—¿Hola? ¿Roddson?
—Sí, Mateo al habla. ¿Quién es?
—Esto… Soy Simon Chaves… ¿Me recuerdas? —preguntó dudando.
—¡Simon! —exclamó Mateo, impaciente—. ¿Qué ha pasado? ¿Y tu hermana? Pedro me contó lo que había pasado y me quedé preocupado al no saber más del tema.
Simon se conmovió al ver la camaradería que aún existía entre los tres amigos. Él no guardaba ningún amigo de su infancia.
—Por eso te llamo. Me dijo Alfonso que le habías proporcionado una información acerca de Lindsay Schencil y me preguntaba si habías encontrado la dirección de su casa.
—Sí, claro, déjame ver un momento, no cuelgues. —Mateo fue a buscar los papeles que había impreso en el cuarto de estar. Estaba francamente preocupado por todo lo que estaba sucediendo. Pedro le había dicho que lo llamaría para tenerlo al tanto y no sabía nada de él. Simon tampoco le facilitaría mucha información—. Ya lo tengo. Toma nota de la dirección. —Simon apuntó y cuando acabó le dio las gracias amablemente.
—Simon, ¿qué pasa? ¿Y Paula?
—No lo sé. No conseguimos localizarla y nos tememos lo peor. —Estaba tan afectado que Mateo creyó que se pondría a llorar.
—¿Y Pedro? ¿Sabes algo de él? —preguntó Mateo turbado por las circunstancias.
—Hablé con él ayer. Me dijo que habías encontrado la información que nosotros ya teníamos sobre Linda. Quedamos en que llamaría cuando acabara la misión a la que se marchaba pero no he sabido nada de él ¿Tú sabes algo?
—No, no sé nada de él, por eso te pregunto. Es extraño —dijo Mateo empezando a sospechar lo peor.
—Roddson, tengo que dejarte. Tengo que encontrar a mi hermana como sea. —Había desesperación en su voz.
—Sí, sí, por supuesto —dijo y añadió—: Eh, Chaves, llámame para decirme cómo acaba esto y si te puedo echar una mano, no lo dudes, ¿de acuerdo, tío?
—Gracias.
* * * * *
Lo entendió de repente. Recordó el gesto familiar en el salón, los ojos fríos que la miraban, la estructura de la cara, el parecido era asombroso.
¿Podría ser esta su hermana? Desconocía que tuviera una, al menos no apareció en ningún momento del juicio, ni nadie le dijo que existiera alguien de su familia.
En ese momento, sin saber por qué, se acordó de Federico Matters.
—¿Dónde está Federico? ¿Qué le has hecho? Él no tiene nada que ver con todo esto, Linda. Él solo estaba investigando un caso…
—Sí, sí, un caso de chantaje, ¿crees que no lo sé? ¿Crees que ha sido agradable escuchar todo el rato «que si la ayudante del Fiscal esto», «que si la ayudante del Fiscal lo otro», «que si Paula me ha pedido…», «que si la señora Chaves quiere…»? Uf, estaba harta de esa palabrería. Estoy segura de que cuando follábamos veía tu cara en lugar de la mía. —Se había acercado de nuevo a la cama y la miraba con ojos amenazadores, llenos de rencor. Sin previo aviso, Linda le pegó una bofetada tan fuerte que se cortó el labio con los dientes y un hilillo de sangre se le deslizó por la comisura de la boca. Pau cerró los ojos para asimilar el dolor y controlar las lágrimas pues, en esos momentos, llorar solo conseguiría que Linda se regodease más en su triunfo.
Respiró hondo y abrió los ojos lentamente. Ella seguía allí, muy cerca de su rostro.
—Federico no tiene nada que ver con esto, él no te ha hecho nada, Linda.
