lunes, 4 de enero de 2016

MISTERIO: CAPITULO 5





Una hora más tarde, tomamos un taxi, entre risas y buena onda, para dirigirnos al Pub cercano al hotel. Veinte minutos más tarde, nos encontrábamos parados frente a la barra tratando de ordenar.


El ambiente era perfecto, aunque estaba abarrotado de gente, y con mucha música retumbando por todo el local. La decoración era moderna y, minimalista, con grandes lámparas con forma de semiesfera en colores brillantes colgando del techo, dándole al lugar un aire ecléctico.


Comencé la noche con un mojito, que me tomé en tres tragos para entrar en calor. Antes de pedir el segundo eché un vistazo al bar, evaluando el ambiente. Toda la confusión que había experimentado en el hotel volvió a embargarme. 


Estaba harta de que todos los problemas me superaran. 


Necesitaba algo que me ayudara a enfrentarlos, y para eso la bebida siempre había sido mi mejor aliada.


Le hice señas al barman y cambié mi bebida por un Shot de Vodka.


Al recibirlo alcé el diminuto vaso hacia Mónica, para finalmente tomármelo de un solo trago.


—Paula, no tomes tan rápido, apenas está comenzando la noche. —Mónica, que estaba sentada a mi lado, pareció preocupada.


—Tranquila amiga, sé lo que hago —dije para tranquilizarla. 


Ella me vio de reojo y se levantó de la silla aceptando la invitación de Tony para ir a la pista de baile.


—Eso espero —insistió con una sonrisa y se marchó.


Me giré hacia la barra y tomé el segundo Shot que el barman ya me había servido, pero cuando me lo llevé a los labios de la nada apareció una mano fuerte, que me lo quitó y lo golpeó contra la madera de la superficie.


Mis ojos se toparon con los Pedro, que negaba con la cabeza. Su actitud me molestó, me hacía sentir desaprobada.


—¿Qué haces aquí?, acaso, ¿me estás persiguiendo? —Enfadada por su proceder, lo observé con soberbia.


—Basta Paula, deja de jugar. ¿No crees que has bebido suficiente?—Su tono era suave, pero firme. Miré la copa con ansias, queriendo tomármela y demostrarle que no había tenido suficiente—Nos vamos, te vienes conmigo. —Me ordenó, pero ¿qué demonios le pasaba?


Con pedantería tomé el vasito solo por desafiar su orden y me bebí el licor mirándolo fijamente. A Pedro los ojos se le habían oscurecido un poco, estaba muy molesto. Pero, aunque sonará tonto, eso me gustaba, me agradaba darme cuenta que no le era indiferente.


—Pareces un papá mandón. Quédate tranquilo y déjame en paz. Yo me voy con mis amigos, no contigo. —Le sonreí y me gire a la barra para pedir otro trago. Pedro me miraba con fijeza, irritado. Mi estado parecía afectarle.


Cuando recibí el siguiente trago me lo bebí con calma. En esa ocasión Pedro recostó la espalda en la barra y se cruzó de brazos sin dejar de evaluarme. Esa imagen de preocupado me conmovió. Le acaricié el rostro con mi dedo pulgar deteniéndome sobre la cicatriz cerca de su ojo derecho.


—No seas tan gruñón, no te queda bien. Relájate y tómate una copa conmigo. —Mi soberbia comenzaba a pasarme factura. La cabeza la tenía embotada por la bruma del alcohol, haciéndome sentir torpe. Una risita algo tonta salió de mis labios, que provocó un profundo suspiro en Pedro.


—Estoy siendo paciente Paula, pero no estoy dispuesto a dejarte hacer el ridículo. Avísale, a tus amigos, que te vienes conmigo al hotel. —Resoplé y puse los ojos en blanco de manera exagerada.


—¿Y si no lo hago? —le pregunté solo por molestar. No respondió. Su mirada me lo decía todo. Estaba furioso—Ok tu ganas Pedro —cedí, porque el licor que había bebido hacía estragos en mi organismo. Me sentía mareada—, pero no te acostumbres —agregué con firmeza.


Sin esperar su respuesta lo dejé en la barra y fui hasta la pista de baile en busca de Mónica, para informarle de mi decisión. Ella bailaba muy animada con Tony.


Me acerqué para hablarle al oído, pero algo me detuvo. Un chico me tomó por la cintura y me giró hacia él para bailar conmigo de forma provocativa.


Intenté hacerle llegar mi negativa, pero la música sonaba tan alta que era imposible que me oyera. Ni siquiera podía alejarme, ya que él me sostenía con fuerza de las caderas y buscaba frotar su cuerpo sudoroso contra el mío. La cabeza comenzó a darme vueltas.


No pasó mucho tiempo cuando lo vi caer al piso, Pedro le había propinado un puñetazo lanzándolo al suelo. La gente se aglomeró a su alrededor, algunos lo ayudaron a levantarse, pero el chico estaba tan ebrio y mareado por el golpe, que tuvieron que sacarlo casi arrastras de la pista de baile.


