jueves, 31 de marzo de 2016

REFUGIO: CAPITULO 19




Tres semanas después estaba en su nuevo apartamento en los Ángeles, mirando por la ventana los cubos de basura del callejón. Nada que ver con la vista que tenía desde el porche de Pedro. Suspiró pensando en él. Seguramente ya se había olvidado de ella.


—Ya está. — dijo Gerardo tras ella.


Plantó una sonrisa en su cara y se volvió para verlo al lado de su maleta mirándola indeciso — Hablaré con tu madre cuando llegue, para decirle que estás bien sin explicarle dónde estás.


—Gracias. — sus ojos se llenaron de lágrimas ante la perspectiva de estar sola otra vez y su primo abrió los brazos. Se acercó a toda prisa y le abrazó— Gracias por todo. Siempre puedo contar contigo.


—Siempre podrás contar conmigo. —la apretó contra él. —Llámame si me necesitas.


Los dos sabían que esas palabras indicaban que debía estar en peligro de verdad y asintió separándose —Dale un beso a mamá de mi parte. — dijo limpiándose las lágrimas— Y dile que la quiero.


—Se lo diré. — cogió su maleta y fue hasta la puerta— Cuídate mucho.


—Te quiero.


—Y yo a ti, enana. — sonrió con tristeza y salió al pasillo.


Paula apretó los labios cerrando la puerta tras él. Miró su minúsculo apartamento que para ser en los Ángeles tenía poca luz y les dio un repaso a los muebles que eran horribles— Volver a empezar. — susurró otra vez yendo hasta la ventana para mirar al exterior.


Como todavía tenía las revisiones no podía trabajar, así que se pasaba en aquel piso muchas horas al día. Sólo salía por la mañana para hacer algo de compra y dar un paseo para ganar fuerzas. La depresión hizo mella en ella, porque se encontraba mucho peor que al principio. Echaba de menos a todos, a su familia, a los Alfonso, pero sobre todo a Pedro


Lloraba por nada y estaba muy delgada, porque no le apetecía ni comer.


Su contacto en protección de testigos le consiguió un trabajo en una pizzería y ella estaba indignada. Aunque su jefe estaba encantado con ella, porque la clientela se había duplicado. Llegaba agotada a casa y sólo quería dormir, porque cuando dormía veía a Pedro y el dolor que tenía en el pecho se reducía.


Pasaron los meses y Paula se fue amoldando a su nueva vida. No tenía ordenador porque se había quedado en la casa de los Alfonso y con lo que ganaba sólo le daba para sobrevivir, así que no podía comprarse otro. De vez en cuando se iba a un cibercafé para mirar si había alguna noticia sobre la zona de Victoria, que le dijera algo de Pedro


No le extrañó no encontrar nada sobre Lorena, porque al haber desaparecido seguro que nadie la había acusado de nada. Sonrió cuando encontró una noticia sobre la señora Swan. Era una entrevista sobre las clases que daba y estaba pensando en aumentar las actividades a otro día. La mujer explicaba que era tal el éxito que habían tenido, que darían clase de yoga para que las amas de casa se relajaran. Paula suspiró pensando que estaría encantada de ir a esas clases con Carolina y las demás. Se preguntó qué sería de ella le pues le había pegado un susto terrible. Entonces le dio un vuelco el corazón. En ella podía confiar. Lo sabía. Buscó su nombre en el listín telefónico y lo apuntó en una servilleta del cibercafé. Caminó diez manzanas y de los nervios descolgó el auricular de un teléfono público, pensando en si era buena idea. Lo volvió a colgar suspirando mientras sentía que su corazón iba a mil por hora, pero se moría por tener noticias de Pedro, así que marcó antes de arrepentirse.


—Casa de los Red. — la voz de un niño pequeño le hizo sonreír.


—¿Está tu mamá?


—Mamá está en clase de pintura. Va a copiar algo de Gong gong. Yo le he dicho que no es bueno que copie. En el cole no nos dejan copiar.


—Ah. —divertida añadió— Vale, entonces llamaré más tarde.


—Vale, ¿le digo tu nombre?


