sábado, 16 de julio de 2016

RENDICIÓN: CAPITULO 13





Después de aquella noche, todo pareció ocurrir a la velocidad de la luz. Por supuesto, no tuvieron que esperar a encontrar un vuelo barato o a navegar por la red para buscar un lugar en el que alojarse. Ninguno de los habituales inconvenientes para el resto de los mortales puso en peligro la repentina decisión de Pedro de llevarse a Paula a Italia.


Dos días después, los dos se montaban en un avión con destino a Italia.


Iba a ser una visita sorpresa. Armados con la información de la que disponían, iban a conseguir que Raquel les contara todo. Pondrían las cartas sobre la mesa y, entonces, cuando regresaran al Reino Unido, Pedro se ocuparía de la otra parte de la ecuación. Le haría una visita informal a su remitente y se aseguraría de que los dos alcanzaran un final feliz en el que el dinero no cambiara de manos.


En privado, Paula se había preguntado de qué modo se acercaría a su hija. ¿Lo haría con dureza? La relación con Raquel era prácticamente inexistente y Paula se preguntó cómo tenía la intención de mejorarla si se disponía a solucionar las cosas con la misma delicadeza que un elefante en una cacharrería.


Esa era una de las razones por las que había accedido a acompañarle a Italia.


Sin decirlo explícitamente, sabía que Pedro buscaba en ella una especie de apoyo moral invisible. No obstante, él le había dicho bastante claramente que la necesitaba principalmente para explicar los tecnicismos de lo que había descubierto, si la situación terminaba por requerirlo.


–Llevas media hora sin decir nada –le dijo Pedro mientras entraban en la primera clase del avión–. ¿Por qué?


–Estaba pensando en lo rápidas que han ido las cosas –respondió mientras les indicaban su asiento, que era tan grande como un sillón, y les ofrecían una copa de champán, que ella rechazó–. Vine a hacer un trabajo para ti, pensando que entraría y saldría de tu casa en cuestión de pocas horas y, aquí estoy, días más tarde, embarcando en un avión con destino a Italia.


–Lo sé… La vida está llena de aventuras y de sorpresas. Confieso que a mí mismo me sorprende el modo en el que se han desarrollado las cosas. Sorprendido, pero con agrado.


–Porque has conseguido lo que querías –se quedó Paula.


Ella estaba tan acostumbrada a su independencia que no podía sentirse algo molesta por el modo en el que él la había convencido para que hiciera exactamente lo que él quería. A pesar de todo, lo ocurrido en los últimos días había sido lo más excitante de su vida.


–Yo no te he obligado a nada –afirmó Pedro.


–Fuiste a mi trabajo y hablaste con mi jefe.


–Solo quería señalar el mundo de oportunidades que tenía a sus pies si te dejaba marcharte conmigo a Italia durante una semana.


–No quiero ni pensar lo que estarán diciendo los chismosos de mi empresa sobre esta situación…


–¿Acaso te importa lo que piense la gente?


–¡Por supuesto que sí! –exclamó ella.


Se sonrojó porque, a pesar de su cacareada independencia, seguía teniendo la necesidad básica de sentirse querida y aceptada. No se le daba muy bien mostrar esa faceta suya. De hecho, se sentía muy incómoda con el hecho de que, como Pedro, le hubiera mostrado más de sí misma de lo que quería.


Pedro no lo sabía, pero, al contrario de lo que se podía esperar, se había permitido entrar en un territorio desconocido para ella y tener una experiencia completamente nueva con un hombre, a pesar de que sabía que él no era el más adecuado para ella.


–Relájate y disfruta del viaje –le aconsejó él.


–No voy a disfrutar nada teniendo que mostrarle a tu hija toda la información que he conseguido descubrir. Ella se va a dar cuenta de que he estado registrando sus cosas.


–Si Raquel hubiera querido mantener su vida en privado, debería haber destruido todas las pruebas. El hecho es que sigue siendo una niña y no tiene voto alguno en lo que se refiere a que nosotros hagamos lo necesario para protegerla.


–Tal vez ella no lo vea de ese modo.


–En ese caso, tendrá que hacer un gran esfuerzo.


Paula suspiró y se reclinó en el asiento con los ojos cerrados. En realidad, lo que Pedro hiciera con su hija no era asunto suyo. Había colaborado en sacarlo todo a la luz, pero la solución y las repercusiones no eran asunto suyo.


 Ella regresaría pronto a la bendita seguridad de su mundo. 


La historia de Pedro y su hija sería, en lo sucesivo, un misterio para ella. Por lo tanto, no debía sentir remordimiento alguno.


