jueves, 30 de junio de 2016

EL PACTO: CAPITULO 17





No tenía sentido regresar al trabajo si quería avanzar. Una comida de dos horas significaba una tarde cargada de interrupciones.


En las últimas horas habían aparecido más noticias en la prensa, proveniente de una fuente anónima que aseguraba ser empleada de Al. El asunto era feo y estaba seguro de que Valeria estaba detrás de ello.


Cuando Bettina le envió un mensaje para que acudiera a su despacho, un gruñido escapó de labios de Pedro. No estaba de humor para otra sesión de lloriqueos sobre el ataque de la prensa.


Todo apuntaba a que iba a quedarse a trabajar hasta tarde.


 Adiós a sus planes para cenar con Paula.


—Es la última vez, mamá —le murmuró a la pantalla del ordenador.


Era mentira. Acudiría junto a su madre todas las veces que se lo pidiera. Tras la marcha de Pablo, él se había convertido en su único aliado. Era lo menos que podía hacer por ella. 


Además, era su madre.


—Pasa —Bettina se levantó de la silla.


Y antes de que él pudiera reaccionar, lo envolvió en un poco habitual abrazo materno.


—Valeria me lo ha contado —su madre lo miró emocionada—. Aunque no entiendo por qué no lo hiciste tú.


—¿Contarte el qué? —aturdido, Pedro contempló detenidamente a Bettina.


—Lo de la esposa que has estado ocultando.


—Lo de… ¿qué? —el estómago se le encogió mientras su madre lo seguía abrazando.


Ya era tarde para fingir que no sabía de qué hablaba Bettina.


Valeria. Pedro soltó un juramento. La había subestimado de nuevo. ¿Cómo lo había descubierto?


—¿Por qué no me habías dicho que te habías casado? —le reprendió su madre.


—Porque pensé que te disgustarías —aunque era evidente que no había sido así.


—Al contrario, es la mejor noticia que he tenido en mucho tiempo —susurró la mujer—. No iba a decirlo, pero la idea de que te casaras con Meiling nunca me gustó. Una romántica boda relámpago, eso sí es maravilloso.


—Me alegro que a alguien se lo parezca —murmuró él.


—Quiero invitaros a cenar a tu esposa y a ti. No comprendo por qué trabaja en Alfonso, aunque seguro que tú podrás explicármelo.


Pedro murmuró otro juramento y cerró los ojos. Había herido los sentimientos de su madre al permitir que su esposa trabajara para el enemigo.


—Es complicado —iba a matar a Valeria.


—Lógico, dada la mala relación entre tu padre y yo —la mujer asintió con gesto severo—. El divorcio fue duro para todos, pero no debes ocultarme la relación más importante para ti. Claro que a veces me siento sola, pero eso no quiere decir que no te desee lo mejor. Soy muy feliz.


¿Bettina creía que no se lo había contado por si se ponía celosa?


Si supiera que se había casado borracho y ante un oficiante disfrazado de Elvis. Y de eso hacía ya dos años.


Las ejecutivas de Al y Alfonso no verían esa boda en Las Vegas como un punto positivo, y Valeria seguramente le tenía guardadas más sorpresas.


—Gracias, mamá —susurró—. Y para que lo sepas, Paula solo trabaja temporalmente en Alfonso. Siento no haberte contado que era mi esposa cuando te pedí que la recomendaras.


Al menos no mentía en eso. Pero su madre debía comprender que el matrimonio no iba a durar mucho. Y debía hacerlo antes de que empezara a ponerles nombre a sus nietos imaginarios.


Tenía la sensación de que la noticia no iba a ser bien recibida. Bettina sufriría una gran decepción. ¿Cómo había llegado a esa situación?


—Mamá, Paula y yo no…


—Me muero por conocer a mi nuera. Quiero todos los detalles de la boda. Y has sido muy malo no llevándola de luna de miel. Más te vale compensarla por ello.


¿Nuera? ¿No le había contado Valeria todo? O mejor aún ¿no conocía toda la historia? Quizás aún hubiera una posibilidad de salvar la situación.


—Por favor, mamá. No me expliques lo que debería hacer para compensarla.


—Déjame invitarte a cenar —Bettina rio—. ¿Estáis libres esta noche?


—Habíamos pensado cenar comida para llevar.


—Pues entonces decidido —ella tomó a Pedro de la mano—. Me alegra saber que has sentado la cabeza. Facilita mucho mi decisión de jubilarme.


