sábado, 16 de abril de 2016

ILUSION: CAPITULO 3





La rosaleda de la mansión de su familia en Beverly Hills era el santuario particular de Paula. Cinco años antes había hecho que construyeran el cenador para relajarse al final de un ajetreado día lleno de reuniones y pantallas de televisión. 


Allí, envuelta en una tranquilidad idílica y con una copa de vino, podía consultar los últimos índices de audiencia, leer las críticas de la programación, tomar notas de los éxitos y fracasos de la competencia y pensar en nuevas estrategias para las cadenas de Chaves Media. Solo estaban en septiembre, pero los planes de contingencia para los inevitables reajustes que tendrían lugar en enero ya estaban en marcha.


Oyó unas pisadas en el camino de piedra que comunicaba el cenador con la casa y pensó que sería alguien del personal que iba a preguntarle si le apetecía cenar. No tenía mucha hambre y no quería abandonar aún la paz del jardín, así que les pediría que esperasen un poco.


–Hola, Paula –una voz profunda e inconfundible le provocó un escalofrío en la espalda. Aferró con fuerza la copa de vino y giró la cabeza para comprobar que no estaba soñando.


Pedro estaba en mitad del jardín, con una camisa gris abierta por el cuello y unos vaqueros descoloridos ceñidos a las caderas, sin afeitar y con sus ojos color avellana ensombrecidos por una expresión adusta e impenetrable.


–¿Pedro? –los recuerdos la asaltaron de golpe. Habían hecho el amor muchas veces en aquel cenador, con la brisa nocturna acariciándoles la piel empapada de sudor, la fragancia de las rosas envolviendo sus cuerpos y el sabor del vino tinto en sus labios.


Dejó rápidamente la copa.


Pedro avanzó un par de pasos y se detuvo a los pies de la escalera del cenador.


–Espero que estés lista para cumplir con tu papel de dama de honor.


Paula se irguió en la silla.


–¿Por qué? ¿Erika necesita algo? ¿Hay algún problema?


–Sí, un grave problema –hizo una pausa–. De lo contrario no se me habría ocurrido venir.


Sus duras palabras hirieron a Paula en lo más profundo de su corazón. Pedro no quería estar allí ni tener ningún tipo de contacto con ella. Era comprensible. También ella preferiría estar lejos de él, pero sus motivos eran muy distintos.


Desde la ruptura, cada vez que tenían que verse ella podía protegerse tras el rencor y el desprecio. Pero habiendo resuelto la situación lo único que le quedaba era un embarazoso sentimiento de culpa.


–¿Sabes que Mateo y Erika han aplazado su regreso de Escocia? –le preguntó él.


–Sí, Mateo ha llamado hoy a la oficina. Se va a tomar unos cuantos días de vacaciones.


Mateo y Erika habían ido a Edimburgo en busca de unas importantes obras de arte para exhibirlas en la galería de Erika. Al parecer, nada más llegar los habían informado de que un miembro del consejo tenía que aprobar personalmente el traslado de las piezas al extranjero, por lo que se habían visto obligados a viajar al norte del país para reunirse con él.


–Llevo todo el día intentando llamarlos –continuó Pedro–. Pero ha sido imposible por culpa de la diferencia horaria y la mala cobertura que hay en el campo. Además, ¿qué podrían hacer ellos desde Escocia? Tendremos que ocuparnos nosotros.


–¿Ocuparnos de qué? ¿Qué ocurre, Pedro?


Él apoyó el pie en el primer escalón, pero parecía reacio a entrar en el cenador.


–Ha habido un incendio en Esmerald Wave.


–Oh, no… ¿Ha sido grave?


–Bastante. Ha ardido la mitad de la cocina, pero por suerte no ha habido heridos.


Paula se alivió al saber que todos estaban bien, pero enseguida se preocupó por Erika.


–Solo quedan tres semanas para la boda…


–No me digas.


–Tenemos que encontrarles otro sitio.


–¿Vas a seguir repitiendo obviedades?


–¿Y tú vas a seguir siendo un imbécil?


–Pau… –el uso de su apelativo, pronunciado con una voz amable y suave, le provocó un estremecimiento por todo el cuerpo–. Ni siquiera he empezado a ser un imbécil.


Ella agarró la copa de vino.


–¿Qué quieres de mí, Pedro?


