resultado fácil.


–Venga ya… –repuso Raquel con desdén.


–En especial –perseveró Paula–, porque Pedro, tu padre, no es la persona más fácil de llevar del mundo en lo que se refiere a conversaciones sensibles.


–¿Pedro? ¿Desde cuándo llamas a mi padre por su nombre de pila?


–No hay nada que él desee más que tener una relación normal contigo, ¿sabes? –prosiguió Paula.


–¿Y por eso jamás se molestó en ponerse en contacto conmigo cuando yo era una niña?


Paula sintió que se le hacía un nudo en el corazón.


–¿De verdad crees eso?


–Eso fue lo que me dijo mi madre.


–Creo que descubrirás que tu padre hizo todo lo que pudo para mantener el contacto, para visitarte… Bueno, sobre eso tendrás que hablar con él.


–No pienso volver a hablar con él.


–¿Por qué no te sinceraste con tu padre o incluso con uno de los profesores, cuando ese muchacho comenzó a amenazarte?


Paula había encontrado un par de notas gracias a las que comprendió rápidamente la talla moral de un muchacho que no tuvo reparos a la hora de extorsionar todo el dinero que pudo a Raquel, amenazándola con el hecho de que tenía pruebas del único porro que ella se había fumado con él. 


Cuando a Raquel se le empezó a acabar el dinero, decidió acudir directamente a la gallina que ponía los huevos de oro. 


Si no pagaba, acudiría a la prensa y le diría que uno de los principales magnates del mundo empresarial tenía una hija drogadicta.


–Debiste de tener mucho miedo –añadió Paula.


–Eso no es asunto tuyo.


–Bueno, sea como sea, tu padre lo va a solucionar todo y hará que el problema desaparezca. Deberías darle una oportunidad.


–¿Y a ti qué te importa?


Paula se sonrojó.


–Ah, vaya… –comentó la muchacha con una ligera carcajada–. Bueno, no voy a darle una oportunidad a nadie. No me importa si él soluciona ese asunto o no. Me dejó tirada y yo tuve que ir de acá para allá con mi madre y todos sus novios.


–¿Sabías que tu madre… bueno…? Eso no es asunto mío –dijo Paula poniéndose de pie–. Deberías darle una oportunidad a tu padre y, al menos, escuchar lo que te tiene que decir. Trató por todos los medios de mantener el contacto contigo, pero bueno, deberías dejarle que te explicara lo que pasó. Y también te deberías ir a dormir.


Con eso, salió del comedor y cerró la puerta silenciosamente a sus espaldas. Se dio cuenta de que le haría falta más de una conversación con Raquel para romper todas sus barreras, pero se había enterado de un par de cosas. Aparte de que todo el tema de los correos hubiera salido a la luz, lo que evidentemente debía de ser un gran alivio para Raquel, resultaba evidente que la muchacha no sabía lo mucho que su padre se había esforzado para tratar de mantener el contacto con ella.


Pedro, por su parte, no sabía que su hija era consciente del temperamento alocado y promiscuo de Bianca.


Si se unían esos dos datos y se juntaba todo con el hecho de que Raquel hubiera hecho un libro con recortes y fotografías de su padre, parecía más evidente que una conversación sincera entre padre e hija serviría de mucho para abrir la puerta a una relación más fraternal.


Además, si Raquel dejaba de asistir al internado y comenzaba a acudir a un colegio normal de Londres, los dos tendrían la oportunidad de empezar a construir el futuro y poder dejar el pasado atrás.


Salió al jardín y encontró a Pedro en el mismo sitio. 


Rápidamente, le contó todo lo que había averiguado sobre su hija.


–Ella cree que la abandonaste y le dolió mucho. Eso podría explicar por qué se ha portado de un modo tan rebelde, pero es joven. Tienes que tomar las riendas y bajar tus defensas para poder conectar con ella.


Pedro asintió lentamente y le dijo lo que tenía intención de hacer para solucionar el asunto de Jack Perkins. Ya se había puesto en contacto con alguien en el que podía confiar para que le proporcionara información sobre el muchacho. Tenía todo lo suficiente para hacerles una visita a sus padres y asegurarse de que todo se resolvía rápida y eficazmente y que él nunca volviera a acercarse a su hija.


