sábado, 16 de julio de 2016

RENDICIÓN: CAPITULO 13





Después de aquella noche, todo pareció ocurrir a la velocidad de la luz. Por supuesto, no tuvieron que esperar a encontrar un vuelo barato o a navegar por la red para buscar un lugar en el que alojarse. Ninguno de los habituales inconvenientes para el resto de los mortales puso en peligro la repentina decisión de Pedro de llevarse a Paula a Italia.


Dos días después, los dos se montaban en un avión con destino a Italia.


Iba a ser una visita sorpresa. Armados con la información de la que disponían, iban a conseguir que Raquel les contara todo. Pondrían las cartas sobre la mesa y, entonces, cuando regresaran al Reino Unido, Pedro se ocuparía de la otra parte de la ecuación. Le haría una visita informal a su remitente y se aseguraría de que los dos alcanzaran un final feliz en el que el dinero no cambiara de manos.


En privado, Paula se había preguntado de qué modo se acercaría a su hija. ¿Lo haría con dureza? La relación con Raquel era prácticamente inexistente y Paula se preguntó cómo tenía la intención de mejorarla si se disponía a solucionar las cosas con la misma delicadeza que un elefante en una cacharrería.


Esa era una de las razones por las que había accedido a acompañarle a Italia.


Sin decirlo explícitamente, sabía que Pedro buscaba en ella una especie de apoyo moral invisible. No obstante, él le había dicho bastante claramente que la necesitaba principalmente para explicar los tecnicismos de lo que había descubierto, si la situación terminaba por requerirlo.


–Llevas media hora sin decir nada –le dijo Pedro mientras entraban en la primera clase del avión–. ¿Por qué?


–Estaba pensando en lo rápidas que han ido las cosas –respondió mientras les indicaban su asiento, que era tan grande como un sillón, y les ofrecían una copa de champán, que ella rechazó–. Vine a hacer un trabajo para ti, pensando que entraría y saldría de tu casa en cuestión de pocas horas y, aquí estoy, días más tarde, embarcando en un avión con destino a Italia.


–Lo sé… La vida está llena de aventuras y de sorpresas. Confieso que a mí mismo me sorprende el modo en el que se han desarrollado las cosas. Sorprendido, pero con agrado.


–Porque has conseguido lo que querías –se quedó Paula.


Ella estaba tan acostumbrada a su independencia que no podía sentirse algo molesta por el modo en el que él la había convencido para que hiciera exactamente lo que él quería. A pesar de todo, lo ocurrido en los últimos días había sido lo más excitante de su vida.


–Yo no te he obligado a nada –afirmó Pedro.


–Fuiste a mi trabajo y hablaste con mi jefe.


–Solo quería señalar el mundo de oportunidades que tenía a sus pies si te dejaba marcharte conmigo a Italia durante una semana.


–No quiero ni pensar lo que estarán diciendo los chismosos de mi empresa sobre esta situación…


–¿Acaso te importa lo que piense la gente?


–¡Por supuesto que sí! –exclamó ella.


Se sonrojó porque, a pesar de su cacareada independencia, seguía teniendo la necesidad básica de sentirse querida y aceptada. No se le daba muy bien mostrar esa faceta suya. De hecho, se sentía muy incómoda con el hecho de que, como Pedro, le hubiera mostrado más de sí misma de lo que quería.


Pedro no lo sabía, pero, al contrario de lo que se podía esperar, se había permitido entrar en un territorio desconocido para ella y tener una experiencia completamente nueva con un hombre, a pesar de que sabía que él no era el más adecuado para ella.


–Relájate y disfruta del viaje –le aconsejó él.


–No voy a disfrutar nada teniendo que mostrarle a tu hija toda la información que he conseguido descubrir. Ella se va a dar cuenta de que he estado registrando sus cosas.


–Si Raquel hubiera querido mantener su vida en privado, debería haber destruido todas las pruebas. El hecho es que sigue siendo una niña y no tiene voto alguno en lo que se refiere a que nosotros hagamos lo necesario para protegerla.


–Tal vez ella no lo vea de ese modo.


–En ese caso, tendrá que hacer un gran esfuerzo.


Paula suspiró y se reclinó en el asiento con los ojos cerrados. En realidad, lo que Pedro hiciera con su hija no era asunto suyo. Había colaborado en sacarlo todo a la luz, pero la solución y las repercusiones no eran asunto suyo.


 Ella regresaría pronto a la bendita seguridad de su mundo. 


La historia de Pedro y su hija sería, en lo sucesivo, un misterio para ella. Por lo tanto, no debía sentir remordimiento alguno.


No obstante, tuvo que morderse la lengua para no decirle a él lo que pensaba, aunque sabía que él tenía todo el derecho del mundo a obviar los consejos que ella pudiera ofrecerle sobre la peculiaridad de su relación, si lo que existía entre ellos se podía considerar una relación. Ella era su amante, una mujer que seguramente sabía demasiado de su vida. Le había pagado para que investigara un problema personal, pero, aunque se acostaban juntos, no tenía derecho a tener opinión alguna sobre ese problema.


