viernes, 8 de enero de 2016

MISTERIO: CAPITULO 17




El sonido de un mensaje de texto me hizo reaccionar.


Alicia: Tengo una emergencia amiga, pero no le digas nada a Roberto, prométemelo.


Paula: Lo prometo, ¿qué pasa?


Alicia: Es Amy, está prendida en fiebre, no le baja con nada. Estoy de camino al hospital, ¿podemos encontrarnos allí?


Paula: Claro, voy en camino. Nos vemos pronto.


Paré un taxi y le indico que me lleve al hospital lo más rápido posible. Me alegré de encontrarme cerca. Minutos después entré por el área de emergencia y la vi a mi amiga sentada con las gemelas en la sala de espera.


—¡Alicia! —La llamé, inclinándome para tomar a Amy en brazos—La voy a llevar a que la examinen. —Me llevé a la niña al interior de la unidad de emergencias. Por suerte, Pedro no se había ido. Nos encontró en la recepción y enseguida se acercó a nosotras.


—¿Qué le pasó? —indagó en dirección a Alicia.


—Tiene mucha fiebre y no se le baja con nada. Estoy desesperada. No sé qué hacer. —Ella se cubrió su rostro con las manos y sollozó.


—Tranquilízate, enseguida será atendida. Quédate aquí con Tara y llena los formularios necesarios para el ingreso. Yo me ocuparé de lo demás.


Dejamos a Alicia y a la pequeña Tara en la sala de espera, mientras nos ocupamos de Amy. Pedro se portó a la altura, era profesional en todo momento. Dos horas más tarde, la niña se encontraba estable y descansaba en una habitación.


—Alicia, sería recomendable que Amy se quedara esta noche para poder monitorearla, la puedes acompañar si quieres. —Mi amiga me miró con algo de angustia, sin saber que decir.


—Me llevaré a Tara, pasará la noche conmigo. Te prometo que la cuidaré bien.—Ella me abraza en silencio, era su forma de agradecerme el apoyo.


—Todo va a estar bien amiga, es solo una precaución —le repetí para calmarla dándole un abrazo de despedida—Además, Tara está en buenas manos. Nos vemos mañana temprano, voy a aprovechar a Pedro para que nos lleve al departamento. —Volvimos a abrazarnos y la dejamos en compañía de una de las enfermeras.


Tara no paraba de reír mientras salía montada sobre los hombros de Pedro. Llegamos hasta su todoterreno y la colocó en la sillita que utilizaba Emma, su hija. La aseguró bien y se sentó detrás del volante.


—¿Sigues de novia con el tal Oscar? —preguntó Pedro mirándome a los ojos con recelo. Aunque el tono de su voz era suave también mostraba algo de fastidio


—Hemos terminado —le dije clavando mis ojos en los suyos. 


Un brillo de satisfacción se asomó.


Se acercó a mí para darme un beso con suavidad sobre los labios. Me gustó cómo se sintió, no quería que parara.


—No te podría compartir con nadie Paula, te quiero solo para mí —dijo sobre mis labios antes de apartarse.


Su confesión me recordó las palabras de Oscar en el restaurante. Entonces ¿si era cierto que compartía con otros hombres a las mujeres con quien salía? ¿Será verdad lo que dijo de Pedro o fueron sus celos los que hablaron por él? La duda volvió a invadirme.


—Y, ¿ese beso a que se debe, doctor Alfonso? —pregunté sin poderme aguantar.


—Es tu premio por haber hecho un excelente trabajo en tu primer día. —volvió a besarme, pero esta vez corto y rápido.


—Tenemos a una espectadora, no creo que le estemos dando un buen ejemplo. —Él rió con fuerza y encendió el motor.


Mientras Pedro manejaba por la ciudad me entretuve buscando una buena canción en la radio, pero no tenía suerte. La apagué y me giré para ver a Tara. Se había quedado dormida.


—¿Emma está aquí contigo? —Le pregunté para romper el silencio.


—Llega este fin de semana, no quise traerla hasta no tener remodelado el departamento. Irma se la trae —dijo con tranquilidad. Yo solo asentí.


—¿Por qué no dijiste la otra noche, que íbamos a trabajar juntos? —Lo observé atenta.


—Me gusta sorprenderte—reveló con una sonrisa traviesa.


—Se te da muy bien, por cierto. —Los dos reímos—Gracias por ayudar a Alicia.


—No lo hice solo, la ayudamos los dos. —Colocó una mano sobre mi pierna a la altura del muslo, sus caricias eran suaves y muy provocativas. Mi cuerpo era débil y traicionero ante su tacto. Deseaba que la subiera un poco más y llegara hasta mi intimidad.


Sentí como se humedecía mi sexo, tuve que retorcerme un poco en el asiento para calmar la ansiedad que me provocó el calor de su mano.


«Este no es un buen momento para sentirme tan excitada», me reprendí mentalmente.


—¿Todo bien? —preguntó con picardía.


—Aja —dije sin ganas ruborizándome sin querer.


—Hemos llegado —anunció—Te ayudo con Tara.


Pedro se encargó de sacar a la niña y subirla al departamento. Al abrir, nos conseguimos a papá sentado en el sofá tomándose una copa.


Pedro, Paula, ¿qué ha pasado? —Se levantó y se acercó hacia nosotros.


