viernes, 10 de junio de 2016

LO QUE SOY: CAPITULO 28





Ahora debía proceder con calma. Las cosas se habían torcido un poco pero no había llegado la sangre al río. El imprevisto con Federico ya estaba controlado.


Asomó la cabeza por la puerta de la habitación y lo observó detenidamente. Era apuesto y fuerte, pero en esos momentos, atado como estaba a la cama y amordazado, sin más ropa que sus pantalones y con algunos cardenales en su cuerpo, no parecía la misma persona que había compartido con ella esas experiencias tan placenteras.


Estaba dormido y su respiración era regular. Linda observó el pecho desnudo subir y bajar y la recorrió un escalofrío.


—Qué pena —dijo con pesar. Federico no consentiría que ella se saliera con la suya. Lo había intentado, le había explicado la situación después de atarlo a la cama en un momento de pasión en el que estaba indefenso y él se había enfurecido, había gritado hasta el punto de verse obligada a amordazarlo, pero aun así continuó haciendo ruido. Sonidos estridentes se clavaban en su cabeza volviéndola loca, los golpes que él daba en el cabezal de la cama cada vez eran más fuertes, más desagradables, más insoportables, y no tuvo más remedio que golpearlo, tan fuerte como pudo.


Matters le propinó un cabezazo en el costado de la cara que la hizo gritar de dolor pero lo que la volvió loca por completo fue ver en los ojos del inspector el desprecio que sentía por ella. Nunca la había querido, nunca la había amado, era todo mentira, y eso dolía más que cualquier herida. Un sentimiento de rabia contenida surgió a través de sus uñas, sus puños cerrados y sus patadas, golpeando al hombre indefenso hasta que este perdió el sentido. Sabía que no lo había matado, pero al menos estaría tranquilo unas horas mientras ella pensaba en volver al plan original.


—¿Qué voy a hacer contigo, mi amor? —le susurró al oído.


Federico se despertó poco a poco. No sabía qué había pasado, pero recuperó la memoria en seguida. Seguía atado a la cama de Linda y eso le recordó la confesión de ella. 


Sentía la cabeza a punto de estallar, los brazos le dolían como si le estuvieran clavando mil agujas por ellos, las ataduras de los tobillos le habían rasgado la piel y se veía una sombra color granate que manchaba los trozos de sábana, probablemente de su sangre.


De pronto sonó el timbre de la puerta. Federico se puso alerta mientras Linda salía de la habitación. Miro por encima de su hombro y le lanzó una mirada amenazante.


—Procura no hacer ruido, cariño. No me gustaría tener que golpearte de nuevo.


Federico, abatido, dejó caer la cabeza sobre la almohada. No tenía fuerzas en los brazos para seguir moviendo los hierros del cabezal, la mordaza de tela de sábana que llevaba en la boca le cortaba las comisuras y le producía un dolor punzante insoportable.


Sin embargo, a pesar de su situación tan complicada, volvió a tensarse cuando oyó la voz de Pau en el pasillo.


—¡Linda! ¿Estás enferma? —preguntó Pau cuando ella abrió la puerta. Tenía un aspecto terrorífico.


—Me encuentro algo cansada y mareada. ¿Por qué has venido? —No pudo evitar esa pregunta áspera.


—Estaba preocupada. No contestabas al teléfono y tampoco consigo localizar a Federico. ¿Sabes dónde está?


—No —respondió tajantemente. Linda contempló la expresión de su amiga en la puerta. Esto volvía a alterar sus planes. Si no conseguía que se marchase, acabaría descubriendo a Federico. Pero si lograba echarla… ¿Qué posibilidades le dejaba eso para poder llevar a cabo el último paso? ¿Cómo convencería a Paula de quedar con ella el domingo si estaba molesta? Decidió adelantar sus planes. Quizás pudiera retenerla en casa hasta el domingo—. Lo siento, es que estoy muy irritable. He discutido con él.


—Oh, Linda… ¿Por qué no me lo has dicho antes? —La abrazó cariñosamente.


—¿Quieres tomar algo? —preguntó haciéndola pasar y cerrando la puerta. Linda dio una vuelta a la llave.


Pasaron al salón donde la mesa seguía puesta para dos personas. Las velas apagadas, los platos sucios, restos de comida, una bandeja, una copa rota en el suelo.


