sábado, 16 de julio de 2016

RENDICIÓN: CAPITULO 10




El hecho de que Pedro se hubiera presentado tan inesperadamente debería haberla molestado. Había trastocado por completo los planes que tenía para aquella tarde. Sin embargo, sentía una extraña excitación en su interior. Descubrió que estaba deseando cenar con él y que, de hecho, se alegraba de que él hubiera vuelto.


Se dijo que era simplemente porque así podría contarle todos los detalles de lo que había descubierto. Cuanto antes se lo dijera todo, antes podría marcharse para permitir que su vida regresara a la normalidad.


Media hora más tarde, cuando llegó a la cocina, vio que él no estaba allí. Llevaba todos sus papeles en una carpeta. 


Decidió servirse una copa de vino.


Cuando él apareció por fin, Paula ya se había tomado la mitad de la copa que se había servido. Pedro se sirvió un whisky con soda antes de sentarse frente a ella.


–Mi suegra me llamó cuando estaba en una de mis reuniones –dijo sin más.


–¿Y no suele hacerlo?


–Casi nunca. Nos llevamos bien, pero no tanto como para que ella llame tan inesperadamente. Sigue quedando un poso de la manipulación de esa familia, aunque he de reconocer que la madre de Bianca no tuvo mucho que ver. 
Dicho eso, tengo que admitir que, durante el tiempo que estuvimos divorciados, fue gracias a Claudia que conseguí ver a mi hija. Puedo contar las veces con los dedos de una mano, porque Claudia jamás fue rival para su hija.


–¿Y qué quería?


–Raquel lleva con ella las últimas cuatro semanas. Más o menos en cuanto terminó el colegio, mi hija decidió que quería irse a ver a su abuela. No conoce mucha gente por aquí y solo un puñado en Londres. Lo malo de un internado, supongo.


Suspiró y se tomó lo que le quedaba del whisky de un trago antes de dejar el vaso vacío sobre la mesa


–Sí. Debe de ser muy difícil.


–Sea como sea, la razón de esa llamada parece ser que mi hija se niega a regresar al Reino Unido. También se niega a hablar conmigo por teléfono. Se ha plantado y ha decidido quedarse con Claudia y, siendo como es Claudia, ella carece de la fuerza suficiente para oponerse a mi hija.


–Vaya…


Pedro se puso en pie y le indicó que deberían empezar a preparar algo para cenar. Necesitaba moverse a pesar de que agradeciera profundamente que Paula estuviera en la casa.


Como si supiera que él retomaría el tema cuando lo deseara, Paula comenzó a preparar la cena. Ya había preparado con anterioridad todos los ingredientes que necesitaba sobre la encimera, por lo que comenzó a picar los champiñones, los tomates, las cebollas y el ajo.


Por una vez, el silencio de Pedro no la intranquilizó. 


Comenzó a charlar con facilidad. Le habló de su falta de experiencia en la cocina, pero le explicó que lo poco que sabía lo había aprendido de sus hermanos. Poco a poco, sintió que él se relajaba a pesar de no estar mirándolo y de que él no dijera nada.


La escena resultaba muy relajante. Pedro observaba cómo ella preparaba la salsa. No se sintió atrapado al pensar en una mujer cocinando. Iba recogiendo lo que ella manchaba. 


Era la imagen doméstica que siempre había tratado de evitar.


Por fin, se sentaron a cenar en la mesa de la cocina.


–Cuando dices que Raquel se ha plantado y que no quiere regresar al Reino Unido, ¿crees que es para siempre o tan solo para lo que queda de las vacaciones de verano?


–Estoy diciendo que ha decidido que odia este país y que no quiere regresar.


–¿Y tu suegra no puede convencerla de lo contrario?


–Claudia ha sido siempre la más débil de la familia. Entre su dominante marido y Bianca, se vio envuelta en lo que los dos montaron y, ahora, en esta situación, seguramente se siente atrapada entre no querer hacer daño ni ofender a su única nieta y el hecho de tomar el camino más cómodo.