—Ya está todo bien, no te preocupes. Dejamos a la otra gemela hospitalizada. Alicia se quedó con ella. —La cara de papá era todo un poema—Pasa Pedro, vamos a acostarla en mi cuarto.


—Será mejor que la vaya a acompañar —dijo con seriedad, después de que entramos en la habitación y mientras veía como la acomodamos juntos bajo las sábanas.


—No señor, usted se queda aquí. Además estas tomando.


—Fue solo una copa, Paula, no exageres. Puedo tomar un taxi o mejor, Pedro me lleva. —Lo miró esperanzado, esperando ser apoyado—Me cambio enseguida —agregó antes de recibir una respuesta y salió al pasillo para dirigirse a su habitación.


—Pedro, dile algo. Alicia no quiere que él se entere. Ayúdame, por favor —dije en voz baja y lo animé con una mano a que lo siguiera.


—¡Roberto!, espera. —Enseguida se apresuró a alcanzarlo, pero no lograba escuchar nada desde la habitación. Así que me ocupé en terminar de acomodar a Tara, le apagué la lámpara y salí dejando la puerta entreabierta, para que entrara la luz del pasillo.


Pedro intentó hablar con él, pero lo único que consiguió fue aumentar su mal humor, y para tener una discusión innecesaria que pudiera enemistarlo con mi padre, prefirió marcharse. Se despidió de mí con un beso corto pero apasionado y luego se fue.


Enseguida busqué a mi padre y lo encontré sentado en la orilla de su cama, con la mirada enfurecida clavada en el suelo y frotándose las manos por el nerviosismo.


—¿Por qué no quiere verme?, ¿qué te dijo? —consultó alzando la vista hacia mí. Me senté a su lado, estaba derrotada. Me hubiera gustado tener tiempo para descansar, pero ese lunes se había convertido en el más largo de mi vida.


—Le da pena contigo, no quiere que pienses que se está aprovechando de ti. Ella siempre ha sido una mujer independiente, papá, dale su espacio. —Le pasé una mano por la espalda para tranquilizarlo, pero no pude lograrlo.


—¡Espacio una mierda!, yo quiero que cuente conmigo, que me llame si tiene una emergencia. Ella me necesita a su lado. —Se levantó aún más molesto, lo que dijo me hizo enternecerme.


—¿Papá, en que época vives?, ahora las mujeres toman el control de su propia vida. Además ustedes no son novios ni nada por el estilo, y no es normal contar con un vecino simpático. —Él resopló, tomó su chaqueta y se dirigió a la puerta.


—Me voy, aquí no resuelvo nada —fue su sentencia antes de tirar la puerta con tal fuerza que retumbaron las paredes.


Negué con la cabeza mientras caminaba hasta mi baño. Necesitaba una ducha, había tenido suficiente por un día.


Mi padre estaba bien grandecito, si quería ver a Alicia e imponerse en su vida. Ella tendrá que resolver esa situación, como a mí me toca resolver las mías.


Ese comportamiento impulsivo de mi padre era algo novedoso, él siempre fue una persona calmada y sensata, pero en esta ocasión actuó como un chiquillo, no fue capaz de controlarse, parecía un caballo descarriado. Sólo esperaba que Alicia no lo rechazara, ella también era una mujer complicada y terca como una mula.


Al terminar de bañarme y vestirme con un pijama arreglé el sofá para dormir en él y no despertar a Tara. En lo que mi cabeza tocó la almohada logré desconectarme de la realidad, y sumergirme en un sueño profundo.


Al sonar la alarma me levanto como un cohete recordando que tenía que estar a primera hora en el quirófano. Me arreglé en minutos y con cuidado desperté a Tara. Ella me miró con carita de querer seguir durmiendo. La arreglé rápidamente y me la llevé en brazos, tenía que apurarme si quería llegar a tiempo. Me sorprendí al ver a Pedro parado en la puerta del departamento, dispuesto a tocar el timbre.


—Dámela Paula, ella pesa un poco. —Enseguida se hizo cargo de la niña, algo que agradecí en silencio. Tara ni cuenta se dio del cambio, iba dormida—Tenemos que apurarnos. En el hospital nos espera Roberto para hacerse cargo de Tara, mientras Alicia espera que le den de alta a Amy


—Gracias por venir a recogernos —Bajamos al estacionamiento por el ascensor y con premura llegamos a su todoterreno. Pedro aseguró a Tara en la sillita antes de ocupar su puesto—Papá se fue anoche al hospital, es evidente que se está ocupando de Alicia.


—Sí, él me llamó temprano para avisarme y pedirme que te ayudara con Tara. —«Ahh, venir a buscarme no había sido iniciativa propia, que desilusión».


—¡Por Dios!, papá ha perdido la cabeza —solté una carcajada.


—Roberto se ha enamorado. —Lo dijo con tanta naturalidad que lo miré de reojo. Lucía impecable, como siempre, y aún conserva el cabello húmedo. Estaba vestido de manera informal, lo que lo hacía verse más joven y menos serio. En el ambiente flotaba el olor de una fragancia masculina que me hacía desvariar.


Para evitar suspirar como una idiota, me ocupé de encender el estéreo. Al escuchar la voz de Ed Sheeran, cantando Pensando en voz Alta cerré los ojos, era uno de mis temas favoritos, comencé a tararearla cuando a los pocos segundos Pedro apagó la música.


