lunes, 1 de febrero de 2016

INCONFESABLE: CAPITULO 2




La habitación se hallaba totalmente a oscuras y la única luz existente procedía de la estancia anexa, separada de la primera tan sólo por un ventanal que ocupaba casi toda la pared a través del cual ellas podían ver todo lo que ocurría desde su cómodo asiento en la oscuridad. Se encontraban colocadas directamente frente a dicha ventana y, según habían sido informadas por Justino, las personas que iban a actuar tras el cristal sabrían que estarían allí en todo momento pero no podrían reconocerlas debido a la penumbra. Antes de que las dejaran a oscuras, Clara y ella se habían entretenido investigando la estancia y comentando con verdadero asombro cómo, para ser un lugar con tan mala reputación, todo estaba decorado con exquisito buen gusto. Resultaba extremadamente elegante y costoso. Allí se percibía el lujo y el dinero. Incluso podría asemejarse a sus propias residencias, cosa que no había dejado de sorprenderlas, puesto que esperaban hallar suciedad y desorden por doquier, así como comentarios vulgares y gente corriente que las molestara. Esperaban encontrar un lugar mezquino y depravado; sin embargo, para su sorpresa, había resultado todo lo contrario y estaban maravilladas. Es más, estaban seguras de que todo lo que habían
oído decir en los saloncitos de té referente a lugares como aquél sólo era producto del desconocimiento. Paula reafirmó su creencia de que no debía dejarse llevar por lo que opinaran los demás; después de todo, aquel sitio no estaba tan mal, y las habían tratado con toda la consideración que podían esperar dado su rango en la buena sociedad.


Gracias a su negro atuendo, el cual incluía llevar la cabeza cubierta con un velo, así como a las máscaras que habían utilizado para esconder su rostro, del mismo tono azabache que el de su vestido, habían pasado desapercibidas, o al menos habían resultado ser unas desconocidas para los caballeros que se reunían allí: despertando la curiosidad de éstos, aunque no sus atenciones. Incluso la mayoría de ellos eran conocidos de ambas, cosa que sorprendió a Pau, porque muchos habían sido los pretendientes más insistentes de Clara. Aunque por lo visto, a su amiga, aquel descubrimiento no pareció sorprenderla.


En cuanto estuvieron bien acomodadas, los sillones eran realmente cómodos y elegantes, con el tapiz floreado y la madera pintada en un dorado resplandeciente, les sirvieron champán por orden del futuro cuñado de Clara para que así se relajaran un poco y, según les dijo éste mientras les guiñaba un ojo sonriendo con socarronería, disfrutaran. 


Ellas, por supuesto, no protestaron, porque rara vez les permitían beber alcohol, por no decir ninguna, y, en cuanto estuvieron instaladas y a oscuras, se tomaron de las manos para darse ánimos en aquella loca aventura.


Paula empezó a sentirse audaz y desinhibida por una vez, quizá por las varias copas de aquella bebida burbujeante que le cosquilleaba la nariz y que sabía tan bien, o por culpa de la taimada Clara, e incluso un poco porque sentía libre ese yo escondido que tanto se esforzaba por mantener oculto, o tal vez debido al acto que estaba observando a través del cristal. Suspiró con envidia. Aquellos roces, los besos, las caricias, ¡ay, madre!, las embestidas.


—Clara… —Apenas podía articular palabra. Se sentía muy húmeda, muy necesitada de algo que parecía nacer de su feminidad y que la estaba poseyendo.


—¿Sí, Pau? —La voz de la otra era apenas un susurro.


Ninguna apartaba la vista de las imágenes que tenían delante, estaban poseídas.


—Nunca imaginé que pudiera ser así.


—Yo tampoco.


Sin poder evitarlo, Paula empezó a sentirse excitada y a preguntarse cómo sería su prometido. ¿Estaría tan bien proporcionado como el hombre que estaba contemplando? ¿Sería tan atractivo y musculoso? ¿Joven y apuesto? Se sentía intrigada y deseosa de ocupar el lugar de la mujer en aquella enorme cama de sábanas de seda blanca cubierta de pétalos de rosas de infinidad de colores, imaginándose que quien estaba en aquel enorme lecho era ella misma. Y es que lo que estaban presenciando era, era…, estaba acalorándose por momentos. Tragando saliva, tuvo que reconocer que, de no ser por su amiga, no estaría en aquella situación que se le antojaba tremendamente sensual.  Se llevó la mano al pecho a la vez que el hombre estrujaba los pechos de la mujer con ambas manos, llevándoselos hacia su masculina boca. Contrajo su vagina ante la sensación que se apoderó de ella. Tuvo escalofríos; tuvo calor; tuvo…


¿Era posible que su sangre estuviera alcanzando una temperatura tan elevada?