—¿Qué ha pasado aquí? —preguntó estupefacta.


—Nos peleamos, solo eso —le respondió mientras ponía café, y algo más, en una taza, aparentemente limpia.


—Pero… —La miró fijamente y entonces se fijó en la hinchazón de su rostro. Ella le volvía la cara para que no lo viera, pero Paula se fijó más cuando se acercó—. ¿Te pegó? —preguntó furiosa.


Linda aprovechó ese giro inesperado del destino para crear una historia conmovedora que ablandara la situación. Sus ojos se llenaron de lágrimas, más de furia que de pena, más de rabia que de dolor, y se deslizaron como ríos por su mejilla. Levantó la vista hacia Pau y asintió repetidas veces.


—¡Será cabrón! —dijo abrazándola de nuevo—. ¿No sabes dónde está? —Linda negó levemente limpiándose las fingidas lágrimas—. Da igual, llamaré a Simon y le diré que vas a poner una denuncia por malos tratos.


Pau sacó su teléfono pero Linda se lo arrebató de inmediato con una extraña mirada en sus ojos que la detuvo en seco. Sorprendida por esa reacción se quedó a la espera de sus palabras.


—No, no hace falta. Iré luego a la comisaría a poner la denuncia. Siéntate, por favor, y bébete el café que se va a enfriar. —Linda esperó a que diera el primer sorbo de la taza que llevaba en las manos. Cuando lo hizo, respiró aliviada y se sentó al lado de Paula. Esos polvos del café no tardarían nada en dormirla. Desde que su hermano murió los usaba para descansar por las noches, pero la cantidad que había puesto en el café era cuatro veces mayor de la que utilizaba, por lo que supo que, pronto, muy pronto, Pau se quedaría dormida sin saber por qué.


Sonó el teléfono que Linda llevaba en la mano. Ni siquiera se había dado cuenta de que aún tenía cogido el móvil de ella. Miró la pantalla. Era Simon. Dirigió su mirada a Pau y vio algo en sus ojos, una pregunta, un reproche, algo extraño.


—Dame el teléfono, Linda —dijo con una voz que no tenía nada de agradable.


—No lo cojas, por favor.


—Dámelo, tengo que contestar.


Linda se levantó y Pau lo hizo tras ella, pero se sintió mareada, como si hubieran empezado a mover el suelo bajo sus pies.


—¿Qué me pasa? ¿Qué me has hecho? ¿Linda?


—Estás débil. Deberías sentarte. —El teléfono seguía sonando sin parar.


Paula fue consciente en ese momento de la mirada y la pose de Linda. Ella estaba esperando que cayera, con los brazos cruzados sobre el pecho, el peso del cuerpo apoyado sobre una pierna, media sonrisa en los labios y una ceja levantada enmarcando unos ojos fríos y desagradables, como nunca había visto en su vida. Había algo en esa pose, en esa expresión…


En esos instantes, lo único que deseaba era echarse en la cama, o donde fuera, y dormir un ratito, dormir tranquilamente.


LO QUE SOY: CAPITULO 27





Paula se subía por las paredes después de estar todo el día esperando la llamada del inspector Matters. No sabía cuántas veces le habían dicho que no había llegado, que no había aparecido y que no sabían nada de él en la comisaría. 


Tenían una reunión sobre el caso de los chantajes y quería dejar resuelto el tema antes del fin de semana porque el domingo sería cuatro de julio y tenía intención de relajarse durante todo el día con Linda. Disfrutar de una buena sesión de spa, comer en un lugar caro y con encanto, tomar una copa o dos y deleitarse con los fuegos artificiales que verían desde Central Park. Era una especie de ritual que seguían desde que se conocieran, hacía ya tres años. Se entendían, no se presionaban y se lo pasaban bien juntas. Era agradable tener una persona en la que confiar.


Fue hasta su mesa para preguntarle si sabía algo de Federico Matters pero Linda no estaba allí. Sus compañeras no sabían nada.


