jueves, 30 de junio de 2016

EL PACTO: CAPITULO 17





No tenía sentido regresar al trabajo si quería avanzar. Una comida de dos horas significaba una tarde cargada de interrupciones.


En las últimas horas habían aparecido más noticias en la prensa, proveniente de una fuente anónima que aseguraba ser empleada de Al. El asunto era feo y estaba seguro de que Valeria estaba detrás de ello.


Cuando Bettina le envió un mensaje para que acudiera a su despacho, un gruñido escapó de labios de Pedro. No estaba de humor para otra sesión de lloriqueos sobre el ataque de la prensa.


Todo apuntaba a que iba a quedarse a trabajar hasta tarde.


 Adiós a sus planes para cenar con Paula.


—Es la última vez, mamá —le murmuró a la pantalla del ordenador.


Era mentira. Acudiría junto a su madre todas las veces que se lo pidiera. Tras la marcha de Pablo, él se había convertido en su único aliado. Era lo menos que podía hacer por ella. 


Además, era su madre.


—Pasa —Bettina se levantó de la silla.


Y antes de que él pudiera reaccionar, lo envolvió en un poco habitual abrazo materno.


—Valeria me lo ha contado —su madre lo miró emocionada—. Aunque no entiendo por qué no lo hiciste tú.


—¿Contarte el qué? —aturdido, Pedro contempló detenidamente a Bettina.


—Lo de la esposa que has estado ocultando.


—Lo de… ¿qué? —el estómago se le encogió mientras su madre lo seguía abrazando.


Ya era tarde para fingir que no sabía de qué hablaba Bettina.


Valeria. Pedro soltó un juramento. La había subestimado de nuevo. ¿Cómo lo había descubierto?


—¿Por qué no me habías dicho que te habías casado? —le reprendió su madre.


—Porque pensé que te disgustarías —aunque era evidente que no había sido así.


—Al contrario, es la mejor noticia que he tenido en mucho tiempo —susurró la mujer—. No iba a decirlo, pero la idea de que te casaras con Meiling nunca me gustó. Una romántica boda relámpago, eso sí es maravilloso.


—Me alegro que a alguien se lo parezca —murmuró él.


—Quiero invitaros a cenar a tu esposa y a ti. No comprendo por qué trabaja en Alfonso, aunque seguro que tú podrás explicármelo.


Pedro murmuró otro juramento y cerró los ojos. Había herido los sentimientos de su madre al permitir que su esposa trabajara para el enemigo.


—Es complicado —iba a matar a Valeria.


—Lógico, dada la mala relación entre tu padre y yo —la mujer asintió con gesto severo—. El divorcio fue duro para todos, pero no debes ocultarme la relación más importante para ti. Claro que a veces me siento sola, pero eso no quiere decir que no te desee lo mejor. Soy muy feliz.


¿Bettina creía que no se lo había contado por si se ponía celosa?


Si supiera que se había casado borracho y ante un oficiante disfrazado de Elvis. Y de eso hacía ya dos años.


Las ejecutivas de Al y Alfonso no verían esa boda en Las Vegas como un punto positivo, y Valeria seguramente le tenía guardadas más sorpresas.


—Gracias, mamá —susurró—. Y para que lo sepas, Paula solo trabaja temporalmente en Alfonso. Siento no haberte contado que era mi esposa cuando te pedí que la recomendaras.


Al menos no mentía en eso. Pero su madre debía comprender que el matrimonio no iba a durar mucho. Y debía hacerlo antes de que empezara a ponerles nombre a sus nietos imaginarios.


Tenía la sensación de que la noticia no iba a ser bien recibida. Bettina sufriría una gran decepción. ¿Cómo había llegado a esa situación?


—Mamá, Paula y yo no…


—Me muero por conocer a mi nuera. Quiero todos los detalles de la boda. Y has sido muy malo no llevándola de luna de miel. Más te vale compensarla por ello.


¿Nuera? ¿No le había contado Valeria todo? O mejor aún ¿no conocía toda la historia? Quizás aún hubiera una posibilidad de salvar la situación.


—Por favor, mamá. No me expliques lo que debería hacer para compensarla.


—Déjame invitarte a cenar —Bettina rio—. ¿Estáis libres esta noche?


—Habíamos pensado cenar comida para llevar.


—Pues entonces decidido —ella tomó a Pedro de la mano—. Me alegra saber que has sentado la cabeza. Facilita mucho mi decisión de jubilarme.


—¿Jubilarte?


Era la primera vez que tal palabra salía de boca de Bettina. 


Su madre era uno de los principales obstáculos para sus planes, porque jamás aprobaría la fusión con Alfonso.


Si Bettina se jubilaba, el juego cambiaba por completo.



—Aún no —la mujer le dio una palmadita—, pero puede que pronto. No lo había contemplado, pero ahora que has sentado la cabeza, puedo dejar Al en tus manos tranquilamente.


Sentado la cabeza. Aquello sonaba mucho mejor de lo que habría imaginado. El estómago a Pedro le dio un vuelco. ¿Y si no hacía falta terminar la relación con Paula tan pronto?


De inmediato cambió su visión de futuro. Podría permanecer casado y a la vez tendría la excusa perfecta para evitar analizar por qué le parecía tan importante.


—Serás un director ejecutivo estupendo —concluyó Bettina.


Eso era cierto, y en eso debía centrarse, no en Paula y su especial habilidad para volverlo loco. Su madre consideraba la jubilación y nombrarle el siguiente director ejecutivo. Una gran victoria.


Como director ejecutivo de Al la fusión con Alfonso sería más sencilla y nadie cuestionaría su liderazgo.


Porque estaría casado. Con Paula.


En el alocado mundo de Pedro, la esposa de la que había intentado deshacerse acababa de convertirse en la esposa que, al parecer, necesitaba conservar. Su matrimonio se había vuelto muy valioso.


El matrimonio era una herramienta, siempre lo había pensado. Paula lo sabía y solo tenía que hablar con ella sobre el cambio de planes. Lo encajaría bien.


—Tengo que regresar al trabajo —las manos le empezaron a sudar—. Ya te confirmaré lo de la cena.


La radiante sonrisa de Bettina quedó grabada en su mente durante el resto de la tarde. No podía firmar esos papeles, ni siquiera aunque Paula recuperara los diseños. Pero temía la reacción de su mujer al comunicarle que no habría divorcio.


Seguramente volvería a expresarle lo defraudada que se sentía. Seguramente interpretaría su gesto como un intento de llevársela a la cama.


No había caído en ello, pero lo lógico sería que se trasladara a su casa. Eso hacía la gente casada. Y desde luego no iba a sugerirle que se instalara en el cuarto de invitados.


Pero si le pedía que se instalara en su casa, lo que le estaría pidiendo implícitamente sería que se convirtiera en su esposa de pleno derecho. Porque deseaba tenerla cerca, vivir con ella, dormir con ella. Una extraña sensación lo golpeó en el pecho al imaginarse despertando junto a ella cada mañana.


Era exactamente lo que deseaba.


Pero no podía permitir que ella lo supiera. Su matrimonio tendría como único fin ayudarlo en sus planes de futuro. La gente enamorada se desenamoraba y lo arruinaba todo a su alrededor.


Tampoco podía dar la impresión de estar desesperado por pasar algunos días más con ella, aunque le gustaba esa idea más de lo que debería.


Por suerte, Paula y él estaban de acuerdo en los propósitos del matrimonio.



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