—¿Por qué dices que le temes a un nosotros, Paula? Necesito saber a qué atenerme contigo —Su pregunta me sorprendió, aunque no podía negar que tenía razón, era hora de sincerarme con él.


—Desde que nos encontramos… todo ha pasado muy deprisa Pedro. Yo tampoco sé a qué atenerme contigo —él me observó de reojo y me sonrió con dulzura.


—Hagamos algo… —me tomó de la barbilla y depositó un casto beso sobre mis labios—terminaremos este tema más tarde, ¿estás de acuerdo?—dijo justo antes de bajarse del todoterreno. Asentí con la cabeza y salí del vehículo. Por la hora que era sabíamos que nuestra conversación no podría continuar. Una vez más quedaba en el aire.






MISTERIO: CAPITULO 16




«¡Pedro!, pero… ¿esto debe ser una broma?».


Mi cara de asombro lo hizo sonreír. Me señaló la silla que tenía frente a su escritorio, así que cerré la puerta detrás de mí y con paso elegante me acerqué al asiento.


—¿Qué haces aquí? —Pregunté con desconcierto.


—Soy el nuevo jefe del departamento de emergencias infantil.—Se aclaró la garganta poniéndose serio—Debo advertirle, doctora Chaves, que llegar tarde en este departamento es una falta grave. Le agradezco sea la última vez. —Alcé las cejas en un perfecto arco.


—Entonces, debo llamarte ¿doctor Alfonso? —Su mirada se tornó engreída.


—Sería lo más correcto. No nos tutearemos delante del personal, no quiero que piensen que por conocernos tendré preferencias, ¿estás de acuerdo conmigo? —Dijo mientras se levantaba de la silla y rodeaba el escritorio.


—Entiendo, y no tengo problemas con eso —respondí manteniéndole la mirada.


—Espero que podamos trabajar juntos y sin problemas, Paula. Otra cosa, tampoco quiero que pienses que porque estimo mucho a Roberto, te voy a dar un trato especial, ¿está claro? —Sus palabras me hicieron sentir como si estuviera en la oficina del director del hospital.


—Espero estar a la altura de tus expectativas —respondí asumiendo la misma seriedad de él, borrando toda sonrisa de mi rostro. Hasta ahora Pedro solo conocía a la Paula risueña, alegre, simpática y alocada, pero no a la Paula trabajadora y responsable.


«Este era mi gran momento para demostrarle de que estaba hecha».


—Ya veremos. —Su intervención me molestó, por la poca fe que reflejó.


Pedro dio un paso adelante y aproximó su rostro hasta colocarlo a la altura del mío dejando que nuestras miradas se encontraran. La tensión creció entre nosotros. Sus ojos se detuvieron por un instante sobre mis labios.


Volví a sentirme como cuando tenía dieciocho años, y no hacía otra cosa que amarlo con locura, fue como si el tiempo se hubiera detenido. Apartó un mechón de cabello que tenía sobre la mejilla y lo colocó con cuidado detrás de la oreja. 


Ese contacto despertó un calor envolvente en mi cuerpo, que comenzó a recorrerme entera. Me sonrojé sin poder evitarlo.
Pedro al ver mi reacción sonrió satisfecho y dio un paso atrás para mirarme de arriba abajo.


—Te queda bien el uniforme. —Sus palabras me trajeron de vuelta a la realidad, pero ¿qué demonios había pasado? Sin decir más se dirigió hacia un perchero junto a la puerta donde estaba colgada su bata blanca. Se la puso con un movimiento que a mí me pareció muy erótico—Vamos, doctora Chaves, tenemos que trabajar. —Me esforcé por aplacar mis hormonas antes de levantarme y seguirlo al área de emergencias.


En el camino me ocupé de aspirar con calma suficiente aire para tranquilizarme. En verdad este universo parecía un puto pañuelo.


El resto del día pasó en un abrir y cerrar de ojos. Ayudé a cuanto paciente se cruzó en mi camino demostrándole a Pedro que sabía más de lo que él creía. Al final de la tarde
estaba rellenando unas historias médicas que había dejado pendientes, sentada en el área de las enfermeras, en una esquina apartada para que nadie me molestara.


—¿Estas lista? —Al oír la voz de papá, alcé la vista y lo vi sonriente.


—Dame dos minutos. —Estampo la última firma del día, cerré la carpeta y se la di a una de las chicas. Fui rápidamente a buscar mi bolso y la ropa, estaba tan cansada que no tenía fuerzas para cambiarme—Hasta mañana. —Me despedí de todos con la mano y alcancé a mi padre que hablaba con Pedro fuera del área de las enfermeras.


—Hasta mañana, doctor Alfonso —los interrumpí. Papá abrió los ojos con sorpresa y soltó una carcajada—¿Se puede saber qué te hace tanta gracia?


—Nada, nada —dijo con la sonrisa aún en los labios. Lo observé con los ojos entrecerrados, me daba la impresión de que había sido papá quién tramó todo esto, poniéndonos a Pedro y a mí a trabajar juntos.


—Hasta mañana, doctora Chaves. La espero a las seis y cuarenta y cinco de la mañana, le recuerdo que tenemos una cirugía a las siete, y por favor, no llegue tarde esta vez. —La última parte la dijo en voz baja.


