lunes, 14 de marzo de 2016

¿NOS CASAMOS?: CAPITULO 9




Paula guio a Pedro entre la muchedumbre ubicada frente al Coliseum. Se aferró a su mano para que él no se separara de ella mientras los que habían asistido al concierto despejaban el lugar. El apretón de la mano de Pedro era suficientemente fuerte para que ella se sintiera segura, pero suficientemente suave para que pareciera una caricia. Una vez que dejaron atrás la multitud, ella le soltó la mano, pero siguió caminando.


—¿Puedo preguntar adónde vamos?


—Quiero mostrarte algo. —Paula lo miró de reojo—. ¿Podemos ver primero y hablar después?


—Adelante.


Y ella continuó avanzando hasta que llegaron a un flamenco rosa gigante de neón.


—Parada número uno.


—Capilla nupcial Flamenco —leyó Pedro en un cartel. Una sonrisa se dibujó lentamente en sus labios—. Ni siquiera te propuse matrimonio todavía.


Paula revoleó los ojos.


—Créeme, Pedro, el casamiento es lo último que tengo en mente.


—Entonces, ¿cuál es la explicación para la monstruosidad rosa que parpadea arriba de nosotros?


Paula abrió la puerta y le hizo una señal a su acompañante para que cruzara el umbral.


—Una cuota de cultura estadounidense; eso es. Dijiste que necesitabas un barco zozobrante. Considera a Flamenco un carcamán que apenas se mantiene a flote.


Con una ceja levantada y una expresión de “Te seguiré la corriente”, Pedro entró a la capilla nupcial. Paula, a solo un paso detrás de él, tuvo que sostenerse para no perder el equilibrio cuando él se detuvo de repente.


—Lo siento— se disculpó. Se dio vuelta para mirarla—. ¿Te lastimé?


Ella sacudió la cabeza y quitó las manos de la espalda de él.


—Estoy bien. ¿Qué te detuvo?


Él giró para mirar la entrada de la capilla.


—El rosa.


Paula, que había entrado y salido del Flamenco desde niña, no se sorprendió por su reacción. La capilla nupcial Flamenco era excesivamente retro. Las Vegas en todo su esplendor. Ciertamente en toda su chabacanería.


—No olvides el verde.


Pedro hizo un giro de trecientos sesenta grados con lentitud mientras asimilaba en silencio la decoración inspirada en Florida. Sacudió la cabeza.


—No, no hay manera de ignorar el verde. ¿Dónde estamos?


Pero, antes de que Paula pudiera responder, apareció una mujer de pelo plateado, con un vestido de noche color rosa. Abrió los brazos con un ademán ostentoso que era más propio de Broadway que del Strip de Las Vegas.


—¡Bienvenidos a la capilla nupcial Flamenco! ¡Acaban de entrar al lugar perfecto para meterse en la dicha nupcial! —La mujer echó un vistazo de admiración a Pedro. Dos veces—. ¿Qué mujer afortunada tendrá la experiencia celestial de ser tu esposa?


Pedro miró por encima de su hombro con los ojos bien abiertos.


—¿Paula?


Sintiendo lástima por el tono de pánico de su voz, Paula se asomó y se paró junto a él.


—¿Paula? ¿Eres tú, cariño? —La mujer con anteojos rosados aplaudió con alegría—. ¡Fíjate tú, nuestra pequeña Paula se casa! ¡Y en mi capilla! —Rodeó a Paula con sus brazos—. Me siento honrada. De verdad. Pero ¿dónde está tu abuelo? No querrás dejarlo fuera de la celebración, ¿verdad?


Como no podría oírla de manera coherente a través de las plumas rosas de marabú que adornaban el vestido de la otra mujer, Paula retrocedió.


—Hola, Muriel. Es encantador volver a verte.


Muriel miró a Paula y a Pedro con una sonrisa traviesa.


—Se están fugando, ¿verdad? —Estiró los brazos para volver a abrazar a Paula, pero Pedro salió al rescate con un abrazo de medio lado para que Paula se salvara del abrazo amable pero sofocante de la otra mujer.


Paula se inclinó sobre Pedro con la esperanza de que él percibiera su gratitud.


—No, Muriel. No nos estamos fugando. —Se alejó lo suficiente de Pedro para poder pararse apenas un paso detrás de él—. No estamos comprometidos, ni siquiera tenemos una relación amorosa.


—Entonces, ¿qué están haciendo aquí? —El ceño fruncido de Muriel expresó con elocuencia su confusión—. ¿Y quién es este hombre atractivo?


Pedro respondió antes que Paula. Estiró un brazo, sin dudas para evitar el abrazo, y se presentó.


—Soy Pedro Alfonso. Un nuevo amigo de Paula.


Muriel sonrió ampliamente.


—Un placer conocerte, Pedro. Cualquier amigo —simuló entrecomillar la palabra— de nuestra Paula es bienvenido aquí. Pasen y cuéntenme por qué se toparon con mi humilde capilla nupcial.


Paula miró a su alrededor.


—No tienes un casamiento programado para esta noche, ¿verdad? No quisiéramos interrumpir.


La sonrisa de Muriel se desvaneció.


—Por favor, ojalá. Esto está todo muerto. —Los guio por el vestíbulo, pasaron la capilla y llegaron a la oficina—. Siéntense mientras traigo champaña.


Paula y Pedro intercambiaron miradas divertidas.


—No, gracias, Muriel. No nos quedaremos mucho tiempo y no estamos aquí para celebrar.


Su anfitriona se acomodó en una silla blanca de mimbre y les hizo una seña para que ellos se sentaran en el sofá rosa de cuero que estaba frente a ella.


—Si no es una visita social, ¿por qué están aquí?


Entonces Paula le contó, aunque omitió diplomáticamente las palabras “barco zozobrante”. En su lugar, se concentró en la curiosidad de Pedro por la industria nupcial.


—Así que, Muriel, esperaba que pudieras comentarle a Pedro tu impresión sobre cómo el negocio ha cambiado en esta última década. Cualquier cosa que quieras compartir con él será genial.


Muriel se inclinó hacia adelante.


—¿Cualquier cosa? ¿Lo bueno, lo malo y lo feo?


—En especial, lo feo —la alentó Pedro—. Te agradecería mucho la sinceridad.


A Paula no se le pasó por alto que Muriel consideraba a Pedro tan encantador como lo hacía ella. Sin duda, él tenía ese efecto en la mayoría de las mujeres.


Muriel movió las manos como si acabara de hacer un truco de magia.


—Entonces, sinceridad es lo que tendrás. Pero insisto en la champaña, insisto terminantemente. —Sin aguardar respuesta, salió de prisa y regresó en tiempo récord con una bandeja en la que llevaba tres copas y lo que Paula de inmediato detectó como una botella de espumante de precio medio.


—Permíteme. —Pedro tomó la botella y la abrió con una gracia y talento que le reveló a Paula que no era ajeno a los lujos de la vida. Por algún motivo eso no la sorprendió.


Ella se acomodó contra el respaldo del sofá y bebió un poco de champaña. Escuchó cómo Pedro guiaba a Muriel por lo que parecía una entrevista. Su forma de preguntar era tan delicada que Paula dudaba de que la mujer siquiera se diese cuenta de que estaba revelando detalles de su negocio a un completo extraño. Paula se movió para poder observar mejor cómo se comportaba Pedro.


El hombre era tanto encantador como atractivo. Sin duda, la mayoría de las mujeres lo consideraban totalmente irresistible y se enamoraban de él con locura. Paula bebió otro poco de champaña. Era bueno que ella no fuera como la mayoría de las mujeres.







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