Los ojos azules de Pedro brillaron con intensidad por la ira. 


Me tomó de la mano para sacarme de allí y llevarme con rapidez hacia la entrada del Pub.


«¡Este tipo se había vuelto loco!», pensé. Pero no podía quejarme porque era llevada a la salida como una muñeca de trapo.


En el exterior, el aire fresco golpeó mi rostro. Esa frescura en vez de aliviarme, revolvió aún más mi estómago, haciéndome sentir enferma y aumentando mi irritación.


—¡Suéltame! —Grité y me zafé con brusquedad de su agarre—¿Estás loco?, ¿por qué lo golpeaste? —Pedro me miró ceñudo, aunque su expresión había cambiado. Ya no reflejaba una furia reprimida, parecía más calmado.


—Estas tomada Paula, y ese sujeto quiso aprovecharse de tu estado —alegó con voz dulce y me tomó de la mano con tanta sutileza que me provocó un estremecimiento. «¡Pero ¿qué demonios?!»—Vamos, tomemos un taxi y salgamos de aquí.


Estaba molesta, claro que sí, pero esa reacción final de Pedro tocó una fibra importante en mi sistema nervioso.


Lo seguí en silencio. Me sentía tan desconcertada que poco pensaba en mis amigos y en haberlos abandonado sin ninguna explicación. ¡Maldito alcohol!


—¿Siempre actúas de esta manera? —le pregunté exasperada mientras caminábamos hacia la calle.


—No siempre, solo cuando se trata de ti.


«¿Cuándo se trata de mí? ¿Estaba escuchando bien?».


Sin decir nada más, me dejó en el bordillo de la calle, para ocuparse de llamar a un taxi. Cuando uno de ellos se detuvo frente a nosotros, Pedro regresó por mí y me ayudó a subirme en el asiento trasero.


Dentro del auto la cabeza comenzó a darme vueltas. Había sido una mala idea tomar tantos tragos en tan poco tiempo. ¿Cuándo aprendería que el alcohol no me ayudaba a aclarar mi mente, ni me llenaba de valentía?


Pedro pasó su brazo por encima de mis hombros y me acunó cerca de él. Ese gesto tan sobreprotector me irritó.


—No tienes por qué hacerlo, Pedro… —comenté tratando de apartar su brazo—Me refiero a, lo de cuidarme. Puedo hacerlo sola, ya no soy una niña.


—De eso me di cuenta cuando te vi en el aeropuerto de Nueva York. Han pasado ocho años, Paula, y te has convertido en una mujer muy bella. —Por un instante sus palabras me afectaron.


En medio de un suspiro él bajó su brazo y me dejó mi espacio. Me acomodé mejor en el asiento, inhalé hondo. 


Pasé una mano por mis cabellos tratando de arreglarlos con nerviosismo.


Pedro notó mi estado, tomó con delicadeza una de mis manos y entrelazó los dedos con los suyos, antes de colocarlas sobre mi regazo.


—Me has seguido hasta el Pub porque me negué a salir contigo esta noche, ¿cierto? —indagué para retomar el tema.


Pedro asintió con la cabeza mientras su dedo índice acariciaba la piel de mi rodilla por encima de la tela del pantalón, provocando que todo mi cuerpo se erizara. Pero el momento se acabó cuando el chofer nos avisó que estábamos de vuelta en el hotel. Al aparcar, Pedro pagó y bajamos del auto.


Hicimos el recorrido en silencio hasta mi habitación. Al llegar, abrí la puerta y entré en seguida al baño. No me sentía bien. 


Mi estómago daba vueltas, creo que iba a vomitar. Pedro cerró con sutileza y me siguió.


—¿Estás bien? —preguntó al verme correr al inodoro. 


Negué con la cabeza antes de expulsar todo lo que mi estómago había almacenado esa noche. Parecía la niña del exorcista.


Al terminar no me sentí mejor. Un sudor frío cubrió mi frente, mis manos temblaron. Me aferré como pude a la tapa del retrete y terminé de arrojar lo último que me quedaba.


Con una mano Pedro recogió mi cabello, mientras que con la otra frotaba mi espalda.


Me senté sobre el piso y apoyé mi espalda a la pared. Lo vi moverse y mojar una toalla, la exprimió y se acercó a mí. Lo tenía tan cerca que podía observarlo embelesada.


«Era tan bello y, tan gentil», y yo me debo estar viendo como una loca.


—¿Mejor? —preguntó mientras refrescaba mi rostro con la toalla. Lo miré maravillada me costaba creer  que Pedro estaba allí, a mi lado. Ocho años atrás hubiera dado todo por verlo cuidarme de esa manera—Deja de pensar, Paula. Relájate, y cierra los ojos —susurró con tanta ternura, que no pude evitar hacer lo que me decía.


Me alzó entre sus brazos para depositarme en la cama. 


Ayudó a quitarme los zapatos, y me cubrió con las sábanas. 