–¿Y qué vas a hacer al respecto?


–Bueno, Raquel no se puede quedar allí. Podría haber esperado hasta mañana para regresar y decírtelo, pero…


–¿Pero?


Paula apoyó la barbilla sobre la mano y lo miró. Pedro ya había terminado de cenar. Aún no habían encendido las luces de la cocina. Al empezar a cenar, aún había luz natural suficiente, pero el sol ya se había puesto y había inundado la cocina de penumbra.


–Tengo que pedirte un favor.


–¿De qué se trata? –preguntó Paula con cierta cautela. Se levantó para empezar a recoger la mesa, pero él le agarró la muñeca con la mano.


–Siéntate. Ya recogeremos más tarde o ya lo hará Violet por la mañana. Tengo que pedirte algo y voy a necesitar que me prestes mucha atención cuando lo haga.


Paula se sentó de nuevo. El corazón le latía alocadamente.


–Quiero que me acompañes a Italia. Sé que te estoy pidiendo demasiado, pero mi temor es que, Raquel se niegue a escuchar una palabra de lo que yo le diga y tenga que arrastrarla a la fuerza hasta el avión.


–Pero si yo ni siquiera conozco a tu hija, Pedro.


–Si no puedo persuadir a mi hija para que regrese conmigo, esto significará el final de cualquier posibilidad que yo pueda tener de establecer una relación con ella…


Pedro se frotó los ojos y luego se reclinó sobre el respaldo de la silla para mirar al techo. Paula lo sintió mucho por él.


–Hay algo que tienes que ver –le dijo. Se levantó y se fue a buscar la carpeta que había bajado con todos los papeles. Le enseñaría todo lo que había ido recopilando y, después, tendría que ser él quien decidiera lo que hacer al respecto.


–¿Has encontrado algo? –le preguntó él. De repente estaba muy alerta.


Se incorporó y acercó la silla hacia ella mientras Paula comenzaba a alisar los papeles que había encontrado y las páginas que había impreso durante los días que llevaba en la casa.


–He ido recopilando todo esto y, bueno, ya te dije que no creía que estoy tuviera nada que ver con tu esposa…


–Exesposa.


–Exesposa. Bien, pues tenía razón. Conseguí rastrear al remitente. Se tomó bastantes molestias y utilizó bastantes cafés diferentes para cubrirse, pero los cafés, como te dije, estaban todos muy cerca del colegio de tu hija. Tardé más de lo que esperaba, pero por fin identifiqué el que utilizaba más frecuentemente. Sin embargo, lo más importante es que en uno de los correos que mandó al principio, y que tú no identificaste como suyo, utilizó su propio ordenador. Me resultó algo más difícil de lo que había pensado, pero he conseguido la identidad de esa persona.


–¿Sabes quién es?


–Habría sido más difícil si no hubiera descubierto esos primeros correos cuando, evidentemente, se estaba limitando a tantear el terreno. Eran bastante inocuos, por lo que probablemente pensó que se habían borrado. Supongo que no se imaginó que existirían todavía –dijo ella. Le entregó todos los correos impresos a Pedro y observó cómo él los iba leyendo uno a uno. Paula había destacado frases importantes o ciertas maneras de decir las cosas que indicaban que los había escrito la misma persona..


–Eres la mejor.


Paula se sonrojó de placer.


–Me he limitado a hacer el trabajo para el que me has contratado.


–Bien. Explícame.


Paula hizo lo que él le había pedido y observó cómo la expresión del rostro de Pedro se volvía más taciturna.


–Bueno, ahora ya lo sabes todo –concluyó ella–. Lo preparé todo para poder dártelo mañana cuando regresaras. Iba a decirte que ya no me queda nada por hacer.


–Sigo queriendo que vengas conmigo a Italia.


–No puedo…


–Has solucionado este asunto, pero sigo teniendo el problema de mi hija. Traerla aquí teniendo esta información va a ser aún más difícil.


