domingo, 17 de julio de 2016

RENDICIÓN: CAPITULO 16






Paula los dejó a sola tras explicar brevemente la información que tenía. Era la triste historia de una adolescente solitaria, que odia su internado y que se había empezado a relacionar con los amigos equivocados o, más bien, con el amigo equivocado. Uniendo trozos de papel y correos sueltos, Paula averiguó que se había fumado un par de porros y que, sabiendo que la expulsarían también de aquel colegio, se convirtió en cautiva de un muchacho de dieciséis años con una seria adicción a las drogas.


Debería ser Pedro quien entrara en detalles. Mientras lo hacía, y sin saber qué hacer con su tiempo, salió al exterior y trató de ordenar sus pensamientos.


¿Qué iba a hacer a partir de ese momento? Siempre había tenido el control de su vida. Siempre se había sentido orgullosa del hecho de que sabía adónde se dirigía su vida. 


Jamás se había parado a pensar que algo tan alocado como enamorarse pudiera trastocar sus planes porque siempre había dado por sentado que se enamoraría de alguien que encajara en su vida sin causar demasiado jaleo. Cuando le dijo a Pedro que la clase de hombre que se imaginaba para ella sería alguien muy parecido a sí misma, no había estado mintiendo.


¿Cómo iba ella a imaginar que la persona equivocada se cruzaría en su camino y transformaría todo en un caos?
¿Qué iba a hacer?


Seguía pensando cuando sintió, antes que vio, a Pedro a sus espaldas. Se dio la vuelta. Incluso en la oscuridad, tenía el porte de un hombre que llevaba el peso del mundo sobre los hombros. Instintivamente se acercó a él y le rodeó la cintura con los brazos.


Pedro se sintió como si pudiera estar abrazado a ella para siempre. Abrumado por la intensidad de aquel sentimiento, la estrechó con más fuerza entre sus brazos y le cubrió la boca con la suya. Cuando él le deslizó la mano por debajo de la camiseta, Paula dio un paso atrás.


–¿Lo único en lo que piensas siempre es en el sexo? –le espetó.


Ella misma respondió la pregunta y sabía que la contestación sería la sentencia de muerte para cualquier clase de relación que ellos pudieran tener. Pedro quería sexo, pero ella quería algo más. Era tan sencillo como eso. 


Nunca antes había sido tan profundo el abismo que los separaba. Era básicamente la distancia entre una persona que buscaba el amor y otra que solo quería sexo.


–¿Cómo está Raquel? –le preguntó asegurándose de mantener la distancia entre ellos.


–Muy nerviosa.


–¿Es eso lo único que tienes que decir? ¿Que está muy nerviosa?


–¿Estás tratando deliberadamente de provocarme para que tengamos una discusión? Porque, francamente, no estoy de humor para aliviar la tensión, sea cual sea, que haya provocado sin intención alguna –bramó.


–Y a mí me sorprende que hayas podido hablar con tu hija, tener esta incómoda conversación y, aun así, tener tan poco que decir sobre el tema.


–No me había dado cuenta de que mi deber era informarte a ti.


–Te has equivocado en tu elección de palabras.


Se sintió profundamente rechazada. Las cosas entre ellos irían bien mientras pudiera separar el sexo del amor, algo que le resultaba imposible hacer en aquellos momentos. Se mesó el cabello con los dedos y apartó la mirada de él, hacia el oscuro mar que se adivinaba al otro lado del precipicio.


Vio claramente cómo iban a ser las cosas a partir de aquel momento. Hacer el amor se convertiría en una experiencia agridulce. Se convertiría en la amante temporal y se preguntaría constantemente cuándo llegaría el final. 


Sospechó que sería poco después de que regresaran a Inglaterra. La refrescante novedad que ella había supuesto en su vida se apagaría y él empezaría a desear de nuevo la compañía de mujeres objeto que habían sido sus amantes hasta entonces.


–¿Te parecería bien que yo fuera a hablar con ella? –le preguntó Paula. Pedro la miró sorprendido.


