lunes, 14 de marzo de 2016
¿NOS CASAMOS?: CAPITULO 10
Pedro no pudo escapar a quedar atrapado en un abrazo que parecía una nube rosa cuando él y Paula se despidieron de Muriel, pero la información que había conseguido bien valía la pena. Después de haber salido de la capilla nupcial Flamenco, Pedro respiró profundo el aire fresco de la noche.
—Bueno, eso fue muy instructivo.
Paula se rio con suavidad.
—Ah, la sutileza británica... —Estiró los brazos hacia arriba y se sacudió el pelo—. Estoy de acuerdo: Muriel hizo una valoración tan honesta como es posible. Pero entiendo que quizás quieras conversar con otros dueños de capillas. —Miró su reloj—. ¿Por qué no me llamas por la mañana? Prepararé una lista de otros que...
Pero Pedro no la dejó terminar.
—¿Mañana? —Avanzó un paso hacia ella—. Recién empezamos.
—¿Empezamos qué? —Paula inclinó la cabeza hacia un lado—. Querías un negocio en aprietos, y te encontré uno. Corrección: te encontré una industria completa en aprietos. ¿Qué queda por hacer?
¿Cómo explicarle a ella la locura de su abuela?
—Mucho, y no hay tanto tiempo para dedicarle. Mira, Paula, sé que es tarde, pero ¿podemos buscar un lugar para hablar? Te invito un trago.
—Oh, no. —Levantó una mano—. Entre los margaritas de la cena y la champaña, será mejor que no beba otra gota.
—¿Te tentaría la oferta de una cena gourmet? —Por alguna razón que no quería considerar en profundidad, Pedro no quería que la velada terminase—. ¿Puedo pedirte una hora más de tu tiempo?
Él observó mientras la indecisión recorría el rostro de ella.
—Estas son mis condiciones —anunció un largo momento después—: tú aceptas cambiar la comida gourmet por hamburguesa, papas fritas y batido, y aceptas decirme exactamente qué te propones, y es un trato.
—Trato hecho. —Estiró la mano para estrechar la de ella en señal de acuerdo pero, cuando ella deslizó su mano en la suya, Pedro se sorprendió a sí mismo tanto como sorprendió a Paula cuando se inclinó para besarle la mejilla. Él cerró los ojos mientras sus labios rozaban la piel de ella y saboreó el suave aroma a gardenia de su perfume. Allí estaba él, en el aire agradable de la noche, con una pelirroja inteligente, vivaz, por no mencionar hermosa, que olía a flores tropicales. Solo podía esperar que así fuera el Paraíso.
Retrocedió a regañadientes—. Lo siento.
—No te preocupes. —La expresión de Paula era difícil de descifrar—. Pero sí creo que debemos volver al trabajo.
Pedro asintió.
—Por supuesto. ¿Puedo suponer que conoces un lugar donde podamos sentarnos a conversar?
La sonrisa de ella era lo suficientemente burlona como para saber que no se había ofendido por el beso.
—Sígueme.
Así lo hizo él. Regresaron por el Strip, caminaron por una calle lateral, y luego hicieron una más. Mientras caminaban en silencio, el ambiente iba tranquilizándose a medida que dejaban atrás lo agitado del Strip.
Se detuvieron frente a un edificio con mucha decoración en metal y, al mirarlo de cerca, él se dio cuenta de que habían querido simular una cafetería de los años cincuenta. En la puerta de vidrio esmerilado se podía leer en letras rojas: “La cafetería de Doreen”. Pedro sostuvo la puerta abierta para que pasara Paula y luego la siguió. Miró a su alrededor mientras ella hablaba con la recepcionista. A juzgar por el modo en que esta y las demás camareras la saludaban, era evidente que Paula era una clienta habitual. Aunque la cafetería era encantadora, de un modo cursi, él no hubiese creído que era su tipo de lugar. Estaba claro que Paula Chaves era una mujer de gustos eclécticos. Un punto más a su favor.
—No puedo creer que tengo hambre otra vez. ¿Pido por los dos? —preguntó Paula cuando se sentaron a ambos lados de un reservado.
Él asintió y observó divertido mientras ella pedía comida como para seis adolescentes famélicos. No podía imaginar cómo hacía para mantener una silueta que cualquier modelo envidiaría.
