sábado, 2 de abril de 2016

REFUGIO: EPILOGO





Paula estaba comprobando que toda la comida estaba en su sitio. La mesa del jardín con el buffet era todo un éxito y los vecinos se lo estaban pasando en grande, con los músicos que Pedro había contratado. Se volvió porque había jaleo en el centro de la pista y sorprendida fue a ver qué pasaba. 


Para su sorpresa el sheriff estaba discutiendo con el hombre que estaba bailando con Melisa y sonriendo miró a Pedro que se echó a reír.


—Aléjate de ella, ¿me oyes? ¡Es mía!


La ayudante del sheriff abrió la boca para decir algo, pero Ryan la cogió de la muñeca separándola de uno de los vaqueros de Pedro.


—¡Estás advertido! Como vuelva a ver que miras en su dirección…


—Sheriff, ¿está de servicio? — preguntó el vaquero divertido.


—No. — enderezó la espalda y se quitó el sombrero— ¿Por qué?


El vaquero no contestó, simplemente le pegó un puñetazo en la cara, que lo hizo trastrabillar hacia atrás. Paula gritó tapándose la boca y de repente todos a su alrededor se pegaban unos a los otros. Alguien la cogió en brazos, sacándola de allí a toda prisa y al mirar sobre su hombro vio a Pedro pálido, dejándola sobre el nuevo balancín del porche— Cielo, ¿estás bien?


Atónita miró a su marido— ¿Qué ha pasado?


—Se venía venir desde hace tiempo. El sheriff está loco por ella, pero pasa de él. — preocupado pasó las manos por su enorme barriga— ¿Estás bien? ¿No te han dado, ¿verdad?


Ella sonrió y le acarició la mejilla— Claro que no, te tengo a ti para protegerme.


Pedro suspiró de alivio y se sobresaltaron con el sonido de un disparo. Giraron la cabeza para ver al abuelo sonriendo de oreja a oreja mirando a los invitados— ¡A beber! —gritó haciéndolos reír.


Divertida miró a Pedro— Me encanta este sitio.


—Estás en tu salsa, ¿verdad?


—Al principio era mi refugio, pero ahora es mi hogar. —le besó en los labios— Te quiero.


—Y yo a ti, mi vida. — la miró a los ojos y se echó a reír— ¿Qué quieres ahora?


—¿Qué te parece una piscina en la parte de atrás?


Pedro puso los ojos en blanco, haciéndola reír y le abrazó por el cuello sintiéndose feliz.


FIN



REFUGIO: CAPITULO 25





La tarde de la fiesta, ella se puso un vestido de flores de tirantes y una cinta en la cabeza. Nerviosa porque hacía tiempo que no tenía una reunión y menos con desconocidas, se pasó las manos por el vientre antes de comprobar que todo estuviera en orden. Había hecho hojaldres y pastelitos variados de limón y kiwi. Había hecho té helado y limonada, que ya estaba en la nevera. Lo colocó todo con esmero sobre la mesa del salón, cuando escuchó que llegaba un coche. Sonrió al ver que era Carolina, que se bajaba con dos bolsas en la mano —Hola Carolina.


Su amiga sonrió subiendo los escalones del porche y entró en el salón forzando una sonrisa— Esos pastelitos parecen deliciosos.


—Gracias. — con la mano le indicó que pasara y Carolina dijo —Al final no sé las que vendrán, porque al ser un día fuera de las actividades, no sé cuántas están libres.


—Oh, las que vengan estará bien. — sonriendo encantada se acercó a ella— ¿Quieres una limonada o té helado?


—Limonada. Por cierto, te he traído tu kit.


—Gracias. Dime cuanto te debo y…


—Ni hablar, es un regalo. Ni se te ocurra decir nada sobre el dinero.


Se pusieron a hablar sobre el trabajo de la colcha, que al parecer era para una de las hijas de las participantes, que se iba a casar ese otoño. Pasó una hora y Paula se empezó a poner nerviosa, pero cuando pasó media hora más, se dio cuenta que no iba a ir nadie. Miró a Carolina que ya no sabía qué decir— No van a venir, ¿verdad?


—Lo siento, no sé qué ha podido pasar.


Muy decepcionada negó con la cabeza— No pasa nada. Seguro que tenían que hacer.


—Ahora que lo pienso, me parece que la niña de Silvy cumplía años hoy.


—No hace falta que mientas. No han querido venir a pasar conmigo la tarde por todos los problemas que he creado.


