jueves, 7 de enero de 2016

MISTERIO: CAPITULO 13




Pedro se acercaba a mí cada vez más, liberó mi barbilla para colocar su mano sobre la mejilla. Podía sentir su olor, el calor de su piel y hasta la agitación de su respiración. 


Estábamos tan cerca que me sentía tentada a besarlo, pero tenía miedo a su rechazo.


—Le temo a un nosotros y a esta atracción tan fuera de control que sentimos —le aseguré en voz baja.


Escuchamos risas que provenían del pasillo. El momento se arruinó. Enseguida volvimos a nuestras posiciones anteriores y esperamos a que la puerta se abriera.


—Paula, Pedro, pasemos a la sala, tenemos visita —anunció mi padre sonriendo. Como por arte de magia todo su mal humor se había esfumado, y se lo tenía que agradecer a quien estuviese afuera.


Lo seguimos y me sorprendí cuando vi a Alicia sentada en el sofá, y sin las niñas. Ella se levantó en cuanto nos vio llegar. 


Lucía preciosa, el cabello suelto le hacía ver radiante.


—Aly, ¿qué haces aquí? —la saludé con un pequeño abrazo.


—¿Roberto no te dijo? —Intercambié una mirada con papá. Él me sonrió como un niño travieso.


«Esta casa era un manicomio».


—Disculpa, hija. Alicia quiero presentarte a un viejo amigo de la familia, Pedro Alfonso. —Ambos estrecharon sus manos con cordialidad—Alicia es la mejor amiga de Paula, además de ser nuestra vecina. —Mi amiga asentía a todo lo que decía papá. «Viéndolo bien, hacían una bonita pareja. Ojalá aquello no fuera un entretenimiento más para ninguno».


—He escuchado hablar de ti, Pedro —dijo sonriendo.


—Espero sean cosas buenas. —El comentario nos hizo reír a todos.


—De las dos, Pedro, de las dos. —Nuevamente las risas retumbaron en la sala, eso logró calmarme un poco. 


Los miedos, la rabia y la culpa que había sentido por la discusión con Oscar y la visita inesperada de Pedro, comenzaba a aliviarse.


—Bueno papá, cuenta, nos tienes en ascuas. —Él se aclaró la garganta y tomó impulso.


—Quería invitarlos a todos a tomarnos algo por ahí, esta noche tenemos un buen motivo para celebrar.


—¿Un motivo?, ¿se puede saber cuál? —Los invito a sentarse señalando el sofá con la mano.


Pedro Alfonso ha regresado a Nueva York para quedarse. —Miré a Pedro perpleja y le pregunté con la mirada si era verdad. Él pareció entenderme porque asintió.


—¿Entonces, a dónde vamos? —Indagó Alicia—Miren que le estoy pagando a una vecinita para que cuide a las gemelas, y les aviso que sólo tenemos tres horas. —Los hombres soltaron unas sonoras carcajadas, Aly no tenía filtro, papá tendría que ponerse las pilas si quería seguirle el ritmo.


—Me cambio rápido y vuelvo —dije, saliendo rápido de la sala. Logré escuchar un grito de Pedro.


—¡No te tardes Mía, que andamos con la cenicienta! —Las carcajadas que siguieron ese comentario se escucharon hasta en mi habitación. Me vestí, maquillé y peiné en tiempo record, para salir y sorprenderlos a todos por mi rapidez.


—Amiga, hermosa como siempre —Alicia me agarró de la mano, para luego dirigirse a mi padre—Una pregunta, Roberto —Papá la observó con curiosidad—¿Tú bailas? —Él entrecierra los ojos y negó con la cabeza.


—Señorita Alicia, ¿por quién me has tomado?, solo tengo cuarenta y seis. A ver ¿cuántos años tienes? —La forma en que se miraron era sugerente. Confirmado: se gustan y era mutuo.


—Te creo, Roberto, no hay necesidad de hacerle ese tipo de pregunta a una dama —sonrió ella con coquetería.


—Ustedes son un caso perdido, será mejor que nos vayamos —añadió Pedro, luego se me acercó para tomarme del codo y susurrarme al oído—Estas preciosa, Paula. —El calor de su aliento hizo que el vello de la nuca se me erizara.


Llegamos en un taxi a un bar de varios ambientes. Papá estaba decidido a enseñarle todas sus virtudes a mi amiga.


Nos sentamos en una mesa y pedimos platillos para picar, y una ronda de cerveza para todos. A la segunda ronda, Alicia se levantó de su asiento y se llevó consigo a mi padre a la pista.


—¿Quieres bailar? —me preguntó Pedro tomándome de la mano. El momento se había vuelto íntimo.


—Sí, vamos —Estaba sonando una balada, era la primera vez que bailábamos. Por el rabillo del ojo busqué a mi amiga, no me gustaría que mi padre me viera en una situación embarazosa, y mucho menos, quería verlo a él.


Pedro era cuidadoso y podía imaginar que estaba pensando lo mismo que yo. Me acerque a él. Le rodeé el cuello con mis brazos mientras él hizo lo mismo con mi cintura.