Aquello era algo que Paula no había tenido en cuenta cuando había preparado su plan para presentarle lo que había descubierto y marcharse mientras que el sentido común y su propio instinto de autoprotección seguían intactos.


–Sí, pero la situación es la misma. Ella va a mostrarse… No me lo imagino siguiera, pero ciertamente no se mostrará cálida y encantada de ver a la persona que ha sacado todo esto a la luz.


–Pero tú no tienes nada en contra de ella..


De repente, a Pedro le parecía muy importante que ella lo acompañara. Ciertamente, era consciente de que la necesitaba y no podía entender cuándo ni cómo había ocurrido eso.


–También tengo mi trabajo, Pedro.


–De eso me puedo encargar yo.


–¿Que te puedes encargar tú? ¿Qué quieres decir con eso?


–Acabo de concluir la venta de una serie de boutiques en hoteles de lujo por toda Italia. A eso se debió mi viaje a Londres. Tenía que rematar unos flecos con mis abogados.


–Qué emocionante… –dijo ella por cortesía.


–Más de lo que imaginas. Es la primera vez que me ocuparé de este tipo de negocio y, por supuesto, querré que se me diseñe un sitio web espectacular.


–Para eso ya tienes tu gente.


–En estos momentos están muy ocupados. Tendría que contratar a alguien de fuera para que se ocupara de este tipo de trabajo. No solo supondría mucho dinero para la empresa que tuviera la suerte de conseguir el contrato, sino que se vería seguido de muchos otros contratos.


–¿Me estás presionando?


–Prefiero decir que te estoy persuadiendo.


–No me lo puedo creer.


–Normalmente siempre consigo lo que quiero. Y, en estos momentos, lo que quiero es que vengas conmigo a Italia. Estoy seguro de que cuando le explique a tu jefe el tamaño y la escala del contrato, además del hecho de que sería muy útil que me acompañaras a Italia para que puedas captar el ambiente y saber bien cómo enfocar el proyecto…


Antes de terminar la frase, se encogió de hombros. El mensaje estaba claro. Paula se sintió completamente atrapada.


Naturalmente, podría rechazar la oferta, pero su jefe se enfadaría con ella. La empresa era boyante, pero, dada la situación económica mundial, convenía asegurarse 45
clientes para evitar los posibles efectos nefastos en el futuro.


–Además, si te preocupa tu sueldo –añadió él–, puedes estar tranquila. Se te pagará exactamente el mismo dinero por día que has estado cobrando ahora por el trabajo que tan exitosamente has finalizado.


–No me preocupa el dinero.


–¿Por qué no quieres venir? Serán unas vacaciones.


–No me necesitas.


–No tienes ni idea de lo que necesito o de lo que no necesito.


–Podrías cambiar de opinión cuando veas qué más tengo que enseñarte…


Sacó los papeles que había encontrado de la carpeta y se los entregó. Entonces, observó atentamente la reacción de Pedro. Como el momento le parecía demasiado íntimo, decidió que era mejor preparar un poco de café.


Se preguntó qué estaría pensando Pedro al ver la colección de papeles y artículos que había encontrado en la habitación de Raquel. La muchacha llevaba años coleccionando cosas sobre su padre. Incluso fotografías, que debía de haber sacado de algún álbum. Fotos de él de joven.


Cuando terminó de preparar el café, le entregó una taza y volvió a sentarse frente a él.


–Has encontrado todo esto… –susurró Pedro. No podía mirarla a los ojos.


–Sí… Como verás, tu hija no es tan diferente de ti como tú creías. Tener la conversación que debes con ella podría no resultarte tan difícil como imaginas.




viernes, 15 de julio de 2016

RENDICIÓN: CAPITULO 9






Paula flexionó los dedos. Le dolían después de llevar dos horas y media trabajando en el ordenador de Raquel.


Pedro le había dado luz verde para examinarlo todo y Paula sabía que él había hecho bien en permitir que así fuera. Si Raquel estaba sometida a algún tipo de amenaza, fuera esta cual fuera, se debían tomar cualquier tipo de medidas aunque ello significara una invasión de la intimidad de la joven.


