miércoles, 6 de enero de 2016

MISTERIO: CAPITULO 11





Parpadeé un par de veces mientras mi vista se adaptaba a la claridad. Tomé el móvil que estaba sobre la mesita de noche. Los mensajes, de Pedro y Oscar me llenaban el buzón de voz. Exhalé con cansancio, y lo dejé de nuevo donde estaba. «Debía revisarlos pero no quería», necesitaba unas horas de descanso antes de enfrentar esa situación.


Fui al baño y después de asearme, recorrí el departamento en busca de mi padre, pero estaba sola. Mi estómago gruñó hambriento, así que fui por desayuno a la cocina.


Mientras lo preparaba el ruido de la puerta al cerrarse me sobresaltó, de tal forma, que casi me vierto el jugo de naranja que me había servido encima.


—Paula, ¿ya estas despierta dormilona? —Papá venía de correr. Su rostro estaba sudado y enrojecido.



—Sí, buenos días. No me despertaste para que te acompañara, sabes que me gusta salir a correr contigo —le reclamé.


—Te confieso que fui a buscarte, pero estabas tan rendida que preferí dejarte descansar. Tengo noticias con respecto a tu nuevo trabajo. —Abrió el refrigerador y sacó una botella de agua—Comienzas el lunes. Así que prepárate hija, porque después que empieces en el hospital, no vas a tener tiempo de nada. —¿Me estaba jugando una broma? ¿Me había conseguido un puesto en el hospital?


—Papá, mírame. —Estaba tan emocionada que no podía parar de sonreír—¿Hablas en serio? no bromees con eso. —Mi voz era aguda, estaba eufórica y muy ansiosa por comenzar una nueva vida. Él afincó su mirada en mí.


—Claro que es cierto, ¿por qué dudas? —Corrí para abrazarlo. No me importó lo sudado que estaba.


—Para, hija, no quiero ensuciarte. —Él trató de soltarse de mi abrazo, pero no lo dejé antes de lograr alejarse.


—¿Te he dicho alguna vez que eres el mejor papá del mundo? —se carcajea y dejo que me aleje.


—Paula, Paula, eres adorable, pero recuerda que tenemos una conversación pendiente que ya hemos atrasado mucho. —Él tenía razón, sin embargo, aún no quería que habláramos de eso. Deseaba leer primero el diario de Elizabeth, así podría tener en la mano las preguntas necesarias.


—Lo sé, te prometo que de este fin de semana no pasa, primero necesito averiguar unas cosas.


—Paula…


—Lo siento papá, sabes que es mi derecho. —Me miró con resignación y asintió con la cabeza. Sabía que no podía ocultarme por más tiempo la verdad. Le dio un largo trago al agua para asimilar mi decisión—¿Le puedo preguntar algo señor Roberto? —agregué para cambiar la conversación, y eliminar la tensión que se había creado entre nosotros por el tema de mi madre—¿Cuáles son sus intenciones con la señorita Alicia?


Él tiró la botella vacía en el bote de la basura, pasó una de sus manos por su cabello sudado. Su expresión cambió a seria, algo pensativa.


—No creo que eso aún le incumba señorita Chaves. Me voy a duchar, tengo que ir al hospital —alegó antes de salir de la cocina. Yo lo observé alejarse en silencio, por lo visto, ellos aún no tenían claro lo que sentían. Debía esperar para poder saber algo.


Después de desayunar, me fui a mi habitación, me senté en la cama con el bolso en la mano. Saqué el diario de Elizabeth de su interior. Tomé aire antes de abrirlo.


«Ya era hora de que lo leyeras», me dije mentalmente para darme algo de valor.


Querida Paula.

Quizá esta no es la mejor manera, pero la única que encuentro posible para que conozcas la pequeña historia de amor entre tu padre y yo.

Nos conocimos al salir de la clase de matemáticas. Ya íbamos a mitad del pasillo, cuando recordé que había dejado la chaqueta olvidada en el salón. Era mi primer día de escuela, tenía diecisiete años, y estaba cursando el último año de la secundaria. Me detuve agarrando del brazo a mi amiga Claire.

—He dejado la chaqueta en el salón, vamos por ella —Claire me sonrió, estaba acostumbrada a mis descuidos.