—He venido hasta Nueva York a demostrarte que no estoy jugando Paula —susurró al tiempo que sus manos acariciaron mi espalda.


Sus palabras fueron una sorpresa inesperada. La sensación fue tan agradable que me olvidé de mis temores y apoyé la cabeza en su cuello, aspirando su aroma. Era embriagador. 


Los movimientos de nuestros cuerpos se hacían cada vez más lentos. Me acerqué un poco más a él, sintiendo en mi vientre la dureza que había en su entrepierna. Ambos comenzamos a respirar con agitación. Deseaba besarlo, arrancarle la ropa y tocar cada centímetro de su cuerpo.


Al acabarse esa canción colocaron una música más movida. 


Nos separamos, y entre sonrisas nos abrimos camino entre la gente hasta llegar a la mesa, donde una parejita fantástica nos esperaba.


—Le he revelado mi edad a Roberta, y creo que he perdido mi encanto. —Todos reímos, eso no era más que una broma. Alicia, con tan solo treinta y tres años aún lucía estupenda.


—Aly, que exagerada eres —dije guiñándole un ojo.


—Bueno, ella cree que soy un viejo por tener cuarenta y seis. Ahora es mi turno de creer que ella es una vieja con treinta y tres. —Alicia amplió la sonrisa y negó con la cabeza. Pedro tenía razón, estos dos realmente eran tal para cual.


—¡Shots, shots, shots! —Gritamos las dos al mismo tiempo, estábamos un poco atontadas después de cuatro cervezas.


—Estas chicas son terribles, Roberto —Papá asintió ante el comentario de Pedro y pidió una ronda de Shots para todos. Cuando llegaron las bebidas todos las tomamos de un trago y arrugamos las caras.


—¡Por, Pedro! —Gritamos al unísono


Salimos del lugar dos horas más tarde. Pedro se encargó de encontrar un taxi. Debíamos volver antes de que la cenicienta se convirtiera en calabaza. Llegamos al edificio, y acompañamos a Alicia a su piso. Papá, como todo un caballero, se encargó de pagarle a la vecinita por su trabajo de niñera y como hombre responsable, se cercioró de que todo estuviera en orden antes de despedimos y dirigirnos con Pedro a nuestro departamento.


—Bueno, Pedro, ¿espero el sofá sea de tu agrado? —Bromeó mi padre y le palmeó un hombro.


—El sofá me recuerda los viejos tiempos, cuando venía a dormir entre guardias. —Ambos compartimos una mirada silenciosa. «Yo recuerdo a la perfección esos días, antes de que él desapareciera por cuenta propia de nuestras vidas».


Al entrar al departamento, fui por unas cobijas y un par de almohadas para Pedro. Papá le prestó un pijama y se despidió de nosotros revelando cansancio.


—Si quieres ducharte puedes usar mi baño —le dije mientras colocaba las sábanas en el sofá.


—Gracias —asintió, tomó la muda de ropa y pasó a mi habitación.


Cuando entré a mi dormitorio, minutos después, Pedro aún se estaba duchando. Me puse con rapidez mi pijama y luego me recosté en la cama con el diario para seguir leyendo mientras esperaba.


James… James… James. No paraba de suspirar, de repetir y escribir su nombre. Desde el día en que fuimos a jugar Bowling, no pudimos volver a separarnos. Comenzamos a comer juntos en la cafetería todos los días, intercambiábamos miradas y sonrisas cómplices. 


Luego James me esperaba a la salida de la escuela, ninguno de los dos teníamos auto. Así que nos íbamos caminando hasta mi casa. Al principio rozábamos nuestros brazos, era un impulso inocente, una excusa para tocarnos, ninguno de los dos se atrevía a más.


Claire y Rob, se alejaron un poco, ya no compartíamos con ellos como antes, a veces nos decían que nos íbamos a cansar de vernos tanto. Pero lo cierto era que nos estábamos enamorando como un par de adolescentes con las hormonas bien cargadas.


La forma de mirarnos, la necesidad de querer tocarnos a cada rato con cualquier excusa, ninguna válida por supuesto, se había convertido en nuestro fin. James era un chico dulce, tierno y lleno de bellos sentimientos y por si fuera poco, muy, pero muy romántico.


La puerta del baño se abrió, y Pedro salió en todo su esplendor, aunque vistiera un pijama de mi padre. «¡Por todos los ángeles del cielo!, ¿por qué tenía que ser tan atractivo y varonil?». A medida que se acercaba, mi corazón se aceleraba. Cerré el diario y lo coloqué a un costado de la cama.


—Buenas noches, Paula. —¿Se estaba despidiendo?


«¡No!, no quería que se fuera tan pronto».


—Puedes hacerme compañía un rato, ¿si quieres? —Me arriesgué a proponer, temiendo que se negara. Pedro me estudió de la cabeza a los pies. Se debatía la propuesta, parecía no saber qué decidir.


«No lo pienses tanto y di que sí».


—No creo que sea una buena idea. —«¡No!»—Tú, yo, y una cama… no es una buena combinación, cuando tenemos a Roberto al otro lado del pasillo. —«¡Arg!, ¿por qué tenía que ser tan respetuoso?»