Pau regresó a su despacho y la llamó al móvil pero estaba apagado o en alguna zona fuera de cobertura. La llamó a casa y nadie contestó. «Qué extraño», pensó. No era habitual en Linda estar incomunicada y no dejar rastro. ¿Qué habría sucedido? Si Federico tampoco había aparecido por la comisaría, quizás estuvieran juntos, y si les había ocurrido algo… Volvió a marcar el número de móvil pero seguía apagado. Llamó al teléfono del inspector que le habían facilitado en la comisaría y daba señal, pero después de esperar un buen rato oyendo pitidos, colgó desesperada.


Llamó al teléfono de Simon, era probable que él pudiera localizar a Matters, pero para su absoluta exasperación, su hermano tenía el teléfono fuera de línea.


—¡Joder! —exclamó dando un violento, y nada femenino, golpe al auricular del aparato que tenía en las manos, pero no se rindió y llamó a la comisaría por décima vez.


—¿Ha vuelto ya el inspector Matters?


—No, señora. ¿Quiere que le deje otro recado? —preguntó algo molesto el hombre que respondió al teléfono.


—No, gracias. Páseme con Simon Chaves, por favor.


La música de la llamada en espera la puso de los nervios. 


No soportaba esos sonidos estridentes a modo de melodías clásicas, le recordaban a los organillos de las calles de Park Avenue.


—¿Pau? ¿Qué pasa? —preguntó Simon de golpe.


—¿Qué pasa? ¿Dónde tienes el jodido teléfono móvil? Te he estado llamando — dijo tan alterada que su voz sonaba gritona.


—Ay…, lo dejé en casa cargando, estaba sin batería —recordó.


—Mierda, Simon, eres idiota.


—Eh, ¿qué pasa?


—Nada, no pasa nada. Hoy no es mi día. No encuentro a Matters, ni a Linda ni a nadie. Dime que puedes encontrar, al menos, a Federico Matters.


—Pues, no lo sé. No lo he visto por aquí hoy. Espera, voy a mirar en su mesa. —Y la dejó esperando mientras escuchaba las voces ahogadas del personal de la comisaría.
Cuando regresó, la pregunta que le hizo la dejó fuera de juego.


—Pau, ¿está Linda en la oficina? —Su voz tenía una urgencia fuera de lo común.


—No, no ha venido. ¿Por qué?


—¡No te muevas de ahí, Pau! ¡Voy para allá!


—Pero, ¿por qué? —Se impacientó.


—He dicho que no te muevas de allí —y colgó.


Paula se quedó mirando el teléfono con una expresión extraña. Se sintió invadida por una rabia y una sensación de descontrol que no le gustó. Parecía como si la gente fuera por libre en los temas que a ella le incumbían, nadie le contaba nada y ya estaba harta de que le ocultaran las cosas. Tuvo la sensación de que Linda estaba en peligro. 


Recogió su bolso y se marchó.



* * * * *


Pasó por su casa a recoger el teléfono que continuaba al lado de la televisión de la cocina cargando. Busco el cargador del coche y salió disparado mientras llamaba a Pedro para dejarle un mensaje. Se había marchado a una misión de las suyas y la única forma de hablar con él era esperando su llamada.


—¡Simon! —contestó al primer tono—, ¿dónde coño estabas? Te he llamado…


—Sí, ya lo sé, me dejé el móvil en casa. —Hizo una pausa, respiro y añadió triunfal—: Alfonso, la tengo.


—Es Lindsay Schencil —dijo Pedro adelantándose a Simon.


—¿Cómo lo has sabido? —preguntó estupefacto.


—Mateo Roddson me echó un cable buscando información. Lo he sabido hace una hora y he intentado hablar contigo pero no había forma. Pau me cuelga el teléfono automáticamente, así que tampoco podía avisarla. ¿Cómo lo has sabido tú?


—Paula llamó preguntando por Matters. Fui a mirar a su mesa y en el fax había una foto de Linda, pero abajo ponía Lindsay Schencil. Reconocí el apellido porque yo participé en la detención de su hermano. Era uno de los primeros casos de Pau como ayudante del Fiscal, creo, y lo pasó realmente mal cuando el tipo se suicidó. Voy de camino a la Fiscalía para recogerla y ponerla a salvo. Linda no ha ido a la oficina hoy.


—¿Y el inspector Matters tampoco?


—No.


