viernes, 18 de diciembre de 2015

UNA NOVIA EN UN MILLÓN: CAPITULO 17





Cuando Paula llegó a casa tras su cita de negocios con Patricio, su hermano Dany y Marcos estaban tomándose la lasaña que había quedado de la cena y charlando animadamente. Al verlos, la joven se dijo que no necesitaba a Pedro Alfonso. A falta de la figura masculina de un padre, Marcos tenía a sus tíos y también a su abuelo.


–¿Qué tal os ha parecido eso del rafting? –les preguntó forzando una sonrisa de interés.


–¡Ha sido genial, mamá! –exclamó el pequeño Marcos.


–Ya lo creo –asintió Dany–, y parece que a los turistas les encanta, así que estoy pensando en ampliar mis actividades.


–¿Y no es peligroso?


–No si se hace con las medidas de seguridad adecuadas y un monitor experimentado –explicó Dany–. Oye –le dijo señalando los restos de lasaña de su plato–, es mejor que la de mamá.


–No, es que la receta es distinta.


Dany sonrió con malicia. A pesar de sus veinticuatro años, el hermano de Paula tenía una apariencia casi adolescente por su cabello castaño aclarado por el sol, las ropas informales que vestía y la piel morena.


–¿La preparaste para Pedro Alfonso? –preguntó con un brillo travieso en los ojos.


Paula se estremeció por dentro ante la mención de su nombre. Ya no tenía nada que ver con aquel hombre, no quería volver a saber nada más de él.


–Vamos, Paula, cuéntamelo –insistió Dany–, Marcos me ha dicho que estuvo aquí anoche y que le leyó un cuento antes de dormirse.


–Es cierto que vino –respondió ella con sequedad. No podía negarlo con Marcos delante–, pero solo porque me había dejado algo en Alfonso’s Castle –añadió a modo de explicación–. Lo del cuento… Bueno, ya sabes que Marcos convence a todo el que puede para que le lea una historia. Y Pedro tuvo la amabilidad de complacerlo.


–Oooh, ¿ahora lo llamas «Pedro»? –preguntó Dany para picarla.


–Para ya con la broma, Dany –replicó Paula poniendo mala cara–, está comprometido con Marcela Banks.


–Pero todavía no están casados, ¿no? “Del dicho al hecho va un gran trecho”…


–Por lo que a mí concierne es como si lo estuvieran. ¿Podemos cambiar de tema?


–De acuerdo… Bueno, ¿cómo te ha ido con Patricio Owen?


–Tengo una actuación conjunta con él en el local Coral Reef mañana por la noche.


Dany silbó impresionado.


–Caray, ¡si que progresas rápidamente! Y además en Coral Reef… Es un sitio muy exclusivo, ¿no?


–Sí, no te lo puedes ni imaginar. Tengo que preparar un montón de cosas esta noche.


–Pues entonces os dejo –contestó Dany poniéndose en pie–. Cuida de tu madre, pequeño –se despidió de Marcos revolviéndole el cabello rizado–. Van a caerse de espaldas cuando te oigan, hermanita, ya lo verás –animó a Paula besándola en la mejilla–. No podré ir a verte porque no puedo abandonar mis carreras de sapos, pero estaré acordándome de ti, te lo prometo.


–Gracias, Dany, y también por haberte llevado a Marcos contigo hoy.


–Ni lo menciones, Marcos y yo lo pasamos de miedo juntos.


Cuando se hubo marchado su hermano, Paula se sentía ya mucho mejor y había logrado apartar un poco a Pedro Alfonso de su mente. Necesitaba cerrar la puerta a los sentimientos traicioneros que la consumían y fingir que todo aquel vergonzante asunto jamás había ocurrido.


Durante las dos horas siguientes, Paula se mantuvo ocupada preparando su ropa para el día siguiente, bañó al pequeño y lo acostó. Después llamó a su madre y a su tía, quienes llevaban toda la tarde en vilo esperando saber qué había ocurrido con la oferta de Patricio Owen.


Dado que Marcos iba a pasar el sábado en casa de sus abuelos, su tía insistió en que pasase la noche con ella el viernes. Aunque agradecida por el apoyo que le prestaban, Paula no pudo evitar sentirse algo culpable por tener a su hijito de un lado a otro por dedicarse a su carrera. Sin embargo, lo cierto era que tenía mucha suerte, porque sabía que estaba en buenas manos, en las manos de la gente que lo quería, y que ella siempre estaría ahí para él.


Estando la joven absorta en esos pensamientos, de pronto oyó sonar el teléfono. Sin duda sería su madre, que tendría algún otro consejo que darle para la actuación. Paula volvió a prepararse para mostrarse excitada por la «maravillosa oportunidad de hacer algo que no tenía nada que ver con las bodas y los concursos regionales».


–¿Mamá, qué se te ha quedado por decirme? –dijo levantando el auricular.


–Paula…


El corazón le dio un vuelco al oír aquella voz, ¡la voz de Pedro Alfonso! Paula cerró los ojos, tratando de expulsar de su mente un millar de evocadoras imágenes de él.


–He estado pensando todo el día en ti –continuó Pedro.