—Oh, y dos batidos de vainilla, por favor. —Paula cerró los menús de plástico y los colocó detrás de la minirrocola que había en la punta de la mesa de fórmica, de color aguamarino. Después de que la camarera se había retirado a paso tranquilo, Paula enfocó su atención en él—. Espero que esto esté bien.
Él no le quitó la vista de encima.
—Bonito. Encantador, en realidad.
Ella rio.
—No es la palabra que yo utilizaría, pero está bastante tranquilo a esta hora de la noche, así que podemos hablar.
—Se inclinó hacia atrás y lo examinó—. ¿Qué estás haciendo en Las Vegas? Mejor dicho, ¿qué clase de misión emprendiste que implica resucitar un negocio agonizante a miles de kilómetros de tu casa?
Pedro comenzó a hablar, pero la camarera eligió ese momento para acercarse con las bebidas.
—Nuestra máquina de batidos está descompuesta otra vez, Paula querida, así que les traje dos botellas frías de cerveza.
—Sin aguardar aprobación, colocó dos jarras heladas frente a ellos y luego abrió las botellas con el destapador—. Que lo disfruten. Los aros de cebolla y los bastones de mozzarella estarán listos en un santiamén.
Cuando se fue, Pedro señaló la botella frente a Paula.
—¿Te pido una gaseosa en su lugar?
En respuesta, Paula sirvió cerveza en su jarra y luego en la de él. Después la levantó.
—Está bien. Brindemos por que finalmente me cuentes cuál es tu gran proyecto.
Él chocó su jarra con la de ella.
—No sé por dónde comenzar. Te comenté que trabajaba en un negocio familiar.
—¿Con tus padres?
Él sacudió la cabeza.
—Mi madre falleció hace años, y mi padre lleva una vida un poco bohemia.
—Ah, ¿no le interesa cuidar el quiosco?
Pedro dejó la jarra sobre la mesa. ¿El quiosco? ¡Cielo santo!, ¿creía que su familia tenía un quiosco de diarios y revistas? De repente se dio cuenta de lo lejos que estaba de casa. Había supuesto que Bella reconocería el apellido Alfonso. Pero ya no estaba en Inglaterra por lo que, a menos que ella leyera el London Financial Times, no tenía por qué conocerlo. Simplemente no era algo que él tuviera que explicar a menudo.
—Mi padre es del tipo artístico, se podría decir. A menos que fuese a punta de pistola, nunca se presentaría a un día de trabajo.
—Entonces, ¿quién es la familia en el negocio familiar? —Paula mordió un bastón de mozzarella y lo observó expectante.
—Está mi abuela, que es una verdadera arpía. Luego estoy yo y, además, están mis dos primos: Eduardo y Tomas.
—¿Trabajas bien con ellos?
Él sacudió la cabeza.
—Ni hablar. Mi abuela parece disfrutar de enfrentar a sus tres nietos entre ellos. —Bebió lo que quedaba de cerveza en la jarra—. Es un largo juego tras otro de demostración de superioridad. Estoy harto. —¿Por qué le estaba confesando eso a una mujer que apenas conocía si era algo que hacía muy poco se había admitido a sí mismo? Pero un vistazo a Paula respondió la pregunta. Al menos que estuviese muy equivocado, ella parecía interesada en lo que le decía. Realmente interesada, y no de una manera educadamente interesada. Era un lujo inusitado para él—. Te preguntarás por qué no renuncio.
Paula sacudió la cabeza.
—No, en realidad, comprendo a la perfección lo difícil que es alejarse de un negocio familiar. Créeme: lo entiendo demasiado bien.
Les sirvieron la comida, y Pedro se sorprendió al verse comiendo de buena gana una hamburguesa doble con queso. Siguió el ritmo de Paula papa frita tras papa frita, y bebieron varias botellas más de cerveza. Una sensación que Pedro apenas reconoció fue instalándose en él a medida que pasaba la noche: era como si fuese diez años menor y diez veces más feliz que esa misma mañana. Se sentía más relajado, como una versión despreocupada de él mismo, todo causado por una mujer que apenas conocía. Evitó deliberadamente mirar el reloj. Era una velada que no quería que terminase un instante antes de lo que debía.
La voz de Paula lo sacó de su ensueño.
—Tal vez este sea el momento de alejarse, Pedro. —Su expresión era pensativa—. No conozco los pormenores de esta tarea, o desafío como tú lo llamaste, pero quizás es aquí donde debes poner el límite. O tal vez sea el momento de renunciar. —Ella le sostuvo la mirada—. Si eso es lo que en verdad quieres.