En ese momento se abrió la puerta y Pedro apareció con el abuelo que miraron a su alrededor sorprendidos— ¿Dónde están todas? — preguntó Pedro sonrojándola.


Carolina se apretó las manos nerviosa— No han venido.


El abuelo miró a su alrededor. Había flores silvestres y los pastelillos decorados como si estuvieran en la mejor pastelería de Nueva York. Todo estaba puesto con un gusto exquisito.


— Tendrían algo que hacer. — dijo sin darle importancia— Carolina, ¿lo dejamos para otro día?


—Claro. —cogió su bolsa muy avergonzada y se despidió de los chicos, mientras Paula empezaba a recoger.


—Eso han sido los Spencer— dijo el abuelo furioso —Nadie desaira a mi familia.


—Yo no soy de la familia. — se pasó una mano por la frente, que le temblaba visiblemente— Si me disculpáis, no me encuentro bien. Me voy a acostar un rato. — pasó al lado de Pedro, que la observaba fijamente.


En su habitación se sentó en la cama, tapándose la cara con las manos. No sabía que seguía haciendo allí, cuando no la aceptarían nunca. Y no sólo el pueblo, Pedro no daba su brazo a torcer y eso la estaba matando. 


Cuando sintió que le cogían las manos separándoselas de la cara, se sobresaltó porque no había escuchado la puerta. Pedro estaba acuclillado ante ella y la miraba preocupado— No llores, nena. Sé que estás disgustada y que has trabajado mucho, pero el abuelo disfrutará de cada uno de tus pastelitos.
No pudo evitar sonreír —Así está mejor. — él se incorporó y la besó en los labios suavemente. Fue algo tan natural que ella respondió al beso acariciando su nuca y Pedro se separó para mirar sus ojos, como si se sorprendiera de haberla besado. Entonces gimió cogiéndola por la nuca— No puedo más, nena. — dijo desesperado antes de devorarla.


Paula se aferró a sus hombros mientras él la tumbaba sobre la cama. Se sintió tan bien al tocarle y al sentir que la tocaba, que abrazó su cuello no queriendo separarse nunca de él. Pedro le acarició un pecho por encima del vestido y abandonó su boca para besar su cuello— Lo siento, mi amor. Eres la persona menos egoísta que conozco. —le dijo sin dejar de besarla —Soy un idiota que no te merece y…


—Shuss. Déjalo ya y hazme el amor. —Pedro se levantó ligeramente mirándola a los ojos y ella susurró— Te quiero.


—Desde que te vi por primera vez sentada en aquel banco de la estación, cambiaste mi vida y no puedo estar sin ti, cielo. No me dejes nunca más. Eres la mujer de mi vida. — susurró provocando que sonriera.


—¿Y yo qué soy? —sorprendido Pedro miró hacia la ventana abierta, donde Lorena los observaba con odio, con una pistola en la mano— ¿Te estás acostando otra vez con esta puta?


Pedro se levantó lentamente con las manos en alto— Lorena, ¿qué estás haciendo?


Aterrorizada Paula no se movió de encima de la cama, mientras Pedro se apartaba de ella— ¿No tenías que estar en tu casa?


—¡Ya sé que has hablado con papá para que me encerrara en la habitación! —le gritó furiosa entrando por la ventana sin dejar de apuntarles. Paula empezando a darse cuenta de lo que volvía a ocurrir, se estremeció de miedo y levantó la cabeza para mirar tras de sí. Lorena había centrado toda su atención en Pedro — ¡Pero nadie me separará de ti! — gritó totalmente ida. Después pateó el suelo— ¿Por qué no me quieres?


—Claro que te quiero.


— ¡Mentiroso! —señaló a Paula con la mano libre — ¡Le acabas de decir que es la mujer de tu vida! ¡Tenía que haberla matado la otra vez! —apuntó con la pistola a Paula —¿Por qué no te has muerto, zorra estúpida?


—¡Deja el arma, Lorena!


La puerta se abrió de golpe y Paula vio el cañón de la escopeta, justo antes del disparo. Paula chilló horrorizada llevándose las manos a la cabeza, al ver como el cuerpo de Lorena caía sobre la pared como una muñeca.


— ¡Joder! — gritó Pedro acercándose a Lorena, para quitarle el arma que todavía tenía en la mano.


Lorena levantó los párpados y sonrió a Pedro— Estás muy guapo hoy…— susurró antes de que su cabeza cayera sobre su pecho.


—Llamaré al sheriff. —dijo el abuelo dejando la escopeta en la esquina de la habitación.


Paula temblando vio como Pedro se acercaba a ella —Nena, ¿estás bien?