–Cuando haya terminado –le prometió Pedro con voz de acero–. Ese chico se lo pensará dos veces antes de volver a acercarse a un café para conectarse a Internet y mucho menos amenazar a alguien.


Paula lo creyó y no dudó que la vida delictiva de Jack Perkins estuviera a punto de terminar. Su familia tenía una buena posición en sociedad. No solo se quedarían horrorizados de lo que había hecho su hijo y de los problemas que tenía con las drogas, sino que su padre conocería el poder de Pedro en toda su extensión. Si seguía molestando a su hija, sin duda las repercusiones serían aún mayores.


–Cuando se me ataca –dijo él con voz suave–, prefiero utilizar mis propios puños que confiar en los de mis guardaespaldas.


Todo parecía estar bien atado. Paula no dudaba que padre e hija terminarían encontrando el camino para volver a convertirse en la familia que se merecían ser.


Eso le dejaba solo a ella… la espectadora que ya había cumplido su objetivo. Parecía que el momento de que se separara de Pedro estaba a punto de llegar.


Realizaron en absoluto silencio el trayecto de vuelta a la casa de Pedro. Él pensaba regresar a la casa de su suegra a la mañana siguiente para volver a hablar con su hija. No le anticipó a Paula de qué iba a hablar con Raquel, pero ella se imaginó que intentaría empezar a construir una relación entre ellos.







RENDICIÓN: CAPITULO 15





El trayecto a la mansión de Claudia les llevó aproximadamente media hora.Pedro le contó que llevaba un año y medio sin regresar a Portofino, pero parecía conducir sin esfuerzo por las estrechas carreteras.


Llegaron a una casa que era dos veces más grande que la de Pedro.


–A Bianca siempre le gustó la ostentación –comentó secamente mientras apagaba el motor del coche. Los dos miraron durante unos instantes la imponente casa–. Cuando nos casamos y ella descubrió que el dinero no era problema, decidió que su misión en la vida era gastar. Como te dije antes, terminó pasando muy poco tiempo aquí. Estaba demasiado aislada. Una tranquila vida al lado del mar no era su idea de diversión.


–¿Sabe tu suegra que yo vengo?


–No –admitió Pedro–. Por lo que se refiere a Claudia, he venido aquí para domar a mi descarriada hija y llevármela de vuelta a Londres. Pensé que era mejor no darle más detalles. No creí que a Raquel le hubiera gustado que su abuela supiera todos los entresijos de lo que ha estado ocurriendo. Está bien. Terminemos con esto.


Llamaron al timbre, cuyo sonido resonó por toda la casa. Justo cuando Paula había empezado a pensar que no había nadie en la casa a pesar de que las luces estaban encendidas, se escucharon unos pasos. Entonces, la puerta se abrió. Delante de ellos, apareció una diminuta y tímida mujer de poco más de sesenta años. Cabello oscuro, ojos ansiosos y negros y un rostro que parecía preparado para una sorpresa desagradable hasta que vio quién estaba en la puerta. En ese momento, la expresión de temor se transformó en una radiante sonrisa.


Paula esperó mientras los dos hablaban rápidamente en italiano. Claudia tan solo se percató de su presencia cuando se produjo una pausa en la conversación.


Habían llegado sin avisar y, por supuesto, nadie los esperaba para cenar. Claudia le dijo que Pedro no le había dado detalles. Entonces, agarró a Paula del brazo y la llevó al interior de la casa.


–Ni siquiera estaba segura de que fuera a venir –le confió la mujer–, y mucho menos de que fuera a hacerlo acompañado de una amiga…


Paula se limitó a sonreír débilmente. Pedro dijo algo en italiano y, entonces, cuando entraron en el salón vieron que, efectivamente, la cena había sido interrumpida.


Un paso por detrás de Pedro y Claudia, Paula contempló nerviosamente la estancia. Se sentía como una intrusa. Observó que había un enorme retrato de una hermosa mujer de belleza morena y racial, imponente melena y expresión altiva. Ella dio por sentado que se trataba de Bianca y comprendió perfectamente por qué un muchacho de dieciocho años se habría sentido inmediatamente atraído hacia ella.


La tensión en el comedor era palpable. Claudia parecía tensa y tenía una forzada sonrisa en el rostro. Pedro observaba con la mirada entornada a una muchacha que lo miraba a su vez con declarada insolencia.