Pedro se apoyó contra el respaldo del reservado, pero no rompió, no pudo romper, el contacto visual con ella. ¿Lo que quería? En ese momento lo que más quería en el mundo era tener a Paula Chaves en sus brazos. Casi no la conocía, pero sabía lo suficiente como para estar seguro de que era la mujer más maravillosa que había conocido, o que conocería.
Ella estiró el brazo y colocó la mano sobre la de él.
—Pedro, ¿estás bien?
Él asintió.
—Lo estaré. Si te unes a mí en esta tarea.
Ella abrió bien los ojos.
—Pedro, no digas locuras. No me necesitas. Aparte de presentarte a unas cuantas personas más (lo que haré con gusto), no se me ocurre de qué otro modo puedo ayudarte.
—No es cierto. Eres la persona ideal para ayudarme.
Ella retiró la mano.
—Define “ayudar”.
—Tú trabajas en la industria nupcial. Tienes información de primera mano sobre Las Vegas. Formaríamos un equipo ganador.
—¿Qué intentamos ganar?
—Estamos tratando de evitar que la fortuna de mi abuela vaya a parar a los perros. —Sacó varios billetes de veinte de la billetera y los dejó sobre la mesa. Luego, se deslizó por el reservado para ponerse de pie—. Y durante el proceso podemos evitar que el negocio de tu abuelo se hunda.
Ella frunció el ceño.
—¿Quién te dijo que nuestra capilla nupcial tiene problemas económicos?
Él levantó una ceja.
—¿Me dices que no te ves reflejada en nada de lo que dijo Muriel? ¿La capilla nupcial Corazones Esperanzados está en perfectas condiciones financieras, y tú eres optimista respecto de su futuro?
Tal como esperaba, ella miró hacia otro lado. Su lenguaje corporal confirmó lo que él ya sabía: el negocio de los Chaves estaba en la misma situación que el de Muriel. Años de experiencia empresarial le enseñaron a reprimir su impaciencia y a aguardar el momento. Pero no recordaba un momento en el que estuviese tan ansioso por oír un “Sí” o por un “Cuenta conmigo” por parte de un posible socio.
No tuvo que esperar mucho.
Paula se deslizó por el reservado y se paró junto a Pedro.
—Vamos a conversar sobre los términos.
Él no intentó ocultar la sonrisa.
—¿Adónde quieres ir? ¿A tu oficina?
Su negativa fue inmediata.
—No quiero involucrar a mi abuelo hasta saber con exactitud qué estamos haciendo. —Pensó por un momento—. ¿Hay un salón de reuniones en tu hotel?
—Sí, lo hay, buena idea. Servirá a nuestro propósito a la perfección.
—Siempre y cuando no haya alcohol; ya bebí suficiente por esta noche. —Paula se tocó la frente con las yemas de los dedos—. Si vamos a trazar un plan de negocios esta noche, necesito mantener la cabeza despejada. —El Cielo sabía que mantener la cabeza despejada con Pedro Alfonso cerca sería un desafío, incluso estando sobria. Su atractivo físico y su encanto eran la máxima distracción.
—Cuidaré bien de ti —prometió Pedro mientras le ofrecía el brazo para que ella se agarrase.
Una sensación cálida, confusa, recorrió a Paula mientras deslizaba su mano por el doblez del codo de él y lo seguía fuera de la cafetería. Su entusiasmo se debía solo a la posibilidad de conseguir un trato para mejorar la solvencia de su abuelo, según se dijo a ella misma, aunque sabía que no era del todo cierto. Estar con Pedro la entusiasmaba; por eso necesitaba mantener su reunión de negocios superprofesional y que no durase más de un par de horas.
¿NOS CASAMOS?: CAPITULO 9
Paula guio a Pedro entre la muchedumbre ubicada frente al Coliseum. Se aferró a su mano para que él no se separara de ella mientras los que habían asistido al concierto despejaban el lugar. El apretón de la mano de Pedro era suficientemente fuerte para que ella se sintiera segura, pero suficientemente suave para que pareciera una caricia. Una vez que dejaron atrás la multitud, ella le soltó la mano, pero siguió caminando.
—¿Puedo preguntar adónde vamos?
—Quiero mostrarte algo. —Paula lo miró de reojo—. ¿Podemos ver primero y hablar después?
—Adelante.