—Dile que Paula ha llamado.


—¿Con quién hablas, Matt? — preguntó la voz de un hombre. Colgó el teléfono antes de que Bill se pusiera al teléfono.


Increíblemente hablar con Matt la hizo sentir mucho mejor y se fue a comer una hamburguesa. Nerviosa no pudo acabársela, pero hacía mucho que no comía tanto, así que no le dio importancia. Más nerviosa que antes, cuando habían pasado dos horas marcó el número y esperó mirando a su alrededor. Un patinador pasó a su lado casi rozándola — ¿Casa de los Red?


Sonrió al oír a Matt— ¿Está tu madre?


— ¿Eres Paula?


Le arrebataron el teléfono — ¿Eres tú? —la voz ansiosa de Carolina le indicó que se esperaba que fuera ella— ¿Paula? ¿Estás ahí?


—Sí, estoy aquí. — respondió sonriendo.


—Dios mío, gracias a Dios. ¿Estás bien?


—Mucho mejor, aunque ha sido duro y muy largo.


—No parecía que fueras a lograrlo. — dijo Carolina emocionada— Dios mío, Pedro se va a poner como loco.


—¿Cómo está? ¿Cómo están todos? — la ansiedad de su voz hizo que Carolina respondiera a toda prisa.


—Bien. El abuelo ha estado algo resfriado, pero bien. Estaban muy disgustados, sobre todo por no saber en qué había acabado todo. Armando estaba convencido que no lo habías logrado y lloró como un niño.


Los ojos de Paula se llenaron de lágrimas— Diles que estoy bien y que en cuanto pueda les llamaré.


—Pueden hablar contigo desde aquí. — se ofreció Carolina —Sería seguro, ¿no? Nadie sabe…


No era mala idea y apretó el teléfono— ¿No te importa?


—Claro que no.


—Mañana a las siete llamaré.


—Organizaré una cena para que tengan excusa para venir.


—No les digas nada. Que sea una sorpresa. —sugirió emocionada.


—Genial. Hasta mañana, Paula.


—Hasta mañana. Y gracias, eres genial.


—Tonterías.



***


Esa noche no pegó ojo y muy nerviosa a las siete, hora de Victoria, marcó el teléfono desde una cabina pública en una calle distinta que la vez anterior. En el segundo tono se dio cuenta que sus manos temblaban y apretó el auricular con ambas manos— Rancho de los Red.


La voz indiferente de Pedro le provocó un vuelco al corazón y tuvo que tragar saliva antes de decir—Hola, descarado.


Escuchó que la respiración de Pedro se cortaba— ¿Nena? Cielo, ¿eres tú?


—Sí. — se emocionó y se volvió para que las personas que caminaban por la calle no la vieran— Soy yo.


—Dios mío. ¿Estás bien?


—¿Quién es? — preguntó el abuelo tras él, provocando que ella sonriera.


—¿Es la niña? — Armando no se lo podía creer.


—¡Silencio, no la oigo! ¿Sigues ahí?


—Sí, estoy bien. — respondió divertida— Gerardo dice que todavía le debes el favor.


—¿Dónde estás? Dímelo nena y voy a por ti.


—Las cosas están bien como están. Es lo mejor para todos.


—¡Dime dónde estás! —gritó Pedro fuera de sí.


Paula ya no pudo retener las lágrimas— Sólo llamo para que sepas que estoy bien. No te voy a decir donde estoy, así que no insistas. Ahora ponme con el abuelo. Quiero hablar con él. — se limpió la mejilla escuchando como pasaba el teléfono — Hola, abuelo.


—¡Niña, no he tenido un desayuno decente desde que esa bruja te hizo eso!


—Pues lo siento mucho, pero no voy a poder hacer nada, abuelo. —soltó una risita porque no cambiaría nunca— ¿Te encuentras bien? Me han dicho que has estado resfriado.


—Va, una tontería, niña. ¿Cómo estás tú? ¿Tan bonita como siempre?


Paula dijo sin poder evitar llorar— No tanto, pero no estoy mal.


