miércoles, 30 de marzo de 2016

REFUGIO: CAPITULO 17





Increíblemente se durmió y no escuchó como Pedro se levantaba. Cuando abrió los ojos suspiró agotada mirando muñeca — ¡Armando! ¡Tengo que ir al baño!


Escuchó pasos por el pasillo y suspiró de alivio al ver al abuelo masticando— Abuelo, ¿qué estás comiendo?


—Nada. — respondió con la boca llena.


—¡No serán profiteroles!


—¡No has hecho el desayuno! — protestó abriendo las esposas.


Saltó de la cama— ¡Estaba durmiendo! ¡Haberme despertado!


—¿Para qué? Había profiteroles. —bufó yendo hacia el baño —¡No intentes escapar por la ventana! — gritó el abuelo— ¡El sheriff está fuera!


—Estupendo. — dijo cerrando la puerta y viendo el cristal roto de la ventana. Había sangre en la bañera y se quedó de piedra. Entonces salió del baño y caminó por el pasillo pálida al ver que en su habitación había sangre sobre la cama y el suelo. En la habitación de Armando había un reguero de sangre desde la puerta e iba por el pasillo llegando hacia el salón. Al llegar a la cocina, vio en el porche al sheriff hablando con Pedro— Hazme caso, Pedro.


—Bajar la voz. La niña está en el baño. — dijo el abuelo regañándolos.


—Tienes que entrar en razón. Vendrán más y puede que esa vez no tengamos tanta suerte. Son profesionales y no cejarán. —Pedro asintió muy serio— Llamaré a un amigo que tengo en el FBI y solucionará el asunto.


—¿Cómo? ¿Encerrándola con una vida falsa? Eso no es vida.


—¡Al menos tendrá una vida! ¡Podía haber tenido aquí una vida normal sino hubiera sido por el aviso que vio mi sobrina! ¡Me ha confesado por la mañana, al enterarse del ataque, que colgaron un video de la fiesta en Internet! ¡Subieron toda la pelea!


Pedro se tensó— ¿Me estás diciendo que Lorena y sus amigas han puesto en peligro a Paula?


Pedro, tenemos un problema mucho más gordo que ese.


—Que un amigo te traicione, me parece un problema muy serio. Pero tienes razón, Paula es más importante y no se va a ir.


Pero Paula ya no escuchaba. ¡Después de haber hablado con Pedro varias veces de su problema, Lorena la había delatado! Esa chica estaba loca. ¿Es que acaso no se daba cuenta de que había puesto a los Alfonso en peligro? La furia la recorrió y entrecerró los ojos pensando que cuando la pillara ya podía correr. Esa vez terminaría en la cárcel, porque le haría una cara nueva a esa pija consentida. 


Disimuladamente volvió hacia el baño y miró con rabia aquella sangre derramada por el capricho de una malcriada. 


Se iba a enterar.


Una hora después estaba frotando la sangre del pasillo cuando Pedro la vio— Nena, ¿qué haces?


—Limpiar. — respondió sin mirarlo.


—Una mujer iba a venir a limpiarlo todo. — dijo cogiéndola del brazo— Pensaba que habías vuelto a la cama.


—Tengo que limpiarlo ya. — dijo soltando su brazo y pasando otra vez la bayeta sobre el suelo de madera. —Sino va a quedar la marca.


—Déjalo Paula. — la levantó sin esfuerzo y ella le miró enfadada— Lo hará otra persona.


—¿Por qué? ¡Es culpa mía que esté ahí! ¡Tengo que limpiarlo! ¡Además me dijiste que era mi trabajo mientras estuviera aquí! — sus ojos se llenaron de lágrimas— Todo es culpa mía. La casa está hecha un desastre y casi os matan. ¡Y van a volver! — gritó casi histérica con el trapo lleno de sangre en la mano —Y encima sólo te causo problemas. ¡Ahora seguro que riñes con Lorena por mi culpa, aunque es una hija de puta, pero no habías tenido problemas con ella hasta que llegué yo!


—Vale, hora de descansar. — dijo Pedro mirándola preocupado, quitándole el trapo y los guantes— Ahora te vas a duchar y vas a acostarte un rato.


—¿Acostarme con todo lo que tengo que hacer? — preguntó exaltada.


Armando apareció con un vaso de agua y una pastilla en la mano— Tómate esto.


—¿Qué es? —preguntó con desconfianza.


—Un tranquilizante que me dio el médico que te reconoció ayer, en caso de que pasara esto. — dijo tranquilamente— Estarás como nueva en diez minutos.