Raquel parecía tener bastante más de dieciséis años, aunque en realidad tan solo le faltaban unas pocas semanas para cumplir los diecisiete.


La escena pareció inamovible durante varios minutos. De repente, Claudia comenzó a hablar en italiano mientras que Raquel la ignoraba descaradamente. Se limitaba a observar
Pedro y a Paula con la concentración de una exploradora que ve por primera vez una nueva especie.


–¿Quién eres tú? –le preguntó por fin, sacudiéndose una larga melena oscura muy parecida a la de la mujer del retrato, aunque las similitudes terminaban ahí. Raquel tenía el aspecto aristocrático de su padre.


–Claudia –dijo Pedro antes de que Paula pudiera responder–. Si nos excusas, tengo que hablar tranquilamente con mi hija.


Claudia pareció muy aliviada y se marchó corriendo, cerrando la puerta antes de salir.


Inmediatamente, Raquel se puso a hablar en italiano, pero Pedro levantó una mano con gesto autoritario.


–¡En inglés!


Raquel lo miró con desprecio. Se mostraba desafiante, pero resultaba evidente que no se atrevía a enfrentarse a su padre.


–Me llamo Paula –susurró ella rompiendo el silencio. No se molestó en ofrecerle la mano ni en hacer ademán de darle un beso porque sabía que su oferta sería rechazada. Se limitó a sentarse. Allí vio que Raquel había estado jugando con su teléfono móvil–. Yo ayudé a crear ese juego –comentó–. Fue hace tres años. Se me pidió que diseñara un sitio web para una empresa nueva y al final terminé colaborando con ellos en sus juegos. Me gustó mucho hacerlo. Ojalá hubiera sabido lo importante que se iba a hacer ese juego. Habría insistido en que se reflejara mi nombre y ahora estaría recibiendo derechos de autor.


Automáticamente, Raquel apagó el teléfono y le dio la vuelta.


Pedro se acercó a su hija y se sentó junto a Paula, de manera que ella quedó atrapada entre padre e hija.


–Sé por qué has venido –dijo Raquel dirigiéndose a su padre en un inglés perfecto–. Y no pienso regresar a Inglaterra. No voy a volver a ese estúpido internado. Lo odio y odio también vivir contigo. Voy a quedarme aquí. La abuela Claudia dice que está encantada de que me quede.


–Estoy seguro de ello –replicó Pedro midiendo sus palabras–. Estoy seguro de que nada te gustaría más que quedarte aquí con tu abuela, sin control alguno y haciendo lo que te apetece, pero eso no va a ocurrir.


–¡No me puedes obligar!


Pedro suspiró y se mesó el cabello con los dedos.


–Eres menor de edad. Creo que no tardarías mucho en descubrir que sí puedo.


Paula alternaba su atención entre padre e hija. Se preguntó si alguno de los dos se habría dado cuenta de lo mucho que se parecían, no solo físicamente, sino en su obstinación e incluso en ciertos gestos. Eran dos mitades de la misma moneda esperando a unirse.


–No tengo intención de discutir contigo por esto, Raquel. Es inevitable que regreses a Inglaterra. Los dos estamos aquí porque hay algo más de lo que hablar.


Al oír aquellas palabras, Paula suspiró y se inclinó sobre su mochila para extraer la carpeta, que dejó sobre la brillante mesa.


–¿Qué es eso? –preguntó Raquel, con gesto dubitativo a pesar del tono desafiante de su voz.


–Hace unas semanas –dijo Pedro impasible–, empecé a recibir correos electrónicos. Paula me ha ayudado a resolver lo que significaban.


Raquel estaba mirando fijamente la carpeta. Había palidecido y agarraba con fuerza los brazos del sillón. Impulsivamente, Paula extendió la mano y cubrió la morena mano de la muchacha con la suya. Sorprendentemente, Raquel se lo permitió.


–Gracias a mí se descubrió todo esto –dijo Paula con voz suave–. Me temo que revisé tu dormitorio. Por supuesto, tu padre habría preferido que yo no tuviera que hacerlo, pero era el único modo de entenderlo todo.


–¿Registraste mis cosas? –le preguntó Raquel indignada y confundida.


