lunes, 14 de marzo de 2016
¿NOS CASAMOS?: CAPITULO 10
Pedro no pudo escapar a quedar atrapado en un abrazo que parecía una nube rosa cuando él y Paula se despidieron de Muriel, pero la información que había conseguido bien valía la pena. Después de haber salido de la capilla nupcial Flamenco, Pedro respiró profundo el aire fresco de la noche.
—Bueno, eso fue muy instructivo.
Paula se rio con suavidad.
—Ah, la sutileza británica... —Estiró los brazos hacia arriba y se sacudió el pelo—. Estoy de acuerdo: Muriel hizo una valoración tan honesta como es posible. Pero entiendo que quizás quieras conversar con otros dueños de capillas. —Miró su reloj—. ¿Por qué no me llamas por la mañana? Prepararé una lista de otros que...
Pero Pedro no la dejó terminar.
—¿Mañana? —Avanzó un paso hacia ella—. Recién empezamos.
—¿Empezamos qué? —Paula inclinó la cabeza hacia un lado—. Querías un negocio en aprietos, y te encontré uno. Corrección: te encontré una industria completa en aprietos. ¿Qué queda por hacer?
¿Cómo explicarle a ella la locura de su abuela?
—Mucho, y no hay tanto tiempo para dedicarle. Mira, Paula, sé que es tarde, pero ¿podemos buscar un lugar para hablar? Te invito un trago.
—Oh, no. —Levantó una mano—. Entre los margaritas de la cena y la champaña, será mejor que no beba otra gota.
—¿Te tentaría la oferta de una cena gourmet? —Por alguna razón que no quería considerar en profundidad, Pedro no quería que la velada terminase—. ¿Puedo pedirte una hora más de tu tiempo?
Él observó mientras la indecisión recorría el rostro de ella.
—Estas son mis condiciones —anunció un largo momento después—: tú aceptas cambiar la comida gourmet por hamburguesa, papas fritas y batido, y aceptas decirme exactamente qué te propones, y es un trato.
—Trato hecho. —Estiró la mano para estrechar la de ella en señal de acuerdo pero, cuando ella deslizó su mano en la suya, Pedro se sorprendió a sí mismo tanto como sorprendió a Paula cuando se inclinó para besarle la mejilla. Él cerró los ojos mientras sus labios rozaban la piel de ella y saboreó el suave aroma a gardenia de su perfume. Allí estaba él, en el aire agradable de la noche, con una pelirroja inteligente, vivaz, por no mencionar hermosa, que olía a flores tropicales. Solo podía esperar que así fuera el Paraíso.
Retrocedió a regañadientes—. Lo siento.
—No te preocupes. —La expresión de Paula era difícil de descifrar—. Pero sí creo que debemos volver al trabajo.
Pedro asintió.
—Por supuesto. ¿Puedo suponer que conoces un lugar donde podamos sentarnos a conversar?
La sonrisa de ella era lo suficientemente burlona como para saber que no se había ofendido por el beso.
—Sígueme.
Así lo hizo él. Regresaron por el Strip, caminaron por una calle lateral, y luego hicieron una más. Mientras caminaban en silencio, el ambiente iba tranquilizándose a medida que dejaban atrás lo agitado del Strip.
Se detuvieron frente a un edificio con mucha decoración en metal y, al mirarlo de cerca, él se dio cuenta de que habían querido simular una cafetería de los años cincuenta. En la puerta de vidrio esmerilado se podía leer en letras rojas: “La cafetería de Doreen”. Pedro sostuvo la puerta abierta para que pasara Paula y luego la siguió. Miró a su alrededor mientras ella hablaba con la recepcionista. A juzgar por el modo en que esta y las demás camareras la saludaban, era evidente que Paula era una clienta habitual. Aunque la cafetería era encantadora, de un modo cursi, él no hubiese creído que era su tipo de lugar. Estaba claro que Paula Chaves era una mujer de gustos eclécticos. Un punto más a su favor.
—No puedo creer que tengo hambre otra vez. ¿Pido por los dos? —preguntó Paula cuando se sentaron a ambos lados de un reservado.
