sábado, 19 de diciembre de 2015

UN TRATO CON MI ENEMIGO :PROLOGO






No te preocupes, Migue, vendrá.


–¡Quita tus malditos pies de la mesa! –respondió bruscamente Miguel ante la insolencia de su hermano sin, ni siquiera, molestarse en levantar la mirada de los documentos que se encontraba leyendo en el despacho de El descanso del arcángel, el aislado hogar en Berkshire de la familia Alfonso–. No me preocupa.


–¡Ya, claro! –contestó Rafael con desgano y sin molestarse en bajar los pies del viejo escritorio de su hermano.


–No, no me preocupa nada, Rafa –le aseguró Miguel con tono tranquilo.


–¿Sabes si…?


–¡Estoy seguro de que te habrás dado cuenta de que estoy intentando leer! –suspiró con impaciencia mientras miraba al otro lado del escritorio. Iba vestido formalmente, como de costumbre, con una camisa azul clara, corbata azul marino muy ceñida, chaleco oscuro y pantalones sastre; la chaqueta del traje la tenía sobre el respaldo de la silla de piel.


Su abuelo, Carlo Alfonso, se había llevado con él su fortuna al dejar Italia y se había establecido en Inglaterra casi setenta años atrás, antes de casarse con una chica inglesa y tener un hijo, Giorgio, que era el padre de Miguel, Rafael y Pedro.


Al igual que su padre, Giorgio había sido un astuto empresario y había aumentado la fortuna Alfonso al abrir la primera casa de subastas y galería Arcángel en Londres, treinta años atrás. Después de jubilarse hacía diez años, su mujer Elena y él se habían instalado de manera permanente en su casa de Florida y sus tres hijos habían aumentado al máximo su fortuna al abrir galerías similares en Nueva York y París, haciendo que ahora todos ellos fueran multimillonarios.


–Y no me llames «Migue» –le ordenó bruscamente mientras seguía leyendo el informe que tenía delante–. Ya sabes cuánto lo odio.


Por supuesto que Rafael lo sabía, pero consideraba que parte de su trabajo como hermano pequeño ¡era hacer de rabiar a su hermano mayor!


Tampoco es que tuviera muchas oportunidades de hacerlo ahora que los tres hermanos solían estar cada uno en las distintas galerías, pero siempre intentaban coincidir en Navidad y en sus cumpleaños; de hecho, ese día era el treinta y cinco cumpleaños de Miguel. Rafael era un año menor y Pedro, el «bebé» de la familia, tenía treinta y tres.


–La última vez que hablé con Pedro fue hace una semana aproximadamente –dijo Rafael esbozando una mueca.


–¿A qué viene esa cara? –le preguntó Miguel enarcando una oscura ceja.


–A nada en particular. Todos sabemos que Pepe lleva de mal humor los últimos cinco años. Jamás he entendido esa atracción –se encogió de hombros–. A mí me parecía
una cosita insignificante, con esos enormes…


–¡Rafa! –le gritó Miguel.


–… ojos grises –terminó Rafael secamente.


Miguel apretó los labios.


–Hablé con Pedro hace dos días.


–¿Y? –preguntó Rafael impaciente cuando quedó claro que su hermano mayor se estaba guardando algo.


Miguel se encogió de hombros.


–Y me dijo que llegaría a tiempo para la cena de esta noche.


–¿Y por qué no has podido decírmelo antes?


Rafael bajó rápidamente los pies de la mesa y se puso de pie nervioso. Claramente irritado, se pasó una mano por su pelo negro mientras iba de un lado a otro de la habitación, con su porte alto y musculoso y ataviado con una camiseta ceñida negra y unos vaqueros desteñidos.


–Supongo que eso habría sido demasiado fácil –se detuvo para mirar a su hermano mayor.


–Sin duda –respondió Miguel tan serio y con una mirada tan enigmática como de costumbre.


Los tres hermanos eran parecidos en altura, constitución y tono de piel; todos pasaban del metro ochenta y cinco y tenían el mismo pelo negro. Miguel lo llevaba corto y tenía unos ojos marrones tan oscuros que resplandecían impenetrables con un brillo negro.


Rafa llevaba el pelo largo, lo justo para que se le rizara sobre los hombros, y sus ojos marrones tenían un brillo dorado.


