viernes, 10 de junio de 2016

LO QUE SOY: CAPITULO 29





Pedro estaba desesperado. No confiaba plenamente en las habilidades de Simon, ni de la policía, ni de nadie, y eso le llenaba la cabeza de visiones de Paula en apuros,
herida, o aún peor, muerta. Sacudió la cabeza para apartar esos pensamientos que le nublaban la visión y el raciocinio.


Acaba de llegar a una zona de Panamá bastante conflictiva. 


Su misión era únicamente de reconocimiento del terreno para establecer los parámetros que servirían de base en futuras operaciones. Sin embargo, a pesar del poco riesgo que corrían, debían estar con los cinco sentidos alerta por si encontraban posibles complicaciones.


Un helicóptero los había llevado, a él y a dos hombres más, hasta un lugar despoblado, cercano a una aldea. Anduvieron unos quince kilómetros a través de la selva, esquivando las patrullas de la milicia local que se desplazaban en jeeps de camuflaje. Nadie debía verlos, ni oírlos, solo tenían que reconocer el terreno. Uno de sus hombres llevaba una mochila con dispositivos electrónicos que se conectarían por satélite una vez estuvieran camuflados entre la maleza y activados para su uso. La señal emitida por esos aparatos diminutos anularía las comunicaciones de radio del ejército rebelde que dominaba esa parte del país y crearía una red de rastreo y localización.


Se había presentado voluntario para esa misión para alejarse de toda la maraña de sensaciones y emociones que sentía cuando estaba cerca de Paula. Estaba enfadado con ella, pero sobre todo consigo mismo por haber sido tan idiota y haberse dejado llevar por su verga, en lugar de pensar con la cabeza y ser tan cabal como lo era siempre. No pensaba lo que hacía cuando salió de la comisaría y se marchó a casa después de pasar la noche, detenido, como sospechoso de amenazas a la ayudante del Fiscal.


Pensó que sería una buena idea largarse por un tiempo y ahora se arrepentía. Esa misión la podría haber hecho cualquier otro mientras él protegía a la mujer que amaba. 


Porque la amaba y eso le daba tanto miedo como pensar en perderla. Ahora ella se encontraba en peligro y él no podría protegerla. Si le sucedía algo, no se lo perdonaría nunca.


Cuando Mateo le proporcionó las pruebas que necesitaba para aclarar sus sospechas sobre Linda, se sintió pletórico, pero ya se encontraba camino al portaviones desde el que partirían de inmediato. Tenía el tiempo justo para llamar a Pau y advertirle sobre Linda. Pero ella le colgaba el teléfono, no contestaba en el despacho y no había manera de hacerle llegar un aviso sin que corriera peligro. Probó con Simon. Una vez, otra vez, nada. ¿Dónde se habría metido el muy idiota? Siguió intentándolo hasta que, por fin, él contestó y pudo darle la información que, por otro lado, ya había conseguido averiguar por sus propios medios. «Chico listo», pensó.


No se podía creer que Linda, la amiga íntima de Paula, fuera la persona que andaban buscando. Había matado, al menos, a dos personas, que ellos supieran, y nada menos que rompiéndoles el cuello. Había amenazado de muerte a Pau, pero todos creían que era un hombre quien llamaba. La voz de las llamadas sonaba distorsionada y sucia, con interferencias y ruidos de fondo extraños, pero siempre creyeron que era un hombre. Los había engañado a todos.


Después de seis horas andando desde que el helicóptero los dejara allí, colocaron el último dispositivo de la bolsa en el lugar indicado y emprendieron el camino de vuelta hacia el punto donde los recogerían. Enviaron la señal acordada al piloto y en menos de una hora oyeron el ruido sordo de los rotores acercándose.


Sin embargo, no fueron los únicos en oírlos. La patrulla del ejército panameño que andaba peinando la zona, también lo escuchó.


Pedro y sus dos hombres estaban bromeando cuando el helicóptero aterrizó. Como mandaba el protocolo, sus dos hombres se dirigieron hacia el transporte mientras él cubría
la retaguardia con su M16 dispuesto. Después, ellos harían lo mismo desde su posición, cubriendo los pocos metros que separaban a Pedro del final de la aburrida misión.


Pero el ruido sordo del aparato no les dejó escuchar el vehículo que se acercaba y una ráfaga de disparos los sorprendió cuando Pedro ya ponía un pie en la base del helicóptero. Uno de sus hombres recibió un impacto en la rodilla justo en el momento en que dos proyectiles impactaban en la espalda de Pedro que se desplomó al instante.