Él asintió y observó divertido mientras ella pedía comida como para seis adolescentes famélicos. No podía imaginar cómo hacía para mantener una silueta que cualquier modelo envidiaría.
—Oh, y dos batidos de vainilla, por favor. —Paula cerró los menús de plástico y los colocó detrás de la minirrocola que había en la punta de la mesa de fórmica, de color aguamarino. Después de que la camarera se había retirado a paso tranquilo, Paula enfocó su atención en él—. Espero que esto esté bien.
Él no le quitó la vista de encima.
—Bonito. Encantador, en realidad.
Ella rio.
—No es la palabra que yo utilizaría, pero está bastante tranquilo a esta hora de la noche, así que podemos hablar.
—Se inclinó hacia atrás y lo examinó—. ¿Qué estás haciendo en Las Vegas? Mejor dicho, ¿qué clase de misión emprendiste que implica resucitar un negocio agonizante a miles de kilómetros de tu casa?
Pedro comenzó a hablar, pero la camarera eligió ese momento para acercarse con las bebidas.
—Nuestra máquina de batidos está descompuesta otra vez, Paula querida, así que les traje dos botellas frías de cerveza.
—Sin aguardar aprobación, colocó dos jarras heladas frente a ellos y luego abrió las botellas con el destapador—. Que lo disfruten. Los aros de cebolla y los bastones de mozzarella estarán listos en un santiamén.
Cuando se fue, Pedro señaló la botella frente a Paula.
—¿Te pido una gaseosa en su lugar?
En respuesta, Paula sirvió cerveza en su jarra y luego en la de él. Después la levantó.
—Está bien. Brindemos por que finalmente me cuentes cuál es tu gran proyecto.
Él chocó su jarra con la de ella.
—No sé por dónde comenzar. Te comenté que trabajaba en un negocio familiar.
—¿Con tus padres?
Él sacudió la cabeza.
—Mi madre falleció hace años, y mi padre lleva una vida un poco bohemia.
—Ah, ¿no le interesa cuidar el quiosco?
Pedro dejó la jarra sobre la mesa. ¿El quiosco? ¡Cielo santo!, ¿creía que su familia tenía un quiosco de diarios y revistas? De repente se dio cuenta de lo lejos que estaba de casa. Había supuesto que Bella reconocería el apellido Alfonso. Pero ya no estaba en Inglaterra por lo que, a menos que ella leyera el London Financial Times, no tenía por qué conocerlo. Simplemente no era algo que él tuviera que explicar a menudo.
—Mi padre es del tipo artístico, se podría decir. A menos que fuese a punta de pistola, nunca se presentaría a un día de trabajo.
—Entonces, ¿quién es la familia en el negocio familiar? —Paula mordió un bastón de mozzarella y lo observó expectante.
—Está mi abuela, que es una verdadera arpía. Luego estoy yo y, además, están mis dos primos: Eduardo y Tomas.
—¿Trabajas bien con ellos?
Él sacudió la cabeza.
—Ni hablar. Mi abuela parece disfrutar de enfrentar a sus tres nietos entre ellos. —Bebió lo que quedaba de cerveza en la jarra—. Es un largo juego tras otro de demostración de superioridad. Estoy harto. —¿Por qué le estaba confesando eso a una mujer que apenas conocía si era algo que hacía muy poco se había admitido a sí mismo? Pero un vistazo a Paula respondió la pregunta. Al menos que estuviese muy equivocado, ella parecía interesada en lo que le decía. Realmente interesada, y no de una manera educadamente interesada. Era un lujo inusitado para él—. Te preguntarás por qué no renuncio.
Paula sacudió la cabeza.
—No, en realidad, comprendo a la perfección lo difícil que es alejarse de un negocio familiar. Créeme: lo entiendo demasiado bien.
Les sirvieron la comida, y Pedro se sorprendió al verse comiendo de buena gana una hamburguesa doble con queso. Siguió el ritmo de Paula papa frita tras papa frita, y bebieron varias botellas más de cerveza. Una sensación que Pedro apenas reconoció fue instalándose en él a medida que pasaba la noche: era como si fuese diez años menor y diez veces más feliz que esa misma mañana. Se sentía más relajado, como una versión despreocupada de él mismo, todo causado por una mujer que apenas conocía. Evitó deliberadamente mirar el reloj. Era una velada que no quería que terminase un instante antes de lo que debía.
