jueves, 9 de junio de 2016

LO QUE SOY: CAPITULO 25



Esa misma tarde, Linda llegó pronto a casa. Había pasado por su restaurante de cocina italiana favorito y había pedido que le prepararan varios platos para llevar. Pensaba sorprender a Federico con una cena romántica y una sesión de sexo del bueno.


Se había comprado un camisón de seda negra casi transparente que se le ajustaba al cuerpo como una segunda piel. Se lo pondría para él. Tenía intención de decirle esa noche que lo amaba y quería que el momento fuera perfecto para que durara en sus recuerdos para toda la vida.


A las nueve de la noche comenzó a preparar la mesa y a calentar los platos en su horno microondas. Encendió algunas velas por el salón y perfumó el ambiente con un vaporizador de esencias nuevo que le había recomendado una de las chicas de la oficina.


Oyó las llaves en la puerta cuando Federico entró en el apartamento. Llevaban poco tiempo juntos, pero Linda le había dado una llave de su casa en señal de confianza y, aunque Federico se había quedado pocas veces a dormir, siempre se marchaba antes, ella insistió en que tuviera la llave por si acaso.


—Estoy en la cocina.


Federico se acercó por detrás y le mordió el cuello sensualmente. Ella gimió mientras removía la salsa para la pasta en un cazo sobre la vitrocerámica.


—Quieto, fiera. Primero cenaremos y luego…


—Mmm..., huele bien —dijo oliendo el pelo de ella—. Tengo hambre. —Le acarició los pechos por encima de la camiseta que llevaba puesta para cocinar. Ella rio y se apartó seductoramente de él para sacar la bandeja de pasta fría que había en la nevera y dejarla encima de la mesa.


Federico gruñó con pesar. Estaba excitado pero también cansado. Le vendría bien comer algo.


Recordó que debía encender el fax para recibir la información que esperaba si llegaba durante la noche. Le iban a mandar a la comisaría la foto de la voluntaria sospechosa de los chantajes pero también había dado el número del fax de casa de Linda para que le enviasen copia allí.


Linda pasó por su lado y le guiñó el ojo mientras le pasaba la mano suavemente por su duro trasero. Su miembro saltó dentro de los pantalones y Federico sonrió agradecido porque pronto satisfaría su necesidad con ella.


—No sé si durarás mucho con eso puesto —le dijo desde el vano de la puerta de la habitación cuando vio la prenda que ella dejaba caer por su cuerpo. Tenía la mirada velada por la pasión que lo envolvía. La habitación ya olía a sexo.


—Al menos la cena, ¿no? —preguntó acercándose sensualmente. Se acariciaba el vientre y las caderas para sentir el suave tacto de aquel maravilloso tejido en la piel.


Cuando llegó delante de él, le besó el cuello sutilmente, aspiró su olor a colonia de hombre y sudor y se excitó tanto que jadeó en su oído para que supiera lo que estaba sintiendo.


Federico reaccionó a su gemido con un hambre voraz. Deslizó las manos por sus caderas subiéndole el camisón hasta la cintura. No llevaba bragas, cosa que descubrió cuando su mano se abrió camino entre sus rizos cobrizos e introdujo un dedo entre sus pliegues ya húmedos y palpitantes.


Ella le desabrochó el cinturón y el pantalón con manos trémulas y deseosas de sentir su carne caliente en los dedos, y cuando encontró su miembro, lo frotó vigorosamente al mismo ritmo que marcaba él entre sus piernas con sus expertos dedos.


Pronto estaban en la cama, enredados en un lío de sábanas, piernas y brazos.


Federico la penetró con urgencia. No podría resistir mucho más sin estar dentro de ella. Lo había excitado desde el mismo momento en que entró a la casa y no tenía intención de muchos preámbulos. Necesitaba su liberación urgentemente.


Linda levantaba las caderas para introducirlo más y más adentro. Lo quería todo para ella, necesitaba sentir a ese hombre como algo propio, solo suyo, y esa era la mejor forma de retenerlo.


Le pellizcaba los pezones con tal fuerza que llegó a sentir un placentero dolor, le mordía los labios hasta sentir el sabor metálico de la sangre en su boca, la embestía con una violencia impensable, y cuando llegó al orgasmo, las olas de placer la arrollaron dejándola sin respiración durante lo que ella pensó que habían sido horas. Él se derramó con una última embestida desesperada que le produjo otro orgasmo cuando aún no había dejado de sentir el anterior.


Después de un rato de caricias y susurros en la oscuridad del cuarto, Linda se acordó de la cena.


—¿Tienes hambre? —le preguntó apoyando su cuerpo desnudo en un codo para poder mirarlo.


—De ti —contestó él rozándole el pezón con un dedo juguetón.


—No —le dio un manotazo—. ¿Quieres que te traiga algo de comer o no? Yo tengo hambre.


—Está bien —dijo con pesar—. Comeré alguna cosa antes de que me desmaye.


Linda dio un salto antes de que él la atrapara por los brazos para ponerla de espaldas en la cama. Con una sonrisa de triunfo por haber escapado, se movió sensualmente por la habitación, desnuda, insinuándose a Federico que ya volvía a tener la verga tiesa.


Fue hasta la cocina pero cuando pasaba por el salón vio que había algo colgando del fax. Un papel. Se acercó y las manos le temblaron cuando lo cogió y vio qué era. Cerró los ojos y una lágrima se le escapó y rodó por su mejilla.


Se la limpió con decisión y arrugó su foto hasta hacerla una bola que enterró en el fondo de la basura de la cocina.


Puso en una bandeja la ensalada de pollo, los canapés de gulas y la pasta fría con salsa y regresó a la habitación donde Federico se había quedado dormido.



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