Horrorizada no podía apartar la mirada de Lorena— Nena, mírame. — la cogió por la barbilla para que lo mirara —No pasa nada. Todo ha terminado.


—Iba a volver a hacerlo. — susurró temblando.


—Pero no lo ha conseguido— Pedro la abrazó cogiéndola en brazos para sacarla de la habitación— No lo ha conseguido, cielo. Nadie nos separara nunca más.


Paula le miró a los ojos— ¿Me lo juras?


—Te lo juro, mi amor. —la besó y antes de darse cuenta, estaba sentada en el sofá mientras él acariciaba sus rizos, mirándola con todo su amor reflejado en sus ojos— Te he echado de menos.


Paula sonrió— Y yo a ti. Mucho.


—Me alegro. No sabes cuánto me alegro. —la besó en los párpados bajando sus labios por su nariz hasta llegar a su boca. La abrazó con fuerza a él.


—¿Eso significa que podemos hacer el otro baño?









REFUGIO: CAPITULO 24





Los días siguientes fueron igual de penosos, aunque ella intentaba que todo fuera como antes, pero Pedro no colaboraba lo más mínimo. Lo que no ayudaba nada. No hablaba en las comidas y la miraba como a una extraña. 


Paula cada vez tenía menos esperanzas de que algún día tuvieran la misma relación que tenían antes.


Carolina fue a verla una tarde que estaba libre —Te veo cansada. — dijo su nueva amiga mirándola con preocupación — ¿Estás bien? ¿La herida va bien?


—Oh, sí. Es que últimamente no duermo muy bien. — eso era ser muy optimista, pues en la última semana no había dormido más de tres horas seguidas.


—¿Te pasa desde el ataque? — Carolina se sentó en el sofá a su lado.


—Bueno, desde que salí del hospital no es que durmiera mucho, pero no es eso tampoco. — dijo sonrojada.


—Entiendo. Las cosas con Pedro no van bien.


—No, no van bien. — intentó sonreír, pero le salió una mueca— Van fatal.


—Está dolido.


—Sí.


—No te preocupes. Se arreglará.


—No me parece. Él no me perdona y yo cada vez estoy más dolida por ello.


Carolina suspiró— ¿Le quieres?


La miró a los ojos— Si no le quisiera, no hubiera vuelto.


—Ya, era una pregunta estúpida. Lo siento.


—No tienes que sentirlo. No es culpa tuya.


—Necesitas animarte un poco. ¿Qué tal si organizamos una fiestecita para que conozcas a las vecinas? — Paula la miró sorprendida— Será una merienda y podemos hacer una colcha. Te lo pasarás bien.


La miró ilusionada— ¿Qué tengo que hacer?


—Oh, té helado y unos pasteles…No te molestes demasiado.


—No tengo hilos, ni nada.


—Yo los traeré. Te regalaré un kit.


—No puedo aceptarlo, eso cuesta mucho dinero.


—Va. Tonterías. ¿Qué te parece este jueves?
Quedaban dos días. De sobra para arreglarlo todo —Estupendo. —dijo sonriendo de verdad por primera vez en varios días.


Cuando llegaron los chicos a cenar, Paula les dijo ilusionada la propuesta de Carolina.


—Eso es fantástico. —dijo Armando sonriendo—Así harás amigas.


—Sí, niña. Estar tanto tiempo con hombres debe ser aburrido para ti.


—No me aburro, abuelo.


—Claro que no se aburre. — dijo Pedro irónico— Para eso tiene la casa. ¿Acaso no te has fijado que hoy ha pintado lo que quedaba del salón?


El abuelo fulminó con la mirada a su nieto— Un color muy bonito el crema.


—Sí, me dan ganas de comérmelo. — Armando se levantó de la mesa y fue hasta el pasillo, dejando a Paula decepcionada porque no le gustaba el color de las paredes, pero intentó disimularlo ante los demás forzando una sonrisa.




viernes, 1 de abril de 2016

REFUGIO: CAPITULO 23





A la mañana siguiente la despertó el canto del gallo y se levantó de un salto porque no quería que Pedro se cabreara más. No se molestó en vestirse y como era temprano decidió hacer unos bollos caseros. Cuando se sentaron a la mesa tenían un desayuno digno de reyes.


— ¡Buenos días!


—Buenos días, niña— dijo el abuelo encantado cogiendo la mermelada de fresas.


—¿Qué vas a hacer hoy? — preguntó Armando antes de beber de su taza.


—No sé. Le daré un repaso a la casa y haré una cena especial para celebrar mi vuelta.


