viernes, 15 de julio de 2016
RENDICIÓN: CAPITULO 9
Paula flexionó los dedos. Le dolían después de llevar dos horas y media trabajando en el ordenador de Raquel.
Pedro le había dado luz verde para examinarlo todo y Paula sabía que él había hecho bien en permitir que así fuera. Si Raquel estaba sometida a algún tipo de amenaza, fuera esta cual fuera, se debían tomar cualquier tipo de medidas aunque ello significara una invasión de la intimidad de la joven.
Sin embargo, Paula se había sentido muy nerviosa cuando se sentó frente al ordenador y comenzó a abrir archivos.
Había esperado encontrar muchas cosas típicas de una adolescente de dieciséis años. Sin embargo, el ordenador parecía contener principalmente trabajos del colegio. Paula pensó que tal vez la información más personal estaría en la tableta o en su teléfono móvil. Ninguno de los dos estaba en la casa. No obstante, encontró un par de detalles que añadían información al rompecabezas.
La información verdaderamente importante la había encontrado en su ropa, en trozos de papel, en cuadernos viejos, en los márgenes de los libros de texto, en cartas…
Como Raquel no había tratado de ocultar nada de lo que Paula había conseguido reunir, ella se sintió mejor. Tal vez, a pesar de haber prohibido al ama de llaves acercarse a su habitación, una pequeña parte de la joven quería que aquella información se descubriera. Tal vez por eso no había destruido notas que la incriminaban directamente.
Todo eran especulaciones para Paula.
A las seis de la tarde, estaba completamente agotada. Le dolía todo el cuerpo, pero sabía que podría por fin entregarle a Pedro todo lo que había encontrado y marcharse de allí.
Sintió algo de pánico al pensar que se metería en su coche y se marcharía de su lado para siempre. Entonces, se dijo que menos mal que iba a hacerlo porque el hecho de sentir pánico por no volver a verlo era la situación más peligrosa de todas.
¿Cómo había conseguido él producir un efecto tan devastador en ella en tan poco tiempo?
En lo que se refería a los hombres, Paula siempre se había tomado las cosas con calma. Las amistades se construían a lo largo de un periodo más que razonable de tiempo.
Generalmente hablando, la amistad que se desarrollada de ese modo evitaba que pudiera convertirse en algo más.
Sin embargo, la velocidad con la que Pedro había conseguido ocupar sus pensamientos resultaba aterradora.
Desgraciadamente, descubrió que el hecho de estar sola en la casa le resultaba muy turbador porque echaba de menos su presencia.
En el espacio de tan solo un par de días, ella se había acostumbrado a su compañía. Si no estaba a su lado, sabía que estaba en alguna parte de la casa.
Estos pensamientos le produjeron tal frustración que decidió que lo mejor que podía hacer era ir a bañarse en la piscina.
Ni siquiera se había atrevido a acercarse hasta allí por temor a que él dijera que se bañaba con ella y, sobre todo, para evitar que él la viera en bañador.
A pesar de los comentarios que él pudiera haber hecho, había visto la clase de mujeres por las que se sentía atraído.
Pedro le había dado acceso a su ordenador y ella había podido ver las fotos que tenía. Rubias explosivas, de rotundas curvas y generosos pechos. Todas parecían clones de Marilyn Monroe.
Sin embargo, por suerte estaba sola. Además, hacía tanto calor a pesar de la hora que era…
Se miró en el espejo y se sorprendió al ver lo mucho que el bikini que tenía cambiaba su aspecto. No obstante, decidió no molestarse en considerar su aspecto. Agarró una toalla del cuarto de baño y se dirigió a la piscina.
Allí, se sumergió en las cristalinas aguas. A pesar de que el agua estaba algo fría, no tardó en aclimatarse a ella cuando empezó a nadar. Era una buena nadadora y después de estar tanto tiempo sentada frente al ordenador, resultaba agradable hacer algo de ejercicio.
Realizó varios largos, pero no estaba segura exactamente de cuánto tiempo estuvo nadando. Cuando empezó a cansarse, salió de la piscina y dejó que el agua se deslizara por su cuerpo hasta llegar al suelo. Se echó el cabello hacia atrás y, entonces, se dio cuenta de que Pedro estaba observándola desde la barandilla del porche. Lo peor de todo era que no sabía cuánto tiempo llevaba allí.