—No llores, niña. Vuelve a casa.


Alguien le arrebató el teléfono al abuelo— Nena, dime dónde estás.


—No puedo. Dale un beso a todos de mi parte…— se quedó en silencio unos segundos escuchando su respiración— Tengo que colgar.


—Sobre Lorena…


—Me da igual Lorena. —y era cierto. Debía ser que cuando machacaban tu vida llegaba un punto que ya todo daba igual — ¿Estás bien?


—Sí, cielo. Estoy bien y ahora que sé que estás recuperada mucho mejor.


Paula sorbió por la nariz —Te echo de menos.


—¡Joder, dime dónde estás!


—Adiós, Paula — colgar ese teléfono fue lo más difícil que había hecho en la vida.





REFUGIO: CAPITULO 18





Abrió los ojos mientras la trasladaban en el helicóptero, pero la mareó y los volvió a cerrar, sintiéndose mucho mejor. La siguiente vez que se despertó, vio a un hombre con una bata blanca, hablando con otro que llevaba un traje negro. Ambos estaban muy serios y ella al no reconocerlos, volvió a dejarse llevar por el sueño. Los ojos azules de Pedro y los momentos que habían pasado juntos, la acompañaron durante esas horas de inconsciencia. También tuvo sueños de cuando era niña y su madre la enseñaba a cocinar los fines de semana. Vio a su primo Gerardo tirándole de la trenza, mientras corrían por el jardín y como le había dicho a un chico en el instituto que le gustaba, mientras sus amigas soltaban risitas tontas y él le decía que quedaran el sábado. 


Tuvo sueños de todos los momentos de su vida donde fue realmente feliz y muchos tenían que ver con Pedro. En como la miraba mientras hacían el amor o en como la reñía, para luego besarla hasta dejarla atontada. Suspiró en sueños sintiendo el roce de sus labios y alguien le acarició la mano. 


Cuando abrió los ojos vio a su primo sentado a su lado y se sorprendió mirando a su alrededor— Hola, enana.
 — dijo sonriendo mirándola con sus mismos ojos verdes— ¿Te duele?


—Estoy viva. — dijo asombrada haciéndole perder la sonrisa.


—Sí. Por los pelos, pero estás viva. Han tenido que recomponerte. Tenías dañado el intestino y parte del estómago. Es un milagro que hayas sobrevivido.


Asintió entendiendo todo lo que le decía— ¿Pero me pondré bien?


—Creen que sí. — le apretó la mano y ella le correspondió —En menudo lío te has metido.


—Como siempre. — hizo una mueca mirando a su alrededor —¿Dónde estoy? ¿Estoy en Victoria?


Gerardo se enderezó en la silla y dijo— En los Ángeles.


Abrió los ojos como platos— ¿Y cómo he llegado hasta aquí?


—En cuanto salió tu nombre en el ingreso, llegaron los de la fiscalía y protección de testigos. Se te llevaron en cuanto pudieron trasladarte.


—¿Y Pedro y el abuelo? — asustada se movió sin querer haciendo un gesto de dolor —¿Y Armando?


—Tranquila. —le acarició el hombro para que se tranquilizara— Tienes una convalecencia muy dura por delante y era lo mejor. Sacarte de allí, donde ya estabas expuesta y traerte a un sitio seguro. Por cierto, te llamas Mara Darwing.


—¿Y tú?


—Yo como trabajo para el departamento de policía, me han dado permiso para estar contigo durante una temporada, diciendo que soy tu hermano. Por primera vez es una suerte que los dos seamos pelirrojos.


—¿Pedro sabe que estoy bien?


Gerardo negó con la cabeza — No sabe nada de ti desde hace diez días.


—¡Diez días! ¿Y mamá?


—Tu madre no sabe nada. Ni siquiera que has sido apuñalada.


Suspiró de alivio y cerró los ojos— Tienes que hablar con Pedro, no quiero que se preocupe.


—Debería haberte cuidado mejor, para no tener que preocuparse. —dijo cortante— Me ha decepcionado y me seguirá debiendo un favor.