—No llegará tarde, hombre —agregó mi padre con una sonrisa—, de eso me aseguro yo. —Me crucé de brazos, al verlos compartir una sonrisa cómplice, pero mi padre me tomó del brazo y me sacó de allí para marcharnos.


Caminamos al estacionamiento. Cuando estamos llegando al auto, vi la figura de un hombre recostado sobre la carrocería, parecía que nos esperaba, pero ¿quién podría ser?


—¡Paula! —Era Oscar. «Oh, por Dios». Papá resopló molesto.


—¿Qué haces aquí?, ¿no te fue suficiente con la otra noche? —Los dos se miraron con mala cara.


—Este es un lugar público, doctor Chaves. Tengo derecho de ver a mi novia. —No me gustó que discutieran, debía detenerlos.


—¡Basta!, papá tranquilo, tengo que hablar con Oscar. Te veo en el departamento más tarde. —Le di un beso en la mejilla.


—Espero sepas lo que estás haciendo hija. Llámame si me necesitas, estaré pendiente.


Asentí y esperé a que se subiera al coche para girarme hacia Oscar y verlo sonreírme con ternura. Él se acercó a mí y tomó una de mis manos.


—Entonces, te gustaron las rosas. —Di dos pasos hacia atrás, no quería estar tan cerca, de él. Me sentía incómoda.


—Sí, gracias. —Me acomodé el bolso sobre el hombro, el momento se volvió tenso, ninguno de los dos sabía qué decir.


—Vamos, te invito a tomarnos algo, necesito contarte algo. 


—Colocó su mano en la parte baja de mi espalda—Te sienta bien el azul. Te vez linda, Paula.


—Gracias otra vez —soné apagada, esa no era yo.


Subimos a su auto, hasta que llegar a un restaurante italiano. El mismo al que me había llevado en nuestra primera cita. Mi conciencia me atormentó, no quería herir sus sentimientos. Él no se lo merecía no era justa la manera en que lo engañaba.


«¡Demonios!, qué día tan largo, estaba agotada».


Seguimos a la chica que nos llevó hasta una mesa junto a la ventana. Barrí el lugar con la mirada, no había mucha gente todavía y sonaba una música de fondo muy agradable. Al sentarnos, Oscar pidió una botella de vino tinto. Lo observo con atención, no podía negar que era atractivo. Se había quitado la corbata y llevaba los dos primeros botones de la camisa abiertos


¿Por qué ya no me gusta como hace una semana atrás?, ¿por qué Pedro tuvo que reaparecer en mi perfecta, aburrida y monótona vida?


—¿Qué ha pasado con nosotros? —Su pregunta me devolvió a la realidad.


—No lo sé —fue lo único que me atreví a contestar.


—¿Quién es Pedro Alfonso y que significa para ti?, pero esta vez, Paula, te pido que seas sincera. —El mesero llegó con una botella y dos copas, las rellenó con calma y enseguida se retiró.


—Ya te lo dije, es un viejo amigo de la familia. Solo eso. —Tomé un sorbo de vino y luego puse la copa sobre la mesa
—Oscar, creo que lo mejor será… —Él me interrumpió, alzando una mano con la palma abierta hacia mí.


—No digas algo de lo que te puedas arrepentir más tarde. No quiero que te enfades. Pero me tome la libertad de pedirle a David Rodríguez que lo investigara, lo que encontró de él no es nada bueno. —Lo miré con la boca abierta, ¿hasta dónde Oscar era capaz de llegar?, quizás papá tenía razón y todos los abogados eran egoístas, personas a quienes no les importaba llevarse a nadie por el medio—Ese tipo tiene una doble vida —lo observé confusa.


—Pero, ¿qué dices, Oscar? ¿A qué te refieres con lo de doble vida? —Ahora sí que no entendía nada.


—Es médico, cirujano y todo lo que tú quieras, pero en lo que respecta a las mujeres, tiene una manera muy singular de… —Se detuvo intentando buscar las palabras correctas—Bueno, le gusta compartirlas, básicamente tiene fama de no estar en una relación por más de una noche y frecuenta esos clubs de Swingers. —No podía seguir escuchando, me sentía fatal. ¡¿Pedro formaba parte de un club de intercambio de parejas?!


—Oscar, escúchame bien, no entiendo por qué me dices todo esto, pero me parece de muy mal gusto, especialmente viniendo de ti. Tú que eres una persona tan correcta. Lo mejor será que lo dejemos hasta aquí. Primero te pasaste invadiendo mi privacidad y ahora esto… levantarle una calumnia a un hombre que no conoces de nada solo porque estas celoso, me parece que es el colmo. —Tomé el bolso que tenía colgado en el respaldo de la silla y me levanté—Espero que estés bien.


No esperé su respuesta, estaba tan molesta que caminé a grandes zancadas hasta salir del local. Afuera me detuve en la acera, tomé aire y obligué a mi corazón a serenarse. Me sentía tan aturdida que no sabía qué hacer.




jueves, 7 de enero de 2016

MISTERIO: CAPITULO 15




El lunes era mi primer día de trabajo en el hospital, al llegar me dirigí hacia la oficina de recursos humanos. Estaba nerviosa, las manos me sudaban un poco.