–¿Y bien? –preguntó impaciente cuando Miguel no añadió nada a sus previas palabras.


–¿Y bien qué? –su hermano enarcó una ceja con gesto arrogante mientras se sentaba relajadamente en el sillón de piel.


–¿Que cómo estaba?


Miguel se encogió de hombros.


–Como has dicho, con el mismo mal carácter de siempre.


Rafa torció el gesto.


–Sois tal para cual.


–Yo no tengo mal carácter, Rafa. Lo único que pasa es que no tengo paciencia ni para las tonterías ni para los estúpidos.


Él enarcó las cejas.


–Espero que no me hayas incluido en esas palabras…


–Apenas –respondió Miguel relajándose ligeramente–. Y prefiero pensar que los tres somos un poco… intensos.


Algo de la tensión de Rafael se disipó al esbozar una compungida sonrisa y asentir ante, probablemente, la razón por la que ninguno de los tres se había casado nunca. Las mujeres a las que habían conocido se sentían atraídas tanto por ese lado peligroso tan predominante en los hombres Alfonso como por su riqueza. Y estaba claro que sobre esos cimientos no se podía asentar una relación que no fuera puramente… ¡o no tan puramente!… física.


–Tal vez –admitió con aspereza–. Bueno ¿de qué trata ese informe que llevas leyendo con tanto interés desde que he llegado? –¿Por qué me da la sensación de que esto no va a gustarme?


–Probablemente porque no te va a gustar –Miguel le pasó el documento por encima de la mesa.


Rafa leyó el nombre.


–¿Y quién es P.Chaves?


–Participará en la Exposición de Nuevos Artistas que vamos a celebrar en la galería de Londres el mes que viene –respondió Miguel lacónicamente.


–¡Maldita sea! ¡Por eso sabías que Pedro volvería hoy! –miró a su hermano–. Había olvidado por completo que Pedro te va a sustituir en Londres durante la organización de la exposición.


–Sí, y yo me marcho a París un tiempo –respondió Miguel con satisfacción.


–¿Vas a intentar ver a la bella Lisette mientras estés allí?


Miguel apretó los labios.


–¿A quién?


El tono desdeñoso de su hermano bastó para decirle a Rafa que la relación de Miguel con la «bella Lisette» no solo había terminado, sino que estaba olvidada desde hacía tiempo.


–Bueno, ¿y qué tiene de especial ese tal Paula Chaves como para que hayas solicitado un informe sobre él?


Rafa sabía que tenía que haber una razón que explicara el interés de Miguel por ese artista en particular. Había habido decenas de solicitantes para la Exposición de Nuevos Artistas que, tras su primer éxito en París tres meses antes a manos de Pedro, se volvería a celebrar en Londres al mes siguiente.


–P.Chaves es una mujer –lo corrigió lentamente.


Rafa enarcó una ceja.


–Entiendo…


–No sé por qué, pero lo dudo –le dijo su hermano con desdén–. A lo mejor esta fotografía te ayuda… –Miguel sacó una fotografía en blanco y negro–. Les pedí a los de seguridad que descargaran la imagen de uno de los discos ayer –lo cual explicaba la granulada calidad de la fotografía–, cuando vino a la galería para entregarle personalmente su carpeta de trabajo a Eric Sanders –Eric era el experto en arte de la galería londinense.


Rafa agarró la fotografía para poder ver mejor a la joven que aparecía entrando por las puertas de cristal hacia el vestíbulo de mármol de la galería.


Debía de tener unos veinticinco años y el blanco y negro de la imagen dificultaba distinguir su tono de piel. Llevaba el pelo cortado por debajo de la oreja con un estilo muy desenfadado y parecía tenerlo de un color claro; su aspecto resultaba muy profesional con una oscura chaqueta y una falda a la altura de la rodilla a juego con una blusa blanca. 


Sin embargo, ¡ninguna de esas prendas lograba ocultar el curvilíneo cuerpo que se encontraba bajo ellas!


Tenía un rostro inolvidablemente bello, tuvo que admitir Rafa mientras seguía observando la fotografía: un rostro en forma de corazón, ojos claros, nariz pequeña y respingona entre unos pómulos altos y unos labios carnosos y sensuales con una delicada barbilla sobre la esbeltez de su cuello.


Un rostro muy llamativo y que le resultaba ligeramente familiar.


