jueves, 30 de junio de 2016

EL PACTO: CAPITULO 15





Con un esfuerzo supremo, Pedro consiguió llegar a la oficina a las ocho de la mañana. Había conseguido dormirse a las cinco, media hora antes de que sonara el despertador.


Ojalá pudiera echarle la culpa del robo a Valeria, a los planes de fusión o a las noticias desfavorables publicadas en la prensa. Nada de lo cual podía competir con la visión de Paula, que se repetía insistentemente en su cabeza.


Curiosamente, el recuerdo no era de su cuerpo desnudo. La imagen que lo atormentaba era la de esa mujer sentada a horcajadas sobre él en el coche.


La expresión de su rostro mientras le daba placer había sido arrebatadora. Debería haberse escandalizado de sí mismo al tocarla íntimamente en público, pero el gesto le había hecho sentirse vivo. Poderoso al saberse capaz de hacerle llegar cuantas veces quisiera.


Por eso no se había quedado la noche anterior. Porque le había gustado demasiado.


A ciegas, alargó una mano hacia la taza de café que descansaba sobre su mesa y se la bebió de un trago con la esperanza de borrar de su mente la imagen de su diabólica esposa.


No había suficiente café en todo Manhattan para ayudarle a enfrentarse al día. Ya puestos, decidió llamar a Valeria.


Cuando su hermana contestó a la primera señal de llamada, supo que algo pasaba y sintió que los cabellos de la nuca se le erizaban.


—Hola. Tenemos que hablar.


¿Cómo iba a sacar el tema de los diseños? Si la acusaba abiertamente, Valeria se las arreglaría para zafarse sin admitir nada.


—Estoy de acuerdo —contestó ella—. He hablado con Pablo sobre las cuestiones que mencionaste en ese artículo tuyo tan bueno. Por cierto, buen trabajo, hermanito.


El sarcasmo era tan evidente que Pedro sonrió. La estrategia de Paula había funcionado. El artículo debía haber fastidiado seriamente a Valeria para que lo sacara a relucir de inmediato.


—Puro y sencillo marketing. Tú, más que nadie, apreciarás el valor de la verdad en publicidad.


La pausa fue tan larga que Pedro empezó a preguntarse si no se habría cortado la llamada.


—Soy una entusiasta de la verdad —contestó su hermana—, por eso le dije a Pablo que había dado en el clavo. Alfonso no tiene la fama de alta costura de Al. No está en nuestros genes, ni en nuestra estrategia. Si queremos competir con los grandes, tenemos que aceptar nuestras debilidades.


De modo que ahí estaba el motivo de los diseños robados. 


Su hermana planeaba utilizarlos para lanzar una línea para competir con Al. Aunque ciertamente entendería que, al menos, una veintena de personas declararía bajo juramento que esos diseños habían surgido en Al, por no mencionar las copias digitales de los patrones, archivadas con sus fechas.


—¿Y qué dijo Pablo? —nombrar a su padre no alivió la sensación de repugnancia.


—Un poco de todo —contestó ella con evasivas—. Lo importante es que he sentado con él las bases para la fusión. Nuestro duelo en la prensa ha contribuido a la causa —era la única admisión que haría sobre haber participado en el bulo acerca de la explotación de los trabajadores—. Dentro de unos días le mencionaré la necesidad de una nueva estrategia. Y entonces le preguntaré inocentemente si ha considerado los beneficios de unificar de nuevo la empresa.


De no saber lo de los diseños robados, Pedro se lo podría haber tragado. A Valeria no le importaba jugar a dos bandas. 


Pero a él tampoco.


De repente, no le vio sentido a mencionar lo del robo. 


Prefería esperar. Aunque sí tenía que tratar el tema del espía en su empresa.


