sábado, 16 de julio de 2016

RENDICIÓN: CAPITULO 14





–Tal vez no esté buscando a alguien con quien casarme, pero eso no significa que no esté preparado para tener una conversación profunda con las mujeres. Me siento insultado por el hecho de que se me haya utilizado como una especie de conejillo de Indias.


–¿A qué te refieres?


Paula se sentía bien. La intranquilidad que se había apoderado de ella desde que reconoció lo mucho que Pedro le afectaba había pasado a un segundo plano con una explicación que tenía pleno sentido. Acostarse con él le había abierto los ojos a temores y dudas que llevaba albergando durante años. Se sentía que había enterrado una falta de seguridad en sí misma sobre su propia sexualidad bajo la fachada del éxito académico y, más tarde, del éxito en su profesión. Se había vestido de una manera que no hacía destacar su propia feminidad porque siempre había temido que careciera de lo necesario.


Sin embargo, tras acostarse con él, con un hombre que estaba muy por encima de ella en ese sentido, sentirse deseada por él, se había sentido orgullosa de su aspecto. No obstante, debía de tener muy claro que él era tan solo una prueba para ella. No debía dejarse llevar por una relación inexistente que no iba a llevarle a ninguna parte. Una relación que significaba mucho más para ella que para él.


Las pruebas proporcionaban conocimientos. Una vez que esos conocimientos se aprendían, resultaba más fácil seguir adelante. Y esas pruebas no tenían como resultado corazones rotos.


Respiró rápidamente.


–¿Y bien? –le preguntó–. ¿Qué has querido decir con eso?


Paula lo miró. Se había visto transportada a un mundo completamente diferente al suyo en compañía de un hombre que era muy diferente también a la clase de hombres a los que ella estaba acostumbrada y ciertamente a años luz del hombre por el que ella hubiera esperado sentirse atraída.


Sin embargo, el sentido común no era aplicable al poder de la atracción que él ejercía sobre ella. Si pensaba que no volvería a verlo, se sentía presa del pánico. ¿Qué significaba aquello?


–Lo que quiero decir es que me has utilizado –le espetó Pedro–. No me gusta que se me utilice y no me gusta que hables de volver a salir con hombres cuando nosotros aún seguimos siendo amantes. Espero que las mujeres con las que me acuesto solo tengan ojos para mí.


La arrogancia de aquella afirmación, que era tan típica de él, dibujó una sonrisa en los labios de Paula.


Cuando le dijo que, en circunstancias normales, jamás se habrían conocido, lo había dicho en serio. Si, por casualidades de la vida, se hubieran conocido, se habrían mirado el uno al otro sin interés alguno.


Ella habría visto a un hombre frío, arrogante y muy rico y Pedro habría visto a una mujer que no se parecía en nada a la clase de mujeres con las que él salía. Por lo tanto, habría sido invisible. Sin embargo, las circunstancias los habían reunido y les había dado la oportunidad única de conocerse el uno al otro.


De todas formas, Paula era lo suficientemente inteligente como para darse cuenta de que eso no cambiaba nada. Él jamás estaría interesado en una relación destinada a durar. 


Estaba marcado por su pasado y su principal objetivo era su hija y la resolución de la difícil situación en la que se encontraban. Podría haberse acostado con ella porque era tan diferente a lo que él estaba acostumbrado y porque ella estaba allí, dispuesta. Desgraciadamente, aunque él le había llegado muy hondo a ella y la había cambiado, Paula no había hecho lo mismo con él.


–Estás sonriendo… –dijo él.


–No quiero discutir contigo. ¿Quién vas a decir que soy al presentarme a tu familia cuando lleguemos a Italia?


–No lo he pensado. ¿Y dónde van a tener lugar todas esas citas que esperas disfrutar?


–¿Cómo dices?


–No puedes empezar conversaciones que no tienes intención de terminar. Venga, ¿dónde vas a conocer a don Perfecto? Deduzco que vas a sentar la cabeza cuando regresemos a Inglaterra. ¿O acaso piensas empezar a buscar candidatos adecuados cuando lleguemos a Italia?