–¿Por qué tengo la sensación de que la conozco? –preguntó Rafa levantando la cabeza.


–Probablemente porque la conoces. Todos la conocemos –añadió Miguel secamente–. Intenta imaginártela un poco más… rellenita, con unas gafas de pasta negra y una melena larga y pardusca.


–No me parece la clase de mujer por la que ninguno de nosotros se sentiría atraído… –dijo Rafa bruscamente mirando con suspicacia la imagen en blanco y negro que tenía delante.


–¡Ah, sí! He olvidado mencionarte que tal vez deberías fijarte bien en sus… ojos –añadió Miguel secamente.


Rafa alzó la vista rápidamente.


–¡No puede ser! ¿Es posible? –miró la imagen con más atención–. ¿Estás diciéndome que esta belleza es Sabrina Harper?


–Sí –respondió Miguel sucintamente.


–¿La hija de William Harper?


–La misma.


Rafa tensó la mandíbula mientras recordaba el escándalo producido cinco años antes, cuando William Harper había ofrecido un Turner supuestamente desconocido hasta entonces para venderlo en la galería de Londres. En condiciones normales el cuadro se habría mantenido en secreto hasta que se hubiera llevado a cabo la autentificación y los expertos la hubieran confirmado, pero de algún modo su existencia se había filtrado a la prensa sacudiendo al mundo del arte según iban extendiéndose las especulaciones sobre la autenticidad de la obra.


Por aquel entonces Pedro estaba al mando de la galería londinense y en varias ocasiones había ido a la casa de los Harper para hablar sobre el cuadro mientras se estaba llevando a cabo el proceso de autentificación; allí había conocido tanto a la esposa como a la hija de William Harper y eso había hecho que le resultara el doble de complicado haber tenido que declarar el cuadro como una falsificación casi perfecta tras un extenso examen. Y lo peor fue que la investigación policial había demostrado que William Harper era el único responsable de la falsificación, tras lo cual el hombre había entrado en prisión.


Durante el juicio su esposa y su hija adolescente se habían visto acosadas por la prensa y la lamentable historia había vuelto a saltar por los aires cuando, cuatro meses después, Harper murió en prisión. Tras aquello, su esposa y su hija habían desaparecido.


Hasta ahora, por lo que parecía…


–¿Estás absolutamente seguro de que es ella?


–El informe que estás viendo es del investigador privado que contraté después de verla ayer en la galería…


–¿Hablaste con ella?


Miguel negó con la cabeza.


–Estaba cruzando el vestíbulo cuando Eric pasó por delante con ella. Como te he dicho, me pareció reconocerla y el investigador logró descubrir que Mary Harper volvió a emplear su nombre de soltera semanas después de la muerte de su esposo y que se tramitó también el cambio de apellido de su hija.


–¿Entonces esta tal Paula Chaves es ella?


–Sí.


–¿Y qué tienes pensado hacer?


–¿Hacer con qué?


Rafa tomó aire con impaciencia ante la calma de su hermano.


–Bueno, está claro que no puede ser uno de los seis artistas que expondrán en Arcángel el mes que viene.


Miguel enarcó las cejas.


–¿Y por qué no puede?


–Pues, por un lado, porque su padre entró en prisión por intentar implicar a una de nuestras galerías en un asunto de falsificación –miró a su hermano–. ¡Y además Pedro fue a juicio y ayudó a meterlo ahí dentro!


–¿Y la hija tiene culpa de los pecados de su padre? ¿Es eso?


–No, claro que no, pero… con un padre así, ¿cómo sabes que los cuadros que lleva en su cartera son realmente suyos?


–Lo son –asintió Miguel–. Todo está en el informe. Es licenciada en Arte y lleva dos años intentando vender sus cuadros a otras galerías sin mucho éxito. He mirado su carpeta, Rafa, e independientemente de lo que puedan pensar esas otras galerías, es buena. Más que buena, es original, y, probablemente, esa sea la razón por la que los demás se han negado a darle una oportunidad. Ellos salen perdiendo y nosotros ganamos. Tanto que tengo intención de comprar un Paula Chaves para mi colección privada.


–¿Entonces va a ser una de las seis participantes?


–Sin ninguna duda.


–¿Y qué pasa con Pedro?


–¿Qué pasa con él?