«Tranquila Paula, todo va a salir bien», me animé mentalmente y entré en la oficina.


—Buenos días —saludé.


—Buenos días, ¿cómo puedo ayudarla? —Respondió una chica pelirroja.


—Soy Paula Chaves, me están esperando —dije con calma.


—Siéntese por favor, en un momento la atienden.


La salita de espera era pequeña, solo estaba ocupada por el escritorio de la pelirroja y unas cuatro sillas apoyadas a la pared. Había un hombre esperando, que no apartaba la vista de la pantalla de su móvil. Me senté tratando de relajarme, mis manos sudorosas me delataran en cuanto salude a la persona que me iba a atender.


Abrí el bolso en busca de una servilleta para secarme las manos, puse el móvil en silencio y tomé una bocanada de aire.


Justo en el momento en que expulso el aire retenido, aparece Linda Sullivan, la amiga de mi padre, la misma chica que había estado con Pedro en Dallas. Salió de la oficina principal.


¿Cómo era posible? «Realmente este mundo era un puto pañuelo. Esa mujer tiene algo que no me gusta, pero todavía no sé qué es».


—¡Doctora Paula Chavess!, es un placer verla otra vez, pase adelante —me levanté y le estreché la mano.


—Gracias —la seguí y entramos a un pequeño despacho.


—Siéntese doctora Chaves, ¿le ofrezco algo de beber?


—No gracias, estoy bien por ahora —Linda rodeó el escritorio hasta llegar a su silla.


—Necesito que me firme unos documentos, luego le haré entrega de las credenciales que debe portar en todo momento y la acompaño a su departamento —abrió una de las gavetas y sacó un sobre de manila—Si voy muy rápido me avisa doctora.


—No te preocupes Linda, te sigo perfectamente.


Treinta minutos más tarde y luego de saturar mi cerebro con una cantidad de información sobre políticas del hospital que ya conocía gracias a mis pasantías en el área de consultas, nos dirigimos al departamento de emergencia de niños. 


Linda caminaba tan rápido que no era fácil llevarle el paso.


—¿Tiene alguna pregunta para mí doctora Chaves? —me miró por el rabillo del ojo sin aminorar detenerse.


—Hasta ahora esta todo claro. —Y era cierto lo que estaba era ansiosa por trabajar.


Linda usó su credencial para abrir las puertas del departamento. El espacio era inmenso, un circulo completo, con el cuartel de las enfermeras en el centro, y alrededor estaban ubicados los cubículos de los pacientes con su respectiva camilla, sillas e instrumentos necesarios.


—Doctora, le voy a presentar al doctor jefe y encargado. Él será su superior inmediato, la persona a la que usted deberá rendirle cuentas —después de decir aquello se acercó a una enfermera para hacerle una pregunta. Aproveché la ocasión para darle un vistazo al recinto—El doctor está ocupado en estos momentos —me afirmó Linda acercándose a mí de nuevo—Bueno doctora, hagamos otra cosa, la voy a llevar a que se cambie y deje sus pertenencias. Así se familiariza con el hospital mientras esperamos a que se desocupe —asentí y la seguí.


Caminamos por un amplio pasillo y entramos en uno de los cuartos. Era grande y poseía una luz tan blanca que casi era enceguecedora. Parpadeé un par de veces, hasta que me adapté a la intensa claridad. De un lado del salón estaban los casilleros, al final se encontraban los uniformes azules y verdes en una estantería, ordenados por talla. Busqué uno hasta dar con la mía.


Linda me explicó el funcionamiento de los compartimientos para dejar el bolso y la ropa, luego me hizo entrega de un candado de combinación.


—Bueno, doctora, la dejo para que se cambie. Después preséntese en la sala de emergencias. Allá le dirán lo siguiente que debe hacer —sonrió satisfecha, mis nervios habían desaparecido, me sentía más tranquila.


—Gracias una vez más, Linda. —Ella se despidió con la mano desde la puerta y me deja sola.


Con calma me cambié y guardé mis pertenencias, total, el jefe estaba ocupado. Además estoy desesperada por un café, sería mejor buscarlo antes de conocerlo, también quería darle una vuelta a papá y que me viera con el uniforme azul. Me hago una cola alta y camino hasta la cafetería.


Con dos cafés en las manos, entré en el elevador y pulsé el botón del cuarto piso. Una pareja acompañados por una niña de seis años aproximadamente, me acompañaron, la niña me observaba con timidez. Le guiñé un ojo haciéndola sonreír. Al abrirse las puertas esperé a que salieran primero.


Me dirigí al consultorio de papá. Conocía el camino como la palma de mi mano. Tenía una sonrisa permanente en el rostro. Entré a la pequeña recepción y vi que había dos pacientes esperando.


«Ojalá pueda atenderme rápido, no me podía quedar mucho o me metería en problemas en mi primer día de trabajo».


Enseguida me dirigí a la secretaria.


—Buenos días, Mirian, ¿estará el doctor Chaves desocupado? —Ella guiñó un ojo y lo llamó por el teléfono interno.


—Puede pasar, pero sólo cinco minutos, tiene pacientes esperando. —Le sonreí en agradecimiento y me encaminé a la puerta.


—Gracias —le dije antes de desaparecer.


—¡Paula!