—No hables así. ¡Pedro ha hecho lo que ha podido! He puesto a su familia en peligro y no tenías derecho a ponerle en ese compromiso. — le fulminó con sus ojos verdes —Además me apuñaló la loca de la vecina, que parecía una mosquita muerta para luego demostrar que está como un cencerro.


Gerardo sonrió— ¿Le estás defendiendo?


—¡Sí! ¡Y cómo te metas con él, seré yo la que te tire de los pelos! ¡Ahora saca tu móvil y llámalo, que quiero hablar con él!


—Eso no va a poder ser.


Lo miró asombrada— ¿Por qué?


—Porque no puedes ponerte en contacto con nadie de tus vidas anteriores. Estás en protección de testigos.


—¿Es una broma?


—No. Se ha filtrado a la prensa tu nombre y cierta historia sobre que querían sacar a la luz tu paradero para que Terminator te liquidara. Entonces salió a la relucir el juicio con los Falconi y vuelves a estar en primera línea, siendo ellos los principales sospechosos. Ahora no les queda más remedio que protegerte por la cuenta que les trae.


—No voy a volver a estar encerrada para que los cojan. Parece que la delincuente soy yo y estoy harta. — cerró los ojos agotada.


—Buscaremos una solución. Ahora duerme.


—Llama a Pedro. No quiero que se preocupe por mí. Dile que le llamaré cuando pueda.


—Paula…— la voz de advertencia de Gerardo hizo que abriera los ojos— Le dejaré el mensaje, pero nada más. ¿Me has entendido? Casi te perdemos y no quiero tener que decirle a tu madre, que te has ido al otro barrio por tus inconsciencias. Y me harás caso, porque esta vez pienso hacer lo que sea para que te libres de todo. Sea legal o ilegal.


—No digas eso. — le apretó la mano— Debes defender la ley. Es tu trabajo.


—Menuda mierda de trabajo, que no puedo ni ayudar a mi prima. —su primo suspiró y se dio cuenta que estaba agotado —Ahora duérmete, para que pueda echar una cabezadita.


—Gracias. — susurró mirando sus ojos.


—Cuando me toque a mí, tú estarás ahí.


—No creas. — respondió sonriendo.



***


Al día siguiente en cuanto se despertó, le preguntó a su primo si había llamado a Pedro, pero su primo le respondió que no había tenido tiempo a ir a un teléfono libre de sospechas. Pasaron cuatro días y empezó a cabrearse— Llámale ahora mismo, ¿me oyes?


—Estoy esperando a encontrar…


—Pues búscalo de una puñetera vez o me arrastro de la cama, para llamar desde el primer móvil que le encuentre a una vieja.


Gerardo sonrió— Lo buscaré y le llamaré para que se quede tranquilo.



****


Al día siguiente le hicieron una prueba para comprobar su tránsito intestinal y la dejaron hecha un trapo, así que no tuvo ganas de hablar con nadie. Su médico quedó muy contenta con el resultado — En diez días saldrás de aquí.


—¿Diez días? — ¿eso no era mucho?


—Sí. En un par de días empezaremos ingiriendo líquidos, a ver qué tal.


—Empezaré yo, porque no la veo a usted tomando sólo líquidos. — refunfuñó molesta. La doctora le guiñó un ojo justo antes de salir y Gerardo la miró divertido— ¿Qué? Que sea tan risueña me pone de los nervios.


Gerardo levantó las manos pidiendo paz—De acuerdo, gruñona. — fue hasta la puerta y la abrió — Me largo a comer una hamburguesa.


—¡Serás imbécil! ¡Espero que se te atragante! — le gritó desgañitada muerta de hambre cogiendo el mando de la tele.


Cuando volvió se había quedado dormida viendo una telenovela. Pero al día siguiente volvió a la carga— ¿Has llamado a Pedro?


Su primo suspiró y se sentó en la silla a su lado cogiéndole la mano— No puedo llamarle, Paula.


—¿Por qué?


La miró a los ojos— No voy a ponerles en peligro, porque tendrán los teléfonos pinchados. Y tampoco pienso ponerte en riesgo a ti si descubren que la llamada procede de los Ángeles.


