sábado, 19 de diciembre de 2015

UNA NOVIA EN UN MILLÓN: CAPITULO 19




Por qué no lo miraba Paula? Pedro le presentó a sus dos hermanos y su abuela la felicitó con entusiasmo. Pedro quería que supiera que no pretendía ocultar lo que sentía, tenía que saberlo, pero ella se negaba a mirarlo. Paula dejó las rosas sobre la mesa. Las manos le temblaban, prueba de la agitación interior que debía sentir en esos momentos. Se dirigió a su abuela:
–¿Podrá disculparme, señora Alfonso?, mi familia está aquí y…

Iba a marcharse… Sus rosas no habían significado nada para ella… Ni siquiera iba a quedárselas… Solo había ido allí por consideración hacia su abuela. Pedro sintió que el temor se apoderaba de él. Estaba a punto de hacer algo desesperado, como agarrarla por el brazo y llevarla a un lugar privado donde lo escuchara, pero su abuela se adelantó:
–¿Tu familia está aquí? Oh, por favor, me encantaría conocerlos. Pedro, ¿quieres ir a pedirles que se unan a nosotros?


–Por supuesto –contestó él agradecido por la intervención de su abuela. Presentar a las dos familias era una idea excelente. Aquello demostraría a Paula la seriedad de sus intenciones.


–Se lo agradezco mucho, pero no estoy segura de que… –balbució Paula.


Pero Pedro no iba a permitir que se le escapase tan fácilmente.


–Preguntémosles –dijo ofreciéndole el brazo. Paula se quedó dudando un instante, pero finalmente lo tomó con una expresión de desafío, como si estuviera pensando que sería interesante ver cómo se comportaría con su familia. Lejos de arredrarse, Pedro la condujo con paso decidido hacia la mesa que ella le indicó. La familia de Paula parecía no saber cómo reaccionar ante aquel honor, y se quedaron ciertamente anonadados cuando él los invitó a tomar una copa con ellos para brindar por el éxito del debut de Paula. 


Para alivio de Pedro, finalmente el señor Chaves, el padre de Paula, aceptó en nombre de todos. Así Paula no tendría excusa para evitar su compañía.


Sin embargo, era consciente de que las barreras emocionales que ella había levantado en torno a su corazón permanecían. Eran barreras silenciosas pero infranqueables, las heridas del orgullo, de la humillación, heridas que necesitaban ser atendidas urgentemente.


Mientras se hacían las correspondientes presentaciones, Pedro se dijo que era el momento de esa charla en privado con Paula. Podía contar con su abuela y sus hermanos para hacer que los Chaves se sintieran cómodos, e incluso estaba Patricio Owen para entretenerlos. 


Su sentido del civismo le decía que tal vez debería esperar un poco, pero sintió que era imposible sentarse allí y poner cara de fiesta en semejante situación. Todavía de pie con Paula agarrada a su brazo anunció:
–Si nos disculpan, les robaré a Paula un momento.


Ella lo miró estupefacta, pero no pudo resistirse, ya que él ya había comenzado a alejarse de la mesa y la llevaba a la terraza del local.


Desde allí podía verse el puerto, con sus luces y sus barcos. 


El aire fresco contribuyó a enfriarle la cabeza. Tenía que utilizar la razón y no dejarse llevar por la pasión si quería convencer a Paula de sus intenciones. Sin embargo, los dictados de su mente se vieron nublados sin remedio cuando la hizo girarse hacia él y la atrajo hacia sí. Ansiaba tanto abrazarla…



–¡Por amor de Dios, Paula, mírame! No sé qué más hacer para probarte que lo que te dijo Marcela era mentira.


Y por fin ella alzó los ojos hacia él. Sus ojos ambarinos parecían más sombríos que nunca, debatiéndose en una angustia que se clavó en el ánimo de Pedro como un puñal.


–¿De verdad importa eso, Pedro?


–¡Sí, claro que importa!


–¿Por qué?, ¿por qué todavía quieres acostarte conmigo? –dijo empujando las manos contra su tórax, tratando de apartarse de él–. Tenías razón en aquello que me dijiste después de besarme por primera vez. Esto no es justo.


–No voy a dejarte marchar, Paula.


–Lo harás…, al final lo harás –le dijo ella con dolorosa certeza–. Lo que Patricio decía era cierto. Esta noche… Tu familia, las rosas… Solo piensas en ganar, no te resignas a perder, ¿verdad?


–¡Owen otra vez! –exclamó él furioso–. ¿Vas a hacer caso de un tipo que solo se preocupa de sí mismo, igual que Marcela?


–Al menos con él sé cuál es mi lugar –dijo ella torciendo la boca con ironía–. Dime, ¿dónde encajaría yo en tu mundo?


–A mi lado.


–¿Qué? ¿Junto al magnate de las plantaciones de la caña de azúcar?, ¿junto a un hombre cuya riqueza iguala la de los fondos del banco más importante?, ¿junto al heredero de los Alfonso?