Paula se había convertido en el objetivo de su ira en aquellos momentos. Ella respiró aliviada porque, cuanto menos hostilidad dirigiera ella hacia Pedro, más oportunidad tendría él de terminar reparando su relación con su hija. Merecía la pena.


Merecía la pena porque ella lo amaba.


Aquel pensamiento surgió de ninguna parte. Debería haberla dejado completamente anonadada, pero, en realidad, hacía tiempo que, en lo más profundo de su ser, ya había llegado a aquella conclusión. ¿Acaso no había sabido que, bajo las discusiones, el deseo y el descubrimiento de su sexualidad, radicaba la sencilla verdad de una atracción que jamás hubiera esperado?


–No tenías ningún derecho –bufó Raquel.


Paula guardó silencio. Por fin, la muchacha fue calmándose y se hizo un profundo silencio.


–Ahora, dime –dijo Pedro con un tono de voz que no admitía discusión alguna–, ¿quién es Jack Perkins?




sábado, 16 de julio de 2016

RENDICIÓN: CAPITULO 14





–Tal vez no esté buscando a alguien con quien casarme, pero eso no significa que no esté preparado para tener una conversación profunda con las mujeres. Me siento insultado por el hecho de que se me haya utilizado como una especie de conejillo de Indias.


–¿A qué te refieres?


Paula se sentía bien. La intranquilidad que se había apoderado de ella desde que reconoció lo mucho que Pedro le afectaba había pasado a un segundo plano con una explicación que tenía pleno sentido. Acostarse con él le había abierto los ojos a temores y dudas que llevaba albergando durante años. Se sentía que había enterrado una falta de seguridad en sí misma sobre su propia sexualidad bajo la fachada del éxito académico y, más tarde, del éxito en su profesión. Se había vestido de una manera que no hacía destacar su propia feminidad porque siempre había temido que careciera de lo necesario.


Sin embargo, tras acostarse con él, con un hombre que estaba muy por encima de ella en ese sentido, sentirse deseada por él, se había sentido orgullosa de su aspecto. No obstante, debía de tener muy claro que él era tan solo una prueba para ella. No debía dejarse llevar por una relación inexistente que no iba a llevarle a ninguna parte. Una relación que significaba mucho más para ella que para él.


Las pruebas proporcionaban conocimientos. Una vez que esos conocimientos se aprendían, resultaba más fácil seguir adelante. Y esas pruebas no tenían como resultado corazones rotos.


Respiró rápidamente.


–¿Y bien? –le preguntó–. ¿Qué has querido decir con eso?


Paula lo miró. Se había visto transportada a un mundo completamente diferente al suyo en compañía de un hombre que era muy diferente también a la clase de hombres a los que ella estaba acostumbrada y ciertamente a años luz del hombre por el que ella hubiera esperado sentirse atraída.


Sin embargo, el sentido común no era aplicable al poder de la atracción que él ejercía sobre ella. Si pensaba que no volvería a verlo, se sentía presa del pánico. ¿Qué significaba aquello?


–Lo que quiero decir es que me has utilizado –le espetó Pedro–. No me gusta que se me utilice y no me gusta que hables de volver a salir con hombres cuando nosotros aún seguimos siendo amantes. Espero que las mujeres con las que me acuesto solo tengan ojos para mí.


La arrogancia de aquella afirmación, que era tan típica de él, dibujó una sonrisa en los labios de Paula.


Cuando le dijo que, en circunstancias normales, jamás se habrían conocido, lo había dicho en serio. Si, por casualidades de la vida, se hubieran conocido, se habrían mirado el uno al otro sin interés alguno.


Ella habría visto a un hombre frío, arrogante y muy rico y Pedro habría visto a una mujer que no se parecía en nada a la clase de mujeres con las que él salía. Por lo tanto, habría sido invisible. Sin embargo, las circunstancias los habían reunido y les había dado la oportunidad única de conocerse el uno al otro.


De todas formas, Paula era lo suficientemente inteligente como para darse cuenta de que eso no cambiaba nada. Él jamás estaría interesado en una relación destinada a durar. 


Estaba marcado por su pasado y su principal objetivo era su hija y la resolución de la difícil situación en la que se encontraban. Podría haberse acostado con ella porque era tan diferente a lo que él estaba acostumbrado y porque ella estaba allí, dispuesta. Desgraciadamente, aunque él le había llegado muy hondo a ella y la había cambiado, Paula no había hecho lo mismo con él.


