viernes, 1 de abril de 2016

REFUGIO: CAPITULO 22




Estaban hablando de cómo habían sobrevivido haciendo pizza, cuando escuchó los ladridos de Lucas y corrió hacia la ventana con el cuchillo en la mano. Cuando vio salir a los chicos del establo, se comió a Pedro con los ojos. Se estaba quitando el sombrero y sonreía a su padre, aunque estaba algo más delgado. Cuando levantó la vista y vio el coche del sheriff, entrecerró los ojos diciéndole algo a su padre, que también perdió la sonrisa caminando más rápidamente hacia la casa. Nerviosa miró al abuelo— Ya están ahí.


—Pues deja el cuchillo, niña. No vaya a ser que terminemos en urgencias.


El sheriff se echó a reír


—¡No tiene gracia! ¡Ni que fuera todo culpa mía!


—Déjame ver, te has pasado más de tres años en protección de testigos por ver lo que no debías, le has pegado un tiro a Pedro y eres la mujer de esta ciudad que tiene las condenas más largas desde que este juez ejerce. ¿Tú qué crees?


—¡Cerrar el pico!


En ese momento se abrió la puerta y ella tiró el cuchillo sobre la encimera por si las moscas y se volvió hacia Armando y Pedro. Armando sonrió acercándose— ¡La muchacha ha vuelto a casa! — se abrazaron sonriendo mientras Pedro se cruzaba de brazos y parecía enfadado. 


No, parecía furioso.


Incómoda se apartó— Hola, Pedro.


—¿Hola Pedro? — su vena de la sien se hinchó— ¿Eso es lo que tienes que decir cuando hace una maldita semana que se cargaron a esos cabrones?


Se puso como un tomate— Ni otra maldita llamada en siete meses, ¿y ahora me dices, hola Pedro? —le gritó fuera de sí —¿A qué has venido?


Esa pregunta la dejó sin palabras. Miró a los chicos, que también parecían algo incómodos por presenciar aquello —Creo que me voy a ir. — dijo el sheriff levantándose.


—No puedes irte. — dijo ella casi sin voz — Si no me puedo quedar…— hizo un gesto con la cabeza para que entendiera.


—¿Qué? ¿Te vas a quedar con él? — preguntó Pedro intentando hacerse el gracioso.


Eso sí que le fastidió a Paula. Después de esperar tanto para verlo, se comportaba así cuando ella sólo quería abrazarlo y besarlo.


—Paula está bajó arresto domiciliario tres meses y una semana. — dijo Ryan dejándolo con la boca abierta— Ha vuelto a atacar a Lorena y ha roto el escaparate de una tienda.


—¿Así que has vuelto para eso? ¿Para vengarte de Lorena? — los gritos de Pedro se debían estar oyendo en Victoria.


—¡Pues no! — Paula se cruzó de brazos— ¡Pero me la encontré de camino!


—¡Pues aquí no te quedas!


—¡Pues muy bien!


—Un momento. — dijo el abuelo mirando a su nieto como si no lo conociera— Esta es mi casa y ella es mi invitada. —Paula miró a Pedro sonriendo— Así que se quedará hasta que a mí me dé la gana, que será cuando termine su condena, si ella quiere.


—¿Yo no tengo nada que decir en esto? — preguntó Pedro muy tenso.


—¿Armando?


El padre de Pedro miró al abuelo— Como acabas de decir es tu casa.


—En serio, ¿vais a dejarla volver cuando no se ha molestado ni en llamarnos para decir que estaba libre de todo? — Pedro estaba furioso y Paula bajó la mirada porque tenía razón. Debería haberles llamado con la buena noticia, pero no sabía si a Pedro le seguía importando, si estaba enfadado por no volverle a llamar, sino la quería… En realidad, Paula estaba hecha un lío, hasta que le había vuelto a ver. En ese momento no tenía ninguna duda de que estaba loca por él. Y como decía su madre lo bueno costaba esfuerzo, así que sonrió provocándole— Abuelo, ¿y puedo pintar la casa?