Él subió los tres escalones y ocupó la entrada del cenador con su imponente metro noventa de estatura.


–Necesito tu ayuda. Hoy he ido a ver a Conrad Norville.


–¿Por qué? –¿qué tenía que ver el magnate del cine Conrad Norville con las reformas de una cocina?


–Para preguntarle si podíamos celebrar la boda en su mansión de Malibú.


La explicación desconcertó momentáneamente a Paula. 


Pero tenía que admitir que era una buena idea. Conrad Norville poseía una fabulosa mansión en la playa de Malibú. 


El multimillonario setentón era famoso por su carácter arisco y excéntrico, pero su casa era una obra de arte.


–Es el único sitio de Malibú lo suficientemente grande para acoger a todos los invitados –añadió Pedro.


–¿Qué te dijo?


–Sus palabras exactas fueron: «Por nada del mundo participaré en el circo de los Chaves. Tengo una reputación que mantener».


Paula se puso rápidamente en pie de guerra.


–¿Él tiene una reputación que mantener?


–No –replicó él–. Tiene una casa que queremos usar.


–Pero…


–No te pongas en plan arrogante.


–¡No soy arrogante!


–Lo que sea. No es el momento para enfrentarte a él.


–Ya te ha rechazado –señaló Paula. ¿Qué importaba si se enfrentaba o no a Norville?


–Quiero volver a intentarlo. Por Mateo y Erika.


Paula sintió curiosidad.


–¿Crees que puedes hacerle cambiar de opinión?


–Tenía la esperanza de que tú pudieras ayudarme a hacerle cambiar de opinión.


–¿Cómo? Apenas lo conozco. Y está claro que no le gusta mucho mi familia…


–Podríamos presentar un frente unido y aliviar sus temores. Demostrarle que no hay ningún problema entre nosotros y que los rumores sobre las luchas de poder son infundados.


No eran infundados. Cuando su padre le dejó a Pedro en herencia el control de Chaves Media, su noviazgo había saltado por los aires y los dos habían librado una guerra sin cuartel por la empresa. Al final se supo que el propósito de J.D. solo había sido poner a prueba la lealtad de Paula, pero las consecuencias habían sido nefastas para la relación que mantenía con Pedro. La desconfianza había causado una herida tan profunda que jamás podría curarse.


Pero era la felicidad de Erika lo que estaba en juego. O, más concretamente, la felicidad de la madre de Erika. Paula estaba segura de que Erika se casaría con Mateo donde fuera. De hecho, seguramente preferirían hacerlo en Cheyenne, donde tenían su casa. Pero la madre de Erika llevaba esperando aquel día desde que nació su hija, y Erika haría cualquier cosa por su familia.


–¿Me estás pidiendo que mienta? –le preguntó con dureza.


–Eso mismo –corroboró Pedro.


–Por Erika y Mateo.


–Yo haría mucho más que mentir por Mateo.


Paula reconoció la inquebrantable determinación en su atractivo rostro. La experiencia le había demostrado que Pedro era un rival formidable que no dejaba que nada se interpusiera en su camino.


–Me da miedo pensar lo lejos que podrías llegar para conseguir lo que quieres.


La expresión de Pedro se endureció.


–¿Ah, sí? Bueno… los dos sabemos hasta dónde serías capaz de llegar tú, ¿no?


–Creía que estaba protegiendo a mi familia –se defendió ella. Al conocerse el testamento la única explicación que se le ocurrió era que su padre se había vuelto loco o que Pedro lo había persuadido para que le dejara el control de Chaves Media.


–¿Pensaste que tenías razón y que todo el mundo estaba equivocado?


–Eso me pareció.


Él avanzó hacia ella.


–Te acostaste conmigo, me dijiste que me querías… y luego me acusaste de robarte mil millones de dólares.


–Seducirme habría sido una parte de tu plan para hacerte con Chaves Media.


–Tus palabras demuestran lo poco que me conoces.


–Supongo que sí –admitió Paula, pero Pedro pareció enfurecerse aún más.


–Se supone que debías conocerme y confiar en mí. Mi diabólico plan solo existía en tu cabeza.


–¿Cómo iba a saberlo en su momento?


–Podrías haber confiado en mí. Es lo que hacen las mujeres con sus maridos.


–No llegamos a casarnos.


–Por decisión tuya, no mía.