—Somos adultos, creo que podemos controlarnos —lancé mi última carta. La esperanza era lo último que se perdía.


—Control… Humm, me es difícil controlarme contigo. —Esa afirmación me emocionó, pero al verlo dar media vuelta para marcharse mi corazón se entristece—Buenas noche Paula, descansa —lo seguí con la mirada con cara de desilusión.


—Buenas noches —susurré resignada.


Al salir del cuarto y cerrar la puerta, me derrumbé sobre la cama. «Al menos, lo intenté», me dije para no sentirme peor de lo que estaba y volví a abrir el diario para olvidarme de su presencia en la sala. A poca distancia de mí.


Habían pasado tres meses, nuestra relación ha subido a otro nivel, tenía que contarle a Claire, no estaba muy segura de si ella sería capaz de entenderme, pero realmente necesitaba hablar con alguien.


—Ely, amiga, para un poco —Claire siempre trataba de poner mis pies sobre la tierra.


—No puedo Claire, estoy enamorada, estoy enamorada de James —mientras lo decía, sonreía y giraba alrededor de su habitación abrazando a uno de sus ositos de peluche.


—De verdad, Ely, no quiero que cometas algo de lo que te puedas arrepentir. Enfócate en la fotografía, ¿te acuerdas de ella? —me miraba preocupada.


—Claro que me acuerdo tonta —digo riendo—Te quiero contar algo Claire, pero debes prometerme no decírselo a nadie —me puse seria.


—Me estas poniendo nerviosa Ely. —Nos sentamos en su cama, la tomé de las manos y se lo solté—Anoche lo hicimos, Claire, y fue maravilloso. —Y dejándome llevar de un impulso, la abracé.


—¡¿Qué?! ¿Qué hicieron? —Su cara era de pánico.


—Hicimos el amor, Claire. —Mi voz fue casi un susurro—Lo amo amiga, amo a James con todo mi corazón —fue lo último que dije antes de cubrirme la cara con las manos.


Después de mi revelación, nuestra amistad ya no volvió a ser la misma. Claire nunca lo dijo, pero sé que ese día la decepcioné y en el fondo tenía toda la razón, había metido la pata hasta el fondo.


James también cambió después de un tiempo. Se enfocó más en la escuela, me dijo que se iría a estudiar a Carolina del Norte, sus planes eran ingresar en Yale, en la prestigiosa escuela de leyes. Por esa razón debíamos vernos con menos frecuencia, necesitaba tiempo para estudiar.


—Ely, ya falta poco para graduarnos, yo tengo planes y tú también, no podemos olvidarnos de ellos —me decía cada vez que lo llamaba para vernos después de la escuela.


Pasé una mano por mi cabello, cada vez estaba más confundida. Elizabeth nunca había estado enamorada de mi padre, entonces, ¿cómo era posible que yo existiera? Quizás esa era la razón por la que él nunca había querido hablar de ella. «¡Pobre papá! No se merecía un segundo lugar, él era demasiado bueno para Elizabeth». Después de un suspiro, continué la lectura.


Pasaron los meses, ya nos habíamos graduado. Claire estaba trabajando en un estudio de arquitectura y diseño en el centro de Manhattan. La paga no era mucha, pero le
alcanzaba para costear un pequeño departamento tipo estudio no muy lejos de la universidad.


—Vente conmigo, Ely —me pidió, pero mis planes no eran los mismos. Papá se había enfermado de cáncer y mamá no paraba de trabajar, ellos me necesitaban. Mi deber era ayudarlos.


Conseguí un trabajo de ayudante de fotógrafo, en una tienda pequeña, cerca de casa. Lo que ganaba no era mucho, pero colaboraba con los gastos y le asistía a mi madre con los cuidados de papá.


—Claire te prometo, que en lo que la situación mejore, me voy contigo —prometí mientras nos despedíamos. Nos dimos un largo abrazo. Ella terminó de guardar sus pertenencias en su auto y lo puso en marcha sin mirar atrás.


Rob se mudó a Boston, lo había logrado, consiguió entrar en Harvard con las mejores calificaciones de la escuela. Él siempre fue muy serio y aplicado.


James y yo, ya no éramos los mismos, aunque seguíamos queriéndonos con locura, él tomó la decisión de escoger por los dos.


—Ely te prometo que vendré a verte en las vacaciones de primavera. —Me dijo antes de marcharse. Toda su familia se mudaba a Carolina del Norte.


—Te voy a extrañar —lloré sin parar mientras lo abrazaba. No quería dejarlo ir, algo me decía que esta era nuestra despedida definitiva.


—Te amo Ely, no lo olvides —fueron sus últimas palabras.


Nos besamos. Fue un beso dulce y triste a la vez, estaba lleno de nostalgia. Muy dentro de mí supe que no lo volvería a ver.


Cerré el diario y lo guardé dentro de la gaveta de la mesita de noche. Necesitaba un vaso de agua para digerir toda esa información. Fui a la cocina con cuidado de no hacer ruido. 


Todas las luces del departamento estaban apagadas, excepto una lamparita de pared que se encontraba en la mitad del pasillo.


