jueves, 7 de enero de 2016

MISTERIO: CAPITULO 13




Pedro se acercaba a mí cada vez más, liberó mi barbilla para colocar su mano sobre la mejilla. Podía sentir su olor, el calor de su piel y hasta la agitación de su respiración. 


Estábamos tan cerca que me sentía tentada a besarlo, pero tenía miedo a su rechazo.


—Le temo a un nosotros y a esta atracción tan fuera de control que sentimos —le aseguré en voz baja.


Escuchamos risas que provenían del pasillo. El momento se arruinó. Enseguida volvimos a nuestras posiciones anteriores y esperamos a que la puerta se abriera.


—Paula, Pedro, pasemos a la sala, tenemos visita —anunció mi padre sonriendo. Como por arte de magia todo su mal humor se había esfumado, y se lo tenía que agradecer a quien estuviese afuera.


Lo seguimos y me sorprendí cuando vi a Alicia sentada en el sofá, y sin las niñas. Ella se levantó en cuanto nos vio llegar. 


Lucía preciosa, el cabello suelto le hacía ver radiante.


—Aly, ¿qué haces aquí? —la saludé con un pequeño abrazo.


—¿Roberto no te dijo? —Intercambié una mirada con papá. Él me sonrió como un niño travieso.


«Esta casa era un manicomio».


—Disculpa, hija. Alicia quiero presentarte a un viejo amigo de la familia, Pedro Alfonso. —Ambos estrecharon sus manos con cordialidad—Alicia es la mejor amiga de Paula, además de ser nuestra vecina. —Mi amiga asentía a todo lo que decía papá. «Viéndolo bien, hacían una bonita pareja. Ojalá aquello no fuera un entretenimiento más para ninguno».


—He escuchado hablar de ti, Pedro —dijo sonriendo.


—Espero sean cosas buenas. —El comentario nos hizo reír a todos.


—De las dos, Pedro, de las dos. —Nuevamente las risas retumbaron en la sala, eso logró calmarme un poco. 


Los miedos, la rabia y la culpa que había sentido por la discusión con Oscar y la visita inesperada de Pedro, comenzaba a aliviarse.


—Bueno papá, cuenta, nos tienes en ascuas. —Él se aclaró la garganta y tomó impulso.


—Quería invitarlos a todos a tomarnos algo por ahí, esta noche tenemos un buen motivo para celebrar.


—¿Un motivo?, ¿se puede saber cuál? —Los invito a sentarse señalando el sofá con la mano.


Pedro Alfonso ha regresado a Nueva York para quedarse. —Miré a Pedro perpleja y le pregunté con la mirada si era verdad. Él pareció entenderme porque asintió.


—¿Entonces, a dónde vamos? —Indagó Alicia—Miren que le estoy pagando a una vecinita para que cuide a las gemelas, y les aviso que sólo tenemos tres horas. —Los hombres soltaron unas sonoras carcajadas, Aly no tenía filtro, papá tendría que ponerse las pilas si quería seguirle el ritmo.


—Me cambio rápido y vuelvo —dije, saliendo rápido de la sala. Logré escuchar un grito de Pedro.


—¡No te tardes Mía, que andamos con la cenicienta! —Las carcajadas que siguieron ese comentario se escucharon hasta en mi habitación. Me vestí, maquillé y peiné en tiempo record, para salir y sorprenderlos a todos por mi rapidez.


—Amiga, hermosa como siempre —Alicia me agarró de la mano, para luego dirigirse a mi padre—Una pregunta, Roberto —Papá la observó con curiosidad—¿Tú bailas? —Él entrecierra los ojos y negó con la cabeza.


—Señorita Alicia, ¿por quién me has tomado?, solo tengo cuarenta y seis. A ver ¿cuántos años tienes? —La forma en que se miraron era sugerente. Confirmado: se gustan y era mutuo.


—Te creo, Roberto, no hay necesidad de hacerle ese tipo de pregunta a una dama —sonrió ella con coquetería.