La vena de Pedro parecía a punto de reventar, mientras que el abuelo se echaba a reír—Claro, hija. Tienes mi permiso para hacer lo que quieras.


—Lo que quiera. — dijo mirando sus ojos azules sintiendo que su sangre corría desbocada por sus venas.


Pedro entrecerró los ojos— ¿Quieres provocarme?


—¿Yo? — Paula se hizo la tonta —Que va. Sólo quiero dejar las cosas claras.


—Pues te voy a dejar yo algo claro. — dio un paso hacia ella y señalándola— ¡No entres en mi habitación y no te cruces en mi camino!


—¿Y si te cruzas tú en el mío? — preguntó descarada haciendo reír a los chicos.


—Te juro que te…


—Cariño, todos saben lo que quieres hacer. No hace falta que te resistas.


Furioso mientras los demás se partían de la risa, se giró y salió de la casa de un portazo— ¿No quieres cenar, cielo? ¡Voy a hacer tortilla española!


Como no contestaba, corrió hacia la puerta y la abrió viéndole ir hacia el garaje de al lado de la casa— ¡No vuelvas muy tarde y no bebas! Está aquí el sheriff, le diré que llame a sus chicos.


—Bien dicho, Paula.


Pedro se giró mirándola como si quisiera matarla y volvió dando grandes zancadas— ¡Beberé lo que me dé la gana! ¡Y me acostaré con quien quiera! ¡Como llevo haciendo ocho malditos meses!


Paula jadeó indignada— ¡Como me entere de que te has acostado con otra, ya puede huir de la ciudad!


—¿Y qué esperabas si primero pensaba que estabas muerta y después no volviste a llamar?


Eso sí que no lo esperaba. Casi le dolió más que la puñalada de Lorena y sus ojos lo reflejaron. Pedro entrecerró los ojos dando un paso hacia ella— Nena…


—¡No me hables! — le gritó furiosa corriendo hacia la casa y cerrando de un portazo.


Sin decir ni pío fue hasta la encimera y reprimiendo las lágrimas, les dio la espalda para seguir con su trabajo. Casi había cortado la patata y cuando terminó, se volvió para ver que los demás la seguían mirando inseguros—Todo está bien. — forzó una sonrisa disimulando.


—No le hagas caso. —dijo Armando algo enfadado— No sé qué le pasa, pero…


La camioneta saliendo a toda velocidad hizo poner los ojos en blanco al sheriff que se levantó a toda prisa —Si me perdonáis…


—¿No irás a detenerlo? — pregunto asustada— Era broma lo de…


—Voy a seguirle, para que no haga ninguna estupidez como meterse en una pelea.


Paula se sonrojó intensamente y el abuelo sonrió— Buenas noches, sheriff.


—Buenas noches a todos.


Paula echó a freír la patata y les dijo— Lo siento.


—¿Por qué? Hiciste lo que creías mejor. Deberíamos ser nosotros lo que te pidiéramos perdón por no haberte protegido. —Armando suspiró— En parte es por eso, ¿sabes? No supo protegerte de Lorena porque la infravaloró. Se siente culpable.


Los miró asombrada— Pero él no tuvo la culpa de eso. Lorena está mal de la cabeza.


—La conoce desde niña y nunca se imaginó que ocurriera algo así. — el abuelo bebió de su cerveza —Y después no llamaste. Desde que se enteró de la muerte de los Falconi, se sube por las paredes porque no has llamado. Pensaba que te había ocurrido algo y no nos habíamos enterado y después pensó que no querías saber nada de él.


La esperanza renació en su pecho— ¿De verdad?


—Sí. Esa tontería de las mujeres no sé por qué lo ha dicho, cuando no ha salido de casa en todo este tiempo. —Armando gruñó molesto— Este hijo mío es idiota.


—No es eso. Está confuso, pero al ver a la chiquilla todos los días, todo volverá a la normalidad.


