sábado, 16 de julio de 2016

RENDICIÓN: CAPITULO 12





Paula casi no podía soportar aquella pausa. Se sentía viva de un modo en el que jamás había estado antes y eso la aterrorizaba. Sus relaciones con el sexo opuesto siempre se habían visto marcadas por un cierto sentimiento de defensa que surgía de sus propias inseguridades.


Como se había criado en una familia en la que no había mujeres, había desarrollado unas extraordinarias habilidades en lo que se refería a mantenerse firme con el sexo opuesto. 


Sus hermanos la habían convertido en una mujer dura y le habían enseñado el valor de la competición y los beneficios de no verse jamás acobardada por un hombre, de saber que podía mantener su terreno.


Sin embargo, nadie había podido ayudarla durante los años de la adolescencia, cuando se marcaban más claramente las distinciones entre niños y niñas. Ella había observado desde la banda y había decidido que el lápiz de labios y el rímel no eran para ella y que el deporte era mucho más divertido. Lo importante no era el aspecto, sino lo que había en el interior de las personas, y lo que había en el interior de ella, su inteligencia, su sentido del humor, su capacidad para la compasión, no necesitaba verse camuflado con maquillaje o ropas seductoras.


Los únicos hombres por lo que se había sentido atraída eran los que habían visto en ella quién era realmente, los que no se volvían cada vez que una rubia con minifalda pasaba a su lado.


Entonces, ¿qué estaba haciendo con Pedro Alfonso?


Suspiró y cerró los ojos al sentir que él volvía a colocarse sobre ella, entre sus piernas. Cuando él la penetró, profunda y potentemente, se sintió transportada a otro planeta. Juntos, comenzaron a construir un ritmo que hizo que ella se olvidara de todo.


Entre gritos de placer, no tardó en empezar a experimentar una ola de intenso placer. Sintió que todo su ser se echaba a temblar y se arqueó hacia él fundiéndose los dos cuerpos perfectamente.


Aquel instante pareció durar una eternidad. Solo volvió a tomar tierra cuando él se apartó de ella y lanzó una maldición.


–El preservativo se ha roto.


Paula despertó de repente de la agradable nube en la que se encontraba. De repente, los pensamientos de duda volvieron a adueñarse de ella con doble intensidad.


¿Qué diablos había hecho? ¿Cómo se podía haber permitido terminar en la cama con aquel hombre? ¿Acaso había perdido la cabeza? Aquella situación no llevaba a ninguna parte. Ella era Paula Chaves, una mujer práctica e inteligente que tendría que haberse dado cuenta de que no podía acostarse con un hombre que, en circunstancias normales, ni siquiera se habría fijado en ella.


En todos los niveles, él era la clase de hombre al que jamás se habría acercado, de igual modo que ella era la clase de mujer en la que él nunca se habría fijado. Literalmente, habría sido invisible para él porque ella no era su tipo.


El destino los había reunido y había surgido una atracción entre ellos. Sin embargo ella sabía que sería una completa estúpida si no reconociera que esa atracción se basaba exclusivamente en la novedad.


–¿Cómo diablos ha podido ocurrir algo así? –decía Pedro con la voz llena de ira–. Esto es lo último que necesito en estos momentos.


Paula comprendía su reacción. Se había casado engañado con una mujer que se quedó embarazada de él y, desde entonces, su vida entera había quedado marcada por ese hecho. Por supuesto, no quería volver a repetir la situación.


Sin embargo, le dolió escuchar la ira que había en su voz.


–No pasa nada –dijo ella secamente. Se sentó y observó cómo él se incorporaba como movido por un resorte y comenzaba a buscar sus calzoncillos tras haberse quitado el preservativo.


–¿Y cómo puedes estar tan segura?


–No es el momento adecuado del mes para que eso ocurra –respondió ella. Sin que Pedro la viera, cruzó los dedos y trató de calcular cuándo había tenido su último periodo–. Puedes estar tranquilo, además, de que no quiero quedarme embarazada. Tal y como parece, esto ha sido una mala idea.


Tras sacar una camiseta limpia de uno de los cajones, Pedro regresó a la cama. Ya no podía hacer nada sobre lo ocurrido con el preservativo. Solo podía esperar que ella estuviera en lo cierto.


No obstante, le dolió que ella pudiera decir que hacer el amor con él había sido una mala idea. En cierto modo, se sentía dolido.


–¿Sabes qué? Esto. Nosotros. Haber terminado juntos en una cama. No debería haber ocurrido.


