jueves, 9 de junio de 2016

LO QUE SOY: CAPITULO 24




El ambiente en la oficina era algo raro desde que habían encontrado al pobre Kalvin Merrywether muerto en el pasillo. 


La gente se miraba con desconfianza, susurraba sobre cualquier cosa y se había evaporado el alegre murmullo de oficina que había caracterizado su lugar de trabajo.


Paula pasó por la mesa de Linda y vio que no estaba. 


Preguntó a su compañera y le dijo que había salido a hacer un recado pero no le supieron explicar dónde. Quería saber si tenía la noche libre para que salieran a cenar, aunque fueran acompañadas de Ángelo y Martínez, que eran ya como de la familia. La esperaría en su despacho.


La recepcionista, a través del interfono, le comunicó que tenía una visita. «Es el señor Alfonso»


—Que espere, por favor —dijo sintiendo que algo le oprimía el pecho en ese momento. ¿Por qué se sentía tan acalorada cuando oía su nombre? Solo era un hombre con el que se había acostado, del que se había enamorado y que le había dejado claro que no podrían tener nada en el futuro. Solo eso.


Oyó voces en el pasillo y de repente la puerta se abrió. Pedro entró hecho una furia y cerró de inmediato, dejando a la recepcionista y a los dos policías que guardaban la puerta, de pie, dando voces.


Paula fue hasta la puerta y apartó a Pedro de un empujón nada cordial.


—No pasa nada, recibiré al señor Alfonso —dijo y cerró suavemente la puerta.


Volvió a su posición de seguridad detrás de la amplia mesa de caoba y se sentó dignamente sin mirar ni una sola vez al hombre que la esperaba de pie en medio de la habitación. Continuó haciendo su trabajo sabiendo que no avanzaría nada mientras él estuviera allí.


—Cuando creas conveniente decir lo que has venido a decir, hazlo, no te cortes. Y luego, márchate, tengo trabajo. —Sonaba decidida y serena pero el temblor de su mano al escribir la delataba. La tempestad estaba dentro y una rabia contenida empujaba en su garganta por salir.


—Mírame —dijo él enfadado—. ¡Maldita sea, Pau, mírame! —gritó.


Ella levantó la cabeza sorprendida y asustada ante aquel arranque de furia masculina, pero no se acobardó mucho más.


—No vuelvas a gritar en mi despacho, ¿me oyes? Ni se te pase por la cabeza volver a darme órdenes como si estuviera a tu merced. Di lo que hayas venido a decir y lárgate.


Pedro barajó diferentes opciones antes de contestar. Respiró hondo y soltó el aire lentamente con la mirada fija en ella. No quería alarmarla con sus sospechas hacia Linda, pero tampoco quería que se confiara pues, si su corazonada se cumplía, Linda estaría detrás de todo el lío. Su otra opción era llegar hasta donde estaba, quitarle la coleta que llevaba para que el pelo le cayera por la espalda y hacerle el amor hasta que todo el rencor y el enfado que le quedaba a ella dentro desapareciese.


Debía reconocer que la segunda opción le gustaba más que la primera, pero ninguna de las dos era la adecuada en ese momento. Tendría que recurrir a su lado más humano para ablandarla y sabía que no iba a ser una tarea fácil.


—Me preguntaba si te gustaría cenar conmigo esta noche en mi casa.


—No —dijo cortante.


—¿Por qué?


—Porque no.


—Eso no es una respuesta.


—Tengo planes —mintió.


—¿Con el tipo de las escaleras del juzgado? —preguntó celoso.


Paula abrió los ojos asustada y lo miró con una mirada tan aterradora que Pedro pensó que había visto un fantasma.


—¿Qué sucede?


—Tú… estabas allí, esta mañana. Tú…


Pedro se dio cuenta tarde de cuáles eran los pensamientos de ella en ese momento. Al reconocer que la había visto esa mañana, pensó que era él quien la estaba amenazando.


Todo encajaba, pensó Pau. Las llamadas empezaron cuando lo encontró en el bar aquella noche. Él sabía los detalles de sus encuentros, sabía dónde se encontraba y con quién. 


Había estado ausente en una supuesta misión y el número de la llamada cuando practicaron sexo telefónico estaba oculto como cuando la llamaba el que la amenazaba. Ese día, en la bañera, cuando sonó el teléfono, ella pensó que era otra llamada de amenaza. Y, de hecho, al principio lo parecía porque no se escuchaba su voz, solo ruidos lejanos como con las otras llamadas.


—¡Oh, Dios mío!


—No, Pau, no pienses eso ni por un minuto. —Pero ya era demasiado tarde.


Por la mente de Paula pasaron miles de imágenes de él acariciándola, consolándola, amándola, dándole un placer que no había sentido nunca, y esas imágenes se mezclaron con la mirada furiosa que él le dirigía en esos momentos. Sin pensar más, apretó el botón del pánico que tenía en el llavero de las llaves y, al instante, Ángelo y Martínez entraron en tropel.


Pedro se quedó sorprendido por la eficiencia y reconoció que el factor sorpresa lo había dejado sin defensa delante de aquellos dos amenazantes hombres.


—Es él —dijo Pau a punto de echarse a llorar.


Los dos policías cogieron a Pedro cada uno de un brazo, se los llevaron a la espalda y le colocaron las esposas. Pedro no opuso resistencia, era absurdo, y movía la cabeza en un gesto de resignación.


—Te estás equivocando, Paula.


Cuando el ascensor llegó a la planta de la oficina y las puertas se abrieron, Pedro solo pudo fijarse en el rostro que apareció dentro dispuesto a salir. Linda levantó la cabeza y se encontró con una mirada aterradora que la estremeció por dentro. Se llevaban a Pedro esposado y eso le hizo gracia aunque no rio. Levantó una ceja de modo interrogante y se apartó para dejar pasar a los tres hombres mientras el resto de la oficina murmuraba y especulaba sobre lo sucedido.


«Un obstáculo menos», pensó Linda cuando se dirigía al despacho de Pau.


La puerta estaba abierta y ella estaba sentada con la cabeza hundida en las manos. Pensó que lloraba pero al oír sus pasos entrar en la habitación, alzó la mirada y Linda comprobó que tenía los ojos secos.


—¿Qué ha sucedido? —preguntó fingiendo un interés que no sentía.


—Creo que es él. El tipo que me ha estado amenazando —dijo compungida.


—¡No puede ser! ¿Él? Pero si estabais juntos, ¿no? —Paula negó brevemente—. ¡Qué cabrón! —exclamó Linda acercándose a Pau y poniéndole una mano en el hombro para consolarla. —Sé que duele, cariño, pero estarás mejor sin él.


—Lo sé, pero no sé por qué tengo la sensación de que me equivoco aunque todo apunta a que es él. Esta mañana me estaba viendo en la puerta de los tribunales cuando he recibido otra llamada de esas.


—¿Qué dices? —preguntó con excesiva sorpresa—. Hay que ver cómo engañan las apariencias, cielo.


Pau se echó a llorar hundiendo de nuevo la cabeza en las manos y Linda sonrió satisfecha por su interpretación.


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