Paula sonrió más relajada. Saber que no había tenido más relaciones era lo que necesitaba para recuperar la confianza en él. Hizo la tortilla, que era bastante grande y el abuelo comió tres trozos. Era increíble lo que comía ese hombre— ¿Te ha gustado?


—La quiero cada noche. Y mi sopa.


Se echaron a reír cuando se levantó satisfecho. Se despidieron de ella con un beso en la mejilla y sonrió mirando la cocina. Limpió algo el salón y se fue a duchar. 


Las toallas rosas habían desaparecido del baño. Exasperada fue hasta el armario del pasillo y frunció el ceño cuando no las encontró. En su habitación tampoco estaban, pero lo que la dejó atónita es que tampoco estaba ni su ropa, ni su ordenador. Fue hasta la habitación de Armando y llamó esperando que todavía estuviera despierto.


—Pasa.


Abrió la puerta algo preocupada— ¿Dónde están mis cosas?


Ahora el incómodo era él, que sentado en la cama en camiseta dijo —Si hubieras venido antes de ayer…


—¿Las ha tirado? — preguntó atónita— ¿Mi ordenador también?


Armando asintió mirándola como pidiéndole disculpas. Paula tomó aire y asintió— Bien, pues nada. Buenas noches.


—Si necesitas un pijama…


—No te preocupes, le cogeré a él una camiseta.— dijo entre dientes antes de cerrar.


Se duchó y con la toalla de Pedro se secó dejándola tirada en el suelo —Que se fastidie. —dijo yendo desnuda a su habitación y entrando sin ningún pudor.


El muy idiota estaba tumbado en la cama mirando el techo y volvió la vista hacia ella con los ojos como platos. Paula puso los brazos en jarras — ¿No te ibas de juerga?


Pedro se apoyó en los codos para mirar su cicatriz y apretó los labios antes de decir— ¿No te he dicho que no entraras en mi habitación?


—¿Has entrado por la ventana?


—¡Hay puerta de atrás


—Serás ridículo. — dijo yendo hacia su armario y cogiendo una camiseta, poniéndosela enseñándole el trasero — ¡Hasta mañana!


—¡Esa camiseta es mía!


—¡No haber tirado mi ropa! — cerró de un portazo, pero volvió a abrir dejándolo de piedra— ¡Por cierto, me debes un ordenador! ¡Era nuevo!


Sonriendo fue hasta su habitación y cerró encantada de la vida. La colcha de la madre de Pedro estaba allí, así que Carolina había podido arreglarla. Cuando se tumbó en la cama, suspiró mirando al techo. Esperaba que se le pasara el enfado pronto.








REFUGIO: CAPITULO 21





Cuando llegaron, el primero que salió a recibirla fue Lucas. 


Se le subió sobre los hombros lamiéndole la cara y Paula se echó a reír intentando apartarle— ¿Me has echado de menos?


Lucas ladró como si le respondiera, cuando escuchó un silbido y ambos giraron la cabeza hacia el establo donde el abuelo los miraba desde la puerta — ¡Sheriff! ¡Por todos los demonios! ¿Qué has traído?


El sheriff se echó a reír— Me la he encontrado y me ha dado pena dejarla en la ciudad. Me he apiadado de ella y le he dicho que la cobijaríais.


El abuelo se acercaba sonriendo de oreja a oreja y cuando llegó a su lado, abrió los brazos —Bienvenida, chiquilla.


Paula se abrazó a él riendo— ¿Cómo estás, abuelo?


—Muerto de hambre.


—Eso puedo remediarlo. Si hay comida, claro. —le besó en la mejilla muy contenta y cuando le miró a los ojos preguntó ansiosa— ¿Dónde están los demás?


—Trabajando en el norte. Les daremos una sorpresa porque si los llamo ahora sólo llegaran media hora antes. —la cogió por la cintura llevándola dentro —Sheriff, ¿una cerveza? — preguntó sin dejar de mirarla a ella.


—Sí, ya he acabado mi turno.


—Pues venga. Que quiero oír a mi chica todo lo que ha hecho estos meses.