—¿No? ¿Usted cree, «señora Importante»? —La miró y una de las comisuras de su boca se levantó a modo de sonrisa fingida, Luego, rápidamente, sin que Pau pudiera reaccionar de ninguna forma, Linda la cogió del pelo y le levantó la cabeza hacia su cara—. Escúchame bien, zorra. Yo soy la de los chantajes que estaba investigando. ¿Lo entiendes ahora? —Le zarandeó la cabeza como si fuera una muñeca y se la soltó violentamente contra la almohada, golpeando, en parte, sobre el cabezal de hierros. No pudo reprimir las lágrimas por más tiempo y un sollozo escapó de sus magullados labios.
Estaba aterrada, solo podía pensar que iba a morir, que no podría despedirse de nadie, ni de su padre, ni de Simon, ni de Carmen, ni de Pedro… «Dios mío, Pedro. ¿Dónde estás?», pensó abatida. Sollozó de nuevo, lo que provocó un estallido de carcajadas en Linda.
—Que patética eres —dijo mirándola desde la puerta. Pau cesó de llorar al instante. Alzó la dolorida cabeza y con unos ojos que destilaban furia, la miró sin acobardarse. Por un segundo, pudo contemplar la cara de estupefacción de Linda, no esperaba esa reacción a sus palabras. Luego, lentamente, Paula compuso una máscara de frialdad en su cara y su sonrisa perversa provocó un visible escalofrío en Linda.
—¿Sabes, Linda? Siempre has sido una cobarde, lo he sabido desde que te conocí. No sé qué vas a hacer conmigo pero ten por seguro que te encontrarán, y entonces lo que le pasó a tu hermano no será más que una etapa más. Sufrirás y, aunque yo ya no esté para verlo, estoy segura de que las personas que queden te harán la vida imposible allá donde te encierren. No eres más que un despojo sin sentido de la sociedad que no debería haber nacido.
—¡Cállate! ¡Cállate! ¡Cállate! —gritó Linda propinándole patadas en las piernas mientras se cubría los oídos con las manos. Estaba fuera de sí y, de inmediato, Pau pensó que quizás se había pasado de la raya y la mataría en ese momento.
Una certera patada en el costado le sacó el aire de los pulmones y la dejó viendo lucecitas de colores sobre un fondo negro. Iba a morir, lo sabía, pero quería estar segura de haber luchado hasta el final.
Intentó tomar aire varias veces boqueando sin parar hasta que el oxígeno llegó a sus pulmones y fue aliviando el dolor que sentía en el cuerpo.
Cuando su pulso se recompuso lo suficiente, abrió los ojos, y no vio a Linda en la habitación. Agudizó el oído por si estaba cerca, pero no escuchó nada.
Comenzó a retorcer las ataduras de las muñecas, palpando con los dedos la tela con el fin de encontrar algún roto del que poder tirar y destrozar aquellos trozos de sábana que la retenían.
Después de lo que le parecieron horas, sintió que la tela cedía un poco y oyó cómo se desgarraba ligeramente por algún lugar. Continuó, con más empeño, sintiendo el escozor de las heridas que le dejarían unas horribles marcas durante mucho tiempo.
Linda estaba en la cocina. El ruido de cacharros y del grifo abierto le dijo a Federico que estaba fregando y recogiendo la casa. Aprovechó ese momento para acabar su faena.
Había encontrado una pequeña protuberancia cortante en el barrote donde tenía atada una de sus manos, pero se encontraba muy arriba de su cabeza, y, atado como estaba también de pies, no llegaba con facilidad.
Todo el tiempo que Linda estuvo en la habitación del final del pasillo con Paula,
Federico puso sus fuerzas y la elasticidad necesaria para rasgar la tela y conseguir liberarse. El dolor en el hombro y en la muñeca ya era casi insoportable, pero sabía que no le quedaba casi nada.
Linda había sido lista. Le había hecho un nudo contra la piel y los extremos del nudo los había atado a los barrotes del cabezal. De esta manera, cuanto Federico más tiraba de las ataduras, más se cerraba el nudo de su muñeca, y más daño le hacía cuando intentaba soltarse. Vio algunas manchas rojas en la sábana, pero no podía desistir. Ella lo mataría simplemente por saber lo que sabía.
