lunes, 4 de enero de 2016

MISTERIO: CAPITULO 5





Una hora más tarde, tomamos un taxi, entre risas y buena onda, para dirigirnos al Pub cercano al hotel. Veinte minutos más tarde, nos encontrábamos parados frente a la barra tratando de ordenar.


El ambiente era perfecto, aunque estaba abarrotado de gente, y con mucha música retumbando por todo el local. La decoración era moderna y, minimalista, con grandes lámparas con forma de semiesfera en colores brillantes colgando del techo, dándole al lugar un aire ecléctico.


Comencé la noche con un mojito, que me tomé en tres tragos para entrar en calor. Antes de pedir el segundo eché un vistazo al bar, evaluando el ambiente. Toda la confusión que había experimentado en el hotel volvió a embargarme. 


Estaba harta de que todos los problemas me superaran. 


Necesitaba algo que me ayudara a enfrentarlos, y para eso la bebida siempre había sido mi mejor aliada.


Le hice señas al barman y cambié mi bebida por un Shot de Vodka.


Al recibirlo alcé el diminuto vaso hacia Mónica, para finalmente tomármelo de un solo trago.


—Paula, no tomes tan rápido, apenas está comenzando la noche. —Mónica, que estaba sentada a mi lado, pareció preocupada.


—Tranquila amiga, sé lo que hago —dije para tranquilizarla. 


Ella me vio de reojo y se levantó de la silla aceptando la invitación de Tony para ir a la pista de baile.


—Eso espero —insistió con una sonrisa y se marchó.


Me giré hacia la barra y tomé el segundo Shot que el barman ya me había servido, pero cuando me lo llevé a los labios de la nada apareció una mano fuerte, que me lo quitó y lo golpeó contra la madera de la superficie.


Mis ojos se toparon con los Pedro, que negaba con la cabeza. Su actitud me molestó, me hacía sentir desaprobada.


—¿Qué haces aquí?, acaso, ¿me estás persiguiendo? —Enfadada por su proceder, lo observé con soberbia.


—Basta Paula, deja de jugar. ¿No crees que has bebido suficiente?—Su tono era suave, pero firme. Miré la copa con ansias, queriendo tomármela y demostrarle que no había tenido suficiente—Nos vamos, te vienes conmigo. —Me ordenó, pero ¿qué demonios le pasaba?


Con pedantería tomé el vasito solo por desafiar su orden y me bebí el licor mirándolo fijamente. A Pedro los ojos se le habían oscurecido un poco, estaba muy molesto. Pero, aunque sonará tonto, eso me gustaba, me agradaba darme cuenta que no le era indiferente.


—Pareces un papá mandón. Quédate tranquilo y déjame en paz. Yo me voy con mis amigos, no contigo. —Le sonreí y me gire a la barra para pedir otro trago. Pedro me miraba con fijeza, irritado. Mi estado parecía afectarle.


Cuando recibí el siguiente trago me lo bebí con calma. En esa ocasión Pedro recostó la espalda en la barra y se cruzó de brazos sin dejar de evaluarme. Esa imagen de preocupado me conmovió. Le acaricié el rostro con mi dedo pulgar deteniéndome sobre la cicatriz cerca de su ojo derecho.


—No seas tan gruñón, no te queda bien. Relájate y tómate una copa conmigo. —Mi soberbia comenzaba a pasarme factura. La cabeza la tenía embotada por la bruma del alcohol, haciéndome sentir torpe. Una risita algo tonta salió de mis labios, que provocó un profundo suspiro en Pedro.


—Estoy siendo paciente Paula, pero no estoy dispuesto a dejarte hacer el ridículo. Avísale, a tus amigos, que te vienes conmigo al hotel. —Resoplé y puse los ojos en blanco de manera exagerada.


—¿Y si no lo hago? —le pregunté solo por molestar. No respondió. Su mirada me lo decía todo. Estaba furioso—Ok tu ganas Pedro —cedí, porque el licor que había bebido hacía estragos en mi organismo. Me sentía mareada—, pero no te acostumbres —agregué con firmeza.