Los hombres se sentaron en la mesa de la cocina y ella puso los ojos en blanco al ver el estado de la casa— Veo que las antiguas costumbres persisten.


—No seas pesada. Ya nos echarás la bronca más tarde o el mes que viene.


Encantada de estar allí, fue hasta la nevera y gimió al ver su estado, pero cogió dos cervezas que les puso en la mesa. Inquieta miraba por la ventana mientras ellos hablaban de cómo la había encontrado. Se sonrojó cuando el abuelo la miró como si hubiera cometido un delito, al decir que estaba bajo arresto otra vez.


— Espero que esta vez le pegaras una buena paliza.


—Pues no, abuelo. — dijo entre dientes — Pero la próxima vez no se me escapa.


—Todavía queda el informe psicológico. Esa chica no está bien. — el sheriff parecía enfadado— Si se demuestra que está mal de la cabeza, el juez le levantará el castigo.


—¡Castigo! ¡Es increíble cuando esa loca me ha apuñalado! ¡Y se estaba comprando un vestido como si nada! Y precioso por cierto, era violeta y…— al ver sus miradas pasmadas hizo un gesto con la mano— Va, no lo entenderíais.


—¿Si el vestido hubiera sido feo, te hubieras sentido mejor? — preguntó el abuelo sonriendo.


—Pues sí, un poco mejor sí. —volvió a mirar por la ventana— ¿No tardan mucho?


—¿Por qué no vas haciendo la cena?


—Sheriff, ¿se queda a cenar?


—No, gracias. Os dejaré en familia. Es una noche especial.


—Mi chica ha vuelto a casa sana y salva.


—Por los pelos. — dijo cogiendo unas patatas de debajo del fregadero.





jueves, 31 de marzo de 2016

REFUGIO: CAPITULO 20





Siete meses después...


Su teléfono móvil sonó de la que iba hacia el trabajo a las ocho y media de la mañana. Era un número que no conocía, pero descolgó igualmente porque estaba esperando una llamada de una entrevista de trabajo— Darwing.


—Ya puedes salir.


—¿Perdón? — se detuvo en seco sorprendida.


—Soy tu contacto— dijo divertido — Evan Logan.


No había recibido noticias suyas desde hacía tanto tiempo que no había reconocido su voz— ¿Seguro?


—Yo estoy seguro de quien soy, pero para que tú estés segura, vete a un ordenador. Ayer liquidaron a los Falconi. Una bomba ha acabado con casi toda la familia.


Se llevó la mano al pecho—¿El padre?


—El padre y casi todos los hijos, excepto uno que tiene sólo nueve años y estudiaba en el extranjero. En París, creo. Eres libre.


Acostumbrada a estar en la sombra y desconfiar tanto tiempo, no se lo creyó del todo— ¿Seguro que puedo volver a mi vida?


—Seguro. Eres libre. Suerte, Paula.


Sonrió cuando la llamó por su nombre y colgó el teléfono sin saber qué hacer. Nerviosa llamó a su primo que descolgó inmediatamente— ¿Es cierto?


—¡Está muerto, Paula! — su primo estaba tan contento que empezó a creérselo. —¿Cuando vuelves?


Se echó a reír como una loca mientras los que pasaban a su lado la miraban alejándose por si lo era— En cuando encuentre vuelo.


—Llámame para ir a recogerte al aeropuerto. Tu madre se echó a llorar como una niña. Se ha quedado dormida en el sofá esperando tu llamada. Espera que la despierto.


Expectante y sin aliento esperó a que Gerardo despertara a su madre— ¿Diga?


—¿Mamá? — se echó a llorar al oírla después de tantos años.


—Oh, mi niña, ¿estás bien?


—Sí, mamá. Lloro de alegría.


—Ven cuanto antes, mi amor. Te estoy esperando.


—Voy para allá. Cogeré el primer vuelo.


Ni se molestó en volver a su piso, porque allí no tenía nada de importancia y corrió por la calle llamando a un taxi. En cuanto se subió con la cara llena de lágrimas, le dijo al taxista emocionada— Al aeropuerto.