—¡Mierda! Envía a alguien a…


—Ya lo he hecho, descuida.




jueves, 9 de junio de 2016

LO QUE SOY: CAPITULO 26




Estaba sentada en la mesa de la cocina tomando un café, absorta en sus pensamientos, cuando entró Simon hecho una furia. La miró unos instantes y respiró profundamente para intentar tranquilizarse antes de comenzar a hablar con ella.


La noche había sido eterna en la comisaría y necesitaba echarse un rato para olvidar toda la información que tenía en su cabeza y que no era capaz de entender en absoluto.


Se sirvió un café en una taza de loza y se sentó frente a Pau. No tardó en darse cuenta de que ella tampoco había dormido mucho. Tenía los ojos hinchados, la cara cetrina, estaba ojerosa y la piel de las mejillas se le pegaba a los huesos.


Paula observó un instante a su hermano y entendió que estaba enfadado, pero desconocía el motivo. Levantó una ceja de forma interrogante y la expresión de suficiencia que le ofreció hizo que Simon explotara.


—¿Te has vuelto loca?


—No te entiendo.


—Sí, ya lo creo que me entiendes. No eres tan tonta, hermanita. Dime ¿te ha poseído algún espíritu demoníaco que te anula la voluntad y te empuja a hacer estas tonterías que haces últimamente? —preguntó Simon cabreado.


—Yo no hago tonterías. Solo hice lo que debía. Era él y ya está detenido, ¿no? —contestó ofendida.


—¡Paula, estás loca! ¿De veras crees que era él? No entiendo cómo es posible que hayas llegado a ser ayudante del Fiscal siendo tan tonta.


—¡Deja de decir eso! —le espetó nerviosa.


—¡No me da la gana! Tú eres una obstinada idiota y él es inocente, Paula, inocente ¿sabes qué es eso? Cuando alguien no tiene culpa. ¡Inocente!


Ella lo miró como si se hubiera vuelto loco. Su hermano confiaba en Pedro y eso la sorprendía sobremanera. Intentó controlar el torbellino de emociones que tenía en el estómago. No había dormido barajando las posibilidades de que se hubiera equivocado con Pedro. Había algo que no le encajaba en toda esta historia y que él estuviera en medio del pastel desentonaba. Pero por muchas vueltas que le diera, no conseguía ver cuál era la clave de todo y estaba segura de que la tenía delante de sus narices. Aun así, su naturaleza previsora le hacía sospechar, a esas alturas, de cualquiera a su alrededor.


—¿Cómo lo sabes? —preguntó sin mirarlo a la cara.


—Además de porque confío en él y me ha estado ayudando, porque tiene coartadas tan creíbles como las de un inocente. Todas confirmadas.


—¿Está libre?


—Sí, pero se ha quedado en comisaría a rellenar unos papeles. A sus jefes no les ha gustado nada que los llamásemos para confirmar lo que nos contaba. Sospecho que tendrá problemas cuando se marche.


—¿Se marcha? —preguntó alterada.


—Sí. Lo mandan a otra misión.



* * * * *


—Hola, Largo. Tengo lo que me pediste —dijo Mateo al teléfono.


—Bien, dispara.


—No ha sido tan fácil como me esperaba, no creas. Esa tía es difícil de rastrear hasta para un hacker como yo, pero no hay nada que se me resista, amigo.


—No te enrolles.


—Uf, estamos de pésimo humor hoy, ¿no? ¿Tiene algo que ver con cierta morenaza de ojos verdes? —preguntó guasón Mateo al que le gustaba meter el dedo en la llaga.


—Maty…


—Está bien. ¿Estás sentado? Si no lo estás hazlo porque esto te tirará de culo. Linda Trent no es Linda Trent, sino Lindsay Schencil. Y si ese nombre no te dice nada, quizás a tu amiga morenaza de ojos verdes sí le diga algo. El hermano de Lindsay fue juzgado por chantaje y asesinato en primer grado hará ya unos tres o cuatro años. ¿Adivina quién llevó el caso de la acusación? El tío se colgó en su celda unos meses después de entrar en prisión o algo así. De la hermana no he encontrado mucho, solo alguna foto de los Servicios Sociales de cuando eran pequeños. Ahora es Linda Trent, administrativa en la Oficina del Fiscal de Nueva York. ¿A que te he dejado pasmado?


—¡Mierda!