Me guio por esa luz para llegar sin tropezar hasta el refrigerador y buscar una botella de agua. Enseguida la destapé y le di un trago largo, se sintió tan bien el frio del líquido cuando bajó por mi garganta.


—¿No puedes dormir? —Di un brinco, al escuchar la voz ronca de Pedro.


—Casi me matas del susto. —Cerré el refrigerador y me acerqué al sofá. Él se sentó y me hizo espacio para ubicarme a su lado.


—Perdón, pero fuiste tú la que casi me mata del susto cuando te vi aparecer en la cocina. —Sonreímos con poco ánimo.


—¿Te puedo hacer una pregunta? —me atreví a preguntar.


—¿Tengo alguna alternativa? —respondió con una pregunta, negué con la cabeza. Ya no podía con las evasivas.


—Me temo que no.


—Entonces, adelante. Pregunta lo que quieras. —¿De verdad me estaba dando carta abierta?, tenía que aprovechar esa oportunidad—Eso sí, sólo una —aclaró mostrándome su seductora sonrisa torcida. Le di un ligero golpe en el hombro.


—No se vale, por lo menos cinco.


—Wow, Paula —soltó una carcajada.


—Shhh, baja la voz. No queremos ser descubiertos, ¿cierto? —Coloqué mi mano sobre sus labios.


—Está bien. Que sea una para cada uno, yo también quiero participar, y no se hable más del tema, ¿de acuerdo? —Sentenció. No me pareció muy justo, pero asentí con la
cabeza, una pregunta era mejor que nada. Le di un apretón de mano para sellar el trato.


—De acuerdo… —Comencé, me sentía ansiosa—¿Por qué desapareciste?, y quiero la verdad, por favor. —Pedro me miró con ternura y sonrió.


—Lo juro —alegó levantando la mano derecha y continuó—Por ti, Paula. Eras muy joven, tenías apenas dieciocho años y yo no andaba buscando ninguna relación seria. Me gustabas mucho, pero mi intención no era hacerte daño. También estaba el hecho de que Roberto me hubiese matado si me metía contigo en aquel tiempo. —¿En aquel tiempo?, ¿qué quería decir con eso? Lo que me alivió fue saber que él se sentía atraído por mí antes. Al menos, eso reponía mi orgullo perdido.


—Es tu turno, Pedro, pregunta lo que quieras. —Quizá no debí haber dicho eso. Yo y mi boca tan grande.


—Hace rato, cuando estábamos en el despacho de Roberto, me dijiste que me tenías miedo a un nosotros, ¿a qué te refieres con eso? Y no me hagas trampa. —Tomó mis piernas y las colocó sobre su regazo acariciándolas por encima de la tela del pijama.


—Eres tú quien hace trampa con estas caricias relajantes y perturbadoras —le sonreí con coquetería. Deseaba que me tomara entre sus brazos y nos sacáramos toda la ropa.


—Responde, Paula, no te hagas la loca. Y con respecto a las caricias… —tomó mi mano y se la llevó a su entrepierna, estaba tan duro como una roca. «Oh, por Dios, eso había sido una penitencia»—Así es como me pongo cuando estoy cerca de ti.


Su confesión me dejó sin palabras, necesitaba concentrarme para responderle pero me era imposible. Apretó aún más su mano sobre la mía, haciendo el agarre más fuerte, logrando que su respiración se agitara. Estaba ansiosa por besarlo, bajarle el pantalón y liberarlo. Él al darse cuenta de mi indecisión, me soltó y se llevó mi mano a los labios.


«Concéntrate, Paula. ¡Demonios! ¿Cuál había sido la pregunta?»


—No te vayas a reír, pero, ¿me crees si te digo que se me olvidó lo que me preguntaste? —Pedro soltó una tremenda carcajada, negó con la cabeza y se levantó acomodando su ropa.


—Algo me decía que este juego era una trampa. —La situación lo divertía, se estaba burlando de mí—Ya es tarde y mañana tengo que madrugar, me debes tu respuesta No creas que me voy a olvidar. Vamos señorita, es hora de ir a la cama.


—Es la pura verdad —suspiré desilusionada—Sabía que no me creerías.


Me tendió las dos manos y yo las tomé para ponerme de pie. 


Le di un beso en la mejilla, logrando aspirar el olor de su piel. 


Olía a mi gel de lavanda mezclado con su propio aroma. ¡Ahh!, era alucinante.


—Deja de provocarme —me dijo dándome una nalgada en forma juguetona.


—Es que hueles a mí, eso es todo —le guiñé un ojo y lo dejé mirando cómo me alejaba.







miércoles, 6 de enero de 2016

MISTERIO: CAPITULO 12




Al sentir que una mano acariciaba mi cabello, abrí los ojos. 


La habitación estaba oscura. A medida que me acostumbré a la oscuridad, distinguí la silueta de un hombre que estaba sentado a mi lado.


—¿Oscar? ¿Qué haces aquí? —Traté de sentarme al reconocerlo, y encendí la lámpara de la mesita de noche.