Me hice a un lado para que se sentara a mi lado. Pero él no lo hizo.


—Pediré que te traigan un jugo de naranja, necesitas tomar algo dulce —informó al tiempo que acomodaba las almohadas detrás de mi cabeza, para finalmente depositar un beso sobre mi frente. Ese último gesto me derritió—Que descanses.


Abrí los ojos de golpe. No quería que me dejara sola. Tomé una de sus manos y la oprimí ligeramente.


—No te vayas, Pedro. No quiero quedarme sola. —Él me miró sonriente—Bueno, hasta que me sienta mejor —aclaré sin soltarlo.


La risa de Pedro retumbó en la habitación y yo sonrío de verlo tan contento.


—Ya vuelves a ser la Paula que recuerdo… una niña dulce y caprichosa. —El comentario despertó mi rabia. Suelto su mano y me levanto de la cama dispuesta a encararlo.


—Y tú sigues siendo un antipático —reproché irguiéndome frente a él—Márchate.


Me fui al baño sin esperar una respuesta a mi despedida. 


Mientras me lavé los dientes, levanté la mirada y vi mi reflejo a través del espejo. Estaba tan pálida que parecía un fantasma. «¡Qué horror!», la cara que tenía no era normal. 


Me apuré en sacarme la ropa, abrí el grifo y lo dejé correr. 


Necesitaba un baño para eliminar los restos de la resaca y enfriar la furia que volvía a bullir en mi interior. ¡¿Me había llamado niña caprichosa?!


Entré en la ducha. No quería pensar, solo arrancarme las malas sensaciones para estar de nuevo en paz conmigo misma. Al sentir como el agua caía sobre mi piel, mi cuerpo se relajó. Comencé a lavarme el pelo cuando escucho que se abre la puerta semitransparente del cubículo y unas manos fuertes me rodean desde atrás por la cintura.


Abrí los ojos alarmada. Sin embargo, el contacto de aquel cuerpo desnudo, duro y cálido que se apoyaba en mi espalda, provocó una fuerte descarga eléctrica en mi organismo. Los pezones se me endurecieron de manera automática y mi vientre se contrajo generándome un cosquilleo entre las piernas.


Cuando los labios de Pedro se posaron en mi cuello y él comenzó a besarlo y a lamer la piel húmeda, creí desfallecer.


—Paula —me susurró al oído, provocándome una fuerte colisión de emociones.








MISTERIO: CAPITULO 4





Al día siguiente me levanté con un poco de resaca, gracias al sonido de la alarma de mi móvil. Resoplé y me senté en la cama. «Creo que tomé de más» pensé. Tanteé sobre la mesita de noche en busca del teléfono, para silenciarlo. Eran las seis de la mañana y debía prepararme para tomar el desayuno a las siete en uno de los salones del hotel. Tenía una agenda planificada a la perfección para cada día, que incluía las comidas, las clases, la demostración de los mayoristas y hasta los momentos de descanso.


Me arreglé con un conjunto de chaqueta y pantalón color gris, blusa blanca y accesorios a juego, me calcé unos zapatos altos y negros, dejando mi cabello suelto. Dediqué algo de tiempo al maquillaje, quería verme extra linda y demostrarle a Pedro lo que se había perdido.


«¡Ya no era una niña!».


Las clases de la mañana pasaron en un abrir y cerrar de ojos. A la hora del almuerzo me encontré con un grupo de antiguos compañeros de la universidad. Nos sentamos juntos a comer y quedamos en salir después de las charlas de la tarde a un Pub cercano al hotel.


A pesar de todas las distracciones de ese día, no podía dejar de pensar en Pedro y en la despedida de la noche anterior. Mientras caminaba sumergida en mis pensamientos choqué sin querer con una pared de músculos cuando me dirigía al salón de conferencias.


—Lo siento —dije automáticamente, sin ver a la persona que había arrollado.


—Esta disculpada doctora Chaves —¿Era la voz de Pedro?, lo miré y por su expresión parecía divertido. Un grupo de personas que pasó junto a nosotros, miraron con curiosidad nuestro pequeño accidente—Sigues siendo una niña distraída. —Pero ¿qué se creía éste? Sus palabras me molestaron.


«¿Cuándo dejará de verme como una niña?, estaba furiosa».


—Y tú sigues siendo un presumido insoportable —le solté sintiéndome orgullosa por no haberme quedado callada. 


Pero su risa fue tan fuerte que aumentó mi enfado.


—Búscame cuando termines las clases, esta noche vamos a cenar —dictaminó al recuperar la compostura, dio media vuelta y se alejó a pasos agigantados. Me quedé allí, en el medio del pasillo y con la palabra en la boca.


«¡Arg, que demonios!, justo venir a tropezarme con él», me quejé mentalmente antes de retomar el camino.


«Este hombre se ha convertido en un pesado, ¿venir a darme ordenes? Conmigo estaba muy equivocado, esa táctica de mandón no le va a funcionar», seguí reprochándome, con la sangre burbujeándome en las venas por la rabia.