—¿Y qué hay que celebrar? —pregunto Pedro con una ceja levantada.


—Que vas a comprarme un vestuario nuevo. — dijo maliciosa haciendo sonreír a Armando —Por el que me has tirado. Sino tendré que ponerme toda tu ropa.


No pensaba decirle que llevaba una maleta en el coche con todo lo que necesitaba. Le pediría al sheriff que se la acercara con su bolso.


—Por cierto, tenía en el bolsillo de un vaquero setecientos pavos.


Pedro gruñó masticando los huevos y dijo con mala leche— Pues te fastidias.


—No esperaba menos de ti. — dijo ella sirviéndose zumo —Por cierto, también necesito cosas de aseo.


—Haz una lista. —dijo Armando amablemente— Pedro irá a comprarlo todo esta tarde. —miró a su padre como si quisiera matarlo— Y le darás los setecientos dólares.


—Ni hablar.


—Claro que sí. Eran suyos. —dijo el abuelo empezando a enfadarse— Además el tiempo que estuvo aquí, trabajó tanto como cualquiera de nosotros y no recibió ningún sueldo. También se lo pagarás.


Pedro apretó la taza de café mirándola como si quisiera que se esfumara —Haz la maldita lista.


Paula forzó una sonrisa, aunque no le apetecía sonreír. Los dos habían cometido errores y ella aceptaba los suyos. ¿Por qué Pedro no podía relajarse y disfrutar de su reencuentro?


—Me voy a trabajar. — dijo él sin terminar su desayuno.


Los chicos no dijeron nada y dos horas después estaba vestida con sus vaqueros y la camiseta de Pedro cuando llegó el sheriff con sus cosas —Gracias— dijo encantada de tener sus cosas— ¿Un café?


—Sí, gracias. — se quitó el sombrero entrando en la casa y Paula le hizo un café mientras él miraba a su alrededor— Veo que has estado ocupada.


—He limpiado un poco. Es increíble, pero siempre tengo algo que hacer cuando estoy aquí.


—Sí, en todos los ranchos siempre hay mucho trabajo. — se sentó en la mesa de la cocina y ella hizo lo mismo acompañándolo. El sheriff la miró a los ojos— Te gusta esto, ¿verdad?


—Sí. — sonrió encantada— Me llevo muy bien con Armando y el abuelo y …


—Está Pedro.


—Sí— se echó a reír— desde que le vi, me impresionó.


—Es buena persona. Al final no se fue de juerga.


—Lo sé. Se escondió en su habitación y le pillé.


El sheriff se echó a reír moviendo la cabeza de un lado a otro como si no lo creyera. En ese momento se abrió la puerta de la entrada y sorprendidos vieron que Pedro entraba en casa con cara de pocos amigos— Buenos días, sheriff.


Pedro. — el hombre se tensó y Paula perdió la sonrisa poco a poco avecinando problemas.


—¿A qué se debe esta visita? — Pedro tiró el sombrero sobre el sofá sin ver donde había caído.


—Pues vengo a comprobar el arresto domiciliario. —respondió divertido.


—También me ha traído mis cosas del coche. — Paula le advirtió con la mirada.


—Pues yo creo que el sheriff muestra demasiado interés por ti, ¿no crees, Paula?


—¿Y a ti qué te importa?


Pedro la miró como si quisiera arrancar cabezas— Me importa. Mucho.


—Tranquilo, amigo. Sé cuándo no meterme en terreno ajeno. — el sheriff se levantó amigablemente y miró a Paula recogiendo el sombrero— Gracias por el café.


—Gracias por traerme mis cosas.


—Un placer.


Fue hasta la puerta y miró a Pedro que no se había movido del sitio— Igual deberías aclararte las ideas, amigo. Ayer parecía que no querías nada con ella y hoy te comportas como si estuvieras celoso.


—¡Largo!


Paula jadeó asombrada por el tono de su voz y miró a Pedro como sino lo conociera —¿Pero qué demonios te pasa?


—Nada. ¿Qué me iba a pasar? —preguntó mirándola fijamente.


Se levantó recogiendo las tazas y las llevó al fregadero apoyando las manos en el borde —¿De verdad quieres que me vaya?


—Antes sólo querías irte y ahora no hay quien te eche— dijo furioso —¿Por qué no me llamaste?


—¿Cuándo?


—¡Mírame!


Se volvió lentamente y le miró a los ojos— Te llamé.


—¿Y después?