Sin embargo, Paula se había sentido muy nerviosa cuando se sentó frente al ordenador y comenzó a abrir archivos.


Había esperado encontrar muchas cosas típicas de una adolescente de dieciséis años. Sin embargo, el ordenador parecía contener principalmente trabajos del colegio. Paula pensó que tal vez la información más personal estaría en la tableta o en su teléfono móvil. Ninguno de los dos estaba en la casa. No obstante, encontró un par de detalles que añadían información al rompecabezas.


La información verdaderamente importante la había encontrado en su ropa, en trozos de papel, en cuadernos viejos, en los márgenes de los libros de texto, en cartas…


Como Raquel no había tratado de ocultar nada de lo que Paula había conseguido reunir, ella se sintió mejor. Tal vez, a pesar de haber prohibido al ama de llaves acercarse a su habitación, una pequeña parte de la joven quería que aquella información se descubriera. Tal vez por eso no había destruido notas que la incriminaban directamente.


Todo eran especulaciones para Paula.


A las seis de la tarde, estaba completamente agotada. Le dolía todo el cuerpo, pero sabía que podría por fin entregarle a Pedro todo lo que había encontrado y marcharse de allí.


Sintió algo de pánico al pensar que se metería en su coche y se marcharía de su lado para siempre. Entonces, se dijo que menos mal que iba a hacerlo porque el hecho de sentir pánico por no volver a verlo era la situación más peligrosa de todas.


¿Cómo había conseguido él producir un efecto tan devastador en ella en tan poco tiempo?


En lo que se refería a los hombres, Paula siempre se había tomado las cosas con calma. Las amistades se construían a lo largo de un periodo más que razonable de tiempo. 


Generalmente hablando, la amistad que se desarrollada de ese modo evitaba que pudiera convertirse en algo más.


Sin embargo, la velocidad con la que Pedro había conseguido ocupar sus pensamientos resultaba aterradora.


Desgraciadamente, descubrió que el hecho de estar sola en la casa le resultaba muy turbador porque echaba de menos su presencia.


En el espacio de tan solo un par de días, ella se había acostumbrado a su compañía. Si no estaba a su lado, sabía que estaba en alguna parte de la casa.


Estos pensamientos le produjeron tal frustración que decidió que lo mejor que podía hacer era ir a bañarse en la piscina.


Ni siquiera se había atrevido a acercarse hasta allí por temor a que él dijera que se bañaba con ella y, sobre todo, para evitar que él la viera en bañador.


A pesar de los comentarios que él pudiera haber hecho, había visto la clase de mujeres por las que se sentía atraído. 


Pedro le había dado acceso a su ordenador y ella había podido ver las fotos que tenía. Rubias explosivas, de rotundas curvas y generosos pechos. Todas parecían clones de Marilyn Monroe.


Sin embargo, por suerte estaba sola. Además, hacía tanto calor a pesar de la hora que era…


Se miró en el espejo y se sorprendió al ver lo mucho que el bikini que tenía cambiaba su aspecto. No obstante, decidió no molestarse en considerar su aspecto. Agarró una toalla del cuarto de baño y se dirigió a la piscina.


Allí, se sumergió en las cristalinas aguas. A pesar de que el agua estaba algo fría, no tardó en aclimatarse a ella cuando empezó a nadar. Era una buena nadadora y después de estar tanto tiempo sentada frente al ordenador, resultaba agradable hacer algo de ejercicio.


Realizó varios largos, pero no estaba segura exactamente de cuánto tiempo estuvo nadando. Cuando empezó a cansarse, salió de la piscina y dejó que el agua se deslizara por su cuerpo hasta llegar al suelo. Se echó el cabello hacia atrás y, entonces, se dio cuenta de que Pedro estaba observándola desde la barandilla del porche. Lo peor de todo era que no sabía cuánto tiempo llevaba allí.


