domingo, 3 de abril de 2016

NO EXACTAMENTE: CAPITULO 1





—Este es por la bola —dijo Miguel bebiéndose de un trago el tequila—. Y este es por la cadena. —Esta vez lo empujó con una cerveza en la mano—. Tu turno.


Pedro se relajó en su asiento mientras que Miguel hacía que Daniel bebiera otra ronda. Daniel, en su último fin de semana de soltero, ya estaba bastante pasado de copas, pero siguió bebiendo de todos modos.


—¿Qué ho-hora es? —preguntó Daniel.


—No tienes derecho a preguntar la hora hasta el domingo —le recordó Tomas.


—¿No es domingo?


La mirada de Daniel siguió a una camarera de minifalda ajustada.


Pedro, Tomas y Miguel se echaron a reír.


—Maldita sea, Mas, puede ser que tengamos que permanecer en tu exclusivo local una semana entera para que salga el soltero que este futuro hombre casado lleva dentro.


Los amigos de Pedro Alfonso siempre lo llamaban Mas: más dinero, más mujeres, más tiempo libre para hacer lo que se le antojara gracias a la fortuna de su familia. Los compinches con quienes compartía la mesa lo conocían desde el instituto. Si ellos alguna vez quisieran quedarse en el Hotel y Casino Alfonso en el Strip de Las Vegas durante una semana, un mes, o lo que fuera, Pedro lo haría realidad. 


Todos tenían altos cargos ejecutivos o eran empresarios, lo que hacía casi imposible que pudieran reunirse alguna vez. 


La despedida de soltero, durante un largo fin de semana, tendría que satisfacer a todos.


Pedro había insistido en que cruzaran el desierto de California en automóvil y no en avión. Ahora que Daniel iba a dar el salto al vacío —o al altar— ya no volverían a tener una oportunidad como aquella.


Daniel era el primero de los cuatro en casarse, lo que significaba que este era su último viaje de solteros. La última vez sin que ninguno tuviera que regresar apurado a casa con su esposa o sus hijos. La última vez que podrían emborracharse como una cuba sin tener que darle explicaciones a una mujer.


Un último golpe, con Las Vegas y una aventura de carretera incluida, ¿qué más se podía pedir? Una vez que Daniel dijera «Sí, quiero» todo eso cambiaría. En su interior, Pedro lo sabía, estaba listo para ello. La vida era una serie de capítulos, y este acabaría a lo grande si lograba hacer valer su influencia.


—Oh, oh, ¿esa es Heather? —Tomas le dio un codazo a Pedro e hizo un gesto hacia la sala del casino.


Pedro siguió la mirada de Tomas, que se posó en la espalda de una mujer a la que conocía demasiado bien. Tenía el pelo rubio platino recogido en lo alto de su cabeza, sus hombros estaban desnudos a no ser por los tirantes del ajustado vestido que abrazaba cada una de sus curvas, mejoradas a base de cirugía.


Justo cuando Pedro pensó que podría darse la vuelta sin que notara su presencia, la mujer lanzó una mirada por encima del hombro y le ofreció una sonrisa artificial.


—Demonios, ¿cómo ha sabido que estaríamos aquí?


Si había una mujer a la que Pedro nunca quería volver a ver, era probablemente Heather. Al observarla balancear sus caderas mientras caminaba hacia él, Pedro comprendió que su deseo no se haría realidad.


—Probablemente le llegó el rumor de que era la despedida de soltero de Daniel. Y como eres el dueño del hotel, ¿en qué otro lugar podría ser la fiesta si no? —le recordó Tomas.


—Pedro, cariño, qué sorpresa encontrarte aquí. —El tono liviano de Heather era fruto de la práctica y no de la sinceridad.


Sin manera de evitarla, Pedro se puso de pie mientras ella se acercaba. Heather se inclinó y lo besó en la mejilla. 


Rápidamente, Pedro dio un paso atrás e hizo un gesto hacia sus amigos.