–Lo avisamos repetidamente, pero se negó a escucharnos. Ella es la razón de que lleve cinco años de tan mal humor… ¿Cómo crees que se va a sentir cuando se entere de quién es en realidad Paula Chaves? –le preguntó exasperado.


–Bueno, creo que estarás de acuerdo en que, sin duda, ha mejorado mucho con la edad.


De eso no había ninguna duda.


–Esto es… ¡Maldita sea, Miguel!


Miguel apretó los labios firmemente.


–Paula Chaves es una artista con mucho talento y merece la oportunidad de exponer en Arcángel.


–¿Te has parado a pensar en las razones por las que puede estar haciendo esto? ¿En que pueda tener motivos encubiertos, tal vez una especie de venganza contra nosotros o contra Pedro por lo que le pasó a su padre?


–Sí, también lo he pensado –asintió con calma.


–¿Y?


Se encogió de hombros.


–En este momento estoy dispuesto a otorgarle el beneficio de la duda.


–¿Y Pedro?


–En numerosas ocasiones me ha asegurado que es adulto y que no necesita que su hermano mayor interfiera en su vida, ¡gracias! –dijo secamente.


Rafa sacudió la cabeza exasperado y comenzó a moverse por el despacho.


–¿No estarás pensando en serio en decirle a Pedro quién es?


–Como te he dicho, en este momento no –le confirmó Miguel–. ¿Y tú?


Rafa no tenía ni idea de qué iba a hacer con esa información…









UN TRATO CON MI ENEMIGO: SINOPSIS




La artista Paula Chaves nunca había llegado a perdonar a Pedro por haber enviado a su padre a la cárcel haciendo que su familia se desmoronara. Pero se había forjado una nueva identidad alejada del escándalo y la deshonra… ¡hasta que consiguió la oportunidad de exponer en la prestigiosa galería londinense de Alfonso!


El magnate internacional Pedro Alfonso no podía olvidar la mirada implacable que le habían dirigido una vez desde el otro lado de la sala de un tribunal. Ahora la tentadora Paula había vuelto pero, en esta ocasión, jugaría según las reglas que marcara él si quería lograr lo que anhelaba.


 ¡Porque Pedro estaba decidido a que el pacto resultara mutuamente placentero!










UNA NOVIA EN UN MILLÓN: EPILOGO





Querida Elizabeth:


Me complace anunciarte la próxima boda de mi nieto Pedro y Paula Chaves, una joven viuda que cuenta con mi más absoluta aprobación. Procede de una familia de gente honrada y trabajadora, y tiene un hijo de dos años, el niño más encantador que podrías imaginar. Su nombre es Marcos, y Pedro lo adoptará muy pronto, así que casi puedo decir ya que soy bisabuela. Al fin soy realmente feliz.


Debes estar preguntándote cómo puede ser, ya que Pedro iba a casarse como sabes con otra mujer cuando viniste a visitarnos. Pues bien, siguiendo tu sabio consejo, procedí a organizar un encuentro entre Paula y Pedro, procurando que les pareciera a ambos lo más fortuito posible.


Como muy bien dijiste, aparte de eso, las demás variables apenas si se podían controlar, así que me hice a un lado y esperé. ¡Qué extraño resulta sin embargo comprobar ahora, al verlos juntos, lo predestinados que parecen en efecto! ¡Me recuerdan tanto a Eduardo y a mí…! Ah, pero de eso hace ya muchos años. En fin, presiento que este será un matrimonio feliz, la clase de matrimonio que quería para Pedro.


Espero que puedas asistir a la boda. Os adjunto a Rafael y a ti una invitación, y mandaré también otras a tus tres hijos y sus esposas. Tal vez estos matrimonios dichosos harán que mis otros dos nietos, Antonio y Mateo, se decidan a sentar la cabeza junto a una esposa que lleve el don del amor a sus vidas.


Y es que, ahora más que nunca, me doy cuenta, querida Elizabeth, de que el amor es un don que nadie puede exigir ni comprar. Sencillamente surge entre dos personas cuando son las adecuadas. Sin embargo, no te quepa duda de que, en el futuro, estaré desde luego muy pendiente de la elección de mis otros dos nietos. Teniendo como prueba la felicidad de Paula y Pedro, creo que puedo decir que no se me da mal hacer de casamentera. Gracias una y otra vez por tu excelente consejo.


