Abrió los ojos mientras la trasladaban en el helicóptero, pero la mareó y los volvió a cerrar, sintiéndose mucho mejor. La siguiente vez que se despertó, vio a un hombre con una bata blanca, hablando con otro que llevaba un traje negro. Ambos estaban muy serios y ella al no reconocerlos, volvió a dejarse llevar por el sueño. Los ojos azules de Pedro y los momentos que habían pasado juntos, la acompañaron durante esas horas de inconsciencia. También tuvo sueños de cuando era niña y su madre la enseñaba a cocinar los fines de semana. Vio a su primo Gerardo tirándole de la trenza, mientras corrían por el jardín y como le había dicho a un chico en el instituto que le gustaba, mientras sus amigas soltaban risitas tontas y él le decía que quedaran el sábado.
Tuvo sueños de todos los momentos de su vida donde fue realmente feliz y muchos tenían que ver con Pedro. En como la miraba mientras hacían el amor o en como la reñía, para luego besarla hasta dejarla atontada. Suspiró en sueños sintiendo el roce de sus labios y alguien le acarició la mano.
Cuando abrió los ojos vio a su primo sentado a su lado y se sorprendió mirando a su alrededor— Hola, enana.
— dijo sonriendo mirándola con sus mismos ojos verdes— ¿Te duele?
—Estoy viva. — dijo asombrada haciéndole perder la sonrisa.
—Sí. Por los pelos, pero estás viva. Han tenido que recomponerte. Tenías dañado el intestino y parte del estómago. Es un milagro que hayas sobrevivido.
Asintió entendiendo todo lo que le decía— ¿Pero me pondré bien?
—Creen que sí. — le apretó la mano y ella le correspondió —En menudo lío te has metido.
—Como siempre. — hizo una mueca mirando a su alrededor —¿Dónde estoy? ¿Estoy en Victoria?
Gerardo se enderezó en la silla y dijo— En los Ángeles.
Abrió los ojos como platos— ¿Y cómo he llegado hasta aquí?
—En cuanto salió tu nombre en el ingreso, llegaron los de la fiscalía y protección de testigos. Se te llevaron en cuanto pudieron trasladarte.
—¿Y Pedro y el abuelo? — asustada se movió sin querer haciendo un gesto de dolor —¿Y Armando?
—Tranquila. —le acarició el hombro para que se tranquilizara— Tienes una convalecencia muy dura por delante y era lo mejor. Sacarte de allí, donde ya estabas expuesta y traerte a un sitio seguro. Por cierto, te llamas Mara Darwing.
—¿Y tú?
—Yo como trabajo para el departamento de policía, me han dado permiso para estar contigo durante una temporada, diciendo que soy tu hermano. Por primera vez es una suerte que los dos seamos pelirrojos.
—¿Pedro sabe que estoy bien?
Gerardo negó con la cabeza — No sabe nada de ti desde hace diez días.
—¡Diez días! ¿Y mamá?
—Tu madre no sabe nada. Ni siquiera que has sido apuñalada.
Suspiró de alivio y cerró los ojos— Tienes que hablar con Pedro, no quiero que se preocupe.
—Debería haberte cuidado mejor, para no tener que preocuparse. —dijo cortante— Me ha decepcionado y me seguirá debiendo un favor.
—No hables así. ¡Pedro ha hecho lo que ha podido! He puesto a su familia en peligro y no tenías derecho a ponerle en ese compromiso. — le fulminó con sus ojos verdes —Además me apuñaló la loca de la vecina, que parecía una mosquita muerta para luego demostrar que está como un cencerro.
Gerardo sonrió— ¿Le estás defendiendo?
—¡Sí! ¡Y cómo te metas con él, seré yo la que te tire de los pelos! ¡Ahora saca tu móvil y llámalo, que quiero hablar con él!
—Eso no va a poder ser.
Lo miró asombrada— ¿Por qué?
—Porque no puedes ponerte en contacto con nadie de tus vidas anteriores. Estás en protección de testigos.
—¿Es una broma?