—Ustedes son un caso perdido, será mejor que nos vayamos —añadió Pedro, luego se me acercó para tomarme del codo y susurrarme al oído—Estas preciosa, Paula. —El calor de su aliento hizo que el vello de la nuca se me erizara.


Llegamos en un taxi a un bar de varios ambientes. Papá estaba decidido a enseñarle todas sus virtudes a mi amiga.


Nos sentamos en una mesa y pedimos platillos para picar, y una ronda de cerveza para todos. A la segunda ronda, Alicia se levantó de su asiento y se llevó consigo a mi padre a la pista.


—¿Quieres bailar? —me preguntó Pedro tomándome de la mano. El momento se había vuelto íntimo.


—Sí, vamos —Estaba sonando una balada, era la primera vez que bailábamos. Por el rabillo del ojo busqué a mi amiga, no me gustaría que mi padre me viera en una situación embarazosa, y mucho menos, quería verlo a él.


Pedro era cuidadoso y podía imaginar que estaba pensando lo mismo que yo. Me acerque a él. Le rodeé el cuello con mis brazos mientras él hizo lo mismo con mi cintura.


—He venido hasta Nueva York a demostrarte que no estoy jugando Paula —susurró al tiempo que sus manos acariciaron mi espalda.


Sus palabras fueron una sorpresa inesperada. La sensación fue tan agradable que me olvidé de mis temores y apoyé la cabeza en su cuello, aspirando su aroma. Era embriagador. 


Los movimientos de nuestros cuerpos se hacían cada vez más lentos. Me acerqué un poco más a él, sintiendo en mi vientre la dureza que había en su entrepierna. Ambos comenzamos a respirar con agitación. Deseaba besarlo, arrancarle la ropa y tocar cada centímetro de su cuerpo.


Al acabarse esa canción colocaron una música más movida. 


Nos separamos, y entre sonrisas nos abrimos camino entre la gente hasta llegar a la mesa, donde una parejita fantástica nos esperaba.


—Le he revelado mi edad a Roberta, y creo que he perdido mi encanto. —Todos reímos, eso no era más que una broma. Alicia, con tan solo treinta y tres años aún lucía estupenda.


—Aly, que exagerada eres —dije guiñándole un ojo.


—Bueno, ella cree que soy un viejo por tener cuarenta y seis. Ahora es mi turno de creer que ella es una vieja con treinta y tres. —Alicia amplió la sonrisa y negó con la cabeza. Pedro tenía razón, estos dos realmente eran tal para cual.


—¡Shots, shots, shots! —Gritamos las dos al mismo tiempo, estábamos un poco atontadas después de cuatro cervezas.


—Estas chicas son terribles, Roberto —Papá asintió ante el comentario de Pedro y pidió una ronda de Shots para todos. Cuando llegaron las bebidas todos las tomamos de un trago y arrugamos las caras.


—¡Por, Pedro! —Gritamos al unísono


Salimos del lugar dos horas más tarde. Pedro se encargó de encontrar un taxi. Debíamos volver antes de que la cenicienta se convirtiera en calabaza. Llegamos al edificio, y acompañamos a Alicia a su piso. Papá, como todo un caballero, se encargó de pagarle a la vecinita por su trabajo de niñera y como hombre responsable, se cercioró de que todo estuviera en orden antes de despedimos y dirigirnos con Pedro a nuestro departamento.


—Bueno, Pedro, ¿espero el sofá sea de tu agrado? —Bromeó mi padre y le palmeó un hombro.


—El sofá me recuerda los viejos tiempos, cuando venía a dormir entre guardias. —Ambos compartimos una mirada silenciosa. «Yo recuerdo a la perfección esos días, antes de que él desapareciera por cuenta propia de nuestras vidas».


Al entrar al departamento, fui por unas cobijas y un par de almohadas para Pedro. Papá le prestó un pijama y se despidió de nosotros revelando cansancio.


—Si quieres ducharte puedes usar mi baño —le dije mientras colocaba las sábanas en el sofá.