–¡No!, ¡junto a un hombre que tiene las mismas necesidades que cualquier otro!


–Más necesidades que cualquier otro –corrigió ella–. Tú no eres un hombre común, Pedro. Puede que no te dieras cuenta hace un rato, cuando abordaste a mi familia, pero se sienten verdaderamente impresionados por la gente como tú. ¿Cómo podían rechazar una invitación de los Alfonso? Tu familia representa un poder que ellos jamás han conocido. Los has metido en una situación en la que no sabrán cómo actuar, y cuando vuelva, querrán que les dé una explicación. ¿Puedes acaso tú decirme qué les voy a responder?


–Yo diría que los hechos hablan por sí mismos, Paula: pretendo tener una relación seria con su hija y hermana, ¡contigo!


–¿Con la vulgar hija de un pobre agricultor?


–¡Tú no eres vulgar, Paula!


–¿Con la vulgar viuda de un pescador que tiene la carga de un niño, un niño que no es tuyo?


–Me enorgullecería ser el padre de Marcos, es un chico maravilloso.


–¡Sí, lo es!, ¡pero no es tu hijo! –exclamó ella. Sus ojos destellaban con furia ante el continuo rechazo de sus objeciones–. Lo que tú quieres no implica a Marcos, tú querrás tus propios hijos.


¿Le habría metido Marcela aquellas ideas en la cabeza? ¿O tal vez habría sido Patricio Owen? A ninguno parecía preocuparle lo que destruía, si esa destrucción servía a sus propósitos. Pedro notó de pronto que Paula lo golpeaba con furia en el pecho.


–¡Marcos y yo no somos juguetes que puedas tomar y dejar cuando encuentres otros más atractivos!


–¡Yo jamás haría eso, Paula! –replicó él fuera de sí. Le sujeto las manos, en un intento de contener las violentas emociones que parecían sacudirla–. ¿Por qué no me
escuchas a mí en vez de a la gente que me difama? Marcela solo quería deshacerse de ti, y Owen pretende usarte para tener más éxito. Y tú estás permitiendo que nos separen.


En ese momento, oyeron cerrarse la puerta de la terraza.


–El villano entra en escena –era Patricio Owen. Debía haber escuchado las últimas frases de su conversación.


Paula y Pedro se volvieron sobresaltados. Patricio dirigió a la joven una sonrisa de disculpa mientras avanzaba hacia ellos.


–Discúlpame, Paula, sé que te prometí no interferir, pero se me estaba ocurriendo que Pedro podría ponerme verde, y es un color que no me favorece.


–¿Qué quieres decir, Patricio? –inquirió ella sin comprender.


Patricio encendió un cigarrillo con tal calma, que Pedro se sintió tentado de asestarle un puñetazo en la cara. Al fin, tras soltar el humo, Owen ladeó la cabeza, como pensativo, y le dijo a Paula:
–El hombre con el que Pedro vio a Marcela en los jardines el sábado por la noche era yo.


Paula gimió atónita llevándose la mano a la boca. Patricio se encogió de hombros.


–No te preocupes, Paula, él ya lo sabe. Y probablemente te diría ahora que yo estaba confabulado con Marcela para destruir vuestra relación porque así verías mi oferta como una alternativa.


–¡Oh, Patricio…! –la mirada de Paula estaba cargada de dolor y decepción, pero Patricio se apresuró a sacudir la cabeza.


–Esa parte no es cierta, Paula. Puede que no tenga escrúpulos, pero sé diferenciar muy bien entre una mujer como Marcela y una mujer como tú. Hablaba en serio cuando te dije que te trataría con el mayor respeto si aceptabas mi oferta y, ahora te digo con la misma honestidad que nunca he tenido nada que ver con las maquinaciones de Marcela.


–¿Pero tú sabías que ella iba a hacerlo? –preguntó ella sabiendo la respuesta.


Patricio asintió con la cabeza.


–No tenía forma de detenerla. A Marcela no le importa nadie excepto sí misma.


–Exactamente igual que a ti, Owen –intervino Pedro con aspereza. Patricio sonrió con tristeza.


–Tiene gracia que digas eso, porque hasta la semana pasada yo opinaba lo mismo de mí. Ahora, sin embargo, me he dado cuenta de que me preocupa que alguien pueda hacerle daño a Paula. Tú, o cualquier otra persona. Paula tiene una voz increíble, una voz que el mundo debería escuchar, y eso es algo que puedo hacer por ella. Por favor, no utilices la opinión que tienes de mí para ningunear mi oferta, porque con ello estarás insultando a Paula. Su forma de cantar es la expresión de todo lo que ella es.


Pedro jamás hubiera esperado aquello de Owen, ni mucho menos aquella repentina sinceridad. ¿Sería posible que Paula le hubiera llegado al corazón, o tal vez incluso al alma? Sí, se respondió en silencio, claro que era posible. 


Paula era maravillosa. ¿Qué no podría conseguir? Y, de pronto, su desprecio hacia Patricio Owen se tornó en respeto.