—¿Jubilarte?


Era la primera vez que tal palabra salía de boca de Bettina. 


Su madre era uno de los principales obstáculos para sus planes, porque jamás aprobaría la fusión con Alfonso.


Si Bettina se jubilaba, el juego cambiaba por completo.



—Aún no —la mujer le dio una palmadita—, pero puede que pronto. No lo había contemplado, pero ahora que has sentado la cabeza, puedo dejar Al en tus manos tranquilamente.


Sentado la cabeza. Aquello sonaba mucho mejor de lo que habría imaginado. El estómago a Pedro le dio un vuelco. ¿Y si no hacía falta terminar la relación con Paula tan pronto?


De inmediato cambió su visión de futuro. Podría permanecer casado y a la vez tendría la excusa perfecta para evitar analizar por qué le parecía tan importante.


—Serás un director ejecutivo estupendo —concluyó Bettina.


Eso era cierto, y en eso debía centrarse, no en Paula y su especial habilidad para volverlo loco. Su madre consideraba la jubilación y nombrarle el siguiente director ejecutivo. Una gran victoria.


Como director ejecutivo de Al la fusión con Alfonso sería más sencilla y nadie cuestionaría su liderazgo.


Porque estaría casado. Con Paula.


En el alocado mundo de Pedro, la esposa de la que había intentado deshacerse acababa de convertirse en la esposa que, al parecer, necesitaba conservar. Su matrimonio se había vuelto muy valioso.


El matrimonio era una herramienta, siempre lo había pensado. Paula lo sabía y solo tenía que hablar con ella sobre el cambio de planes. Lo encajaría bien.


—Tengo que regresar al trabajo —las manos le empezaron a sudar—. Ya te confirmaré lo de la cena.


La radiante sonrisa de Bettina quedó grabada en su mente durante el resto de la tarde. No podía firmar esos papeles, ni siquiera aunque Paula recuperara los diseños. Pero temía la reacción de su mujer al comunicarle que no habría divorcio.


Seguramente volvería a expresarle lo defraudada que se sentía. Seguramente interpretaría su gesto como un intento de llevársela a la cama.


No había caído en ello, pero lo lógico sería que se trasladara a su casa. Eso hacía la gente casada. Y desde luego no iba a sugerirle que se instalara en el cuarto de invitados.


Pero si le pedía que se instalara en su casa, lo que le estaría pidiendo implícitamente sería que se convirtiera en su esposa de pleno derecho. Porque deseaba tenerla cerca, vivir con ella, dormir con ella. Una extraña sensación lo golpeó en el pecho al imaginarse despertando junto a ella cada mañana.


Era exactamente lo que deseaba.


Pero no podía permitir que ella lo supiera. Su matrimonio tendría como único fin ayudarlo en sus planes de futuro. La gente enamorada se desenamoraba y lo arruinaba todo a su alrededor.


Tampoco podía dar la impresión de estar desesperado por pasar algunos días más con ella, aunque le gustaba esa idea más de lo que debería.


Por suerte, Paula y él estaban de acuerdo en los propósitos del matrimonio.



EL PACTO: CAPITULO 16





Podría regresar a Houston, con el divorcio en la mano, y pensar en cómo borrar a Pedro de su corazón. Cuanto antes se marchara, más fácil le resultaría aclarar sus confusos sentimientos.


Era evidente que él estaba igualmente ansioso por deshacerse de ella. La noche anterior había insistido en que su relación tenía fecha de caducidad. Y ella lo había ignorado.


Hasta que se había dado cuenta de que el sexo, la afinidad, y todo aquello con lo que había soñado los dos últimos años, estaban conectados con su corazón.


—Sí —Pedro se encogió de hombros—. En cuanto recupere los diseños ¿qué más podrías hacer? Sé cuáles son los planes de Valeria, y la información es de primera. Mejor de lo que podría haber soñado.


Pedro se mostraba muy generoso. La había elogiado y asegurado que casi había cumplido con los términos del acuerdo. Debería sentirse feliz. Pero Paula apenas podía respirar.


—¿Quieres que haga esto último y luego habré terminado?


—Eso es lo que he dicho —él asintió.


No podría haber sucedido en mejor momento, pues ella no sabía cuánto tiempo más podría seguir actuando como la chica que sacaba el lado salvaje de Pedro. No cuando era muy consciente de desear mucho más, de desearlo a él, pero para siempre.