—Gracias —asintió, tomó la muda de ropa y pasó a mi habitación.


Cuando entré a mi dormitorio, minutos después, Pedro aún se estaba duchando. Me puse con rapidez mi pijama y luego me recosté en la cama con el diario para seguir leyendo mientras esperaba.


James… James… James. No paraba de suspirar, de repetir y escribir su nombre. Desde el día en que fuimos a jugar Bowling, no pudimos volver a separarnos. Comenzamos a comer juntos en la cafetería todos los días, intercambiábamos miradas y sonrisas cómplices. 


Luego James me esperaba a la salida de la escuela, ninguno de los dos teníamos auto. Así que nos íbamos caminando hasta mi casa. Al principio rozábamos nuestros brazos, era un impulso inocente, una excusa para tocarnos, ninguno de los dos se atrevía a más.


Claire y Rob, se alejaron un poco, ya no compartíamos con ellos como antes, a veces nos decían que nos íbamos a cansar de vernos tanto. Pero lo cierto era que nos estábamos enamorando como un par de adolescentes con las hormonas bien cargadas.


La forma de mirarnos, la necesidad de querer tocarnos a cada rato con cualquier excusa, ninguna válida por supuesto, se había convertido en nuestro fin. James era un chico dulce, tierno y lleno de bellos sentimientos y por si fuera poco, muy, pero muy romántico.


La puerta del baño se abrió, y Pedro salió en todo su esplendor, aunque vistiera un pijama de mi padre. «¡Por todos los ángeles del cielo!, ¿por qué tenía que ser tan atractivo y varonil?». A medida que se acercaba, mi corazón se aceleraba. Cerré el diario y lo coloqué a un costado de la cama.


—Buenas noches, Paula. —¿Se estaba despidiendo?


«¡No!, no quería que se fuera tan pronto».


—Puedes hacerme compañía un rato, ¿si quieres? —Me arriesgué a proponer, temiendo que se negara. Pedro me estudió de la cabeza a los pies. Se debatía la propuesta, parecía no saber qué decidir.


«No lo pienses tanto y di que sí».


—No creo que sea una buena idea. —«¡No!»—Tú, yo, y una cama… no es una buena combinación, cuando tenemos a Roberto al otro lado del pasillo. —«¡Arg!, ¿por qué tenía que ser tan respetuoso?»


—Somos adultos, creo que podemos controlarnos —lancé mi última carta. La esperanza era lo último que se perdía.


—Control… Humm, me es difícil controlarme contigo. —Esa afirmación me emocionó, pero al verlo dar media vuelta para marcharse mi corazón se entristece—Buenas noche Paula, descansa —lo seguí con la mirada con cara de desilusión.


—Buenas noches —susurré resignada.


Al salir del cuarto y cerrar la puerta, me derrumbé sobre la cama. «Al menos, lo intenté», me dije para no sentirme peor de lo que estaba y volví a abrir el diario para olvidarme de su presencia en la sala. A poca distancia de mí.


Habían pasado tres meses, nuestra relación ha subido a otro nivel, tenía que contarle a Claire, no estaba muy segura de si ella sería capaz de entenderme, pero realmente necesitaba hablar con alguien.


—Ely, amiga, para un poco —Claire siempre trataba de poner mis pies sobre la tierra.


—No puedo Claire, estoy enamorada, estoy enamorada de James —mientras lo decía, sonreía y giraba alrededor de su habitación abrazando a uno de sus ositos de peluche.


—De verdad, Ely, no quiero que cometas algo de lo que te puedas arrepentir. Enfócate en la fotografía, ¿te acuerdas de ella? —me miraba preocupada.


—Claro que me acuerdo tonta —digo riendo—Te quiero contar algo Claire, pero debes prometerme no decírselo a nadie —me puse seria.


—Me estas poniendo nerviosa Ely. —Nos sentamos en su cama, la tomé de las manos y se lo solté—Anoche lo hicimos, Claire, y fue maravilloso. —Y dejándome llevar de un impulso, la abracé.