—No. Se ha filtrado a la prensa tu nombre y cierta historia sobre que querían sacar a la luz tu paradero para que Terminator te liquidara. Entonces salió a la relucir el juicio con los Falconi y vuelves a estar en primera línea, siendo ellos los principales sospechosos. Ahora no les queda más remedio que protegerte por la cuenta que les trae.
—No voy a volver a estar encerrada para que los cojan. Parece que la delincuente soy yo y estoy harta. — cerró los ojos agotada.
—Buscaremos una solución. Ahora duerme.
—Llama a Pedro. No quiero que se preocupe por mí. Dile que le llamaré cuando pueda.
—Paula…— la voz de advertencia de Gerardo hizo que abriera los ojos— Le dejaré el mensaje, pero nada más. ¿Me has entendido? Casi te perdemos y no quiero tener que decirle a tu madre, que te has ido al otro barrio por tus inconsciencias. Y me harás caso, porque esta vez pienso hacer lo que sea para que te libres de todo. Sea legal o ilegal.
—No digas eso. — le apretó la mano— Debes defender la ley. Es tu trabajo.
—Menuda mierda de trabajo, que no puedo ni ayudar a mi prima. —su primo suspiró y se dio cuenta que estaba agotado —Ahora duérmete, para que pueda echar una cabezadita.
—Gracias. — susurró mirando sus ojos.
—Cuando me toque a mí, tú estarás ahí.
—No creas. — respondió sonriendo.
***
Al día siguiente en cuanto se despertó, le preguntó a su primo si había llamado a Pedro, pero su primo le respondió que no había tenido tiempo a ir a un teléfono libre de sospechas. Pasaron cuatro días y empezó a cabrearse— Llámale ahora mismo, ¿me oyes?
—Estoy esperando a encontrar…
—Pues búscalo de una puñetera vez o me arrastro de la cama, para llamar desde el primer móvil que le encuentre a una vieja.
Gerardo sonrió— Lo buscaré y le llamaré para que se quede tranquilo.
****
Al día siguiente le hicieron una prueba para comprobar su tránsito intestinal y la dejaron hecha un trapo, así que no tuvo ganas de hablar con nadie. Su médico quedó muy contenta con el resultado — En diez días saldrás de aquí.
—¿Diez días? — ¿eso no era mucho?
—Sí. En un par de días empezaremos ingiriendo líquidos, a ver qué tal.
—Empezaré yo, porque no la veo a usted tomando sólo líquidos. — refunfuñó molesta. La doctora le guiñó un ojo justo antes de salir y Gerardo la miró divertido— ¿Qué? Que sea tan risueña me pone de los nervios.
Gerardo levantó las manos pidiendo paz—De acuerdo, gruñona. — fue hasta la puerta y la abrió — Me largo a comer una hamburguesa.
—¡Serás imbécil! ¡Espero que se te atragante! — le gritó desgañitada muerta de hambre cogiendo el mando de la tele.
Cuando volvió se había quedado dormida viendo una telenovela. Pero al día siguiente volvió a la carga— ¿Has llamado a Pedro?
Su primo suspiró y se sentó en la silla a su lado cogiéndole la mano— No puedo llamarle, Paula.
—¿Por qué?
La miró a los ojos— No voy a ponerles en peligro, porque tendrán los teléfonos pinchados. Y tampoco pienso ponerte en riesgo a ti si descubren que la llamada procede de los Ángeles.
Los ojos de Paula se llenaron de lágrimas— Pero no saben lo que ha pasado…— dijo angustiada— No saben que estoy bien y…
—¡Si no piensas en tu seguridad, piensa en la suya, Paula!
Sintió un nudo en el estómago y miró al techo. Su primo tenía razón, pero le daba tanta rabia no poder decirles que estaba bien, que se iba a recuperar…
Recordó todas las veces que había querido irse para protegerles y ahora se empeñaba en ponerse en contacto con ellos, con lo peligroso que era. Miró a su primo y asintió forzando una sonrisa.
— Es lo mejor para todos. Cuando se solucione puedes hablar con ellos y explicárselo.
—Sí. Hablaré con ellos y lo entenderán.
—Claro que lo entenderán. — Gerardo sonrió porque al fin la había convencido.
—¿Por qué te debía un favor, Pedro?