—¿Cómo se atreve a… —fue la pregunta sin terminar que Clara lanzó a alguien que acababa de entrar en la habitación de forma brutal provocando que Paula soltara la copa y que ésta se hiciera añicos en el suelo.


—¡Señor! —Paula no había reconocido aún al marido de Clara, por lo que actuó cual dama ultrajada, envalentonada por el alcohol y olvidándose del lugar en el que se
encontraba. Cualquiera hubiese pensado al verla que estaba echando de su casa una visita indeseada—. Haga el favor de salir inmediatamente. ¡Esto es una reunión privada!


La movía más el miedo a que su hermano descubriera que la habían encontrado en compañía de Clara presenciando aquello que el aspecto de matón que el esposo de su amiga presentaba en aquel instante. Lord Julian Penfried, el futuro conde de Strafford y esposo de Clara, había abierto la puerta de un fuerte golpe, resquebrajándola, y las estaba mirando echando fuego por los ojos. O algo mucho peor.


Enmudeció debido a la impresión de verlo en tal estado de cólera y empezó a temblar de terror. ¿Habría descubierto a Clara? Se encogió ante lo que podría significar aquello: el escándalo del siglo. ¡Oh, Dios santo! Esta vez sí que la iban a matar si Ricardo la descubría. Observó a su amiga estudiando nerviosamente su atuendo, el cual había escogido con esmero para acudir a dicho local. «No» decidió, no podría reconocerla. Ni a ella tampoco, se intentó convencer.


—Por favor, Julian —suplicó Emilia, la dueña de aquel establecimiento, temerosa de que el hombre armara un escándalo de tal calibre en su negocio que nadie lo olvidara y que, debido a ello, éste pudiera perder interés para la gran cantidad de caballeros que se habían vuelto clientela habitual—. La dama tiene razón. Salgamos de aquí inmediatamente.


Mientras le hablaba, le acariciaba el antebrazo al marido de la rubia platino, que era amiga de Paula, sin saberlo, en un intento de aplacar la furia del hombre a la vez que miraba a Clara con una disculpa en los ojos y se hacía mil preguntas.


 Las mismas que se habría hecho cualquiera ante tal escena. Y Paula temió lo peor cuando captó la rabia y los celos en Clara, al observar cómo su marido era manoseado por esa señora.


—¿Julian? —preguntó muy bajito, temerosa ante la certeza de que se trataba del hijo del conde de Strafford, marido de Clara—. ¡Oh, Dios mío! Mi hermano me va a matar —dijo mientras se volvía a mirar a Clara, quien se mantenía tercamente callada, lanzando puñales con los ojos a la señora Emilia—. ¿Qué hacemos? —planteó en un susurro casi inaudible. Sólo esperaba que su amiga tuviera un plan para salir indemnes de aquella situación, y se quedó mirándola, esperando alguna reacción por parte de ésta.


Clara pensó que su marido podía sospechar, pero que no estaba seguro de que fuera ella; en caso contrario, ya habría dicho o hecho algo escandaloso como era habitual en él. Por el momento sólo la miraba; eso sí, le enviaba dardos envenenados con los ojos, como ella a él, pero sólo la miraba.


—Querida —el hombre se dirigió a Clara en un tono que no admitía réplicas—, ¿harías el favor de acompañarme a casa?


Paula contuvo el aliento. Lord Penfried no pensaba dejar que su mujer se saliera con la suya, y estaba segura de que armaría una buena si ésta no lo obedecía. Un escándalo como el que llevó a Clara a casarse con él. Tragando saliva, rezó para que su amiga admitiera la derrota de ese encuentro. Hasta el momento nadie les había visto el rostro, porque lo mantenían bien oculto tras el velo y la máscara. Y ella debía salir con bien de aquella situación porque Clara ya estaba casada, pero, ella, sólo prometida. «¡Por favor, Clara!», le suplicó mentalmente esperanzada en que la oyese de alguna forma. «¡Se obediente por una vez! Esta batalla está perdida.»