—Roberto me llamó. Estaba molesto por lo del investigador y quiso reclamarme. Vine en cuanto pude. Me dejo entrar con la promesa de que no te despertaría. —Apartó un mechón de pelo que caía sobre mi ojo derecho antes de continuar—¿Esa es la razón de tu extraño comportamiento de ayer y de que no respondieras a mis llamadas y mensajes?


Froté mis ojos, algo desorientada. El móvil volvió a sonar avisando la entrada de un mensaje de texto. Lo ignoré.


—Ahora no puedo hablar Osqui. —Estaba medio adormilada y eso me volvía confusa.


—Tú móvil no para de sonar, deberías revisarlo. —«Claro que debía revisarlo, pero eso lo haría más tarde, cuando estuviera sola».


—Luego lo reviso —alegué intentando no darle importancia.


—¿Se puede saber quién es Pedro Alfonso?


«Pero ¿qué era todo ese interrogatorio?».


—¿Revisaste mi móvil? —Su rostro era inexpresivo.


—No paraba de sonar, y pensé que podía ser una emergencia. —¡Que excusa tan absurda! Negué con la cabeza.


—¡EMERGENCIA!, ¿así es como tú lo llamas? Yo lo llamo falta de respeto, invasión a mi espacio personal, abuso de confianza. —Me levanté por aquella intromisión—Te pasaste Oscar, definitivamente te pasaste.


Entré al baño con la sangre bullendo en mis venas y cerré de un portazo. Necesitaba calmarme o terminaría diciéndole cosas de las que luego me arrepentiría. Después de asearme y arreglarme un poco el cabello, salí con la cabeza en alto, dispuesta a enfrentarlo.


—Sé que cometí un error, Paula, y lo lamento. Pero igual te pido que me expliques, ¿quién es ese tipo? —Oscar me observaba de pie junto a la cama visiblemente molesto.


Pedro Alfonso es un amigo de la familia, teníamos años sin vernos y, coincidimos en la convención. Eso es todo.


Salí de la habitación, y Oscar me siguió, intentó agarrarme la mano, pero no le dejé. Estaba tan furiosa con él que me sentía traicionada. Aunque sabía que eso no era justo, pues había sido yo la que lo había traicionado a él. Sin embargo, me fue imposible evitar reaccionar de esa manera ante el abuso a mi privacidad.


Llegué a la cocina y busqué en el interior del refrigerador una lata de cerveza. Enseguida la abrí y le di un trago largo.


—¿Sabes algo, Paula?, nunca lo habías mencionado. —Él entró y se ubicó junto a la mesa, apoyó una mano en la madera y la otra en su cintura, para observarme ceñudo.


—¿A qué te refieres?


—La cantidad de mensajes y llamadas perdidas de ese sujeto no son normales. —Oscar habló alzando la voz, era un hecho estaba celoso y furioso.


—No te preocupes, ya me pondré en contacto con él —alegué también irritada. Los dos estábamos alterados.


—¿Qué está pasando aquí, Oscar? —Papá entró en la cocina no solo desconcertado, sino molesto por la forma en que Oscar me hablaba. «Oh, por todos los cielos, que estos hombres se calmen, de por sí no se toleran»—A mi hija no le hablas en ese tono, agradezco que te vayas. —Aquello me hizo sentir fatal, era un verdadero desastre.


—Discúlpeme, doctor Chaves, pero esta es una discusión entre Paula y yo, así que soy yo el que le agradezco no se inmiscuya. —«¡Me muero! Oscar acababa de cometer un error».


El timbre de la puerta sonó antes que alguien dijera algo más. Papá y Oscar se desafiaban con la mirada.


—Paula, anda a ver quién es. —No quería dejarlos solos, pero debía ver quien tocaba a la puerta.


Estaba tan nerviosa que las manos me temblaban. Llegué hasta la puerta y al abrir, pensé que mis ojos me estaban gastando una broma. No podía creer que él hubiera viajado hasta Nueva York.


—¡Pedro! —Lo dije tan alto que tal vez todo el edificio se enteró. Él sonrió de medio lado y yo literalmente, me consumí por aquel atractivo gesto.


—Te dije que de mí no te ibas a librar tan fácilmente —murmuró aproximándose a mi rostro.


—¿No nos vas a presentar, Paula? —Oscar se encontraba detrás de mí. Podía sentir lo furioso que estaba.


—¡Pedro! Pasa adelante por favor, te estaba esperando. —Aquel rescate de mi padre se lo agradecí en silencio con la mirada.


La tensión creció mientras Pedro pasaba a la sala. Estaba rodeada de tres hombres que parecían lobos a punto de atacarse.


—Paula, nosotros estaremos en mi despacho —Lancé una mirada hacia Pedro siendo fulminada por sus inclementes ojos azules.


—Ya que nadie nos presenta. —Oscar se acercó a él y le tendió la mano—Soy Oscar Carter, el novio de Paula. —«Pero que alguien me explique, ¿en qué época vivimos?, Oscar me acaba de marcar como si fuera una vaca de su propiedad».


Pedro Alfonso —Se dieron un apretón firme que duró más de lo normal, sin dejar de retarse con la mirada.


—Vamos, no perdamos más tiempo —concluyó mi padre antes de desaparecer con Pedro en dirección al despacho.