En una relación normal, ella se habría sentido libre de decir lo que pensaba, pero aquella no era una relación normal para ninguno de ellos. Ella había sacrificado sus principios por el sexo y seguía sin comprender por qué. Tampoco entendía por qué no tenía remordimiento alguno.


De hecho, cuando él la miraba del modo en el que la estaba mirando en aquellos momentos, sentía la embriagadora necesidad de verse poseída por él.


Por suerte, Pedro no podía leer sus pensamientos. Por lo que a él se refería, ella era una mujer preocupada por su profesión, con tan pocos deseos de mantener una relación a largo plazo como él. Los dos se habían sentido atraídos por una combinación de proximidad y novedad.


–No haces más que pensar en algo. ¿Por qué no lo sueltas y te lo quitas de en medio?


–¿Quitarme el qué de en medio?


–El modo en el que estés en desacuerdo conmigo sobre la forma en la que tengo intención de manejar esta situación.


–No te gusta que yo te diga lo que pienso –replicó ella.


–No, pero tampoco me gusta cuando te veo pensando y no dices nada. Me viene a la cabeza la expresión de «entre la espada y la pared».


–Está bien. Simplemente no creo que debas enfrentarte a Raquel y preguntarle qué demonios es lo que está pasando.


El avión estaba preparándose para el despegue. Paula quedó en silencio un rato mientras daban las instrucciones de seguridad. En cuanto estuvieron en el aire, ella volvió a mirar a Pedro con preocupación.


–Resulta difícil saber cómo obtener respuestas si no las exiges –comentó él.


–Conocemos la situación.


–Y yo quiero saber cómo ha llegado al punto en el que está ahora. Una cosa es saber el resultado, pero no tengo intención de permitir que la historia se repita.


–Tal vez te vendría bien probar un poco de compasión.


Pedro lanzó un bufido.


–Tú misma has dicho que es una niña –le recordó ella suavemente.


–Me podrías librar del horror de estropear las cosas irremediablemente hablando tú con Raquel –dijo él.


–No es mi hija.


–En ese caso, permíteme que resuelva esto a mi manera –replicó él, aunque sabía que ella tenía razón. No había manera de hacerle con tacto las preguntas que debía preguntarle. Si su hija no sentía mucha simpatía por él en aquellos momentos, menos la iba a tener cuando terminara de hablar con ella.


Por supuesto, las fotos y los recortes que tenía de él indicaba, como Paula le había dicho, que no era completamente indiferente al hecho de que él era su padre. 


Sin embargo, ¿sería eso suficiente para sacarles de aquella crisis? No era probable, sobre todo cuando Raquel supiera que él lo había descubierto cuando estaba investigándola.


–Lo haré –dijo ella de repente. Pedro la miró completamente asombrado–. Lo haré. Hablaré con Raquel si quieres –añadió con un suspiro.


–¿Y por qué?


¿Por qué? Porque no podía soportar verlo con la expresión que tenía en el rostro en aquellos momentos, con la derrota reflejada en sus hermosos rasgos. ¿Por qué le importaba? No trató de responder esa pregunta.


–Porque yo estoy fuera de todo este lío. Si ella dirige toda su ira contra mí, cuando te llegue a ti el turno, se le habrá pasado ya un poco.


–¿Y qué posibilidades hay de que…?


–No muchas, pero merece la pena intentarlo, ¿no te parece? Además, se me da bien ejercer de mediadora. Practiqué mucho en mi infancia. Cuando hay seis hermanos en una familia y un padre que no para de trabajar, siempre hay alguna oportunidad de practicar la habilidad de saber mediar.


Sin embargo, no había tenido oportunidad de practicar lo de ser una chica. Por eso era de ese modo en la actualidad: dubitativa en las relaciones, insegura a pesar de que tenía todo lo necesario para hacer que cualquier relación durara. 


Solo Pedro había conseguido cambiar aquella manera de ser, el hecho de que siempre hiciera todo lo posible para mantener los hombres a raya.


Él era muy diferente a todos los hombres por lo que se había sentido atraída, tanto que había resultado fácil señalar su propia falta de seguridad en sí misma. Era una mujer inteligente, de carrera, con una vida brillante delante de ella, pero el hermoso rostro de Pedro había reducido todos esos logros a escombros.


Paula lo miró y regresó a los años de su adolescencia, cuando simplemente no sabía cómo dirigirse a un chico. 


Para ella, Pedro Alfonso no era la elección evidente en lo que se refería a un hombre con el que acostarse, pero lo había hecho y se alegraba de ello. Había roto la barrera de cristal que se interponía entre ella y el sexo opuesto. 


Resultaba extraño, pero él le había dado la seguridad que ni siquiera había sabido que necesitaba.


–Las habilidades de saber mediar son muy importantes en la adolescencia.


–No lo sé, pero tuve oportunidades de utilizarlas –susurró ella. Se reclinó hacia atrás y cerró los ojos–. Mi madre murió cuando yo era muy joven. Casi no la recuerdo. Mi padre, por supuesto, siempre me hablaba de ella, de cómo era y de ese tipo de cosas y, por supuesto, en mi casa había fotos de ella por todas partes. Sin embargo, la verdad es que no tengo recuerdos suyos. No recuerdo haber hecho nada con ella. No sé si entiendes lo que te digo…


Pedro asintió. Nunca había creído que él pudiera ser la clase de hombre que tuviera capacidad para escuchar a las mujeres, pero, con Paula, se sentía completamente atraído a todo lo que ella decía.