—Creo que me confunde, señor. Mi esposo murió recientemente.


Paula no pudo evitar soltar un gritito de sorpresa al percatarse de que la cosa se complicaba por segundos. Y su hermano la mataría, de eso sí que estaba segura.


—Mi gozo en un pozo —murmuró provocando que Clara la mirara por detrás del oscuro velo con un mal gesto, a la vez que le propinaba un codazo, para que no metiera la pata—. Clara… —intentó avisarla, pero se llevó una verde e intensa mirada de reproche de la otra, la cual pudo percibir a través de la oscura tela. Insistió.


—Si ya te ha reconocido —le susurró impaciente—, ¿para qué alargar esta agonía?


—Cállate, Pau.


—Hazle caso —continuó terca.


—Ni hablar.


—Insisto en que obedezcas, porque me voy a meter en un buen lío.


Paula se había percatado de que el hombre mantenía fuertemente cerrado los puños y temió que su amiga lo enojara tanto que perdiera el control con ella. Si ya la había reconocido, ¿para qué prolongar aquella escena? Cuanto antes salieran de allí, mucho mejor; con suerte su hermano no se enteraría de quiénes eran las protagonistas de aquel nuevo escándalo. ¿Cómo explicar al estricto conde de Hastings que su hermanastra había demostrado ser tan casquivana como su madre? No podía, se estremecía sólo de pensarlo.


Por su parte, Julian forzó una irónica sonrisa ante el desliz que acababa de cometer Paula e intentó darle a entender a su mujer que no estaba para jueguecitos.


Sin embargo, ella prefirió ignorar su gesto de advertencia.


Sin que ninguno de los presentes, a excepción de Emilia, se diese cuenta, la estancia se había llenado de silenciosos curiosos, entre ellos Justino, quien las había acompañado al lugar y se suponía que las iba a proteger de miradas indiscretas; éste, para consternación de Paula, observaba la escena con una mueca de diversión.


—¿Seguro?


—Penfried —Emilia estaba deseando que todo aquello acabara de una vez. ¡Qué situación tan embarazosa!—. ¿Se conocen ustedes?


—No —respondió Clara al darse cuenta de que la mayoría de los hombres que antes ocupaban el salón de juego se encontraban dentro de la habitación o con la cabeza asomada a través de la desquebrajada puerta de ésta, gracias a la fuerza de su esposo. Decidió que, como Juliano la delatara delante de todo aquel gentío, quien lo iba a matar iba a ser ella. Ya había tenido suficientes escándalos desde que se conocieran.


Y Paula iba a desmayarse de un momento a otro debido a la presión. Ser testigo mudo de aquella escena, conociendo los antecedentes de ambos, la estaba llevando a la locura.


—¿No? —preguntó su marido arqueando una ceja mientras en un rápido movimiento le arrancaba la máscara del rostro.
— ¿Estás segura, querida esposa?


Paula enmudeció al oír el murmullo asombrado y jocoso de los hombres allí presentes, y al ver la mirada calculadora de la mujer que antes se había atrevido a tocar al esposo de Clara en su presencia. Discretamente, Emilia retiró la mano del antebrazo del hombre. Paula pensó que al menos uno de los presentes demostraba algo de cordura.


—Creo que, al final, no necesitarás que te lleve de regreso —intervino Justino risueño, atrayendo hacia su persona las miradas de las mujeres y de Julian.


«¡A mí, sí!», quiso gritarle Paula al hombre. ¿Es que nadie reparaba en ella? ¿En su comprometida posición?


Clara mantuvo la mirada fija en su esposo, midiéndolo, calculando hasta dónde sería capaz de llegar para conseguir que ella lo obedeciera. Al parecer lo que vio fue suficiente como para que accediera a cumplir sus órdenes por las buenas. Como dama de alta cuna que se consideraba, con gesto arrogante y altivo, cruzó por delante de él para obligarlo a seguirla en un vano intento de ponerlo en su lugar.


—¡Ni lo sueñes!