Por primera vez en su vida iba a comportarse como una adulta. Pedro solo quería sexo, lo mismo que había buscado en Las Vegas. Y era lo único que ella había deseado, hasta dejar de hacerlo.


¿Quién podía imaginarse que el sexo podría provocar tal diluvio de emociones? Aunque quizás el problema era que no sabía manejarlas. Era culpa suya, no de Pedro, y no sería justo pedirle algo más que el divorcio, sobre todo cuando no sabía qué pedirle.


—Impresionante —ella asintió—. Valeria tiene una reunión la semana que viene con ciertas personas para tratar ese proyecto. Y sé que Pablo está furioso por tu notita de prensa.


Se había sentido feliz al saber que había tenido algo que ver en la tensión que evidenciaba el rostro de Valeria. Todo el mundo había intentado evitarla en la oficina. Salvo Paula. 


Ella había entrado en la guarida del león y le había ofrecido su ayuda.


Nadie debía saber que lo hacía tanto por el divorcio como por Pedro.


—Esta mañana me confesó que estaba considerando una nueva estrategia —le comentó Pedro—. Creo que los diseños robados forman parte de ello.


—No sabía que hubieras hablado con ella.


—¿No te lo dije? —él enarcó las cejas—. Es verdad, estaba un poco ocupado con la gimnasia sobre el escritorio.


—Llevo cuarenta y cinco minutos intentando hablar de esto —Paula puso los ojos en blanco—. Y fuiste tú el que inició la sesión de gimnasia.


—Culpa tuya por inclinarte sobre la mesa con ese vestido tan sexy. La próxima vez siéntate, o vístete con un saco de patatas.


Paula se sintió repentinamente triste.


De no haberse complicado todo tanto, le habría provocado para iniciar una segunda ronda. Pero el hecho de que flirteaba en la misma frase en la que hablaba de negocios, resultaba muy esclarecedor. Había hecho lo correcto al no confesarle sus sentimientos.


—Da igual —debían regresar al tema antes de desmoronarse—. Voy a pedirle a Valeria que me deje ocupar su lugar en la reunión para que ella pueda centrarse en Pablo. Puede que se niegue, pero merece la pena intentarlo.


—Estoy impresionado —Pedro se cruzó de brazos—. Me gusta la idea. ¿Cuándo es la reunión?


—Creo que el lunes —lo cual le dejaba libre toda la tarde para idear el modo de convencer a Valeria. Quizás tendría una oportunidad si lograba abordar a su jefa cuando saliera de la reunión de dos horas que había reservado para Pablo.
Sin duda, Valeria saldría de esa reunión con mucho trabajo, y allí estaría ella al rescate.


—¿Crees que aceptará? —preguntó Pedro—. Valeria no se fía de nadie. ¿Has conseguido acercarte tanto como para merecerte a sus ojos una tarea tan importante?


—No pasa nada por intentarlo —Paula se encogió de hombros—. Es la única forma que veo de recuperar los diseños sin levantar sospechas. Quizás, sin querer, los prenda fuego. Tendrás copias, supongo.


—Ya te digo.


—Con suerte me despedirá y podré regresar a casa, pero no sin antes explicarle lo que pienso de ella —a juzgar por la sonrisa de Pedro, el plan era de su agrado—. Sin los diseños, no tendrá ninguna estrategia y podrás ponerla en evidencia. Hablamos de arruinar a Alfonso, una empresa dirigida por tu padre y tu hermana. ¿Estás seguro?


—Mi padre arruinó Alfonso él solito al partir la empresa —contestó él furioso—. No obtendrá más que su merecido.


El cuerpo de Pedro vibró con preocupación y pasión.


Seguía siendo la misma persona vulnerable de Las Vegas, pero había volcado su angustia e impotencia en los planes de fusión. ¿Cómo no se había dado cuenta?


—Cuéntamelo —lo apremió ella con dulzura, temerosa de presionarlo demasiado.


Si era capaz de sacar su lado salvaje, también lo sería de sacar otro más sensible y apasionado.


Intimidad y conversaciones emotivas. Era la realización de sus fantasías.


Pedro respiró hondo en un gesto evidente por mantener la compostura.


—Por eso la reunificación de Al es tan importante para mí. Pablo fracasó, como padre, marido y director ejecutivo —Pedro apretó los puños—. Mi madre nunca quiso un puesto de dirección, pero él la obligó al marcharse.


Paula sufría por Pedro, y por su madre. Y en cuanto a Valeria, seguramente parte de su abrasiva personalidad se debía al dolor que le habían provocado los acontecimientos dos años atrás.