—Te traje café, no me puedo quedar mucho tiempo, todavía no me he entrevistado con el doctor jefe de departamento, está ocupado. —Me observó y soltó una carcajada de repentina.


—Será mejor que te vallas, no vaya a ser que te metas en problemas. Dicen que es un cascarrabias. En lo que termine aquí paso por la emergencia. —Recibió la bebida y me besó en la mejilla—Y gracias por el café, lo necesitaba.


—¿Cascarrabias?, ¿por qué no me conseguiste trabajo aquí contigo? —Aun sonriendo me animó a salir.


—Anda, Paula, no te quejes. —«Tenía razón, me había vuelto una quejona», me despedí rápido y salí del consultorio.


Terminé el café de camino a la sala de emergencias. Tiré el vaso plástico en el bote de la basura y usé la credencial para abrir la puerta doble. Repetí el mismo procedimiento en el área de enfermería.


—Hola, ¿él jefe del departamento ya se desocupó? —Pregunté a la enfermera encargada.


Ella asintió y me señaló con la mano la tercera puerta del área de habitaciones, donde estaba ubicada su oficina. Me dirigí con paso ligero, toqué despacio y esperé.


—¡Adelante! —Esa voz gruesa y fuerte me causó un estremecimiento, pero estaba tan preocupada por no causar una mala imagen que entré mirando al piso para no tropezarme.


—Buenos días, soy la doctora Chaves… —Quedé muda al subir la mirada y tropezar con los únicos ojos azules capaces de acelerar los latidos de mi corazón.


—Doctora Paula Chaves, estamos comenzando mal… ha llegado tarde en su primer día.





MISTERIO: CAPITULO 14




La alarma del móvil me despertó a las siete de la mañana. A pesar de ser sábado quería levantarme temprano. Deseaba ver a Pedro antes que se marchara. Corrí hasta la sala y lo que vi me entristeció: todo el lugar estaba perfectamente arreglado. Había llegado tarde, ya se había ido.


Papá apareció vestido con su ropa de correr. Me miró y entrecerró los ojos. Conocía esa mirada, a él no se le escapaba nada.


—¿Te vienes conmigo al parque? —Su invitación me agradó, no podía negarme.


—Dame cinco minutos, me cambio enseguida. —Él sonrió y fue a la cocina para esperarme.


Regresé minutos más tarde, mi padre me ofreció café antes de irnos y yo acepté sin protestar. Al salir nos dirigimos a Central Park, era su lugar favorito para hacer ejercicios. 


Comenzamos estirándonos.


—¿Qué pasa con Oscar? —Su pregunta fue prudente, pero no estaba segura de querer contarle.


—No sé, debe ser estrés, tiene mucho trabajo en la firma. —Podía jurar que él no se había tragado ese cuento. Miró para otro lado y negó con la cabeza.


—Caminemos, tenemos que calentar los músculos. —Tomó un trago de agua de su botella, se aclaró la garganta y agregó—Me pareció que estaba celoso, espero que sepas lo que haces, hija. Pero si no quieres hablar de eso, entonces cambiemos de tema. ¿Qué planes tienes para la tarde? —Lo miré sonriendo porque sabía que mi respuesta le iba a encantar.


—Tarde de chicas con Alicia y las gemelas. —Me devolvió una sonrisa.


—Alicia y las gemelas… —repitió bajito, creo que estaba pensando en voz alta. Al darse cuenta de su error se sonrojó—El que llegue primero prepara el desayuno —se apresuró en agregar y salió corriendo. Era un tramposo.


Mi tarde de chicas se desarrolló en un parque infantil. 


Jugamos con Amy y Tara, las hermosas gemelas de Alicia, hasta que no pudieron más con sus pequeñas almas. Luego hicimos un picnic y cerramos la tarde compartiendo unos ricos helados de frutas.


Al llegar extenuada al departamento me tiré en la cama. Le había prometido a papá mientras corríamos en el Central Park que terminaría de leer el diario de Elizabeth pronto, me quedaba muy poco por leer. Debía hacerlo para pasar esa página y seguir adelante.


Papá tocó la puerta de mi habitación para avisarme que iría al hospital, tenía un caso pendiente que quería estudiar. Yo me cambié de ropa y busqué en el interior de la gaveta de la mesita de noche el diario, y me senté en el sillón al lado de mi cama para terminarlo.


James no volvió a llamar.


James nunca pudo ser un prestigioso abogado graduado de Yale.


James y su familia, nunca llegaron a Carolina del Norte, porque todos murieron en un trágico accidente automovilístico.


Rob y Claire vinieron a mi casa dos días más tarde de nuestra despedida. Los dos tenían los ojos enrojecidos e hinchados de tanto llorar. Me desplomé en el piso cuando escuché la noticia, no paré de gritar, maldecir y negar con la cabeza.


Claire se arrodillo a consolarme, Rob al ver la escena se nos unió, y lloramos sin parar sabe Dios cuánto tiempo.


El servicio fue muy triste, me sentía con los ánimos por el 
suelo, y como si fuera poco, empeoraba cada día que pasaba. Pero tenía que ser fuerte por mamá y la enfermedad de papá, que para rematar, estaba peor de salud.


Rob regresó a Boston al día siguiente del entierro, Claire se quedó conmigo un par de días.