—¿Se encuentra bien?


—No he estado mejor en la vida. Vuelvo a casa. Por fin vuelvo a casa.


Pero no era cierto. Después de una semana en casa de su madre, la depresión volvió. Estaba tomando un café sentada en la mesa de la cocina con la mirada perdida, cuando su madre le acarició sus rizos pelirrojos— ¿Qué ocurre, mi amor?


—Nada. — levantó la vista para mirarla y forzó una sonrisa—Estoy bien.


Su madre no era tonta y suspirando se sentó ante ella en la mesa. Se miraron a los ojos, pero Paula apartó la mirada— Has pasado mucho tiempo dando tumbos por el país y esperaba que estuvieras aquí un tiempo, pero puedo ver claramente que tu corazón está en otro lugar.


—Aquí estoy bien. — dijo atropelladamente.


—No me mientas, hija. ¿Es ese hombre? Ese tejano al que te envió Gerardo.


Paula suspiró apartando la taza de café y apoyando los codos sobre la mesa, miró a su madre— Le quiero, pero ya ha tenido bastantes problemas por mí y no sé lo que siente. Hace meses que no sé nada de él y puede que ahora salga con otra o…—se encogió de hombros— no sé…


—¿Y qué temes? Vete y descubre lo que siente.


—Temo tener que volver con el rabo entre las piernas.


Su madre hizo una mueca— Es el riesgo que corres, pero y si dejas pasar al amor de tu vida por cobardía... Tú no eres cobarde, mi amor. Una persona que se enfrenta a la mafia y que ha pasado por lo que tú has pasado, no es una persona a la que le falte el valor.


—¿Y si no me quiere? No sé si podría soportar su rechazo.


—Va, tu padre me rechazó cuatro veces. —Paula abrió los ojos como platos— Y al final cayó. No se pudo resistir a mis encantos. Si es necesario que seas pesada, pues lo eres. Lo que merece la pena, cuesta trabajo. Como tu padre.


—Fuiste feliz con él, ¿verdad?


Los ojos verdes de su madre se llenaron de lágrimas— Los años más felices de mi vida. No habrá otro como él. Ese accidente de tráfico se llevó dos corazones.


—Mamá, no digas eso. — alargó la mano y cogió la suya— Todavía eres joven.


—Cuando conoces un amor como el mío— negó con la cabeza sonriendo con tristeza— es difícil que te vuelvas a enamorar. Por eso te digo que si sientes algo muy fuerte por ese vaquero, muevas el culo hasta allí.


—Sí pero, ¿y tú?


—Yo iré de visita. —dijo sin darle importancia— Y hasta puede que me mude si me dais nietos.


—Primero vamos a ver cómo reacciona, mamá. Pedro tiene un carácter algo especial.



******


Como no sabía cómo iba a ser recibida, cuando llegó a Victoria alquiló un coche. Si iba al rancho en taxi, igual tenía que volver caminando a la ciudad, si estaba cabreado por no haberle dicho dónde estaba meses atrás. Así que más valía prevenir. Estaba conduciendo por la calle principal, cuando se quedó con la boca abierta al ver a Lorena con bolsas de la compra, caminando tranquilamente por la calle. Reía hablando con una mujer mayor que ella, que también era rubia. Atónita la vio entrar en una tienda. Entrecerró los ojos frenando el coche en seco aparcándolo en doble fila. Estaba bajando del coche, cuando el sonido de una sirena la hizo volverse y vio como el sheriff bajaba la ventanilla del copiloto— ¡Paula! No me lo podía creer cuando te he visto.


—¡Disculpe sheriff, pero tengo algo que resolver! — dejándolo con la boca abierta fue hasta la acera y entró en la tienda, sintiendo que se la llevaran los demonios. Esa zorra intentaba matarla y caminaba tranquilamente por la calle. Se iba a enterar.


Al no verla en la tienda, buscó los probadores y con pasos enérgicos caminó hacia ellos mientras la dependienta la interceptaba— ¿Necesita algo?