–¿Te ha disgustado lo que he dicho?


–¿Por qué me iba a disgustar?


–No tengo ni idea –replicó ella tan descaradamente como pudo–. Los dos sabemos que lo que hay entre nosotros no va a durar. Y, por supuesto, no pienso buscar en Italia candidatos adecuados. No se me ha olvidado la razón por la que voy.


–Me alegro –repuso él bruscamente.


Desgraciadamente, el ambiente entre ambos había cambiado. Él abrió su ordenador portátil y empezó a trabajar. Paula, por su parte, captó la indirecta y sacó también su portátil para poder empezar a trabajar. No pudo concentrarse.


Decidió que lo que ella había dicho le había molestado y mucho. Quería que fuera suya, que le perteneciera por completo durante el tiempo que él considerara adecuado, hasta que se cansara de ella y decidiera que había llegado el momento de dejarla ir. El hecho de que ella hablara de salir con otros hombres debía de haber sido un duro golpe para su orgullo masculino. De ahí la reacción que había tenido. 


No estaba disgustado ni celoso.


Al cabo del rato, el avión comenzó a descender. Pronto aterrizaron en el aeropuerto de Liguria y todo desapareció, incluso la razón que los había llevado allí en primer lugar.


Un chófer los estaba esperando para llevarles a la casa que Pedro tenía en la península.


–En el pasado, venía aquí con mucha más frecuencia –musitó.


–¿Y qué ocurrió?


Era la primera vez que Paula visitaba Italia y le costó apartar la mirada de la ventana, desde la que podía contemplar verdes montañas cubiertas de hermosa y exuberante vegetación.


–La vida pareció hacerse demasiado real. Descubrí que Bianca tenía tan poco que ver con esta parte de Italia que evitaba estar aquí y, por supuesto, donde ella iba, mi hija la acompañaba. Se me quitó el interés durante un tiempo y, además, el trabajo me prohibió las largas vacaciones que este lugar merece.


–¿Y por qué no vendiste tu casa?


–No tenía razón urgente para hacerlo. Ahora, me alegro de no haberlo hecho. Dadas las circunstancias, podría haber resultado algo incómodo estar bajo el mismo techo con Claudia y Raquel. Había pensado no decirle nada a mi suegra sobre nuestra llegada, pero decidí quitarle el elemento sorpresa. De todos modos, le pedí que no le dijera nada a Raquel por razones evidentes.


–¿Y esas razones son?


–Podría escaparse.


–¿Y crees que podría hacerlo? ¿Y adónde podría irse?


–Supongo que conoce Italia mejor que yo. Tiene amigos en la zona sobre los que yo no sé nada. Por eso, me da miedo pensar que Claudia pudiera hacerse cargo de ella permanentemente.


Los dos quedaron en silencio. Cuando por fin llegaron a la casa de Pedro, el sol se estaba poniendo.


La casa estaba situada en lo alto de una colina, junto a un profundo barranco que terminaba en el mar. Cuando entraron, el ama de llaves les condujo a su dormitorio. Fue entonces cuando Pedro le informó de que tenía intención de ir a visitar a su suegra aquella tarde.


Él se acercó a la ventana para contemplar las vistas. Instantes después, se volvió para mirar a Paula. Con unos pantalones anchos y un pequeño chaleco de seda, tenía un aspecto espectacular. Le turbaba pensar que, a pesar del asunto tan importante que tenía entre manos, ella era capaz de distraerlo hasta el punto en el que lo único en lo que era capaz de pensar era en lo que haría ella cuando regresara a Londres y comenzara con sus citas.


Jamás hubiera dicho que su ego nunca pudiera sufrir daño alguno, pero se le ponían los pelos de punta al pensar en que otro hombre podría tocarla. ¿Desde cuándo era él posesivo e incluso celoso?