Tuya afectísima,
Isabella Valeri Alfonso






UNA NOVIA EN UN MILLÓN: CAPITULO 20









Amor? Paula se esforzó por dejar a un lado los pensamientos que se agolpaban en su mente, atormentándola, desde que Pedro le entregara el ramo de rosas rojas. ¿Era posible?, ¿eran entonces rosas rojas de amor? Aquella esperanza descabellada de pronto pareció empezar a tomar cuerpo. ¿Podría ser que…?


Su alma se negó a seguir luchando contra sí misma y, como atraída por un imán, alzó la mirada hacia el hombre cuyo amor ansiaba su corazón más que ninguna otra cosa en el mundo.


Los ojos azules de él reflejaban un afecto tan intenso, que la arrolló con la fuerza de una ola, atravesando el muro creado por la aprensión y la incertidumbre, desnudando ante ella una verdad que había estado ahí todo el tiempo.


–¿Qué quieres decir, Pedro? –le preguntó sin saber aún si debía dar crédito a sus oídos o a sus ojos.


–Lo que quiero decir, Paula Chaves, es que te amo, y que eso lo cambia todo, porque eso destruye todos los motivos ridículos por los que dices que nuestros mundos no pueden acercarse.


Paula sintió que se estremecía de pies a cabeza. Aquella afirmación, y la fuerza que llevaba impresa, sanó las heridas de su alma, cerró las brechas abiertas, derrumbó las barreras, no dejando siquiera la sombra de ellas.


–Siento… Siento haber creído a Marcela –balbució avergonzada.


–Más siento yo haber estado ciego tanto tiempo. Nunca…, nunca sentí por ella lo que siento por ti –le susurró acariciándole la mejilla con suavidad.


–Pero… –lo interrumpió Paula insegura–, ¿cómo sabes que esta vez las cosas saldrán bien?


–Lo supe en el instante en que te vi, y esa certeza ha ido aumentando más y más con el tiempo. Nunca había sentido nada semejante por nadie antes. Y no se trata solo de atracción, física –dijo anticipándose a sus pensamientos–. Es algo mucho más profundo, Paula, es como si fueras una canción que llevaba dentro de mí y nunca había escuchado.


Sí, pensó Paula, el amor podía ser como la música, abrumador en ocasiones, dulce y suave en otras, pero siempre visceral, a la vez que podía ser apasionado, tierno, triste, dichoso…


–Pero hay algo de lo que estoy muy seguro: esto que siento por ti no va a extinguirse jamás. Lo que hay entre nosotros no es algo voluble y pasajero, es algo así como el fuego de la vida, y no pienso renunciar a él ahora que lo he encontrado.


«El fuego de la vida»… Ciertamente era una buena definición del amor, pensó Paula, la mágica chispa que unía a un hombre y una mujer, la chispa que hacía que mereciera la pena vivir. El día anterior se había sentido como si en su corazón solo hubiera cenizas, y le había parecido que ni siquiera la música que tanto amaba podría reemplazar ese fuego. En aquel momento en cambio…


–Yo tampoco quiero que ese fuego se extinga, Pedro… Yo, yo… en cierto modo acepté la oferta de Patricio porque me asustaba el vacío que quedaría en mi vida sin ti.


–Pero estoy aquí, Paula, no me voy a ir a ningún sitio. Me has abierto los ojos y al fin sé las cosas que de verdad cuentan para mí. Tú eres todo lo que quiero, Paula, lo único que cuenta para mí al cien por cien. No dejes que nadie te convenza jamás de lo contrario.


Ella asintió, quedándose sin habla unos momentos. Tal era la dicha que la embargaba.


–En cuanto a tu trato con Patricio Owen…


–Yo…, no estoy segura de querer seguir con ello… –se apresuró a decir ella. No quería que nada estropease aquel instante tan perfecto–. La verdad es que lo que más me gustaría cantar sería canciones de cuna a mis hijos. Angelo y yo habíamos planeado tener una gran familia –explicó. 


Pedro rodeó su cintura con los brazos, atrayéndola hacia sí.


–Tendremos tantos niños como quieras. Y, si me lo permites, adoptaré a Marcos. Quiero hacerlo. Puede que no sea tan buen padre para él como lo hubiera sido Angelo, pero trataré de hacerlo lo mejor posible. Marcos es un chico estupendo. Me hace desear que fuera mío –confesó con una sonrisa enigmática.