Se miraron el uno al otro durante unos segundos.


–¿Qué quieres que haga? –preguntó ella finalmente–. Sobre Conrad –añadió, al darse cuenta de lo ambigua que podía sonar su pregunta.


La sonrisa irónica de Pedro se lo confirmó.


–Tranquila… Sé que nunca me preguntarías lo que quiero que hagas sobre nosotros –retrocedió un par de pasos–. Ven conmigo a ver a Conrad. Mañana por la noche. Finjamos que estamos juntos, que todo va estupendamente entre nosotros y que no hay razón alguna para preocuparse.


La sugerencia de Pedro le revolvió el estómago a Paula. 


Entre ellos no había nada que fuera estupendamente. Él estaba furioso y ella, apenada. Habiendo resuelto el conflicto de Chaves Media, echaba en falta muchísimas cosas de su vida anterior.


–Claro –aceptó, empujando la tristeza al fondo de su alma–. Haré lo que sea necesario para ayudar a Erika.


–Te recogeré a las siete. Ponte algo femenino.


Se miró la falda azul marino y la blusa blanca.


–¿Femenino?


–Ya sabes, algo con volantes o flores. Unos zapatos elegantes… Ah, y también podrías rizarte el pelo.


–¿Rizarme el pelo?


–Conrad es un tipo chapado a la antigua, Paula. Le gustan las mujeres de otro tiempo.


–¿De cuándo? ¿De los años cincuenta?


–Más o menos.


–¿Quieres que me ponga a batir las pestañas y a sonreír como una tonta para que Erika y Mateo tengan un lugar donde casarse?


–Sí, justamente.


Paula estaba dispuesta a hacerlo por su mejor amiga, pero eso no significaba que le gustara.


–¿Tendré también que aferrarme a tu brazo?


–Aférrate a lo que quieras. Pero procura que sea creíble –dicho aquello, Pedro se giró sobre tus talones, abandonó el cenador y se alejó por el camino.






ILUSION: CAPITULO 2





Paula Chaves necesitaba empezar de cero. Se había pasado cinco largos meses batallando con su familia por el testamento de su padre solo para descubrir que el verdadero propósito de J.D. había sido poner a prueba su habilidad para compaginar el trabajo con su vida personal. En el testamento le dejaba inicialmente a Pedro el control de Chaves Media, pero al final la empresa pasaba a manos de Paula. De esa manera obtenía lo que siempre había esperado y anhelado, pero no se sentía orgullosa de lo que había hecho para intentar conseguirlo. Ni de la forma en que había tratado a Pedro.


No solo había roto su compromiso con él, sino que lo había acusado de mentirle, de traicionarla y de conspirar con su padre para robarle su herencia. Se había equivocado en todo, pero por desgracia ya no podía hacer nada para remediarlo.


–¿Señorita Chaves? –la llamó su secretaria desde la puerta de la sala de juntas.


Paula se apartó de la ventana desde la que contemplaba el centro de Los Ángeles.


–¿Sí, Becky?


–Han llegado los decoradores.


–Gracias. Hazlos pasar, por favor.


Paula sabía que su decisión de reformar el último piso del edificio Chaves y cambiar de sitio el despacho del presidente iba a causar un enorme revuelo en la empresa. Pero también sabía que no le quedaba más remedio.


Tal vez si el traspaso de poderes se hubiera efectuado de otra manera ella podría haber ocupado el despacho de su padre sin más complicaciones. Al fin y al cabo había sido ella la encargada de dirigir la empresa en los últimos años. Pero el testamento original de su padre, en el que le dejaba el control de la empresa a Pedro, lo había complicado todo. 


Para empezar de nuevo necesitaba imprimir su propio sello en Chaves Media, y por ello había decidido transformar la sala de juntas en su despacho y llevar la sala de juntas al despacho de su padre.


–Paula –Susana Smith entró en la sala seguida por su socia, Boswell Cruz–, me alegro de volver a verte.


La expresión y el tono de Susana eran impecablemente profesionales, pero no podía ocultar el brillo de curiosidad en los ojos. Las disputas en el seno de la familia Chaves habían inundado los medios de comunicación en los últimos meses. Era lógico que Susana se preguntará qué pasaría a continuación.


–Gracias por venir tan rápido –le dijo Paula, estrechándoles la mano a las dos–. Hola, Boswell.