Gerardo sonrió— Hace unos años, yo era un novato en el ejército y él era seal, de operaciones especiales. — Paula asintió— Estábamos en una cantina del ejército y una de las camareras entró en el baño tras él. Yo lo vi y me pareció que esa tía le iba a buscar problemas al teniente, porque Pedro no la había mirado en ningún momento.
—¿Era teniente?
—Sí. Uno de los mejores. — parecía orgulloso de él y Paula sonrió— Se rumoreaba que tenía un rancho y la tía quería sacar tajada. Cuando entré en el baño, me la encontré rompiéndose la camiseta— Paula se quedó con la boca abierta— Iba a denunciarlo y cuando vi lo que estaba haciendo, le dije que yo testificaría. La tía salió corriendo y no la volvimos a ver en la cantina.
—La intimidaste.
—La cara de Pedro al verla romperse la camiseta también daba miedo. Pero él sabía que sino llega a ser por mí, hubiera sido su palabra contra la esa mujer y es un hombre
de palabra. Me dijo que me debía una y yo me la cobré.
—¡Pero si no hiciste nada! — dijo indignada— ¡Los favores no son comparables!
—Estaba en el ejército. —dijo molesto— ¡Se hubiera metido en un lío de mil demonios!
—Aprovechado. — enfadada entrecerró los ojos— Te has pasado de la raya.
—¡Si ni siquiera te protegió! — gritó furioso — ¡Todavía me debe el favor!
—¡Y una mierda! ¡Cómo me entere de que le vuelves a molestar, te retuerzo las orejas! ¿Me oyes?
—Ya veremos.
—¡No veremos nada! ¡Prométemelo!
—No.
—¡Gerardo!
—He dicho que no. Ahora dame el mando de la tele, que tú sólo pones chorradas.
—¡Es mío!
Se pusieron a discutir como si tuvieran otra vez once años y la enfermera sonrió al verlos antes de echarles la bronca como si fuera su madre.
Increíblemente se durmió y no escuchó como Pedro se levantaba. Cuando abrió los ojos suspiró agotada mirando muñeca — ¡Armando! ¡Tengo que ir al baño!
Escuchó pasos por el pasillo y suspiró de alivio al ver al abuelo masticando— Abuelo, ¿qué estás comiendo?
—Nada. — respondió con la boca llena.
—¡No serán profiteroles!
—¡No has hecho el desayuno! — protestó abriendo las esposas.
Saltó de la cama— ¡Estaba durmiendo! ¡Haberme despertado!
—¿Para qué? Había profiteroles. —bufó yendo hacia el baño —¡No intentes escapar por la ventana! — gritó el abuelo— ¡El sheriff está fuera!
—Estupendo. — dijo cerrando la puerta y viendo el cristal roto de la ventana. Había sangre en la bañera y se quedó de piedra. Entonces salió del baño y caminó por el pasillo pálida al ver que en su habitación había sangre sobre la cama y el suelo. En la habitación de Armando había un reguero de sangre desde la puerta e iba por el pasillo llegando hacia el salón. Al llegar a la cocina, vio en el porche al sheriff hablando con Pedro— Hazme caso, Pedro.
—Bajar la voz. La niña está en el baño. — dijo el abuelo regañándolos.
—Tienes que entrar en razón. Vendrán más y puede que esa vez no tengamos tanta suerte. Son profesionales y no cejarán. —Pedro asintió muy serio— Llamaré a un amigo que tengo en el FBI y solucionará el asunto.
—¿Cómo? ¿Encerrándola con una vida falsa? Eso no es vida.
—¡Al menos tendrá una vida! ¡Podía haber tenido aquí una vida normal sino hubiera sido por el aviso que vio mi sobrina! ¡Me ha confesado por la mañana, al enterarse del ataque, que colgaron un video de la fiesta en Internet! ¡Subieron toda la pelea!
Pedro se tensó— ¿Me estás diciendo que Lorena y sus amigas han puesto en peligro a Paula?
—Pedro, tenemos un problema mucho más gordo que ese.
—Que un amigo te traicione, me parece un problema muy serio. Pero tienes razón, Paula es más importante y no se va a ir.