El hombre la tomó del brazo con brusquedad en el momento justo en que ésta pasó por su lado como si de la misma reina se tratara, para acto seguido arrastrarla hacia la puerta de salida ante la mirada lasciva de los hombres y burlona de las mujeres que trabajaban allí. Y Paula pensó que el mundo había llegado a su fin, porque esta vez sí que no lo contaba; eso pensó cuando la mirada de muchos de los presentes retornó en dirección al lugar donde permanecía ella en silencio. Afortunadamente, Justino la tomó del brazo en un gesto delicado y la acompañó hasta la salida del local, como si fuera lo más natural del mundo.


Tal vez tenía una posibilidad de salir indemne de aquella bochornosa situación. Y decidió que lo conseguiría.


—Lo estás haciendo muy bien, pequeña —le dijo su acompañante en un susurro para confortarla mientras ambos se dirigían hacia la puerta del establecimiento—. Un poco más y estaremos montados en mi coche. Y después, a casa.


—Creo que me estoy mareando. —Paula estaba verdaderamente aturdida, aunque era más bien por el champán, la lujuria insatisfecha y el temor de poder ser descubierta.


—Intenta respirar profundamente, piensa que nadie te ha reconocido, podrías pasar incluso por Sara.


—Sí, claro, por supuesto. —Qué otra cosa podía decir ante tamaña mentira. Sara Stanton era alta y corpulenta, a diferencia de ella, que era menuda y bajita.


—No te subestimes, Paula, eres una muchacha encantadora.


—Sólo quiero salir de aquí —gimió.


—Ya casi estamos, un poco más...


—¡Un momento! —exclamó una voz terriblemente familiar para ella y, en ese instante, fue consciente de que estaba muerta.





domingo, 31 de enero de 2016

INCONFESABLE: CAPITULO 1




Londres, 1847


—Aún no me puedo creer que estemos aquí —susurró nerviosa Paula a su amiga mientras se cubría más el rostro con aquella enorme máscara—. Si mi hermano se entera de lo que estamos haciendo, me mata. —Al ver la sonrisa petulante en el rostro de Clara, se alteró aún más—. Y a ti también, por arrastrarme en tus locuras —la regañó recitando una de las frases favoritas de su hermano Richado, quien no veía con buenos ojos la influencia que decía que Clara ejercía sobre ella.


—No sea ridícula, señorita Chaves —le dijo Clara adoptando pose de matrona mientras sus enormes ojos verdes chispeaban de emoción—. Además, recuerde que está haciendo un favor a una amiga —señaló tras colocarse bien el pronunciado escote del vestido negro de satén que se había puesto en su intento de simular ser una joven viuda. 


Tomó de la mano a Paula y la empujó en dirección al saloncito en el que podrían observar cómo se llevaba a cabo el acto sin ser vistas por sus protagonistas.


Paula se dejó llevar, murmurando por lo bajo y mirándose con pesar el desastroso escote de su propio vestido. Le quedaba holgado debido a que ella no había sido bendecida con el exuberante busto de la otra y, a pesar de que había intentado rellenarlo con unas medias gastadas, parecía que no tenía muy buena pinta. «En fin —pensó encogiéndose de hombros—, qué remedio.» Siempre sería la amiga con lentes de la belleza de la temporada. La amiga insulsa, tímida y aburrida. Por fortuna para ella, y para su sobria existencia, normalmente Clara andaba metida en líos y la obligaba a acompañarla; de no ser así, su vida sería un verdadero hastío. Aunque, por supuesto, negó con la cabeza, eso jamás de los jamases lo reconocería ante ella.


Ya estaba demasiado pagada de sí misma.


—Tiendo a pensar que tu hermana se ha indispuesto sospechosamente. Resulta mucha casualidad que se sintiera mal unas horas antes de salir.


—¿Qué quieres decir con eso? —le preguntó la hermosa rubia mirándola directamente—. En realidad, no importa si Sara está o no verdaderamente enferma; lo primordial es que estemos aquí nosotras.


—No me digas —masculló Paula.


—Mi hermana no estaba de acuerdo con el plan. —Al decir esto se encogió de hombros, restándole cualquier transcendencia a ese hecho—. Por suerte, Justino no es tan mojigato como ella y ha decidido ayudarme. Ayudarnos —le recalcó con suficiencia—. En el fondo te estoy haciendo un favor, Pau, así te saco a ti también de la ignorancia. No es justo que nos mantengan en tal estado de desconocimiento hasta después del matrimonio.