—Ely, te veo pálida. Anda, come un poco de fruta —me ofreció un plato lleno de fresas, mis favoritas.


—No me provocan Claire, no tengo hambre. —Ella se sentó a mi lado y acarició mi espalda.


—Estas muy delgada, Ely, puedo sentir tus huesos, tienes que comer. —La miré y con esfuerzo me llevé una fresa a la boca, pero el olor de la fruta me provoco nauseas. Salí corriendo al baño.


—¿Desde cuándo estas así? —preguntó muy seria.


—Desde hace dos semanas, creo que es un virus —dije desganada mientras terminaba de asearme.


—Mañana te llevo al médico, tú no estás bien —lo dijo como si estuviera dictando una sentencia.


Claire se encargó de todo, me llevó a un laboratorio, allí me hicieron un examen de sangre y otro de orina. Nos dijeron que volviéramos después del mediodía por los resultados. 


Así lo hicimos, después del almuerzo, estábamos de vuelta.


Como un mal presagio, se apareció en la sala de espera una enfermera de cara redonda y cabellos despeinados. Me llamó por mi nombre y apellido. Como un resorte me pare de la silla y la seguí, me giré buscando la mirada de mi amiga que no hacía más que asentir con la cabeza.


Seguí a la enfermera por un estrecho pasillo que nos condujo a un pequeño consultorio, allí estaba otra mujer, se hacía llamar doctora Lani.


—¿Qué edad tienes Elizabeth? —pregunto mientras habría una carpeta.


—Dieciocho años —dije nerviosa.


—Qué bueno, ya eres mayor de edad, para serte sincera, luces de dieciséis —comentó estudiando mis facciones—Aquí tengo tus resultados, me gustaría que después de lo que te voy a decir, me prometas que vas a pensar muy bien tu situación —me miró buscando mi aprobación, solo asentí con la cabeza—Estas embarazada, de apenas seis semanas, tienes que cuidarte mucho y alimentarte como es debido —me entregó una bolsa que contenía una cantidad de papeles informativos y vitaminas a base de hierro.


—Gracias —fue lo único que logré decir, me levanté sintiéndome aturdida por la noticia, apreté mis manos alrededor de la bolsa y caminé en busca de Claire.


No dijimos ni una palabra, mi mente me llevó a la tierra de los recuerdos, donde James se encontraba. Recordé sus intensos ojos verdes, su bella sonrisa y sin más rompí a llorar. Cómo lo extrañaba, cuanto lo amaba, que iba a ser mi vida sin él y ahora esta sorpresa, un bebé. El fruto de nuestro amor estaba en mi vientre. Me sentí sola, afligida y rota, llena de dolor.


—¿Qué vas a hacer Ely? —me preguntó Claire con lágrimas en los ojos.


—No sé, tengo miedo —sollocé por un buen rato.


Pronto llegó el 3 de Junio, fue el día en que naciste, estaba muy asustada, mis padres seguían sin saber nada, nunca los quise molestar con mis problemas. Ellos se habían mudado a Dallas para seguir ayudando a mi padre con un nuevo tratamiento y nunca se dieron cuenta de mi estado. Ya bastante tenían ellos.


Me habían hablado de un programa para darte en adopción, pero mi corazón se encogía cada vez que pensaba en eso. 


La otra opción que tenía era que te quedaras conmigo, pensé en que sería una mamá joven y hasta que quizás tú me darías las fuerzas necesarias para salir adelante.


Desde la muerte de James, tu padre biológico, me encontraba sumergida en un estado depresivo muy fuerte. 


Había sido diagnosticada con un cuadro de bipolarismo y estaba siendo medicada con un tratamiento de antidepresivos de por vida. Pero si te soy sincera, no sentía las fuerzas necesarias, como tampoco creía que pudiera ser algún día una buena mamá.


Claire y Rob fueron a visitarme al hospital, y en cuanto los vi supe que ellos serían las personas adecuadas para quedarse contigo y darte un hogar lleno de amor. Créeme les pedí el favor más desesperado de toda mi vida.


Rob se tuvo que hacer pasar como mi novio, para que apareciera registrado como tu padre legal en el acta de nacimiento, de esa forma él sería tu representante legal a partir de ese momento. La única condición que puso, fue el escoger tu nombre.


—Se llamará Paula Chaves —dijo serio y determinado.


No cabe duda que fue una decisión dura y triste, pero no me arrepiento de haberlo hecho, estoy segura que Rob ha hecho contigo, querida Paula, un trabajo excelente. No me juzgues y te ruego que seas feliz, te lo mereces.
Con amor…


Elizabeth Benson.


Tapé mi boca con una mano. Un sollozo se escapó de mi garganta. En lo único que pensaba era en mi padre, Roberto Chaves, el muchacho estudiante de medicina que se hizo cargo de la hija de su mejor amigo. El hombre que me había dado todo: cariño, apoyo infinito y compresión.


Me derrumbé en el piso, las lágrimas no paraban de salir. Mi corazón estaba oprimido produciéndome un dolor tan grande en el pecho, que por un momento creí que estaba sufriendo un infarto. Respiré profundamente dándome cuenta que era un ataque de pánico, causado por demasiadas emociones acumuladas y años de dudas. Jamás imaginé que esa fuera mi verdad.



El sonido de la puerta de la entrada me hizo reaccionar. ¿Mi padre ya había regresado del hospital?