El corazón de Paula dio un vuelco.


–¿Quieres…, quieres casarte conmigo?


–Quiero que seas mi esposa y la madre de mis hijos, Paula. Si tú quieres serlo…


Paula no cabía en sí de felicidad.


–Pero eso no significa que tengas que dejar de cantar –prosiguió él con seriedad–. Es verdad que tu voz es un don, y Patricio Owen tiene razón en que debes dejar que otros la escuchen. Estaba equivocado con él. Estoy seguro de que solo quiere lo mejor para ti.


–Yo no quería que mi carrera interfiriera en nuestra relación.


–No tiene por qué interferir, Paula, encontraremos la manera de amoldarnos a ella.


La confianza que Pedro parecía tener en que todo saldría bien volvió a dejarla sin palabras. ¿Podía ser que algo tan maravilloso le estuviera ocurriendo a ella? En un impulso, se puso de puntillas y le echó los brazos al cuello.


–Te quiero, Pedro, te quiero tanto…


Los ojos azules de él brillaron más que nunca.


–Yo también a ti –respondió–. Como dijo Patricio esta noche, hay un lugar en el que incluso los sueños imposibles se convierten en realidad. Nosotros lo buscaremos juntos.


Y, en ese instante, aquel lugar se materializó de repente, al fundirse sus labios en un beso, imprimiendo en él el fuego que había en sus corazones, decididos a mantener viva la llama de su amor en los años venideros.











UNA NOVIA EN UN MILLÓN: CAPITULO 19




Por qué no lo miraba Paula? Pedro le presentó a sus dos hermanos y su abuela la felicitó con entusiasmo. Pedro quería que supiera que no pretendía ocultar lo que sentía, tenía que saberlo, pero ella se negaba a mirarlo. Paula dejó las rosas sobre la mesa. Las manos le temblaban, prueba de la agitación interior que debía sentir en esos momentos. Se dirigió a su abuela:
–¿Podrá disculparme, señora Alfonso?, mi familia está aquí y…

Iba a marcharse… Sus rosas no habían significado nada para ella… Ni siquiera iba a quedárselas… Solo había ido allí por consideración hacia su abuela. Pedro sintió que el temor se apoderaba de él. Estaba a punto de hacer algo desesperado, como agarrarla por el brazo y llevarla a un lugar privado donde lo escuchara, pero su abuela se adelantó:
–¿Tu familia está aquí? Oh, por favor, me encantaría conocerlos. Pedro, ¿quieres ir a pedirles que se unan a nosotros?


–Por supuesto –contestó él agradecido por la intervención de su abuela. Presentar a las dos familias era una idea excelente. Aquello demostraría a Paula la seriedad de sus intenciones.


–Se lo agradezco mucho, pero no estoy segura de que… –balbució Paula.


Pero Pedro no iba a permitir que se le escapase tan fácilmente.


–Preguntémosles –dijo ofreciéndole el brazo. Paula se quedó dudando un instante, pero finalmente lo tomó con una expresión de desafío, como si estuviera pensando que sería interesante ver cómo se comportaría con su familia. Lejos de arredrarse, Pedro la condujo con paso decidido hacia la mesa que ella le indicó. La familia de Paula parecía no saber cómo reaccionar ante aquel honor, y se quedaron ciertamente anonadados cuando él los invitó a tomar una copa con ellos para brindar por el éxito del debut de Paula. 


Para alivio de Pedro, finalmente el señor Chaves, el padre de Paula, aceptó en nombre de todos. Así Paula no tendría excusa para evitar su compañía.


Sin embargo, era consciente de que las barreras emocionales que ella había levantado en torno a su corazón permanecían. Eran barreras silenciosas pero infranqueables, las heridas del orgullo, de la humillación, heridas que necesitaban ser atendidas urgentemente.


Mientras se hacían las correspondientes presentaciones, Pedro se dijo que era el momento de esa charla en privado con Paula. Podía contar con su abuela y sus hermanos para hacer que los Chaves se sintieran cómodos, e incluso estaba Patricio Owen para entretenerlos. 


Su sentido del civismo le decía que tal vez debería esperar un poco, pero sintió que era imposible sentarse allí y poner cara de fiesta en semejante situación. Todavía de pie con Paula agarrada a su brazo anunció:
–Si nos disculpan, les robaré a Paula un momento.