Los ojos de Paula se llenaron de lágrimas— Pero no saben lo que ha pasado…— dijo angustiada— No saben que estoy bien y…


—¡Si no piensas en tu seguridad, piensa en la suya, Paula!


Sintió un nudo en el estómago y miró al techo. Su primo tenía razón, pero le daba tanta rabia no poder decirles que estaba bien, que se iba a recuperar…


Recordó todas las veces que había querido irse para protegerles y ahora se empeñaba en ponerse en contacto con ellos, con lo peligroso que era. Miró a su primo y asintió forzando una sonrisa.


— Es lo mejor para todos. Cuando se solucione puedes hablar con ellos y explicárselo.


—Sí. Hablaré con ellos y lo entenderán.


—Claro que lo entenderán. — Gerardo sonrió porque al fin la había convencido.


—¿Por qué te debía un favor, Pedro?


Gerardo sonrió— Hace unos años, yo era un novato en el ejército y él era seal, de operaciones especiales. — Paula asintió— Estábamos en una cantina del ejército y una de las camareras entró en el baño tras él. Yo lo vi y me pareció que esa tía le iba a buscar problemas al teniente, porque Pedro no la había mirado en ningún momento.


—¿Era teniente?


—Sí. Uno de los mejores. — parecía orgulloso de él y Paula sonrió— Se rumoreaba que tenía un rancho y la tía quería sacar tajada. Cuando entré en el baño, me la encontré rompiéndose la camiseta— Paula se quedó con la boca abierta— Iba a denunciarlo y cuando vi lo que estaba haciendo, le dije que yo testificaría. La tía salió corriendo y no la volvimos a ver en la cantina.


—La intimidaste.


—La cara de Pedro al verla romperse la camiseta también daba miedo. Pero él sabía que sino llega a ser por mí, hubiera sido su palabra contra la esa mujer y es un hombre
de palabra. Me dijo que me debía una y yo me la cobré.


—¡Pero si no hiciste nada! — dijo indignada— ¡Los favores no son comparables!


—Estaba en el ejército. —dijo molesto— ¡Se hubiera metido en un lío de mil demonios!


—Aprovechado. — enfadada entrecerró los ojos— Te has pasado de la raya.


—¡Si ni siquiera te protegió! — gritó furioso — ¡Todavía me debe el favor!


—¡Y una mierda! ¡Cómo me entere de que le vuelves a molestar, te retuerzo las orejas! ¿Me oyes?


—Ya veremos.


—¡No veremos nada! ¡Prométemelo!


—No.


—¡Gerardo!


—He dicho que no. Ahora dame el mando de la tele, que tú sólo pones chorradas.


—¡Es mío!


Se pusieron a discutir como si tuvieran otra vez once años y la enfermera sonrió al verlos antes de echarles la bronca como si fuera su madre.






miércoles, 30 de marzo de 2016

REFUGIO: CAPITULO 17





Increíblemente se durmió y no escuchó como Pedro se levantaba. Cuando abrió los ojos suspiró agotada mirando muñeca — ¡Armando! ¡Tengo que ir al baño!


Escuchó pasos por el pasillo y suspiró de alivio al ver al abuelo masticando— Abuelo, ¿qué estás comiendo?


—Nada. — respondió con la boca llena.


—¡No serán profiteroles!


—¡No has hecho el desayuno! — protestó abriendo las esposas.


Saltó de la cama— ¡Estaba durmiendo! ¡Haberme despertado!


—¿Para qué? Había profiteroles. —bufó yendo hacia el baño —¡No intentes escapar por la ventana! — gritó el abuelo— ¡El sheriff está fuera!


—Estupendo. — dijo cerrando la puerta y viendo el cristal roto de la ventana. Había sangre en la bañera y se quedó de piedra. Entonces salió del baño y caminó por el pasillo pálida al ver que en su habitación había sangre sobre la cama y el suelo. En la habitación de Armando había un reguero de sangre desde la puerta e iba por el pasillo llegando hacia el salón. Al llegar a la cocina, vio en el porche al sheriff hablando con Pedro— Hazme caso, Pedro.