Me quedé parada junto a la puerta. Oscar me observó con ira, y expulsó todo el aire que tenía retenido en los pulmones en un bufido. Sus hombros cayeron dándole un aspecto de derrotado.


—No sé qué pasó en Dallas, y a este punto, creo que no quiero saberlo. —Abrí la boca para decir algo, pero Oscar me la cerró poniendo su mano sobre mis labios—Nunca y óyeme bien, Paula, nunca me había sentido tan estúpido y humillado en toda mi vida. Y por favor, ahórrate las palabras. —Su acusación golpeó mi corazón.


Lo vi desaparecer tras las puertas del elevador, cerré con cuidado y me apoyé de la puerta. «¿Pero qué coño había pasado?».


Necesitaba una copa, y salir de allí. Me cubrí el rostro con las manos. «Cálmate Paula, ya pasó», me dije mentalmente. 


Estaba muy agobiada, pero no podía darle más largas al asunto. Enderecé los hombros y avancé hacia el despacho de papá.


Toque la puerta con cuidado.


—Adelante. —Al escuchar la orden abrí y entré con sigilo. 


Los dos me miraron con caras largas.


—Pasa hija, siéntate un momento con nosotros —invitó mi padre, y aunque no quería hacerlo, debía ser valiente. 


¡Como necesité de un trago en ese momento, creo que estuve a punto de explotar!


—¿Nos podemos tomar algo?, estoy un poco nerviosa —me atreví a confesar. Pedro se levantó del sillón de cuero marrón ubicado a un lado del escritorio y me tendió la mano.


—Es sólo un momento, Paula —dijo en tono bajo y conciliador. 


No podía resistirme a su mirada. Tomé su mano sintiéndola cálida, y le sonreí con timidez. Él me guió hasta el otro sillón, justo en frente de mi padre.


Pero el timbre de la puerta volvió a sonar. Estaba tan alterada que brinqué en la silla. Mi padre se levantó y nos miró a los dos con algo de fastidio.


—Vuelvo enseguida —puntualizó y salió apurado.


Nos quedamos solos y temo que Pedro mencione a Oscar, no quiero que crea que lo engañé, aunque lo hice, pero…


—Paula, Paula… —comenzó a decir caminando hacia mí y negando con la cabeza. Evité mirarlo pero él tomó mi barbilla con su mano y la sostuvo obligándome a verlo a los ojos—Sí existía una persona importante en tu vida, y me lo negaste cuando te lo pregunté. —Pedro tenía razón y aunque desde que nos reencontramos no había vuelto a estar con Oscar, la verdad era que le había dicho algo que no era cierto—¿A qué le temes Paula? —Su voz era tranquila.


No era capaz de decirle una palabra. Solo le sostuve la mirada y me resigné a que ésta vez, se alejara de mí para siempre.







MISTERIO: CAPITULO 11





Parpadeé un par de veces mientras mi vista se adaptaba a la claridad. Tomé el móvil que estaba sobre la mesita de noche. Los mensajes, de Pedro y Oscar me llenaban el buzón de voz. Exhalé con cansancio, y lo dejé de nuevo donde estaba. «Debía revisarlos pero no quería», necesitaba unas horas de descanso antes de enfrentar esa situación.


Fui al baño y después de asearme, recorrí el departamento en busca de mi padre, pero estaba sola. Mi estómago gruñó hambriento, así que fui por desayuno a la cocina.


Mientras lo preparaba el ruido de la puerta al cerrarse me sobresaltó, de tal forma, que casi me vierto el jugo de naranja que me había servido encima.


—Paula, ¿ya estas despierta dormilona? —Papá venía de correr. Su rostro estaba sudado y enrojecido.



—Sí, buenos días. No me despertaste para que te acompañara, sabes que me gusta salir a correr contigo —le reclamé.


—Te confieso que fui a buscarte, pero estabas tan rendida que preferí dejarte descansar. Tengo noticias con respecto a tu nuevo trabajo. —Abrió el refrigerador y sacó una botella de agua—Comienzas el lunes. Así que prepárate hija, porque después que empieces en el hospital, no vas a tener tiempo de nada. —¿Me estaba jugando una broma? ¿Me había conseguido un puesto en el hospital?


—Papá, mírame. —Estaba tan emocionada que no podía parar de sonreír—¿Hablas en serio? no bromees con eso. —Mi voz era aguda, estaba eufórica y muy ansiosa por comenzar una nueva vida. Él afincó su mirada en mí.


—Claro que es cierto, ¿por qué dudas? —Corrí para abrazarlo. No me importó lo sudado que estaba.


—Para, hija, no quiero ensuciarte. —Él trató de soltarse de mi abrazo, pero no lo dejé antes de lograr alejarse.


—¿Te he dicho alguna vez que eres el mejor papá del mundo? —se carcajea y dejo que me aleje.


—Paula, Paula, eres adorable, pero recuerda que tenemos una conversación pendiente que ya hemos atrasado mucho. —Él tenía razón, sin embargo, aún no quería que habláramos de eso. Deseaba leer primero el diario de Elizabeth, así podría tener en la mano las preguntas necesarias.


