sábado, 2 de abril de 2016

REFUGIO: CAPITULO 25





La tarde de la fiesta, ella se puso un vestido de flores de tirantes y una cinta en la cabeza. Nerviosa porque hacía tiempo que no tenía una reunión y menos con desconocidas, se pasó las manos por el vientre antes de comprobar que todo estuviera en orden. Había hecho hojaldres y pastelitos variados de limón y kiwi. Había hecho té helado y limonada, que ya estaba en la nevera. Lo colocó todo con esmero sobre la mesa del salón, cuando escuchó que llegaba un coche. Sonrió al ver que era Carolina, que se bajaba con dos bolsas en la mano —Hola Carolina.


Su amiga sonrió subiendo los escalones del porche y entró en el salón forzando una sonrisa— Esos pastelitos parecen deliciosos.


—Gracias. — con la mano le indicó que pasara y Carolina dijo —Al final no sé las que vendrán, porque al ser un día fuera de las actividades, no sé cuántas están libres.


—Oh, las que vengan estará bien. — sonriendo encantada se acercó a ella— ¿Quieres una limonada o té helado?


—Limonada. Por cierto, te he traído tu kit.


—Gracias. Dime cuanto te debo y…


—Ni hablar, es un regalo. Ni se te ocurra decir nada sobre el dinero.


Se pusieron a hablar sobre el trabajo de la colcha, que al parecer era para una de las hijas de las participantes, que se iba a casar ese otoño. Pasó una hora y Paula se empezó a poner nerviosa, pero cuando pasó media hora más, se dio cuenta que no iba a ir nadie. Miró a Carolina que ya no sabía qué decir— No van a venir, ¿verdad?


—Lo siento, no sé qué ha podido pasar.


Muy decepcionada negó con la cabeza— No pasa nada. Seguro que tenían que hacer.


—Ahora que lo pienso, me parece que la niña de Silvy cumplía años hoy.


—No hace falta que mientas. No han querido venir a pasar conmigo la tarde por todos los problemas que he creado.


En ese momento se abrió la puerta y Pedro apareció con el abuelo que miraron a su alrededor sorprendidos— ¿Dónde están todas? — preguntó Pedro sonrojándola.


Carolina se apretó las manos nerviosa— No han venido.


El abuelo miró a su alrededor. Había flores silvestres y los pastelillos decorados como si estuvieran en la mejor pastelería de Nueva York. Todo estaba puesto con un gusto exquisito.


— Tendrían algo que hacer. — dijo sin darle importancia— Carolina, ¿lo dejamos para otro día?


—Claro. —cogió su bolsa muy avergonzada y se despidió de los chicos, mientras Paula empezaba a recoger.


—Eso han sido los Spencer— dijo el abuelo furioso —Nadie desaira a mi familia.


—Yo no soy de la familia. — se pasó una mano por la frente, que le temblaba visiblemente— Si me disculpáis, no me encuentro bien. Me voy a acostar un rato. — pasó al lado de Pedro, que la observaba fijamente.


En su habitación se sentó en la cama, tapándose la cara con las manos. No sabía que seguía haciendo allí, cuando no la aceptarían nunca. Y no sólo el pueblo, Pedro no daba su brazo a torcer y eso la estaba matando. 


Cuando sintió que le cogían las manos separándoselas de la cara, se sobresaltó porque no había escuchado la puerta. Pedro estaba acuclillado ante ella y la miraba preocupado— No llores, nena. Sé que estás disgustada y que has trabajado mucho, pero el abuelo disfrutará de cada uno de tus pastelitos.
No pudo evitar sonreír —Así está mejor. — él se incorporó y la besó en los labios suavemente. Fue algo tan natural que ella respondió al beso acariciando su nuca y Pedro se separó para mirar sus ojos, como si se sorprendiera de haberla besado. Entonces gimió cogiéndola por la nuca— No puedo más, nena. — dijo desesperado antes de devorarla.


Paula se aferró a sus hombros mientras él la tumbaba sobre la cama. Se sintió tan bien al tocarle y al sentir que la tocaba, que abrazó su cuello no queriendo separarse nunca de él. Pedro le acarició un pecho por encima del vestido y abandonó su boca para besar su cuello— Lo siento, mi amor. Eres la persona menos egoísta que conozco. —le dijo sin dejar de besarla —Soy un idiota que no te merece y…


—Shuss. Déjalo ya y hazme el amor. —Pedro se levantó ligeramente mirándola a los ojos y ella susurró— Te quiero.


—Desde que te vi por primera vez sentada en aquel banco de la estación, cambiaste mi vida y no puedo estar sin ti, cielo. No me dejes nunca más. Eres la mujer de mi vida. — susurró provocando que sonriera.


—¿Y yo qué soy? —sorprendido Pedro miró hacia la ventana abierta, donde Lorena los observaba con odio, con una pistola en la mano— ¿Te estás acostando otra vez con esta puta?


Pedro se levantó lentamente con las manos en alto— Lorena, ¿qué estás haciendo?


Aterrorizada Paula no se movió de encima de la cama, mientras Pedro se apartaba de ella— ¿No tenías que estar en tu casa?


—¡Ya sé que has hablado con papá para que me encerrara en la habitación! —le gritó furiosa entrando por la ventana sin dejar de apuntarles. Paula empezando a darse cuenta de lo que volvía a ocurrir, se estremeció de miedo y levantó la cabeza para mirar tras de sí. Lorena había centrado toda su atención en Pedro — ¡Pero nadie me separará de ti! — gritó totalmente ida. Después pateó el suelo— ¿Por qué no me quieres?


—Claro que te quiero.


— ¡Mentiroso! —señaló a Paula con la mano libre — ¡Le acabas de decir que es la mujer de tu vida! ¡Tenía que haberla matado la otra vez! —apuntó con la pistola a Paula —¿Por qué no te has muerto, zorra estúpida?


—¡Deja el arma, Lorena!


La puerta se abrió de golpe y Paula vio el cañón de la escopeta, justo antes del disparo. Paula chilló horrorizada llevándose las manos a la cabeza, al ver como el cuerpo de Lorena caía sobre la pared como una muñeca.


— ¡Joder! — gritó Pedro acercándose a Lorena, para quitarle el arma que todavía tenía en la mano.


Lorena levantó los párpados y sonrió a Pedro— Estás muy guapo hoy…— susurró antes de que su cabeza cayera sobre su pecho.


—Llamaré al sheriff. —dijo el abuelo dejando la escopeta en la esquina de la habitación.


Paula temblando vio como Pedro se acercaba a ella —Nena, ¿estás bien?


Horrorizada no podía apartar la mirada de Lorena— Nena, mírame. — la cogió por la barbilla para que lo mirara —No pasa nada. Todo ha terminado.


—Iba a volver a hacerlo. — susurró temblando.


—Pero no lo ha conseguido— Pedro la abrazó cogiéndola en brazos para sacarla de la habitación— No lo ha conseguido, cielo. Nadie nos separara nunca más.


Paula le miró a los ojos— ¿Me lo juras?


—Te lo juro, mi amor. —la besó y antes de darse cuenta, estaba sentada en el sofá mientras él acariciaba sus rizos, mirándola con todo su amor reflejado en sus ojos— Te he echado de menos.


Paula sonrió— Y yo a ti. Mucho.


—Me alegro. No sabes cuánto me alegro. —la besó en los párpados bajando sus labios por su nariz hasta llegar a su boca. La abrazó con fuerza a él.


—¿Eso significa que podemos hacer el otro baño?









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