Tuve que detenerme antes de entrar en el salón al sentir que el móvil vibraba en el bolsillo de mi pantalón. Lo saqué de inmediato y revisé la pantalla. Era un mensaje de texto de Oscar.


Oscar: ¿Qué haces, princesa?


Paula: Entrando a una clase súper aburrida


Oscar: Entonces te mando un beso, y hablamos más tarde


Paula: Ok


Volví a guardar el teléfono, sintiéndome algo extraña. El mensaje de Oscar no me pareció agradable, sino más bien, inoportuno. Aquello comenzó a preocuparme.


Entré en la charla algo inquieta. Debía darle freno a los sentimientos que Pedro estaba despertando en mí. No era justo que me ilusionara con él sólo por haberlo visto después de tantos años.


Al terminar las clases, subí a la habitación, quería descansar un poco antes de encontrarme con los chicos en el lobby del hotel. Lo había decidido, me iría con ellos y no con Pedro.


Fueron las palabras que me dijo en mitad del pasillo lo que me ayudó a elegir: «Sigues siendo una niña distraída». Cada vez que las recordaba me ponía de mal humor. Debía darle una lección.


Busqué dentro de mi bolso la tarjeta que él me había dejado en el avión, después de que me incitó a mirar su sensual escena con otra. Al encontrarla le mandé un mensaje de texto.


Paula: Olvida la cena, no va a pasar.


Me dirigí al baño, con una sonrisa en mis labios. Me sentía poderosa, dueña de mis acciones. Me lavé las manos, cepillé mis dientes y retoqué un poco el maquillaje. Su respuesta no tardó en llegar.


Pedro: Sí va a pasar, abre la puerta.


Sentí un extraño temblor en las manos al terminar de leer el mensaje. Saber que estaba afuera, esperando a que le abriera, hacía estragos en la boca de mi estómago.


Respiré hondo, procurando calmar mis nervios. Lo último que quería era que se diera cuenta del efecto que su sola presencia ejercía sobre mí.


Me di un último vistazo en el espejo satisfecha con la imagen que me devolvía el reflejo. Ya no era una niña, si él no lo notaba ahora, entonces era un idiota.


Fui a su encuentro, coloqué la mano en el picaporte, y negué con la cabeza antes de girar la manilla.


—¿Qué haces aquí? —Pregunté asumiendo una actitud presumida. Pedro me observó de pies a cabeza.


—¿Debo tomarlo como un cumplido? —Sus ojos brillaron con picardía—Paula tenemos que hablar —agregó retomando sus facciones serias.


Me aferré a la puerta para mantener la compostura y lo observé fijamente a los ojos.


—No puedo, tengo una cita con unos amigos de la universidad. —Procuré sonar lo más segura posible.


—¿Tienes miedo a estar sola conmigo? —Pedro dio un paso adelante, con mirada depredadora. Me esforcé por no moverme y, levanté la barbilla retándolo con mi actitud—Te aseguro que no muerdo —agregó antes de bajar su rostro y posar sus labios sobre mi cuello.


«¡Oh por Dios lo estaba besando!». Apreté los muslos con fuerza. Aquel pequeño contacto hizo que mi cuerpo reaccionara de inmediato. Un escalofrío me recorrió por entero.


Lo único que quería era cerrar los ojos, entrelazar mis brazos alrededor de su cuello y dejarme llevar. Pero con dificultad logré separarlo de mí, colocando las manos sobre sus anchos hombros para empujarlo. Al principio él me miró sorprendido, luego sonrió afectuosamente y negó con la cabeza.


—No creo, no tenemos nada de qué hablar —le solté con indignación—, y si te refieres al incidente del avión, no pierdas el tiempo. Estoy bien grandecita para asumir mis propios actos. —Él cambió la expresión de su rostro, sabía que me refería al hecho de haber aceptado su juego.


Apretó la mandíbula con firmeza repasándome de arriba abajo.


«Dios de todos los cielos, protégeme de este hombre, que me observa de una forma que me empuja a ceder».


—Me he dado cuenta que estás bien grandecita. Yo diría que muy hermosa, Paula. —Su afirmación me dejó sin habla—Está bien, Paula. Espero que disfrutes con tus amigos —cedió con voz cálida, y una mirada enternecedora.


Se marchó en silencio, dándome la espalda. Dudé por un instante, luego me deslicé dentro de la habitación, asegurando la puerta.


Caminé hasta el borde de la cama y me senté algo contrariada. No podía creer que le había ganado esa jugada a Pedro, peor aún, que haberlo rechazado me produjera tanto dolor en vez de alivio.


Debía calmarme para pensar con claridad. Dejé caer mi espalda sobre la colcha y cerré los ojos. Pero ¿qué me estaba pasando?, ¿por qué me ponía tan nerviosa cuando hablaba con él? Acaso, ¿todavía seguía enamorada de Pedro como una tonta?


Parecía una adolescente que no podía controlar sus emociones frente a un hombre atractivo. De alguna manera tenía que detener esta situación.