—Después no tenía nada que decir, Pedro. ¡No podía decir dónde estaba, ni responder a tus preguntas! ¿Qué querías que te dijera? ¿Qué estaba en los Ángeles? ¿Y de qué serviría? Estaríamos igual que al principio y no teníais por qué pasar por eso.


—¿Y cuándo ellos murieron?


—¡Cuando ellos murieron primero pasé por Nueva York, a ver a mi madre que hacía más de tres años que no la veía! —desvió la mirada emocionándose al pensar en su madre— Y si te digo la verdad no estaba segura de que quisieras verme o si te importaba. No tuve valor de llamarte.


—Pero al final apareciste.


—Es que alguien que me importa, me recordó que sí tengo valor. — dijo mirando sus ojos y empezando a enfadarse —Pero me estoy preguntando si habrá merecido la pena venir hasta aquí para encontrarme con un hombre que se comporta como tú.


—¡Ahora échame a mí la culpa! ¡Tú nos abandonaste!


Eso sí que la cabreó— ¿Yo os abandone? —Pedro se dio cuenta que había metido la pata porque desvió la mirada— ¡Me tuve que ir! ¡No te abandoné! ¡Imbécil!


—¿Sabes cómo me sentí al verte con eso en el estómago? ¿Al verte inconsciente y que no me respondías? ¡Pensaba que habías muerto! — le gritó fuera de sí— ¡Y llamas semanas después sin decirme dónde estás! —Paula palideció al entender su postura— ¡Tenía la esperanza de que llegaras hace días! ¡Pero ni se te ocurrió llamar!


—¡Ya te he dicho lo que sentía!


—¿Y lo que sentía yo?


—¡No lo sabía, porque no me lo habías dicho nunca! — le gritó sin poder evitarlo.


Pedro dio un paso atrás asintiendo— ¿Necesitaba decirlo? Creía que lo había demostrado.


Asustada vio cómo se iba— Pedro


Él abrió la puerta— Creo que lo mejor por el bien de la familia es que tengamos un trato cordial. Pero lo nuestro no tiene ningún futuro— Paula se quedó sin aliento mirando su espalda— Eres egoísta y sólo piensas en lo que tú quieres. No puedo estar con una mujer así. — salió de la casa y Paula sintió que se mareaba.


Tambaleándose se dejó caer en la silla, pensando que era imposible que lo hubiera perdido. Entendía su postura, pero él también tenía que entenderla a ella. Estaba claro que lo que más le dolía era la inexistente llamada durante la última semana. No sabía cómo arreglar eso, porque estaba muy dolido.


Durante la cena ella preparó algo especial porque ya lo había prometido. Intentó ser alegre, pero la felicidad no llegaba a sus ojos y todos se dieron cuenta.


—El cordero estaba buenísimo.


—Gracias, abuelo. — dijo levantándose y quitando los platos —Y de postre tarta de limón.


—Uff, estoy lleno. — dijo el abuelo mirando a Armando.


—Sí, creo que voy a ir a dar un paseo para bajar la cena.


—¿De veras? —Paula no se lo podía creer, pero como ella también quería huir, aprovechó para decir— Entonces hasta mañana.


Pedro se había quedado en la mesa y en cuanto el abuelo y Armando se fueron preguntó sin mirarle— ¿Quieres postre?


—No, gracias. — dijo por primera vez en toda la noche.


Paula empezó a recoger mordiéndose el interior de la mejilla, intentando no llorar. Le había dolido mucho que pensara que era una egoísta, cuando todo lo que había hecho hasta la semana anterior, nunca había sido pensando exclusivamente en ella. Si hubiera sido egoísta no habría denunciado a Falconi, así no habría estado alejada de su familia y amigos. 


Y en su casa no había sido egoísta, porque había trabajado como nadie para que la casa estuviera bonita y ellos estuvieran lo más cómodos posible. No era egoísta. No lo era.


Un vaso apareció a su lado en el fregadero, donde estaba lavando los platos —Gracias. — susurró cogiéndolo y metiéndolo en el agua. Pedro estaba demasiado cerca y sintiendo que la piel se le erizaba, cerró el grifo alejándose— Los lavaré mañana.


—Nena…


—Y creo que lo mejor sería que me llamaras Paula, si no te importa. — dijo sin detenerse—Buenas noches.


Huyó hasta su habitación y apoyándose en la puerta, cerró con llave por primera vez desde que estaba allí, reprimiendo un gemido de dolor que luchaba por salir. Llegó hasta la cama y se tumbó vestida, abrazando la almohada y dejando que las lágrimas fluyeran porque ya no podía contenerlas.