—Bajar la voz. La niña está en el baño. — dijo el abuelo regañándolos.


—Tienes que entrar en razón. Vendrán más y puede que esa vez no tengamos tanta suerte. Son profesionales y no cejarán. —Pedro asintió muy serio— Llamaré a un amigo que tengo en el FBI y solucionará el asunto.


—¿Cómo? ¿Encerrándola con una vida falsa? Eso no es vida.


—¡Al menos tendrá una vida! ¡Podía haber tenido aquí una vida normal sino hubiera sido por el aviso que vio mi sobrina! ¡Me ha confesado por la mañana, al enterarse del ataque, que colgaron un video de la fiesta en Internet! ¡Subieron toda la pelea!


Pedro se tensó— ¿Me estás diciendo que Lorena y sus amigas han puesto en peligro a Paula?


Pedro, tenemos un problema mucho más gordo que ese.


—Que un amigo te traicione, me parece un problema muy serio. Pero tienes razón, Paula es más importante y no se va a ir.


Pero Paula ya no escuchaba. ¡Después de haber hablado con Pedro varias veces de su problema, Lorena la había delatado! Esa chica estaba loca. ¿Es que acaso no se daba cuenta de que había puesto a los Alfonso en peligro? La furia la recorrió y entrecerró los ojos pensando que cuando la pillara ya podía correr. Esa vez terminaría en la cárcel, porque le haría una cara nueva a esa pija consentida. 


Disimuladamente volvió hacia el baño y miró con rabia aquella sangre derramada por el capricho de una malcriada. 


Se iba a enterar.


Una hora después estaba frotando la sangre del pasillo cuando Pedro la vio— Nena, ¿qué haces?


—Limpiar. — respondió sin mirarlo.


—Una mujer iba a venir a limpiarlo todo. — dijo cogiéndola del brazo— Pensaba que habías vuelto a la cama.


—Tengo que limpiarlo ya. — dijo soltando su brazo y pasando otra vez la bayeta sobre el suelo de madera. —Sino va a quedar la marca.


—Déjalo Paula. — la levantó sin esfuerzo y ella le miró enfadada— Lo hará otra persona.


—¿Por qué? ¡Es culpa mía que esté ahí! ¡Tengo que limpiarlo! ¡Además me dijiste que era mi trabajo mientras estuviera aquí! — sus ojos se llenaron de lágrimas— Todo es culpa mía. La casa está hecha un desastre y casi os matan. ¡Y van a volver! — gritó casi histérica con el trapo lleno de sangre en la mano —Y encima sólo te causo problemas. ¡Ahora seguro que riñes con Lorena por mi culpa, aunque es una hija de puta, pero no habías tenido problemas con ella hasta que llegué yo!


—Vale, hora de descansar. — dijo Pedro mirándola preocupado, quitándole el trapo y los guantes— Ahora te vas a duchar y vas a acostarte un rato.


—¿Acostarme con todo lo que tengo que hacer? — preguntó exaltada.


Armando apareció con un vaso de agua y una pastilla en la mano— Tómate esto.


—¿Qué es? —preguntó con desconfianza.


—Un tranquilizante que me dio el médico que te reconoció ayer, en caso de que pasara esto. — dijo tranquilamente— Estarás como nueva en diez minutos.


—¿Crees que lo necesito?


Ambos asintieron y Armando le metió la píldora en la boca como si fuera una niña. Pedro la llevó hasta el baño, que ya estaba impecable y le quitó la camiseta y los pantalones cortos antes de abrir el agua de la ducha.


El agua templada le sentó tan bien que después de unos minutos sonreía relajada— ¿Mejor? — Pedro la ayudó a salir y la secó con una gran toalla rosa.


—¿Mejor de qué? — preguntó sin poder concentrarse en nada.


Pedro sonrió y sorprendiéndola la cogió en brazos. La llevó a su habitación que era la única que estaba intacta aparte de la del abuelo. La tumbó sobre la cama y le quitó la toalla antes de cubrirla con la sábana. Le acarició los rizos pelirrojos y ronroneando como un gatito movió la cabeza para darle mejor acceso—Nena, ¿serás buena y no te vas a escapar?