–Jamás pensé que echara de menos no tener madre. En realidad, jamás supe lo que se sentía al no tener una y mi padre siempre se portó muy bien conmigo. Sin embargo, veo ahora que crecer en una familia compuesta casi exclusivamente por hombres podría haberme dado seguridad en el sexo opuesto, pero solo en lo que se refiere a cosas como el trabajo y el estudio. Se me animaba a ser tan buena como ellos y creo que lo conseguí. Sin embargo, no se me enseñó a… Bueno…


–¿A maquillarte y a comprar ropa de chica?


–Parece una tontería, pero creo que a las chicas hay que enseñarles ese tipo de cosas. Me doy cuenta de que resulta muy fácil tener mucha confianza en un área, pero ninguna en otra –comentó ella sacudiendo tristemente la cabeza–. En lo que se refiere a la atracción y a la sexualidad, jamás tuve mucha confianza en mí misma.


–¿Y ahora?


–Me parece que sí, por lo que supongo que debería darte las gracias.


–¿Darme las gracias? ¿Por qué?


–Por animarme a sacar los pies del tiesto –contestó Paula con esa franqueza que a él le resultaba tan atractiva.


Pedro se sintió momentáneamente distraído del sufrimiento que le esperaba en Italia. No tenía ni idea de adónde quería ir Paula a parar con todo aquello, pero le daba la sensación de que la conversación se dirigía por un camino que él prefería no explorar.


–Encantado de poder ayudar –dijo él–. Espero que hayas metido ropa ligera en la maleta. El calor de Italia es bastante diferente del de Inglaterra.


–Si no hubiera aceptado este trabajo, no habría habido posibilidad alguna de que te hubiera conocido.


–Eso es cierto.


–No solo no nos movemos en los mismos círculos, sino que tampoco tenemos intereses en común.


Pedro se sintió vagamente indignado ante lo que le parecía un insulto camuflado. ¿Estaba comparándolo con la media naranja que aún no había conocido, con el hombre sensible y cariñoso y de vena artística?


–Si nos hubiéramos conocido en algún evento o algo así, yo jamás habría tenido la seguridad suficiente para hablar contigo –añadió ella.


–No sé adónde quieres llegar con esto.


–Lo que te digo es esto, Pedro. Me siento como si hubiera dado pasos muy grandes a la hora de ganar confianza en mí misma en ciertas cosas y eso, en cierto modo, es gracias a ti. Creo que, cuando regrese al Reino Unido y vuelva a tener citas, podría ser una persona completamente diferente.


Pedro no podía creerse lo que estaba escuchando. No tenía ni idea de cómo habían empezado a hablar de aquel tema y le enfurecía que ella pudiera estar diciéndole a él, a su amante, lo que iba a ocurrir cuando volviera a salir con hombres.


–A salir con hombres.


–¿Se está volviendo esta conversación demasiado profunda para ti? –le preguntó ella con una sonrisa–. Sé que no te gusta meterte en profundidad en lo que se refiere a las mujeres y a las conversaciones.


–¿Y cómo lo sabes?


–Bueno, ya me has dicho que no te gusta animarlas a que se pongan a prepararte algo de comer por si piensan que ya tienen un pie en la puerta. Por lo tanto, me imagino que las conversaciones profundas figuran también la lista de temas prohibidos.


Era cierto. Jamás le habían gustado las conversaciones cuyo tema eran los sentimientos porque, por experiencia, siempre terminaban en el mismo lugar: invitaciones para conocer a los padres, preguntas sobre el compromiso y sobre el futuro de una relación.


De hecho, en el momento en el que esa clase de conversación comenzaba, solía sentir una urgente necesidad de terminar con la relación. Se había visto obligado a casarse y se había jurado que jamás se vería obligado por nadie a cometer otro error similar, por muy tentadora que resultara la mujer en cuestión.




RENDICIÓN: CAPITULO 12





Paula casi no podía soportar aquella pausa. Se sentía viva de un modo en el que jamás había estado antes y eso la aterrorizaba. Sus relaciones con el sexo opuesto siempre se habían visto marcadas por un cierto sentimiento de defensa que surgía de sus propias inseguridades.


Como se había criado en una familia en la que no había mujeres, había desarrollado unas extraordinarias habilidades en lo que se refería a mantenerse firme con el sexo opuesto. 


Sus hermanos la habían convertido en una mujer dura y le habían enseñado el valor de la competición y los beneficios de no verse jamás acobardada por un hombre, de saber que podía mantener su terreno.


Sin embargo, nadie había podido ayudarla durante los años de la adolescencia, cuando se marcaban más claramente las distinciones entre niños y niñas. Ella había observado desde la banda y había decidido que el lápiz de labios y el rímel no eran para ella y que el deporte era mucho más divertido. Lo importante no era el aspecto, sino lo que había en el interior de las personas, y lo que había en el interior de ella, su inteligencia, su sentido del humor, su capacidad para la compasión, no necesitaba verse camuflado con maquillaje o ropas seductoras.