–¿Y qué esperas conseguir?


–Hablar con otra persona que no seas tú podría ayudarla.


–¿Aunque te considera la que ha cometido el delito de registrar su habitación? Debería haberle dicho que yo te lo pedí.


–¿Por qué? Supongo que ya tenías bastante de lo que ocuparte y, además, yo me marcharé y jamás os volveré a ver. Si me echa la culpa a mí, no me importa.


Pedro endureció el rostro, pero no hizo comentario alguno.


–Sigue en el comedor –dijo–. Al menos, allí fue donde la dejé. Claudia debe de haberse marchado a la cama y, francamente, no la culpo. Por la mañana, le diré que mi hija está de acuerdo en que lo mejor es regresar a Inglaterra conmigo.


–¿Y el internado?


–Eso aún hay que hablarlo, pero creo que puedo decir con toda seguridad que no va a volver.


–Me alegro. No tardaré mucho –prometió ella. Entonces, se dio la vuelta.


A pesar de que la presencia de Pedro la atraía como si fuera un imán, se dirigió hacia el comedor, sin imaginarse lo que se encontraría allí.


Casi había esperado que Raquel se hubiera marchado a otra parte de la casa, pero la muchacha seguía sentada en el mismo sillón, mirando por la ventana con gesto ausente.


–Pensé que estaría bien que charláramos un rato –le dijo ella. Se acercó a ella con cautela y arrimó una silla para sentarse a su lado.


–¿Para qué? ¿Has decidido que quieres disculparte por registrar mis cosas cuando no tenías derecho alguno para hacerlo?


–No.


Raquel la miró con gesto hosco. Entonces, apagó su teléfono móvil y lo dejó encima de la mesa.


–Tu padre ha estado muy preocupado.


–Me sorprende que haya podido tomarse tiempo libre para preocuparse –musitó Raquel mientras se cruzaba de brazos y miraba a Paula con evidente antagonismo–. Todo esto es culpa tuya.


–En realidad, no tiene nada que ver conmigo. Yo solo estoy aquí por tu culpa y tú te encuentras en esta situación por lo que hiciste.


–No tengo por qué estar aquí sentada escuchando cómo una empleada de mi padre me sermonea –le espetó. Sin embargo, no se levantó de la silla.


–Y yo tampoco tengo por qué estar sentada aquí, pero quiero hacerlo porque crecí sin madre y sé que no te ha resultado fácil.


–Venga ya… –repuso Raquel con desdén.


–En especial –perseveró Paula–, porque Pedro, tu padre, no es la persona más fácil de llevar del mundo en lo que se refiere a conversaciones sensibles.


–¿Pedro? ¿Desde cuándo llamas a mi padre por su nombre de pila?


–No hay nada que él desee más que tener una relación normal contigo, ¿sabes? –prosiguió Paula.


–¿Y por eso jamás se molestó en ponerse en contacto conmigo cuando yo era una niña?


Paula sintió que se le hacía un nudo en el corazón.


–¿De verdad crees eso?


–Eso fue lo que me dijo mi madre.


–Creo que descubrirás que tu padre hizo todo lo que pudo para mantener el contacto, para visitarte… Bueno, sobre eso tendrás que hablar con él.


–No pienso volver a hablar con él.


–¿Por qué no te sinceraste con tu padre o incluso con uno de los profesores, cuando ese muchacho comenzó a amenazarte?


Paula había encontrado un par de notas gracias a las que comprendió rápidamente la talla moral de un muchacho que no tuvo reparos a la hora de extorsionar todo el dinero que pudo a Raquel, amenazándola con el hecho de que tenía pruebas del único porro que ella se había fumado con él. 


Cuando a Raquel se le empezó a acabar el dinero, decidió acudir directamente a la gallina que ponía los huevos de oro. 


Si no pagaba, acudiría a la prensa y le diría que uno de los principales magnates del mundo empresarial tenía una hija drogadicta.


–Debiste de tener mucho miedo –añadió Paula.