—¿Sara no sabe que estamos aquí? —preguntó Paula guardando en su memoria sólo la primera parte de la frase de Clara—. Me has mentido otra vez para conseguir que te acompañara. ¡Cómo no lo imaginé! —protestó mordiéndose el sobresaliente labio inferior—. Cuando mi hermano se entere, me va a matar. Me va a matar. —Paula estaba segura de que si Ricardo llegaba a saber lo que habían hecho, lo que ella, una mujer soltera, había hecho, la internaría en algún manicomio por inconsciente. Y a Clara le haría algo peor—. Esta vez hemos ido demasiado lejos, Clara, y como tu esposo se entere de esto…


—Vamos, Pau —la consoló la otra mientras le daba un pequeño apretón para tranquilizarla—. No va a pasar nada malo —intentó calmarla—, y por supuesto que mi hermana sabe que su prometido es quien nos acompaña. —La miró cómplice—. Es más, le ha hecho prometer que no se separará de nosotras hasta que estemos de vuelta en casa sanas y salvas.


Como Paula la miraba contrariada, Clara prosiguió.


—Además, tu hermano es tan mojigato como Sara.


Ante ese comentario, ella tuvo que callarse, porque era cierto. Ricardo constituía el paradigma del decoro y las buenas formas. Y resultaba demasiado estricto.


—¿Sabes, Clara? —le preguntó su amiga con resignación mientras la seguía dentro de aquella extraña estancia—. Pensé que al convertirte en una mujer casada te habrías reformado. Pero veo que nunca vas a cambiar.


—¿Se supone que eso es un insulto?


—No me parece nada graciosa esta situación —le reprochó la pequeña pelirroja.


—Me haces parecer una bruja. —Al decirle esto, hizo un gesto para indicarle que tomara asiento junto a ella. Susurró con pesar—: Y te pareces a Julian al criticar todo lo que hago.


Paula se percató de que su amiga verdaderamente necesitaba hacer aquello e intentó, como siempre solía hacer, soltarle uno de aquellos comentarios que Clara adoraba en ella, por lo poco comunes.


—Una bruja, no. —Pau sonrió mientras murmuraba—: ¡Un pequeño demonio!


Ambas mujeres estallaron en delicadas carcajadas que provocaron, sin saberlo, el interés de muchos de los caballeros que se encontraban en aquel lugar.


Entre ellos, el del marido de una de éstas.


Estaban boquiabiertas, sonrojadas y entusiasmadas.



INCONFESABLE: SINOPSIS




Paula nunca imaginó que en su loca aventura en uno de los burdeles más famosos de Londres acabaría perdiendo la virginidad con un hombre del que no puede recordar nada debido a que estaba un poco ebria, demasiado excitada y sin sus lentes.


Decidida a descubrir la identidad de ese amante apasionado, emprende una investigación junto a su amiga Clara.


Sin embargo, cada vez que la joven avanza, se ve obligada a esquivar las continuas interferencias del marqués de Aberry, un hombre exageradamente atractivo que parece disfrutar atosigándola.


Ella desconoce quién es él, él no entiende por qué lo ignora ella, pero lo cierto es que el deseo los obliga a reunirse continuamente, incluso eligiéndola como la solución a los problemas del imperio Ruso.






A TRES PASOS: CAPITULO FINAL





El plan era sencillo, lo difícil era que no la pillara. Espero escondida en un portal cuatro horas hasta que le vio salir del portal y entró en su casa con la llave que le había conseguido Leticia. Puso los ojos en blanco al ver que todo estaba desordenado otra vez y eso que se acababa de mudar. Sabía que estaría fuera un par de horas, así que sacó todo lo que había comprado de la bolsa de lona que llevaba con ella. Se puso a trabajar colocando los cerrojos que había comprado. Se cerrarían automáticamente en cuanto se cerrara la puerta y sólo se podían abrir con llave que por supuesto tenía a buen recaudo. Cuando terminó estaba sudando. Hacía un calor horrible esa tarde, pero no quería encender el aire acondicionado por si él lo notaba al llegar a casa. Mirando el reloj se dio cuenta que no le quedaba mucho tiempo. Recogió rápidamente la casa y estaba acabando cuando escuchó el clinck del ascensor. Se le cortó el aliento mirando hacia la puerta, cuando sonó el timbre y dejó salir el aire que estaba conteniendo al darse cuenta que era la comida que había encargado. Tres chicos entraron cargados de cajas. Había comprado suficiente para una semana. Creía que con eso sería suficiente.