Owen dio otra calada a su cigarrillo y lo arrojó a un cenicero sobre una de las mesas de la terraza. Miró un instante a Paula a los ojos antes de dirigirse a Pedro con una sonrisa burlona.


–Lo cierto es… –le dijo–, que mi oferta es sincera, y sería buena para ella. ¿Puedes decir tú lo mismo de la tuya?


Entonces de veras sentía aprecio por Paula… Pedro aún estaba tratando de digerir aquel hecho increíble cuando Patricio levantó la mano para despedirse de la joven.


–Bueno, sale de escena el hermano mayor –bromeó irónico–. Te llamaré el lunes, ¿de acuerdo?


Paula asintió con la cabeza.


–Gracias, Patricio.


Se quedaron los dos observando cómo regresaba al club. El desafío que Patricio le había lanzado a Pedro parecía haberse quedado flotando en el aire dando lugar a un incómodo silencio. Pedro sabía que no había mayor enemigo en una discusión. Sin embargo, las palabras de Owen le habían otorgado un arma que podía desbaratar las defensas de Paula, abrir su mente y su corazón a la verdad que lo había llevado allí aquella noche: «Su forma de cantar es la expresión de todo lo que ella es».


–Paula, esta noche, en una de las canciones que interpretasteis, decías que el amor lo cambia todo –le dijo haciéndola girarse hacia él–. Tenías que creer en esas palabras para poder cantarlas con la pasión con que lo hiciste –insistió en un ruego desesperado–. ¿Querrías creerlo ahora, Paula, querrías creer que el amor puede cambiarlo todo?










viernes, 18 de diciembre de 2015

UNA NOVIA EN UN MILLÓN: CAPITULO 18




Para la satisfacción de Patricio Owen, el club nocturno de Coral Reef estaba a rebosar. Los viernes por la noche siempre solía haber bastante público, pero aunque habían anunciado aquella actuación especial en la radio local por la mañana y el dueño del local había puesto un llamativo cartel en la puerta para atraer la atención de los viandantes, la respuesta había sido mucho mejor de lo que había esperado. Seguramente el repertorio de canciones, extraídas de los musicales más exitosos, además del relieve que había dado al debut de Paula, había despertado el interés de la gente.


Esperaba que Paula no estuviera teniendo un ataque de nervios en su camerino. Habían estado ensayando toda la tarde, y había estado increíble. Si lo hacía igual de bien, dejaría a todos clavados en sus asientos con la fuerza de su voz. Además, iba a ponerse el mismo vestido que había lucido en la fiesta de la boda. Parecería toda una estrella de la canción.


La única duda que rondaba la mente de Patricio era si debía o no decirle que entre el público se encontraba la familia Alfonso al completo: Isabella y sus tres nietos. Pedro tenía una expresión decididamente malhumorada. Patricio se preguntó si el verlo allí haría que Paula se derrumbara o por el contrario le daría fuerzas.


Con suerte, cuando hubiera salido al escenario, iluminada por la luz de los focos, no lo vería. Tenía que lograr que se concentrara en las canciones. Aunque, por otra parte, si supiera que él estaba allí, tal vez se vería empujada a demostrarle que tenía mayores aspiraciones que estar a su sombra, y aquello podría hacer que su actuación fuera aún mejor. ¿Qué debía hacer?



****

Pedro Alfonso volvió a mirar su reloj de pulsera. El tiempo parecía estar pasando más lentamente que nunca. El debut de Paula estaba previsto para las nueve de la noche, pero todavía faltaban seis minutos. Patricio Owen estaba tocando unas piezas al piano para ir animando a la audiencia, pero Pedro no tenía el humor como para apreciar su talento como pianista en aquel momento. Solo podía pensar en Paula. Quería demostrarle que estaba allí por ella.


Por eso había llevado allí a toda su familia, para hacerlo público, para que supieran quién era la persona que ocupaba su corazón. Por lo que a él concernía, Marcela Banks había dejado de existir, y así se lo había dicho con la mayor claridad posible la noche anterior. Después de la conversación telefónica con Paula, había ido a su apartamento y la había amenazado con acciones legales si volvía a usar la sortija para difundir más mentiras. En aquel instante, mientras esperaba la aparición de Paula en escena, sintió que sus músculos se tensaban aún más al recordar aquello.


Tenía que conseguir demostrar a Paula que para él no era una diversión pasajera. Le presentaría a sus hermanos y le daría a entender que su abuela sabía de su relación y la aprobaba. Hacerlo allí ante toda aquella gente tenía por fuerza que desbaratar las mentiras escupidas por la lengua venenosa de Marcela.