Lanzó un grito de sorpresa y se dirigió rápidamente al lugar en el que había dejado la toalla. Cuando se cubrió por completo, notó que Pedro estaba junto a ella.


–Espero no haberte interrumpido –murmuró él.


–No deberías estar aquí.


–Ha habido un ligero cambio de planes.


–¡Deberías haberme advertido que ibas a regresar!


–No creí que fuera necesario informarte de que iba a regresar a mi propia casa.


–¿Cuánto tiempo llevas aquí?


No podía mirarlo a los ojos. Se sentía horriblemente consciente del aspecto que debía tener, con el cabello mojado y pegado a la cabeza y el rostro completamente limpio de maquillaje, aunque no se podía decir que ella se maquillara mucho.


–El suficiente para darme cuenta de que hace bastante que no utilizo la piscina. De hecho, no recuerdo la última vez que me metí.


Las gotas de agua que tenía en las pestañas parecían diamantes. Pedro deseó que ella lo mirara para poder leer la expresión que tenía en sus ojos. ¿Estaba de verdad furiosa porque él la hubiera molestando presentándose inesperadamente? ¿O acaso se debía más bien al hecho de que él la hubiera pillado desprevenida y que la estuviera viendo por primera vez sin su armadura de vaqueros y de camisetas, las ropas que neutralizaban su feminidad?


Se preguntó lo que ella diría si le dijera el aspecto tan delicioso que tenía, completamente empapada y cubierta tan solo por una toalla.


También se preguntó qué le diría Paula si le contara que llevaba allí más de quince minutos, hipnotizado al ver cómo nadaba, con la misma habilidad que un animal marino. Se había quedado tan absorto observándola que se había olvidado por completo de que se había visto obligado a regresar de Londres.


–Un momento –dijo–. Voy a bañarme contigo. Dame diez minutos. Me vendrá bien para librarme de la suciedad de Londres.


–¿Bañarte conmigo? –preguntó ella horrorizada.


–No te supone ningún problema, ¿verdad?


–No… bueno…


–Bien. Regresaré antes de que te vuelvas a meter en el agua.


Paula se quedó inmóvil y observó cómo Pedro desaparecía rápidamente en los vestuarios.


 Entonces, volvió a meterse rápidamente en el agua. ¿Qué opción tenía? Si le hubiera dicho que ya no quería seguir nadando y que iba a regresar a la casa solo porque él fuera a bañarse también habría sido prácticamente como confesar lo incómoda que él le hacía sentirse. Lo último que quería era que Pedro supiera el efecto que producía en ella. 


Seguramente se imaginaba ya que Paula no era imparcial a su presencia tal y como le gustaba fingir a ella, pero lo que ella sentía era mucho más confuso y más profundo que eso.


Quería mantenerlo en secreto. Podría soportar que él pensara que a ella le gustaba. Seguramente, eso mismo le ocurría a la mitad de la población del país entre dieciocho y ochenta años, por lo que no sería nada del otro mundo que a ella le ocurriera lo mismo.


Sin embargo, lo que Paula sentía era mucho más que eso. 


Normalmente, no se sentía atraída por los hombres tan solo por su aspecto. El modo en el que reaccionaba ante él indicaba algo más complejo que un simple calentón que se podía curar fácilmente poniendo distancia entre ellos.


Acababa de alcanzar el lado menos profundo de la piscina cuando Pedro salió de los vestuarios.


Paula pensó que se iba a desmayar. Comprendió perfectamente que no se había equivocado cuando se había imaginado el cuerpo que se escondería bajo la ropa de diseño que tanto le gustaba a él llevar.


Por fin lo sabía. Su cuerpo era esbelto, bronceado y profundamente hermoso. Tenía los hombros anchos y musculados. Su torso iba estrechándose gradualmente hasta convertirse en una esbelta cintura. Resultaba evidente que se sentía cómodo con su cuerpo por la tranquilidad y la elegancia con la que se movía.


Ella se sentó en uno de los escalones, pero se aseguró de que todo su cuerpo quedara completamente sumergido bajo el agua. Se sentía más segura así.