No obstante, tuvo que morderse la lengua para no decirle a él lo que pensaba, aunque sabía que él tenía todo el derecho del mundo a obviar los consejos que ella pudiera ofrecerle sobre la peculiaridad de su relación, si lo que existía entre ellos se podía considerar una relación. Ella era su amante, una mujer que seguramente sabía demasiado de su vida. Le había pagado para que investigara un problema personal, pero, aunque se acostaban juntos, no tenía derecho a tener opinión alguna sobre ese problema.


En una relación normal, ella se habría sentido libre de decir lo que pensaba, pero aquella no era una relación normal para ninguno de ellos. Ella había sacrificado sus principios por el sexo y seguía sin comprender por qué. Tampoco entendía por qué no tenía remordimiento alguno.


De hecho, cuando él la miraba del modo en el que la estaba mirando en aquellos momentos, sentía la embriagadora necesidad de verse poseída por él.


Por suerte, Pedro no podía leer sus pensamientos. Por lo que a él se refería, ella era una mujer preocupada por su profesión, con tan pocos deseos de mantener una relación a largo plazo como él. Los dos se habían sentido atraídos por una combinación de proximidad y novedad.


–No haces más que pensar en algo. ¿Por qué no lo sueltas y te lo quitas de en medio?


–¿Quitarme el qué de en medio?


–El modo en el que estés en desacuerdo conmigo sobre la forma en la que tengo intención de manejar esta situación.


–No te gusta que yo te diga lo que pienso –replicó ella.


–No, pero tampoco me gusta cuando te veo pensando y no dices nada. Me viene a la cabeza la expresión de «entre la espada y la pared».


–Está bien. Simplemente no creo que debas enfrentarte a Raquel y preguntarle qué demonios es lo que está pasando.


El avión estaba preparándose para el despegue. Paula quedó en silencio un rato mientras daban las instrucciones de seguridad. En cuanto estuvieron en el aire, ella volvió a mirar a Pedro con preocupación.


–Resulta difícil saber cómo obtener respuestas si no las exiges –comentó él.


–Conocemos la situación.


–Y yo quiero saber cómo ha llegado al punto en el que está ahora. Una cosa es saber el resultado, pero no tengo intención de permitir que la historia se repita.


–Tal vez te vendría bien probar un poco de compasión.


Pedro lanzó un bufido.


–Tú misma has dicho que es una niña –le recordó ella suavemente.


–Me podrías librar del horror de estropear las cosas irremediablemente hablando tú con Raquel –dijo él.


–No es mi hija.


–En ese caso, permíteme que resuelva esto a mi manera –replicó él, aunque sabía que ella tenía razón. No había manera de hacerle con tacto las preguntas que debía preguntarle. Si su hija no sentía mucha simpatía por él en aquellos momentos, menos la iba a tener cuando terminara de hablar con ella.


Por supuesto, las fotos y los recortes que tenía de él indicaba, como Paula le había dicho, que no era completamente indiferente al hecho de que él era su padre. 


Sin embargo, ¿sería eso suficiente para sacarles de aquella crisis? No era probable, sobre todo cuando Raquel supiera que él lo había descubierto cuando estaba investigándola.


–Lo haré –dijo ella de repente. Pedro la miró completamente asombrado–. Lo haré. Hablaré con Raquel si quieres –añadió con un suspiro.


–¿Y por qué?


¿Por qué? Porque no podía soportar verlo con la expresión que tenía en el rostro en aquellos momentos, con la derrota reflejada en sus hermosos rasgos. ¿Por qué le importaba? No trató de responder esa pregunta.


–Porque yo estoy fuera de todo este lío. Si ella dirige toda su ira contra mí, cuando te llegue a ti el turno, se le habrá pasado ya un poco.


–¿Y qué posibilidades hay de que…?


–No muchas, pero merece la pena intentarlo, ¿no te parece? Además, se me da bien ejercer de mediadora. Practiqué mucho en mi infancia. Cuando hay seis hermanos en una familia y un padre que no para de trabajar, siempre hay alguna oportunidad de practicar la habilidad de saber mediar.


Sin embargo, no había tenido oportunidad de practicar lo de ser una chica. Por eso era de ese modo en la actualidad: dubitativa en las relaciones, insegura a pesar de que tenía todo lo necesario para hacer que cualquier relación durara. 


Solo Pedro había conseguido cambiar aquella manera de ser, el hecho de que siempre hiciera todo lo posible para mantener los hombres a raya.


Él era muy diferente a todos los hombres por lo que se había sentido atraída, tanto que había resultado fácil señalar su propia falta de seguridad en sí misma. Era una mujer inteligente, de carrera, con una vida brillante delante de ella, pero el hermoso rostro de Pedro había reducido todos esos logros a escombros.


Paula lo miró y regresó a los años de su adolescencia, cuando simplemente no sabía cómo dirigirse a un chico. 


Para ella, Pedro Alfonso no era la elección evidente en lo que se refería a un hombre con el que acostarse, pero lo había hecho y se alegraba de ello. Había roto la barrera de cristal que se interponía entre ella y el sexo opuesto. 