****


Isabella Valeri Alfonso estaba sentada cómodamente, escuchando la virtuosa interpretación al piano de Patricio Owen. Verdaderamente era un pianista magnífico, pero estaba ansiosa por escucharlo cantar con Paula Chaves de nuevo. Claro que el momento estelar de la noche vendría después…


La tensión de Pedro era palpable, al igual que la curiosidad de sus otros dos nietos. Y desde luego, el ramo de rosas rojas que había llevado consigo, les había hecho enarcar las cejas estupefactos. Y es que, aunque tanto Antonio como Mateo habían escuchado cantar a Paula la semana anterior, ninguno de los dos sabía que hubiera ninguna clase de afecto entre la cantante y su hermano mayor. La noticia de su ruptura con Marcela Banks los había pillado totalmente por sorpresa, ¡y qué decir de la actitud de Pedro aquella noche! Parecía que les resultaba cuando menos extraño que los hubiera hecho asistir a ambos y a ella para impresionar a una mujer a la que ni siquiera habían sido presentados. Iba a ser una noche interesante para los tres, se dijo Isabella con una sonrisa divertida en los labios.


Nada le había dado mayor satisfacción en su vida que el saber que Pedro había expulsado para siempre de su vida a aquella falsa de Marcela Banks.


Isabella ya no podía hacer nada más. Tenía que cruzar los dedos y esperar que todo saliera bien.


¿Y si Paula decidía que quería seguir con su carrera como cantante? ¿Seguiría siendo entonces una esposa apropiada para el heredero de los Alfonso? La descendencia seguía siendo una gran preocupación para Isabella, pero no un quebradero de cabeza como había sido la primera elección de su nieto. Aquella noche la anciana mujer sentía que la atracción de Pedro por Paula era una bendición.



***


Paula estaba entre bambalinas, esperando la señal de Patricio para hacer su entrada mientras hacía ejercicios de respiración para controlar los nervios que la estaban devorando. Sus padres debían de estar ahí fuera, entre el público, y también su hermano mayor y su cuñada. Toda la familia estaba muy emocionada por ella y estaba decidida a cantar mejor que nunca. Quería que se sintieran orgullosos de ella. No podía permitirse ningún fallo, ni olvidarse de la letra. Iba a hacerlo lo mejor posible.


Entusiastas aplausos siguieron a los últimos acordes de Patricio al piano, y este se puso de pie, hizo una teatral reverencia y fue hasta el borde del escenario con el micrófono. Tras anunciar a Paula con tal bombo y platillo que todo el mundo parecía verdaderamente expectante, se volvió hacia las bambalinas en medio de los aplausos y extendió la mano hacia ella con una sonrisa animosa para que fuera a su lado.


A Paula le parecía que fuera a salírsele el corazón del pecho, pero logró llegar junto a él sin dar un mal paso. Patricio le apretó la mano mientras esperaban a que los aplausos se extinguieran.


–Isabella Alfonso está aquí con sus tres nietos –le susurró Patricio al oído. Paula se estremeció por dentro. ¿Pedro… con su familia?–. No puedes quejarte del apoyo que te dan, ¿eh? Vamos, Paula, ¡suerte!


Tan atónita estaba la joven, que apenas escuchó una palabra. Jamás hubiera esperado que fuera a hacer algo así. 


Estaba allí, en público, en su debut, con toda su familia… 


¿Qué podía significar? No, no podía ser que él… 


Probablemente Isabella Alfonso había tenido la amabilidad de ir a apoyarla y había obligado a ir a sus nietos con ella. Y aun así…


–Damas y caballeros –dijo Patricio prosiguiendo con el espectáculo–, como saben, uno de los más grandes musicales de los últimos tiempos es West side story. ¿Qué mejor canción para comenzar esta noche que el dúo de los protagonistas, Tony y María? Para todos ustedes… ¡Tonight!


No había tiempo para resolver el caos en que se hallaba sumido su corazón. Tenía que sobreponerse. Patricio le había entregado el micrófono y había vuelto a sentarse frente al piano. Había llegado el momento de la verdad, el momento que separaba a los aficionados de los profesionales. ¡El espectáculo debía continuar! «Olvídate de Pedro y de los Alfonso, Paula», se dijo con severidad.


 «Tu familia está aquí y no vas a defraudarlos».


Estaba sobre un escenario, debía meterse en el papel de la cantante, dejar a un lado a la Paula dolida y apenada. ¿Por qué no imaginarse que ella era en realidad María y que Pedro era Tony, que acababan de conocerse, y que todo era maravilloso?


Cuando Patricio tocó las notas introductorias, Paula sintió que era más fácil de lo que había imaginado, porque solo tenía que recordar cómo se había sentido antes de que aquel sueño hecho realidad se truncara. Paula desplegó toda la potencia de su voz, llenándola con aquellos sentimientos, planeando por aquella felicidad perfecta que había atesorado en su corazón…, y funcionó. Se sentía mejor, liberada, y el público parecía encandilado por las notas que salían de su garganta.


A continuación, cantaron All I ask of you del musical El fantasma de la ópera y después dos de las canciones más conmovedoras de Les miserables: On my own y A little fall of rain. El silencio en la sala mientras las interpretaban era absoluto.