Pedro se zambulló en el agua tan recto como una flecha y nadó rápida y poderosamente hacia ella. Con un fluido movimiento, salió del agua y se sentó a su lado.


–¡Qué bien! –exclamó mientras se secaba el rostro con la mano.


–Todavía no me has explicado qué es lo que estás haciendo aquí –dijo ella, muy nerviosa por la cercanía de su cuerpo.


–Te lo diré en cuanto estemos dentro. Por el momento, quiero disfrutar del agua. No tengo mucho tiempo para disfrutarla y no quiero estropear este momento hablando del problema tan inesperado que me ha surgido –replicó. 


Entonces, se giró para mirarla–. Nadas muy bien.


–Gracias.


–¿Llevas mucho tiempo nadando?


–Aprendí con cuatro años. Mi padre nadaba muy bien, al igual que todos mis hermanos. Cuando mi madre murió, a mi padre se le metió en la cabeza que iba a canalizar toda mi energía consiguiendo que yo compitiera en natación. Mis hermanos ya eran mayores y todos tenían sus aficiones, pero a mi padre le gustaba decirme que yo era suelo fértil para que él pudiera trabajar –comentó ella con una sonrisa. Ese recuerdo la ayudó a relajarse un poco–. Por lo tanto, se aseguró de llevarme a la piscina municipal al menos dos veces por semana. Yo nadaba ya sin manguitos ni ayuda cuando tenía cinco años.


–Pero no terminaste siendo nadadora profesional.


–No. Participé en muchas competiciones hasta que empecé el instituto. Entonces, comencé a practicar muchos deportes diferentes y la natación pasó a un segundo plano.


–¿Qué deportes practicabas?


Pedro pensó en su última novia, cuyo único intento por hacer ejercicio era aparecer en las pistas de esquí. En una ocasión, trató de jugar al squash con ella y se sintió muy molesto cuando ella gritó horrorizada al pensar que iba a sudar demasiado. Según dijo, su cabello no habría podido soportarlo. Se preguntó si ella se habría sumergido en una piscina tal y como lo había hecho Paula o si hubiera preferido tumbarse en una hamaca para tomar el sol y limitarse a mojarse los pies en el agua cuando el calor se hiciera insoportable.


No era de extrañar que hubiera roto con ella tan solo después de un par de meses…


–Squash, tenis, hockey y, por supuesto, mis clases de defensa personal.


–¡Qué energía!


–Mucha.


–Y entre medias de tanto ejercicio físico aún te quedaba tiempo para estudiar.


–¿Cómo si no podría haberme podido sacar una carrera? –respondió Paula–. Hacer deporte está muy bien, pero al final no te consigue un trabajo –añadió. Se puso de pie–. Ya he estado fuera mucho tiempo. Debería volver adentro y ducharme. Tú sigue disfrutando de la piscina. Es una pena tenerla y no utilizarla, en especial cuando resulta tan raro tener un tiempo tan bueno como este.


No le dio tiempo a contestar. Se levantó y se dirigió directamente adonde estaba su toalla. Cuando se hubo envuelto con ella, lanzó un suspiro de alivio.


Se dio la vuelta y se encontró a Pedro tan cerca de ella que tuvo que dar un paso atrás. Estuvo a punto de caerse cuando se chocó con una de las hamacas.


–Cuidado –dijo él mientras le agarraba los brazos–. Debería contarte lo que me ha obligado a regresar. Tengo mucho trabajo con el que ponerme al día y probablemente tendré que trabajar toda la noche.


–Por supuesto –respondió ella, a pesar de que le costaba centrarse en nada mientras él la estaba sosteniendo–. Iré a darme una ducha y luego me puedo reunir contigo en tu despacho. ¿Te parece?


Podía oler el aroma de Pedro. El olor limpio y clorado de la piscina combinado con la arrebatadora fragancia de su cuerpo mientras se secaba bajo el sol.


–Mejor reúnete conmigo en la cocina.


