sábado, 16 de abril de 2016
ILUSION: CAPITULO 1
Había días en los que Pedro Alfonso desearía no haber conocido nunca a la familia Chaves. Y aquel día era uno de ellos. Gracias a J.D. Chaves, a sus treinta y cuatro años tenía que empezar de nuevo a labrarse un futuro profesional.
Abrió la puerta de su viejo local vacío de Santa Mónica.
Tendría que haber vendido el edificio dos años antes, al trasladarse a Pasadena, pero solo estaba a una manzana de la playa y era una buena inversión. Al final había resultado ser la decisión apropiada.
No tenía el menor propósito de tocar el dinero que le había dejado J.D. El testamento de su exjefe parecía una recompensa por la involuntaria participación de Pedro en el maquiavélico ardid de J.D. para poner a prueba a su hija Paula, la exnovia de Pedro. Finalmente había superado la prueba, demostrando que podía compaginar el trabajo y su vida personal, y había sustituido a Pedro al frente de Chaves Media. Pero Pedro se había llevado la peor parte, ya que no solo perdía su empleo en la empresa sino también la relación con Paula.
Dejó la maleta en la recepción, encendió las luces y comprobó que había línea en el teléfono del mostrador.
Estupendo. Tenía electricidad y estaba conectado con el mundo exterior. Dos cosas menos de las que preocuparse.
Las persianas de la puerta vibraron tras él cuando alguien entró en el local.
–Vaya, vaya, así que el magnate de las comunicaciones ha vuelto a sus humildes orígenes –era la voz de su viejo amigo Andres Leamon.
Sorprendido, Pedro se giró y entornó la mirada contra los rayos de sol que entraban por la puerta.
–¿Qué demonios haces en la Costa Oeste?
Andres sonrió y dejó su bolsa de viaje junto a la maleta de Pedro. Vestía unos vaqueros descoloridos, una camiseta de los Mets y botas de montaña.
–Lo hicimos una vez y podemos volver a hacerlo.
Pedro se acercó para estrecharle la mano a su antiguo compañero de habitación en la universidad.
–¿Hacer qué? En serio, ¿por qué no me has llamado? ¿Y cómo sabías que estaría aquí?
–Figúrate… Me pareció que este era el sitio más lógico, habiendo tantos recuerdos en Pasadena. Supongo que vas a vivir arriba una temporada…
–Buena deducción.
El apartamento era pequeño, pero Pedro necesitaba un cambio de aires. Y Santa Mónica, aun estando tan cerca de Los Ángeles, tenía una personalidad propia.
–Me imaginé que estarías compadeciéndote y me he pasado por aquí para darte una patada en el trasero –continuó Andres.
–No me estoy compadeciendo –respondió Pedro.
Así era la vida, y por mucho que se lamentara, su situación no iba a cambiar. Había aprendido la dura lección mucho tiempo atrás, al cumplir diecisiete años. Ese mismo día había descubierto lo resistente que podía ser.
–Y tú no te has pasado por aquí como si tal cosa –añadió.
Su amigo Andres no actuaba nunca por impulso o capricho.
No dejaba nada al azar.
Andres se dejó caer en una de las sillas de plástico y estiró las piernas.
–Está bien, he venido a propósito –admitió, mirando alrededor–. Aunque podría echarte una mano…
Pedro se apoyó en el mostrador y se cruzó de brazos.
–¿Echarme una mano en qué, exactamente?
–En lo que haga falta… ¿Qué es lo primero?
–El teléfono funciona –dijo Pedro. Se percató de que aún tenía el auricular inalámbrico en la mano y lo dejó en el mostrador.
–No está mal para empezar. ¿E Internet? ¿Tienes una página web?
Pedro se sintió conmovido y divertido por el interés de Andres.
–No tienes por qué estar aquí.
–Quiero estar aquí. He dejado a Carlos a cargo de Tiger Tech. Le he dicho que volveré dentro de un mes, más o menos –Carlos Payne era un joven genio creativo que era la mano derecha de Andres desde hacía dos años.