—Lo sé, te prometo que de este fin de semana no pasa, primero necesito averiguar unas cosas.


—Paula…


—Lo siento papá, sabes que es mi derecho. —Me miró con resignación y asintió con la cabeza. Sabía que no podía ocultarme por más tiempo la verdad. Le dio un largo trago al agua para asimilar mi decisión—¿Le puedo preguntar algo señor Roberto? —agregué para cambiar la conversación, y eliminar la tensión que se había creado entre nosotros por el tema de mi madre—¿Cuáles son sus intenciones con la señorita Alicia?


Él tiró la botella vacía en el bote de la basura, pasó una de sus manos por su cabello sudado. Su expresión cambió a seria, algo pensativa.


—No creo que eso aún le incumba señorita Chaves. Me voy a duchar, tengo que ir al hospital —alegó antes de salir de la cocina. Yo lo observé alejarse en silencio, por lo visto, ellos aún no tenían claro lo que sentían. Debía esperar para poder saber algo.


Después de desayunar, me fui a mi habitación, me senté en la cama con el bolso en la mano. Saqué el diario de Elizabeth de su interior. Tomé aire antes de abrirlo.


«Ya era hora de que lo leyeras», me dije mentalmente para darme algo de valor.


Querida Paula.

Quizá esta no es la mejor manera, pero la única que encuentro posible para que conozcas la pequeña historia de amor entre tu padre y yo.

Nos conocimos al salir de la clase de matemáticas. Ya íbamos a mitad del pasillo, cuando recordé que había dejado la chaqueta olvidada en el salón. Era mi primer día de escuela, tenía diecisiete años, y estaba cursando el último año de la secundaria. Me detuve agarrando del brazo a mi amiga Claire.

—He dejado la chaqueta en el salón, vamos por ella —Claire me sonrió, estaba acostumbrada a mis descuidos.

—¡Qué raro! —Dijo con sarcasmo—Vamos por ella, despistada —añadió guiñándome un ojo.

Me di la vuelta y me tropecé contra algo que me dejo en el suelo. Desconcertada por la sorpresa, comencé a levantar mis libros que rodaron por todos lados. Una mano se posó sobre la mía cuando los trataba de recoger. Alcé la mirada para ver de quién se trataba, allí estaban los ojos verdes más bellos que había visto en mi vida. Eran claros y brillantes. No podía dejar de observarlos, no sé cuánto tiempo pasó hasta que comencé a escuchar las carcajadas de Claire. El chico de los ojos verdes me habló haciéndome sentir aturdida.

—Lo siento, ¿estás bien? Déjame ayudarte —dijo, entregándome los libros.

—Sí, gracias. Discúlpame tu a mí, ando un poco distraída —baje la vista hasta el suelo, pude sentir como la sangre subía con rapidez a mi rostro.

—Ella siempre está distraída —agrego Claire en tono burlón. Ojitos verdes sólo nos sonrió.

—Estaba apurado por encontrarte, creo que esto es tuyo. —Me mostró la chaqueta con una sonrisa.

—Justo iba por ella cuando choqué contigo. —Por un momento me sentí avergonzada y torpe.

«¿Cómo no lo había visto antes? Siempre con la cabeza en otro lado Ely», me reproché mentalmente.

—Me llamo James —explicó sin dejar de mirarme.

—Ely… —tartamudeé, Claire carraspeó para hacerse notar—Esta es Claire.

Se saludaron con una leve sonrisa, y luego comenzamos a caminar hacia la salida cuando oímos un fuerte silbido. James se giró en su dirección.

—¡James! —Era otro chico, caminaba muy deprisa hacia nosotros.

Claire y yo intercambiamos miradas, nunca antes lo habíamos visto en la escuela. Además, los dos eran muy apuestos.

—¡Hey, Roberto!, te presento a Ely y Claire.


Cerré el diario de un solo golpe ahora estaba más perdida que al principio. Fijé la vista en un punto por sobre la solapa del diario y traté de asimilar lo que había leído. Si asumía que Rob era mi padre, entonces Elizabeth no se sintió atraída por él al principio, sino más bien por su amigo James, el chico de los ojos verdes.


«Ojos verdes, yo también tenía los ojos verdes, ¿sería una coincidencia?».


Mi móvil comenzó a sonar con insistencia, pero estaba tan confundida que no quería hablar con nadie. Podía asegurar que se trataba de Oscar o de Pedro y aún no tenía nada que decirles.


Me fui a la cocina en busca de un aperitivo, quería seguir leyendo el diario y terminar de entender qué había ocurrido con mi madre. Me serví una buena porción de helado de vainilla y regresé a mi habitación para continuar con la lectura.


Presentía que lo mejor estaba por venir.


Después de dos semanas de intercambiar miradas y tímidas sonrisas, James y Rob se acercaron a nosotras en la salida de la escuela. Claire y yo nos estábamos despidiendo de un grupo de chicas.


—¡Ely! … ¡Claire!— Gritó James. Las dos nos vimos y sonreímos como tontas.


—James, Rob —les dijo Claire esbozando una de sus sonrisas.


—Salgamos esta noche — soltó Rob.