—¡Qué raro! —Dijo con sarcasmo—Vamos por ella, despistada —añadió guiñándome un ojo.

Me di la vuelta y me tropecé contra algo que me dejo en el suelo. Desconcertada por la sorpresa, comencé a levantar mis libros que rodaron por todos lados. Una mano se posó sobre la mía cuando los trataba de recoger. Alcé la mirada para ver de quién se trataba, allí estaban los ojos verdes más bellos que había visto en mi vida. Eran claros y brillantes. No podía dejar de observarlos, no sé cuánto tiempo pasó hasta que comencé a escuchar las carcajadas de Claire. El chico de los ojos verdes me habló haciéndome sentir aturdida.

—Lo siento, ¿estás bien? Déjame ayudarte —dijo, entregándome los libros.

—Sí, gracias. Discúlpame tu a mí, ando un poco distraída —baje la vista hasta el suelo, pude sentir como la sangre subía con rapidez a mi rostro.

—Ella siempre está distraída —agrego Claire en tono burlón. Ojitos verdes sólo nos sonrió.

—Estaba apurado por encontrarte, creo que esto es tuyo. —Me mostró la chaqueta con una sonrisa.

—Justo iba por ella cuando choqué contigo. —Por un momento me sentí avergonzada y torpe.

«¿Cómo no lo había visto antes? Siempre con la cabeza en otro lado Ely», me reproché mentalmente.

—Me llamo James —explicó sin dejar de mirarme.

—Ely… —tartamudeé, Claire carraspeó para hacerse notar—Esta es Claire.

Se saludaron con una leve sonrisa, y luego comenzamos a caminar hacia la salida cuando oímos un fuerte silbido. James se giró en su dirección.

—¡James! —Era otro chico, caminaba muy deprisa hacia nosotros.

Claire y yo intercambiamos miradas, nunca antes lo habíamos visto en la escuela. Además, los dos eran muy apuestos.

—¡Hey, Roberto!, te presento a Ely y Claire.


Cerré el diario de un solo golpe ahora estaba más perdida que al principio. Fijé la vista en un punto por sobre la solapa del diario y traté de asimilar lo que había leído. Si asumía que Rob era mi padre, entonces Elizabeth no se sintió atraída por él al principio, sino más bien por su amigo James, el chico de los ojos verdes.


«Ojos verdes, yo también tenía los ojos verdes, ¿sería una coincidencia?».


Mi móvil comenzó a sonar con insistencia, pero estaba tan confundida que no quería hablar con nadie. Podía asegurar que se trataba de Oscar o de Pedro y aún no tenía nada que decirles.


Me fui a la cocina en busca de un aperitivo, quería seguir leyendo el diario y terminar de entender qué había ocurrido con mi madre. Me serví una buena porción de helado de vainilla y regresé a mi habitación para continuar con la lectura.


Presentía que lo mejor estaba por venir.


Después de dos semanas de intercambiar miradas y tímidas sonrisas, James y Rob se acercaron a nosotras en la salida de la escuela. Claire y yo nos estábamos despidiendo de un grupo de chicas.


—¡Ely! … ¡Claire!— Gritó James. Las dos nos vimos y sonreímos como tontas.


—James, Rob —les dijo Claire esbozando una de sus sonrisas.


—Salgamos esta noche — soltó Rob.


Quedamos en encontrarnos en el Bowling cerca de la escuela, alrededor de las siete. Les lanzamos unos besos al aire, nos montamos en el auto de Claire y salimos con las caras de felicidad más genuinas que habíamos tenido alguna vez.


Claire era una chica alegre, llena de una energía sin igual, siempre con una sonrisa en sus labios. Era muy raro verla de mal humor. De cabello liso y rubio, piernas largas de modelo de pasarela y unos ojos color miel que brillaban con luz propia. Nos queremos como hermanas y pasamos más tiempo juntas que con nuestras propias familias.


Nos conocimos cuando cursamos juntas el tercer grado de primaria. Desde el primer día que nos sentamos en la cafetería de la escuela fuimos inseparables.