Me levanté aun llorando todavía y salí a la sala tratando de limpiarme las lágrimas.


Mi corazón se emocionó al ver a mi padre buscando desconcertado algo sobre la mesa. Sin darle explicaciones me le colgué del cuello. Era imposible reprimir mi alegría.


—¡Decidido!, voy a dejar las llaves más seguido —expresó con una sonrisa, envolviéndome entre sus brazos, y haciendo uso de su especial sentido del humor.


—Papá… —Las palabras se ahogaron en mi garganta.


—Supongo que terminaste de leer el diario —intuyó acariciándome la espalda—Sabía que te pondrías así, vamos a sentarnos y hablamos. —Lo solté del cuello y lo tomé de la mano para caminar juntos hasta el sofá.


—Primero que nada, quiero agradecerte… —comencé, pero él me detiene sin darme oportunidad de seguir.


—Basta Paula. Nunca y óyeme bien, nunca me agradezcas el haberme encargado de ti. Aunque biológicamente no seas mi hija, para mí lo eres. Siempre serás el tesoro más grande que la vida me ha regalado, eso que nunca me he atrevido compartir. Eres el fruto del único amor que tuvo James, mi mejor amigo —hizo una pausa para secar mis lágrimas—Quise a James como a un hermano, y me dolió mucho su muerte. Él fue un chico brillante, inteligente, ¿sabías que quería ser abogado? —Yo tenía un nudo en la garganta, que no me dejaba pronunciar palabras—¡Maldita carrera!, si no hubiese sido por ella nunca se hubiese ido… lo siento hija, me duele recordar —Ahora podía entender a que se debía su terco silencio, como también su aberración por Oscar. Su carrera de abogado le recordaba a James y su terrible accidente.


—Lo siento, papá. ¿Sabes de qué murió Elizabeth? —indagué acomodándome en el sofá.


—No lo sé. La última vez que supe de ella fue cuando te llevé conmigo en brazos del hospital. Lo siento, Paula, pero cuando Elizabeth se despidió de ti, yo nunca más quise saber de ella. Nunca aprobé su decisión, intenté convencerla de lo contrario. —Lo admiré por ser tan sincero, aunque eso no evitó que sus palabras me dolieran.


—Entiendo, y… su amiga, Claire, ¿la has vuelto a ver? —Sus facciones se endurecieron. La pregunta no le había caído bien.


—Ella siguió con su vida. Trató de ponerse en contacto conmigo cuando tenías cinco años, pero no quise que nos reuniéramos. Me parecía absurdo encontrarnos y revivir un pasado olvidado y lleno de esqueletos. —En muchos sentidos él tenía razón, nada se hubiese ganado con eso.


—¿Los abuelos saben la verdad? —lo miré atenta.


—Sí, me apoyaron en todo. Ellos le tuvieron mucho aprecio a la familia de James, y aunque no fue fácil guardar este secreto Paula, no queríamos que la verdad te afectara de alguna manera. Todos te queremos, hija, y siempre te hemos protegido.


—Lo sé, eres el mejor papá del mundo. —Nos fundimos en un abrazo. Una sensación de alivio invadió mi corazón, ahora que sabía la verdad me sentía liberada, podía mirar al futuro sin miedos. Mi pasado no era más que la consecuencia de una triste historia de amor.


El sonido del timbre nos sacó de nuestro momento. Papá se levantó a ver de quien se trataba. Minutos más tarde regresó con un ramo de rosas en una mano y una tarjeta en la otra, que extendió hacia mí. Llena de curiosidad la abrí para leerla.



Paula, te pido disculpas por mi comportamiento de ayer, me porté como un imbécil, pero por un momento sentí que te estaba perdiendo… dime que estoy equivocado, que son solo imaginaciones mías. Te amo Osita.
Tuyo, Oscar.


—¿Y bien, de quien se trata? —preguntó mi padre colocando el ramo sobre la encimera de la cocina.


—Oscar, es su forma de disculparse por lo de ayer. —Me acerqué a las rosas para olerlas.


—Por lo menos tiene estilo el muchacho. ¿Puedo hacerte una pregunta que no tiene nada que ver con todo esto? —Indagó metiéndose las manos en los bolsillos de su pantalón—Te confieso que se me hace incómodo tener que hacerlo —expresó con cierto rasgo de pena en la voz.


—Adelante, pregunta lo que quieras. —Lo animé con una sonrisa.


—¿Tú crees que me vería muy desesperado si invito a Alicia a cenar? —Aquello me enterneció.


—Doctor Roberto Chaves, usted está sufriendo un cuadro de enamoramiento agudo. Le aconsejo que no pierda tiempo y haga lo que le dicte su corazón. —Él sonrió como un
chiquillo, regresó a la mesa de la sala, logrando hallar las llaves y caminó hasta la puerta—¡No lo dudes papá! —Le grité antes de verlo desaparecer.


Al quedar sola pensé en Oscar y vi el hermoso ramo que tenía enfrente. Las metí dentro de un jarrón y busqué el móvil para enviarle un mensaje de texto.


Paula: Gracias por las Rosas, son hermosas.


Oscar: Lo siento de corazón, espero puedas perdonarme.


Paula: También lo siento. Si eso te hace sentir mejor.