Colocó las cosas en la cocina que estaba impoluta. 


Seguramente porque casi no se usaba y fue a darse una ducha después colocar las sábanas nuevas, que también había llevado. Se puso un camisón de seda rosa muy cortito y espero sentada en la cama. Un sonido en el teléfono le indicó que le había llegado un mensaje y al mirarlo sonrió pues Leticia le decía que ya estaba de camino. Entonces
se empezó a poner muy nerviosa. ¿Y si tiraba la puerta abajo? ¿Y si todo aquello era un terrible error que les llevara a la ruptura definitiva? Sintió miedo de perderlo, pero después de pensarlo mucho se dio cuenta que no podía echarse atrás. No podían estar peor que ahora.


Veinte minutos después escuchó como se abría el ascensor en la planta y se acercó a la puerta de la habitación. Cuando Pedro entró cerró la puerta empujándola con el pie mientras miraba su correo. Indiferente lo tiró de mala manera sobre la mesa de entrada y al levantar la vista, miró confundido alrededor, pues ver el piso más o menos limpio debía ser chocante. Después entrecerró los ojos caminando hasta el centro del salón- ¿Paula?


Sonrió antes de salir- Hola. ¡Has llegado a casa!- se acercó a él y le dio un rápido beso en los labios- ¿Tienes hambre? Pensaba hacer espaguetis.


-¿Qué haces aquí?


-Vivir contigo.


-Eh, eh- la cogió del brazo suavemente y le dijo mirándola a los ojos-¿Recuerdas la conversación que tuvimos?


-Sí. ¿Y recuerdas lo que te respondí yo?-Pedro se pasó una mano por el pelo poniéndose nerviosa- Nena…


-¿Me ayudas a hacer la cena?


-Esto no va a funcionar.


-Claro que sí- sonrió radiante y se bajó un tirante del camisón. Pedro no perdió detalle y eso la animó a quitarse el otro. Dejó caer el camisón hasta sus caderas y después lo arrastró hasta abajo dejándolo caer al suelo, mostrándose totalmente desnuda. Puso las manos en las caderas y levantó la barbilla- Sino quieres cenar, podrías hacerme el amor. Te he echado de menos.


Él gruñó antes de cogerla por la cintura y levantarla haciéndola reír. Se sujetó abrazando su cuello y le miró a los ojos- ¿Eso es un sí?


Pedro atrapó sus labios besándola ansioso y ella respondió con gusto. La tumbó sobre la cama con él encima y ella impaciente llevó sus manos al bajo de su camiseta tirando de ella hacia arriba. Él se apartó apoyándose en un codo –No.


-Quiero tocarte- dijo mirándolo a los ojos. Sus manos acariciaron su torso y Pedro gimió cerrando los ojos. Paula tiró de la camiseta y él se dejó llevar sacándosela por la cabeza. Ella acarició su pecho con amor y acercó sus labios a una cicatriz que cruzaba su pezón izquierdo. Sin separar los labios de su pecho susurró- Eres la persona más valiente que conozco y te quiero.


Pedro se le cortó el aliento y la cogió por el pelo de la nuca para levantarle la cara. Su mirada era intensa –Repítelo.


-Te quiero. Eres mío y nada, ni nadie, me separará de ti jamás. Ni siquiera tú.


La besó posesivo y Paula se abrazó a él acariciando su espalda. Sus manos bajaron hasta su trasero y tiró de la cinturilla de su pantalón hacia abajo. Sin dejar de besarla se desabrochó los pantalones con una mano y Paula le ayudó a sacárselos antes de rodear sus caderas con sus piernas y gritar al sentir su fuerte embestida. Pedro la observaba mientras entraba y salía de ella con intensidad, provocando unas sensaciones que eran una delicia. Le apretó los costados pidiendo más y él no la defraudó, apurando las embestidas hasta que entrando por última vez en ella, la catapultó a un intenso orgasmo que la hizo llorar.