* * * * *


—¿Te sientes a gusto, perra? Abre los ojos de una vez. Sé que estás despierta —escuchó Pau cuando se debatía entre seguir dormida o despertar. «Es una pesadilla», se dijo una y otra vez. «Es una pesadilla que desaparecerá en cuanto abras los ojos, Pau». Pero continuaba escuchando la voz, cada vez más cerca, cada vez más amenazante y cruel. Le decía cosas asquerosas que la hacían temblar de miedo.


Un fuerte zarandeo le confirmó que no estaba soñando, estaba despierta. Intentó levantarse pero no pudo, estaba sujeta por los brazos y le dolían tanto que miles de punzadas la atravesaron cuando hizo un esfuerzo más. Sus piernas tampoco se libraban de la tortura. Sentía los tobillos apretados uno contra otro e inmóviles.


—¡Abre los ojos! —gritó la voz pegada a ella provocándole un agudo y doloroso pitido.


Pau hizo lo que le mandaban sin replicar. Sentía la boca seca y áspera, los ojos hinchados y arenosos, la mandíbula medio dormida, como si le hubieran dado un puñetazo, y la nariz congestionada por las lágrimas que derramaba sin darse cuenta. ¿Dónde estaba Linda? Pensó. Si ese hombre estaba allí, Linda estaría como ella o peor.


De pronto pensó en el inspector Matters. ¡Era él!


«Dios mío, qué idiota he sido. Era él», pensó enfadada consigo misma por estar tan ciega ante la evidencia.


Se retorció sobre su propio cuerpo para poder ver quién había en la habitación con ella. Buscaba a Matters, él había pegado a su amiga Linda y probablemente la habría amenazado para que lo ayudara a cazarla, por eso Linda le dio el café que la hizo dormir, por eso estaba tan asustada. Pero, ¿dónde estaba? No lograba ver nada en aquella habitación.


—¡Matters, carbón, suéltame! —gritó para provocarlo—. Te voy a hundir por esto, hijo de puta.


Una risa proveniente de un rincón de la habitación la hizo callar. Era la risa de una mujer, era una risa conocida.


—¿Linda? —preguntó intentando girar la cabeza en un ángulo demasiado forzado.


—Pau, Pau, Pau… Qué malo ha sido el inspector ¿verdad? —dijo con una voz infantil pero sobrecogedora—. Tendremos que castigarlo por ser un niño malo, malo.


—¿Linda? ¿Qué haces? Suéltame, por favor. Suéltame y vámonos —dijo desesperada.


—Ay, Pau, mi querida y adorada Pau. ¿No lo entiendes aún, verdad? —Se sentó a su lado en la estrecha cama en la que estaba acostada y atada de pies y manos y le pasó una mano fría y semihúmeda por la cara, como una caricia malintencionada. Paula apartó la cara con una expresión de horror y asco mezclados—. Pobre Federico, él indefenso en la habitación de al lado y tú pensando que quien te hace esto es él. —Rio con una carcajada sin pizca de humor.


Pau ahogó un gemido de sorpresa y abrió los ojos como platos.


—Linda… tú…


—Por fin se ha dado cuenta —dijo levantando los brazos y hablando al aire como si hubieran miles de personas escuchando—. Demos un fuerte aplauso a la señora ayudante del Fiscal por ser tan aguda en sus deducciones, vamos. —Aplaudió primero con energía, luego fue bajando el ritmo de las palmadas hasta hacerse de nuevo el silencio.


—Pero… —vaciló Paula sin dar crédito a lo que estaba oyendo—, era un hombre, tú…, tú no puedes…


—Querida amiga, qué poco sentido de la imaginación tienes. 


—Linda sacó algo de su bolsillo y se colocó la mano delante de la boca—. ¿Te refieres a este hombre, Paula? ¿Esta voz te parece más adecuada?


—Dios mío —susurró cerrando los ojos—, estás loca.


Linda se acercó a la cama con la mirada envenenada y le dio una sonora bofetada que le desplazó la cabeza y le dejó la mejilla marcada, dolorida y ardiendo. Cuando se recuperó de las lágrimas que se le habían escapado, volvió la cara para mirarla.


—¿Por qué me haces esto? ¿Qué te he hecho yo? —preguntó con la voz ahogada.


—¿No lo sabes? Vamos, Pau, te daré una pista: «Schencil».








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