Pero Paula ya no escuchaba. ¡Después de haber hablado con Pedro varias veces de su problema, Lorena la había delatado! Esa chica estaba loca. ¿Es que acaso no se daba cuenta de que había puesto a los Alfonso en peligro? La furia la recorrió y entrecerró los ojos pensando que cuando la pillara ya podía correr. Esa vez terminaría en la cárcel, porque le haría una cara nueva a esa pija consentida.
Disimuladamente volvió hacia el baño y miró con rabia aquella sangre derramada por el capricho de una malcriada.
Se iba a enterar.
Una hora después estaba frotando la sangre del pasillo cuando Pedro la vio— Nena, ¿qué haces?
—Limpiar. — respondió sin mirarlo.
—Una mujer iba a venir a limpiarlo todo. — dijo cogiéndola del brazo— Pensaba que habías vuelto a la cama.
—Tengo que limpiarlo ya. — dijo soltando su brazo y pasando otra vez la bayeta sobre el suelo de madera. —Sino va a quedar la marca.
—Déjalo Paula. — la levantó sin esfuerzo y ella le miró enfadada— Lo hará otra persona.
—¿Por qué? ¡Es culpa mía que esté ahí! ¡Tengo que limpiarlo! ¡Además me dijiste que era mi trabajo mientras estuviera aquí! — sus ojos se llenaron de lágrimas— Todo es culpa mía. La casa está hecha un desastre y casi os matan. ¡Y van a volver! — gritó casi histérica con el trapo lleno de sangre en la mano —Y encima sólo te causo problemas. ¡Ahora seguro que riñes con Lorena por mi culpa, aunque es una hija de puta, pero no habías tenido problemas con ella hasta que llegué yo!
—Vale, hora de descansar. — dijo Pedro mirándola preocupado, quitándole el trapo y los guantes— Ahora te vas a duchar y vas a acostarte un rato.
—¿Acostarme con todo lo que tengo que hacer? — preguntó exaltada.
Armando apareció con un vaso de agua y una pastilla en la mano— Tómate esto.
—¿Qué es? —preguntó con desconfianza.
—Un tranquilizante que me dio el médico que te reconoció ayer, en caso de que pasara esto. — dijo tranquilamente— Estarás como nueva en diez minutos.
—¿Crees que lo necesito?
Ambos asintieron y Armando le metió la píldora en la boca como si fuera una niña. Pedro la llevó hasta el baño, que ya estaba impecable y le quitó la camiseta y los pantalones cortos antes de abrir el agua de la ducha.
El agua templada le sentó tan bien que después de unos minutos sonreía relajada— ¿Mejor? — Pedro la ayudó a salir y la secó con una gran toalla rosa.
—¿Mejor de qué? — preguntó sin poder concentrarse en nada.
Pedro sonrió y sorprendiéndola la cogió en brazos. La llevó a su habitación que era la única que estaba intacta aparte de la del abuelo. La tumbó sobre la cama y le quitó la toalla antes de cubrirla con la sábana. Le acarició los rizos pelirrojos y ronroneando como un gatito movió la cabeza para darle mejor acceso—Nena, ¿serás buena y no te vas a escapar?
—¿Qué? — los ojos se le cerraban sintiendo mucho sueño.
—No, supongo que no. — la besó en los labios suavemente y cuando Pedro se apartó, ya estaba dormida.
****
Escuchó un canturreo y frunció el ceño porque la mujer que cantaba, lo hacía fatal. Se sentó en la cama dejando caer la sábana que la cubría y miró a su alrededor. Estaba algo densa y no terminaba de despejarse. Se bajó de la cama y fue hasta el armario de Pedro cogiendo una camiseta blanca de las viejas, que le llegaba a la mitad del muslo. Al caminar sobre el suelo hizo una mueca pensando que tenía que pasar la aspiradora. Abrió la puerta y frunció el ceño al oír la canción más alto. Siguió el sonido que suponía que era una canción de Sinatra, cuando vio a una mujer de su edad en la cocina, haciendo lo que suponía que era la cena. La mujer estaba pelando unas zanahorias y levantó la vista cuando Paula se acercó —Hola— la saludó sonriendo abiertamente.
—Hola— respondió incómoda— ¿Quién eres?
