viernes, 1 de abril de 2016

REFUGIO: CAPITULO 23





A la mañana siguiente la despertó el canto del gallo y se levantó de un salto porque no quería que Pedro se cabreara más. No se molestó en vestirse y como era temprano decidió hacer unos bollos caseros. Cuando se sentaron a la mesa tenían un desayuno digno de reyes.


— ¡Buenos días!


—Buenos días, niña— dijo el abuelo encantado cogiendo la mermelada de fresas.


—¿Qué vas a hacer hoy? — preguntó Armando antes de beber de su taza.


—No sé. Le daré un repaso a la casa y haré una cena especial para celebrar mi vuelta.


—¿Y qué hay que celebrar? —pregunto Pedro con una ceja levantada.


—Que vas a comprarme un vestuario nuevo. — dijo maliciosa haciendo sonreír a Armando —Por el que me has tirado. Sino tendré que ponerme toda tu ropa.


No pensaba decirle que llevaba una maleta en el coche con todo lo que necesitaba. Le pediría al sheriff que se la acercara con su bolso.


—Por cierto, tenía en el bolsillo de un vaquero setecientos pavos.


Pedro gruñó masticando los huevos y dijo con mala leche— Pues te fastidias.


—No esperaba menos de ti. — dijo ella sirviéndose zumo —Por cierto, también necesito cosas de aseo.


—Haz una lista. —dijo Armando amablemente— Pedro irá a comprarlo todo esta tarde. —miró a su padre como si quisiera matarlo— Y le darás los setecientos dólares.


—Ni hablar.


—Claro que sí. Eran suyos. —dijo el abuelo empezando a enfadarse— Además el tiempo que estuvo aquí, trabajó tanto como cualquiera de nosotros y no recibió ningún sueldo. También se lo pagarás.


Pedro apretó la taza de café mirándola como si quisiera que se esfumara —Haz la maldita lista.


Paula forzó una sonrisa, aunque no le apetecía sonreír. Los dos habían cometido errores y ella aceptaba los suyos. ¿Por qué Pedro no podía relajarse y disfrutar de su reencuentro?


—Me voy a trabajar. — dijo él sin terminar su desayuno.


Los chicos no dijeron nada y dos horas después estaba vestida con sus vaqueros y la camiseta de Pedro cuando llegó el sheriff con sus cosas —Gracias— dijo encantada de tener sus cosas— ¿Un café?


—Sí, gracias. — se quitó el sombrero entrando en la casa y Paula le hizo un café mientras él miraba a su alrededor— Veo que has estado ocupada.


—He limpiado un poco. Es increíble, pero siempre tengo algo que hacer cuando estoy aquí.


—Sí, en todos los ranchos siempre hay mucho trabajo. — se sentó en la mesa de la cocina y ella hizo lo mismo acompañándolo. El sheriff la miró a los ojos— Te gusta esto, ¿verdad?


—Sí. — sonrió encantada— Me llevo muy bien con Armando y el abuelo y …


—Está Pedro.


—Sí— se echó a reír— desde que le vi, me impresionó.


—Es buena persona. Al final no se fue de juerga.


—Lo sé. Se escondió en su habitación y le pillé.


El sheriff se echó a reír moviendo la cabeza de un lado a otro como si no lo creyera. En ese momento se abrió la puerta de la entrada y sorprendidos vieron que Pedro entraba en casa con cara de pocos amigos— Buenos días, sheriff.


Pedro. — el hombre se tensó y Paula perdió la sonrisa poco a poco avecinando problemas.


—¿A qué se debe esta visita? — Pedro tiró el sombrero sobre el sofá sin ver donde había caído.


—Pues vengo a comprobar el arresto domiciliario. —respondió divertido.


—También me ha traído mis cosas del coche. — Paula le advirtió con la mirada.


—Pues yo creo que el sheriff muestra demasiado interés por ti, ¿no crees, Paula?


—¿Y a ti qué te importa?


Pedro la miró como si quisiera arrancar cabezas— Me importa. Mucho.


—Tranquilo, amigo. Sé cuándo no meterme en terreno ajeno. — el sheriff se levantó amigablemente y miró a Paula recogiendo el sombrero— Gracias por el café.


—Gracias por traerme mis cosas.


—Un placer.


Fue hasta la puerta y miró a Pedro que no se había movido del sitio— Igual deberías aclararte las ideas, amigo. Ayer parecía que no querías nada con ella y hoy te comportas como si estuvieras celoso.


—¡Largo!


Paula jadeó asombrada por el tono de su voz y miró a Pedro como sino lo conociera —¿Pero qué demonios te pasa?


—Nada. ¿Qué me iba a pasar? —preguntó mirándola fijamente.


Se levantó recogiendo las tazas y las llevó al fregadero apoyando las manos en el borde —¿De verdad quieres que me vaya?