Y ella continuó avanzando hasta que llegaron a un flamenco rosa gigante de neón.
—Parada número uno.
—Capilla nupcial Flamenco —leyó Pedro en un cartel. Una sonrisa se dibujó lentamente en sus labios—. Ni siquiera te propuse matrimonio todavía.
Paula revoleó los ojos.
—Créeme, Pedro, el casamiento es lo último que tengo en mente.
—Entonces, ¿cuál es la explicación para la monstruosidad rosa que parpadea arriba de nosotros?
Paula abrió la puerta y le hizo una señal a su acompañante para que cruzara el umbral.
—Una cuota de cultura estadounidense; eso es. Dijiste que necesitabas un barco zozobrante. Considera a Flamenco un carcamán que apenas se mantiene a flote.
Con una ceja levantada y una expresión de “Te seguiré la corriente”, Pedro entró a la capilla nupcial. Paula, a solo un paso detrás de él, tuvo que sostenerse para no perder el equilibrio cuando él se detuvo de repente.
—Lo siento— se disculpó. Se dio vuelta para mirarla—. ¿Te lastimé?
Ella sacudió la cabeza y quitó las manos de la espalda de él.
—Estoy bien. ¿Qué te detuvo?
Él giró para mirar la entrada de la capilla.
—El rosa.
Paula, que había entrado y salido del Flamenco desde niña, no se sorprendió por su reacción. La capilla nupcial Flamenco era excesivamente retro. Las Vegas en todo su esplendor. Ciertamente en toda su chabacanería.
—No olvides el verde.
Pedro hizo un giro de trecientos sesenta grados con lentitud mientras asimilaba en silencio la decoración inspirada en Florida. Sacudió la cabeza.
—No, no hay manera de ignorar el verde. ¿Dónde estamos?
Pero, antes de que Paula pudiera responder, apareció una mujer de pelo plateado, con un vestido de noche color rosa. Abrió los brazos con un ademán ostentoso que era más propio de Broadway que del Strip de Las Vegas.
—¡Bienvenidos a la capilla nupcial Flamenco! ¡Acaban de entrar al lugar perfecto para meterse en la dicha nupcial! —La mujer echó un vistazo de admiración a Pedro. Dos veces—. ¿Qué mujer afortunada tendrá la experiencia celestial de ser tu esposa?
Pedro miró por encima de su hombro con los ojos bien abiertos.
—¿Paula?
Sintiendo lástima por el tono de pánico de su voz, Paula se asomó y se paró junto a él.
—¿Paula? ¿Eres tú, cariño? —La mujer con anteojos rosados aplaudió con alegría—. ¡Fíjate tú, nuestra pequeña Paula se casa! ¡Y en mi capilla! —Rodeó a Paula con sus brazos—. Me siento honrada. De verdad. Pero ¿dónde está tu abuelo? No querrás dejarlo fuera de la celebración, ¿verdad?
Como no podría oírla de manera coherente a través de las plumas rosas de marabú que adornaban el vestido de la otra mujer, Paula retrocedió.
—Hola, Muriel. Es encantador volver a verte.
Muriel miró a Paula y a Pedro con una sonrisa traviesa.
—Se están fugando, ¿verdad? —Estiró los brazos para volver a abrazar a Paula, pero Pedro salió al rescate con un abrazo de medio lado para que Paula se salvara del abrazo amable pero sofocante de la otra mujer.
Paula se inclinó sobre Pedro con la esperanza de que él percibiera su gratitud.
—No, Muriel. No nos estamos fugando. —Se alejó lo suficiente de Pedro para poder pararse apenas un paso detrás de él—. No estamos comprometidos, ni siquiera tenemos una relación amorosa.
—Entonces, ¿qué están haciendo aquí? —El ceño fruncido de Muriel expresó con elocuencia su confusión—. ¿Y quién es este hombre atractivo?
Pedro respondió antes que Paula. Estiró un brazo, sin dudas para evitar el abrazo, y se presentó.
—Soy Pedro Alfonso. Un nuevo amigo de Paula.
Muriel sonrió ampliamente.
—Un placer conocerte, Pedro. Cualquier amigo —simuló entrecomillar la palabra— de nuestra Paula es bienvenido aquí. Pasen y cuéntenme por qué se toparon con mi humilde capilla nupcial.
Paula miró a su alrededor.
—No tienes un casamiento programado para esta noche, ¿verdad? No quisiéramos interrumpir.