Tal vez fuera porque él estaba allí escuchándola, o por la necesidad de probarse a sí misma que la fe de Patricio en su talento estaba justificada, lo cierto era que la propia Paula pensó que nunca había cantado con tanta fuerza como lo estaba haciendo aquella noche. La última canción del programa, el solo de Gina Love changes everything del musical Aspects of love resultó tan exitoso que, al finalizar, muchos de los presentes se levantaron y la vitorearon con repetidos «¡Bravo!».


Patricio dirigió a la joven una enorme sonrisa y le hizo una señal con los pulgares hacia arriba mientras esperaban a que los estruendosos aplausos se acallaran. Estaba exultante por la increíble acogida que habían obtenido.


–Gracias, muchísimas gracias, damas y caballeros –dijo–. La pieza que completa nuestro programa de esta noche es otra canción del musical West side story, una canción que trata de todo aquello que la mayoría de nosotros ansiamos encontrar en la vida. Se titula En algún lugar, ese lugar mítico en el que incluso los sueños imposibles se convierten en realidad. Me gustaría que se nos unieran a Paula Chaves y a mí en este maravilloso viaje a… ese lugar.


Fue sorprendente lo rápidamente que el público se calló para escucharlos. Patricio comenzó a cantar sin acompañamiento musical, en un tono tan suave y con tal emoción, que Paula se notó un nudo en la garganta y tuvo que tragar saliva antes de unirse a él, haciendo eco con su voz del anhelo en la voz de él. Y entonces entró el piano, añadiendo el fondo perfecto, con notas que le cosquilleaban a uno a lo largo de toda la espalda. Y juntos, en una armonía perfecta, llevaron la canción a su clímax, conmoviendo el alma de cuantos escuchaban.


Todavía se mantuvo el silencio unos instantes cuando terminaron, como si el público en el club nocturno hubiera quedado atrapado en la magia de la canción y no quisieran volver al mundo real. Pero la canción había terminado, y también el espectáculo.


Se escucharon primero los aplausos de una única persona, la primera en despertar del trance, y se vieron ahogados al momento por el rugido ensordecedor de más aplausos y silbidos. Patricio se levantó del piano y se unió a Paula en el centro del escenario. Para la joven fue como sentirse bañada por olas de placer. La gente pedía otra canción, pero Patricio le dijo al oído que no iban a hacerlo:
–Es mejor dejarlos con la miel en los labios. Así volverán –le aseguró–. Tú limítate a sonreír.


–¿Es siempre así, Patricio? –le preguntó ella entusiasmada.


–No, es que tú has estado increíble. Y me da la impresión de que Pedro Alfonso opina lo mismo por el regalo que te trae… Acéptalo, Paula, te lo mereces.


¿Pedro Alfonso? ¿Un regalo? Paula había estado escudriñando el resto de la sala con la mirada buscando a su familia y evitando la mesa de los Alfonso. No quería que pareciera que esperaba recibir su aprobación. Por eso mismo, las palabras de Patricio la sobresaltaron y la hicieron temblar por dentro. Antes de que tuviera siquiera tiempo para pensar qué cara poner, sus ojos se fijaron en Pedro Alfonso, que se acercaba a ella en aquel momento. ¿Qué quería decir todo aquello?


Llevaba puesto un esmoquin negro; estaba tan guapo y elegante como siempre. Al igual que aquella noche en la fiesta, la gente se hizo a un lado para dejarlo pasar hasta el escenario. A la pobre Paula las piernas le temblaban y sentía como si una mano invisible le estuviera estrujando el corazón y cien mil mariposas revolotearan dentro de su estómago.


Demasiado asustada como para permitirse pensar que las cosas pudieran cambiar de repente entre ellos, Paula no se atrevió siquiera a mirarlo a los ojos. Su mirada fue a recaer sobre el ramo de flores que llevaba en los brazos. Aquel regalo era la clase de tributo que se solía ofrecer a los cantantes al final de un espectáculo, pero, de algún modo, a ella le daba la sensación de que era algo más. ¿Pretendería tal vez aprovechar aquella oportunidad para pedirle perdón?


Al acercarse más al escenario, Paula pudo ver que eran rosas, ¡montones de rosas rojas! Tal vez simplemente había pensado que las rosas rojas serían la elección más oportuna ya que las canciones que ella y Patricio habían interpretado eran canciones de amor. ¿O quizá representaran en efecto una declaración de sus sentimientos hacia ella? Sintió que se mareaba.


No quería dejarse confundir por descabelladas esperanzas. 


Lo imposible casi nunca se convertía en realidad. Lo mejor sería aceptar el presente con una sonrisa educada y nada más. Una sonrisa, una inclinación de cabeza y un «gracias». 


Sobre el escenario no era Paula, la chica de Cairns, era la estrella del espectáculo, y allí no contaba para nada lo que había sentido por él. No iba a mirarlo, porque sus ojos podrían traicionarla, porque él podría leer en ellos que aún lo quería.


–Para ti, Paula –le dijo Pedro con voz ronca, tendiéndole las rosas.


Paula sonrió y le hizo una ligera inclinación de cabeza.