—¿Crees que lo necesito?


Ambos asintieron y Armando le metió la píldora en la boca como si fuera una niña. Pedro la llevó hasta el baño, que ya estaba impecable y le quitó la camiseta y los pantalones cortos antes de abrir el agua de la ducha.


El agua templada le sentó tan bien que después de unos minutos sonreía relajada— ¿Mejor? — Pedro la ayudó a salir y la secó con una gran toalla rosa.


—¿Mejor de qué? — preguntó sin poder concentrarse en nada.


Pedro sonrió y sorprendiéndola la cogió en brazos. La llevó a su habitación que era la única que estaba intacta aparte de la del abuelo. La tumbó sobre la cama y le quitó la toalla antes de cubrirla con la sábana. Le acarició los rizos pelirrojos y ronroneando como un gatito movió la cabeza para darle mejor acceso—Nena, ¿serás buena y no te vas a escapar?


—¿Qué? — los ojos se le cerraban sintiendo mucho sueño.


—No, supongo que no. — la besó en los labios suavemente y cuando Pedro se apartó, ya estaba dormida.



****


Escuchó un canturreo y frunció el ceño porque la mujer que cantaba, lo hacía fatal. Se sentó en la cama dejando caer la sábana que la cubría y miró a su alrededor. Estaba algo densa y no terminaba de despejarse. Se bajó de la cama y fue hasta el armario de Pedro cogiendo una camiseta blanca de las viejas, que le llegaba a la mitad del muslo. Al caminar sobre el suelo hizo una mueca pensando que tenía que pasar la aspiradora. Abrió la puerta y frunció el ceño al oír la canción más alto. Siguió el sonido que suponía que era una canción de Sinatra, cuando vio a una mujer de su edad en la cocina, haciendo lo que suponía que era la cena. La mujer estaba pelando unas zanahorias y levantó la vista cuando Paula se acercó —Hola— la saludó sonriendo abiertamente.


—Hola— respondió incómoda— ¿Quién eres?


—Soy Carolina. —se limpió las manos con un trapo y se acercó a ella para darle la mano —He venido a echarte una mano. Al parecer ha habido problemas, ¿no?


—Sí, puedes llamarlo así.


—¿Tienes hambre? Has pasado muchas horas durmiendo. Los jefes me han dicho que no te moleste, así que no he pasado la aspiradora.


—No tengo mucha hambre. —dijo todavía algo espesa mirando a su alrededor. Se veían en la pared del salón varios disparos.


—Pues te voy a poner algo. Aunque en una hora serviré la cena.


—¿Te vas a quedar? — preguntó sorprendida.


—No, yo me iré a mi casa. — Carolina, que tenía un cabello negro largo hasta la cadera y unos ojos negros muy expresivos, sonrió— Mi Bill no quiere que llegue a casa después de oscurecer.


Aliviada se sentó en una de las sillas— ¿Eres la esposa de Bill?


—Sí, desde hace diez años. —Paula alucinó. Debía tener veintiocho años. Al ver su expresión Carolina se echó a reír— Me case con dieciséis.


—¡Qué joven!


—Sí y ya tengo cinco niños. Cinco soles.


—¿Cinco?


Carolina le guiñó un ojo— Y lo que venga.


—Debes tener mucha energía.


La chica se echó a reír a carcajadas asintiendo— Sí, la necesito. Mi Bill dice que debemos poner remedio o con cuarenta tendremos quince. Pero yo le digo que los hijos son una bendición de Dios y que si somos ricos en algo, será en hijos.


Y encima iba a ayudarla a ella cuando debía tener mil cosas que hacer en su casa. Se levantó y le dijo— Carolina, no hace falta…


—¡Siéntate! — le ordenó señalándola con la cuchara de madera que tenía en la mano. Paula lo hizo en el acto y Carolina sonrió— No falla. Es la mirada del tigre.


—¿Y la practicas mucho?


—Todos los días al menos diez veces. La he ido perfeccionando a lo largo de los años. — le acercó un cuenco y Paula miró su contenido. Parecía una especie de sopa — Come. Entretendrá el hambre hasta la cena. Paula cogió la cuchara y la hundió en la sopa. Al probarla asintió porque estaba deliciosa. Tenía pollo y algo de pasta. Carolina sonrió— Me alegra que te guste. Sé que eres una cocinera de primera.


—Tú tampoco lo haces mal.