—Soy Carolina. —se limpió las manos con un trapo y se acercó a ella para darle la mano —He venido a echarte una mano. Al parecer ha habido problemas, ¿no?
—Sí, puedes llamarlo así.
—¿Tienes hambre? Has pasado muchas horas durmiendo. Los jefes me han dicho que no te moleste, así que no he pasado la aspiradora.
—No tengo mucha hambre. —dijo todavía algo espesa mirando a su alrededor. Se veían en la pared del salón varios disparos.
—Pues te voy a poner algo. Aunque en una hora serviré la cena.
—¿Te vas a quedar? — preguntó sorprendida.
—No, yo me iré a mi casa. — Carolina, que tenía un cabello negro largo hasta la cadera y unos ojos negros muy expresivos, sonrió— Mi Bill no quiere que llegue a casa después de oscurecer.
Aliviada se sentó en una de las sillas— ¿Eres la esposa de Bill?
—Sí, desde hace diez años. —Paula alucinó. Debía tener veintiocho años. Al ver su expresión Carolina se echó a reír— Me case con dieciséis.
—¡Qué joven!
—Sí y ya tengo cinco niños. Cinco soles.
—¿Cinco?
Carolina le guiñó un ojo— Y lo que venga.
—Debes tener mucha energía.
La chica se echó a reír a carcajadas asintiendo— Sí, la necesito. Mi Bill dice que debemos poner remedio o con cuarenta tendremos quince. Pero yo le digo que los hijos son una bendición de Dios y que si somos ricos en algo, será en hijos.
Y encima iba a ayudarla a ella cuando debía tener mil cosas que hacer en su casa. Se levantó y le dijo— Carolina, no hace falta…
—¡Siéntate! — le ordenó señalándola con la cuchara de madera que tenía en la mano. Paula lo hizo en el acto y Carolina sonrió— No falla. Es la mirada del tigre.
—¿Y la practicas mucho?
—Todos los días al menos diez veces. La he ido perfeccionando a lo largo de los años. — le acercó un cuenco y Paula miró su contenido. Parecía una especie de sopa — Come. Entretendrá el hambre hasta la cena. Paula cogió la cuchara y la hundió en la sopa. Al probarla asintió porque estaba deliciosa. Tenía pollo y algo de pasta. Carolina sonrió— Me alegra que te guste. Sé que eres una cocinera de primera.
—Tú tampoco lo haces mal.
—Gracias. Por cierto, tendréis que cambiar algunas cosas. La mesa de café del salón no creo que tenga arreglo y hay dos cristales rotos en las habitaciones. He lavado tu edredón, pero no creo que se salve. La sangre estaba casi seca.
—¡Oh, no! Esa colcha la hizo la madre de Pedro.
—Veremos lo que pasa. Sino pediré consejo a la señora Swan, que sabe mucho de estas cosas.
—¿La señora Swan?
—Oh, sí. Es la mujer del director del colegio de primaria. —respondió sin dejar de trabajar— Dirige unas clases de manualidades dos días a la semana. Pintura y patchwork. Es el único momento en el que tengo un respiro de la casa y me encanta.
Los ojos de Paula brillaron —Es genial. Me encantaría…— entonces perdió la sonrisa, pensando que ella no debía mezclarse con la comunidad y Carolina apretó los labios entendiéndola— Me voy a vestir.
Cuando entró en su habitación, se dio cuenta que ella nunca tendría una vida normal mientras la siguieran persiguiendo.
Y mucho menos allí, que ya sabían quién era y lo que le podía pasar. Debía irse y los ojos se le llenaron de lágrimas, frustrada porque quería quedarse. Quería hacerle postres al abuelo y charlar con Armando por la noche antes de acostarse. Quería arreglar la casa y ver el nuevo cuarto de baño. Pero sobre todo quería estar con Pedro el resto de su vida. Se había enamorado de él y la aterrorizaba que le pasara algo por su culpa.