–Estás sonriendo… –dijo él.


–No quiero discutir contigo. ¿Quién vas a decir que soy al presentarme a tu familia cuando lleguemos a Italia?


–No lo he pensado. ¿Y dónde van a tener lugar todas esas citas que esperas disfrutar?


–¿Cómo dices?


–No puedes empezar conversaciones que no tienes intención de terminar. Venga, ¿dónde vas a conocer a don Perfecto? Deduzco que vas a sentar la cabeza cuando regresemos a Inglaterra. ¿O acaso piensas empezar a buscar candidatos adecuados cuando lleguemos a Italia?


–¿Te ha disgustado lo que he dicho?


–¿Por qué me iba a disgustar?


–No tengo ni idea –replicó ella tan descaradamente como pudo–. Los dos sabemos que lo que hay entre nosotros no va a durar. Y, por supuesto, no pienso buscar en Italia candidatos adecuados. No se me ha olvidado la razón por la que voy.


–Me alegro –repuso él bruscamente.


Desgraciadamente, el ambiente entre ambos había cambiado. Él abrió su ordenador portátil y empezó a trabajar. Paula, por su parte, captó la indirecta y sacó también su portátil para poder empezar a trabajar. No pudo concentrarse.


Decidió que lo que ella había dicho le había molestado y mucho. Quería que fuera suya, que le perteneciera por completo durante el tiempo que él considerara adecuado, hasta que se cansara de ella y decidiera que había llegado el momento de dejarla ir. El hecho de que ella hablara de salir con otros hombres debía de haber sido un duro golpe para su orgullo masculino. De ahí la reacción que había tenido. 


No estaba disgustado ni celoso.


Al cabo del rato, el avión comenzó a descender. Pronto aterrizaron en el aeropuerto de Liguria y todo desapareció, incluso la razón que los había llevado allí en primer lugar.


Un chófer los estaba esperando para llevarles a la casa que Pedro tenía en la península.


–En el pasado, venía aquí con mucha más frecuencia –musitó.


–¿Y qué ocurrió?


Era la primera vez que Paula visitaba Italia y le costó apartar la mirada de la ventana, desde la que podía contemplar verdes montañas cubiertas de hermosa y exuberante vegetación.


–La vida pareció hacerse demasiado real. Descubrí que Bianca tenía tan poco que ver con esta parte de Italia que evitaba estar aquí y, por supuesto, donde ella iba, mi hija la acompañaba. Se me quitó el interés durante un tiempo y, además, el trabajo me prohibió las largas vacaciones que este lugar merece.


–¿Y por qué no vendiste tu casa?


–No tenía razón urgente para hacerlo. Ahora, me alegro de no haberlo hecho. Dadas las circunstancias, podría haber resultado algo incómodo estar bajo el mismo techo con Claudia y Raquel. Había pensado no decirle nada a mi suegra sobre nuestra llegada, pero decidí quitarle el elemento sorpresa. De todos modos, le pedí que no le dijera nada a Raquel por razones evidentes.


–¿Y esas razones son?


–Podría escaparse.


–¿Y crees que podría hacerlo? ¿Y adónde podría irse?


–Supongo que conoce Italia mejor que yo. Tiene amigos en la zona sobre los que yo no sé nada. Por eso, me da miedo pensar que Claudia pudiera hacerse cargo de ella permanentemente.


Los dos quedaron en silencio. Cuando por fin llegaron a la casa de Pedro, el sol se estaba poniendo.


La casa estaba situada en lo alto de una colina, junto a un profundo barranco que terminaba en el mar. Cuando entraron, el ama de llaves les condujo a su dormitorio. Fue entonces cuando Pedro le informó de que tenía intención de ir a visitar a su suegra aquella tarde.


Él se acercó a la ventana para contemplar las vistas. Instantes después, se volvió para mirar a Paula. Con unos pantalones anchos y un pequeño chaleco de seda, tenía un aspecto espectacular. Le turbaba pensar que, a pesar del asunto tan importante que tenía entre manos, ella era capaz de distraerlo hasta el punto en el que lo único en lo que era capaz de pensar era en lo que haría ella cuando regresara a Londres y comenzara con sus citas.