Escuchó los pasos de Linda en el pasillo pero se detuvo en la habitación donde permanecía retenida Paula. Ni siquiera había podido comunicarse con ella, no sabía si estaba bien, si se encontraba herida, si estaba consciente o si Linda ya había acabado con ella.
Pronto salió de dudas cuando oyó a Pau decir algo que enfureció a Linda. Federico sonrió a pesar de las punzadas que sentía en los labios agrietados y sangrientos.
Volvió a oír los pasos lentos de Linda por el pasillo. Iba a su habitación, estaba seguro. Dio un último tirón a la atadura de la mano derecha y la tela cedió del todo sin emitir ni un solo sonido.
A punto estuvo de lanzar una exclamación de victoria cuando ella entró por la puerta contorneándose como un pavo real en el cortejo.
—Querido, estás despierto, que alegría —dijo sin humor pero con brillo de deseo en los ojos. Federico se limitó a mirarla detenidamente mientras se agarraba a la barra de hierro con la mano suelta para que ella no se percatara de que se había soltado—. Quizás quieras que juguemos un ratito, ¿te apetece? —No esperó su respuesta. Linda se arremangó la falda vaquera que se había puesto y Federico vio, sorprendido, que no llevaba bragas. Después, ella se sentó a horcajadas sobre sus caderas y soltó un gemido gutural cuando su sexo rozó los pantalones del hombre.
Comenzó a moverse de forma sensual, dándose placer ella misma con su rozamiento, aunque, de vez en cuando, se llevaba un dedo húmedo hasta su clítoris para estimularse.
El cuerpo de Federico, traicionero, reaccionó al instante y su verga se puso dura con la fricción de ella. Pero Linda jugaba sola esa partida, y después de introducirse dos dedos en su vagina apretada, se corrió sin problemas delante de Federico. Luego se bajó de él, recompuso su falda y se acercó a su cara con un brillo de malicia en los ojos.
—Hubiera podido enamorarme de ti —le dijo pasando sus dedos con el rastro de su masturbación por los labios de él—. Hubiéramos sido tan felices juntos. —Le pasaba la mano por el pelo, por la cara, por el pecho, hasta dejarla inmóvil en su erección—. Pero tú y yo somos incompatibles, ¿sabes? —dijo retirando la mano y llevándola, junto con la otra, a los lados de su cabeza. Luego compuso una expresión, que Federico juzgó de locura, y pegó los labios a su oreja—. Es una lástima que vayas a morir.
Pedro estaba desesperado. No confiaba plenamente en las habilidades de Simon, ni de la policía, ni de nadie, y eso le llenaba la cabeza de visiones de Paula en apuros,
herida, o aún peor, muerta. Sacudió la cabeza para apartar esos pensamientos que le nublaban la visión y el raciocinio.
Acaba de llegar a una zona de Panamá bastante conflictiva.
Su misión era únicamente de reconocimiento del terreno para establecer los parámetros que servirían de base en futuras operaciones. Sin embargo, a pesar del poco riesgo que corrían, debían estar con los cinco sentidos alerta por si encontraban posibles complicaciones.
Un helicóptero los había llevado, a él y a dos hombres más, hasta un lugar despoblado, cercano a una aldea. Anduvieron unos quince kilómetros a través de la selva, esquivando las patrullas de la milicia local que se desplazaban en jeeps de camuflaje. Nadie debía verlos, ni oírlos, solo tenían que reconocer el terreno. Uno de sus hombres llevaba una mochila con dispositivos electrónicos que se conectarían por satélite una vez estuvieran camuflados entre la maleza y activados para su uso. La señal emitida por esos aparatos diminutos anularía las comunicaciones de radio del ejército rebelde que dominaba esa parte del país y crearía una red de rastreo y localización.