Se vistió con unos pantalones vaqueros y una camiseta de tirantes pensando en qué hacer, cuando un ruido tras ella la hizo volverse para recibir un golpe en el estómago que la traspasó de dolor. Asombrada miró su vientre donde tenía un cuchillo clavado. Levantó la vista lentamente para ver a Lorena mirándola con una sonrisa en la boca antes de cogerla por los hombros y acercar su boca su oído— Ahora ya no serás un problema para nadie. — dijo antes de empujarla sobre la cama y dirigirse tranquilamente hacia la ventana, por la que salió sin mirarla de nuevo.
No sabía lo que le pasaba, pues el pánico hasta le impedía gritar pidiendo ayuda. Una lágrima cayó por su sien y miró de nuevo hacia abajo, donde el mango del cuchillo sobresalía y la sangre salía sin control. ¡Se iba a morir! Tomó aire y sin darse cuenta de lo que hacía, gritó desgarradoramente mientras empezaba a temblar de pánico, viendo como la sangre salía del borde el cuchillo. No lloraba por el dolor que era horrible, lloraba porque ya no tendría la oportunidad de estar con Pedro nunca más. Cerró los ojos mientras escuchaba que Carolina la buscaba por la casa abriendo las puertas llamándola a gritos, hasta que llego a su habitación. Gritó horrorizada cuando la vio y salió corriendo sin acercarse. Paula tomó aire y levantó una mano llena de sangre pensando que igual Lorena tenía razón. Ya no sería un problema para nadie. Ni para los Falconi, ni para Pedro, ni para su familia, que llevaba preocupada por ella tres malditos años. Cerró los ojos sin darse cuenta que dos enormes lagrimas corrían por sus mejillas, ni que gimoteaba de dolor.
—¡Paula! — Carolina entró en la habitación y abrió los ojos— ¡Eso, mírame! ¡No dejes de mirarme! —muy nerviosa no sabía si tocarla y movía las manos a su alrededor sin saber qué hacer— Ya he pedido ayuda. Están al llegar.
—Lorena…— susurró con la respiración entrecortada— Ha sido Lorena.
Carolina la miró asombrada— ¿Lorena Spencer?
En ese momento no recordaba su apellido. Ya casi no sentía dolor y empezaba a tener frío— Tengo frío.
Carolina asintió reteniendo las lágrimas— Tienes que aguantar. Hazlo por mí. Hazlo por Pedro, que se va a llevar un disgusto horrible por no haber estado aquí a tu lado.
—Sí. — notaba que no le quedaban fuerzas y los temblores eran más fuertes— Dile que me ha encantado estar en su casa. —Carolina asintió— Y que he sido muy feliz aquí.
—Se lo diré. — la cogió de la mano ensangrentada apretándola fuerte— Por favor… sigue conmigo.
Escucharon el ruido de algo que Paula no llegó a reconocer, que se acercaba a la casa — ¡Ya vienen!
Carolina corrió hacia la puerta y Paula susurró— Dile que lo quiero.
Cuando abrió los ojos recordó de golpe que la habían atacado y gritó sentándose sobre la cama—¡La pistola!
—Ni hablar. No vas a volver a tocar un arma en la vida.
Volvió la mirada y Armando la observaba divertido sentado en una silla. Confusa miró a su alrededor para darse cuenta que estaba sentada en la cama del abuelo. — ¿Pedro?
—En el hospital. — Armando reprimió la risa y Paula le miró indignada.
—¡No fue culpa mía!
—No, claro que no. Fue una casualidad que pasara por encima justo cuando disparaste.
—¡Eso!
—Y que le vomitaras encima también.
—¡Se me revolvió el estómago al ver tanta sangre! — exclamó indignada.
—Eso digo yo.
Paula se mordió el labio inferior— Se pondrá bien, ¿verdad?
—En cuanto se le pase el cabreo. — Armando estaba a punto de romper a carcajadas— En sus años de seal nunca recibió un disparo y le has disparado tú. Está que trina.
Gimió pasándose una mano por la frente. El abuelo apareció en la puerta comiendo un profiterol y ella le miró— ¿Están buenos?
—Niña, tienes unas manos…
—Díselo a Pedro. — Armando no pudo evitarlo y se echó a reír.
Indignada se levantó de la cama
— ¡No tiene gracia!
—Sí que la tiene. Eres un peligro con un arma en la mano.
—Al menos no se ha disparado ella. — dijo el abuelo.