Jamás hubiera dicho que su ego nunca pudiera sufrir daño alguno, pero se le ponían los pelos de punta al pensar en que otro hombre podría tocarla. ¿Desde cuándo era él posesivo e incluso celoso?


–Así Raquel tendrá tiempo de consultarlo con la almohada y podrá poner las cosas en perspectiva para hacerse a la idea de que tiene que regresar con nosotros.


–Lo dices como si fuéramos a regresar mañana mismo –comentó ella. Estaba junto a la cama. Sentía el cambio en su estado de ánimo y se preguntó si sería por la preocupación que tenía como padre. Quería extender la mano y reconfortarlo, pero sabía que eso era lo último que él quería. 


Creía que él había dicho que estarían en el país italiano al menos una semana. Se preguntó a qué venían las prisas por marcharse tan rápidamente. Tal vez creía de verdad que lo había estado utilizando y quería librarse de ella lo antes posible.


No obstante, el orgullo le impidió pedirle las explicaciones pertinentes.


–No es que importe cuando nos vayamos –se apresuró a añadir–. ¿Tengo tiempo de darme una ducha?


–Por supuesto. Tengo que ponerme al día con algunos asuntos de trabajo y puedo hacerlo mientras tú te duchas. Te esperaré abajo en el salón. Al contrario de mi casa de Londres, en esta podrás encontrarlo todo sin la ayuda de un mapa.


Pedro le dedicó una sonrisa y ella se la devolvió. Entonces, murmuró algo adecuado, pero se sintió muy triste al darse cuenta de que tenía un nudo en la garganta.


El sexo entre ellos era tan apasionado que había esperado que él le dedicara una pícara sonrisa, que se hubiera metido con ella en la ducha y que se hubiera olvidado de cuál era la razón por la que habían ido hasta allí, al menos durante un tiempo.


En vez de eso, desapareció por la puerta sin mirar atrás. 


Paula se tuvo que tragar su desilusión.


Cuando se duchó, se puso unos vaqueros y una camiseta. 


Lo encontró esperándola en el salón, caminando de arriba abajo mientras agitaba las llaves del coche en la mano. El chófer se había marchado después de dejarlos en la casa, por lo que ella se preguntó cómo iban a llegar a la villa de Claudia. No tardó en descubrir que había un pequeño todoterreno esperándolos en el garaje lateral de la casa.


Tenía todos los papeles en una mochila que se había colgado del hombro.


–Espero no ir vestida demasiado informalmente –le dijo–. No sé lo formal que es tu suegra.


–Estás bien –la tranquilizó. De repente, recordó su cuerpo desnudo y los latidos del corazón parecieron acelerársele. Debía centrarse en la situación que le ocupaba en vez de pensar en ella y en las elecciones que ella pensara hacer en la vida–. Tu estilo de ropa no es lo importante aquí –le espetó.


Paula asintió y se dio la vuelta.


–Lo sé –replicó ella fríamente–. Simplemente no me gustaría ofender a nadie.


–No te creas que no te agradezco lo que estás haciendo –afirmó él en voz baja–. No tenías por qué venir.


–Aunque te aseguraste de que lo hacía poniéndole a mi jefe delante de la nariz la zanahoria de un gran contrato.


Al notar cómo le respondía, la miró y le observó atentamente el rostro. Entonces, el cuerpo de Paula pareció cobrar vida. Como si oliera esa reacción, Pedro sintió que parte de la tensión abandonaba su cuerpo y sonrió. Aquella vez, fue una sonrisa genuina y cálida.


–Siempre me ha gustado utilizar todas las herramientas que tenía a mano –murmuró él. Paula le dedicó una sonrisa.


Ella notó que él estaba de mejor humor. Decidió que lo único que podía hacer era disfrutar de aquella vuelta a la normalidad. Cuando había tensión entre ellos, se había sentido fatal. Decidió que tenía que recobrar la perspectiva y reconsiderar lo que significaba aquel viaje. Disfrutaría mientras estuvieran en Italia y, cuando regresaran al Reino Unido, retornaría a su vida de siempre. Ya había preparado los cimientos de una excusa plausible, que le permitiría retirarse con la dignidad y el orgullo intactos.


Sería el momento de dejar atrás lo vivido en aquellos últimos días.