—Lo siento, cielo.


—No lo sientas. Voy a ser el hombre que él nunca fue. Voy a unificar de nuevo la empresa y, si soy el director ejecutivo, él no podrá serlo. Es la venganza perfecta por lo que le hizo a Empresas Alfonso.


—¡Oh, cielo! —ella sonrió tímidamente—. Puedes intentar convencerte de que te mueve la venganza, pero admítelo, todo esto es por tu madre.


Una expresión de sorpresa asomó al rostro de Pedro. ¿No se había dado cuenta de ello?


—Tienes razón, aunque solo en parte. Siempre olvido lo bien que me entiendes.


Había diseñado sus planes para corregir el daño que su padre había hecho a su madre. La dulzura de ese gesto emocionó a Paula. Incapaz de contenerse, lo abrazó con ternura.


—Parecías necesitar un abrazo —le ofreció a modo de excusa.


Lo cierto era que ella había necesitado ese contacto, tocar a ese magnífico hombre.


Pedro la rodeó con sus brazos y permanecieron abrazados, conectados.


—Tengo que regresar al trabajo —protestó él—. Es muy tarde.


—Sí.


Había mucho trabajo que hacer. Mucho Allo que soportar y mucha Valeria que engañar. La idea la agotó por completo. Lo que de verdad quería hacer era seguir abrazada a Pedro el mayor tiempo posible y olvidarse de todo.


Pero dado que eso no estaba incluido en su plan maestro, se apartó de él.


—Vete, pero vuelve. Trae algo de cena y yo te contaré mi conversación con Valeria.


Hasta que estuvieran divorciados, seguiría buscando esa conexión.








EL PACTO: CAPITULO 15





Con un esfuerzo supremo, Pedro consiguió llegar a la oficina a las ocho de la mañana. Había conseguido dormirse a las cinco, media hora antes de que sonara el despertador.


Ojalá pudiera echarle la culpa del robo a Valeria, a los planes de fusión o a las noticias desfavorables publicadas en la prensa. Nada de lo cual podía competir con la visión de Paula, que se repetía insistentemente en su cabeza.


Curiosamente, el recuerdo no era de su cuerpo desnudo. La imagen que lo atormentaba era la de esa mujer sentada a horcajadas sobre él en el coche.


La expresión de su rostro mientras le daba placer había sido arrebatadora. Debería haberse escandalizado de sí mismo al tocarla íntimamente en público, pero el gesto le había hecho sentirse vivo. Poderoso al saberse capaz de hacerle llegar cuantas veces quisiera.


Por eso no se había quedado la noche anterior. Porque le había gustado demasiado.


A ciegas, alargó una mano hacia la taza de café que descansaba sobre su mesa y se la bebió de un trago con la esperanza de borrar de su mente la imagen de su diabólica esposa.


No había suficiente café en todo Manhattan para ayudarle a enfrentarse al día. Ya puestos, decidió llamar a Valeria.


Cuando su hermana contestó a la primera señal de llamada, supo que algo pasaba y sintió que los cabellos de la nuca se le erizaban.


—Hola. Tenemos que hablar.


¿Cómo iba a sacar el tema de los diseños? Si la acusaba abiertamente, Valeria se las arreglaría para zafarse sin admitir nada.


—Estoy de acuerdo —contestó ella—. He hablado con Pablo sobre las cuestiones que mencionaste en ese artículo tuyo tan bueno. Por cierto, buen trabajo, hermanito.


El sarcasmo era tan evidente que Pedro sonrió. La estrategia de Paula había funcionado. El artículo debía haber fastidiado seriamente a Valeria para que lo sacara a relucir de inmediato.


—Puro y sencillo marketing. Tú, más que nadie, apreciarás el valor de la verdad en publicidad.


La pausa fue tan larga que Pedro empezó a preguntarse si no se habría cortado la llamada.


—Soy una entusiasta de la verdad —contestó su hermana—, por eso le dije a Pablo que había dado en el clavo. Alfonso no tiene la fama de alta costura de Al. No está en nuestros genes, ni en nuestra estrategia. Si queremos competir con los grandes, tenemos que aceptar nuestras debilidades.


De modo que ahí estaba el motivo de los diseños robados. 


Su hermana planeaba utilizarlos para lanzar una línea para competir con Al. Aunque ciertamente entendería que, al menos, una veintena de personas declararía bajo juramento que esos diseños habían surgido en Al, por no mencionar las copias digitales de los patrones, archivadas con sus fechas.