—De ti no.— dijo apartándola antes de seguir su camino. 


Abrió la enorme cortina granate y allí estaba la muy zorra probándose un modelito violeta. La mujer que iba con ella la miró con los ojos como platos— Está ocupado.


—Ya lo veo. — Lorena al oír su voz, levantó la vista mirándola a través del espejo y palideció. Pero Paula no iba a dejar que esta vez se saliera de rositas, así que la cogió por la melena tirando de ella hacia atrás, mientras la mujer gritaba asombrada que soltara a su hija— ¿Es su hija? — gritó con esfuerzo, tirando del pelo de Paula fuera del probador —¿Y sabe que ha criado a una asesina?


La mujer palideció— Eso son mentiras del pueblo. ¡Lorena no ha hecho nada! Han querido hundir su reputación y ha corrido los rumores sobre esa chica, pero…


—¡Esa chica soy yo, señora! — gritó levantándose la camiseta y enseñando la enorme cicatriz que tenía en el vientre. Lorena sentada en el suelo palideció al ver la cicatriz en el espejo y dejando caer la camiseta se acercó a su oído para decir— Te vas a pasar mucho tiempo en la cárcel, zorra. Les vas a encantar a tus compañeras.


Lorena intentó levantarse y para sorpresa de Paula, corrió hacia la salida mientras su madre se desmayaba, cayendo redonda sobre la moqueta granate. Paula corrió tras ella y se tiró sobre su espalda justo antes de que saliera a la calle. 


Las empleadas las miraban con los ojos como platos, mientras la encargada cogía el teléfono.


—Tranquila, si el sheriff está fuera. — dijo sin aliento mientras Lorena gimoteaba con la cara sobre la moqueta— ¿Te rindes, puta?


—Muérete.


—Eso quisieras. —se levantó cogiéndola por la espalda del vestido, pero Lorena se revolvió, girando de golpe y empujándola sobre un perchero lleno de ropa. Lorena entrecerró los ojos y Paula se preparó para su ataque porque era tan estúpida que creía que ganaría esa vez también. Paula se levantó justo cuando ella iba a lanzarse a la carga y aprovechando la sorpresa, se agachó dándole con la cabeza sobre el estómago. Lo que pasó, es que no se detuvo a tiempo y atravesaron el escaparate cayendo sobre el coche que estaba aparcando en la acera. El sheriff las miró con la boca abierta. Paula se levantaba del suelo, clavándose varios cristales en las manos, mientras que Lorena estaba lloriqueando sobre el capo del coche algo sobre su espalda.


— ¡Espero que te frían, puta! — se volvió hacia el sheriff y sonrió— Esta mujer intentó matarme.


El sheriff levantó una ceja— Lo discutiremos en comisaría.


Esa frase le recordó otra en cierto baile— Es broma, ¿no? ¡Intentó matarme!


—¡De momento solo he visto una agresión y ha sido la tuya hacia ella! ¡A comisaría!


Para su asombro la esposaron a la espalda mientras, otro coche del sheriff aparcaba como podía. Una mujer se bajó del coche entrecerrando los ojos y al verle la cara a Paula sonrió— ¡Has vuelto! Te reconozco por las fotos de busca y captura.


—¡Pues sí! ¿Y para qué? ¡Para que me detengan!


—El juez está deseando verte— dijo la mujer sonriendo — ¿Sabías que el juez Bronson tiene malas pulgas?


—Algo me han dicho. — respondió entre dientes.


—Te has saltado el arresto domiciliario. — dijo el sheriff dejándola atónita.


—No hablarás en serio. ¡Me estaba muriendo!


—Se lo explicarás a él. Seguro que lo perdona.


—¿Seguro? — aquello era surrealista. La mujer, que al parecer se llamaba Melisa, ayudó a meterla en el coche mientras varios curiosos preguntaban qué había ocurrido. Trataban a Lorena como si fuera la víctima y entrecerró los ojos furiosa. En cuanto el sheriff se sentó tras el volante le gritó— ¿Y ella qué?