–Encantada de volver a verte, Paula.


–Dime cómo podemos ayudarte –le dijo Susana.


–Me gustaría transformar esta sala en un despacho para mí.
Susana esperó un momento, pero Paula no dio más detalles.


–Está bien –miró a su alrededor–. Siempre me ha encantado este sitio.


–Aquí tendré más luz por la mañana –dijo Paula, repitiendo el motivo que había decidido dar para el traslado.


–La luz es importante…


–Y el viejo despacho de J.D. está más cerca de la recepción, por lo que servirá mucho mejor como sala de juntas –otra excusa creíble que nada tenía que ver con sus verdaderos motivos para hacer el cambio.


–¿Hay algo que quieras conservar del despacho de J.D.? ¿Algún mueble, alguna obra de arte…?


–Nada.


La mueca de Susana delató su sorpresa.


–Tal vez el mural del Big Blue –dijo Paula, replanteándose su intención–. Se puede colgar en la nueva sala de juntas.


La pintura del rancho Chaves en Wyoming había estado colgado en el despacho de J.D. más de diez años. Su traslado suscitaría muchos más rumores de los que ya circulaban sobre la decisión de Paula de instalar su despacho en el ala opuesta del piso trece.


No le estaba dando la espalda a sus raíces. Y a pesar de lo que insinuaba la prensa amarilla había perdonado a su padre. O al menos lo acabaría haciendo, aunque no de golpe. Antes tenía que poner orden en sus emociones.


–¿Eso es todo? –preguntó Susana en un tono que no disimulaba del todo su desaprobación. Algunas de las piezas de J.D. eran antigüedades muy valiosas.


–Podemos guardar el resto en el almacén.


–Claro… ¿Qué tenías pensado para tu despacho?


–Mucha luz natural. Y plantas. Nada de cosas ultramodernas ni cromadas. Y tampoco nada de blanco, pero sí tonos claros, neutros… Por ejemplo, tonos tierra –se detuvo–. ¿Te parece un disparate?


–No, no, en absoluto –le aseguró Susana–. Es un buen punto de partida. Tienes mucho espacio aquí… Supongo que querrás un escritorio, una mesa de reuniones y unos sofás. ¿Te parece bien que incluyamos un mueble bar y un aseo?


–Solo si es algo discreto. Quiero que parezca una oficina, no el loft de un playboy.


Susana la miró horrorizada.


–¡Por supuesto que no!


–Sería agradable que pudiéramos ofrecer un refrigerio a las visitas.


–Hecho –dijo Susana–. Te prometo que será discreto.


La puerta se abrió y volvió a aparecer Becky.


–¿Señorita Chaves? Lamento interrumpirla, pero su cita de las tres está aquí.


–Me marcho –dijo Susana–. A final de la semana tendrás los bocetos, ¿te parece bien?


–Perfecto –preferiría tener los bocetos en los próximos diez minutos, pero tenía que cultivar la paciencia, al igual que la compostura y el equilibrio entre el trabajo y la vida personal.


Antes de morir, su padre se había quejado de que ella se volcaba excesivamente en el trabajo y que dejaba de lado las otras facetas de su vida. Al dejarla fuera de Chaves Media en su testamento la había obligado a replantearse su equilibrio.


Había progresado mucho y se había prometido que lo seguiría haciendo. Incluso estaba pensando en tener algún pasatiempo o practicar algún deporte. Yoga, tal vez. Las personas que hacían yoga parecían muy relajadas.


–Estaremos en contacto –dijo Susana, y ella y Boswell abandonaron la sala de juntas.


La puerta se cerró tras ellas y Paula se tomó un momento para concentrarse. Su próxima reunión era con su íntima amiga Erika Prince. Erika estaba comprometida con Mateo Hollis, ejecutivo de cuentas de Chaves Media, por lo que estaba al corriente de todo lo sucedido en los últimos cinco meses.


Paula sabía que muchos de los ejecutivos de la empresa temían que hubiera llevado la empresa al borde del abismo al aliarse con el tiburón Jeronimo Reed para impugnar el testamento. Además, su obsesión por recuperar el control de la empresa había hecho mella en su vida personal y apenas había visto a Erika y sus otras amistades. De modo que cuando se abrió la puerta estaba preparada para lo que fuera. Pero Erika la sorprendió al correr hacia ella y abrazarla.