–Es una locura –Pedro no estaba dispuesto a permitir que Andres hiciera un sacrificio semejante–. No necesito tu compasión. Aunque te quisiera aquí, tienes un negocio del que ocuparte.
La empresa de prototipos tecnológicos que Andres tenía en Chicago ayudaba a que los jóvenes innovadores transformaran sus ideas en productos comerciales. La hábil combinación de talento y audacia había lanzado con éxito al mercado docenas de modelos, desde tornos computarizados a impresoras 3D.
Andres se encogió de hombros.
–La verdad es que me estaba aburriendo un poco. Hace dos años que no me tomo unas vacaciones.
–Vete a Paris. O a Hawái.
Andres sonrió.
–En Hawái me volvería loco.
–¿No has visto las fotos de las playas paradisiacas y las chicas en biquini?
–También hay chicas en biquini aquí, en Santa Mónica.
–Puedo cuidar de mí mismo, Andres.
Cierto que era un golpe muy duro haber perdido su trabajo en Chaves Media, pero ya estaba empezando a recuperarse.
–¿Te has olvidado de cuánto nos divertíamos? –le preguntó Andres–. Tú, Luis y yo, confinados en aquel tugurio de Venice Beach, intentando montar un negocio sin saber cómo pagar las facturas…
–Era divertido cuando teníamos veintitrés años.
–Y volverá a serlo –le aseguró Andres.
–Te recuerdo que en aquella ocasión fracasamos –en vez de hacerse ricos, cada uno había tomado un camino diverso.
Andres se había metido en el mundo de la tecnología, Pedro se había dedicado a la administración empresarial y Luis Baldwin estaba teniendo un ascenso meteórico en Asanti International, una cadena de hoteles de lujo.
–Sí, pero ahora somos más listos.
Pedro no pudo reprimir una carcajada.
–¿De verdad te parezco más listo ahora? –preguntó con ironía, señalando el local vacío.
–Está bien, ahora yo soy más listo.
–Esta vez quiero ser independiente –había disfrutado trabajando con J.D. Chaves. El viejo era un genio para los negocios, pero también un astuto manipulador. Para J.D. lo primero siempre había sido la familia, y como Pedro no era de la familia había acabado siendo una víctima colateral en el plan de J.D. para poner a prueba la lealtad de su hija.
Pedro no criticaba a nadie por apoyar a la familia. Si él hubiese tenido familia la habría antepuesto a todo y a todos.
Pero no tenía hermanos ni hermanas y sus padres habían muerto en un accidente de coche el mismo día en que cumplió diecisiete años. Con Paula había pensado formar una familia tan numerosa que ninguno de sus miembros se sintiera jamás solo. Pero aquel sueño nunca se haría realidad.
–Cuentas con todo mi apoyo –le dijo Andres en tono bajo y sincero mientras lo observaba atentamente.
–No necesito el apoyo de nadie.
–Todo el mundo necesita a alguien.
–Creía que tenía a Pau –nada más decirlo se arrepintió.
–Pero no fue así.
–Lo sé –había creído que era la mujer de sus sueños, pero Paula le había dado la espalda a las primeras de cambio. En vez de enfrentarse juntos a los problemas, se había encerrado en sí misma y había dejado de confiar en él y en su familia.
–Al menos lo descubriste antes de la boda.
–Desde luego –corroboró Pedro, aunque en el fondo se preguntaba qué habría sucedido si J.D. no hubiera muerto justo antes de la boda. Quizá, siendo marido y mujer, Pau hubiera creído más en él…
–Ya no forma parte de tu vida, Pedro.
–Lo sé –repitió.
–No parece que lo sepas.
–He pasado página, ¿de acuerdo? Se ha terminado y por eso estoy aquí –tal vez algún día conociera a otra persona, pero no podía imaginarse cuándo, ni cómo ni quién.
–Muy bien, pues manos a la obra –Andres se levantó y se frotó las manos–. Lo primero es relanzar tu negocio. Tus logros en Chaves Media servirán al menos para impresionar a futuros clientes.
–Desde luego –corroboró Pedro. Se quedarían impresionados de lo que había conseguido. Y algunos se preguntarían por qué demonios se había marchado.
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