Los únicos hombres por lo que se había sentido atraída eran los que habían visto en ella quién era realmente, los que no se volvían cada vez que una rubia con minifalda pasaba a su lado.


Entonces, ¿qué estaba haciendo con Pedro Alfonso?


Suspiró y cerró los ojos al sentir que él volvía a colocarse sobre ella, entre sus piernas. Cuando él la penetró, profunda y potentemente, se sintió transportada a otro planeta. Juntos, comenzaron a construir un ritmo que hizo que ella se olvidara de todo.


Entre gritos de placer, no tardó en empezar a experimentar una ola de intenso placer. Sintió que todo su ser se echaba a temblar y se arqueó hacia él fundiéndose los dos cuerpos perfectamente.


Aquel instante pareció durar una eternidad. Solo volvió a tomar tierra cuando él se apartó de ella y lanzó una maldición.


–El preservativo se ha roto.


Paula despertó de repente de la agradable nube en la que se encontraba. De repente, los pensamientos de duda volvieron a adueñarse de ella con doble intensidad.


¿Qué diablos había hecho? ¿Cómo se podía haber permitido terminar en la cama con aquel hombre? ¿Acaso había perdido la cabeza? Aquella situación no llevaba a ninguna parte. Ella era Paula Chaves, una mujer práctica e inteligente que tendría que haberse dado cuenta de que no podía acostarse con un hombre que, en circunstancias normales, ni siquiera se habría fijado en ella.


En todos los niveles, él era la clase de hombre al que jamás se habría acercado, de igual modo que ella era la clase de mujer en la que él nunca se habría fijado. Literalmente, habría sido invisible para él porque ella no era su tipo.


El destino los había reunido y había surgido una atracción entre ellos. Sin embargo ella sabía que sería una completa estúpida si no reconociera que esa atracción se basaba exclusivamente en la novedad.


–¿Cómo diablos ha podido ocurrir algo así? –decía Pedro con la voz llena de ira–. Esto es lo último que necesito en estos momentos.


Paula comprendía su reacción. Se había casado engañado con una mujer que se quedó embarazada de él y, desde entonces, su vida entera había quedado marcada por ese hecho. Por supuesto, no quería volver a repetir la situación.


Sin embargo, le dolió escuchar la ira que había en su voz.


–No pasa nada –dijo ella secamente. Se sentó y observó cómo él se incorporaba como movido por un resorte y comenzaba a buscar sus calzoncillos tras haberse quitado el preservativo.


–¿Y cómo puedes estar tan segura?


–No es el momento adecuado del mes para que eso ocurra –respondió ella. Sin que Pedro la viera, cruzó los dedos y trató de calcular cuándo había tenido su último periodo–. Puedes estar tranquilo, además, de que no quiero quedarme embarazada. Tal y como parece, esto ha sido una mala idea.


Tras sacar una camiseta limpia de uno de los cajones, Pedro regresó a la cama. Ya no podía hacer nada sobre lo ocurrido con el preservativo. Solo podía esperar que ella estuviera en lo cierto.


No obstante, le dolió que ella pudiera decir que hacer el amor con él había sido una mala idea. En cierto modo, se sentía dolido.


–¿Sabes qué? Esto. Nosotros. Haber terminado juntos en una cama. No debería haber ocurrido.


–¿Por qué no? Nos sentimos atraídos el uno por el otro. ¿Cómo puede haber sido una mala idea? Además, me estaba dando la sensación de que estabas disfrutando con la experiencia –comentó él mientras la mirada fijamente. Sin poder evitarlo, Paula sintió que su libido volvía a despertarse.


–No se trata de eso –replicó ella mientras se levantaba de la cama, a pesar de ser muy consciente de su desnudez. 


Apretó los dientes para no agarrar la colcha de la cama para cubrirse.


–Dios, eres tan hermosa…


Paula se sonrojó y apartó la mirada. Se negaba a creer que él hablara en serio. La novedad era algo hermoso al principio, pero se convertía en algo aburrido muy rápidamente.


–¿Y bien? –le preguntó mientras le agarraba la muñeca. 


Entonces, le agarró el rostro para que a ella no le quedara más remedio que mirarlo.


–¿Y bien qué?


–Bueno, que nos volvamos a la cama…


–¿Acaso no has escuchado ni una sola palabra de lo que he dicho?


–Todas y cada una de ellas –susurró él mientras la besaba delicadamente en la comisura de la boca y luego muy suavemente en los labios.


En un abrir y cerrar de ojos y, muy a su pesar, Paula sintió que su determinación comenzaba a fallar.


–Tú no eres mi tipo –mintió. Se negaba a ceder.


–¿Porque soy un hombre de las cavernas?


–¡Sí! –protestó ella cuando Pedro volvió a tomarla en brazos y volvió a dirigirse con ella a cama.


–Entonces, ¿qué es lo que buscas en un hombre? –murmuró Pedro.


