viernes, 8 de enero de 2016
MISTERIO: CAPITULO 16
«¡Pedro!, pero… ¿esto debe ser una broma?».
Mi cara de asombro lo hizo sonreír. Me señaló la silla que tenía frente a su escritorio, así que cerré la puerta detrás de mí y con paso elegante me acerqué al asiento.
—¿Qué haces aquí? —Pregunté con desconcierto.
—Soy el nuevo jefe del departamento de emergencias infantil.—Se aclaró la garganta poniéndose serio—Debo advertirle, doctora Chaves, que llegar tarde en este departamento es una falta grave. Le agradezco sea la última vez. —Alcé las cejas en un perfecto arco.
—Entonces, debo llamarte ¿doctor Alfonso? —Su mirada se tornó engreída.
—Sería lo más correcto. No nos tutearemos delante del personal, no quiero que piensen que por conocernos tendré preferencias, ¿estás de acuerdo conmigo? —Dijo mientras se levantaba de la silla y rodeaba el escritorio.
—Entiendo, y no tengo problemas con eso —respondí manteniéndole la mirada.
—Espero que podamos trabajar juntos y sin problemas, Paula. Otra cosa, tampoco quiero que pienses que porque estimo mucho a Roberto, te voy a dar un trato especial, ¿está claro? —Sus palabras me hicieron sentir como si estuviera en la oficina del director del hospital.
—Espero estar a la altura de tus expectativas —respondí asumiendo la misma seriedad de él, borrando toda sonrisa de mi rostro. Hasta ahora Pedro solo conocía a la Paula risueña, alegre, simpática y alocada, pero no a la Paula trabajadora y responsable.
«Este era mi gran momento para demostrarle de que estaba hecha».
—Ya veremos. —Su intervención me molestó, por la poca fe que reflejó.
Pedro dio un paso adelante y aproximó su rostro hasta colocarlo a la altura del mío dejando que nuestras miradas se encontraran. La tensión creció entre nosotros. Sus ojos se detuvieron por un instante sobre mis labios.
Volví a sentirme como cuando tenía dieciocho años, y no hacía otra cosa que amarlo con locura, fue como si el tiempo se hubiera detenido. Apartó un mechón de cabello que tenía sobre la mejilla y lo colocó con cuidado detrás de la oreja.
Ese contacto despertó un calor envolvente en mi cuerpo, que comenzó a recorrerme entera. Me sonrojé sin poder evitarlo.
Pedro al ver mi reacción sonrió satisfecho y dio un paso atrás para mirarme de arriba abajo.
—Te queda bien el uniforme. —Sus palabras me trajeron de vuelta a la realidad, pero ¿qué demonios había pasado? Sin decir más se dirigió hacia un perchero junto a la puerta donde estaba colgada su bata blanca. Se la puso con un movimiento que a mí me pareció muy erótico—Vamos, doctora Chaves, tenemos que trabajar. —Me esforcé por aplacar mis hormonas antes de levantarme y seguirlo al área de emergencias.
En el camino me ocupé de aspirar con calma suficiente aire para tranquilizarme. En verdad este universo parecía un puto pañuelo.
El resto del día pasó en un abrir y cerrar de ojos. Ayudé a cuanto paciente se cruzó en mi camino demostrándole a Pedro que sabía más de lo que él creía. Al final de la tarde
estaba rellenando unas historias médicas que había dejado pendientes, sentada en el área de las enfermeras, en una esquina apartada para que nadie me molestara.
—¿Estas lista? —Al oír la voz de papá, alcé la vista y lo vi sonriente.
—Dame dos minutos. —Estampo la última firma del día, cerré la carpeta y se la di a una de las chicas. Fui rápidamente a buscar mi bolso y la ropa, estaba tan cansada que no tenía fuerzas para cambiarme—Hasta mañana. —Me despedí de todos con la mano y alcancé a mi padre que hablaba con Pedro fuera del área de las enfermeras.
—Hasta mañana, doctor Alfonso —los interrumpí. Papá abrió los ojos con sorpresa y soltó una carcajada—¿Se puede saber qué te hace tanta gracia?
—Nada, nada —dijo con la sonrisa aún en los labios. Lo observé con los ojos entrecerrados, me daba la impresión de que había sido papá quién tramó todo esto, poniéndonos a Pedro y a mí a trabajar juntos.
—Hasta mañana, doctora Chaves. La espero a las seis y cuarenta y cinco de la mañana, le recuerdo que tenemos una cirugía a las siete, y por favor, no llegue tarde esta vez. —La última parte la dijo en voz baja.
—No llegará tarde, hombre —agregó mi padre con una sonrisa—, de eso me aseguro yo. —Me crucé de brazos, al verlos compartir una sonrisa cómplice, pero mi padre me tomó del brazo y me sacó de allí para marcharnos.