–Son preciosas, gracias –murmuró con la vista fija en los perfectos capullos, docenas de ellos…


–¿Puedo invitaros a nuestra mesa? –les dijo a ella y a Patricio–. A mi abuela le gustaría daros la enhorabuena personalmente por vuestra maravillosa actuación.


–Lo que sea por Isabella –asintió Patricio–. Siempre he admirado su juicio y le estaré eternamente agradecido por haber descubierto a Paula. Disculpadme un momento, voy a despedirme del público –les dijo retomando el micrófono–. Damas y caballeros, gracias por hacernos acompañado esta noche. Esperamos verlos aquí de nuevo el próximo viernes… para los bises –bromeó.


La gente se rio y volvió a aplaudir. Patricio enlazó el brazo de Paula con el suyo y le rogó a Pedro que los condujera hasta su mesa.


–¿Necesita mi hermanita pequeña protección del lobo feroz? –murmuró al oído de Paula.


Ella lo miró sorprendida, y los labios de Patricio se curvaron en una sonrisa irónica.


–Los dos sabemos que Pedro Alfonso no ha venido para elogiarte, querida mía.


–¿Y entonces para qué…?


–Para ganar tu corazón –respondió Patricio enarcando una ceja como si fuera obvio–. ¿Te vas a dejar ganar?


–No lo sé, depende…


–«¿Debería hacerme un lado y dejarle tener su oportunidad con ella?» –canturreó remedando una canción de My fair lady–. ¿Es eso lo que quieres?


–Sí –asintió Paula sonriendo ligeramente–, supongo que sí.


–Como quieras –concedió él poniéndose serio–. Pero hazme un favor, recuerda que tú vales mucho, Paula Chaves, no te vendas por menos de lo que vales –le dijo. Paula casi se rio al oír la advertencia de Pedro de labios de Patricio.


La joven alzó la vista hacia Pedro, delante de ellos. ¿Qué buscaba con todo aquello? ¿Querría efectivamente algo más que otra noche con ella? Su corazón ansiaba que así fuera, y así parecían confirmarlo las rosas. «Por favor, Dios mío, haz que sea así…».









UNA NOVIA EN UN MILLÓN: CAPITULO 17





Cuando Paula llegó a casa tras su cita de negocios con Patricio, su hermano Dany y Marcos estaban tomándose la lasaña que había quedado de la cena y charlando animadamente. Al verlos, la joven se dijo que no necesitaba a Pedro Alfonso. A falta de la figura masculina de un padre, Marcos tenía a sus tíos y también a su abuelo.


–¿Qué tal os ha parecido eso del rafting? –les preguntó forzando una sonrisa de interés.


–¡Ha sido genial, mamá! –exclamó el pequeño Marcos.


–Ya lo creo –asintió Dany–, y parece que a los turistas les encanta, así que estoy pensando en ampliar mis actividades.


–¿Y no es peligroso?


–No si se hace con las medidas de seguridad adecuadas y un monitor experimentado –explicó Dany–. Oye –le dijo señalando los restos de lasaña de su plato–, es mejor que la de mamá.


–No, es que la receta es distinta.


Dany sonrió con malicia. A pesar de sus veinticuatro años, el hermano de Paula tenía una apariencia casi adolescente por su cabello castaño aclarado por el sol, las ropas informales que vestía y la piel morena.


–¿La preparaste para Pedro Alfonso? –preguntó con un brillo travieso en los ojos.


Paula se estremeció por dentro ante la mención de su nombre. Ya no tenía nada que ver con aquel hombre, no quería volver a saber nada más de él.


–Vamos, Paula, cuéntamelo –insistió Dany–, Marcos me ha dicho que estuvo aquí anoche y que le leyó un cuento antes de dormirse.


–Es cierto que vino –respondió ella con sequedad. No podía negarlo con Marcos delante–, pero solo porque me había dejado algo en Alfonso’s Castle –añadió a modo de explicación–. Lo del cuento… Bueno, ya sabes que Marcos convence a todo el que puede para que le lea una historia. Y Pedro tuvo la amabilidad de complacerlo.


–Oooh, ¿ahora lo llamas «Pedro»? –preguntó Dany para picarla.


–Para ya con la broma, Dany –replicó Paula poniendo mala cara–, está comprometido con Marcela Banks.


–Pero todavía no están casados, ¿no? “Del dicho al hecho va un gran trecho”…


–Por lo que a mí concierne es como si lo estuvieran. ¿Podemos cambiar de tema?


–De acuerdo… Bueno, ¿cómo te ha ido con Patricio Owen?


–Tengo una actuación conjunta con él en el local Coral Reef mañana por la noche.


Dany silbó impresionado.


–Caray, ¡si que progresas rápidamente! Y además en Coral Reef… Es un sitio muy exclusivo, ¿no?


–Sí, no te lo puedes ni imaginar. Tengo que preparar un montón de cosas esta noche.