La voz de Paula lo sacó de su ensueño.
—Tal vez este sea el momento de alejarse, Pedro. —Su expresión era pensativa—. No conozco los pormenores de esta tarea, o desafío como tú lo llamaste, pero quizás es aquí donde debes poner el límite. O tal vez sea el momento de renunciar. —Ella le sostuvo la mirada—. Si eso es lo que en verdad quieres.
Pedro se apoyó contra el respaldo del reservado, pero no rompió, no pudo romper, el contacto visual con ella. ¿Lo que quería? En ese momento lo que más quería en el mundo era tener a Paula Chaves en sus brazos. Casi no la conocía, pero sabía lo suficiente como para estar seguro de que era la mujer más maravillosa que había conocido, o que conocería.
Ella estiró el brazo y colocó la mano sobre la de él.
—Pedro, ¿estás bien?
Él asintió.
—Lo estaré. Si te unes a mí en esta tarea.
Ella abrió bien los ojos.
—Pedro, no digas locuras. No me necesitas. Aparte de presentarte a unas cuantas personas más (lo que haré con gusto), no se me ocurre de qué otro modo puedo ayudarte.
—No es cierto. Eres la persona ideal para ayudarme.
Ella retiró la mano.
—Define “ayudar”.
—Tú trabajas en la industria nupcial. Tienes información de primera mano sobre Las Vegas. Formaríamos un equipo ganador.
—¿Qué intentamos ganar?
—Estamos tratando de evitar que la fortuna de mi abuela vaya a parar a los perros. —Sacó varios billetes de veinte de la billetera y los dejó sobre la mesa. Luego, se deslizó por el reservado para ponerse de pie—. Y durante el proceso podemos evitar que el negocio de tu abuelo se hunda.
Ella frunció el ceño.
—¿Quién te dijo que nuestra capilla nupcial tiene problemas económicos?
Él levantó una ceja.
—¿Me dices que no te ves reflejada en nada de lo que dijo Muriel? ¿La capilla nupcial Corazones Esperanzados está en perfectas condiciones financieras, y tú eres optimista respecto de su futuro?
Tal como esperaba, ella miró hacia otro lado. Su lenguaje corporal confirmó lo que él ya sabía: el negocio de los Chaves estaba en la misma situación que el de Muriel. Años de experiencia empresarial le enseñaron a reprimir su impaciencia y a aguardar el momento. Pero no recordaba un momento en el que estuviese tan ansioso por oír un “Sí” o por un “Cuenta conmigo” por parte de un posible socio.
No tuvo que esperar mucho.
Paula se deslizó por el reservado y se paró junto a Pedro.
—Vamos a conversar sobre los términos.
Él no intentó ocultar la sonrisa.
—¿Adónde quieres ir? ¿A tu oficina?
Su negativa fue inmediata.
—No quiero involucrar a mi abuelo hasta saber con exactitud qué estamos haciendo. —Pensó por un momento—. ¿Hay un salón de reuniones en tu hotel?
—Sí, lo hay, buena idea. Servirá a nuestro propósito a la perfección.
—Siempre y cuando no haya alcohol; ya bebí suficiente por esta noche. —Paula se tocó la frente con las yemas de los dedos—. Si vamos a trazar un plan de negocios esta noche, necesito mantener la cabeza despejada. —El Cielo sabía que mantener la cabeza despejada con Pedro Alfonso cerca sería un desafío, incluso estando sobria. Su atractivo físico y su encanto eran la máxima distracción.
—Cuidaré bien de ti —prometió Pedro mientras le ofrecía el brazo para que ella se agarrase.
Una sensación cálida, confusa, recorrió a Paula mientras deslizaba su mano por el doblez del codo de él y lo seguía fuera de la cafetería. Su entusiasmo se debía solo a la posibilidad de conseguir un trato para mejorar la solvencia de su abuelo, según se dijo a ella misma, aunque sabía que no era del todo cierto. Estar con Pedro la entusiasmaba; por eso necesitaba mantener su reunión de negocios superprofesional y que no durase más de un par de horas.
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