LO QUE SOY: CAPITULO 25



Esa misma tarde, Linda llegó pronto a casa. Había pasado por su restaurante de cocina italiana favorito y había pedido que le prepararan varios platos para llevar. Pensaba sorprender a Federico con una cena romántica y una sesión de sexo del bueno.


Se había comprado un camisón de seda negra casi transparente que se le ajustaba al cuerpo como una segunda piel. Se lo pondría para él. Tenía intención de decirle esa noche que lo amaba y quería que el momento fuera perfecto para que durara en sus recuerdos para toda la vida.


A las nueve de la noche comenzó a preparar la mesa y a calentar los platos en su horno microondas. Encendió algunas velas por el salón y perfumó el ambiente con un vaporizador de esencias nuevo que le había recomendado una de las chicas de la oficina.


Oyó las llaves en la puerta cuando Federico entró en el apartamento. Llevaban poco tiempo juntos, pero Linda le había dado una llave de su casa en señal de confianza y, aunque Federico se había quedado pocas veces a dormir, siempre se marchaba antes, ella insistió en que tuviera la llave por si acaso.


—Estoy en la cocina.


Federico se acercó por detrás y le mordió el cuello sensualmente. Ella gimió mientras removía la salsa para la pasta en un cazo sobre la vitrocerámica.


—Quieto, fiera. Primero cenaremos y luego…


—Mmm..., huele bien —dijo oliendo el pelo de ella—. Tengo hambre. —Le acarició los pechos por encima de la camiseta que llevaba puesta para cocinar. Ella rio y se apartó seductoramente de él para sacar la bandeja de pasta fría que había en la nevera y dejarla encima de la mesa.


Federico gruñó con pesar. Estaba excitado pero también cansado. Le vendría bien comer algo.


Recordó que debía encender el fax para recibir la información que esperaba si llegaba durante la noche. Le iban a mandar a la comisaría la foto de la voluntaria sospechosa de los chantajes pero también había dado el número del fax de casa de Linda para que le enviasen copia allí.


Linda pasó por su lado y le guiñó el ojo mientras le pasaba la mano suavemente por su duro trasero. Su miembro saltó dentro de los pantalones y Federico sonrió agradecido porque pronto satisfaría su necesidad con ella.


—No sé si durarás mucho con eso puesto —le dijo desde el vano de la puerta de la habitación cuando vio la prenda que ella dejaba caer por su cuerpo. Tenía la mirada velada por la pasión que lo envolvía. La habitación ya olía a sexo.


—Al menos la cena, ¿no? —preguntó acercándose sensualmente. Se acariciaba el vientre y las caderas para sentir el suave tacto de aquel maravilloso tejido en la piel.


Cuando llegó delante de él, le besó el cuello sutilmente, aspiró su olor a colonia de hombre y sudor y se excitó tanto que jadeó en su oído para que supiera lo que estaba sintiendo.


Federico reaccionó a su gemido con un hambre voraz. Deslizó las manos por sus caderas subiéndole el camisón hasta la cintura. No llevaba bragas, cosa que descubrió cuando su mano se abrió camino entre sus rizos cobrizos e introdujo un dedo entre sus pliegues ya húmedos y palpitantes.


Ella le desabrochó el cinturón y el pantalón con manos trémulas y deseosas de sentir su carne caliente en los dedos, y cuando encontró su miembro, lo frotó vigorosamente al mismo ritmo que marcaba él entre sus piernas con sus expertos dedos.


Pronto estaban en la cama, enredados en un lío de sábanas, piernas y brazos.


Federico la penetró con urgencia. No podría resistir mucho más sin estar dentro de ella. Lo había excitado desde el mismo momento en que entró a la casa y no tenía intención de muchos preámbulos. Necesitaba su liberación urgentemente.


Linda levantaba las caderas para introducirlo más y más adentro. Lo quería todo para ella, necesitaba sentir a ese hombre como algo propio, solo suyo, y esa era la mejor forma de retenerlo.


Le pellizcaba los pezones con tal fuerza que llegó a sentir un placentero dolor, le mordía los labios hasta sentir el sabor metálico de la sangre en su boca, la embestía con una violencia impensable, y cuando llegó al orgasmo, las olas de placer la arrollaron dejándola sin respiración durante lo que ella pensó que habían sido horas. Él se derramó con una última embestida desesperada que le produjo otro orgasmo cuando aún no había dejado de sentir el anterior.