Lanzó un grito de sorpresa y se dirigió rápidamente al lugar en el que había dejado la toalla. Cuando se cubrió por completo, notó que Pedro estaba junto a ella.
–Espero no haberte interrumpido –murmuró él.
–No deberías estar aquí.
–Ha habido un ligero cambio de planes.
–¡Deberías haberme advertido que ibas a regresar!
–No creí que fuera necesario informarte de que iba a regresar a mi propia casa.
–¿Cuánto tiempo llevas aquí?
No podía mirarlo a los ojos. Se sentía horriblemente consciente del aspecto que debía tener, con el cabello mojado y pegado a la cabeza y el rostro completamente limpio de maquillaje, aunque no se podía decir que ella se maquillara mucho.
–El suficiente para darme cuenta de que hace bastante que no utilizo la piscina. De hecho, no recuerdo la última vez que me metí.
Las gotas de agua que tenía en las pestañas parecían diamantes. Pedro deseó que ella lo mirara para poder leer la expresión que tenía en sus ojos. ¿Estaba de verdad furiosa porque él la hubiera molestando presentándose inesperadamente? ¿O acaso se debía más bien al hecho de que él la hubiera pillado desprevenida y que la estuviera viendo por primera vez sin su armadura de vaqueros y de camisetas, las ropas que neutralizaban su feminidad?
Se preguntó lo que ella diría si le dijera el aspecto tan delicioso que tenía, completamente empapada y cubierta tan solo por una toalla.
También se preguntó qué le diría Paula si le contara que llevaba allí más de quince minutos, hipnotizado al ver cómo nadaba, con la misma habilidad que un animal marino. Se había quedado tan absorto observándola que se había olvidado por completo de que se había visto obligado a regresar de Londres.
–Un momento –dijo–. Voy a bañarme contigo. Dame diez minutos. Me vendrá bien para librarme de la suciedad de Londres.
–¿Bañarte conmigo? –preguntó ella horrorizada.
–No te supone ningún problema, ¿verdad?
–No… bueno…
–Bien. Regresaré antes de que te vuelvas a meter en el agua.
Paula se quedó inmóvil y observó cómo Pedro desaparecía rápidamente en los vestuarios.
Entonces, volvió a meterse rápidamente en el agua. ¿Qué opción tenía? Si le hubiera dicho que ya no quería seguir nadando y que iba a regresar a la casa solo porque él fuera a bañarse también habría sido prácticamente como confesar lo incómoda que él le hacía sentirse. Lo último que quería era que Pedro supiera el efecto que producía en ella.
Seguramente se imaginaba ya que Paula no era imparcial a su presencia tal y como le gustaba fingir a ella, pero lo que ella sentía era mucho más confuso y más profundo que eso.
Quería mantenerlo en secreto. Podría soportar que él pensara que a ella le gustaba. Seguramente, eso mismo le ocurría a la mitad de la población del país entre dieciocho y ochenta años, por lo que no sería nada del otro mundo que a ella le ocurriera lo mismo.
Sin embargo, lo que Paula sentía era mucho más que eso.
Normalmente, no se sentía atraída por los hombres tan solo por su aspecto. El modo en el que reaccionaba ante él indicaba algo más complejo que un simple calentón que se podía curar fácilmente poniendo distancia entre ellos.
Acababa de alcanzar el lado menos profundo de la piscina cuando Pedro salió de los vestuarios.
Paula pensó que se iba a desmayar. Comprendió perfectamente que no se había equivocado cuando se había imaginado el cuerpo que se escondería bajo la ropa de diseño que tanto le gustaba a él llevar.
Por fin lo sabía. Su cuerpo era esbelto, bronceado y profundamente hermoso. Tenía los hombros anchos y musculados. Su torso iba estrechándose gradualmente hasta convertirse en una esbelta cintura. Resultaba evidente que se sentía cómodo con su cuerpo por la tranquilidad y la elegancia con la que se movía.
Ella se sentó en uno de los escalones, pero se aseguró de que todo su cuerpo quedara completamente sumergido bajo el agua. Se sentía más segura así.
Pedro se zambulló en el agua tan recto como una flecha y nadó rápida y poderosamente hacia ella. Con un fluido movimiento, salió del agua y se sentó a su lado.
–¡Qué bien! –exclamó mientras se secaba el rostro con la mano.
–Todavía no me has explicado qué es lo que estás haciendo aquí –dijo ella, muy nerviosa por la cercanía de su cuerpo.