Pedro la soltó de repente a pesar de que su instinto le pedía que la estrechara entre sus brazos y la besara para ver si era tan deliciosa como le decía su imaginación que sería. La intensidad de lo que se había apoderado de él era turbadora.


–Yo… no esperaba que regresaras. Le dije a Violet que no había necesidad alguna de que me preparara nada antes de que se marchara. Dejé que se fuera antes de tiempo. Espero que no te importe, pero estoy acostumbrada a prepararme mi propia comida. Me iba a preparar algo de pasta.


–Me parece estupendo.


–En ese caso, perfecto –dijo Paula débilmente.


Se mesó el cabello con los dedos y se marchó. Sabía que él la estuvo observando hasta que entró en la casa para subir a ducharse.







RENDICIÓN: CAPITULO 8





El tiempo se le había escapado entre los dedos. Era mucho más tarde de lo que había imaginado. El sol, la suave brisa, la compañía de Paula… Se preguntó si algún hombre le había dicho cosas hermosas sobre su aspecto… Se preguntó qué haría ella si la tocaba… Si la besaba…


Más que nunca, deseó poseerla. De hecho, sentía deseos irrefrenables de olvidarse de la reunión que tenía en Londres y pasar el resto de aquella maravillosa tarde jugando a la seducción.


Entonces, de repente, ella se puso de pie y dijo que tenía mucho calor y que quería regresar al interior de la casa. Con un suspiro de resignación, él la siguió.


–Estás haciendo un buen trabajo –le dijo, consciente de que su cuerpo exigía un cierto tipo de atención que probablemente iba a hacer que el trayecto a Londres resultara muy incómodo.


Paula había puesto una necesaria distancia física entre ellos. 


Le aterraba pensar que pudiera animarlo a pensar que se sentía atraída por él. Más aterrador resultaba aún que ella pudiera estar deduciendo toda clase de tonterías por los comentarios que él realizaba. Era un hombre encantador, inteligente y muy sofisticado. Probablemente se comportaba de aquel modo con todas las mujeres con las que hablaba. 


Era como era y malinterpretar todo lo que decía a su favor sería algo que la pondría en una situación muy delicada.


–Gracias. Me pagas muy bien.


Pedro frunció el ceño. No le gustaba que se hubiera mencionado el dinero. Bajaba el tono.


–Bueno, sigue así –dijo cortésmente–. Y tendrás la casa para ti sola hasta mañana para que puedas hacerlo. Tengo una reunión muy importante en Londres y voy a pasar la noche en mi apartamento.


Le dolió que pareciera aliviada. Sabía que ella se sentía atraída por Pedro, pero estaba dispuesta a resistirse a pesar de las señales que él había enviado indicando que el sentimiento era mutuo. ¿Acaso no sabía que, para un hombre como él, que podía tener todas las mujeres que deseara con un chasquido de dedos, tanta reticencia era un desafío?


Esperaba que la noche que iba a pasar en solitario lo ayudara a poner un poco de distancia.


La dejó en el vestíbulo. En el rostro de Paula se adivinaba que estaba deseando que él se marchara. Ella lo necesitaba. 


Los nervios se le estaban tensando cada vez más. Se moría de ganas porque él se fuera. Por fin, cuando la puerta principal se cerró, lanzó un suspiro de alivio que se acrecentó al escuchar cómo el coche se alejaba de la casa.


No podía quedarse allí. Ciertamente, quería irse antes de que su hija llegara. No podía soportar la tensión de estar junto a él. Se sentía vulnerable y confusa.


Había descubierto mucho más de lo que le había dicho registrando las habitaciones de Raquel. No lo suficiente, pero, con un poco más de información, podría presentarle sus conclusiones y marcharse con el caso cerrado.


Había visto el ordenador y estaba segura de que encontraría la información que le faltaba en él. Tenía toda la tarde, la noche y parte del día siguiente. Durante ese tiempo, se aseguraría de que el asunto quedara zanjado porque necesitaba desesperadamente regresar a la seguridad de su vida de siempre…