–Cuánto me alegro de que todo haya terminado… –se echó hacia atrás para observarla–. ¿Estás bien? Enhorabuena. Te merecías esto desde el principio. Vas a ser una directora formidable…


Aturdida y aliviada, Paula la abrazó.


–Te he echado muchísimo de menos…


–¿Y de quién es la culpa? –le preguntó Erika, riendo.


–Mía, todo ha sido culpa mía.


Erika le frotó enérgicamente los brazos.


–Ya basta. No quiero volver a oírtelo decir.


Paula se dispuso a protestar, pero en aquel momento vio a Tiffany Baines en la puerta.


–¿Tiffany?


Tiffany abrió los brazos y Paula corrió a abrazarla.


–Es genial verte en la oficina, Pau…


Paula se echó hacia atrás y se puso seria.


–Hay mucho que hacer –miró a Erika–. Muchas cosas que arreglar y muchas decisiones que tomar.


–Lo harás estupendamente –declaró Tiffany con convicción–. No hay nadie mejor que tú para dirigir Chaves Media. El viejo te puso en una situación muy difícil.


–Pero yo podría haber respondido mejor.


–¿Cómo ibas a saber que se trataba de una prueba? ¿Y si no lo hubiera sido? ¿Qué habría pasado si tu padre hubiera perdido realmente el juicio y le hubiese dejado a Pedro la empresa? Tenías todo el derecho a rebelarte.


–Creo que eres la única persona en el mundo que lo ve así –le dijo Paula.


–Lo dudo. Pero no importa. Lo que importa es que vas a tener un éxito arrollador –sonrió con picardía y se giró hacia Erika–. Vamos, díselo.


–Hemos fijado una fecha –dijo Erika.


–¿Para la boda?


Erika asintió.


–Es fantástico… ¿Cuándo? ¿Dónde? ¿Cómo?


Erika se rio.


–A finales de septiembre. Ya sé que es muy pronto, pero ha habido una cancelación en el Esmerald Wave. Nos casaremos frente al mar en Malibú, como mi madre siempre soñó. Celebraremos la ceremonia en el acantilado… Será espectacular.


–Suena perfecto –dijo Paula, ignorando los celos que le aguijoneaban el pecho.


Ella había perdido la boda de sus sueños. Tenía que aceptarlo. Y realmente se alegraba por su amiga.


–Ahora que por fin lo tenemos todo planeado, no puedo esperar ni un día más para casarme con Mateo.


–Me lo imagino.


–Quiero que seas mi dama de honor.


Los celos fueron barridos por una ola de calor.


–Me encantaría –dijo, sorprendida y conmovida–. Después de todo lo que… –tuvo que hacer una pausa para recomponerse–. Es un detalle muy bonito que me lo pidas.


–¿Cómo no iba a pedírtelo? Eres mi mejor amiga. Siempre has estado ahí, y siempre lo estarás.


–Nos lo pasaremos bomba, las dos como damas de honor –exclamó Tiffany.


–Eso seguro –corroboró Paula–. Es exactamente lo que necesito en estos momentos.


Estaba dispuesta a perdonar a su padre y honrar su memoria. ¿Qué mejor manera de equilibrar el trabajo y la vida personal que siendo dama de honor en la boda de una amiga?


La expresión de Erika se oscureció.


–Hay un pequeño problema…


–¿Cuál?


–Mateo va a pedirle a Pedro que sea el padrino.


Paula se tambaleó ligeramente. ¿Pedro, padrino, siendo ella la dama de honor? ¿Los dos juntos, de punta en blanco, en una boda de ensueño con flores, encaje y champán, pero sin ser ellos los que se casaban?


Por un instante pensó que era incapaz de hacerlo. ¿Cómo podría sobrevivir a algo así?


–¿Paula? –el tono de Erika reflejaba su preocupación.


–Está bien –respondió débilmente–. No pasa nada –soltó una risita para disimular sus temores–. Es inevitable que nos crucemos mientras los dos vivamos en Los Ángeles, pero de verdad que no hay ningún problema… Voy a ser la mejor dama de honor que puedas tener.









ILUSION: CAPITULO 1





Había días en los que Pedro Alfonso desearía no haber conocido nunca a la familia Chaves. Y aquel día era uno de ellos. Gracias a J.D. Chaves, a sus treinta y cuatro años tenía que empezar de nuevo a labrarse un futuro profesional.