Después de un rato de caricias y susurros en la oscuridad del cuarto, Linda se acordó de la cena.


—¿Tienes hambre? —le preguntó apoyando su cuerpo desnudo en un codo para poder mirarlo.


—De ti —contestó él rozándole el pezón con un dedo juguetón.


—No —le dio un manotazo—. ¿Quieres que te traiga algo de comer o no? Yo tengo hambre.


—Está bien —dijo con pesar—. Comeré alguna cosa antes de que me desmaye.


Linda dio un salto antes de que él la atrapara por los brazos para ponerla de espaldas en la cama. Con una sonrisa de triunfo por haber escapado, se movió sensualmente por la habitación, desnuda, insinuándose a Federico que ya volvía a tener la verga tiesa.


Fue hasta la cocina pero cuando pasaba por el salón vio que había algo colgando del fax. Un papel. Se acercó y las manos le temblaron cuando lo cogió y vio qué era. Cerró los ojos y una lágrima se le escapó y rodó por su mejilla.


Se la limpió con decisión y arrugó su foto hasta hacerla una bola que enterró en el fondo de la basura de la cocina.


Puso en una bandeja la ensalada de pollo, los canapés de gulas y la pasta fría con salsa y regresó a la habitación donde Federico se había quedado dormido.



LO QUE SOY: CAPITULO 24




El ambiente en la oficina era algo raro desde que habían encontrado al pobre Kalvin Merrywether muerto en el pasillo. 


La gente se miraba con desconfianza, susurraba sobre cualquier cosa y se había evaporado el alegre murmullo de oficina que había caracterizado su lugar de trabajo.


Paula pasó por la mesa de Linda y vio que no estaba. 


Preguntó a su compañera y le dijo que había salido a hacer un recado pero no le supieron explicar dónde. Quería saber si tenía la noche libre para que salieran a cenar, aunque fueran acompañadas de Ángelo y Martínez, que eran ya como de la familia. La esperaría en su despacho.


La recepcionista, a través del interfono, le comunicó que tenía una visita. «Es el señor Alfonso»


—Que espere, por favor —dijo sintiendo que algo le oprimía el pecho en ese momento. ¿Por qué se sentía tan acalorada cuando oía su nombre? Solo era un hombre con el que se había acostado, del que se había enamorado y que le había dejado claro que no podrían tener nada en el futuro. Solo eso.


Oyó voces en el pasillo y de repente la puerta se abrió. Pedro entró hecho una furia y cerró de inmediato, dejando a la recepcionista y a los dos policías que guardaban la puerta, de pie, dando voces.


Paula fue hasta la puerta y apartó a Pedro de un empujón nada cordial.


—No pasa nada, recibiré al señor Alfonso —dijo y cerró suavemente la puerta.


Volvió a su posición de seguridad detrás de la amplia mesa de caoba y se sentó dignamente sin mirar ni una sola vez al hombre que la esperaba de pie en medio de la habitación. Continuó haciendo su trabajo sabiendo que no avanzaría nada mientras él estuviera allí.


—Cuando creas conveniente decir lo que has venido a decir, hazlo, no te cortes. Y luego, márchate, tengo trabajo. —Sonaba decidida y serena pero el temblor de su mano al escribir la delataba. La tempestad estaba dentro y una rabia contenida empujaba en su garganta por salir.


—Mírame —dijo él enfadado—. ¡Maldita sea, Pau, mírame! —gritó.


Ella levantó la cabeza sorprendida y asustada ante aquel arranque de furia masculina, pero no se acobardó mucho más.


—No vuelvas a gritar en mi despacho, ¿me oyes? Ni se te pase por la cabeza volver a darme órdenes como si estuviera a tu merced. Di lo que hayas venido a decir y lárgate.


Pedro barajó diferentes opciones antes de contestar. Respiró hondo y soltó el aire lentamente con la mirada fija en ella. No quería alarmarla con sus sospechas hacia Linda, pero tampoco quería que se confiara pues, si su corazonada se cumplía, Linda estaría detrás de todo el lío. Su otra opción era llegar hasta donde estaba, quitarle la coleta que llevaba para que el pelo le cayera por la espalda y hacerle el amor hasta que todo el rencor y el enfado que le quedaba a ella dentro desapareciese.