—¿Qué? — los ojos se le cerraban sintiendo mucho sueño.


—No, supongo que no. — la besó en los labios suavemente y cuando Pedro se apartó, ya estaba dormida.



****


Escuchó un canturreo y frunció el ceño porque la mujer que cantaba, lo hacía fatal. Se sentó en la cama dejando caer la sábana que la cubría y miró a su alrededor. Estaba algo densa y no terminaba de despejarse. Se bajó de la cama y fue hasta el armario de Pedro cogiendo una camiseta blanca de las viejas, que le llegaba a la mitad del muslo. Al caminar sobre el suelo hizo una mueca pensando que tenía que pasar la aspiradora. Abrió la puerta y frunció el ceño al oír la canción más alto. Siguió el sonido que suponía que era una canción de Sinatra, cuando vio a una mujer de su edad en la cocina, haciendo lo que suponía que era la cena. La mujer estaba pelando unas zanahorias y levantó la vista cuando Paula se acercó —Hola— la saludó sonriendo abiertamente.


—Hola— respondió incómoda— ¿Quién eres?


—Soy Carolina. —se limpió las manos con un trapo y se acercó a ella para darle la mano —He venido a echarte una mano. Al parecer ha habido problemas, ¿no?


—Sí, puedes llamarlo así.


—¿Tienes hambre? Has pasado muchas horas durmiendo. Los jefes me han dicho que no te moleste, así que no he pasado la aspiradora.


—No tengo mucha hambre. —dijo todavía algo espesa mirando a su alrededor. Se veían en la pared del salón varios disparos.


—Pues te voy a poner algo. Aunque en una hora serviré la cena.


—¿Te vas a quedar? — preguntó sorprendida.


—No, yo me iré a mi casa. — Carolina, que tenía un cabello negro largo hasta la cadera y unos ojos negros muy expresivos, sonrió— Mi Bill no quiere que llegue a casa después de oscurecer.


Aliviada se sentó en una de las sillas— ¿Eres la esposa de Bill?


—Sí, desde hace diez años. —Paula alucinó. Debía tener veintiocho años. Al ver su expresión Carolina se echó a reír— Me case con dieciséis.


—¡Qué joven!


—Sí y ya tengo cinco niños. Cinco soles.


—¿Cinco?


Carolina le guiñó un ojo— Y lo que venga.


—Debes tener mucha energía.


La chica se echó a reír a carcajadas asintiendo— Sí, la necesito. Mi Bill dice que debemos poner remedio o con cuarenta tendremos quince. Pero yo le digo que los hijos son una bendición de Dios y que si somos ricos en algo, será en hijos.


Y encima iba a ayudarla a ella cuando debía tener mil cosas que hacer en su casa. Se levantó y le dijo— Carolina, no hace falta…


—¡Siéntate! — le ordenó señalándola con la cuchara de madera que tenía en la mano. Paula lo hizo en el acto y Carolina sonrió— No falla. Es la mirada del tigre.


—¿Y la practicas mucho?


—Todos los días al menos diez veces. La he ido perfeccionando a lo largo de los años. — le acercó un cuenco y Paula miró su contenido. Parecía una especie de sopa — Come. Entretendrá el hambre hasta la cena. Paula cogió la cuchara y la hundió en la sopa. Al probarla asintió porque estaba deliciosa. Tenía pollo y algo de pasta. Carolina sonrió— Me alegra que te guste. Sé que eres una cocinera de primera.


—Tú tampoco lo haces mal.


—Gracias. Por cierto, tendréis que cambiar algunas cosas. La mesa de café del salón no creo que tenga arreglo y hay dos cristales rotos en las habitaciones. He lavado tu edredón, pero no creo que se salve. La sangre estaba casi seca.


—¡Oh, no! Esa colcha la hizo la madre de Pedro.


—Veremos lo que pasa. Sino pediré consejo a la señora Swan, que sabe mucho de estas cosas.