—¿Y qué dijo Pablo? —nombrar a su padre no alivió la sensación de repugnancia.


—Un poco de todo —contestó ella con evasivas—. Lo importante es que he sentado con él las bases para la fusión. Nuestro duelo en la prensa ha contribuido a la causa —era la única admisión que haría sobre haber participado en el bulo acerca de la explotación de los trabajadores—. Dentro de unos días le mencionaré la necesidad de una nueva estrategia. Y entonces le preguntaré inocentemente si ha considerado los beneficios de unificar de nuevo la empresa.


De no saber lo de los diseños robados, Pedro se lo podría haber tragado. A Valeria no le importaba jugar a dos bandas. 


Pero a él tampoco.


De repente, no le vio sentido a mencionar lo del robo. 


Prefería esperar. Aunque sí tenía que tratar el tema del espía en su empresa.


—Estupendo. Yo haré lo mismo con Bettina, aunque me centraré en los ingresos. Está interesada en lanzar una nueva línea de baño —normalmente no le daría tantos detalles, pero si lo ponía sobre la mesa, Valeria ya no podría robárselo—. Sería buen momento para hablar de financiación y de los costes de las nuevas líneas. Las cifras de Alfonso son mejores que nunca, según lo que me has contado. Sigue siendo así ¿verdad?


—Por supuesto —bufó ella—. Alfonso House es, y siempre será, lo más rentable del imperio Alfonso.


—Estupendo —contestó él con entusiasmo—. Ahora hay que ver cómo convencer a Pablo y a Bettina para que nos cedan sus puestos de directores ejecutivos.


Debían encontrar el modo de que les resultara atractiva la idea de retirarse, o dedicarse a otros proyectos.


Como de costumbre, a Pedro le importaban más los sentimientos de Bettina que los de Pablo. Si al final Valeria y él se veían obligados a tomar Alfonso por la fuerza, su padre lo tendría merecido.


La culpa de la ruptura había sido de Pablo. Y culpa suya también que Alfonso y Al no fueran tan rentables por separado como juntos. Un desembarco hostil sería complicado y costoso. Mejor evitarlo.


—Es un problema —admitió Valeria—. Habrá que ver cómo resolverlo.


—Cuando le hables de la fusión —de repente Pedro tuvo una inspiración—, coméntale a Pablo que si se retira a un segundo plano podrá disfrutar de más tiempo con Caozinha.


—Podría funcionar —viniendo de Valeria era todo un elogio.


Siguieron hablando unos minutos más y Pedro tuvo que calificar la conversación como una de las más agradables que había tenido con su hermana en mucho tiempo.


No sabía si conocer los planes secretos de Valeria le habían suavizado, o quizás había sido Paula. En cualquier caso, su esposa era la responsable de ambas cosas.


De mucho mejor humor, Pedro se puso a trabajar. Le llegó un mensaje de Paula:
Reúnete conmigo en el hotel para comer. Tengo una idea.


Él también tenía una idea, en realidad varias. Feliz, le contestó:
Estoy saliendo por la puerta.


Al parecer su lado salvaje también funcionaba a pleno día.


Paula ya estaba en la habitación, preciosa con su larga melena suelta.


—Qué rápido —observó ella mientras, inclinada sobre la mesa, garabateaba algo en un papel—. Dame un segundo.


—Tómate todo el tiempo que necesites —la tenía justo donde quería.


Pedro se acercó por la espalda y acomodó el bonito trasero contra la entrepierna.


El fino vestido apenas constituía una barrera, y sentía claramente los pliegues de su sexo. Duro como el acero, se frotó contra ella.


Paula se quedó quieta antes de deslizarse contra la erección.


—¿Así quieres hacerlo? —preguntó con voz entrecortada.


—Sí —murmuró él mientras le apartaba la melena de la nuca y le mordisqueaba el cuello.


Paula se levantó el vestido hasta la cintura antes de guiar una mano de Pedro hasta su pecho.


—Cielo, si vas a hacerlo, hazlo bien —ella se arqueó hacia atrás.


Pedro estuvo a punto de llegar, completamente vestido, aunque luchó contra ello. Jugueteó con el pezón y de inmediato sintió cómo se endurecía.


—Quiero estar dentro de ti —susurró contra su cuello.


—Hay preservativos en el cuarto de baño.