—¿Te acuerdas de Tomas, Miguel y Daniel?


—Claro.


Les ofreció la más falsa de las sonrisas, su mirada se detuvo un momento en Daniel antes de volver a Pedro.


—¿Qué te trae a Las Vegas? —preguntó Pedro, como si no lo supiera.


—Me dijiste que este era uno de tus hoteles más bonitos. Pensé que ya era hora de visitarlo.


—El dueño de los casinos es mi padre, Heather, no yo.


Heather solo veía el dinero. No importaba de dónde viniera, mientras pudiera acceder a él.


Ella agitó una mano en el aire.


—No te escapes por la tangente, Pedro


—Salirse, se dice «salirse por la tangente».


Ella posó su mano sobre el brazo de Pedro y luego lo apretó con sus dedos.


—Ya sabes que no me gusta que me corrijan —le recordó.


«Ya sabes cómo odiaba siempre que aparecieras donde no quería verte». Eso era cuando eran novios. Pedro había roto con ella a mediados del verano. Ya era noviembre.


Ella se inclinó y le susurró al oído.


—¿Podemos hablar un momento a solas?


Se aflojó la corbata e inclinó su sombrero de cowboy.


—Estamos en medio de una despedida de soltero, Heather.


Daniel bebió otro tequila y chupó un limón.


—Solo será un minuto, cariño.


Pedro pensó que era doloroso sonreír con los dientes apretados, así que se vio obligado a abrir la mandíbula ante la calidez de sus almibaradas palabras. Recordó el día en que puso fin a su breve romance. Estaban en una fiesta para recaudar fondos en el club en Houston y Pedro notó que una hermosa morena lo estaba mirando desde el otro lado del salón. Heather le había regañado con su voz entrecortada: «Pedro, querido, por favor, intenta mantener tus ojos en mí cuando estamos juntos. No me importa lo que hagas o con quién eches una cana al aire una vez que estemos casados, pero que seas tan obvio cuando estamos uno al lado del otro, es simplemente grosero, ¿no te parece, cariño?».


Nunca sabría de dónde había sacado Heather la idea de que se convertiría en la señora Alfonso, pero fue entonces cuando Pedro se dio cuenta de lo superficial que era su chica escaparate. En cierto modo, sintió lástima por ella.


—¿De acuerdo?


Heather lo trajo de nuevo al presente con su pregunta.


Pedro sabía exactamente cómo deshacerse de ella, por última vez. Le hizo un gesto con la cabeza a Tomas.


—Nos vemos en la entrada en diez minutos.


Tomas sonrió.


—Vamos a caminar un poco con este, a ver si se le pasa la borrachera.


Miguel ayudó a Daniel a ponerse en pie, mientras Pedro le indicaba a Heather que se dirigiera hacia la puerta.


Ambos se escurrieron entre la gente que pululaba alrededor de las máquinas tragaperras. Alguien gritó desde una mesa de dados y la multitud a su alrededor vitoreó. Una mujer mayor se reclinó en su silla mientras Heather pasaba y la rozó. Heather frunció el ceño y murmuró algún insulto entre dientes.


—Disculpe, señorita.


Heather alzó el mentón, no dijo nada y se alejó. La mujer parecía estar genuinamente arrepentida, pero no había encontrado las palabras para expresarlo.


Avergonzado,Pedro tomó del brazo a Heather y la condujo hacia afuera, bajo las luces brillantes del estacionamiento. El encargado de los vehículos notó su presencia y se puso en acción. Antes de que el muchacho diera un solo paso, Pedro le hizo señas de que no lo necesitaba.


—Dime, ¿qué estás haciendo aquí en realidad, Heather?


Ella inclinó la cabeza hacia un lado y le mostró una sonrisa.


—No me gusta cómo hemos estado últimamente, Pedro. Te echo de menos.


Pedro se mostró firme mientras ella avanzaba.


—Ya no hay un «nosotros». Pensé que había sido claro.


—Te he dado un descanso. Ahora quiero que el descanso se acabe.