En aquella ocasión, él los tapó a ambos con la colcha. 


Estaba ya muy oscuro fuera. Incluso con las cortinas abiertas, la noche se había convertido en terciopelo negro. 


La habitación quedaba iluminada tan solo por una luna oriental que atravesaba la oscuridad e iluminaba débilmente la habitación.


Sabía que ella no quería, pero tenía que convencerla para que cambiara de opinión. La deseaba más de lo que hubiera deseado nunca antes a cualquier mujer.


–No busco a alguien como tú, Pedro –susurró Paula. 


Entonces, le apretó las manos contra el torso y sintió los suaves latidos de su corazón.


–¿Por qué? ¿Por qué no a alguien como yo?


–Porque… porque tú no eres la clase de hombre con el que me imaginé nunca teniendo una relación. Eso es todo.


–No estamos hablando de matrimonio, Paula. Estamos hablando de disfrutar –afirmó él. Se incorporó un poco para apoyarse sobre un codo–. No estoy buscando compromiso más de lo que, probablemente, lo estás buscando tú.  Además, todavía no me has explicado cómo es el hombre que, según tú, es «tu tipo».


Pedro sabía que, a pesar de que ella clamara que todo aquello era un error, Paula lo deseaba tanto como él a ella. Sabía que si le metía un dedo, encontraría prueba evidente de su estado de excitación. Podría poseerla allí mismo si quisiera, a pesar de lo que ella decía. Sin embargo, el comentario le había dolido.


–Te has ofendido, ¿verdad? –le preguntó Paula. Pedro se apresuró a negarlo.


Paula se arrepintió de haberle hecho aquella pregunta. ¡Por supuesto que no se había ofendido! Para sentirse ofendido, tendría que sentir algo por ella y ese no era el caso, tal y como le había dejado él perfectamente claro.


–¡Qué alivio! –exclamó ella–. ¿Mi tipo? Supongo que los hombres considerados, cariñosos, sensibles… alguien que cree en las mismas cosas que yo. Que tiene intereses similares… Tal vez incluso que trabaja en lo mismo que yo. Ya sabes, artístico, creativo y que no le preocupa demasiado lo de ganar dinero.


Pedro sonrió.


–Suena muy divertido. ¿Seguro que alguien así podría ser para ti? No. Olvídate de eso. Estamos hablando demasiado. Tenemos cosas mucho mejores que hacer y, ahora que ya hemos establecido que no te puedes resistir a mí aunque soy la última persona que desearías en tu vida, hagamos el amor.


Pedro


Él ahogó las protestas de Paula con un largo beso, que hizo que ella soltara un suspiro de pura resignación. Aquello no tenía sentido. Era una completa idiota… ¿Dónde estaba la mujer práctica y sensata? De lo único de lo que parecía ser capaz era de ceder.


–Y –le murmuró él al oído–. Por si crees que lo de Italia ha pasado a un segundo plano porque yo no trabajo para una compañía de diseño, olvídalo. Sigo queriendo que me acompañes. Confía en mí. Haré que merezca la pena.




RENDICIÓN: CAPITULO 11




Menuda sorpresa…


Aquello fue lo único que Pedro fue capaz de decir. Su hija había estado realizando un libro de recortes sobre él. Este hecho le llegaba hasta lo más hondo de una parte que él había creído que ya no existía. Miró al recorte más reciente, que se había impreso de un artículo de Internet. La fotografía no era muy buena, pero, a pesar de todo, ella lo había impreso y lo había metido dentro de su libro de recortes.


¿Qué era lo que podía pensar?


Apoyó la frente sobre el puño cerrado y respiró profundamente.


Paula sintió una fuerte compasión hacia él. Pedro Alfonso era un hombre duro y frío. Sus modales indicaban que era un hombre que sabía que podía conseguir lo que quisiera tan solo chasqueando los dedos. Aquel era un rasgo que no podía soportar en nadie.


Odiaba a los hombres ricos que se comportaban como si fueran los dueños del mundo y todo lo que este contenía. 


Odiaba a los hombres que pensaban que todos los problemas se solucionaban con dinero. Odiaba a cualquiera que no valorara la importancia de la vida familiar.


Pedro se comportaba como si fuera el dueño del mundo y ciertamente como si el dinero fuera la clave para la resolución de todos los problemas. Si era una víctima de las circunstancias en lo que se refería a una vida familiar desgraciada, no se comportaba como si hubiera llegado el momento de solucionarlo.


Entonces, ¿por qué extendía ella una mano para colocársela en el brazo? ¿Por qué había acercado la silla a la de él para poder sentir el calor que irradiaba de su cuerpo? La respuesta era porque la vulnerabilidad que siempre había presentido en él en lo referente a su hija era, de repente, completamente evidente.


Raquel era su talón de Aquiles. En todo lo demás, Pedro controlaba perfectamente todo lo que le rodeaba. Su vida entera. Sin embargo, en lo que se refería a su hija, flaqueaba.


Había mantenido a distancia a las mujeres con las que había salido en el pasado. El gato escaldado del agua fría huye. 


