viernes, 8 de enero de 2016

MISTERIO: CAPITULO 17




El sonido de un mensaje de texto me hizo reaccionar.


Alicia: Tengo una emergencia amiga, pero no le digas nada a Roberto, prométemelo.


Paula: Lo prometo, ¿qué pasa?


Alicia: Es Amy, está prendida en fiebre, no le baja con nada. Estoy de camino al hospital, ¿podemos encontrarnos allí?


Paula: Claro, voy en camino. Nos vemos pronto.


Paré un taxi y le indico que me lleve al hospital lo más rápido posible. Me alegré de encontrarme cerca. Minutos después entré por el área de emergencia y la vi a mi amiga sentada con las gemelas en la sala de espera.


—¡Alicia! —La llamé, inclinándome para tomar a Amy en brazos—La voy a llevar a que la examinen. —Me llevé a la niña al interior de la unidad de emergencias. Por suerte, Pedro no se había ido. Nos encontró en la recepción y enseguida se acercó a nosotras.


—¿Qué le pasó? —indagó en dirección a Alicia.


—Tiene mucha fiebre y no se le baja con nada. Estoy desesperada. No sé qué hacer. —Ella se cubrió su rostro con las manos y sollozó.


—Tranquilízate, enseguida será atendida. Quédate aquí con Tara y llena los formularios necesarios para el ingreso. Yo me ocuparé de lo demás.


Dejamos a Alicia y a la pequeña Tara en la sala de espera, mientras nos ocupamos de Amy. Pedro se portó a la altura, era profesional en todo momento. Dos horas más tarde, la niña se encontraba estable y descansaba en una habitación.


—Alicia, sería recomendable que Amy se quedara esta noche para poder monitorearla, la puedes acompañar si quieres. —Mi amiga me miró con algo de angustia, sin saber que decir.


—Me llevaré a Tara, pasará la noche conmigo. Te prometo que la cuidaré bien.—Ella me abraza en silencio, era su forma de agradecerme el apoyo.


—Todo va a estar bien amiga, es solo una precaución —le repetí para calmarla dándole un abrazo de despedida—Además, Tara está en buenas manos. Nos vemos mañana temprano, voy a aprovechar a Pedro para que nos lleve al departamento. —Volvimos a abrazarnos y la dejamos en compañía de una de las enfermeras.


Tara no paraba de reír mientras salía montada sobre los hombros de Pedro. Llegamos hasta su todoterreno y la colocó en la sillita que utilizaba Emma, su hija. La aseguró bien y se sentó detrás del volante.


—¿Sigues de novia con el tal Oscar? —preguntó Pedro mirándome a los ojos con recelo. Aunque el tono de su voz era suave también mostraba algo de fastidio


—Hemos terminado —le dije clavando mis ojos en los suyos. 


Un brillo de satisfacción se asomó.


Se acercó a mí para darme un beso con suavidad sobre los labios. Me gustó cómo se sintió, no quería que parara.


—No te podría compartir con nadie Paula, te quiero solo para mí —dijo sobre mis labios antes de apartarse.


Su confesión me recordó las palabras de Oscar en el restaurante. Entonces ¿si era cierto que compartía con otros hombres a las mujeres con quien salía? ¿Será verdad lo que dijo de Pedro o fueron sus celos los que hablaron por él? La duda volvió a invadirme.


—Y, ¿ese beso a que se debe, doctor Alfonso? —pregunté sin poderme aguantar.


—Es tu premio por haber hecho un excelente trabajo en tu primer día. —volvió a besarme, pero esta vez corto y rápido.


—Tenemos a una espectadora, no creo que le estemos dando un buen ejemplo. —Él rió con fuerza y encendió el motor.


Mientras Pedro manejaba por la ciudad me entretuve buscando una buena canción en la radio, pero no tenía suerte. La apagué y me giré para ver a Tara. Se había quedado dormida.


—¿Emma está aquí contigo? —Le pregunté para romper el silencio.


—Llega este fin de semana, no quise traerla hasta no tener remodelado el departamento. Irma se la trae —dijo con tranquilidad. Yo solo asentí.


—¿Por qué no dijiste la otra noche, que íbamos a trabajar juntos? —Lo observé atenta.


—Me gusta sorprenderte—reveló con una sonrisa traviesa.


—Se te da muy bien, por cierto. —Los dos reímos—Gracias por ayudar a Alicia.


—No lo hice solo, la ayudamos los dos. —Colocó una mano sobre mi pierna a la altura del muslo, sus caricias eran suaves y muy provocativas. Mi cuerpo era débil y traicionero ante su tacto. Deseaba que la subiera un poco más y llegara hasta mi intimidad.


Sentí como se humedecía mi sexo, tuve que retorcerme un poco en el asiento para calmar la ansiedad que me provocó el calor de su mano.


«Este no es un buen momento para sentirme tan excitada», me reprendí mentalmente.


—¿Todo bien? —preguntó con picardía.


—Aja —dije sin ganas ruborizándome sin querer.


—Hemos llegado —anunció—Te ayudo con Tara.


Pedro se encargó de sacar a la niña y subirla al departamento. Al abrir, nos conseguimos a papá sentado en el sofá tomándose una copa.


Pedro, Paula, ¿qué ha pasado? —Se levantó y se acercó hacia nosotros.


—Ya está todo bien, no te preocupes. Dejamos a la otra gemela hospitalizada. Alicia se quedó con ella. —La cara de papá era todo un poema—Pasa Pedro, vamos a acostarla en mi cuarto.


—Será mejor que la vaya a acompañar —dijo con seriedad, después de que entramos en la habitación y mientras veía como la acomodamos juntos bajo las sábanas.


—No señor, usted se queda aquí. Además estas tomando.