—Estupendo. Yo haré lo mismo con Bettina, aunque me centraré en los ingresos. Está interesada en lanzar una nueva línea de baño —normalmente no le daría tantos detalles, pero si lo ponía sobre la mesa, Valeria ya no podría robárselo—. Sería buen momento para hablar de financiación y de los costes de las nuevas líneas. Las cifras de Alfonso son mejores que nunca, según lo que me has contado. Sigue siendo así ¿verdad?


—Por supuesto —bufó ella—. Alfonso House es, y siempre será, lo más rentable del imperio Alfonso.


—Estupendo —contestó él con entusiasmo—. Ahora hay que ver cómo convencer a Pablo y a Bettina para que nos cedan sus puestos de directores ejecutivos.


Debían encontrar el modo de que les resultara atractiva la idea de retirarse, o dedicarse a otros proyectos.


Como de costumbre, a Pedro le importaban más los sentimientos de Bettina que los de Pablo. Si al final Valeria y él se veían obligados a tomar Alfonso por la fuerza, su padre lo tendría merecido.


La culpa de la ruptura había sido de Pablo. Y culpa suya también que Alfonso y Al no fueran tan rentables por separado como juntos. Un desembarco hostil sería complicado y costoso. Mejor evitarlo.


—Es un problema —admitió Valeria—. Habrá que ver cómo resolverlo.


—Cuando le hables de la fusión —de repente Pedro tuvo una inspiración—, coméntale a Pablo que si se retira a un segundo plano podrá disfrutar de más tiempo con Caozinha.


—Podría funcionar —viniendo de Valeria era todo un elogio.


Siguieron hablando unos minutos más y Pedro tuvo que calificar la conversación como una de las más agradables que había tenido con su hermana en mucho tiempo.


No sabía si conocer los planes secretos de Valeria le habían suavizado, o quizás había sido Paula. En cualquier caso, su esposa era la responsable de ambas cosas.


De mucho mejor humor, Pedro se puso a trabajar. Le llegó un mensaje de Paula:
Reúnete conmigo en el hotel para comer. Tengo una idea.


Él también tenía una idea, en realidad varias. Feliz, le contestó:
Estoy saliendo por la puerta.


Al parecer su lado salvaje también funcionaba a pleno día.


Paula ya estaba en la habitación, preciosa con su larga melena suelta.


—Qué rápido —observó ella mientras, inclinada sobre la mesa, garabateaba algo en un papel—. Dame un segundo.


—Tómate todo el tiempo que necesites —la tenía justo donde quería.


Pedro se acercó por la espalda y acomodó el bonito trasero contra la entrepierna.


El fino vestido apenas constituía una barrera, y sentía claramente los pliegues de su sexo. Duro como el acero, se frotó contra ella.


Paula se quedó quieta antes de deslizarse contra la erección.


—¿Así quieres hacerlo? —preguntó con voz entrecortada.


—Sí —murmuró él mientras le apartaba la melena de la nuca y le mordisqueaba el cuello.


Paula se levantó el vestido hasta la cintura antes de guiar una mano de Pedro hasta su pecho.


—Cielo, si vas a hacerlo, hazlo bien —ella se arqueó hacia atrás.


Pedro estuvo a punto de llegar, completamente vestido, aunque luchó contra ello. Jugueteó con el pezón y de inmediato sintió cómo se endurecía.


—Quiero estar dentro de ti —susurró contra su cuello.


—Hay preservativos en el cuarto de baño.


No sin esfuerzo, él se dirigió al cuarto de baño.


Cuando regresó, encontró a Paula con las manos apoyadas sobre la mesa. Se había quitado las braguitas y separado las piernas en una clara invitación.


Era lo más erótico que Pedro hubiera presenciado jamás.


Con dedos temblorosos se colocó el preservativo sobre la erección más fuerte que hubiera experimentado jamás. Y, de inmediato, se deslizó en su interior.


La exquisita presión que ella ejercía aumentó la urgencia. 