Después de su experiencia con Bianca se había asegurado de que ninguna mujer pasara más allá de los muros que había construido para protegerse. Esas mujeres jamás habían contemplado en lo que se convertía ese hombre cuando su hija estaba por medio. Paula se preguntó incluso cuántas de ellas habrían sabido que él tenía una hija.


Sin embargo, ella sí lo había visto completamente desnudo emocionalmente hablando. Eso era bueno y malo a la vez.


Con aquella situación en la que se encontraba, se había visto obligado a revelarle más de lo que nunca le había contado a nadie más. Paula estaba completamente segura de ello.


Por otro lado, para un hombre orgulloso, la necesidad de tener que confiar pensamientos que normalmente estaban ocultos se podría terminar viendo como una señal de debilidad. ¿Y qué importaba? No estarían juntos mucho tiempo y, en aquellos momentos, de una manera extraña y tácita, él la necesitaba. Paula lo presentía, aunque aquello era algo que él no confesaría jamás.


Aquellos recortes le habían conmovido más allá de lo que se podía expresar con palabras. Pedro se estaba esforzando mucho por controlar su reacción, tal y como evidenciaba su profundo silencio.


–Tendrás que devolver ese libro al lugar en el que lo encontraste –dijo con voz ronca cuando por fin rompió el silencio–. Déjamelo esta noche y te lo devolveré mañana por la mañana.


Paula asintió. Aún tenía la mano sobre el brazo de él. De hecho, había comenzado a moverlo ligeramente, sintiendo la fuerza de sus músculos bajo la camisa y la definición de los hombros y de la clavícula.


Pedro la miró con los ojos entornados.


–¿Acaso te apiadas de mí? –le preguntó mientras le agarraba la mano–. ¿Me acaricias de ese modo por piedad?


–No es una caricia por piedad –susurró Paula. La piel le ardía donde él la tocaba–, pero sé que debe de ser desconcertante para ti ver ese libro de Raquel, ver fotos tuyas en él y artículos sacados de Internet.


Pedro no dijo nada. Se limitó a mirarla. Paula casi no podía ni respirar. Aquel momento parecía tan frágil como una gota de agua que se balancea sobre la punta de una hoja, a punto de caer y de estallar en mil pedazos.


No quería que aquel momento terminara. Sabía que estaba mal, pero ella quería tocarle el rostro y aliviar aquellos sentimientos tan humanos que sabía que él estaría teniendo, sentimientos que él se tomaría mucha molestia por esconder.


–El libro de recortes estaba ahí, encima de la cama –susurró mientras se perdía en los ojos oscuros de Pedro–. Me habría sentido fatal si lo hubiera encontrado debajo del colchón o en un cajón, pero estaba allí, esperando a que lo encontraran.


–Yo no. Raquel sabía que yo nunca entraría en su suite.


Paula se encogió de hombros.


–Quería que vieras que eres importante para tu hija –murmuró ella con voz temblorosa–, aunque tú no te lo creas por el modo en el que se comporta. Los adolescentes pueden ser muy complicados en lo que se refiere a mostrar sus sentimientos. Seguro que te acuerdas de cuando tú eras un adolescente –añadió, tratando de sonreír para aliviar la tensión que había entre ellos.


–Vagamente. Cuando pienso en los años de mi adolescente, termino pensando que me convertí en padre antes de que terminara mi adolescencia.


–Por supuesto –murmuró Paula muy comprensiva.


–Vuelves a hacerlo.


–¿A hacer qué?


–A agobiarme con tu compasión. No te preocupes. Tal vez me guste –dijo él. Su boca se curvó con una sonrisa propia de un depredador. Sin embargo, lleno de confusión por lo que sentía, pensaba que la compasión de Paula era en realidad muy bienvenida.


Extendió la mano y tocó la mejilla de ella. Entonces, con dos dedos, le trazó un círculo alrededor de la boca y del esbelto cuello para detenerse por fin en la base de la clavícula.


–¿Has estado sintiendo a lo largo de los últimos dos días lo mismo que yo estoy sintiendo? –le preguntó.


Paula no estaba segura de si era capaz físicamente de responder esa pregunta, y mucho menos con la mano de Pedro sobre el hombro y reviviendo cada centímetro de su caricia


–¿Y bien? –insistió él. Le colocó la otra mano sobre el muslo y comenzó a masajeárselo suavemente. Aquello fue suficiente para que el aliento le rasgara la garganta.


–¿Qué es lo que quieres decir? ¿De qué estás hablando?
Como si no lo supiera.


Había pensado en marcharse porque aquella atracción se estaba haciendo demasiado peligrosa y amenazaba con hacerse evidente. Tal vez una parte de ella había sabido que la verdadera razón por la que necesitaba marcharse era porque, en cierto modo, sabía que él se sentía también atraído por ella. La química que existía entre ellos era muy real.


Sin embargo, eso no era nada bueno. Ella no tenía aventuras de una noche con los hombres, ni siquiera de dos noches. Ella tenía relaciones. Si no había habido hombre alguno en su vida durante, literalmente, años, se debía a que ella jamás había sido la clase de chica que tenía relaciones sexuales por tenerlas.


Con Pedro, algo le decía que ella podía ser esa chica y eso le daba miedo.


