jueves, 31 de marzo de 2016

REFUGIO: CAPITULO 19




Tres semanas después estaba en su nuevo apartamento en los Ángeles, mirando por la ventana los cubos de basura del callejón. Nada que ver con la vista que tenía desde el porche de Pedro. Suspiró pensando en él. Seguramente ya se había olvidado de ella.


—Ya está. — dijo Gerardo tras ella.


Plantó una sonrisa en su cara y se volvió para verlo al lado de su maleta mirándola indeciso — Hablaré con tu madre cuando llegue, para decirle que estás bien sin explicarle dónde estás.


—Gracias. — sus ojos se llenaron de lágrimas ante la perspectiva de estar sola otra vez y su primo abrió los brazos. Se acercó a toda prisa y le abrazó— Gracias por todo. Siempre puedo contar contigo.


—Siempre podrás contar conmigo. —la apretó contra él. —Llámame si me necesitas.


Los dos sabían que esas palabras indicaban que debía estar en peligro de verdad y asintió separándose —Dale un beso a mamá de mi parte. — dijo limpiándose las lágrimas— Y dile que la quiero.


—Se lo diré. — cogió su maleta y fue hasta la puerta— Cuídate mucho.


—Te quiero.


—Y yo a ti, enana. — sonrió con tristeza y salió al pasillo.


Paula apretó los labios cerrando la puerta tras él. Miró su minúsculo apartamento que para ser en los Ángeles tenía poca luz y les dio un repaso a los muebles que eran horribles— Volver a empezar. — susurró otra vez yendo hasta la ventana para mirar al exterior.


Como todavía tenía las revisiones no podía trabajar, así que se pasaba en aquel piso muchas horas al día. Sólo salía por la mañana para hacer algo de compra y dar un paseo para ganar fuerzas. La depresión hizo mella en ella, porque se encontraba mucho peor que al principio. Echaba de menos a todos, a su familia, a los Alfonso, pero sobre todo a Pedro


Lloraba por nada y estaba muy delgada, porque no le apetecía ni comer.


Su contacto en protección de testigos le consiguió un trabajo en una pizzería y ella estaba indignada. Aunque su jefe estaba encantado con ella, porque la clientela se había duplicado. Llegaba agotada a casa y sólo quería dormir, porque cuando dormía veía a Pedro y el dolor que tenía en el pecho se reducía.


Pasaron los meses y Paula se fue amoldando a su nueva vida. No tenía ordenador porque se había quedado en la casa de los Alfonso y con lo que ganaba sólo le daba para sobrevivir, así que no podía comprarse otro. De vez en cuando se iba a un cibercafé para mirar si había alguna noticia sobre la zona de Victoria, que le dijera algo de Pedro


No le extrañó no encontrar nada sobre Lorena, porque al haber desaparecido seguro que nadie la había acusado de nada. Sonrió cuando encontró una noticia sobre la señora Swan. Era una entrevista sobre las clases que daba y estaba pensando en aumentar las actividades a otro día. La mujer explicaba que era tal el éxito que habían tenido, que darían clase de yoga para que las amas de casa se relajaran. Paula suspiró pensando que estaría encantada de ir a esas clases con Carolina y las demás. Se preguntó qué sería de ella le pues le había pegado un susto terrible. Entonces le dio un vuelco el corazón. En ella podía confiar. Lo sabía. Buscó su nombre en el listín telefónico y lo apuntó en una servilleta del cibercafé. Caminó diez manzanas y de los nervios descolgó el auricular de un teléfono público, pensando en si era buena idea. Lo volvió a colgar suspirando mientras sentía que su corazón iba a mil por hora, pero se moría por tener noticias de Pedro, así que marcó antes de arrepentirse.


—Casa de los Red. — la voz de un niño pequeño le hizo sonreír.


—¿Está tu mamá?


—Mamá está en clase de pintura. Va a copiar algo de Gong gong. Yo le he dicho que no es bueno que copie. En el cole no nos dejan copiar.


—Ah. —divertida añadió— Vale, entonces llamaré más tarde.


—Vale, ¿le digo tu nombre?


—Dile que Paula ha llamado.


—¿Con quién hablas, Matt? — preguntó la voz de un hombre. Colgó el teléfono antes de que Bill se pusiera al teléfono.