—¿La señora Swan?


—Oh, sí. Es la mujer del director del colegio de primaria. —respondió sin dejar de trabajar— Dirige unas clases de manualidades dos días a la semana. Pintura y patchwork. Es el único momento en el que tengo un respiro de la casa y me encanta.


Los ojos de Paula brillaron —Es genial. Me encantaría…— entonces perdió la sonrisa, pensando que ella no debía mezclarse con la comunidad y Carolina apretó los labios entendiéndola— Me voy a vestir.


Cuando entró en su habitación, se dio cuenta que ella nunca tendría una vida normal mientras la siguieran persiguiendo. 


Y mucho menos allí, que ya sabían quién era y lo que le podía pasar. Debía irse y los ojos se le llenaron de lágrimas, frustrada porque quería quedarse. Quería hacerle postres al abuelo y charlar con Armando por la noche antes de acostarse. Quería arreglar la casa y ver el nuevo cuarto de baño. Pero sobre todo quería estar con Pedro el resto de su vida. Se había enamorado de él y la aterrorizaba que le pasara algo por su culpa.


Se vistió con unos pantalones vaqueros y una camiseta de tirantes pensando en qué hacer, cuando un ruido tras ella la hizo volverse para recibir un golpe en el estómago que la traspasó de dolor. Asombrada miró su vientre donde tenía un cuchillo clavado. Levantó la vista lentamente para ver a Lorena mirándola con una sonrisa en la boca antes de cogerla por los hombros y acercar su boca su oído— Ahora ya no serás un problema para nadie. — dijo antes de empujarla sobre la cama y dirigirse tranquilamente hacia la ventana, por la que salió sin mirarla de nuevo.


No sabía lo que le pasaba, pues el pánico hasta le impedía gritar pidiendo ayuda. Una lágrima cayó por su sien y miró de nuevo hacia abajo, donde el mango del cuchillo sobresalía y la sangre salía sin control. ¡Se iba a morir! Tomó aire y sin darse cuenta de lo que hacía, gritó desgarradoramente mientras empezaba a temblar de pánico, viendo como la sangre salía del borde el cuchillo. No lloraba por el dolor que era horrible, lloraba porque ya no tendría la oportunidad de estar con Pedro nunca más. Cerró los ojos mientras escuchaba que Carolina la buscaba por la casa abriendo las puertas llamándola a gritos, hasta que llego a su habitación. Gritó horrorizada cuando la vio y salió corriendo sin acercarse. Paula tomó aire y levantó una mano llena de sangre pensando que igual Lorena tenía razón. Ya no sería un problema para nadie. Ni para los Falconi, ni para Pedro, ni para su familia, que llevaba preocupada por ella tres malditos años. Cerró los ojos sin darse cuenta que dos enormes lagrimas corrían por sus mejillas, ni que gimoteaba de dolor.


—¡Paula! — Carolina entró en la habitación y abrió los ojos— ¡Eso, mírame! ¡No dejes de mirarme! —muy nerviosa no sabía si tocarla y movía las manos a su alrededor sin saber qué hacer— Ya he pedido ayuda. Están al llegar.


—Lorena…— susurró con la respiración entrecortada— Ha sido Lorena.


Carolina la miró asombrada— ¿Lorena Spencer?


En ese momento no recordaba su apellido. Ya casi no sentía dolor y empezaba a tener frío— Tengo frío.


Carolina asintió reteniendo las lágrimas— Tienes que aguantar. Hazlo por mí. Hazlo por Pedro, que se va a llevar un disgusto horrible por no haber estado aquí a tu lado.


—Sí. — notaba que no le quedaban fuerzas y los temblores eran más fuertes— Dile que me ha encantado estar en su casa. —Carolina asintió— Y que he sido muy feliz aquí.


—Se lo diré. — la cogió de la mano ensangrentada apretándola fuerte— Por favor… sigue conmigo.


Escucharon el ruido de algo que Paula no llegó a reconocer, que se acercaba a la casa — ¡Ya vienen!


Carolina corrió hacia la puerta y Paula susurró— Dile que lo quiero.