Ella lo miró estupefacta, pero no pudo resistirse, ya que él ya había comenzado a alejarse de la mesa y la llevaba a la terraza del local.


Desde allí podía verse el puerto, con sus luces y sus barcos. 


El aire fresco contribuyó a enfriarle la cabeza. Tenía que utilizar la razón y no dejarse llevar por la pasión si quería convencer a Paula de sus intenciones. Sin embargo, los dictados de su mente se vieron nublados sin remedio cuando la hizo girarse hacia él y la atrajo hacia sí. Ansiaba tanto abrazarla…



–¡Por amor de Dios, Paula, mírame! No sé qué más hacer para probarte que lo que te dijo Marcela era mentira.


Y por fin ella alzó los ojos hacia él. Sus ojos ambarinos parecían más sombríos que nunca, debatiéndose en una angustia que se clavó en el ánimo de Pedro como un puñal.


–¿De verdad importa eso, Pedro?


–¡Sí, claro que importa!


–¿Por qué?, ¿por qué todavía quieres acostarte conmigo? –dijo empujando las manos contra su tórax, tratando de apartarse de él–. Tenías razón en aquello que me dijiste después de besarme por primera vez. Esto no es justo.


–No voy a dejarte marchar, Paula.


–Lo harás…, al final lo harás –le dijo ella con dolorosa certeza–. Lo que Patricio decía era cierto. Esta noche… Tu familia, las rosas… Solo piensas en ganar, no te resignas a perder, ¿verdad?


–¡Owen otra vez! –exclamó él furioso–. ¿Vas a hacer caso de un tipo que solo se preocupa de sí mismo, igual que Marcela?


–Al menos con él sé cuál es mi lugar –dijo ella torciendo la boca con ironía–. Dime, ¿dónde encajaría yo en tu mundo?


–A mi lado.


–¿Qué? ¿Junto al magnate de las plantaciones de la caña de azúcar?, ¿junto a un hombre cuya riqueza iguala la de los fondos del banco más importante?, ¿junto al heredero de los Alfonso?


–¡No!, ¡junto a un hombre que tiene las mismas necesidades que cualquier otro!


–Más necesidades que cualquier otro –corrigió ella–. Tú no eres un hombre común, Pedro. Puede que no te dieras cuenta hace un rato, cuando abordaste a mi familia, pero se sienten verdaderamente impresionados por la gente como tú. ¿Cómo podían rechazar una invitación de los Alfonso? Tu familia representa un poder que ellos jamás han conocido. Los has metido en una situación en la que no sabrán cómo actuar, y cuando vuelva, querrán que les dé una explicación. ¿Puedes acaso tú decirme qué les voy a responder?


–Yo diría que los hechos hablan por sí mismos, Paula: pretendo tener una relación seria con su hija y hermana, ¡contigo!


–¿Con la vulgar hija de un pobre agricultor?


–¡Tú no eres vulgar, Paula!


–¿Con la vulgar viuda de un pescador que tiene la carga de un niño, un niño que no es tuyo?


–Me enorgullecería ser el padre de Marcos, es un chico maravilloso.


–¡Sí, lo es!, ¡pero no es tu hijo! –exclamó ella. Sus ojos destellaban con furia ante el continuo rechazo de sus objeciones–. Lo que tú quieres no implica a Marcos, tú querrás tus propios hijos.


¿Le habría metido Marcela aquellas ideas en la cabeza? ¿O tal vez habría sido Patricio Owen? A ninguno parecía preocuparle lo que destruía, si esa destrucción servía a sus propósitos. Pedro notó de pronto que Paula lo golpeaba con furia en el pecho.


–¡Marcos y yo no somos juguetes que puedas tomar y dejar cuando encuentres otros más atractivos!


–¡Yo jamás haría eso, Paula! –replicó él fuera de sí. Le sujeto las manos, en un intento de contener las violentas emociones que parecían sacudirla–. ¿Por qué no me
escuchas a mí en vez de a la gente que me difama? Marcela solo quería deshacerse de ti, y Owen pretende usarte para tener más éxito. Y tú estás permitiendo que nos separen.


En ese momento, oyeron cerrarse la puerta de la terraza.


–El villano entra en escena –era Patricio Owen. Debía haber escuchado las últimas frases de su conversación.