La sonrisa de Muriel se desvaneció.
—Por favor, ojalá. Esto está todo muerto. —Los guio por el vestíbulo, pasaron la capilla y llegaron a la oficina—. Siéntense mientras traigo champaña.
Paula y Pedro intercambiaron miradas divertidas.
—No, gracias, Muriel. No nos quedaremos mucho tiempo y no estamos aquí para celebrar.
Su anfitriona se acomodó en una silla blanca de mimbre y les hizo una seña para que ellos se sentaran en el sofá rosa de cuero que estaba frente a ella.
—Si no es una visita social, ¿por qué están aquí?
Entonces Paula le contó, aunque omitió diplomáticamente las palabras “barco zozobrante”. En su lugar, se concentró en la curiosidad de Pedro por la industria nupcial.
—Así que, Muriel, esperaba que pudieras comentarle a Pedro tu impresión sobre cómo el negocio ha cambiado en esta última década. Cualquier cosa que quieras compartir con él será genial.
Muriel se inclinó hacia adelante.
—¿Cualquier cosa? ¿Lo bueno, lo malo y lo feo?
—En especial, lo feo —la alentó Pedro—. Te agradecería mucho la sinceridad.
A Paula no se le pasó por alto que Muriel consideraba a Pedro tan encantador como lo hacía ella. Sin duda, él tenía ese efecto en la mayoría de las mujeres.
Muriel movió las manos como si acabara de hacer un truco de magia.
—Entonces, sinceridad es lo que tendrás. Pero insisto en la champaña, insisto terminantemente. —Sin aguardar respuesta, salió de prisa y regresó en tiempo récord con una bandeja en la que llevaba tres copas y lo que Paula de inmediato detectó como una botella de espumante de precio medio.
—Permíteme. —Pedro tomó la botella y la abrió con una gracia y talento que le reveló a Paula que no era ajeno a los lujos de la vida. Por algún motivo eso no la sorprendió.
Ella se acomodó contra el respaldo del sofá y bebió un poco de champaña. Escuchó cómo Pedro guiaba a Muriel por lo que parecía una entrevista. Su forma de preguntar era tan delicada que Paula dudaba de que la mujer siquiera se diese cuenta de que estaba revelando detalles de su negocio a un completo extraño. Paula se movió para poder observar mejor cómo se comportaba Pedro.
El hombre era tanto encantador como atractivo. Sin duda, la mayoría de las mujeres lo consideraban totalmente irresistible y se enamoraban de él con locura. Paula bebió otro poco de champaña. Era bueno que ella no fuera como la mayoría de las mujeres.
domingo, 13 de marzo de 2016
¿NOS CASAMOS?: CAPITULO 8
Con las luces brillantes y la multitud de personas que se paseaba por allí, Pedro se dio cuenta de que el Strip de Las Vegas era un mundo completamente distinto por la noche.
Seguramente parecía haber un mundo de distancia con el ambiente desolado que había visto aquella mañana. Dado que los sucesos de ese día habían conspirado para que conociese a la encantadora Paula y luego volviera a encontrarla, reconoció que tal vez había algo de cierto en la creencia de que Las Vegas era un lugar con suerte. Observó a unos seis metros de distancia mientras Paula hablaba con un joven en el mostrador de reservas. Era imposible oír lo que ella decía debido a la banda de mariachis que tocaba en el patio del restaurante El Sol, pero el joven parecía tan fascinado con Paula como lo estaba Pedro.
Una sonrisa burlona se dibujó en sus labios. ¿Qué demonios pensaría su abuela si supiera que había abandonado el trabajo para pasar la velada con una hermosa pelirroja que acababa de conocer? No lo creería. Conocía a Pedro demasiado bien para creer que elegiría socializar en lugar de trabajar, en especial en vista del proyecto más reciente que les había arrojado a sus nietos esa misma mañana. Pero en ese preciso momento lo último en lo que Pedro quería pensar era en los millones de los Alfonso.
Observó con admiración mientras Paula regresaba junto a él.
Había una pizca de sensualidad en su modo de caminar.
Algo aún más excitante era la sensación de que ella era de todo menos fácil. Era una dama.
—¿Hubo suerte? —preguntó él cuando ella llegó.
—Vegas no se trata tanto de suerte, sino de contactos. Sígueme.
Pedro obedeció, consciente de que en ese momento la seguiría a cualquier parte. Se recordó a sí mismo controlar cuántos margaritas tomaba.