Resultaba extraño, pero él le había dado la seguridad que ni siquiera había sabido que necesitaba.


–Las habilidades de saber mediar son muy importantes en la adolescencia.


–No lo sé, pero tuve oportunidades de utilizarlas –susurró ella. Se reclinó hacia atrás y cerró los ojos–. Mi madre murió cuando yo era muy joven. Casi no la recuerdo. Mi padre, por supuesto, siempre me hablaba de ella, de cómo era y de ese tipo de cosas y, por supuesto, en mi casa había fotos de ella por todas partes. Sin embargo, la verdad es que no tengo recuerdos suyos. No recuerdo haber hecho nada con ella. No sé si entiendes lo que te digo…


Pedro asintió. Nunca había creído que él pudiera ser la clase de hombre que tuviera capacidad para escuchar a las mujeres, pero, con Paula, se sentía completamente atraído a todo lo que ella decía.


–Jamás pensé que echara de menos no tener madre. En realidad, jamás supe lo que se sentía al no tener una y mi padre siempre se portó muy bien conmigo. Sin embargo, veo ahora que crecer en una familia compuesta casi exclusivamente por hombres podría haberme dado seguridad en el sexo opuesto, pero solo en lo que se refiere a cosas como el trabajo y el estudio. Se me animaba a ser tan buena como ellos y creo que lo conseguí. Sin embargo, no se me enseñó a… Bueno…


–¿A maquillarte y a comprar ropa de chica?


–Parece una tontería, pero creo que a las chicas hay que enseñarles ese tipo de cosas. Me doy cuenta de que resulta muy fácil tener mucha confianza en un área, pero ninguna en otra –comentó ella sacudiendo tristemente la cabeza–. En lo que se refiere a la atracción y a la sexualidad, jamás tuve mucha confianza en mí misma.


–¿Y ahora?


–Me parece que sí, por lo que supongo que debería darte las gracias.


–¿Darme las gracias? ¿Por qué?


–Por animarme a sacar los pies del tiesto –contestó Paula con esa franqueza que a él le resultaba tan atractiva.


Pedro se sintió momentáneamente distraído del sufrimiento que le esperaba en Italia. No tenía ni idea de adónde quería ir Paula a parar con todo aquello, pero le daba la sensación de que la conversación se dirigía por un camino que él prefería no explorar.


–Encantado de poder ayudar –dijo él–. Espero que hayas metido ropa ligera en la maleta. El calor de Italia es bastante diferente del de Inglaterra.


–Si no hubiera aceptado este trabajo, no habría habido posibilidad alguna de que te hubiera conocido.


–Eso es cierto.


–No solo no nos movemos en los mismos círculos, sino que tampoco tenemos intereses en común.


Pedro se sintió vagamente indignado ante lo que le parecía un insulto camuflado. ¿Estaba comparándolo con la media naranja que aún no había conocido, con el hombre sensible y cariñoso y de vena artística?


–Si nos hubiéramos conocido en algún evento o algo así, yo jamás habría tenido la seguridad suficiente para hablar contigo –añadió ella.


–No sé adónde quieres llegar con esto.


–Lo que te digo es esto, Pedro. Me siento como si hubiera dado pasos muy grandes a la hora de ganar confianza en mí misma en ciertas cosas y eso, en cierto modo, es gracias a ti. Creo que, cuando regrese al Reino Unido y vuelva a tener citas, podría ser una persona completamente diferente.


Pedro no podía creerse lo que estaba escuchando. No tenía ni idea de cómo habían empezado a hablar de aquel tema y le enfurecía que ella pudiera estar diciéndole a él, a su amante, lo que iba a ocurrir cuando volviera a salir con hombres.


–A salir con hombres.


–¿Se está volviendo esta conversación demasiado profunda para ti? –le preguntó ella con una sonrisa–. Sé que no te gusta meterte en profundidad en lo que se refiere a las mujeres y a las conversaciones.


–¿Y cómo lo sabes?


–Bueno, ya me has dicho que no te gusta animarlas a que se pongan a prepararte algo de comer por si piensan que ya tienen un pie en la puerta. Por lo tanto, me imagino que las conversaciones profundas figuran también la lista de temas prohibidos.


Era cierto. Jamás le habían gustado las conversaciones cuyo tema eran los sentimientos porque, por experiencia, siempre terminaban en el mismo lugar: invitaciones para conocer a los padres, preguntas sobre el compromiso y sobre el futuro de una relación.


De hecho, en el momento en el que esa clase de conversación comenzaba, solía sentir una urgente necesidad de terminar con la relación. Se había visto obligado a casarse y se había jurado que jamás se vería obligado por nadie a cometer otro error similar, por muy tentadora que resultara la mujer en cuestión.




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