–Te lo diré en cuanto estemos dentro. Por el momento, quiero disfrutar del agua. No tengo mucho tiempo para disfrutarla y no quiero estropear este momento hablando del problema tan inesperado que me ha surgido –replicó.
Entonces, se giró para mirarla–. Nadas muy bien.
–Gracias.
–¿Llevas mucho tiempo nadando?
–Aprendí con cuatro años. Mi padre nadaba muy bien, al igual que todos mis hermanos. Cuando mi madre murió, a mi padre se le metió en la cabeza que iba a canalizar toda mi energía consiguiendo que yo compitiera en natación. Mis hermanos ya eran mayores y todos tenían sus aficiones, pero a mi padre le gustaba decirme que yo era suelo fértil para que él pudiera trabajar –comentó ella con una sonrisa. Ese recuerdo la ayudó a relajarse un poco–. Por lo tanto, se aseguró de llevarme a la piscina municipal al menos dos veces por semana. Yo nadaba ya sin manguitos ni ayuda cuando tenía cinco años.
–Pero no terminaste siendo nadadora profesional.
–No. Participé en muchas competiciones hasta que empecé el instituto. Entonces, comencé a practicar muchos deportes diferentes y la natación pasó a un segundo plano.
–¿Qué deportes practicabas?
Pedro pensó en su última novia, cuyo único intento por hacer ejercicio era aparecer en las pistas de esquí. En una ocasión, trató de jugar al squash con ella y se sintió muy molesto cuando ella gritó horrorizada al pensar que iba a sudar demasiado. Según dijo, su cabello no habría podido soportarlo. Se preguntó si ella se habría sumergido en una piscina tal y como lo había hecho Paula o si hubiera preferido tumbarse en una hamaca para tomar el sol y limitarse a mojarse los pies en el agua cuando el calor se hiciera insoportable.
No era de extrañar que hubiera roto con ella tan solo después de un par de meses…
–Squash, tenis, hockey y, por supuesto, mis clases de defensa personal.
–¡Qué energía!
–Mucha.
–Y entre medias de tanto ejercicio físico aún te quedaba tiempo para estudiar.
–¿Cómo si no podría haberme podido sacar una carrera? –respondió Paula–. Hacer deporte está muy bien, pero al final no te consigue un trabajo –añadió. Se puso de pie–. Ya he estado fuera mucho tiempo. Debería volver adentro y ducharme. Tú sigue disfrutando de la piscina. Es una pena tenerla y no utilizarla, en especial cuando resulta tan raro tener un tiempo tan bueno como este.
No le dio tiempo a contestar. Se levantó y se dirigió directamente adonde estaba su toalla. Cuando se hubo envuelto con ella, lanzó un suspiro de alivio.
Se dio la vuelta y se encontró a Pedro tan cerca de ella que tuvo que dar un paso atrás. Estuvo a punto de caerse cuando se chocó con una de las hamacas.
–Cuidado –dijo él mientras le agarraba los brazos–. Debería contarte lo que me ha obligado a regresar. Tengo mucho trabajo con el que ponerme al día y probablemente tendré que trabajar toda la noche.
–Por supuesto –respondió ella, a pesar de que le costaba centrarse en nada mientras él la estaba sosteniendo–. Iré a darme una ducha y luego me puedo reunir contigo en tu despacho. ¿Te parece?
Podía oler el aroma de Pedro. El olor limpio y clorado de la piscina combinado con la arrebatadora fragancia de su cuerpo mientras se secaba bajo el sol.
–Mejor reúnete conmigo en la cocina.
Pedro la soltó de repente a pesar de que su instinto le pedía que la estrechara entre sus brazos y la besara para ver si era tan deliciosa como le decía su imaginación que sería. La intensidad de lo que se había apoderado de él era turbadora.
–Yo… no esperaba que regresaras. Le dije a Violet que no había necesidad alguna de que me preparara nada antes de que se marchara. Dejé que se fuera antes de tiempo. Espero que no te importe, pero estoy acostumbrada a prepararme mi propia comida. Me iba a preparar algo de pasta.
–Me parece estupendo.
–En ese caso, perfecto –dijo Paula débilmente.
Se mesó el cabello con los dedos y se marchó. Sabía que él la estuvo observando hasta que entró en la casa para subir a ducharse.
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Ayyyyyyyyyyy, cómo me gusta esta historia.
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