—Fue solo una copa, Paula, no exageres. Puedo tomar un taxi o mejor, Pedro me lleva. —Lo miró esperanzado, esperando ser apoyado—Me cambio enseguida —agregó antes de recibir una respuesta y salió al pasillo para dirigirse a su habitación.


—Pedro, dile algo. Alicia no quiere que él se entere. Ayúdame, por favor —dije en voz baja y lo animé con una mano a que lo siguiera.


—¡Roberto!, espera. —Enseguida se apresuró a alcanzarlo, pero no lograba escuchar nada desde la habitación. Así que me ocupé en terminar de acomodar a Tara, le apagué la lámpara y salí dejando la puerta entreabierta, para que entrara la luz del pasillo.


Pedro intentó hablar con él, pero lo único que consiguió fue aumentar su mal humor, y para tener una discusión innecesaria que pudiera enemistarlo con mi padre, prefirió marcharse. Se despidió de mí con un beso corto pero apasionado y luego se fue.


Enseguida busqué a mi padre y lo encontré sentado en la orilla de su cama, con la mirada enfurecida clavada en el suelo y frotándose las manos por el nerviosismo.


—¿Por qué no quiere verme?, ¿qué te dijo? —consultó alzando la vista hacia mí. Me senté a su lado, estaba derrotada. Me hubiera gustado tener tiempo para descansar, pero ese lunes se había convertido en el más largo de mi vida.


—Le da pena contigo, no quiere que pienses que se está aprovechando de ti. Ella siempre ha sido una mujer independiente, papá, dale su espacio. —Le pasé una mano por la espalda para tranquilizarlo, pero no pude lograrlo.


—¡Espacio una mierda!, yo quiero que cuente conmigo, que me llame si tiene una emergencia. Ella me necesita a su lado. —Se levantó aún más molesto, lo que dijo me hizo enternecerme.


—¿Papá, en que época vives?, ahora las mujeres toman el control de su propia vida. Además ustedes no son novios ni nada por el estilo, y no es normal contar con un vecino simpático. —Él resopló, tomó su chaqueta y se dirigió a la puerta.


—Me voy, aquí no resuelvo nada —fue su sentencia antes de tirar la puerta con tal fuerza que retumbaron las paredes.


Negué con la cabeza mientras caminaba hasta mi baño. Necesitaba una ducha, había tenido suficiente por un día.


Mi padre estaba bien grandecito, si quería ver a Alicia e imponerse en su vida. Ella tendrá que resolver esa situación, como a mí me toca resolver las mías.


Ese comportamiento impulsivo de mi padre era algo novedoso, él siempre fue una persona calmada y sensata, pero en esta ocasión actuó como un chiquillo, no fue capaz de controlarse, parecía un caballo descarriado. Sólo esperaba que Alicia no lo rechazara, ella también era una mujer complicada y terca como una mula.


Al terminar de bañarme y vestirme con un pijama arreglé el sofá para dormir en él y no despertar a Tara. En lo que mi cabeza tocó la almohada logré desconectarme de la realidad, y sumergirme en un sueño profundo.


Al sonar la alarma me levanto como un cohete recordando que tenía que estar a primera hora en el quirófano. Me arreglé en minutos y con cuidado desperté a Tara. Ella me miró con carita de querer seguir durmiendo. La arreglé rápidamente y me la llevé en brazos, tenía que apurarme si quería llegar a tiempo. Me sorprendí al ver a Pedro parado en la puerta del departamento, dispuesto a tocar el timbre.


—Dámela Paula, ella pesa un poco. —Enseguida se hizo cargo de la niña, algo que agradecí en silencio. Tara ni cuenta se dio del cambio, iba dormida—Tenemos que apurarnos. En el hospital nos espera Roberto para hacerse cargo de Tara, mientras Alicia espera que le den de alta a Amy


—Gracias por venir a recogernos —Bajamos al estacionamiento por el ascensor y con premura llegamos a su todoterreno. Pedro aseguró a Tara en la sillita antes de ocupar su puesto—Papá se fue anoche al hospital, es evidente que se está ocupando de Alicia.


—Sí, él me llamó temprano para avisarme y pedirme que te ayudara con Tara. —«Ahh, venir a buscarme no había sido iniciativa propia, que desilusión».


—¡Por Dios!, papá ha perdido la cabeza —solté una carcajada.


—Roberto se ha enamorado. —Lo dijo con tanta naturalidad que lo miré de reojo. Lucía impecable, como siempre, y aún conserva el cabello húmedo. Estaba vestido de manera informal, lo que lo hacía verse más joven y menos serio. En el ambiente flotaba el olor de una fragancia masculina que me hacía desvariar.


Para evitar suspirar como una idiota, me ocupé de encender el estéreo. Al escuchar la voz de Ed Sheeran, cantando Pensando en voz Alta cerré los ojos, era uno de mis temas favoritos, comencé a tararearla cuando a los pocos segundos Pedro apagó la música.


—¿Por qué dices que le temes a un nosotros, Paula? Necesito saber a qué atenerme contigo —Su pregunta me sorprendió, aunque no podía negar que tenía razón, era hora de sincerarme con él.


—Desde que nos encontramos… todo ha pasado muy deprisa Pedro. Yo tampoco sé a qué atenerme contigo —él me observó de reojo y me sonrió con dulzura.


—Hagamos algo… —me tomó de la barbilla y depositó un casto beso sobre mis labios—terminaremos este tema más tarde, ¿estás de acuerdo?—dijo justo antes de bajarse del todoterreno. Asentí con la cabeza y salí del vehículo. Por la hora que era sabíamos que nuestra conversación no podría continuar. Una vez más quedaba en el aire.






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