sábado, 16 de abril de 2016

ILUSION: CAPITULO 2





Paula Chaves necesitaba empezar de cero. Se había pasado cinco largos meses batallando con su familia por el testamento de su padre solo para descubrir que el verdadero propósito de J.D. había sido poner a prueba su habilidad para compaginar el trabajo con su vida personal. En el testamento le dejaba inicialmente a Pedro el control de Chaves Media, pero al final la empresa pasaba a manos de Paula. De esa manera obtenía lo que siempre había esperado y anhelado, pero no se sentía orgullosa de lo que había hecho para intentar conseguirlo. Ni de la forma en que había tratado a Pedro.


No solo había roto su compromiso con él, sino que lo había acusado de mentirle, de traicionarla y de conspirar con su padre para robarle su herencia. Se había equivocado en todo, pero por desgracia ya no podía hacer nada para remediarlo.


–¿Señorita Chaves? –la llamó su secretaria desde la puerta de la sala de juntas.


Paula se apartó de la ventana desde la que contemplaba el centro de Los Ángeles.


–¿Sí, Becky?


–Han llegado los decoradores.


–Gracias. Hazlos pasar, por favor.


Paula sabía que su decisión de reformar el último piso del edificio Chaves y cambiar de sitio el despacho del presidente iba a causar un enorme revuelo en la empresa. Pero también sabía que no le quedaba más remedio.


Tal vez si el traspaso de poderes se hubiera efectuado de otra manera ella podría haber ocupado el despacho de su padre sin más complicaciones. Al fin y al cabo había sido ella la encargada de dirigir la empresa en los últimos años. Pero el testamento original de su padre, en el que le dejaba el control de la empresa a Pedro, lo había complicado todo. 


Para empezar de nuevo necesitaba imprimir su propio sello en Chaves Media, y por ello había decidido transformar la sala de juntas en su despacho y llevar la sala de juntas al despacho de su padre.


–Paula –Susana Smith entró en la sala seguida por su socia, Boswell Cruz–, me alegro de volver a verte.


La expresión y el tono de Susana eran impecablemente profesionales, pero no podía ocultar el brillo de curiosidad en los ojos. Las disputas en el seno de la familia Chaves habían inundado los medios de comunicación en los últimos meses. Era lógico que Susana se preguntará qué pasaría a continuación.


–Gracias por venir tan rápido –le dijo Paula, estrechándoles la mano a las dos–. Hola, Boswell.


–Encantada de volver a verte, Paula.


–Dime cómo podemos ayudarte –le dijo Susana.


–Me gustaría transformar esta sala en un despacho para mí.
Susana esperó un momento, pero Paula no dio más detalles.


–Está bien –miró a su alrededor–. Siempre me ha encantado este sitio.


–Aquí tendré más luz por la mañana –dijo Paula, repitiendo el motivo que había decidido dar para el traslado.


–La luz es importante…


–Y el viejo despacho de J.D. está más cerca de la recepción, por lo que servirá mucho mejor como sala de juntas –otra excusa creíble que nada tenía que ver con sus verdaderos motivos para hacer el cambio.


–¿Hay algo que quieras conservar del despacho de J.D.? ¿Algún mueble, alguna obra de arte…?


–Nada.


La mueca de Susana delató su sorpresa.


–Tal vez el mural del Big Blue –dijo Paula, replanteándose su intención–. Se puede colgar en la nueva sala de juntas.


La pintura del rancho Chaves en Wyoming había estado colgado en el despacho de J.D. más de diez años. Su traslado suscitaría muchos más rumores de los que ya circulaban sobre la decisión de Paula de instalar su despacho en el ala opuesta del piso trece.


No le estaba dando la espalda a sus raíces. Y a pesar de lo que insinuaba la prensa amarilla había perdonado a su padre. O al menos lo acabaría haciendo, aunque no de golpe. Antes tenía que poner orden en sus emociones.


–¿Eso es todo? –preguntó Susana en un tono que no disimulaba del todo su desaprobación. Algunas de las piezas de J.D. eran antigüedades muy valiosas.


–Podemos guardar el resto en el almacén.


–Claro… ¿Qué tenías pensado para tu despacho?


–Mucha luz natural. Y plantas. Nada de cosas ultramodernas ni cromadas. Y tampoco nada de blanco, pero sí tonos claros, neutros… Por ejemplo, tonos tierra –se detuvo–. ¿Te parece un disparate?


–No, no, en absoluto –le aseguró Susana–. Es un buen punto de partida. Tienes mucho espacio aquí… Supongo que querrás un escritorio, una mesa de reuniones y unos sofás. ¿Te parece bien que incluyamos un mueble bar y un aseo?


–Solo si es algo discreto. Quiero que parezca una oficina, no el loft de un playboy.


Susana la miró horrorizada.


–¡Por supuesto que no!


–Sería agradable que pudiéramos ofrecer un refrigerio a las visitas.


–Hecho –dijo Susana–. Te prometo que será discreto.


La puerta se abrió y volvió a aparecer Becky.


–¿Señorita Chaves? Lamento interrumpirla, pero su cita de las tres está aquí.


–Me marcho –dijo Susana–. A final de la semana tendrás los bocetos, ¿te parece bien?


–Perfecto –preferiría tener los bocetos en los próximos diez minutos, pero tenía que cultivar la paciencia, al igual que la compostura y el equilibrio entre el trabajo y la vida personal.