Se había presentado voluntario para esa misión para alejarse de toda la maraña de sensaciones y emociones que sentía cuando estaba cerca de Paula. Estaba enfadado con ella, pero sobre todo consigo mismo por haber sido tan idiota y haberse dejado llevar por su verga, en lugar de pensar con la cabeza y ser tan cabal como lo era siempre. No pensaba lo que hacía cuando salió de la comisaría y se marchó a casa después de pasar la noche, detenido, como sospechoso de amenazas a la ayudante del Fiscal.
Pensó que sería una buena idea largarse por un tiempo y ahora se arrepentía. Esa misión la podría haber hecho cualquier otro mientras él protegía a la mujer que amaba.
Porque la amaba y eso le daba tanto miedo como pensar en perderla. Ahora ella se encontraba en peligro y él no podría protegerla. Si le sucedía algo, no se lo perdonaría nunca.
Cuando Mateo le proporcionó las pruebas que necesitaba para aclarar sus sospechas sobre Linda, se sintió pletórico, pero ya se encontraba camino al portaviones desde el que partirían de inmediato. Tenía el tiempo justo para llamar a Pau y advertirle sobre Linda. Pero ella le colgaba el teléfono, no contestaba en el despacho y no había manera de hacerle llegar un aviso sin que corriera peligro. Probó con Simon. Una vez, otra vez, nada. ¿Dónde se habría metido el muy idiota? Siguió intentándolo hasta que, por fin, él contestó y pudo darle la información que, por otro lado, ya había conseguido averiguar por sus propios medios. «Chico listo», pensó.
No se podía creer que Linda, la amiga íntima de Paula, fuera la persona que andaban buscando. Había matado, al menos, a dos personas, que ellos supieran, y nada menos que rompiéndoles el cuello. Había amenazado de muerte a Pau, pero todos creían que era un hombre quien llamaba. La voz de las llamadas sonaba distorsionada y sucia, con interferencias y ruidos de fondo extraños, pero siempre creyeron que era un hombre. Los había engañado a todos.
Después de seis horas andando desde que el helicóptero los dejara allí, colocaron el último dispositivo de la bolsa en el lugar indicado y emprendieron el camino de vuelta hacia el punto donde los recogerían. Enviaron la señal acordada al piloto y en menos de una hora oyeron el ruido sordo de los rotores acercándose.
Sin embargo, no fueron los únicos en oírlos. La patrulla del ejército panameño que andaba peinando la zona, también lo escuchó.
Pedro y sus dos hombres estaban bromeando cuando el helicóptero aterrizó. Como mandaba el protocolo, sus dos hombres se dirigieron hacia el transporte mientras él cubría
la retaguardia con su M16 dispuesto. Después, ellos harían lo mismo desde su posición, cubriendo los pocos metros que separaban a Pedro del final de la aburrida misión.
Pero el ruido sordo del aparato no les dejó escuchar el vehículo que se acercaba y una ráfaga de disparos los sorprendió cuando Pedro ya ponía un pie en la base del helicóptero. Uno de sus hombres recibió un impacto en la rodilla justo en el momento en que dos proyectiles impactaban en la espalda de Pedro que se desplomó al instante.
* * * * *
—¿Te sientes a gusto, perra? Abre los ojos de una vez. Sé que estás despierta —escuchó Pau cuando se debatía entre seguir dormida o despertar. «Es una pesadilla», se dijo una y otra vez. «Es una pesadilla que desaparecerá en cuanto abras los ojos, Pau». Pero continuaba escuchando la voz, cada vez más cerca, cada vez más amenazante y cruel. Le decía cosas asquerosas que la hacían temblar de miedo.
Un fuerte zarandeo le confirmó que no estaba soñando, estaba despierta. Intentó levantarse pero no pudo, estaba sujeta por los brazos y le dolían tanto que miles de punzadas la atravesaron cuando hizo un esfuerzo más. Sus piernas tampoco se libraban de la tortura. Sentía los tobillos apretados uno contra otro e inmóviles.
—¡Abre los ojos! —gritó la voz pegada a ella provocándole un agudo y doloroso pitido.