El ruido del móvil me sacó de mis pensamientos. Me levanté apurada para no perder la llamada, hallándolo encima de la cómoda. Sonrío al ver de quien se trata, aunque la felicidad no me invadió por completo.


—Hola Osqui —saludé con cariño a Oscar, intentando sonar normal.


—Hola princesa. ¿Cómo te fue en tu primer día? —No lo podía evitar, su alegría me resultaba contagiosa—Te extraño osita.


Consideraba a Oscar, el novio perfecto. Era atento, cariñoso y hasta detallista. Nos conocimos por casualidad en un mercado de verduras. Buscaba especias ese día para intentar preparar una receta de mi abuela Esther. No sé quién estaba más perdido en ese lugar, si Oscar o yo. Ambos nos sorprendimos cuando al mismo tiempo agarramos el frasco de tomillo.


—Me fue bien —suspiré al responderle. Para mi padre Oscar no me convenía. Según él, yo merecía un médico igual que él, un hombre que entendería mi profesión. No un abogado tramposo y desalmado.


—Tengo noticias del investigador David Rodríguez. Te anda buscando, le dije que te llamara. —Mi ánimo aumentó con esa noticia. Después de cumplir nuestro primer mes de novios, me animé a contarle a Oscar las dudas que tenía sobre mi madre. Él me prometió ayudarme. Dos semanas más tarde me había llevado a la oficina de David Rodríguez.


—¡Qué bueno!, ¿te adelantó algo?


—No dijo nada, pero no te preocupes, seguro te llama en estos días. Por cierto, ¿cuándo regresas? —preguntó un poco frustrado. Oscar era abogado y ya teníamos un par de semanas que no nos veíamos con regularidad. Él había estado la mayor parte fuera de la ciudad, trabajando en un caso de mucha importancia para su carrera.


—Estaré de vuelta para el día de acción de gracias —le notifiqué.


—Recuerda que lo pasaremos con mi familia. ¿Roberto querrá venir con nosotros? —Oscar tenía una familia maravillosa. A mí me encantaba compartir con ellos, pero no creía que mi padre se animara a tanto. Él respetaba mis decisiones, pero prefería mantenerse al margen.


—Será cuestión de preguntarle. Te aviso si dice que sí —la estrategia no me resultó, escuché a Oscar resoplar. Él conocía la opinión de mi padre.


—Bueno princesa, te dejo para que descanses. Imagino que estás agotada.


No quise contarle mis planes de esa noche. No solía ocultarle nada, pero ese día no me sentía con ganas de compartir con él cada cosa que hacía.


Nos despedimos cariñosamente, corté la llamada y fui por mi bolso. Bajé a encontrarme con el grupo de antiguos compañeros en el lobby, pero antes de irnos decidimos tomarnos una copa en el bar del hotel. Nos sentamos en una mesa cerca de la barra, éramos una tropa de cinco personas, entre las que se encontraba Mónica, una chica observadora y ocurrente, Sara, una pelirroja muy habladora, y los chicos son Tony y Marco, nuestros leales y divertidos acompañantes.


—Paula, ¿te diste cuenta cómo te mira el doctor Alfonso? Amiga no te despega el ojo —me comentó Mónica, al percibir la manera en que Pedro me observaba desde la barra mientras hablaba con dos compañeros de trabajo. Le hice una señal con la mano, restándole importancia al asunto.


—Es amigo de mi padre, hace rato intentamos hablar pero fue imposible, conoce a mucha gente. Y ¿tú cómo lo conoces? —el hecho de que ella lo reconociera me intrigó. Las dos habíamos estudiado juntas en Nueva York, y hasta donde sabía, Pedro no había pisado la ciudad desde aquel maldito día en que me rechazó.


—¿Y quién no lo conoce? —preguntó, Mónica—Él es una leyenda entre las mujeres. Desde que llegué no he parado de escuchar historias sobre ese hombre. Paula déjame decirte algo —habló en tono confidencial—, él podrá ser muy amigo de tu padre, pero no te mira con ojos de protector, sino de cazador. —La conclusión a la que llegó me desconcertó—Lo que quiero decir, es que es evidente que le gustas, Paula. —Las dos reímos al mismo tiempo. Yo procuraba ocultar mi nerviosismo.


—Vaya, Mónica, me has dejado sorprendida. No sabía que eras una experta haciendo ese tipo de apreciaciones. —Ambas volvimos a reír.


—No hay que ser un experto para darse cuenta. Pero si no te gusta, amiga, si él no es tu tipo, déjamelo a mí. El doctor Alfonso esta como quiere. Yo no perdería esa oportunidad.


El comentario me pareció tan fuera de lugar que aumentó mi inquietud. ¿De verdad Pedro estaba interesado en mí? ¿En la niña distraída que él un día rechazó? ¿Me atrevería a algo con él? La idea me provocó un enredo de emociones que nunca había sentido.