—¡¿Qué?! ¿Qué hicieron? —Su cara era de pánico.


—Hicimos el amor, Claire. —Mi voz fue casi un susurro—Lo amo amiga, amo a James con todo mi corazón —fue lo último que dije antes de cubrirme la cara con las manos.


Después de mi revelación, nuestra amistad ya no volvió a ser la misma. Claire nunca lo dijo, pero sé que ese día la decepcioné y en el fondo tenía toda la razón, había metido la pata hasta el fondo.


James también cambió después de un tiempo. Se enfocó más en la escuela, me dijo que se iría a estudiar a Carolina del Norte, sus planes eran ingresar en Yale, en la prestigiosa escuela de leyes. Por esa razón debíamos vernos con menos frecuencia, necesitaba tiempo para estudiar.


—Ely, ya falta poco para graduarnos, yo tengo planes y tú también, no podemos olvidarnos de ellos —me decía cada vez que lo llamaba para vernos después de la escuela.


Pasé una mano por mi cabello, cada vez estaba más confundida. Elizabeth nunca había estado enamorada de mi padre, entonces, ¿cómo era posible que yo existiera? Quizás esa era la razón por la que él nunca había querido hablar de ella. «¡Pobre papá! No se merecía un segundo lugar, él era demasiado bueno para Elizabeth». Después de un suspiro, continué la lectura.


Pasaron los meses, ya nos habíamos graduado. Claire estaba trabajando en un estudio de arquitectura y diseño en el centro de Manhattan. La paga no era mucha, pero le
alcanzaba para costear un pequeño departamento tipo estudio no muy lejos de la universidad.


—Vente conmigo, Ely —me pidió, pero mis planes no eran los mismos. Papá se había enfermado de cáncer y mamá no paraba de trabajar, ellos me necesitaban. Mi deber era ayudarlos.


Conseguí un trabajo de ayudante de fotógrafo, en una tienda pequeña, cerca de casa. Lo que ganaba no era mucho, pero colaboraba con los gastos y le asistía a mi madre con los cuidados de papá.


—Claire te prometo, que en lo que la situación mejore, me voy contigo —prometí mientras nos despedíamos. Nos dimos un largo abrazo. Ella terminó de guardar sus pertenencias en su auto y lo puso en marcha sin mirar atrás.


Rob se mudó a Boston, lo había logrado, consiguió entrar en Harvard con las mejores calificaciones de la escuela. Él siempre fue muy serio y aplicado.


James y yo, ya no éramos los mismos, aunque seguíamos queriéndonos con locura, él tomó la decisión de escoger por los dos.


—Ely te prometo que vendré a verte en las vacaciones de primavera. —Me dijo antes de marcharse. Toda su familia se mudaba a Carolina del Norte.


—Te voy a extrañar —lloré sin parar mientras lo abrazaba. No quería dejarlo ir, algo me decía que esta era nuestra despedida definitiva.


—Te amo Ely, no lo olvides —fueron sus últimas palabras.


Nos besamos. Fue un beso dulce y triste a la vez, estaba lleno de nostalgia. Muy dentro de mí supe que no lo volvería a ver.


Cerré el diario y lo guardé dentro de la gaveta de la mesita de noche. Necesitaba un vaso de agua para digerir toda esa información. Fui a la cocina con cuidado de no hacer ruido. 


Todas las luces del departamento estaban apagadas, excepto una lamparita de pared que se encontraba en la mitad del pasillo.


Me guio por esa luz para llegar sin tropezar hasta el refrigerador y buscar una botella de agua. Enseguida la destapé y le di un trago largo, se sintió tan bien el frio del líquido cuando bajó por mi garganta.


—¿No puedes dormir? —Di un brinco, al escuchar la voz ronca de Pedro.


—Casi me matas del susto. —Cerré el refrigerador y me acerqué al sofá. Él se sentó y me hizo espacio para ubicarme a su lado.


—Perdón, pero fuiste tú la que casi me mata del susto cuando te vi aparecer en la cocina. —Sonreímos con poco ánimo.