Pau hizo lo que le mandaban sin replicar. Sentía la boca seca y áspera, los ojos hinchados y arenosos, la mandíbula medio dormida, como si le hubieran dado un puñetazo, y la nariz congestionada por las lágrimas que derramaba sin darse cuenta. ¿Dónde estaba Linda? Pensó. Si ese hombre estaba allí, Linda estaría como ella o peor.
De pronto pensó en el inspector Matters. ¡Era él!
«Dios mío, qué idiota he sido. Era él», pensó enfadada consigo misma por estar tan ciega ante la evidencia.
Se retorció sobre su propio cuerpo para poder ver quién había en la habitación con ella. Buscaba a Matters, él había pegado a su amiga Linda y probablemente la habría amenazado para que lo ayudara a cazarla, por eso Linda le dio el café que la hizo dormir, por eso estaba tan asustada. Pero, ¿dónde estaba? No lograba ver nada en aquella habitación.
—¡Matters, carbón, suéltame! —gritó para provocarlo—. Te voy a hundir por esto, hijo de puta.
Una risa proveniente de un rincón de la habitación la hizo callar. Era la risa de una mujer, era una risa conocida.
—¿Linda? —preguntó intentando girar la cabeza en un ángulo demasiado forzado.
—Pau, Pau, Pau… Qué malo ha sido el inspector ¿verdad? —dijo con una voz infantil pero sobrecogedora—. Tendremos que castigarlo por ser un niño malo, malo.
—¿Linda? ¿Qué haces? Suéltame, por favor. Suéltame y vámonos —dijo desesperada.
—Ay, Pau, mi querida y adorada Pau. ¿No lo entiendes aún, verdad? —Se sentó a su lado en la estrecha cama en la que estaba acostada y atada de pies y manos y le pasó una mano fría y semihúmeda por la cara, como una caricia malintencionada. Paula apartó la cara con una expresión de horror y asco mezclados—. Pobre Federico, él indefenso en la habitación de al lado y tú pensando que quien te hace esto es él. —Rio con una carcajada sin pizca de humor.
Pau ahogó un gemido de sorpresa y abrió los ojos como platos.
—Linda… tú…
—Por fin se ha dado cuenta —dijo levantando los brazos y hablando al aire como si hubieran miles de personas escuchando—. Demos un fuerte aplauso a la señora ayudante del Fiscal por ser tan aguda en sus deducciones, vamos. —Aplaudió primero con energía, luego fue bajando el ritmo de las palmadas hasta hacerse de nuevo el silencio.
—Pero… —vaciló Paula sin dar crédito a lo que estaba oyendo—, era un hombre, tú…, tú no puedes…
—Querida amiga, qué poco sentido de la imaginación tienes.
—Linda sacó algo de su bolsillo y se colocó la mano delante de la boca—. ¿Te refieres a este hombre, Paula? ¿Esta voz te parece más adecuada?
—Dios mío —susurró cerrando los ojos—, estás loca.
Linda se acercó a la cama con la mirada envenenada y le dio una sonora bofetada que le desplazó la cabeza y le dejó la mejilla marcada, dolorida y ardiendo. Cuando se recuperó de las lágrimas que se le habían escapado, volvió la cara para mirarla.
—¿Por qué me haces esto? ¿Qué te he hecho yo? —preguntó con la voz ahogada.
—¿No lo sabes? Vamos, Pau, te daré una pista: «Schencil».
Ahora debía proceder con calma. Las cosas se habían torcido un poco pero no había llegado la sangre al río. El imprevisto con Federico ya estaba controlado.
Asomó la cabeza por la puerta de la habitación y lo observó detenidamente. Era apuesto y fuerte, pero en esos momentos, atado como estaba a la cama y amordazado, sin más ropa que sus pantalones y con algunos cardenales en su cuerpo, no parecía la misma persona que había compartido con ella esas experiencias tan placenteras.
Estaba dormido y su respiración era regular. Linda observó el pecho desnudo subir y bajar y la recorrió un escalofrío.