–Pues entonces os dejo –contestó Dany poniéndose en pie–. Cuida de tu madre, pequeño –se despidió de Marcos revolviéndole el cabello rizado–. Van a caerse de espaldas cuando te oigan, hermanita, ya lo verás –animó a Paula besándola en la mejilla–. No podré ir a verte porque no puedo abandonar mis carreras de sapos, pero estaré acordándome de ti, te lo prometo.


–Gracias, Dany, y también por haberte llevado a Marcos contigo hoy.


–Ni lo menciones, Marcos y yo lo pasamos de miedo juntos.


Cuando se hubo marchado su hermano, Paula se sentía ya mucho mejor y había logrado apartar un poco a Pedro Alfonso de su mente. Necesitaba cerrar la puerta a los sentimientos traicioneros que la consumían y fingir que todo aquel vergonzante asunto jamás había ocurrido.


Durante las dos horas siguientes, Paula se mantuvo ocupada preparando su ropa para el día siguiente, bañó al pequeño y lo acostó. Después llamó a su madre y a su tía, quienes llevaban toda la tarde en vilo esperando saber qué había ocurrido con la oferta de Patricio Owen.


Dado que Marcos iba a pasar el sábado en casa de sus abuelos, su tía insistió en que pasase la noche con ella el viernes. Aunque agradecida por el apoyo que le prestaban, Paula no pudo evitar sentirse algo culpable por tener a su hijito de un lado a otro por dedicarse a su carrera. Sin embargo, lo cierto era que tenía mucha suerte, porque sabía que estaba en buenas manos, en las manos de la gente que lo quería, y que ella siempre estaría ahí para él.


Estando la joven absorta en esos pensamientos, de pronto oyó sonar el teléfono. Sin duda sería su madre, que tendría algún otro consejo que darle para la actuación. Paula volvió a prepararse para mostrarse excitada por la «maravillosa oportunidad de hacer algo que no tenía nada que ver con las bodas y los concursos regionales».


–¿Mamá, qué se te ha quedado por decirme? –dijo levantando el auricular.


–Paula…


El corazón le dio un vuelco al oír aquella voz, ¡la voz de Pedro Alfonso! Paula cerró los ojos, tratando de expulsar de su mente un millar de evocadoras imágenes de él.


–He estado pensando todo el día en ti –continuó Pedro.


«También yo», respondió su mente con ironía, «pero no con placer». La creciente ira de la joven ante tal desfachatez la sacó de su estupor e hizo que el corazón volviera a latirle con una fuerza inusitada.


–¿Por qué tenemos que esperar hasta el sábado? –le susurró Pedro–. Estaba preguntándome si estarías libre mañana por la noche…


¡Así que aún quería divertirse un poco más con ella antes de volver a los brazos de Marcela! Paula apretó los dientes furiosa.


–No, no estoy libre, Pedro –le espetó–, tengo un compromiso… Una actuación con Patricio Owen –añadió con toda la idea. ¡Que se enterara de que podía arreglárselas muy bien sin él!


Él se quedó callado un instante y suspiró.


–Entonces te pareció bien el trato que te ofreció.


–Pues… Deja que te lo explique. Lo cierto es que con él sé qué terreno estoy pisando, al contrario que contigo.


Al escuchar aquellas duras palabras él volvió a quedarse callado un buen rato.


–Paula…, ¿de qué estás hablando? –respondió visiblemente confuso.


–Esta mañana tuve una visita de tu prometida en la floristería –le informó ella con marcado énfasis.


–¿De mi…? Paula, ya te dije que rompí mi compromiso con Marcela –replicó Pedro.


–Llevaba tu anillo.


Pedro juró entre dientes.


–Solo porque le dejé quedárselo. Me pareció que sería… no sé, poco caballeroso, exigir que me lo devolviera.


–«¿Poco caballeroso?» –repitió Paula con una risa amarga. ¿A quién quería engañar con una excusa tan patética?–, ¿tan caballeroso como hablar con Marcela de tu deseo hacia mí?, ¿como aprovecharte de mí hasta que te hayas hartado, con el consentimiento de ella? ¿Qué soy para ti, Pedro?, ¿un pasatiempo, una forma de romper la monotonía?


–¿Marcela te ha dicho eso? –exclamó él. Su voz sonaba agitada. Agitación sin duda debía sentir, se dijo Paula, al verse desenmascarado de aquel modo.


–¡Sí! –contestó ella furiosa–, y también me explicó cómo ella también se había divertido con otro hombre el sábado por la noche, y cómo esos «deslices» no significan nada porque lo vuestro es muy sólido. Un poco de infidelidad por su parte, y un poco por la tuya… Creo que os va muy bien, ¿no es así? –le dijo con ironía.


–¡Esa… zorra! –exclamó él escupiendo la palabra. Su ira era palpable. Sus intenciones habían quedado al descubierto, pensó Paula. Le estaba bien empleado.


–Oh, no –replicó ella con mucha calma–, lo cierto es que le estoy muy agradecida por abrirme los ojos, por advertirme antes de que me hiciera ilusiones ridículas, ya que al final habría acabado siendo el hazmerreír de todos. ¡Qué lástima que tú no fueras tan honesto como ella!