Debía reconocer que la segunda opción le gustaba más que la primera, pero ninguna de las dos era la adecuada en ese momento. Tendría que recurrir a su lado más humano para ablandarla y sabía que no iba a ser una tarea fácil.


—Me preguntaba si te gustaría cenar conmigo esta noche en mi casa.


—No —dijo cortante.


—¿Por qué?


—Porque no.


—Eso no es una respuesta.


—Tengo planes —mintió.


—¿Con el tipo de las escaleras del juzgado? —preguntó celoso.


Paula abrió los ojos asustada y lo miró con una mirada tan aterradora que Pedro pensó que había visto un fantasma.


—¿Qué sucede?


—Tú… estabas allí, esta mañana. Tú…


Pedro se dio cuenta tarde de cuáles eran los pensamientos de ella en ese momento. Al reconocer que la había visto esa mañana, pensó que era él quien la estaba amenazando.


Todo encajaba, pensó Pau. Las llamadas empezaron cuando lo encontró en el bar aquella noche. Él sabía los detalles de sus encuentros, sabía dónde se encontraba y con quién. 


Había estado ausente en una supuesta misión y el número de la llamada cuando practicaron sexo telefónico estaba oculto como cuando la llamaba el que la amenazaba. Ese día, en la bañera, cuando sonó el teléfono, ella pensó que era otra llamada de amenaza. Y, de hecho, al principio lo parecía porque no se escuchaba su voz, solo ruidos lejanos como con las otras llamadas.


—¡Oh, Dios mío!


—No, Pau, no pienses eso ni por un minuto. —Pero ya era demasiado tarde.


Por la mente de Paula pasaron miles de imágenes de él acariciándola, consolándola, amándola, dándole un placer que no había sentido nunca, y esas imágenes se mezclaron con la mirada furiosa que él le dirigía en esos momentos. Sin pensar más, apretó el botón del pánico que tenía en el llavero de las llaves y, al instante, Ángelo y Martínez entraron en tropel.


Pedro se quedó sorprendido por la eficiencia y reconoció que el factor sorpresa lo había dejado sin defensa delante de aquellos dos amenazantes hombres.


—Es él —dijo Pau a punto de echarse a llorar.


Los dos policías cogieron a Pedro cada uno de un brazo, se los llevaron a la espalda y le colocaron las esposas. Pedro no opuso resistencia, era absurdo, y movía la cabeza en un gesto de resignación.


—Te estás equivocando, Paula.


Cuando el ascensor llegó a la planta de la oficina y las puertas se abrieron, Pedro solo pudo fijarse en el rostro que apareció dentro dispuesto a salir. Linda levantó la cabeza y se encontró con una mirada aterradora que la estremeció por dentro. Se llevaban a Pedro esposado y eso le hizo gracia aunque no rio. Levantó una ceja de modo interrogante y se apartó para dejar pasar a los tres hombres mientras el resto de la oficina murmuraba y especulaba sobre lo sucedido.


«Un obstáculo menos», pensó Linda cuando se dirigía al despacho de Pau.


La puerta estaba abierta y ella estaba sentada con la cabeza hundida en las manos. Pensó que lloraba pero al oír sus pasos entrar en la habitación, alzó la mirada y Linda comprobó que tenía los ojos secos.


—¿Qué ha sucedido? —preguntó fingiendo un interés que no sentía.


—Creo que es él. El tipo que me ha estado amenazando —dijo compungida.


—¡No puede ser! ¿Él? Pero si estabais juntos, ¿no? —Paula negó brevemente—. ¡Qué cabrón! —exclamó Linda acercándose a Pau y poniéndole una mano en el hombro para consolarla. —Sé que duele, cariño, pero estarás mejor sin él.


—Lo sé, pero no sé por qué tengo la sensación de que me equivoco aunque todo apunta a que es él. Esta mañana me estaba viendo en la puerta de los tribunales cuando he recibido otra llamada de esas.


—¿Qué dices? —preguntó con excesiva sorpresa—. Hay que ver cómo engañan las apariencias, cielo.


Pau se echó a llorar hundiendo de nuevo la cabeza en las manos y Linda sonrió satisfecha por su interpretación.