Caminamos al estacionamiento. Cuando estamos llegando al auto, vi la figura de un hombre recostado sobre la carrocería, parecía que nos esperaba, pero ¿quién podría ser?
—¡Paula! —Era Oscar. «Oh, por Dios». Papá resopló molesto.
—¿Qué haces aquí?, ¿no te fue suficiente con la otra noche? —Los dos se miraron con mala cara.
—Este es un lugar público, doctor Chaves. Tengo derecho de ver a mi novia. —No me gustó que discutieran, debía detenerlos.
—¡Basta!, papá tranquilo, tengo que hablar con Oscar. Te veo en el departamento más tarde. —Le di un beso en la mejilla.
—Espero sepas lo que estás haciendo hija. Llámame si me necesitas, estaré pendiente.
Asentí y esperé a que se subiera al coche para girarme hacia Oscar y verlo sonreírme con ternura. Él se acercó a mí y tomó una de mis manos.
—Entonces, te gustaron las rosas. —Di dos pasos hacia atrás, no quería estar tan cerca, de él. Me sentía incómoda.
—Sí, gracias. —Me acomodé el bolso sobre el hombro, el momento se volvió tenso, ninguno de los dos sabía qué decir.
—Vamos, te invito a tomarnos algo, necesito contarte algo.
—Colocó su mano en la parte baja de mi espalda—Te sienta bien el azul. Te vez linda, Paula.
—Gracias otra vez —soné apagada, esa no era yo.
Subimos a su auto, hasta que llegar a un restaurante italiano. El mismo al que me había llevado en nuestra primera cita. Mi conciencia me atormentó, no quería herir sus sentimientos. Él no se lo merecía no era justa la manera en que lo engañaba.
«¡Demonios!, qué día tan largo, estaba agotada».
Seguimos a la chica que nos llevó hasta una mesa junto a la ventana. Barrí el lugar con la mirada, no había mucha gente todavía y sonaba una música de fondo muy agradable. Al sentarnos, Oscar pidió una botella de vino tinto. Lo observo con atención, no podía negar que era atractivo. Se había quitado la corbata y llevaba los dos primeros botones de la camisa abiertos
¿Por qué ya no me gusta como hace una semana atrás?, ¿por qué Pedro tuvo que reaparecer en mi perfecta, aburrida y monótona vida?
—¿Qué ha pasado con nosotros? —Su pregunta me devolvió a la realidad.
—No lo sé —fue lo único que me atreví a contestar.
—¿Quién es Pedro Alfonso y que significa para ti?, pero esta vez, Paula, te pido que seas sincera. —El mesero llegó con una botella y dos copas, las rellenó con calma y enseguida se retiró.
—Ya te lo dije, es un viejo amigo de la familia. Solo eso. —Tomé un sorbo de vino y luego puse la copa sobre la mesa
—Oscar, creo que lo mejor será… —Él me interrumpió, alzando una mano con la palma abierta hacia mí.
—No digas algo de lo que te puedas arrepentir más tarde. No quiero que te enfades. Pero me tome la libertad de pedirle a David Rodríguez que lo investigara, lo que encontró de él no es nada bueno. —Lo miré con la boca abierta, ¿hasta dónde Oscar era capaz de llegar?, quizás papá tenía razón y todos los abogados eran egoístas, personas a quienes no les importaba llevarse a nadie por el medio—Ese tipo tiene una doble vida —lo observé confusa.
—Pero, ¿qué dices, Oscar? ¿A qué te refieres con lo de doble vida? —Ahora sí que no entendía nada.
—Es médico, cirujano y todo lo que tú quieras, pero en lo que respecta a las mujeres, tiene una manera muy singular de… —Se detuvo intentando buscar las palabras correctas—Bueno, le gusta compartirlas, básicamente tiene fama de no estar en una relación por más de una noche y frecuenta esos clubs de Swingers. —No podía seguir escuchando, me sentía fatal. ¡¿Pedro formaba parte de un club de intercambio de parejas?!
—Oscar, escúchame bien, no entiendo por qué me dices todo esto, pero me parece de muy mal gusto, especialmente viniendo de ti. Tú que eres una persona tan correcta. Lo mejor será que lo dejemos hasta aquí. Primero te pasaste invadiendo mi privacidad y ahora esto… levantarle una calumnia a un hombre que no conoces de nada solo porque estas celoso, me parece que es el colmo. —Tomé el bolso que tenía colgado en el respaldo de la silla y me levanté—Espero que estés bien.
No esperé su respuesta, estaba tan molesta que caminé a grandes zancadas hasta salir del local. Afuera me detuve en la acera, tomé aire y obligué a mi corazón a serenarse. Me sentía tan aturdida que no sabía qué hacer.
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