—¿Qué es lo que ha pasado?
—Bill encontró colillas cerca de la casa y siguió el rastro. — respondió Armando perdiendo la sonrisa — Nos avisó antes de la cena.
—Sabíais que iban a actuar. — dijo cortándosele el aliento.
—Por los asesinatos sabíamos que actuaban de noche, así que pensamos que era mejor que creyeran que salíamos de la casa y emboscarlos. Nunca estuviste en peligro porque estábamos aquí.
—¡Pero entraron en la casa! ¡Ese plan hacía aguas por todos lados! ¡No me extraña que le haya pegado un tiro a Pedro! Si me hubierais avisado…
Armando levantó una ceja y miró al abuelo — Te habrías puesto de los nervios y te habrías preocupado por nosotros.
Paula entrecerró los ojos porque tenía razón — ¿Cuántos eran?
—Cinco
Se quedó de piedra y les miró atónita— Supongo que sabían que estabas aquí y que estabas protegida. — dijo Armando mientras el abuelo se chupaba los dedos. Lucas entró en la habitación y gimió mirándola como si estuviera preocupado por ella. Le acarició la cabeza distraída, hasta que se dio cuenta de que ahora que sabían que estaba allí, no se detendrían. Enviarían a más.
— Tengo que irme. — dijo mirándose los pies que estaban desnudos. Necesitaba sus zapatillas de deporte.
—Amando…— el abuelo hizo un gesto con la cabeza señalándola y su hijo suspiró levantándose de la silla.
—No podemos dejar que te vayas a ningún sitio.
—Pero, ¿qué decís? ¿Estáis locos?
Antes de darse cuenta, Armando había sacado unas esposas, dándole un ligero empujón que la sentó en la cama y atónita vio como le esposaba la muñeca izquierda a uno de los barrotes del cabecero de la cama — ¿Qué haces?
—Esos tipos terminarán por encontrarte y no nos tendrás a nosotros para protegerte.
—Así que te quedas aquí. — el abuelo sonrió antes de salir de la habitación. Con la boca abierta vio como Armando se disponía a irse.
—¡Soltarme de una vez! ¿Estáis mal de la cabeza? Vendrán más y…
—No grites. Vamos a dormir. — dijo Armando antes de cerrar la puerta— ¡Hasta mañana, chiquilla! ¡Que descanses!
¿Qué descansara? ¿Cómo iba a descansar cuando en unos días aparecerían otros tipos para intentar cargársela? ¡El día que fue a aquella peluquería, más le valía no haberse levantado de la cama!
Frustrada apoyó la espalda sobre las almohadas, pero al intentar cruzar los brazos tiró de las esposas frunciendo el ceño— Maldita sea. — siseó mirando la muñeca. Entonces pensó en que podía abrirlas. Lo había visto en las películas mil veces. No debía ser tan difícil. Tenía que encontrar algo que meter en la cerradura y se llevó la mano libre a sus rizos rojos. Sonrió porque esa tarde se había puesto dos horquillas para preparar la cena. Se quitó una y miró el cierre. ¿Tenía que doblar la horquilla? ¿O eso era para las cerraduras de las puertas? —Me cago en la …
Metió un extremo de la horquilla en el circulito de la cerradura. No supo cuánto tiempo estuvo dándole vueltas y frustrada se puso de rodillas sobre el colchón para tener mejor ángulo. Aquellas esposas la estaban poniendo de los nervios. Sobre todo, porque cada vez que las movía tintineaban en el barrote de la cama y no soportaba ese sonido. Era irritante. Entonces pensó que con la horquilla no conseguiría nada y se dio por vencida. Bueno, se dio por vencida con la horquilla, porque ni corta ni perezosa se levantó de pie sobre el colchón y elevó el cabecero que pesaba una tonelada. Sudando y sin saber cómo lo había hecho, lo colocó sobre el colchón. No podía llevarse eso colgando, sobre todo porque no llegaría muy lejos. Revisó el cabecero y sonrió cuando vio que en la parte de abajo un tornillo sujetaba la barra, que retenía el barrote en la estructura. Aquello estaba chupado. Si tuviera un destornillador. Entrecerró los ojos porque recordó que había uno bajo el fregadero. El problema era llegar hasta allí sin hacer ruido.