Pedro la cogió por la barbilla y susurró preocupado- ¿Te he hecho daño?


-No. Ha sido…- sonrió provocando que Pedro suspirara de alivio.


-Joder, al verte llorar…


-¿He llorado?- preguntó sorprendida. Después sonrió con picardía- Eres bueno…


Pedro se echó a reír y se apartó de ella tumbándose boca arriba. –Bonitas sábanas.


-¿Te gustan? –preguntó impaciente poniéndose de costado para mirarlo. Quería que le dijera que la quería, no que le gustaban las sábanas.


-Mucho.- él cogió un mechón de su pelo y lo acarició.-Así que te vienes a vivir aquí.


-En realidad- dijo haciendo una mueca- Estoy aquí para que te enamores de mí y no me dejes marchar.


Pedro levantó una ceja divertido- ¿Ah sí?


-Sí.


-¿Y cuánto piensas que tardaré en hacerlo?


-Tengo víveres para una semana.


-¿Y qué piensas hacer? ¿Atarme a la cama?


-¡No! ¡No soy tan drástica!


Entonces él entrecerró los ojos-¿Qué has hecho?


-Nada. –todavía no quería decirle que no podía salir de la casa.


-¡Mientes fatal!- se levantó de la cama de un salto y se subió los pantalones.


-Cariño…- hizo una mueca al escucharle ir hacia la puerta y escuchó sus gruñidos al intentar abrir.


-¡Paula! ¡Abre ahora mismo!


-No puedo.


Él volvió furioso- No me gusta estar encerrado. Abre ahora mismo.


-No tienes que preocuparte puedes abrir las ventanas y el piso es muy grande. Además estoy aquí contigo.


La miró como si estuviera loca- ¡Abre!


-¡No! ¡Buscarás una excusa para irte o para no decirme que estás loco por mí! ¡Me quieres! ¡Así que no voy a abrir esa puerta hasta que me lo digas!


-¡Estás chiflada!- exclamó atónito viéndola levantarse enfurruñada y ponerse el camisón.


-Vaya gracias, muy bonito. Yo te digo que te quiero y tú me dices que estoy chiflada- pasó ante él y fue hasta la cocina.


-Vale, te quiero.


Ella se volvió para mirarlo-¡Así no vale!


Pedro levantó las manos al cielo como pidiendo ayuda y Paula cuando se volvió reprimió una sonrisa. Abrió la nevera y cuando se volvió se quedó de piedra al ver a Pedro con una rodilla en el suelo ante ella y un anillo en la mano- Lo compré ayer.


-¿Qué?- dejó caer la lechuga que tenía en la mano y se acercó a él.


-Me di cuenta que me gustabas cuando te vi con aquel bate en la mano, pero cuando Santiago me dijo en dónde estabas, entendí que te amaba por el terror que me traspasó a que te pasara algo. Cuando te dejé ante la casa de Malena, supe que no podría vivir sin ti y que te necesito en mi vida.


Los ojos de Paula se llenaron de lágrimas- Pero me dejaste en casa de Malena.


-No me atreví…pero cuando me dijiste que no me libraría de ti supe que volverías, así que compré el anillo. Quería estar preparado.- sonrió algo inseguro mientras las lágrimas rodaban por las mejillas de Paula.- ¿Quieres casarte conmigo?


-Sí. –se acercó a él extendiendo la mano y Pedro sonriendo le puso el anillo en el dedo anular.-Te quiero.


Se incorporó y la cogió por la cintura- Y yo a ti, mi amor. Más de lo que he amado nunca a nadie y te prometo que intentaré hacerte feliz.-la besó suavemente en los labios- Ahora, abre la puerta.


-Sobre eso…-dijo con una risita tonta.


-¿Si?- sus labios bajaron por su cuello.


-No puedo.-él entrecerró los ojos y levantó la vista- Piensa que estamos de luna de miel.-dijo radiante mirando su anillo. Un solitario en talla baguette precioso- Me encanta el anillo. ¡Malena se va morir!


-Preciosa céntrate. ¿Por qué no puedes abrir la puerta?


-No tengo las llaves- dijo encogiéndose de hombros.


-¿Y quién las tiene?


Ella le miró a los ojos- ¿Me amas?


-Sí.