Ella deslizó la mano sobre su pecho. Él la detuvo, tomándola por la muñeca.


—Yo no te pedí un descanso. Te dije que habíamos terminado. No queremos las mismas cosas. —No deseaba una mujer trofeo, y eso era todo lo que Heather podía ofrecer.


Los bordes de los labios se arquearon en una mueca triste.


—Conocemos a la misma gente, nos movemos en los mismos círculos. Estamos hechos el uno para el otro.


—No, no es cierto. Necesito a alguien que esté conmigo por algo más que por mi billetera. Ambos sabemos que esa mujer no eres tú.


Pedro notó la pulsera de diamantes que colgaba de su muñeca. Aún estaban juntos durante su último cumpleaños y Pedro se la había regalado. Ahora lamentaba haberlo hecho.


La falsa mueca de tristeza de Heather desapareció y una chispa de ira brilló en sus ojos.


—Todas las mujeres van a estar contigo por tu dinero, Pedro. Yo solamente fui honesta.


Sus palabras lo hirieron, probablemente porque tenían algo de verdad. Resultaba difícil ver más allá de los miles de millones de su padre y los millones del propio Pedro. Aun así, la rubia frente a él acababa de dejar claro que él no le importaba en lo más mínimo. Para Pedro, ese era el límite.


Le hizo un gesto al encargado del estacionamiento, quien se acercó rápidamente.


—Sí, señor Alfonso.


—¿Puedes traerme mi auto?


El muchacho miró a Heather, luego de nuevo a Pedro.


—¿Un vehículo del hotel, señor?


—No, mi automóvil, en el que vine.


—Sí, señor. De inmediato, señor.


Heather le sonrió, probablemente suponiendo que había ganado algo.


—¿Quieres que mi chófer te lleve a algún lugar en especial? —preguntó Pedro—. ¿O te vas a quedar aquí?


—Tengo una suite en el Bellagio. Pero no me importaría trasladarme a otro sitio.


Sus labios se arquearon nuevamente en una repugnante sonrisa. Los amigos de Pedro salieron del casino atravesando las pesadas puertas de cristal.


—El Bellagio es perfecto para ti. Espero que disfrutes de tu estancia.


Ya no pudo sostener la fachada, y la ira le borró la sonrisa de la cara.


—Te arrepentirás de esto algún día, Pedro. Te casarás con alguna mujer pensando que te ama y acabarás con el corazón roto porque ella está detrás de tu fortuna.


Por el rabillo del ojo, Pedro vio que su auto se acercaba. 


Caminó hacia su doble cabina, una camioneta pickup que había conocido tiempos mejores y estaba sucia a causa del largo viaje, y luego abrió la puerta.


—¿Qué es eso? —gritó Heather, y se alejó como si la camioneta fuera una serpiente a punto de atacar.


Al fin, una verdadera sonrisa se dibujó en los labios de Pedro. La expresión de horror absoluto en el rostro de Heather bien valía haber soportado su presencia.


—Lo que te llevará hasta el Bellagio.


—No voy a entrar en esa cosa. ¿Qué has hecho? ¿Has venido conduciendo desde Texas?


En realidad, la había hecho traer a California para su última aventura empresarial y fue entonces cuando decidió con los muchachos ir conduciendo hasta Las Vegas.


—Algo así. Vamos, entra.


—No haré tal cosa.


—Como quieras.


Pedro abrió la puerta e invitó a subir a sus amigos.


—Vamos, muchachos. Tenemos un soltero que despedir. —Pedro se volvió hacia el chico que le había traído la camioneta—. —¿Cómo te llamas, amigo?


—Russell, señor. Soy nuevo aquí.


El chico tendría alrededor de veinticuatro años.


—Conoces bien Las Vegas, ¿no?


—He vivido aquí toda mi vida.


Pedro le dio una palmada en la espalda, mientras que Miguel ayudaba a Daniel a subir en el asiento trasero. Tomas entró detrás de ellos.