—Qué pena —dijo con pesar. Federico no consentiría que ella se saliera con la suya. Lo había intentado, le había explicado la situación después de atarlo a la cama en un momento de pasión en el que estaba indefenso y él se había enfurecido, había gritado hasta el punto de verse obligada a amordazarlo, pero aun así continuó haciendo ruido. Sonidos estridentes se clavaban en su cabeza volviéndola loca, los golpes que él daba en el cabezal de la cama cada vez eran más fuertes, más desagradables, más insoportables, y no tuvo más remedio que golpearlo, tan fuerte como pudo.
Matters le propinó un cabezazo en el costado de la cara que la hizo gritar de dolor pero lo que la volvió loca por completo fue ver en los ojos del inspector el desprecio que sentía por ella. Nunca la había querido, nunca la había amado, era todo mentira, y eso dolía más que cualquier herida. Un sentimiento de rabia contenida surgió a través de sus uñas, sus puños cerrados y sus patadas, golpeando al hombre indefenso hasta que este perdió el sentido. Sabía que no lo había matado, pero al menos estaría tranquilo unas horas mientras ella pensaba en volver al plan original.
—¿Qué voy a hacer contigo, mi amor? —le susurró al oído.
Federico se despertó poco a poco. No sabía qué había pasado, pero recuperó la memoria en seguida. Seguía atado a la cama de Linda y eso le recordó la confesión de ella.
Sentía la cabeza a punto de estallar, los brazos le dolían como si le estuvieran clavando mil agujas por ellos, las ataduras de los tobillos le habían rasgado la piel y se veía una sombra color granate que manchaba los trozos de sábana, probablemente de su sangre.
De pronto sonó el timbre de la puerta. Federico se puso alerta mientras Linda salía de la habitación. Miro por encima de su hombro y le lanzó una mirada amenazante.
—Procura no hacer ruido, cariño. No me gustaría tener que golpearte de nuevo.
Federico, abatido, dejó caer la cabeza sobre la almohada. No tenía fuerzas en los brazos para seguir moviendo los hierros del cabezal, la mordaza de tela de sábana que llevaba en la boca le cortaba las comisuras y le producía un dolor punzante insoportable.
Sin embargo, a pesar de su situación tan complicada, volvió a tensarse cuando oyó la voz de Pau en el pasillo.
—¡Linda! ¿Estás enferma? —preguntó Pau cuando ella abrió la puerta. Tenía un aspecto terrorífico.
—Me encuentro algo cansada y mareada. ¿Por qué has venido? —No pudo evitar esa pregunta áspera.
—Estaba preocupada. No contestabas al teléfono y tampoco consigo localizar a Federico. ¿Sabes dónde está?
—No —respondió tajantemente. Linda contempló la expresión de su amiga en la puerta. Esto volvía a alterar sus planes. Si no conseguía que se marchase, acabaría descubriendo a Federico. Pero si lograba echarla… ¿Qué posibilidades le dejaba eso para poder llevar a cabo el último paso? ¿Cómo convencería a Paula de quedar con ella el domingo si estaba molesta? Decidió adelantar sus planes. Quizás pudiera retenerla en casa hasta el domingo—. Lo siento, es que estoy muy irritable. He discutido con él.
—Oh, Linda… ¿Por qué no me lo has dicho antes? —La abrazó cariñosamente.
—¿Quieres tomar algo? —preguntó haciéndola pasar y cerrando la puerta. Linda dio una vuelta a la llave.
Pasaron al salón donde la mesa seguía puesta para dos personas. Las velas apagadas, los platos sucios, restos de comida, una bandeja, una copa rota en el suelo.
—¿Qué ha pasado aquí? —preguntó estupefacta.
—Nos peleamos, solo eso —le respondió mientras ponía café, y algo más, en una taza, aparentemente limpia.
—Pero… —La miró fijamente y entonces se fijó en la hinchazón de su rostro. Ella le volvía la cara para que no lo viera, pero Paula se fijó más cuando se acercó—. ¿Te pegó? —preguntó furiosa.