Abrió la puerta de su viejo local vacío de Santa Mónica. 


Tendría que haber vendido el edificio dos años antes, al trasladarse a Pasadena, pero solo estaba a una manzana de la playa y era una buena inversión. Al final había resultado ser la decisión apropiada.


No tenía el menor propósito de tocar el dinero que le había dejado J.D. El testamento de su exjefe parecía una recompensa por la involuntaria participación de Pedro en el maquiavélico ardid de J.D. para poner a prueba a su hija Paula, la exnovia de Pedro. Finalmente había superado la prueba, demostrando que podía compaginar el trabajo y su vida personal, y había sustituido a Pedro al frente de Chaves Media. Pero Pedro se había llevado la peor parte, ya que no solo perdía su empleo en la empresa sino también la relación con Paula.


Dejó la maleta en la recepción, encendió las luces y comprobó que había línea en el teléfono del mostrador. 


Estupendo. Tenía electricidad y estaba conectado con el mundo exterior. Dos cosas menos de las que preocuparse.


Las persianas de la puerta vibraron tras él cuando alguien entró en el local.


–Vaya, vaya, así que el magnate de las comunicaciones ha vuelto a sus humildes orígenes –era la voz de su viejo amigo Andres Leamon.


Sorprendido, Pedro se giró y entornó la mirada contra los rayos de sol que entraban por la puerta.


–¿Qué demonios haces en la Costa Oeste?


Andres sonrió y dejó su bolsa de viaje junto a la maleta de Pedro. Vestía unos vaqueros descoloridos, una camiseta de los Mets y botas de montaña.


–Lo hicimos una vez y podemos volver a hacerlo.


Pedro se acercó para estrecharle la mano a su antiguo compañero de habitación en la universidad.


–¿Hacer qué? En serio, ¿por qué no me has llamado? ¿Y cómo sabías que estaría aquí?


–Figúrate… Me pareció que este era el sitio más lógico, habiendo tantos recuerdos en Pasadena. Supongo que vas a vivir arriba una temporada…


–Buena deducción.


El apartamento era pequeño, pero Pedro necesitaba un cambio de aires. Y Santa Mónica, aun estando tan cerca de Los Ángeles, tenía una personalidad propia.


–Me imaginé que estarías compadeciéndote y me he pasado por aquí para darte una patada en el trasero –continuó Andres.


–No me estoy compadeciendo –respondió Pedro.


Así era la vida, y por mucho que se lamentara, su situación no iba a cambiar. Había aprendido la dura lección mucho tiempo atrás, al cumplir diecisiete años. Ese mismo día había descubierto lo resistente que podía ser.


–Y tú no te has pasado por aquí como si tal cosa –añadió. 


Su amigo Andres no actuaba nunca por impulso o capricho. 


No dejaba nada al azar.


Andres se dejó caer en una de las sillas de plástico y estiró las piernas.


–Está bien, he venido a propósito –admitió, mirando alrededor–. Aunque podría echarte una mano…


Pedro se apoyó en el mostrador y se cruzó de brazos.


–¿Echarme una mano en qué, exactamente?


–En lo que haga falta… ¿Qué es lo primero?


–El teléfono funciona –dijo Pedro. Se percató de que aún tenía el auricular inalámbrico en la mano y lo dejó en el mostrador.


–No está mal para empezar. ¿E Internet? ¿Tienes una página web?


Pedro se sintió conmovido y divertido por el interés de Andres.


–No tienes por qué estar aquí.


–Quiero estar aquí. He dejado a Carlos a cargo de Tiger Tech. Le he dicho que volveré dentro de un mes, más o menos –Carlos Payne era un joven genio creativo que era la mano derecha de Andres desde hacía dos años.


–Es una locura –Pedro no estaba dispuesto a permitir que Andres hiciera un sacrificio semejante–. No necesito tu compasión. Aunque te quisiera aquí, tienes un negocio del que ocuparte.


La empresa de prototipos tecnológicos que Andres tenía en Chicago ayudaba a que los jóvenes innovadores transformaran sus ideas en productos comerciales. La hábil combinación de talento y audacia había lanzado con éxito al mercado docenas de modelos, desde tornos computarizados a impresoras 3D.