Aturdida me giré hacia la barra y vi a Pedro con sus profundos ojos azules fijos en mí. Asintió con la cabeza y levantó su vaso en mi dirección a modo de saludo. Acaso, ¿me retaba de nuevo?





domingo, 3 de enero de 2016

MISTERIO: CAPITULO 3





Llegué al hotel alrededor de las seis de la tarde. Solo me quedaba una hora para arreglarme antes de asistir a la cena de bienvenida. Me registré en la recepción del Omni Dallas Hotel, un lugar elegante y moderno donde se llevaría a cabo El Congreso. Papá se había encargado de asegurarme la estadía. Tenía muchos contactos con los organizadores del evento.


Subí directo a la habitación, desesperada por tomar una ducha que se llevara los restos de la excitación que mi cuerpo había experimentado por la escena sensual del avión. Solté todo junto a la cama y me fui directo al baño. 


Tenía que apurarme si quería llegar a tiempo.


Al salir envuelta en una toalla grande de color blanco, encendí el televisor para tener un poco de ruido. Quería olvidar lo ocurrido con aquella pareja, eso se repetía en mi memoria sin poder evitarlo. Pero sobre todo, quería borrarme de la mente esos ojos azules de mirada intensa, que me habían retado.


Durante las horas del viaje, aquellos ojos comenzaron a recordarme a una persona que había conocido años atrás, y que había significado mucho para mí.


Exhalé con fuerza todo el aire retenido en los pulmones y meneé la cabeza.


—¡Basta Paula!, concéntrate y deja de pensar en él! —Me reproché en voz alta.


Me había prohibido a mí misma recordar al idiota que un día rompió mi corazón.


Mientras me vestía, les envié un mensaje de texto a papá y a Oscar, avisándoles que estaba instalada en el hotel. Se los había prometido.


Al estar lista, me paré frente al espejo de cuerpo entero instalado en la habitación, para evaluar que mi vestido de coctel negro, no muy revelador, se amoldaba a mi cuerpo sin inconvenientes. Los zapatos de tacón me ayudaban a verme unos centímetros más alta y mi sencillo maquillaje me aportaba ese toque especial. Estaba perfecta, muy a mi estilo, y como decía mi mejor amiga Alicia, «una chica siempre debe lucir hermosa».


A las siete en punto entré en el restaurante. La estancia era inmensa, bien iluminada y muy acogedora, decorada de manera sobria pero exquisita. Una melodía de jazz sonaba como música de fondo.


Miré a mi alrededor en busca de algún conocido, fijando mi interés en la barra que se encontraba a un costado.


Me acerqué a ella y ordené una copa de vino. Mientras la esperaba, vi a una mujer alta y, de cabello rubio que me saluda con la mano desde el otro extremo. Esperé a que el barman me entregara la bebida para acercarme. Traté de reconocerla pero me era imposible. «Bueno esta es una conferencia pequeña, seguro encontraré algún conocido», pensé.


A su lado se hallaba un hombre vestido de traje oscuro. No podía verle el rostro porque me daba la espalda, pero por el tamaño de sus hombros, podía predecir que se trataba de un tipo alto y fornido.


El barman se acercó a la mujer y le sirvió un trago.


Me acerqué a saludarla, pensando que de seguro era una amiga de mi padre. Él conoce mucha gente. Más aún en este medio.


—Paula Chaves—me presenté al extenderle la mano.


—Lo sé. Soy Linda Sullivan, un placer conocerla doctora Chaves. —Mientras me saludaba, la mujer le tocó el hombro al sujeto misterioso del traje oscuro parado junto a ella, que parecía estar esperando su bebida—Conozco a Roberto y a ti por las fotos que están en su oficina.


«¡Lo sabía!, seguro que ella y mi padre trabajan juntos».


—Entonces no he cambiado mucho —bromeé, tratando de ser amable. Las dos reímos.


El hombre se volteó lentamente. Sin poder evitarlo, mi mirada se posó en una de sus manos, la que sostenía un vaso corto de cristal, lleno con un licor de color ámbar. Una pulsera trenzada de colores brillantes adornaba su muñeca.


«¡Pero ¿qué demonios?!», dije para mis adentros. Era la misma pulsera que le había visto al descarado del avión, mientras esa mano satisfacía sin pudor a aquella chica frente a los otros pasajeros.


«¡Este mundo es un puto pañuelo!», pensé desconcertada.


La vergüenza se me subió a la cabeza. Lo que quería en ese momento era que se abriera la tierra justo debajo de mis pies. Respiré hondo, esperaba que no me reconociera o iba a darme algo frente a ellos.


—Te presento al doctor Alfonso—habló Linda aumentando mi inquietud.


«¿Alfonso? ¿Ella dijo Alfonso?».


Debía estar oyendo mal. Con tanta gente hablando en los alrededores y al mismo tiempo, mi cerebro era capaz de distorsionar las palabras.