—Gracias. Por cierto, tendréis que cambiar algunas cosas. La mesa de café del salón no creo que tenga arreglo y hay dos cristales rotos en las habitaciones. He lavado tu edredón, pero no creo que se salve. La sangre estaba casi seca.


—¡Oh, no! Esa colcha la hizo la madre de Pedro.


—Veremos lo que pasa. Sino pediré consejo a la señora Swan, que sabe mucho de estas cosas.


—¿La señora Swan?


—Oh, sí. Es la mujer del director del colegio de primaria. —respondió sin dejar de trabajar— Dirige unas clases de manualidades dos días a la semana. Pintura y patchwork. Es el único momento en el que tengo un respiro de la casa y me encanta.


Los ojos de Paula brillaron —Es genial. Me encantaría…— entonces perdió la sonrisa, pensando que ella no debía mezclarse con la comunidad y Carolina apretó los labios entendiéndola— Me voy a vestir.


Cuando entró en su habitación, se dio cuenta que ella nunca tendría una vida normal mientras la siguieran persiguiendo. 


Y mucho menos allí, que ya sabían quién era y lo que le podía pasar. Debía irse y los ojos se le llenaron de lágrimas, frustrada porque quería quedarse. Quería hacerle postres al abuelo y charlar con Armando por la noche antes de acostarse. Quería arreglar la casa y ver el nuevo cuarto de baño. Pero sobre todo quería estar con Pedro el resto de su vida. Se había enamorado de él y la aterrorizaba que le pasara algo por su culpa.


Se vistió con unos pantalones vaqueros y una camiseta de tirantes pensando en qué hacer, cuando un ruido tras ella la hizo volverse para recibir un golpe en el estómago que la traspasó de dolor. Asombrada miró su vientre donde tenía un cuchillo clavado. Levantó la vista lentamente para ver a Lorena mirándola con una sonrisa en la boca antes de cogerla por los hombros y acercar su boca su oído— Ahora ya no serás un problema para nadie. — dijo antes de empujarla sobre la cama y dirigirse tranquilamente hacia la ventana, por la que salió sin mirarla de nuevo.


No sabía lo que le pasaba, pues el pánico hasta le impedía gritar pidiendo ayuda. Una lágrima cayó por su sien y miró de nuevo hacia abajo, donde el mango del cuchillo sobresalía y la sangre salía sin control. ¡Se iba a morir! Tomó aire y sin darse cuenta de lo que hacía, gritó desgarradoramente mientras empezaba a temblar de pánico, viendo como la sangre salía del borde el cuchillo. No lloraba por el dolor que era horrible, lloraba porque ya no tendría la oportunidad de estar con Pedro nunca más. Cerró los ojos mientras escuchaba que Carolina la buscaba por la casa abriendo las puertas llamándola a gritos, hasta que llego a su habitación. Gritó horrorizada cuando la vio y salió corriendo sin acercarse. Paula tomó aire y levantó una mano llena de sangre pensando que igual Lorena tenía razón. Ya no sería un problema para nadie. Ni para los Falconi, ni para Pedro, ni para su familia, que llevaba preocupada por ella tres malditos años. Cerró los ojos sin darse cuenta que dos enormes lagrimas corrían por sus mejillas, ni que gimoteaba de dolor.


—¡Paula! — Carolina entró en la habitación y abrió los ojos— ¡Eso, mírame! ¡No dejes de mirarme! —muy nerviosa no sabía si tocarla y movía las manos a su alrededor sin saber qué hacer— Ya he pedido ayuda. Están al llegar.


—Lorena…— susurró con la respiración entrecortada— Ha sido Lorena.


Carolina la miró asombrada— ¿Lorena Spencer?


En ese momento no recordaba su apellido. Ya casi no sentía dolor y empezaba a tener frío— Tengo frío.


Carolina asintió reteniendo las lágrimas— Tienes que aguantar. Hazlo por mí. Hazlo por Pedro, que se va a llevar un disgusto horrible por no haber estado aquí a tu lado.


—Sí. — notaba que no le quedaban fuerzas y los temblores eran más fuertes— Dile que me ha encantado estar en su casa. —Carolina asintió— Y que he sido muy feliz aquí.


—Se lo diré. — la cogió de la mano ensangrentada apretándola fuerte— Por favor… sigue conmigo.


Escucharon el ruido de algo que Paula no llegó a reconocer, que se acercaba a la casa — ¡Ya vienen!


Carolina corrió hacia la puerta y Paula susurró— Dile que lo quiero.



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