—Bueno, Russell, mis amigos y yo necesitamos un chófer esta noche. Pensamos beber mucho y nos vendría bien tener a alguien sobrio con nosotros. ¿Te apuntas?


—Estoy trabajando.


—Y yo te estoy pagando.


Pedro le hizo un gesto al jefe del estacionamiento para que se acercara.


—Carrington, ¿no? —le preguntó.


—Sí, señor.


—Carrington, Russell nos va a echar una mano durante unas horas. Espero que no haya problema.


—Por supuesto, señor Alfonso. Como usted desee.


Pedro le hizo un guiño al hombre y se volvió hacia la camioneta. Apenas puso un pie en la cabina, Heather gritó.
—¿Y qué hay de mí?


Pedro le dedicó una breve mirada.


—Te he ofrecido llevarte en mi auto, cariño. Tal vez un taxi te convenga mejor. Carrington, ¿podrías pedir un taxi para la señorita Heather?


Carrington miró a Heather y a Pedro un par de veces y luego levantó la mano para llamar a uno de los muchos taxis que esperaban en la fila para llevar a los huéspedes a su próximo destino.


Heather levantó los brazos sobre sus hombros.


—¡Pedro! —gritó mientras este cerraba la puerta.


Inclinó su sombrero en señal de adiós, mientras Russell ponía en marcha la camioneta.


—¡Pedro Alfonso!


Pedro siguió oyéndola gritar mientras el vehículo se alejaba.


—Madre mía, esa sí que es una mujer despechada —dijo Tomas mirando por encima del hombro.


—No sé qué viste en ella.


—Fue un error.


Un error gigante. Pedro estaba agradecido de que su corazón nunca se hubiera involucrado.


—Pedro Alfonso. Por casualidad, ¿tiene algo que ver con Horacio, el dueño del hotel? —preguntó Russell mientras salían a la gran avenida.


Daniel, Miguel y Tomas se echaron a reír.


—¿He dicho algo gracioso?


Pedro se abrochó el cinturón y se recostó en el asiento.


—Es mi padre.







NO EXACTAMENTE: SINOPSIS




Paula Chaves es una camarera y madre soltera práctica hasta el exceso. Incluso si tuviera tiempo de salir con hombres, y no es el caso, buscaría decididamente darle a su hijo una infancia más sólida de la que tuvo ella, lo que significa un marido con mucho dinero.


Cuando Pedro Alfonso, un cliente sexy y aparentemente pobre, poseedor de un sombrero de cowboy y una sonrisa seductora, intenta coquetear con ella, Paula lo rechaza de plano. Duda de que un soñador despreocupado como Pedro pueda proporcionarle la estabilidad financiera que ella necesita. Pero faltan pocas semanas para la Navidad, Paula no quiere pasarla sola y le cuesta cada vez más resistirse al encantador tejano.

sábado, 2 de abril de 2016

REFUGIO: EPILOGO





Paula estaba comprobando que toda la comida estaba en su sitio. La mesa del jardín con el buffet era todo un éxito y los vecinos se lo estaban pasando en grande, con los músicos que Pedro había contratado. Se volvió porque había jaleo en el centro de la pista y sorprendida fue a ver qué pasaba. 


Para su sorpresa el sheriff estaba discutiendo con el hombre que estaba bailando con Melisa y sonriendo miró a Pedro que se echó a reír.


—Aléjate de ella, ¿me oyes? ¡Es mía!


La ayudante del sheriff abrió la boca para decir algo, pero Ryan la cogió de la muñeca separándola de uno de los vaqueros de Pedro.


—¡Estás advertido! Como vuelva a ver que miras en su dirección…


—Sheriff, ¿está de servicio? — preguntó el vaquero divertido.


—No. — enderezó la espalda y se quitó el sombrero— ¿Por qué?