Sin esperar su respuesta lo dejé en la barra y fui hasta la pista de baile en busca de Mónica, para informarle de mi decisión. Ella bailaba muy animada con Tony.


Me acerqué para hablarle al oído, pero algo me detuvo. Un chico me tomó por la cintura y me giró hacia él para bailar conmigo de forma provocativa.


Intenté hacerle llegar mi negativa, pero la música sonaba tan alta que era imposible que me oyera. Ni siquiera podía alejarme, ya que él me sostenía con fuerza de las caderas y buscaba frotar su cuerpo sudoroso contra el mío. La cabeza comenzó a darme vueltas.


No pasó mucho tiempo cuando lo vi caer al piso, Pedro le había propinado un puñetazo lanzándolo al suelo. La gente se aglomeró a su alrededor, algunos lo ayudaron a levantarse, pero el chico estaba tan ebrio y mareado por el golpe, que tuvieron que sacarlo casi arrastras de la pista de baile.


Los ojos azules de Pedro brillaron con intensidad por la ira. 


Me tomó de la mano para sacarme de allí y llevarme con rapidez hacia la entrada del Pub.


«¡Este tipo se había vuelto loco!», pensé. Pero no podía quejarme porque era llevada a la salida como una muñeca de trapo.


En el exterior, el aire fresco golpeó mi rostro. Esa frescura en vez de aliviarme, revolvió aún más mi estómago, haciéndome sentir enferma y aumentando mi irritación.


—¡Suéltame! —Grité y me zafé con brusquedad de su agarre—¿Estás loco?, ¿por qué lo golpeaste? —Pedro me miró ceñudo, aunque su expresión había cambiado. Ya no reflejaba una furia reprimida, parecía más calmado.


—Estas tomada Paula, y ese sujeto quiso aprovecharse de tu estado —alegó con voz dulce y me tomó de la mano con tanta sutileza que me provocó un estremecimiento. «¡Pero ¿qué demonios?!»—Vamos, tomemos un taxi y salgamos de aquí.


Estaba molesta, claro que sí, pero esa reacción final de Pedro tocó una fibra importante en mi sistema nervioso.


Lo seguí en silencio. Me sentía tan desconcertada que poco pensaba en mis amigos y en haberlos abandonado sin ninguna explicación. ¡Maldito alcohol!


—¿Siempre actúas de esta manera? —le pregunté exasperada mientras caminábamos hacia la calle.


—No siempre, solo cuando se trata de ti.


«¿Cuándo se trata de mí? ¿Estaba escuchando bien?».


Sin decir nada más, me dejó en el bordillo de la calle, para ocuparse de llamar a un taxi. Cuando uno de ellos se detuvo frente a nosotros, Pedro regresó por mí y me ayudó a subirme en el asiento trasero.


Dentro del auto la cabeza comenzó a darme vueltas. Había sido una mala idea tomar tantos tragos en tan poco tiempo. ¿Cuándo aprendería que el alcohol no me ayudaba a aclarar mi mente, ni me llenaba de valentía?


Pedro pasó su brazo por encima de mis hombros y me acunó cerca de él. Ese gesto tan sobreprotector me irritó.


—No tienes por qué hacerlo, Pedro… —comenté tratando de apartar su brazo—Me refiero a, lo de cuidarme. Puedo hacerlo sola, ya no soy una niña.


—De eso me di cuenta cuando te vi en el aeropuerto de Nueva York. Han pasado ocho años, Paula, y te has convertido en una mujer muy bella. —Por un instante sus palabras me afectaron.


En medio de un suspiro él bajó su brazo y me dejó mi espacio. Me acomodé mejor en el asiento, inhalé hondo. 


Pasé una mano por mis cabellos tratando de arreglarlos con nerviosismo.


Pedro notó mi estado, tomó con delicadeza una de mis manos y entrelazó los dedos con los suyos, antes de colocarlas sobre mi regazo.


—Me has seguido hasta el Pub porque me negué a salir contigo esta noche, ¿cierto? —indagué para retomar el tema.