–¿Por qué no? Nos sentimos atraídos el uno por el otro. ¿Cómo puede haber sido una mala idea? Además, me estaba dando la sensación de que estabas disfrutando con la experiencia –comentó él mientras la mirada fijamente. Sin poder evitarlo, Paula sintió que su libido volvía a despertarse.


–No se trata de eso –replicó ella mientras se levantaba de la cama, a pesar de ser muy consciente de su desnudez. 


Apretó los dientes para no agarrar la colcha de la cama para cubrirse.


–Dios, eres tan hermosa…


Paula se sonrojó y apartó la mirada. Se negaba a creer que él hablara en serio. La novedad era algo hermoso al principio, pero se convertía en algo aburrido muy rápidamente.


–¿Y bien? –le preguntó mientras le agarraba la muñeca. 


Entonces, le agarró el rostro para que a ella no le quedara más remedio que mirarlo.


–¿Y bien qué?


–Bueno, que nos volvamos a la cama…


–¿Acaso no has escuchado ni una sola palabra de lo que he dicho?


–Todas y cada una de ellas –susurró él mientras la besaba delicadamente en la comisura de la boca y luego muy suavemente en los labios.


En un abrir y cerrar de ojos y, muy a su pesar, Paula sintió que su determinación comenzaba a fallar.


–Tú no eres mi tipo –mintió. Se negaba a ceder.


–¿Porque soy un hombre de las cavernas?


–¡Sí! –protestó ella cuando Pedro volvió a tomarla en brazos y volvió a dirigirse con ella a cama.


–Entonces, ¿qué es lo que buscas en un hombre? –murmuró Pedro.


En aquella ocasión, él los tapó a ambos con la colcha. 


Estaba ya muy oscuro fuera. Incluso con las cortinas abiertas, la noche se había convertido en terciopelo negro. 


La habitación quedaba iluminada tan solo por una luna oriental que atravesaba la oscuridad e iluminaba débilmente la habitación.


Sabía que ella no quería, pero tenía que convencerla para que cambiara de opinión. La deseaba más de lo que hubiera deseado nunca antes a cualquier mujer.


–No busco a alguien como tú, Pedro –susurró Paula. 


Entonces, le apretó las manos contra el torso y sintió los suaves latidos de su corazón.


–¿Por qué? ¿Por qué no a alguien como yo?


–Porque… porque tú no eres la clase de hombre con el que me imaginé nunca teniendo una relación. Eso es todo.


–No estamos hablando de matrimonio, Paula. Estamos hablando de disfrutar –afirmó él. Se incorporó un poco para apoyarse sobre un codo–. No estoy buscando compromiso más de lo que, probablemente, lo estás buscando tú.  Además, todavía no me has explicado cómo es el hombre que, según tú, es «tu tipo».


Pedro sabía que, a pesar de que ella clamara que todo aquello era un error, Paula lo deseaba tanto como él a ella. Sabía que si le metía un dedo, encontraría prueba evidente de su estado de excitación. Podría poseerla allí mismo si quisiera, a pesar de lo que ella decía. Sin embargo, el comentario le había dolido.


–Te has ofendido, ¿verdad? –le preguntó Paula. Pedro se apresuró a negarlo.


Paula se arrepintió de haberle hecho aquella pregunta. ¡Por supuesto que no se había ofendido! Para sentirse ofendido, tendría que sentir algo por ella y ese no era el caso, tal y como le había dejado él perfectamente claro.


–¡Qué alivio! –exclamó ella–. ¿Mi tipo? Supongo que los hombres considerados, cariñosos, sensibles… alguien que cree en las mismas cosas que yo. Que tiene intereses similares… Tal vez incluso que trabaja en lo mismo que yo. Ya sabes, artístico, creativo y que no le preocupa demasiado lo de ganar dinero.


Pedro sonrió.


–Suena muy divertido. ¿Seguro que alguien así podría ser para ti? No. Olvídate de eso. Estamos hablando demasiado. Tenemos cosas mucho mejores que hacer y, ahora que ya hemos establecido que no te puedes resistir a mí aunque soy la última persona que desearías en tu vida, hagamos el amor.


Pedro


Él ahogó las protestas de Paula con un largo beso, que hizo que ella soltara un suspiro de pura resignación. Aquello no tenía sentido. Era una completa idiota… ¿Dónde estaba la mujer práctica y sensata? De lo único de lo que parecía ser capaz era de ceder.


–Y –le murmuró él al oído–. Por si crees que lo de Italia ha pasado a un segundo plano porque yo no trabajo para una compañía de diseño, olvídalo. Sigo queriendo que me acompañes. Confía en mí. Haré que merezca la pena.




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