Increíblemente hablar con Matt la hizo sentir mucho mejor y se fue a comer una hamburguesa. Nerviosa no pudo acabársela, pero hacía mucho que no comía tanto, así que no le dio importancia. Más nerviosa que antes, cuando habían pasado dos horas marcó el número y esperó mirando a su alrededor. Un patinador pasó a su lado casi rozándola — ¿Casa de los Red?


Sonrió al oír a Matt— ¿Está tu madre?


— ¿Eres Paula?


Le arrebataron el teléfono — ¿Eres tú? —la voz ansiosa de Carolina le indicó que se esperaba que fuera ella— ¿Paula? ¿Estás ahí?


—Sí, estoy aquí. — respondió sonriendo.


—Dios mío, gracias a Dios. ¿Estás bien?


—Mucho mejor, aunque ha sido duro y muy largo.


—No parecía que fueras a lograrlo. — dijo Carolina emocionada— Dios mío, Pedro se va a poner como loco.


—¿Cómo está? ¿Cómo están todos? — la ansiedad de su voz hizo que Carolina respondiera a toda prisa.


—Bien. El abuelo ha estado algo resfriado, pero bien. Estaban muy disgustados, sobre todo por no saber en qué había acabado todo. Armando estaba convencido que no lo habías logrado y lloró como un niño.


Los ojos de Paula se llenaron de lágrimas— Diles que estoy bien y que en cuanto pueda les llamaré.


—Pueden hablar contigo desde aquí. — se ofreció Carolina —Sería seguro, ¿no? Nadie sabe…


No era mala idea y apretó el teléfono— ¿No te importa?


—Claro que no.


—Mañana a las siete llamaré.


—Organizaré una cena para que tengan excusa para venir.


—No les digas nada. Que sea una sorpresa. —sugirió emocionada.


—Genial. Hasta mañana, Paula.


—Hasta mañana. Y gracias, eres genial.


—Tonterías.



***


Esa noche no pegó ojo y muy nerviosa a las siete, hora de Victoria, marcó el teléfono desde una cabina pública en una calle distinta que la vez anterior. En el segundo tono se dio cuenta que sus manos temblaban y apretó el auricular con ambas manos— Rancho de los Red.


La voz indiferente de Pedro le provocó un vuelco al corazón y tuvo que tragar saliva antes de decir—Hola, descarado.


Escuchó que la respiración de Pedro se cortaba— ¿Nena? Cielo, ¿eres tú?


—Sí. — se emocionó y se volvió para que las personas que caminaban por la calle no la vieran— Soy yo.


—Dios mío. ¿Estás bien?


—¿Quién es? — preguntó el abuelo tras él, provocando que ella sonriera.


—¿Es la niña? — Armando no se lo podía creer.


—¡Silencio, no la oigo! ¿Sigues ahí?


—Sí, estoy bien. — respondió divertida— Gerardo dice que todavía le debes el favor.


—¿Dónde estás? Dímelo nena y voy a por ti.


—Las cosas están bien como están. Es lo mejor para todos.


—¡Dime dónde estás! —gritó Pedro fuera de sí.


Paula ya no pudo retener las lágrimas— Sólo llamo para que sepas que estoy bien. No te voy a decir donde estoy, así que no insistas. Ahora ponme con el abuelo. Quiero hablar con él. — se limpió la mejilla escuchando como pasaba el teléfono — Hola, abuelo.


—¡Niña, no he tenido un desayuno decente desde que esa bruja te hizo eso!


—Pues lo siento mucho, pero no voy a poder hacer nada, abuelo. —soltó una risita porque no cambiaría nunca— ¿Te encuentras bien? Me han dicho que has estado resfriado.


—Va, una tontería, niña. ¿Cómo estás tú? ¿Tan bonita como siempre?


Paula dijo sin poder evitar llorar— No tanto, pero no estoy mal.


—No llores, niña. Vuelve a casa.


Alguien le arrebató el teléfono al abuelo— Nena, dime dónde estás.


—No puedo. Dale un beso a todos de mi parte…— se quedó en silencio unos segundos escuchando su respiración— Tengo que colgar.


—Sobre Lorena…


—Me da igual Lorena. —y era cierto. Debía ser que cuando machacaban tu vida llegaba un punto que ya todo daba igual — ¿Estás bien?


—Sí, cielo. Estoy bien y ahora que sé que estás recuperada mucho mejor.


Paula sorbió por la nariz —Te echo de menos.


—¡Joder, dime dónde estás!


—Adiós, Paula — colgar ese teléfono fue lo más difícil que había hecho en la vida.





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