Quedamos en encontrarnos en el Bowling cerca de la escuela, alrededor de las siete. Les lanzamos unos besos al aire, nos montamos en el auto de Claire y salimos con las caras de felicidad más genuinas que habíamos tenido alguna vez.


Claire era una chica alegre, llena de una energía sin igual, siempre con una sonrisa en sus labios. Era muy raro verla de mal humor. De cabello liso y rubio, piernas largas de modelo de pasarela y unos ojos color miel que brillaban con luz propia. Nos queremos como hermanas y pasamos más tiempo juntas que con nuestras propias familias.


Nos conocimos cuando cursamos juntas el tercer grado de primaria. Desde el primer día que nos sentamos en la cafetería de la escuela fuimos inseparables.


Vivíamos en el mismo vecindario de Greenwich Village, un suburbio tranquilo lleno de edificios de ladrillos rojos, con departamentos pintorescos, pisos de madera y de distintos niveles. Una zona familiar famosa por su cultura bohemia.
Claire quería ser una modelo famosa y yo una fotógrafa de renombre. Nuestros planes eran ir juntas a recorrer el mundo. Estábamos llenas de inquietudes, curiosidades y sueños, eran muchas las ganas de vivir, mirar y conocer.


—¿Ely… ¡Ely, despierta!, aterriza amiga —lo dijo tan fuerte que me sacó de mi ensueño.


—Claire, no sé qué me pasa —dije emocionada, ella rió.


—Te gusta, te gusta, te gusta —repetía en tono burlón mientras encendía la radio. Ella tenía razón. James me gustaba, no lo podía negar.


—Creo que sí. —Me llevé las manos al rostro, sentí como me ruborizaba.


—¡Lo sabía! Ely te lo dije ¿sabes que es lo mejor? —Negué con la cabeza.


—A mí me gusta Rob, esos ojazos azules —suspira—Amiga, estamos perdidas. ¿Qué vamos a hacer?


Era la primera vez que nos gustaba un chico, bueno, que nos gustaba de verdad, era una sensación nueva para los dos, despertaba algo tan fuerte, tan intenso que no sabíamos cómo actuar, ni qué decir.


A las siete en punto estaba tocando la puerta de casa de Claire. En lo que la abrió nos abrazamos sonriendo sin decir nada. Todo el camino lo hicimos en completo silencio, la emoción y los nervios se habían apoderado de nosotras.


Cuando llegamos al Bowling ya los chicos estaban jugando. 


Nos hicieron señas mostrándonos los zapatos. Las dos suspiramos al mismo tiempo, eran tan apuestos, altos, fuertes y robustos, que nos tenían literalmente babeando por ellos.


James y Rob se conocían desde niños, sus familias eran vecinas. Ellos no paraban de contar historias, todas estaban llenas de humor, inocencia y una fuerte amistad que iba más allá del tiempo.


Claire y Rob no paraban de mirarse, mientras tanto James había acaparado toda mi atención. Él era diferente a todos los otros chicos que había conocido, James tenía la capacidad de hacerme sentir especial.


Cerré de nuevo el libro y lo dejé encima de mis piernas. ¿Por qué Elizabeth hablaba de sus sentimientos hacia otra persona que no era mi padre?


Estaba claro que a quien realmente amaba era al tal James. 


Solté todo el aire retenido, dos preguntas rondaban mi cabeza: ¿cómo había logrado terminar con papá?, ¿y qué fue de su mejor amiga Claire?


—¡Hija!, ¿qué estás haciendo? —Mi padre me sorprendió mirándome desde el marco de la puerta con una sonrisa confusa marcada en los labios.


Suspiré con resignación, él descubrió el diario sobre mis piernas. Había llegado la hora de sincerarme. Le hice una seña y lo invité a sentarse a mi lado. Se acerca sin entender qué sucedía.


—¿Te acuerdas del detective David Rodríguez? —Mi pregunta le molestó. Su rostro se endureció pero se mantuvo en silencio—Mientras estuve en Dallas concertamos un encuentro, y él me hizo entrega de esto. —Tomé la libreta y la coloqué en sus manos. Mi padre lo examinó con paciencia para luego afincar su mirada en mí.


—Es un diario —sentenció con calma.


—Sí. Elizabeth lo dejo para mí. —Hice una pausa, necesitaba encontrar las palabras correctas para hablarle de lo que había leído—Apenas lo estoy comenzando, pero hasta ahora no logro entender a dónde quiere llegar.


—Tenías razón al aplazar nuestra conversación sobre el tema—expresó observando con pesar el cuaderno—Termínalo. —Colocó el diario en mis manos—Después aclararé tus dudas. —Se levantó con actitud derrotada y caminó hasta la puerta, pero antes de salir agregó—Una cosa hija, que esta sea la última vez que existe un secreto entre nosotros, ¿es posible? —declaró con autoridad. Yo solo pude asentir con la cabeza.


Él se marchó con evidente inquietud. La tristeza y la confusión se instalaron en mi cuerpo. Pero debía evitarlo, tenía que ser más fuerte que esos sentimientos. Me dejo caer sobre las sabanas, cierro los ojos y me olvido de mí por un tiempo.