viernes, 1 de abril de 2016

REFUGIO: CAPITULO 22




Estaban hablando de cómo habían sobrevivido haciendo pizza, cuando escuchó los ladridos de Lucas y corrió hacia la ventana con el cuchillo en la mano. Cuando vio salir a los chicos del establo, se comió a Pedro con los ojos. Se estaba quitando el sombrero y sonreía a su padre, aunque estaba algo más delgado. Cuando levantó la vista y vio el coche del sheriff, entrecerró los ojos diciéndole algo a su padre, que también perdió la sonrisa caminando más rápidamente hacia la casa. Nerviosa miró al abuelo— Ya están ahí.


—Pues deja el cuchillo, niña. No vaya a ser que terminemos en urgencias.


El sheriff se echó a reír


—¡No tiene gracia! ¡Ni que fuera todo culpa mía!


—Déjame ver, te has pasado más de tres años en protección de testigos por ver lo que no debías, le has pegado un tiro a Pedro y eres la mujer de esta ciudad que tiene las condenas más largas desde que este juez ejerce. ¿Tú qué crees?


—¡Cerrar el pico!


En ese momento se abrió la puerta y ella tiró el cuchillo sobre la encimera por si las moscas y se volvió hacia Armando y Pedro. Armando sonrió acercándose— ¡La muchacha ha vuelto a casa! — se abrazaron sonriendo mientras Pedro se cruzaba de brazos y parecía enfadado. 


No, parecía furioso.


Incómoda se apartó— Hola, Pedro.


—¿Hola Pedro? — su vena de la sien se hinchó— ¿Eso es lo que tienes que decir cuando hace una maldita semana que se cargaron a esos cabrones?


Se puso como un tomate— Ni otra maldita llamada en siete meses, ¿y ahora me dices, hola Pedro? —le gritó fuera de sí —¿A qué has venido?


Esa pregunta la dejó sin palabras. Miró a los chicos, que también parecían algo incómodos por presenciar aquello —Creo que me voy a ir. — dijo el sheriff levantándose.


—No puedes irte. — dijo ella casi sin voz — Si no me puedo quedar…— hizo un gesto con la cabeza para que entendiera.


—¿Qué? ¿Te vas a quedar con él? — preguntó Pedro intentando hacerse el gracioso.


Eso sí que le fastidió a Paula. Después de esperar tanto para verlo, se comportaba así cuando ella sólo quería abrazarlo y besarlo.


—Paula está bajó arresto domiciliario tres meses y una semana. — dijo Ryan dejándolo con la boca abierta— Ha vuelto a atacar a Lorena y ha roto el escaparate de una tienda.


—¿Así que has vuelto para eso? ¿Para vengarte de Lorena? — los gritos de Pedro se debían estar oyendo en Victoria.


—¡Pues no! — Paula se cruzó de brazos— ¡Pero me la encontré de camino!


—¡Pues aquí no te quedas!


—¡Pues muy bien!


—Un momento. — dijo el abuelo mirando a su nieto como si no lo conociera— Esta es mi casa y ella es mi invitada. —Paula miró a Pedro sonriendo— Así que se quedará hasta que a mí me dé la gana, que será cuando termine su condena, si ella quiere.


—¿Yo no tengo nada que decir en esto? — preguntó Pedro muy tenso.


—¿Armando?


El padre de Pedro miró al abuelo— Como acabas de decir es tu casa.


—En serio, ¿vais a dejarla volver cuando no se ha molestado ni en llamarnos para decir que estaba libre de todo? — Pedro estaba furioso y Paula bajó la mirada porque tenía razón. Debería haberles llamado con la buena noticia, pero no sabía si a Pedro le seguía importando, si estaba enfadado por no volverle a llamar, sino la quería… En realidad, Paula estaba hecha un lío, hasta que le había vuelto a ver. En ese momento no tenía ninguna duda de que estaba loca por él. Y como decía su madre lo bueno costaba esfuerzo, así que sonrió provocándole— Abuelo, ¿y puedo pintar la casa?


La vena de Pedro parecía a punto de reventar, mientras que el abuelo se echaba a reír—Claro, hija. Tienes mi permiso para hacer lo que quieras.


—Lo que quiera. — dijo mirando sus ojos azules sintiendo que su sangre corría desbocada por sus venas.


Pedro entrecerró los ojos— ¿Quieres provocarme?


—¿Yo? — Paula se hizo la tonta —Que va. Sólo quiero dejar las cosas claras.


—Pues te voy a dejar yo algo claro. — dio un paso hacia ella y señalándola— ¡No entres en mi habitación y no te cruces en mi camino!


—¿Y si te cruzas tú en el mío? — preguntó descarada haciendo reír a los chicos.


—Te juro que te…


—Cariño, todos saben lo que quieres hacer. No hace falta que te resistas.


Furioso mientras los demás se partían de la risa, se giró y salió de la casa de un portazo— ¿No quieres cenar, cielo? ¡Voy a hacer tortilla española!


Como no contestaba, corrió hacia la puerta y la abrió viéndole ir hacia el garaje de al lado de la casa— ¡No vuelvas muy tarde y no bebas! Está aquí el sheriff, le diré que llame a sus chicos.


—Bien dicho, Paula.