Linda Sullivan no podía estar hablándome de la misma persona que había conocido un montón de años atrás, y quién me había roto el corazón. Papá me dijo que él desapareció sin dejar rastros, para ser exactos hacía ocho años.


Mis ojos impactados, por un momento pasaron de Linda a Alfonso sin que pudieran dejar de mostrar asombro. Hasta que mi mirada se topó con la de él.


Mi corazón se aceleró y mis manos se humedecieron por culpa de los nervios. Era él, el hombre de los ojos azules más bellos de este mundo, Pedro Alfonso, quien en una oportunidad fue el pupilo de mi padre, y el único mortal del que alguna vez me había enamorado.


Aunque eso último él nunca llegó a saberlo, claro, Pedro fue mi amor platónico, ese que nunca podrá ser, pero que jamás se borra del corazón.


—¿Se conocen? —Preguntó Linda un tanto confusa, al ver nuestras miradas de reconocimiento.


—Paula, que agradable sorpresa. —Su voz grave y potente era tan intensa como siempre, haciéndome estremecer. Le di un trago al vino que tenía en la mano, con la esperanza de que el alcohol me hiciera sentir más segura.


—Vaya… casi no te reconozco, Pedro. —No pude evitar que mis palabras sonaran algo falsas. Me sentía tan nerviosa…


Evalué su rostro notando una cicatriz a la altura de la sien, en dirección hacia el ojo derecho. Estaba segura que antes no la tenía.


—Bueno, me alegro que se conozcan —intervino Linda para hacerse notar.


Todos los recuerdos volvieron a mí de repente, aplastándome en ese lugar.


Pedro y mi padre en el pasado fueron muy amigos. Había sido testigo del inmenso aprecio que ambos se tuvieron, el tiempo en que trabajaron juntos Pedro iba a comer
seguido a nuestro departamento. Se le consideraba un miembro de la familia y muchas veces lo había encontrado durmiendo en el sofá antes de entrar a una guardia, ya que no le daba tiempo de ir a su casa. Sin embargo a pesar de esa cercanía, un día desapareció sin despedirse.


Físicamente no había cambiado. Pedro Alfonso seguía siendo un hombre hermoso. Altísimo de un metro noventa de estatura, fuerte, varonil, de cabello castaño, mandíbula cuadrada y con unos labios de pecado. Y esos ojos… tan azules y profundos como el océano.


—¿Cuánto tiempo ha pasado? —exclamó, aunque esa pregunta parecía hacérsela a sí mismo y no a mí—Te aseguro que esta vez no desapareceré por tanto tiempo. —Su voz en esta ocasión fue suave y aterciopelada. Se metía en mis venas como un cosquilleo.


«¡Maldita sea!, todo él era perfecto».


Se me resecó la garganta, por los nervios y la emoción que sentí al volver a verlo. Necesitaba salir de mi asombro y reaccionar, pero el recuerdo de la última vez en que nos vimos me invadió.


Tenía dieciocho años, venía eufórica de una salida con mis amigas. Estaba un poco ebria, nos habíamos tomado unas cervezas de más. Cuando entré al departamento, lo encontré acostado en el sofá con los ojos cerrados. No me pude resistir, me arrodillé a su lado y le acaricié el rostro con el dedo índice. Pedro no movió ni un músculo de su cuerpo, por un momento pensé que estaba dormido, fue entonces cuando me animé y acuné su rostro entre mis manos, me acerqué, y posé mis labios sobre los suyos. Se sentían suaves, carnosos y muy cálidos. Sus manos, se enredaron en mi cabello. Él entre abrió la boca invitándome a seguir y eso fue lo que hice, me deje llevar y arrastrar por esas ganas que sentía. Después de unos segundos, Pedro posó sus manos sobre mis hombros y me apartó de él con rudeza.


«¡Para Paula!, estas tomada», el tono de su voz fue despectivo, fuerte, y severo. Se levantó del sofá y exclamó con fuerza: «¡Eres una niña para mí!», tomó su bata y juego de llaves, que estaban puestas sobre la mesita de la entrada, y salió hecho una fiera. Dando un portazo.


—Me ha encantado verte Pedro —me obligué a responder después de salir de mis cavilaciones. Era lo único coherente que se me ocurría decir.


No podía parar de mirarlo y de preguntarme ¿qué había sido de él todo este tiempo?


Seguía siendo atractivo. No espera, era aún más atractivo que hacía ocho años. La seguridad que emanaba de su cuerpo, lo hacían ver increíblemente varonil. Llevaba un elegante traje hecho a la medida, que hacía buena combinación con su anatomía perfecta.


El timbre de su móvil me sobresaltó y me trae de vuelta al presente.


—Me disculpan, tengo que tomar esta llamada. —habló y me guiñó un ojo antes de alejarse.


—No se preocupe doctora Chaves, el doctor Alfonso tiene ese efecto en todas las mujeres —agregó Linda con una sonrisa irónica.


Mis mejillas se calentaron como brasas. Había sido una tonta. Si esta mujer pudo darse cuenta del efecto que Pedro ejercía sobre mí, no quería imaginarme lo que él estaría pensando. Debía alejarme de allí antes que él regresara.