Pedro asintió con la cabeza mientras su dedo índice acariciaba la piel de mi rodilla por encima de la tela del pantalón, provocando que todo mi cuerpo se erizara. Pero el momento se acabó cuando el chofer nos avisó que estábamos de vuelta en el hotel. Al aparcar, Pedro pagó y bajamos del auto.


Hicimos el recorrido en silencio hasta mi habitación. Al llegar, abrí la puerta y entré en seguida al baño. No me sentía bien. 


Mi estómago daba vueltas, creo que iba a vomitar. Pedro cerró con sutileza y me siguió.


—¿Estás bien? —preguntó al verme correr al inodoro. 


Negué con la cabeza antes de expulsar todo lo que mi estómago había almacenado esa noche. Parecía la niña del exorcista.


Al terminar no me sentí mejor. Un sudor frío cubrió mi frente, mis manos temblaron. Me aferré como pude a la tapa del retrete y terminé de arrojar lo último que me quedaba.


Con una mano Pedro recogió mi cabello, mientras que con la otra frotaba mi espalda.


Me senté sobre el piso y apoyé mi espalda a la pared. Lo vi moverse y mojar una toalla, la exprimió y se acercó a mí. Lo tenía tan cerca que podía observarlo embelesada.


«Era tan bello y, tan gentil», y yo me debo estar viendo como una loca.


—¿Mejor? —preguntó mientras refrescaba mi rostro con la toalla. Lo miré maravillada me costaba creer  que Pedro estaba allí, a mi lado. Ocho años atrás hubiera dado todo por verlo cuidarme de esa manera—Deja de pensar, Paula. Relájate, y cierra los ojos —susurró con tanta ternura, que no pude evitar hacer lo que me decía.


Me alzó entre sus brazos para depositarme en la cama. 


Ayudó a quitarme los zapatos, y me cubrió con las sábanas. 


Me hice a un lado para que se sentara a mi lado. Pero él no lo hizo.


—Pediré que te traigan un jugo de naranja, necesitas tomar algo dulce —informó al tiempo que acomodaba las almohadas detrás de mi cabeza, para finalmente depositar un beso sobre mi frente. Ese último gesto me derritió—Que descanses.


Abrí los ojos de golpe. No quería que me dejara sola. Tomé una de sus manos y la oprimí ligeramente.


—No te vayas, Pedro. No quiero quedarme sola. —Él me miró sonriente—Bueno, hasta que me sienta mejor —aclaré sin soltarlo.


La risa de Pedro retumbó en la habitación y yo sonrío de verlo tan contento.


—Ya vuelves a ser la Paula que recuerdo… una niña dulce y caprichosa. —El comentario despertó mi rabia. Suelto su mano y me levanto de la cama dispuesta a encararlo.


—Y tú sigues siendo un antipático —reproché irguiéndome frente a él—Márchate.


Me fui al baño sin esperar una respuesta a mi despedida. 


Mientras me lavé los dientes, levanté la mirada y vi mi reflejo a través del espejo. Estaba tan pálida que parecía un fantasma. «¡Qué horror!», la cara que tenía no era normal. 


Me apuré en sacarme la ropa, abrí el grifo y lo dejé correr. 


Necesitaba un baño para eliminar los restos de la resaca y enfriar la furia que volvía a bullir en mi interior. ¡¿Me había llamado niña caprichosa?!


Entré en la ducha. No quería pensar, solo arrancarme las malas sensaciones para estar de nuevo en paz conmigo misma. Al sentir como el agua caía sobre mi piel, mi cuerpo se relajó. Comencé a lavarme el pelo cuando escucho que se abre la puerta semitransparente del cubículo y unas manos fuertes me rodean desde atrás por la cintura.


Abrí los ojos alarmada. Sin embargo, el contacto de aquel cuerpo desnudo, duro y cálido que se apoyaba en mi espalda, provocó una fuerte descarga eléctrica en mi organismo. Los pezones se me endurecieron de manera automática y mi vientre se contrajo generándome un cosquilleo entre las piernas.


Cuando los labios de Pedro se posaron en mi cuello y él comenzó a besarlo y a lamer la piel húmeda, creí desfallecer.


—Paula —me susurró al oído, provocándome una fuerte colisión de emociones.








No hay comentarios.:

Publicar un comentario