Pedro se giró mirándola como si quisiera matarla y volvió dando grandes zancadas— ¡Beberé lo que me dé la gana! ¡Y me acostaré con quien quiera! ¡Como llevo haciendo ocho malditos meses!


Paula jadeó indignada— ¡Como me entere de que te has acostado con otra, ya puede huir de la ciudad!


—¿Y qué esperabas si primero pensaba que estabas muerta y después no volviste a llamar?


Eso sí que no lo esperaba. Casi le dolió más que la puñalada de Lorena y sus ojos lo reflejaron. Pedro entrecerró los ojos dando un paso hacia ella— Nena…


—¡No me hables! — le gritó furiosa corriendo hacia la casa y cerrando de un portazo.


Sin decir ni pío fue hasta la encimera y reprimiendo las lágrimas, les dio la espalda para seguir con su trabajo. Casi había cortado la patata y cuando terminó, se volvió para ver que los demás la seguían mirando inseguros—Todo está bien. — forzó una sonrisa disimulando.


—No le hagas caso. —dijo Armando algo enfadado— No sé qué le pasa, pero…


La camioneta saliendo a toda velocidad hizo poner los ojos en blanco al sheriff que se levantó a toda prisa —Si me perdonáis…


—¿No irás a detenerlo? — pregunto asustada— Era broma lo de…


—Voy a seguirle, para que no haga ninguna estupidez como meterse en una pelea.


Paula se sonrojó intensamente y el abuelo sonrió— Buenas noches, sheriff.


—Buenas noches a todos.


Paula echó a freír la patata y les dijo— Lo siento.


—¿Por qué? Hiciste lo que creías mejor. Deberíamos ser nosotros lo que te pidiéramos perdón por no haberte protegido. —Armando suspiró— En parte es por eso, ¿sabes? No supo protegerte de Lorena porque la infravaloró. Se siente culpable.


Los miró asombrada— Pero él no tuvo la culpa de eso. Lorena está mal de la cabeza.


—La conoce desde niña y nunca se imaginó que ocurriera algo así. — el abuelo bebió de su cerveza —Y después no llamaste. Desde que se enteró de la muerte de los Falconi, se sube por las paredes porque no has llamado. Pensaba que te había ocurrido algo y no nos habíamos enterado y después pensó que no querías saber nada de él.


La esperanza renació en su pecho— ¿De verdad?


—Sí. Esa tontería de las mujeres no sé por qué lo ha dicho, cuando no ha salido de casa en todo este tiempo. —Armando gruñó molesto— Este hijo mío es idiota.


—No es eso. Está confuso, pero al ver a la chiquilla todos los días, todo volverá a la normalidad.


Paula sonrió más relajada. Saber que no había tenido más relaciones era lo que necesitaba para recuperar la confianza en él. Hizo la tortilla, que era bastante grande y el abuelo comió tres trozos. Era increíble lo que comía ese hombre— ¿Te ha gustado?


—La quiero cada noche. Y mi sopa.


Se echaron a reír cuando se levantó satisfecho. Se despidieron de ella con un beso en la mejilla y sonrió mirando la cocina. Limpió algo el salón y se fue a duchar. 


Las toallas rosas habían desaparecido del baño. Exasperada fue hasta el armario del pasillo y frunció el ceño cuando no las encontró. En su habitación tampoco estaban, pero lo que la dejó atónita es que tampoco estaba ni su ropa, ni su ordenador. Fue hasta la habitación de Armando y llamó esperando que todavía estuviera despierto.


—Pasa.


Abrió la puerta algo preocupada— ¿Dónde están mis cosas?


Ahora el incómodo era él, que sentado en la cama en camiseta dijo —Si hubieras venido antes de ayer…


—¿Las ha tirado? — preguntó atónita— ¿Mi ordenador también?


Armando asintió mirándola como pidiéndole disculpas. Paula tomó aire y asintió— Bien, pues nada. Buenas noches.


—Si necesitas un pijama…


—No te preocupes, le cogeré a él una camiseta.— dijo entre dientes antes de cerrar.


Se duchó y con la toalla de Pedro se secó dejándola tirada en el suelo —Que se fastidie. —dijo yendo desnuda a su habitación y entrando sin ningún pudor.


El muy idiota estaba tumbado en la cama mirando el techo y volvió la vista hacia ella con los ojos como platos. Paula puso los brazos en jarras — ¿No te ibas de juerga?


Pedro se apoyó en los codos para mirar su cicatriz y apretó los labios antes de decir— ¿No te he dicho que no entraras en mi habitación?


—¿Has entrado por la ventana?


—¡Hay puerta de atrás


—Serás ridículo. — dijo yendo hacia su armario y cogiendo una camiseta, poniéndosela enseñándole el trasero — ¡Hasta mañana!


—¡Esa camiseta es mía!


—¡No haber tirado mi ropa! — cerró de un portazo, pero volvió a abrir dejándolo de piedra— ¡Por cierto, me debes un ordenador! ¡Era nuevo!


Sonriendo fue hasta su habitación y cerró encantada de la vida. La colcha de la madre de Pedro estaba allí, así que Carolina había podido arreglarla. Cuando se tumbó en la cama, suspiró mirando al techo. Esperaba que se le pasara el enfado pronto.








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