–Eso no es asunto tuyo.


–Bueno, sea como sea, tu padre lo va a solucionar todo y hará que el problema desaparezca. Deberías darle una oportunidad.


–¿Y a ti qué te importa?


Paula se sonrojó.


–Ah, vaya… –comentó la muchacha con una ligera carcajada–. Bueno, no voy a darle una oportunidad a nadie. No me importa si él soluciona ese asunto o no. Me dejó tirada y yo tuve que ir de acá para allá con mi madre y todos sus novios.


–¿Sabías que tu madre… bueno…? Eso no es asunto mío –dijo Paula poniéndose de pie–. Deberías darle una oportunidad a tu padre y, al menos, escuchar lo que te tiene que decir. Trató por todos los medios de mantener el contacto contigo, pero bueno, deberías dejarle que te explicara lo que pasó. Y también te deberías ir a dormir.


Con eso, salió del comedor y cerró la puerta silenciosamente a sus espaldas. Se dio cuenta de que le haría falta más de una conversación con Raquel para romper todas sus barreras, pero se había enterado de un par de cosas. Aparte de que todo el tema de los correos hubiera salido a la luz, lo que evidentemente debía de ser un gran alivio para Raquel, resultaba evidente que la muchacha no sabía lo mucho que su padre se había esforzado para tratar de mantener el contacto con ella.


Pedro, por su parte, no sabía que su hija era consciente del temperamento alocado y promiscuo de Bianca.


Si se unían esos dos datos y se juntaba todo con el hecho de que Raquel hubiera hecho un libro con recortes y fotografías de su padre, parecía más evidente que una conversación sincera entre padre e hija serviría de mucho para abrir la puerta a una relación más fraternal.


Además, si Raquel dejaba de asistir al internado y comenzaba a acudir a un colegio normal de Londres, los dos tendrían la oportunidad de empezar a construir el futuro y poder dejar el pasado atrás.


Salió al jardín y encontró a Pedro en el mismo sitio. 


Rápidamente, le contó todo lo que había averiguado sobre su hija.


–Ella cree que la abandonaste y le dolió mucho. Eso podría explicar por qué se ha portado de un modo tan rebelde, pero es joven. Tienes que tomar las riendas y bajar tus defensas para poder conectar con ella.


Pedro asintió lentamente y le dijo lo que tenía intención de hacer para solucionar el asunto de Jack Perkins. Ya se había puesto en contacto con alguien en el que podía confiar para que le proporcionara información sobre el muchacho. Tenía todo lo suficiente para hacerles una visita a sus padres y asegurarse de que todo se resolvía rápida y eficazmente y que él nunca volviera a acercarse a su hija.


–Cuando haya terminado –le prometió Pedro con voz de acero–. Ese chico se lo pensará dos veces antes de volver a acercarse a un café para conectarse a Internet y mucho menos amenazar a alguien.


Paula lo creyó y no dudó que la vida delictiva de Jack Perkins estuviera a punto de terminar. Su familia tenía una buena posición en sociedad. No solo se quedarían horrorizados de lo que había hecho su hijo y de los problemas que tenía con las drogas, sino que su padre conocería el poder de Pedro en toda su extensión. Si seguía molestando a su hija, sin duda las repercusiones serían aún mayores.


–Cuando se me ataca –dijo él con voz suave–, prefiero utilizar mis propios puños que confiar en los de mis guardaespaldas.


Todo parecía estar bien atado. Paula no dudaba que padre e hija terminarían encontrando el camino para volver a convertirse en la familia que se merecían ser.


Eso le dejaba solo a ella… la espectadora que ya había cumplido su objetivo. Parecía que el momento de que se separara de Pedro estaba a punto de llegar.


Realizaron en absoluto silencio el trayecto de vuelta a la casa de Pedro. Él pensaba regresar a la casa de su suegra a la mañana siguiente para volver a hablar con su hija. No le anticipó a Paula de qué iba a hablar con Raquel, pero ella se imaginó que intentaría empezar a construir una relación entre ellos.







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