La maître los acompañó hasta una mesa alejada, entre una fuente grande inspirada en la cultura maya y una pared cubierta de macetas con plantas. Por encima de estas colgaban de las paredes coloridos serapes, y los acordes de la música mariachi invadían el aire. Pedro corrió la silla para Paula y luego se sentó frente a ella.
—Esto es perfecto. Considerando la fila de la puerta, supongo que debes tener bastantes contactos en la ciudad.
Paula rio.
—No es para tanto. Digamos que los locales nos mantenemos unidos.
—Hablaste como una experta en conseguir lo que quieres. Me impresionas. —Le causó gracia ver que Paula se había sonrojado.
El camarero se acercó para tomar la orden de bebidas. Pedro descubrió enseguida que Paula hablaba “Margarita” como si fuera un idioma. Él nunca había oído hablar de un margarita de pomelo y chipotle.
—Estimo que los margaritas son de tus bebidas preferidas —comentó él cuando se quedaron solos.
—Disfruto uno de vez en cuando —explicó ella. Se inclinó hacia adelante y cruzó las manos sobre la mesa—. Al contrario de lo que has presenciado esta noche, no bebo en exceso.
—Cuéntame qué otra cosa no sé sobre ti.
Ella inclinó la cabeza hacia un lado y lo miró pensativa.
—¿Qué te gustaría saber?
—Todo, pero puedes comenzar por algo simple: cuéntame sobre tu familia.
Paula rio.
—Las familias suelen ser de todo menos simples. Al menos la mía no lo es.
—La mía definitivamente tampoco lo es —concordó él—. Declaremos tabú el tema de la familia esta noche. El trabajo y la familia quedan descartados. —Aceptó un vaso con el borde cubierto de sal por parte del camarero y lo levantó—. ¿Sal?
—Eres virgen de margaritas, ¿verdad? —Paula tomó su vaso—. Obsérvame y haz lo que yo hago. —Bebió un poco y luego se lamió los labios.
Pedro probó su trago. Le sentó como un sueño. La cena pasó demasiado rápido para su gusto. Comieron una amplia variedad de especialidades del sur de México. Los platos picantes se digerían fácilmente con varias bebidas más. La conversación superó la comida y la bebida, y Pedro no recordaba un momento en el que se hubiese reído tanto.
Sabía que nunca había pasado una velada tan agradable con nadie. Jamás.
Después de haber pagado la cuenta y de haber salido al aire fresco de la noche, Pedro supo que no estaba listo para dejar ir a Paula. Se acercó lo suficiente como para que lo oyera por encima de los mariachis.
—Imagino que bailas muy bien.
—Imaginas mal —replicó ella—. Pero tengo otro talento oculto.
Él no dudaba de eso.
—¿Cuál?
—Soy buena oyente.
Pedro la miró a los ojos. Había una sinceridad en el modo en que lo miraba, una dulzura en su manera de comportarse, que actuaba como una atracción magnética hacia ella. Una atracción a la que no estaba seguro de querer resistirse.
—Eso es fácil de creer, pero ¿por qué me lo dices?
—Porque te está carcomiendo; lo veo en tus ojos. —Estiró la mano y tocó suavemente su brazo—. ¿Te puedo ayudar?
“¿Te puedo ayudar?”. Tres palabras simples. Palabras que Pedro no solía oír, si es que alguna vez lo había hecho. Por lo general, era su trabajo ayudar, encontrar soluciones para los problemas de otros, apagar incendios. Daba gusto estar del otro lado. Miró a su alrededor. El Strip de Las Vegas no era el lugar para una conversación; un sitio tranquilo para charlar era demasiado pedir. Volvió a mirar a Paula.
—Aunque valoro tu oferta, a menos que tengas un barco zozobrante al que pueda salvar para no perder algo de suma importancia para mí, no veo cómo puedes ayudarme.
Ella levantó las cejas.
—¿Necesitas un barco zozobrante?
—En forma de un negocio en aprietos, sí.
Pedro observó una sonrisa dibujarse lentamente en los labios de Paula mientras ella estiraba su mano. Él dudó solo un instante antes de tomarla.
—¿Por qué sonríes?
—Es su día de suerte, señor Alfonso. Creo que tengo justo la cuota de cultura estadounidense en aprietos que está buscando.
La suerte de Las Vegas. Pedro oprimió la mano de Paula.
—Adelante.
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