El vaquero no contestó, simplemente le pegó un puñetazo en la cara, que lo hizo trastrabillar hacia atrás. Paula gritó tapándose la boca y de repente todos a su alrededor se pegaban unos a los otros. Alguien la cogió en brazos, sacándola de allí a toda prisa y al mirar sobre su hombro vio a Pedro pálido, dejándola sobre el nuevo balancín del porche— Cielo, ¿estás bien?


Atónita miró a su marido— ¿Qué ha pasado?


—Se venía venir desde hace tiempo. El sheriff está loco por ella, pero pasa de él. — preocupado pasó las manos por su enorme barriga— ¿Estás bien? ¿No te han dado, ¿verdad?


Ella sonrió y le acarició la mejilla— Claro que no, te tengo a ti para protegerme.


Pedro suspiró de alivio y se sobresaltaron con el sonido de un disparo. Giraron la cabeza para ver al abuelo sonriendo de oreja a oreja mirando a los invitados— ¡A beber! —gritó haciéndolos reír.


Divertida miró a Pedro— Me encanta este sitio.


—Estás en tu salsa, ¿verdad?


—Al principio era mi refugio, pero ahora es mi hogar. —le besó en los labios— Te quiero.


—Y yo a ti, mi vida. — la miró a los ojos y se echó a reír— ¿Qué quieres ahora?


—¿Qué te parece una piscina en la parte de atrás?


Pedro puso los ojos en blanco, haciéndola reír y le abrazó por el cuello sintiéndose feliz.


FIN



REFUGIO: CAPITULO 25





La tarde de la fiesta, ella se puso un vestido de flores de tirantes y una cinta en la cabeza. Nerviosa porque hacía tiempo que no tenía una reunión y menos con desconocidas, se pasó las manos por el vientre antes de comprobar que todo estuviera en orden. Había hecho hojaldres y pastelitos variados de limón y kiwi. Había hecho té helado y limonada, que ya estaba en la nevera. Lo colocó todo con esmero sobre la mesa del salón, cuando escuchó que llegaba un coche. Sonrió al ver que era Carolina, que se bajaba con dos bolsas en la mano —Hola Carolina.


Su amiga sonrió subiendo los escalones del porche y entró en el salón forzando una sonrisa— Esos pastelitos parecen deliciosos.


—Gracias. — con la mano le indicó que pasara y Carolina dijo —Al final no sé las que vendrán, porque al ser un día fuera de las actividades, no sé cuántas están libres.


—Oh, las que vengan estará bien. — sonriendo encantada se acercó a ella— ¿Quieres una limonada o té helado?


—Limonada. Por cierto, te he traído tu kit.


—Gracias. Dime cuanto te debo y…


—Ni hablar, es un regalo. Ni se te ocurra decir nada sobre el dinero.


Se pusieron a hablar sobre el trabajo de la colcha, que al parecer era para una de las hijas de las participantes, que se iba a casar ese otoño. Pasó una hora y Paula se empezó a poner nerviosa, pero cuando pasó media hora más, se dio cuenta que no iba a ir nadie. Miró a Carolina que ya no sabía qué decir— No van a venir, ¿verdad?


—Lo siento, no sé qué ha podido pasar.


Muy decepcionada negó con la cabeza— No pasa nada. Seguro que tenían que hacer.


—Ahora que lo pienso, me parece que la niña de Silvy cumplía años hoy.


—No hace falta que mientas. No han querido venir a pasar conmigo la tarde por todos los problemas que he creado.


En ese momento se abrió la puerta y Pedro apareció con el abuelo que miraron a su alrededor sorprendidos— ¿Dónde están todas? — preguntó Pedro sonrojándola.


Carolina se apretó las manos nerviosa— No han venido.


El abuelo miró a su alrededor. Había flores silvestres y los pastelillos decorados como si estuvieran en la mejor pastelería de Nueva York. Todo estaba puesto con un gusto exquisito.


— Tendrían algo que hacer. — dijo sin darle importancia— Carolina, ¿lo dejamos para otro día?


—Claro. —cogió su bolsa muy avergonzada y se despidió de los chicos, mientras Paula empezaba a recoger.