Estaba de pie al lado de la cama, tirando de él cuando se abrió la puerta y Pedro apareció mirándola como si estuviera mal de la cabeza— Cariño, ¿cómo tienes el pie? —dijo sonriendo al ver que parecía estar bien. La que no parecía estar bien era ella que estaba sudorosa, despeinada y algo pálida por todo lo que había pasado.
—Nena, ¿qué haces?
Ella miró hacia el cabecero que aún estaba sobre el colchón— Oh, nada. Limpieza.
Pedro se mordió el labio inferior asintiendo— ¿A las cinco de la mañana?
—Me he levantado temprano.
—Ya, por el desmayo seguramente.
—Sí, eso me ha espabilado. Me he despertado con un montón de energía.
Pedro dio un par de pasos hacia ella y salvo una ligera cojera, no se le notaba nada que le había pegado un tiro— ¿Y esas esposas?
—Pues estaba jugando. — dijo ella intentando sonreír tirando—Y ya ves, me he quedado atrapada.
—Claro. — parecía que Pedro intentaba no reír — ¿No tenían una llave?
—Sí. — miró a su alrededor intentando buscar una excusa— No sé dónde estarán. ¿Me ayudas a buscarlas?
—Por supuesto. Iré a ver en el cuarto de papá, porque esas esposas son las de mi padre de cuando era el sheriff de la zona.
Paula le miró con los ojos muy abiertos pensando que la había pillado— ¡No! ¿Cómo van a ser las de tu padre…
—Será porque ponen oficina del sheriff en ellas. —Pedro sonrió sin poder evitarlo.
Miró las esposas y era cierto. Miró al cielo antes de volverse con una sonrisa— ¡Es cierto! Pero pueden ser del sheriff. Seguro que ha estado aquí esta noche para lo de esos tipos, ¿verdad?
—Era uno de los que disparó esta noche, sí. —se acercó a ella y sin ningún esfuerzo colocó el cabecero en su sitio—¿Quieres que le llame para ver si ha perdido sus esposas?
Paula se puso como un tomate—No, esperaré las llaves de tu padre.
—Vale. — se sentó en la cama y haciendo una mueca se quitó la bota — ¿Así que quieres escaparte otra vez?
—¿Cómo lo sabes? — preguntó mirando la venda que tenía alrededor del pie— Cariño, ¿no te duele ponerte la bota? ¿Por qué te la has puesto?
—Porque no pienso ponerme ese zapato de payaso que daban en el hospital. —se quitó la otra bota y se tumbó en la cama suspirando —Ven cielo, quiero dormir un rato.
Paula se acostó a su lado y recostó la cabeza sobre su pecho con la mano esposada levantada — ¿Te duele?
—Pues algo.
—Lo siento.
Estaba incómoda y Pedro se dio cuenta tumbándola sobre él boca abajo. Sonrió con la mejilla sobre su pecho —Te voy a aplastar.
—No pesas lo suficiente. — susurró acariciando su espalda —¿Has pasado miedo?
Levantó la cara para mirarle a los ojos— Fue raro. Al principio sí, después se me quitó y cuando todo pasó...
Pedro sonrió— Ya vi lo que ocurrió cuando todo pasó. Tuve que cambiarme antes de ir al hospital.
Gimió dejando caer la cabeza— Soy un desastre.
—Lo estás llevando muy bien.
Los ojos de Paula se llenaron de lágrimas sin poder evitarlo— Volverán y nos matarán a todos. Déjame irme.
—¿Recuerdas que estás bajo arresto domiciliario? —preguntó divertido.
—Va…
—Le diré al sheriff que no te lo tomas en serio.
—¿Con todo lo que está pasando? —le miró sorprendida— ¿Por qué me iba a importar?
—El juez Bronson tiene muy malas pulgas. Terminarías en prisión.
Paula suspiró tumbándose sobre él— Sería lo que me faltaba. Y Lorena tan ricamente.
—No hablemos de Lorena. Nena, duérmete. Mañana tienes mucho que hacer.
—Sí. — suspiró sobre su camisa— La casa debe estar hecha un desastre