Linda aprovechó ese giro inesperado del destino para crear una historia conmovedora que ablandara la situación. Sus ojos se llenaron de lágrimas, más de furia que de pena, más de rabia que de dolor, y se deslizaron como ríos por su mejilla. Levantó la vista hacia Pau y asintió repetidas veces.
—¡Será cabrón! —dijo abrazándola de nuevo—. ¿No sabes dónde está? —Linda negó levemente limpiándose las fingidas lágrimas—. Da igual, llamaré a Simon y le diré que vas a poner una denuncia por malos tratos.
Pau sacó su teléfono pero Linda se lo arrebató de inmediato con una extraña mirada en sus ojos que la detuvo en seco. Sorprendida por esa reacción se quedó a la espera de sus palabras.
—No, no hace falta. Iré luego a la comisaría a poner la denuncia. Siéntate, por favor, y bébete el café que se va a enfriar. —Linda esperó a que diera el primer sorbo de la taza que llevaba en las manos. Cuando lo hizo, respiró aliviada y se sentó al lado de Paula. Esos polvos del café no tardarían nada en dormirla. Desde que su hermano murió los usaba para descansar por las noches, pero la cantidad que había puesto en el café era cuatro veces mayor de la que utilizaba, por lo que supo que, pronto, muy pronto, Pau se quedaría dormida sin saber por qué.
Sonó el teléfono que Linda llevaba en la mano. Ni siquiera se había dado cuenta de que aún tenía cogido el móvil de ella. Miró la pantalla. Era Simon. Dirigió su mirada a Pau y vio algo en sus ojos, una pregunta, un reproche, algo extraño.
—Dame el teléfono, Linda —dijo con una voz que no tenía nada de agradable.
—No lo cojas, por favor.
—Dámelo, tengo que contestar.
Linda se levantó y Pau lo hizo tras ella, pero se sintió mareada, como si hubieran empezado a mover el suelo bajo sus pies.
—¿Qué me pasa? ¿Qué me has hecho? ¿Linda?
—Estás débil. Deberías sentarte. —El teléfono seguía sonando sin parar.
Paula fue consciente en ese momento de la mirada y la pose de Linda. Ella estaba esperando que cayera, con los brazos cruzados sobre el pecho, el peso del cuerpo apoyado sobre una pierna, media sonrisa en los labios y una ceja levantada enmarcando unos ojos fríos y desagradables, como nunca había visto en su vida. Había algo en esa pose, en esa expresión…
En esos instantes, lo único que deseaba era echarse en la cama, o donde fuera, y dormir un ratito, dormir tranquilamente.
Paula se subía por las paredes después de estar todo el día esperando la llamada del inspector Matters. No sabía cuántas veces le habían dicho que no había llegado, que no había aparecido y que no sabían nada de él en la comisaría.
Tenían una reunión sobre el caso de los chantajes y quería dejar resuelto el tema antes del fin de semana porque el domingo sería cuatro de julio y tenía intención de relajarse durante todo el día con Linda. Disfrutar de una buena sesión de spa, comer en un lugar caro y con encanto, tomar una copa o dos y deleitarse con los fuegos artificiales que verían desde Central Park. Era una especie de ritual que seguían desde que se conocieran, hacía ya tres años. Se entendían, no se presionaban y se lo pasaban bien juntas. Era agradable tener una persona en la que confiar.
Fue hasta su mesa para preguntarle si sabía algo de Federico Matters pero Linda no estaba allí. Sus compañeras no sabían nada.
Pau regresó a su despacho y la llamó al móvil pero estaba apagado o en alguna zona fuera de cobertura. La llamó a casa y nadie contestó. «Qué extraño», pensó. No era habitual en Linda estar incomunicada y no dejar rastro. ¿Qué habría sucedido? Si Federico tampoco había aparecido por la comisaría, quizás estuvieran juntos, y si les había ocurrido algo… Volvió a marcar el número de móvil pero seguía apagado. Llamó al teléfono del inspector que le habían facilitado en la comisaría y daba señal, pero después de esperar un buen rato oyendo pitidos, colgó desesperada.