–¿Honestidad, dices? ¡Marcela ni siquiera sabe lo que es eso!


–Tendréis un matrimonio maravilloso, saltando de cama en cama cuando os apetezca…


–¿Crees que es eso lo que yo quiero?


–No lo sé, parece que no sé nada de la vida que en realidad llevas. Y, por si estuvieras pensando en recriminarme que lo ocurrido ha sido culpa de los dos, déjame decirte que ya no siento nada por ti y que no quiero volver a verte nunca, ni mañana por la noche, ni ninguna otra noche.


–Paula, lo que Marcela te ha dicho es mentira, ella solo quiere manipularte…


–¿Manipularme? –se rio Paula incrédula–, ¿y con qué propósito?


–¡Solo Dios lo sabe! –exclamó él fuera de sí–, posiblemente solo para fastidiarme porque te preferí a ti.


–Oh, sí, para divertirte en la cama…


–¡No!, ¡porque te preferí a ti en todos los sentidos! –le aseguró Pedro apasionadamente.


–Y no puedes esperar para volver a acostarte conmigo, ¿verdad? ¿No era ese el motivo por el que me llamabas? –lo acusó ella con acritud.


Él volvió a quedarse callado un instante, como dudando. 


¿Por fin tal vez le estaría remordiendo la conciencia?, se preguntó Paula airada.


–Y seguramente seguirías llamándome mientras aún me desearas, ¿no es así? –se burló.


–¡No! Paula, por favor, escúchame, Marcela puede resultar muy convincente cuando está defendiendo sus intereses, pero te ha mentido. Durante mucho tiempo a mí mismo me tuvo engañado. Representaba un papel ante mí todo el tiempo y solo de vez en cuando se mostraba tal y como era. 
Pero ni siquiera en esas ocasiones quise verlo… Lo pasaba todo por alto porque su aura de sofisticación me tenía embrujado. Pero eso se acabó, Paula. Si piensa que arrancándote de mi lado voy a volver con ella está muy equivocada. La sortija solo le ayudó a dar a sus mentiras la apariencia de una falsa verdad.


Pero Paula no quería escuchar sus explicaciones


–Ojalá no nos hubiéramos conocido. Nunca me había sentido tan… tan utilizada.


–Por favor, Paula, no digas eso… Yo no…


–Lo cierto es que me deslumbraste. Paula la pobre, la viuda de los suburbios de Cairns… Caí rendida ante tus encantos. Pero Marcela tenía razón, ¿porqué iba a sentirse el heredero de los Alfonso atraído por una mujer como yo? He sido una ingenua…


–No, Paula, eso no es cierto… Yo encontré en ti a una mujer con corazón, algo de lo que Marcela siempre ha carecido.


–Pues si no estás contento con ella, búscate a otra persona que cumpla todos tus requisitos y déjame en paz. Adiós, Pedro.


–¡Espera, Paula!


La joven ya había apartado el auricular y estaba bajando la mano para colgar, pero aquel desesperado imperativo la hizo dudar un instante. ¿Hasta ese punto la tenía dominada?, ¿hasta el punto de que su sola voz iba a hacerle arrojar por la borda toda su sensatez? Paula cerró los ojos y, haciendo acopio de valor y amor propio, colgó el teléfono. Se había acabado, se había acabado…


Aún temblando, fue a su habitación y extrajo de un cajón una caja de somníferos. Necesitaba estar descansada para el día siguiente.


Sin embargo, estuvo dando vueltas en la cama un buen rato, recordando cada palabra de la conversación. Era imposible sacársela de la cabeza. No podía negar que se había sentido atraída por él, ni que la culpa en parte era suya, por haberlo dejado entrar en su vida, por haberlo invitado a su casa. Se había obcecado con retenerlo a su lado, se había dejado llevar por la absurda fantasía que Marcela había aplastado.


¿Habría mentido Marcela? Ciertamente parecía la clase de persona que haría cualquier cosa por conseguir sus propósitos, pero… Aunque así fuera, aunque le hubiese contado una sarta de mentiras, por primera vez pensó Paula que lo más probable era que Pedro sí se hubiera vuelto hacia ella despechado por las infidelidades de Marcela.


Y aun cuando él estuviera diciendo la verdad, si se había sentido atraído por el contraste entre las dos,Paula era muy consciente de que no bastaba con un buen corazón para que una relación prosperara. Él pertenecía a una clase social distinta y, por amable que él hubiera sido con Marcos, no era su hijo. Isabella Alfonso no permitiría que lo adoptara, que le diera su apellido.


¿Por qué seguía hilando aquellos sueños disparatados? 


Tenía que ocupar su mente con otras cosas… ¡Las canciones de la actuación! Eran todas canciones sobre el amor, los recuerdos, las esperanzas, el dolor, la pérdida… 


No le sería difícil interpretarlas, se dijo con ironía. ¿Vendía tal vez una cantante su alma al cantar? No, la música era solo una forma de expresión, nada más.