—Eso han sido los Spencer— dijo el abuelo furioso —Nadie desaira a mi familia.


—Yo no soy de la familia. — se pasó una mano por la frente, que le temblaba visiblemente— Si me disculpáis, no me encuentro bien. Me voy a acostar un rato. — pasó al lado de Pedro, que la observaba fijamente.


En su habitación se sentó en la cama, tapándose la cara con las manos. No sabía que seguía haciendo allí, cuando no la aceptarían nunca. Y no sólo el pueblo, Pedro no daba su brazo a torcer y eso la estaba matando. 


Cuando sintió que le cogían las manos separándoselas de la cara, se sobresaltó porque no había escuchado la puerta. Pedro estaba acuclillado ante ella y la miraba preocupado— No llores, nena. Sé que estás disgustada y que has trabajado mucho, pero el abuelo disfrutará de cada uno de tus pastelitos.
No pudo evitar sonreír —Así está mejor. — él se incorporó y la besó en los labios suavemente. Fue algo tan natural que ella respondió al beso acariciando su nuca y Pedro se separó para mirar sus ojos, como si se sorprendiera de haberla besado. Entonces gimió cogiéndola por la nuca— No puedo más, nena. — dijo desesperado antes de devorarla.


Paula se aferró a sus hombros mientras él la tumbaba sobre la cama. Se sintió tan bien al tocarle y al sentir que la tocaba, que abrazó su cuello no queriendo separarse nunca de él. Pedro le acarició un pecho por encima del vestido y abandonó su boca para besar su cuello— Lo siento, mi amor. Eres la persona menos egoísta que conozco. —le dijo sin dejar de besarla —Soy un idiota que no te merece y…


—Shuss. Déjalo ya y hazme el amor. —Pedro se levantó ligeramente mirándola a los ojos y ella susurró— Te quiero.


—Desde que te vi por primera vez sentada en aquel banco de la estación, cambiaste mi vida y no puedo estar sin ti, cielo. No me dejes nunca más. Eres la mujer de mi vida. — susurró provocando que sonriera.


—¿Y yo qué soy? —sorprendido Pedro miró hacia la ventana abierta, donde Lorena los observaba con odio, con una pistola en la mano— ¿Te estás acostando otra vez con esta puta?


Pedro se levantó lentamente con las manos en alto— Lorena, ¿qué estás haciendo?


Aterrorizada Paula no se movió de encima de la cama, mientras Pedro se apartaba de ella— ¿No tenías que estar en tu casa?


—¡Ya sé que has hablado con papá para que me encerrara en la habitación! —le gritó furiosa entrando por la ventana sin dejar de apuntarles. Paula empezando a darse cuenta de lo que volvía a ocurrir, se estremeció de miedo y levantó la cabeza para mirar tras de sí. Lorena había centrado toda su atención en Pedro — ¡Pero nadie me separará de ti! — gritó totalmente ida. Después pateó el suelo— ¿Por qué no me quieres?


—Claro que te quiero.


— ¡Mentiroso! —señaló a Paula con la mano libre — ¡Le acabas de decir que es la mujer de tu vida! ¡Tenía que haberla matado la otra vez! —apuntó con la pistola a Paula —¿Por qué no te has muerto, zorra estúpida?


—¡Deja el arma, Lorena!


La puerta se abrió de golpe y Paula vio el cañón de la escopeta, justo antes del disparo. Paula chilló horrorizada llevándose las manos a la cabeza, al ver como el cuerpo de Lorena caía sobre la pared como una muñeca.


— ¡Joder! — gritó Pedro acercándose a Lorena, para quitarle el arma que todavía tenía en la mano.


Lorena levantó los párpados y sonrió a Pedro— Estás muy guapo hoy…— susurró antes de que su cabeza cayera sobre su pecho.


—Llamaré al sheriff. —dijo el abuelo dejando la escopeta en la esquina de la habitación.