Frotó una mano contra el sensible núcleo hasta que ella gritó. Su liberación aumentó la presión y él la siguió pocos segundos después. Con los ojos cerrados y la boca sobre el cuello de Paula, permitió que el orgasmo estallara en su interior.


—Eso fue… —Pedro tuvo que apoyarse contra la mesa para no desplomarse.


—¿Ardiente y sucio? —sugirió ella.


—Eso y mucho más —habían practicado sexo en muchas posturas y lugares originales, pero jamás en mitad de una jornada laboral y antes de regresar al trabajo. La espontaneidad había conseguido aumentar el placer. Y la deseaba de nuevo.


Pedro la volvió para besarla en los labios, pero al inclinar el rostro, sus miradas se fundieron y él se quedó helado. En la expresión de Paula se leía ternura y vulnerabilidad.


A su mente regresaron imágenes similares de Las Vegas. 


Tras un intenso clímax, solían quedarse abrazados mientras se susurraban secretos, temores, sueños y esperanzas. 


Convertía la experiencia del sexo en algo de otro mundo. Y era en esos momentos cuando ella le proporcionaba paz.


Al ceder a su deseo por Paula no solo había surgido su lado salvaje. Lo cierto era que la necesitaba. Con ella podía ser el hombre que quería ser.


—Paula —murmuró mientras la atraía hacia sí para besarla.


—Lo normal es empezar por el beso, pero si quieres hacerlo 
al revés, no pasa nada —Paula se apartó.


Localizó las braguitas y desapareció en el cuarto del baño, como si él no estuviera. Perdido, Pedro se vistió y comprobó los mensajes de su móvil, pues le parecía menos patético que seguirla y pedirle una explicación de la repentina frialdad.


Cuando ella regresó, la temperatura seguía igual de gélida.


—En cuanto a mi idea… —comenzó ella, apoyada contra la mesa.


—Ah, pero ¿no era esa tu idea? —él señaló la escena del crimen.


—Pues no. Esa fue idea tuya.


—Pues parecías muy contenta —Pedro frunció el ceño.


—Pues claro que lo estaba —Paula lo miró con impaciencia—. Eres el hombre más sexy que conozco. Casi te basta con respirar a mi lado para que me encienda. Pero no pensaba en eso al escribirte el mensaje.


—Llevo todo el día pensando en ti —el cumplido de Paula no había sonado nada halagador.


—¿Quieres saber en qué estaba pensando? Pues en cómo recuperar los diseños robados por Valeria. Si eres capaz de sacar tu cerebro de mis bragas, podemos hablar de ello.


—Teniendo en cuenta que me has ofrecido esas bragas desde el minuto uno que entraste en mi despacho, ahora no te hagas la mojigata.


—¿Y cómo debería comportarme, como tu esposa? —bufó ella—. Porque precisamente lo que intento es darte lo que quieres de este matrimonio para que podamos acabar con él.


—¿Por qué te empeñas en pelear? —Pedro apretó los puños.


—Porque yo… —Paula se dejó caer en un sillón—. No quiero pelea, solo hacer mi trabajo para poder regresar a casa. Necesito que lo entiendas. Debo regresar a casa.


Sus miradas se fundieron y él sintió que la ira lo abandonaba. Ella estaba muy disgustada. ¿Por qué? ¿Por qué intentaba alejarse de él tan deprisa?


La respuesta era evidente. Y no podía culparla por ello. 


Paula tenía una vida a la que regresar, igual que él.


—Háblame de tu idea —él le tomó una mano—. Si recupero los diseños, daré por concluida tu misión.


—¿Concluida?


—Firmaré los papeles —Pedro sintió un nudo en la garganta, pero era demasiado tarde para echarse atrás—. Haré que mi abogado acelere el divorcio y, antes de que te des cuenta, estarás subida a un avión. Y en primera clase.


Lo cierto era que no quería que se marchara, y no tenía nada que ver con el sexo.


—¿Así sin más? —Paula parpadeó perpleja.







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