—Antes sólo querías irte y ahora no hay quien te eche— dijo furioso —¿Por qué no me llamaste?


—¿Cuándo?


—¡Mírame!


Se volvió lentamente y le miró a los ojos— Te llamé.


—¿Y después?


—Después no tenía nada que decir, Pedro. ¡No podía decir dónde estaba, ni responder a tus preguntas! ¿Qué querías que te dijera? ¿Qué estaba en los Ángeles? ¿Y de qué serviría? Estaríamos igual que al principio y no teníais por qué pasar por eso.


—¿Y cuándo ellos murieron?


—¡Cuando ellos murieron primero pasé por Nueva York, a ver a mi madre que hacía más de tres años que no la veía! —desvió la mirada emocionándose al pensar en su madre— Y si te digo la verdad no estaba segura de que quisieras verme o si te importaba. No tuve valor de llamarte.


—Pero al final apareciste.


—Es que alguien que me importa, me recordó que sí tengo valor. — dijo mirando sus ojos y empezando a enfadarse —Pero me estoy preguntando si habrá merecido la pena venir hasta aquí para encontrarme con un hombre que se comporta como tú.


—¡Ahora échame a mí la culpa! ¡Tú nos abandonaste!


Eso sí que la cabreó— ¿Yo os abandone? —Pedro se dio cuenta que había metido la pata porque desvió la mirada— ¡Me tuve que ir! ¡No te abandoné! ¡Imbécil!


—¿Sabes cómo me sentí al verte con eso en el estómago? ¿Al verte inconsciente y que no me respondías? ¡Pensaba que habías muerto! — le gritó fuera de sí— ¡Y llamas semanas después sin decirme dónde estás! —Paula palideció al entender su postura— ¡Tenía la esperanza de que llegaras hace días! ¡Pero ni se te ocurrió llamar!


—¡Ya te he dicho lo que sentía!


—¿Y lo que sentía yo?


—¡No lo sabía, porque no me lo habías dicho nunca! — le gritó sin poder evitarlo.


Pedro dio un paso atrás asintiendo— ¿Necesitaba decirlo? Creía que lo había demostrado.


Asustada vio cómo se iba— Pedro


Él abrió la puerta— Creo que lo mejor por el bien de la familia es que tengamos un trato cordial. Pero lo nuestro no tiene ningún futuro— Paula se quedó sin aliento mirando su espalda— Eres egoísta y sólo piensas en lo que tú quieres. No puedo estar con una mujer así. — salió de la casa y Paula sintió que se mareaba.


Tambaleándose se dejó caer en la silla, pensando que era imposible que lo hubiera perdido. Entendía su postura, pero él también tenía que entenderla a ella. Estaba claro que lo que más le dolía era la inexistente llamada durante la última semana. No sabía cómo arreglar eso, porque estaba muy dolido.


Durante la cena ella preparó algo especial porque ya lo había prometido. Intentó ser alegre, pero la felicidad no llegaba a sus ojos y todos se dieron cuenta.


—El cordero estaba buenísimo.


—Gracias, abuelo. — dijo levantándose y quitando los platos —Y de postre tarta de limón.


—Uff, estoy lleno. — dijo el abuelo mirando a Armando.


—Sí, creo que voy a ir a dar un paseo para bajar la cena.


—¿De veras? —Paula no se lo podía creer, pero como ella también quería huir, aprovechó para decir— Entonces hasta mañana.


Pedro se había quedado en la mesa y en cuanto el abuelo y Armando se fueron preguntó sin mirarle— ¿Quieres postre?


—No, gracias. — dijo por primera vez en toda la noche.


Paula empezó a recoger mordiéndose el interior de la mejilla, intentando no llorar. Le había dolido mucho que pensara que era una egoísta, cuando todo lo que había hecho hasta la semana anterior, nunca había sido pensando exclusivamente en ella. Si hubiera sido egoísta no habría denunciado a Falconi, así no habría estado alejada de su familia y amigos. 


Y en su casa no había sido egoísta, porque había trabajado como nadie para que la casa estuviera bonita y ellos estuvieran lo más cómodos posible. No era egoísta. No lo era.


Un vaso apareció a su lado en el fregadero, donde estaba lavando los platos —Gracias. — susurró cogiéndolo y metiéndolo en el agua. Pedro estaba demasiado cerca y sintiendo que la piel se le erizaba, cerró el grifo alejándose— Los lavaré mañana.


—Nena…


—Y creo que lo mejor sería que me llamaras Paula, si no te importa. — dijo sin detenerse—Buenas noches.


Huyó hasta su habitación y apoyándose en la puerta, cerró con llave por primera vez desde que estaba allí, reprimiendo un gemido de dolor que luchaba por salir. Llegó hasta la cama y se tumbó vestida, abrazando la almohada y dejando que las lágrimas fluyeran porque ya no podía contenerlas.






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