Paula temblando vio como Pedro se acercaba a ella —Nena, ¿estás bien?


Horrorizada no podía apartar la mirada de Lorena— Nena, mírame. — la cogió por la barbilla para que lo mirara —No pasa nada. Todo ha terminado.


—Iba a volver a hacerlo. — susurró temblando.


—Pero no lo ha conseguido— Pedro la abrazó cogiéndola en brazos para sacarla de la habitación— No lo ha conseguido, cielo. Nadie nos separara nunca más.


Paula le miró a los ojos— ¿Me lo juras?


—Te lo juro, mi amor. —la besó y antes de darse cuenta, estaba sentada en el sofá mientras él acariciaba sus rizos, mirándola con todo su amor reflejado en sus ojos— Te he echado de menos.


Paula sonrió— Y yo a ti. Mucho.


—Me alegro. No sabes cuánto me alegro. —la besó en los párpados bajando sus labios por su nariz hasta llegar a su boca. La abrazó con fuerza a él.


—¿Eso significa que podemos hacer el otro baño?









REFUGIO: CAPITULO 24





Los días siguientes fueron igual de penosos, aunque ella intentaba que todo fuera como antes, pero Pedro no colaboraba lo más mínimo. Lo que no ayudaba nada. No hablaba en las comidas y la miraba como a una extraña. 


Paula cada vez tenía menos esperanzas de que algún día tuvieran la misma relación que tenían antes.


Carolina fue a verla una tarde que estaba libre —Te veo cansada. — dijo su nueva amiga mirándola con preocupación — ¿Estás bien? ¿La herida va bien?


—Oh, sí. Es que últimamente no duermo muy bien. — eso era ser muy optimista, pues en la última semana no había dormido más de tres horas seguidas.


—¿Te pasa desde el ataque? — Carolina se sentó en el sofá a su lado.


—Bueno, desde que salí del hospital no es que durmiera mucho, pero no es eso tampoco. — dijo sonrojada.


—Entiendo. Las cosas con Pedro no van bien.


—No, no van bien. — intentó sonreír, pero le salió una mueca— Van fatal.


—Está dolido.


—Sí.


—No te preocupes. Se arreglará.


—No me parece. Él no me perdona y yo cada vez estoy más dolida por ello.


Carolina suspiró— ¿Le quieres?


La miró a los ojos— Si no le quisiera, no hubiera vuelto.


—Ya, era una pregunta estúpida. Lo siento.


—No tienes que sentirlo. No es culpa tuya.


—Necesitas animarte un poco. ¿Qué tal si organizamos una fiestecita para que conozcas a las vecinas? — Paula la miró sorprendida— Será una merienda y podemos hacer una colcha. Te lo pasarás bien.


La miró ilusionada— ¿Qué tengo que hacer?


—Oh, té helado y unos pasteles…No te molestes demasiado.


—No tengo hilos, ni nada.


—Yo los traeré. Te regalaré un kit.


—No puedo aceptarlo, eso cuesta mucho dinero.


—Va. Tonterías. ¿Qué te parece este jueves?
Quedaban dos días. De sobra para arreglarlo todo —Estupendo. —dijo sonriendo de verdad por primera vez en varios días.


Cuando llegaron los chicos a cenar, Paula les dijo ilusionada la propuesta de Carolina.


—Eso es fantástico. —dijo Armando sonriendo—Así harás amigas.


—Sí, niña. Estar tanto tiempo con hombres debe ser aburrido para ti.


—No me aburro, abuelo.


—Claro que no se aburre. — dijo Pedro irónico— Para eso tiene la casa. ¿Acaso no te has fijado que hoy ha pintado lo que quedaba del salón?


El abuelo fulminó con la mirada a su nieto— Un color muy bonito el crema.


—Sí, me dan ganas de comérmelo. — Armando se levantó de la mesa y fue hasta el pasillo, dejando a Paula decepcionada porque no le gustaba el color de las paredes, pero intentó disimularlo ante los demás forzando una sonrisa.