—Nos estamos viendo, Linda. Voy a seguir saludando —me despedí de la mujer antes de estrecharle la mano de nuevo.


—Seguro que sí, doctora Chaves. Nos estamos viendo —alegó ella haciendo una mueca extraña.


Ignoré su gesto y me marché, dispuesta a disfrutar de la velada que nos ofrecían. Tenía que distraerme y olvidarme de ese encuentro, para no revelarle a Pedro ni a nadie más mis debilidades.


Caminé hacia el buffet de la comida, tomé un plato y me serví un poco de todo. La coordinación me fallaba, todavía seguía nerviosa. Busqué una mesa donde sentarme, topándome con unos amigos de mi padre. Una pareja de médicos, muy agradables.


Dos horas y cuatro copas de vino más tarde, el cansancio comenzó a tomar control de mi cuerpo. Por fortuna, pude pasar una divertida velada sin más contratiempos. No había vuelto a ver a Pedro y eso me tranquilizó.


Salí al pasillo en busca del elevador. Me sentía acalorada, o más bien acelerada. Mis pasos eran rápidos, deseaba llegar cuanto antes a la habitación, para quitarme el vestido, los zapatos y descansar. Lo único que se escuchaba a esa hora, era el sonido de mis tacones contra el piso de mármol.


Antes de alcanzar el elevador, vi a Pedro recostado de la pared hablando por el móvil. Tenía el ceño fruncido, parecía molesto, pero hasta con esa cara seguía luciendo apuesto.


—¿Te retiras tan pronto? —me dijo al divisarme, cortando la llamada y cambiando las facciones. Recorrió mi cuerpo con sus ojos de fuego, tomándose todo su tiempo—Iba a regresar al salón para invitarte una copa —argumentó sonriendo de medio lado.


—Disculpa, pero estoy cansada. Además, creo que tomé una copa de más.


—En ese caso, lo más conveniente es que te acompañarte a tu habitación.


«¡QUE! ¡No!», eso no podía permitirlo.


—Estoy bien, Pedro. No hay necesidad que me acompañes. —Traté de sonar convincente, él cambió, me observó con mayor interés—De verdad —le aseguré, pero una risa nerviosa me delató.


—Aja, te creo —dijo y negó con la cabeza tomándome de la mano.


Me dejé llevar. Además de estar algo mareada, el calor de su tacto me encantó. Deseaba sentirlo un poco más. Eso no era un delito ¿cierto?


Caminamos en silencio hasta el elevador, él pulsó el botón y enseguida las puertas se abrieron. Al entrar, me solté de su agarre, necesitaba espacio. Por un momento sentí que me falta el aire. Me apoyé de la pared y cerré los ojos, Debía controlar mis emociones.


—¿En qué piso estas? —preguntó él con suavidad.


—El siete, digo… el séptimo piso —tartamudeé.


«¡Hay Pedro, ¿qué me haces?!».


Segundos después, sonó la campanita que avisaba que habíamos llegado a mi destino. Apenas se abrieron las puertas, salí tan rápido y sin mirar, que casi choqué contra un señor mayor que esperaba el elevador. Pedro volvió tomarme de la mano y me sacó de allí con cuidado. Le señalé mi habitación y él me guió.


Con delicadeza lo solté para sacar la tarjeta y abrir la puerta del dormitorio. Él se ubicó tan cerca de mí, que podía oler el perfume de su piel. Era embriagador, como su presencia. 


Quería abrazarlo, besarlo y colgarme de su cuello hasta perder la conciencia, pero eso nunca iba a pasar. Pedro lo había dejado muy claro en el pasado.


«Enfócate Paula, abre la puerta y despídete», pensé. 


Introduje la tarjeta en la ranura, y en cuanto parpadeó la luz verde que indicaba que se había pasado la cerradura, bajé la perilla.


—Te veo mañana. —dijo tomando mi mano derecha y llevándosela a los labios. Depositó un casto beso sobre los nudillos. Ese leve contacto me estremeció de pies a
cabeza—Buenas noches Paula, que descanses.


Pedro se aproximó tanto a mí, que podía ser capaz de escuchar los latidos de su corazón. Me tomó de la barbilla y la levantó, antes de acercar su rostro. Mis pulsaciones aumentaron cuando él apoyó su frente en la mía.


Suspiré y cerré los ojos satisfecha. Era evidente que él también se sentía atraído por mí. La paz que nos rodeaba era reveladora, así como la forma tierna en que Pedro acariciaba mi mejilla. La suavidad de su mano arrancó otro suspiro…


Saqué fuerzas de la parte más recóndita de mi interior y me separé enseguida de él.


—Buenas noches, Pedro —me despedí mientras entraba en la habitación, sonriéndole antes de cerrar la puerta con cuidado.


Él quedó afuera, mirándome contrariado, con cierto brillo de desconcierto en sus hipnóticos ojos azules.