–Ya sabes exactamente a lo que me refiero. Me deseas. Yo te deseo a ti. Te llevo deseando un tiempo…


–Creo que debería irme a la cama –susurró Paula. Sin embargo, no se movía a pesar de sus protestas–. Te dejo con tus pensamientos…


–Tal vez no tenga demasiadas ganas de que me dejes a solas con mis pensamientos… –comentó Pedro sinceramente–. Tal vez mis pensamientos son un agujero negro en el que no tengo deseo alguno de caer. Tal vez quiero tu pena y tu compasión porque son lo que me puede salvar de esa caída.


«¿Y qué ocurre conmigo cuando te salve de esa caída? En estos momentos, te encuentras en una situación extraña y, si te rescato ahora, ¿qué ocurrirá cuando te marches de ese lugar tan extraño en el que te encuentras y vuelvas a cerrar la puerta?».


Estos turbulentos pensamientos casi no tuvieron tiempo de asentarse antes de que se vieran hechos pedazos por el emocionante pensamiento de estar con el hombre que, en aquellos momentos, se inclinaba hacia ella y la miraba con tanta intensidad que le hacía querer gemir de placer.


Antes de que pudiera escudarse detrás de sus débiles protestas, él le colocó la mano en la nuca y la atrajo hacia su cuerpo, muy lentamente, tanto que ella tuvo tiempo de apreciar la profundidad de sus ojos oscuros, las delicadas líneas de expresión que enmarcaban sus rasgos, la sensual curva de su boca y la longitud de sus pestañas.


Paula se dejó atrapar por el beso con un suave gemido, en parte resignación y en parte desesperación. Ella le colocó la mano en la nuca, copiando el gesto de él y, cuando sintió que la lengua invadía los delicados contornos de su boca, devolvió el beso. Inmediatamente, sintió como la entrepierna se le humedecía y le ponía los pezones en tensión.


–No deberíamos estar haciendo esto… –musitó ella rompiendo el beso durante unos segundos.


–¿Y por qué no?


–Porque esta no es la razón más adecuada para acostarse con alguien.


–No sé de qué estás hablando.


Pedro se inclinó sobre ella para volver a besarla, pero ella se lo impidió colocándole una mano sobre el pecho y con la ansiedad de su mirada.


–No te tengo pena, Pedro. Siento que no tengas la relación que te gustaría con tu hija, pero no te tengo pena. Cuando te mostré ese libro de recortes, lo hice porque sentía que sus contenidos eran algo que necesitabas conocer. Lo que siento es compresión y compasión.


–Y lo que yo siento es que no nos deberíamos perder en las palabras.


–¿Porque las palabras no son lo tuyo?


–No. Ya sabes que se dice que los gestos son más elocuentes que las palabras –respondió él con una sonrisa.


El cuerpo le ardía. Ella tenía razón. Las palabras no eran lo suyo, al menos no cuando se trataba de expresar sentimientos con ellas. La tomó entre sus brazos. Paula lanzó un pequeño grito de sorpresa. Se echó a reír y le pidió que la dejara sobre el suelo inmediatamente. A pesar de que estaba delgada, era demasiado alta para que él pudiera pensar que podía jugar a hombre de las cavernas con ella.


Pedro no le hizo caso y la tomó en brazos. Subió con ella las escaleras hasta llegar a su dormitorio.


–A todas las mujeres les gustan los hombres de las cavernas –dijo él mientras abría la puerta de su dormitorio de una patada. Luego, la depositó cuidadosamente sobre la cama.


–A mí no –respondió Paula mientras observaba a pesar de la penumbra cómo él comenzaba a desabrocharse la camisa.


Ya le había visto con poca ropa en la piscina. Debería saber lo que esperar en lo que se refería al cuerpo de Pedro. Sin embargo, cuando él se quitó la camisa, fue como si lo estuviera viendo por primera vez. Además, lo estaba observando mientras esperaba la promesa de que él la poseyera inmediatamente sobre aquella cama.


Efectivamente, Pedro no quería hablar. Quería poseerla rápida y duramente hasta que le oyera gritar de placer. 


Quería darle placer y sentir cómo ella alcanzaba el orgasmo cuando aún estaba dentro de ella.


Sin embargo, sería mucho más dulce tomarse su tiempo, saborear cada centímetro de su piel, contenerse y dejarse llevar por las sensaciones de hacerle el amor a un ritmo mucho más tranquilo.


–¿No? –replicó él. Entonces, se colocó la mano en la cremallera de los pantalones y comenzó a despojarse de ellos. No tardó en quedarse en calzoncillos–. ¿Crees que soy un hombre de las cavernas porque te he llevado en brazos escaleras arriba?


Muy lentamente, se quitó los calzoncillos. Lamentaba no haber encendido algunas luces porque le habría gustado apreciar la expresión del rostro de Paula mientras ella lo observaba. Se acercó un poco más a la cama y se tocó ligeramente. Oyó que ella contenía rápidamente la respiración.


–Creo que, en general, eres un hombre de las cavernas –dijo Paula, mientras observaba ávidamente la impresionante erección.