—Va con mi ayudante. Tranquila, también estará allí— sonriendo encantado arrancó el coche— Eres propensa a meterte en líos, ¿verdad?


Surrealista era poco y replicó— ¿Tú crees?


—Ahora que te has librado de los Falconi, te metes con los Spencer.


—Ella se metió conmigo primero.


—Pues debo decirte que no lo tienes fácil. — dijo el perdiendo algo la sonrisa— No hay pruebas contra ella y tú no estabas, así que…


—Me lo suponía. Pero mi testimonio…


—Es tu palabra contra la suya.


—¿Y el cuchillo?


—Sólo tenía una prueba parcial y ella reconoció que lo había tocado un día que Pedro estaba en la casa.


—¿Era de Pedro? — preguntó asombrada.


—Sí.


Aquello se estaba poniendo mejor por momentos— Bueno, ¿y ahora qué?


—Ahora vamos a hablar con el juez Bronson, para ver qué decide.


Con la suerte que tenía seguro que la enchironaba. Para su sorpresa el juez Bronson parecía que acababa de salir de la universidad. Ella esperaba un carcamal con mala uva, pero era un juez muy joven con mala uva. La vez anterior al leer las declaraciones la había llamado por teléfono, pero esa vez la miraba cara a cara y le puso los pelos de punta.


—Señorita Chaves. ¿Otra vez detenida por agresión?


—¡Señoría, caminaba por la calle como si no hubiera hecho nada! — dijo de los nervios señalando a Lorena, que lloriqueaba como una niña— ¡Intentó matarme!


—¡Eso es mentira! —gritó Lorena saliendo de su estado— ¡Sólo quiere hundirme porque sabe que Pedro me quiere a mí!


El sheriff miró a Lorena como si estuviera mal de la cabeza y el juez también, que inmediatamente dijo— ¿Así que Pedro te quiere a ti?


—Oh, sí. Desde hace años. Está esperando a que crezca.


Ahora sí que Paula la miró como si estuviera loca y realmente a aquella tía le faltaba un tornillo. El juez dijo mirando al sheriff— Necesitamos un informe psicológico. —el sheriff asintió vehementemente —Mientras tanto y puesto que ha habido otra agresión a la señorita Spencer… —dijo mirándola a los ojos— la condeno a tres meses de arresto domiciliario. Eso si no quiere ir a juicio con su abogado…—se le quedó mirando con la boca abierta— Tiene que tener en cuenta que no pienso tolerar en mi juzgado, que alguien se tome la justicia por su mano. ¿Me ha entendido?


—¿La justicia por mi mano? — preguntó furiosa dando un paso hacia él sin pensar. Se levantó la camiseta enseñando la cicatriz— ¿Cree de verdad que me he tomado la justicia por mi mano, inútil de mierda?


Todos se quedaron de piedra al ver la enorme cicatriz. El juez carraspeó desviando la mirada— Tres meses y una semana por desacato. — golpeó con el mazo en el estrado y
se levantó a toda prisa porque temía que se tirara sobre él y durante un momento a Paula se le pasó por la cabeza.


Lorena soltó una risita y se volvió para arrearle otra vez, cuando el sheriff la cogió por el brazo intentando retener la risa —Cálmate.


—¿Que me calme? ¡Me ha arrestado a mí! — gritó asombrada. Entonces se dio cuenta que no tenía domicilio para cumplir la pena y gimió pasándose una mano por la frente —No tengo casa.


—Los Alfonso estarán más que encantados de recibirte.


—¿Seguro?


El sheriff se echó a reír llevándola del brazo y cuando salieron a la calle, entrecerró los ojos cuando vio el coche del sheriff —¿Es una broma? ¿Voy a llegar así a casa después de casi ocho meses?


—Pues sí. Estás bajo arresto.


Al menos dejó que se sentara delante y se mordió el labio inferior a medida que se acercaban al rancho — Tranquila, estarán encantados de verte.