-¿Confías en mí?


-Sí.


-Pues tendrás que soportar estar conmigo toda la semana con la puerta cerrada.


-Cariño…


-¿Sí?- radiante le rodeó el cuello con los brazos.


-¿Me amas?


-Más que a nada- Pedro sonrió y le acarició la cintura hasta el trasero.


-¿Confías en mí?


-Totalmente.


-¿Y me lo perdonarías todo?- preguntó intentando retener la risa.


-Todo.


-Entonces ya no tengo miedo de decirte que uno de los ratones todavía está por la casa








A TRES PASOS: CAPITULO 21





El viaje fue agotador, sobre todo porque el vuelo en el avión militar fue horrible. Cuando llegaron a Nueva York, Paula sólo quería dormir. Pedro le llevaba la mochila mientras la guiaba por el aeropuerto de Newark para buscar un taxi. 


Cuando la subió, dio la dirección de casa de Malena y Paula hizo una mueca. No iba a ser fácil. Era tan cabezota.


Cuando el taxi se detuvo ante la casa de su amiga, ella se volvió a mirarle- Así que te vas a resistir.


-Adiós, Paula -dijo extendiendo el brazo ante ella y abriendo su puerta.


Paula sonrió y le dio un beso en la mejilla antes de que se apartara.-Vale, te veo luego.


Pedro levantó una ceja y salió del taxi antes de que pudiera protestar. Entró en el portal y saludó al portero. 


Evidentemente su amiga estaba trabajando, pero el portero la conocía y le dejó la llave. Subió y se dio una larga ducha que su cuerpo agradeció después de ducharse a toda prisa durante un mes. Se metió en la cama y sonrió mirando el techo. –Si cree que va a librarse de mí, señor Alfonso, está muy equivocado.


El olor del desayuno la despertó y cuando fue hasta la cocina vio a Malena haciendo huevos revueltos- ¿Hay para mí?


Malena gritó sobresaltada girándose. La miró con los ojos como platos- ¿Paula?


Sonrió divertida porque no se había ni enterado que estaba en su casa- Sorpreeeesa…


-¿Qué pasa?


Martin en calzoncillos llegó con una raqueta de tenis en la mano con pinta de haber saltado de la cama. Cuando vio a Paula en camisón, dejó caer el brazo y suspiró pasándose la mano por su pelo….- ¿De dónde sales?


-Llegué ayer.- se sentó en uno de los taburetes de la encimera de la cocina y miró a su amiga.


-¿Sabes lo que es un teléfono?- Malena se acercó y le dio un abrazo.


-No me dio tiempo a avisar.


Malena la miró de arriba abajo y suspiró-¿Estás bien?


-Sí, pesada. Estoy bien. Tengo hambre.


Su amiga puso los ojos en blanco y se alejó yendo hacia la cocina otra vez. Martin se sentó a su lado colocando una taza de café ante ella- Gracias, eres un amor.


-¿Qué haces aquí?- preguntó Malena saliendo de su estupor inicial.


-Me fueron a buscar- sonrió de medio lado y Malena se acercó con la sartén en la mano.


-¿Santiago?


-No.


-¡No puede ser!- Paula asintió y Martin las miraba la una a la otra sin entender nada.- ¿Pedro te ha ido a buscar?


-¿A que es un amor?


Martin entrecerró los ojos- ¿Y qué haces aquí?


Ella le miró como si quisiera matarlo-¿Tenías que romper mi burbuja?


Levantó las manos en son de paz y Malena sonrió- ¿Y qué vas a hacer?


-Acosarlo, supongo. Está loco por mí. No puedo dejarlo escapar.


-Normalmente somos nosotros los que…-las dos lo fulminaron con la mirada y se sonrojó- Vale, me callo.


Las amigas se miraron y Malena le guiñó un ojo- ¿Sabes lo que puedes hacer?


-¿Qué?


-¿Qué te parece si te metes de ocupa?


-Me sacará de los pelos.


-No si él está encerrado contigo.


-Tirará la puerta abajo. No soporta tener las puertas cerradas.


-¿Y cómo ha montado en avión?- preguntó Martin.


Las dos lo miraron –Es cierto. Si no puede sentirse encerrado…


Malena sonrió de oreja a oreja- Pues ya sabes lo que tienes que hacer.