Llamó al teléfono de Simon, era probable que él pudiera localizar a Matters, pero para su absoluta exasperación, su hermano tenía el teléfono fuera de línea.
—¡Joder! —exclamó dando un violento, y nada femenino, golpe al auricular del aparato que tenía en las manos, pero no se rindió y llamó a la comisaría por décima vez.
—¿Ha vuelto ya el inspector Matters?
—No, señora. ¿Quiere que le deje otro recado? —preguntó algo molesto el hombre que respondió al teléfono.
—No, gracias. Páseme con Simon Chaves, por favor.
La música de la llamada en espera la puso de los nervios.
No soportaba esos sonidos estridentes a modo de melodías clásicas, le recordaban a los organillos de las calles de Park Avenue.
—¿Pau? ¿Qué pasa? —preguntó Simon de golpe.
—¿Qué pasa? ¿Dónde tienes el jodido teléfono móvil? Te he estado llamando — dijo tan alterada que su voz sonaba gritona.
—Ay…, lo dejé en casa cargando, estaba sin batería —recordó.
—Mierda, Simon, eres idiota.
—Eh, ¿qué pasa?
—Nada, no pasa nada. Hoy no es mi día. No encuentro a Matters, ni a Linda ni a nadie. Dime que puedes encontrar, al menos, a Federico Matters.
—Pues, no lo sé. No lo he visto por aquí hoy. Espera, voy a mirar en su mesa. —Y la dejó esperando mientras escuchaba las voces ahogadas del personal de la comisaría.
Cuando regresó, la pregunta que le hizo la dejó fuera de juego.
—Pau, ¿está Linda en la oficina? —Su voz tenía una urgencia fuera de lo común.
—No, no ha venido. ¿Por qué?
—¡No te muevas de ahí, Pau! ¡Voy para allá!
—Pero, ¿por qué? —Se impacientó.
—He dicho que no te muevas de allí —y colgó.
Paula se quedó mirando el teléfono con una expresión extraña. Se sintió invadida por una rabia y una sensación de descontrol que no le gustó. Parecía como si la gente fuera por libre en los temas que a ella le incumbían, nadie le contaba nada y ya estaba harta de que le ocultaran las cosas. Tuvo la sensación de que Linda estaba en peligro.
Recogió su bolso y se marchó.
* * * * *
Pasó por su casa a recoger el teléfono que continuaba al lado de la televisión de la cocina cargando. Busco el cargador del coche y salió disparado mientras llamaba a Pedro para dejarle un mensaje. Se había marchado a una misión de las suyas y la única forma de hablar con él era esperando su llamada.
—¡Simon! —contestó al primer tono—, ¿dónde coño estabas? Te he llamado…
—Sí, ya lo sé, me dejé el móvil en casa. —Hizo una pausa, respiro y añadió triunfal—: Alfonso, la tengo.
—Es Lindsay Schencil —dijo Pedro adelantándose a Simon.
—¿Cómo lo has sabido? —preguntó estupefacto.
—Mateo Roddson me echó un cable buscando información. Lo he sabido hace una hora y he intentado hablar contigo pero no había forma. Pau me cuelga el teléfono automáticamente, así que tampoco podía avisarla. ¿Cómo lo has sabido tú?
—Paula llamó preguntando por Matters. Fui a mirar a su mesa y en el fax había una foto de Linda, pero abajo ponía Lindsay Schencil. Reconocí el apellido porque yo participé en la detención de su hermano. Era uno de los primeros casos de Pau como ayudante del Fiscal, creo, y lo pasó realmente mal cuando el tipo se suicidó. Voy de camino a la Fiscalía para recogerla y ponerla a salvo. Linda no ha ido a la oficina hoy.
—¿Y el inspector Matters tampoco?
—No.
—¡Mierda! Envía a alguien a…
—Ya lo he hecho, descuida.