–Así Raquel tendrá tiempo de consultarlo con la almohada y podrá poner las cosas en perspectiva para hacerse a la idea de que tiene que regresar con nosotros.


–Lo dices como si fuéramos a regresar mañana mismo –comentó ella. Estaba junto a la cama. Sentía el cambio en su estado de ánimo y se preguntó si sería por la preocupación que tenía como padre. Quería extender la mano y reconfortarlo, pero sabía que eso era lo último que él quería. 


Creía que él había dicho que estarían en el país italiano al menos una semana. Se preguntó a qué venían las prisas por marcharse tan rápidamente. Tal vez creía de verdad que lo había estado utilizando y quería librarse de ella lo antes posible.


No obstante, el orgullo le impidió pedirle las explicaciones pertinentes.


–No es que importe cuando nos vayamos –se apresuró a añadir–. ¿Tengo tiempo de darme una ducha?


–Por supuesto. Tengo que ponerme al día con algunos asuntos de trabajo y puedo hacerlo mientras tú te duchas. Te esperaré abajo en el salón. Al contrario de mi casa de Londres, en esta podrás encontrarlo todo sin la ayuda de un mapa.


Pedro le dedicó una sonrisa y ella se la devolvió. Entonces, murmuró algo adecuado, pero se sintió muy triste al darse cuenta de que tenía un nudo en la garganta.


El sexo entre ellos era tan apasionado que había esperado que él le dedicara una pícara sonrisa, que se hubiera metido con ella en la ducha y que se hubiera olvidado de cuál era la razón por la que habían ido hasta allí, al menos durante un tiempo.


En vez de eso, desapareció por la puerta sin mirar atrás. 


Paula se tuvo que tragar su desilusión.


Cuando se duchó, se puso unos vaqueros y una camiseta. 


Lo encontró esperándola en el salón, caminando de arriba abajo mientras agitaba las llaves del coche en la mano. El chófer se había marchado después de dejarlos en la casa, por lo que ella se preguntó cómo iban a llegar a la villa de Claudia. No tardó en descubrir que había un pequeño todoterreno esperándolos en el garaje lateral de la casa.


Tenía todos los papeles en una mochila que se había colgado del hombro.


–Espero no ir vestida demasiado informalmente –le dijo–. No sé lo formal que es tu suegra.


–Estás bien –la tranquilizó. De repente, recordó su cuerpo desnudo y los latidos del corazón parecieron acelerársele. Debía centrarse en la situación que le ocupaba en vez de pensar en ella y en las elecciones que ella pensara hacer en la vida–. Tu estilo de ropa no es lo importante aquí –le espetó.


Paula asintió y se dio la vuelta.


–Lo sé –replicó ella fríamente–. Simplemente no me gustaría ofender a nadie.


–No te creas que no te agradezco lo que estás haciendo –afirmó él en voz baja–. No tenías por qué venir.


–Aunque te aseguraste de que lo hacía poniéndole a mi jefe delante de la nariz la zanahoria de un gran contrato.


Al notar cómo le respondía, la miró y le observó atentamente el rostro. Entonces, el cuerpo de Paula pareció cobrar vida. Como si oliera esa reacción, Pedro sintió que parte de la tensión abandonaba su cuerpo y sonrió. Aquella vez, fue una sonrisa genuina y cálida.


–Siempre me ha gustado utilizar todas las herramientas que tenía a mano –murmuró él. Paula le dedicó una sonrisa.


Ella notó que él estaba de mejor humor. Decidió que lo único que podía hacer era disfrutar de aquella vuelta a la normalidad. Cuando había tensión entre ellos, se había sentido fatal. Decidió que tenía que recobrar la perspectiva y reconsiderar lo que significaba aquel viaje. Disfrutaría mientras estuvieran en Italia y, cuando regresaran al Reino Unido, retornaría a su vida de siempre. Ya había preparado los cimientos de una excusa plausible, que le permitiría retirarse con la dignidad y el orgullo intactos.


Sería el momento de dejar atrás lo vivido en aquellos últimos días.







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