Vivíamos en el mismo vecindario de Greenwich Village, un suburbio tranquilo lleno de edificios de ladrillos rojos, con departamentos pintorescos, pisos de madera y de distintos niveles. Una zona familiar famosa por su cultura bohemia.
Claire quería ser una modelo famosa y yo una fotógrafa de renombre. Nuestros planes eran ir juntas a recorrer el mundo. Estábamos llenas de inquietudes, curiosidades y sueños, eran muchas las ganas de vivir, mirar y conocer.


—¿Ely… ¡Ely, despierta!, aterriza amiga —lo dijo tan fuerte que me sacó de mi ensueño.


—Claire, no sé qué me pasa —dije emocionada, ella rió.


—Te gusta, te gusta, te gusta —repetía en tono burlón mientras encendía la radio. Ella tenía razón. James me gustaba, no lo podía negar.


—Creo que sí. —Me llevé las manos al rostro, sentí como me ruborizaba.


—¡Lo sabía! Ely te lo dije ¿sabes que es lo mejor? —Negué con la cabeza.


—A mí me gusta Rob, esos ojazos azules —suspira—Amiga, estamos perdidas. ¿Qué vamos a hacer?


Era la primera vez que nos gustaba un chico, bueno, que nos gustaba de verdad, era una sensación nueva para los dos, despertaba algo tan fuerte, tan intenso que no sabíamos cómo actuar, ni qué decir.


A las siete en punto estaba tocando la puerta de casa de Claire. En lo que la abrió nos abrazamos sonriendo sin decir nada. Todo el camino lo hicimos en completo silencio, la emoción y los nervios se habían apoderado de nosotras.


Cuando llegamos al Bowling ya los chicos estaban jugando. 


Nos hicieron señas mostrándonos los zapatos. Las dos suspiramos al mismo tiempo, eran tan apuestos, altos, fuertes y robustos, que nos tenían literalmente babeando por ellos.


James y Rob se conocían desde niños, sus familias eran vecinas. Ellos no paraban de contar historias, todas estaban llenas de humor, inocencia y una fuerte amistad que iba más allá del tiempo.


Claire y Rob no paraban de mirarse, mientras tanto James había acaparado toda mi atención. Él era diferente a todos los otros chicos que había conocido, James tenía la capacidad de hacerme sentir especial.


Cerré de nuevo el libro y lo dejé encima de mis piernas. ¿Por qué Elizabeth hablaba de sus sentimientos hacia otra persona que no era mi padre?


Estaba claro que a quien realmente amaba era al tal James. 


Solté todo el aire retenido, dos preguntas rondaban mi cabeza: ¿cómo había logrado terminar con papá?, ¿y qué fue de su mejor amiga Claire?


—¡Hija!, ¿qué estás haciendo? —Mi padre me sorprendió mirándome desde el marco de la puerta con una sonrisa confusa marcada en los labios.


Suspiré con resignación, él descubrió el diario sobre mis piernas. Había llegado la hora de sincerarme. Le hice una seña y lo invité a sentarse a mi lado. Se acerca sin entender qué sucedía.


—¿Te acuerdas del detective David Rodríguez? —Mi pregunta le molestó. Su rostro se endureció pero se mantuvo en silencio—Mientras estuve en Dallas concertamos un encuentro, y él me hizo entrega de esto. —Tomé la libreta y la coloqué en sus manos. Mi padre lo examinó con paciencia para luego afincar su mirada en mí.


—Es un diario —sentenció con calma.


—Sí. Elizabeth lo dejo para mí. —Hice una pausa, necesitaba encontrar las palabras correctas para hablarle de lo que había leído—Apenas lo estoy comenzando, pero hasta ahora no logro entender a dónde quiere llegar.


—Tenías razón al aplazar nuestra conversación sobre el tema—expresó observando con pesar el cuaderno—Termínalo. —Colocó el diario en mis manos—Después aclararé tus dudas. —Se levantó con actitud derrotada y caminó hasta la puerta, pero antes de salir agregó—Una cosa hija, que esta sea la última vez que existe un secreto entre nosotros, ¿es posible? —declaró con autoridad. Yo solo pude asentir con la cabeza.


Él se marchó con evidente inquietud. La tristeza y la confusión se instalaron en mi cuerpo. Pero debía evitarlo, tenía que ser más fuerte que esos sentimientos. Me dejo caer sobre las sabanas, cierro los ojos y me olvido de mí por un tiempo.




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