Paula y Pedro se volvieron sobresaltados. Patricio dirigió a la joven una sonrisa de disculpa mientras avanzaba hacia ellos.


–Discúlpame, Paula, sé que te prometí no interferir, pero se me estaba ocurriendo que Pedro podría ponerme verde, y es un color que no me favorece.


–¿Qué quieres decir, Patricio? –inquirió ella sin comprender.


Patricio encendió un cigarrillo con tal calma, que Pedro se sintió tentado de asestarle un puñetazo en la cara. Al fin, tras soltar el humo, Owen ladeó la cabeza, como pensativo, y le dijo a Paula:
–El hombre con el que Pedro vio a Marcela en los jardines el sábado por la noche era yo.


Paula gimió atónita llevándose la mano a la boca. Patricio se encogió de hombros.


–No te preocupes, Paula, él ya lo sabe. Y probablemente te diría ahora que yo estaba confabulado con Marcela para destruir vuestra relación porque así verías mi oferta como una alternativa.


–¡Oh, Patricio…! –la mirada de Paula estaba cargada de dolor y decepción, pero Patricio se apresuró a sacudir la cabeza.


–Esa parte no es cierta, Paula. Puede que no tenga escrúpulos, pero sé diferenciar muy bien entre una mujer como Marcela y una mujer como tú. Hablaba en serio cuando te dije que te trataría con el mayor respeto si aceptabas mi oferta y, ahora te digo con la misma honestidad que nunca he tenido nada que ver con las maquinaciones de Marcela.


–¿Pero tú sabías que ella iba a hacerlo? –preguntó ella sabiendo la respuesta.


Patricio asintió con la cabeza.


–No tenía forma de detenerla. A Marcela no le importa nadie excepto sí misma.


–Exactamente igual que a ti, Owen –intervino Pedro con aspereza. Patricio sonrió con tristeza.


–Tiene gracia que digas eso, porque hasta la semana pasada yo opinaba lo mismo de mí. Ahora, sin embargo, me he dado cuenta de que me preocupa que alguien pueda hacerle daño a Paula. Tú, o cualquier otra persona. Paula tiene una voz increíble, una voz que el mundo debería escuchar, y eso es algo que puedo hacer por ella. Por favor, no utilices la opinión que tienes de mí para ningunear mi oferta, porque con ello estarás insultando a Paula. Su forma de cantar es la expresión de todo lo que ella es.


Pedro jamás hubiera esperado aquello de Owen, ni mucho menos aquella repentina sinceridad. ¿Sería posible que Paula le hubiera llegado al corazón, o tal vez incluso al alma? Sí, se respondió en silencio, claro que era posible. 


Paula era maravillosa. ¿Qué no podría conseguir? Y, de pronto, su desprecio hacia Patricio Owen se tornó en respeto.


Owen dio otra calada a su cigarrillo y lo arrojó a un cenicero sobre una de las mesas de la terraza. Miró un instante a Paula a los ojos antes de dirigirse a Pedro con una sonrisa burlona.


–Lo cierto es… –le dijo–, que mi oferta es sincera, y sería buena para ella. ¿Puedes decir tú lo mismo de la tuya?


Entonces de veras sentía aprecio por Paula… Pedro aún estaba tratando de digerir aquel hecho increíble cuando Patricio levantó la mano para despedirse de la joven.


–Bueno, sale de escena el hermano mayor –bromeó irónico–. Te llamaré el lunes, ¿de acuerdo?


Paula asintió con la cabeza.


–Gracias, Patricio.


Se quedaron los dos observando cómo regresaba al club. El desafío que Patricio le había lanzado a Pedro parecía haberse quedado flotando en el aire dando lugar a un incómodo silencio. Pedro sabía que no había mayor enemigo en una discusión. Sin embargo, las palabras de Owen le habían otorgado un arma que podía desbaratar las defensas de Paula, abrir su mente y su corazón a la verdad que lo había llevado allí aquella noche: «Su forma de cantar es la expresión de todo lo que ella es».


–Paula, esta noche, en una de las canciones que interpretasteis, decías que el amor lo cambia todo –le dijo haciéndola girarse hacia él–. Tenías que creer en esas palabras para poder cantarlas con la pasión con que lo hiciste –insistió en un ruego desesperado–. ¿Querrías creerlo ahora, Paula, querrías creer que el amor puede cambiarlo todo?