Antes de morir, su padre se había quejado de que ella se volcaba excesivamente en el trabajo y que dejaba de lado las otras facetas de su vida. Al dejarla fuera de Chaves Media en su testamento la había obligado a replantearse su equilibrio.


Había progresado mucho y se había prometido que lo seguiría haciendo. Incluso estaba pensando en tener algún pasatiempo o practicar algún deporte. Yoga, tal vez. Las personas que hacían yoga parecían muy relajadas.


–Estaremos en contacto –dijo Susana, y ella y Boswell abandonaron la sala de juntas.


La puerta se cerró tras ellas y Paula se tomó un momento para concentrarse. Su próxima reunión era con su íntima amiga Erika Prince. Erika estaba comprometida con Mateo Hollis, ejecutivo de cuentas de Chaves Media, por lo que estaba al corriente de todo lo sucedido en los últimos cinco meses.


Paula sabía que muchos de los ejecutivos de la empresa temían que hubiera llevado la empresa al borde del abismo al aliarse con el tiburón Jeronimo Reed para impugnar el testamento. Además, su obsesión por recuperar el control de la empresa había hecho mella en su vida personal y apenas había visto a Erika y sus otras amistades. De modo que cuando se abrió la puerta estaba preparada para lo que fuera. Pero Erika la sorprendió al correr hacia ella y abrazarla.


–Cuánto me alegro de que todo haya terminado… –se echó hacia atrás para observarla–. ¿Estás bien? Enhorabuena. Te merecías esto desde el principio. Vas a ser una directora formidable…


Aturdida y aliviada, Paula la abrazó.


–Te he echado muchísimo de menos…


–¿Y de quién es la culpa? –le preguntó Erika, riendo.


–Mía, todo ha sido culpa mía.


Erika le frotó enérgicamente los brazos.


–Ya basta. No quiero volver a oírtelo decir.


Paula se dispuso a protestar, pero en aquel momento vio a Tiffany Baines en la puerta.


–¿Tiffany?


Tiffany abrió los brazos y Paula corrió a abrazarla.


–Es genial verte en la oficina, Pau…


Paula se echó hacia atrás y se puso seria.


–Hay mucho que hacer –miró a Erika–. Muchas cosas que arreglar y muchas decisiones que tomar.


–Lo harás estupendamente –declaró Tiffany con convicción–. No hay nadie mejor que tú para dirigir Chaves Media. El viejo te puso en una situación muy difícil.


–Pero yo podría haber respondido mejor.


–¿Cómo ibas a saber que se trataba de una prueba? ¿Y si no lo hubiera sido? ¿Qué habría pasado si tu padre hubiera perdido realmente el juicio y le hubiese dejado a Pedro la empresa? Tenías todo el derecho a rebelarte.


–Creo que eres la única persona en el mundo que lo ve así –le dijo Paula.


–Lo dudo. Pero no importa. Lo que importa es que vas a tener un éxito arrollador –sonrió con picardía y se giró hacia Erika–. Vamos, díselo.


–Hemos fijado una fecha –dijo Erika.


–¿Para la boda?


Erika asintió.


–Es fantástico… ¿Cuándo? ¿Dónde? ¿Cómo?


Erika se rio.


–A finales de septiembre. Ya sé que es muy pronto, pero ha habido una cancelación en el Esmerald Wave. Nos casaremos frente al mar en Malibú, como mi madre siempre soñó. Celebraremos la ceremonia en el acantilado… Será espectacular.


–Suena perfecto –dijo Paula, ignorando los celos que le aguijoneaban el pecho.


Ella había perdido la boda de sus sueños. Tenía que aceptarlo. Y realmente se alegraba por su amiga.


–Ahora que por fin lo tenemos todo planeado, no puedo esperar ni un día más para casarme con Mateo.


–Me lo imagino.


–Quiero que seas mi dama de honor.


Los celos fueron barridos por una ola de calor.


–Me encantaría –dijo, sorprendida y conmovida–. Después de todo lo que… –tuvo que hacer una pausa para recomponerse–. Es un detalle muy bonito que me lo pidas.


–¿Cómo no iba a pedírtelo? Eres mi mejor amiga. Siempre has estado ahí, y siempre lo estarás.


–Nos lo pasaremos bomba, las dos como damas de honor –exclamó Tiffany.


–Eso seguro –corroboró Paula–. Es exactamente lo que necesito en estos momentos.


Estaba dispuesta a perdonar a su padre y honrar su memoria. ¿Qué mejor manera de equilibrar el trabajo y la vida personal que siendo dama de honor en la boda de una amiga?


La expresión de Erika se oscureció.


–Hay un pequeño problema…


–¿Cuál?


–Mateo va a pedirle a Pedro que sea el padrino.


Paula se tambaleó ligeramente. ¿Pedro, padrino, siendo ella la dama de honor? ¿Los dos juntos, de punta en blanco, en una boda de ensueño con flores, encaje y champán, pero sin ser ellos los que se casaban?


Por un instante pensó que era incapaz de hacerlo. ¿Cómo podría sobrevivir a algo así?


–¿Paula? –el tono de Erika reflejaba su preocupación.


–Está bien –respondió débilmente–. No pasa nada –soltó una risita para disimular sus temores–. Es inevitable que nos crucemos mientras los dos vivamos en Los Ángeles, pero de verdad que no hay ningún problema… Voy a ser la mejor dama de honor que puedas tener.









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