—¿Te puedo hacer una pregunta? —me atreví a preguntar.


—¿Tengo alguna alternativa? —respondió con una pregunta, negué con la cabeza. Ya no podía con las evasivas.


—Me temo que no.


—Entonces, adelante. Pregunta lo que quieras. —¿De verdad me estaba dando carta abierta?, tenía que aprovechar esa oportunidad—Eso sí, sólo una —aclaró mostrándome su seductora sonrisa torcida. Le di un ligero golpe en el hombro.


—No se vale, por lo menos cinco.


—Wow, Paula —soltó una carcajada.


—Shhh, baja la voz. No queremos ser descubiertos, ¿cierto? —Coloqué mi mano sobre sus labios.


—Está bien. Que sea una para cada uno, yo también quiero participar, y no se hable más del tema, ¿de acuerdo? —Sentenció. No me pareció muy justo, pero asentí con la
cabeza, una pregunta era mejor que nada. Le di un apretón de mano para sellar el trato.


—De acuerdo… —Comencé, me sentía ansiosa—¿Por qué desapareciste?, y quiero la verdad, por favor. —Pedro me miró con ternura y sonrió.


—Lo juro —alegó levantando la mano derecha y continuó—Por ti, Paula. Eras muy joven, tenías apenas dieciocho años y yo no andaba buscando ninguna relación seria. Me gustabas mucho, pero mi intención no era hacerte daño. También estaba el hecho de que Roberto me hubiese matado si me metía contigo en aquel tiempo. —¿En aquel tiempo?, ¿qué quería decir con eso? Lo que me alivió fue saber que él se sentía atraído por mí antes. Al menos, eso reponía mi orgullo perdido.


—Es tu turno, Pedro, pregunta lo que quieras. —Quizá no debí haber dicho eso. Yo y mi boca tan grande.


—Hace rato, cuando estábamos en el despacho de Roberto, me dijiste que me tenías miedo a un nosotros, ¿a qué te refieres con eso? Y no me hagas trampa. —Tomó mis piernas y las colocó sobre su regazo acariciándolas por encima de la tela del pijama.


—Eres tú quien hace trampa con estas caricias relajantes y perturbadoras —le sonreí con coquetería. Deseaba que me tomara entre sus brazos y nos sacáramos toda la ropa.


—Responde, Paula, no te hagas la loca. Y con respecto a las caricias… —tomó mi mano y se la llevó a su entrepierna, estaba tan duro como una roca. «Oh, por Dios, eso había sido una penitencia»—Así es como me pongo cuando estoy cerca de ti.


Su confesión me dejó sin palabras, necesitaba concentrarme para responderle pero me era imposible. Apretó aún más su mano sobre la mía, haciendo el agarre más fuerte, logrando que su respiración se agitara. Estaba ansiosa por besarlo, bajarle el pantalón y liberarlo. Él al darse cuenta de mi indecisión, me soltó y se llevó mi mano a los labios.


«Concéntrate, Paula. ¡Demonios! ¿Cuál había sido la pregunta?»


—No te vayas a reír, pero, ¿me crees si te digo que se me olvidó lo que me preguntaste? —Pedro soltó una tremenda carcajada, negó con la cabeza y se levantó acomodando su ropa.


—Algo me decía que este juego era una trampa. —La situación lo divertía, se estaba burlando de mí—Ya es tarde y mañana tengo que madrugar, me debes tu respuesta No creas que me voy a olvidar. Vamos señorita, es hora de ir a la cama.


—Es la pura verdad —suspiré desilusionada—Sabía que no me creerías.


Me tendió las dos manos y yo las tomé para ponerme de pie. 


Le di un beso en la mejilla, logrando aspirar el olor de su piel. 


Olía a mi gel de lavanda mezclado con su propio aroma. ¡Ahh!, era alucinante.


—Deja de provocarme —me dijo dándome una nalgada en forma juguetona.


—Es que hueles a mí, eso es todo —le guiñé un ojo y lo dejé mirando cómo me alejaba.







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