No sin esfuerzo, él se dirigió al cuarto de baño.


Cuando regresó, encontró a Paula con las manos apoyadas sobre la mesa. Se había quitado las braguitas y separado las piernas en una clara invitación.


Era lo más erótico que Pedro hubiera presenciado jamás.


Con dedos temblorosos se colocó el preservativo sobre la erección más fuerte que hubiera experimentado jamás. Y, de inmediato, se deslizó en su interior.


La exquisita presión que ella ejercía aumentó la urgencia. 


Frotó una mano contra el sensible núcleo hasta que ella gritó. Su liberación aumentó la presión y él la siguió pocos segundos después. Con los ojos cerrados y la boca sobre el cuello de Paula, permitió que el orgasmo estallara en su interior.


—Eso fue… —Pedro tuvo que apoyarse contra la mesa para no desplomarse.


—¿Ardiente y sucio? —sugirió ella.


—Eso y mucho más —habían practicado sexo en muchas posturas y lugares originales, pero jamás en mitad de una jornada laboral y antes de regresar al trabajo. La espontaneidad había conseguido aumentar el placer. Y la deseaba de nuevo.


Pedro la volvió para besarla en los labios, pero al inclinar el rostro, sus miradas se fundieron y él se quedó helado. En la expresión de Paula se leía ternura y vulnerabilidad.


A su mente regresaron imágenes similares de Las Vegas. 


Tras un intenso clímax, solían quedarse abrazados mientras se susurraban secretos, temores, sueños y esperanzas. 


Convertía la experiencia del sexo en algo de otro mundo. Y era en esos momentos cuando ella le proporcionaba paz.


Al ceder a su deseo por Paula no solo había surgido su lado salvaje. Lo cierto era que la necesitaba. Con ella podía ser el hombre que quería ser.


—Paula —murmuró mientras la atraía hacia sí para besarla.


—Lo normal es empezar por el beso, pero si quieres hacerlo 
al revés, no pasa nada —Paula se apartó.


Localizó las braguitas y desapareció en el cuarto del baño, como si él no estuviera. Perdido, Pedro se vistió y comprobó los mensajes de su móvil, pues le parecía menos patético que seguirla y pedirle una explicación de la repentina frialdad.


Cuando ella regresó, la temperatura seguía igual de gélida.


—En cuanto a mi idea… —comenzó ella, apoyada contra la mesa.


—Ah, pero ¿no era esa tu idea? —él señaló la escena del crimen.


—Pues no. Esa fue idea tuya.


—Pues parecías muy contenta —Pedro frunció el ceño.


—Pues claro que lo estaba —Paula lo miró con impaciencia—. Eres el hombre más sexy que conozco. Casi te basta con respirar a mi lado para que me encienda. Pero no pensaba en eso al escribirte el mensaje.


—Llevo todo el día pensando en ti —el cumplido de Paula no había sonado nada halagador.


—¿Quieres saber en qué estaba pensando? Pues en cómo recuperar los diseños robados por Valeria. Si eres capaz de sacar tu cerebro de mis bragas, podemos hablar de ello.


—Teniendo en cuenta que me has ofrecido esas bragas desde el minuto uno que entraste en mi despacho, ahora no te hagas la mojigata.


—¿Y cómo debería comportarme, como tu esposa? —bufó ella—. Porque precisamente lo que intento es darte lo que quieres de este matrimonio para que podamos acabar con él.


—¿Por qué te empeñas en pelear? —Pedro apretó los puños.


—Porque yo… —Paula se dejó caer en un sillón—. No quiero pelea, solo hacer mi trabajo para poder regresar a casa. Necesito que lo entiendas. Debo regresar a casa.


Sus miradas se fundieron y él sintió que la ira lo abandonaba. Ella estaba muy disgustada. ¿Por qué? ¿Por qué intentaba alejarse de él tan deprisa?


La respuesta era evidente. Y no podía culparla por ello. 


Paula tenía una vida a la que regresar, igual que él.


—Háblame de tu idea —él le tomó una mano—. Si recupero los diseños, daré por concluida tu misión.


—¿Concluida?


—Firmaré los papeles —Pedro sintió un nudo en la garganta, pero era demasiado tarde para echarse atrás—. Haré que mi abogado acelere el divorcio y, antes de que te des cuenta, estarás subida a un avión. Y en primera clase.


Lo cierto era que no quería que se marchara, y no tenía nada que ver con el sexo.


—¿Así sin más? —Paula parpadeó perpleja.