Cuando él se la sujetó con la mano, Paula deseó hacer lo mismo, tocarse entre las piernas. Estaba muy nerviosa y deseó tener más experiencia, saber un poco más sobre lo que hacer con un hombre como él, un hombre que probablemente conocía todo lo que había que saber sobre el sexo.


Se incorporó, cruzó las piernas y extendió la mano para tocarle a él. Reemplazó su mano con la suya. Fue ganando confianza cuando oyó que él temblaba de apreciación.


Resultaba muy excitante estar completamente vestida mientras él estaba completamente desnudo.


–¿Te gusta?


Cuando ella lo rodeó con la boca, Pedro gimió de placer y echó la cabeza hacia atrás. Le parecía que había muerto y se había ido al Cielo. La humedad de la boca de Paula sobre su potente erección, el modo en el que lo lamía y lo saboreaba le aceleraron la respiración. Le agarró el corto cabello con la mano, consciente de que tenía que contenerse o correría el riesgo de terminar todo aquello prácticamente antes de empezar.


Lamentándolo mucho, se apartó de ella. Entonces, se tumbó a su lado sobre la cama.


–¿Sería un hombre de las cavernas si te desnudara? Yo no… –susurró mientras deslizaba los dedos por debajo de la camiseta y comenzaba a sacársela por la cabeza–… querría… –añadió. A continuación fueron los vaqueros, que ella misma se quitó para quedarse en sujetador y braguitas, prendas blancas y funcionales que tenían un aspecto maravilloso sobre su pie–… ofender tu sensibilidad feminista.


Por mucho que lo intentaba, Paula no era capaz de encontrar dónde había colocado aquella sensibilidad feminista de la que él hablaba. Se llevó las manos a la espalda para quitarse el sujetador, pero él le apartó suavemente las manos para llevar a cabo la tarea. Entonces, contempló con apreciación los pequeños pero perfectos pechos. Tenía los pezones grandes, oscuros sobre unos pechos pequeños y puntiagudos que se ofrecían a él como dulce y delicada fruta.


Con un rápido movimiento, Pedro se colocó a horcajadas encima de ella. Paula cayó sobre la almohada con un suave gemido de excitación. Estaba muy húmeda… Cuando él extendió la mano por debajo de las braguitas, ella gruñó y se tapó los ojos con una mano.


–Quiero verte, cariño mío –susurró él mientras se bajaba un poco para colocarse ligeramente encima de ella–. Aparta la mano.


–No suelo hacer esta clase de cosas –musitó ella–. No me van las aventuras de una noche. Jamás lo he hecho. No veo el motivo.


–Shh…


Pedro la miró hasta que ella se sintió arder de deseo. 


Entonces, comenzó a lamerle suavemente un pecho, moviéndose en círculos concéntricos hasta que la lengua encontró el pezón. La sensible punta se puso completamente erecta. Cuando él se lo metió en la boca, Paula comenzó a temblar de placer y arqueó la espalda para no perder ni una sola oleada de placenteras sensaciones.


Tenía que quitarse las braguitas. Estaban húmedas y resultaban incómodas, pero el cuerpo de Pedro se lo impedía. Prefirió dejarle que él siguiera besándole los pechos. Le apretó la cabeza con la mano y comenzó a emitir gemidos de placer a medida que él iba chupándole y torturándole la sensible piel, moviéndose entre los senos y, por último, lo que volvió completamente loca a Paula, trazarle las costillas con la lengua mientras se abría paso sobre la excitada piel para llegar al ombligo.


El aliento de Pedro era muy cálido, tanto que aceleró aún más la respiración de Paula. No se podía creer lo que estaba ocurriendo y, sin embargo, se sentía desesperada completamente porque continuara.


Al notar que él comenzaba a bajarle las braguitas, contuvo la respiración. Sintió cómo Pedro le separaba las piernas y comenzaba a acariciarle el centro de su feminidad con la lengua. Ella gruñó de placer. Nunca antes había experimentado aquello. Le agarró con fuerza el cabello y tiró de él, pero su cuerpo comenzó a responder con una escandalosa falta de inhibición. Él seguía saboreándola, torturando su henchida feminidad, hasta que, por fin, ella perdió la habilidad de pensar con claridad.


Pedro sentía plenamente el modo en el que ella respondía, como si los dos compartieran la misma onda. En un instante, comprendió que todo lo demás que había experimentado antes con mujeres no podía competir con lo que estaba ocurriendo en aquellos momentos. Aquella mujer había visto más de él que ninguna otra antes.


Lo más extraño de aquello era que Paula no había provocado aquella situación.


Tampoco él la había anticipado. Simplemente la miró, le gustó lo que vio y lo deseó. Sin embargo, por primera vez en su vida, le daba la sensación de que lo que estaba ocurriendo entre ellos no tenía que ver simplemente con el sexo.


Sin embargo, el sexo era maravilloso.


Apartó aquellos pensamientos y se perdió en el cuerpo de Paula, en sus gemidos, en sus movimientos, hasta que, por fin, cuando sintió que ella deseaba alcanzar el orgasmo, se apartó un poco para sacar un preservativo de la mesilla de noche.