Andres se encogió de hombros.


–La verdad es que me estaba aburriendo un poco. Hace dos años que no me tomo unas vacaciones.


–Vete a Paris. O a Hawái.


Andres sonrió.


–En Hawái me volvería loco.


–¿No has visto las fotos de las playas paradisiacas y las chicas en biquini?


–También hay chicas en biquini aquí, en Santa Mónica.


–Puedo cuidar de mí mismo, Andres.


Cierto que era un golpe muy duro haber perdido su trabajo en Chaves Media, pero ya estaba empezando a recuperarse.


–¿Te has olvidado de cuánto nos divertíamos? –le preguntó Andres–. Tú, Luis y yo, confinados en aquel tugurio de Venice Beach, intentando montar un negocio sin saber cómo pagar las facturas…


–Era divertido cuando teníamos veintitrés años.


–Y volverá a serlo –le aseguró Andres.


–Te recuerdo que en aquella ocasión fracasamos –en vez de hacerse ricos, cada uno había tomado un camino diverso. 


Andres se había metido en el mundo de la tecnología, Pedro se había dedicado a la administración empresarial y Luis Baldwin estaba teniendo un ascenso meteórico en Asanti International, una cadena de hoteles de lujo.


–Sí, pero ahora somos más listos.


Pedro no pudo reprimir una carcajada.


–¿De verdad te parezco más listo ahora? –preguntó con ironía, señalando el local vacío.


–Está bien, ahora yo soy más listo.


–Esta vez quiero ser independiente –había disfrutado trabajando con J.D. Chaves. El viejo era un genio para los negocios, pero también un astuto manipulador. Para J.D. lo primero siempre había sido la familia, y como Pedro no era de la familia había acabado siendo una víctima colateral en el plan de J.D. para poner a prueba la lealtad de su hija.


Pedro no criticaba a nadie por apoyar a la familia. Si él hubiese tenido familia la habría antepuesto a todo y a todos. 


Pero no tenía hermanos ni hermanas y sus padres habían muerto en un accidente de coche el mismo día en que cumplió diecisiete años. Con Paula había pensado formar una familia tan numerosa que ninguno de sus miembros se sintiera jamás solo. Pero aquel sueño nunca se haría realidad.


–Cuentas con todo mi apoyo –le dijo Andres en tono bajo y sincero mientras lo observaba atentamente.


–No necesito el apoyo de nadie.


–Todo el mundo necesita a alguien.


–Creía que tenía a Pau –nada más decirlo se arrepintió.


–Pero no fue así.


–Lo sé –había creído que era la mujer de sus sueños, pero Paula le había dado la espalda a las primeras de cambio. En vez de enfrentarse juntos a los problemas, se había encerrado en sí misma y había dejado de confiar en él y en su familia.


–Al menos lo descubriste antes de la boda.


–Desde luego –corroboró Pedro, aunque en el fondo se preguntaba qué habría sucedido si J.D. no hubiera muerto justo antes de la boda. Quizá, siendo marido y mujer, Pau hubiera creído más en él…


–Ya no forma parte de tu vida, Pedro.


–Lo sé –repitió.


–No parece que lo sepas.


–He pasado página, ¿de acuerdo? Se ha terminado y por eso estoy aquí –tal vez algún día conociera a otra persona, pero no podía imaginarse cuándo, ni cómo ni quién.


–Muy bien, pues manos a la obra –Andres se levantó y se frotó las manos–. Lo primero es relanzar tu negocio. Tus logros en Chaves Media servirán al menos para impresionar a futuros clientes.


–Desde luego –corroboró Pedro. Se quedarían impresionados de lo que había conseguido. Y algunos se preguntarían por qué demonios se había marchado.





ILUSION: SINOPSIS




¿Podrían darse una segunda oportunidad como pareja?


En la encarnizada lucha de poder por el testamento de su padre, Paula Chaves había salido finalmente victoriosa y de nuevo estaba al mando de la empresa familiar. Pero el enfrentamiento había destrozado la relación con su novio. 


Sin embargo, iban a tener que fingir que seguían siendo una pareja enamorada para que sus mejores amigos tuvieran la boda de sus sueños.


Pedro Alfonso aceptó encantado su papel en la fingida reconciliación, pues la pasión ardía aún entre ellos.