«También yo», respondió su mente con ironía, «pero no con placer». La creciente ira de la joven ante tal desfachatez la sacó de su estupor e hizo que el corazón volviera a latirle con una fuerza inusitada.


–¿Por qué tenemos que esperar hasta el sábado? –le susurró Pedro–. Estaba preguntándome si estarías libre mañana por la noche…


¡Así que aún quería divertirse un poco más con ella antes de volver a los brazos de Marcela! Paula apretó los dientes furiosa.


–No, no estoy libre, Pedro –le espetó–, tengo un compromiso… Una actuación con Patricio Owen –añadió con toda la idea. ¡Que se enterara de que podía arreglárselas muy bien sin él!


Él se quedó callado un instante y suspiró.


–Entonces te pareció bien el trato que te ofreció.


–Pues… Deja que te lo explique. Lo cierto es que con él sé qué terreno estoy pisando, al contrario que contigo.


Al escuchar aquellas duras palabras él volvió a quedarse callado un buen rato.


–Paula…, ¿de qué estás hablando? –respondió visiblemente confuso.


–Esta mañana tuve una visita de tu prometida en la floristería –le informó ella con marcado énfasis.


–¿De mi…? Paula, ya te dije que rompí mi compromiso con Marcela –replicó Pedro.


–Llevaba tu anillo.


Pedro juró entre dientes.


–Solo porque le dejé quedárselo. Me pareció que sería… no sé, poco caballeroso, exigir que me lo devolviera.


–«¿Poco caballeroso?» –repitió Paula con una risa amarga. ¿A quién quería engañar con una excusa tan patética?–, ¿tan caballeroso como hablar con Marcela de tu deseo hacia mí?, ¿como aprovecharte de mí hasta que te hayas hartado, con el consentimiento de ella? ¿Qué soy para ti, Pedro?, ¿un pasatiempo, una forma de romper la monotonía?


–¿Marcela te ha dicho eso? –exclamó él. Su voz sonaba agitada. Agitación sin duda debía sentir, se dijo Paula, al verse desenmascarado de aquel modo.


–¡Sí! –contestó ella furiosa–, y también me explicó cómo ella también se había divertido con otro hombre el sábado por la noche, y cómo esos «deslices» no significan nada porque lo vuestro es muy sólido. Un poco de infidelidad por su parte, y un poco por la tuya… Creo que os va muy bien, ¿no es así? –le dijo con ironía.


–¡Esa… zorra! –exclamó él escupiendo la palabra. Su ira era palpable. Sus intenciones habían quedado al descubierto, pensó Paula. Le estaba bien empleado.


–Oh, no –replicó ella con mucha calma–, lo cierto es que le estoy muy agradecida por abrirme los ojos, por advertirme antes de que me hiciera ilusiones ridículas, ya que al final habría acabado siendo el hazmerreír de todos. ¡Qué lástima que tú no fueras tan honesto como ella!


–¿Honestidad, dices? ¡Marcela ni siquiera sabe lo que es eso!


–Tendréis un matrimonio maravilloso, saltando de cama en cama cuando os apetezca…


–¿Crees que es eso lo que yo quiero?


–No lo sé, parece que no sé nada de la vida que en realidad llevas. Y, por si estuvieras pensando en recriminarme que lo ocurrido ha sido culpa de los dos, déjame decirte que ya no siento nada por ti y que no quiero volver a verte nunca, ni mañana por la noche, ni ninguna otra noche.


–Paula, lo que Marcela te ha dicho es mentira, ella solo quiere manipularte…


–¿Manipularme? –se rio Paula incrédula–, ¿y con qué propósito?


–¡Solo Dios lo sabe! –exclamó él fuera de sí–, posiblemente solo para fastidiarme porque te preferí a ti.


–Oh, sí, para divertirte en la cama…


–¡No!, ¡porque te preferí a ti en todos los sentidos! –le aseguró Pedro apasionadamente.


–Y no puedes esperar para volver a acostarte conmigo, ¿verdad? ¿No era ese el motivo por el que me llamabas? –lo acusó ella con acritud.


Él volvió a quedarse callado un instante, como dudando. 


¿Por fin tal vez le estaría remordiendo la conciencia?, se preguntó Paula airada.


–Y seguramente seguirías llamándome mientras aún me desearas, ¿no es así? –se burló.


–¡No! Paula, por favor, escúchame, Marcela puede resultar muy convincente cuando está defendiendo sus intereses, pero te ha mentido. Durante mucho tiempo a mí mismo me tuvo engañado. Representaba un papel ante mí todo el tiempo y solo de vez en cuando se mostraba tal y como era. 
Pero ni siquiera en esas ocasiones quise verlo… Lo pasaba todo por alto porque su aura de sofisticación me tenía embrujado. Pero eso se acabó, Paula. Si piensa que arrancándote de mi lado voy a volver con ella está muy equivocada. La sortija solo le ayudó a dar a sus mentiras la apariencia de una falsa verdad.


Pero Paula no quería escuchar sus explicaciones


–Ojalá no nos hubiéramos conocido. Nunca me había sentido tan… tan utilizada.


–Por favor, Paula, no digas eso… Yo no…


–Lo cierto es que me deslumbraste. Paula la pobre, la viuda de los suburbios de Cairns… Caí rendida ante tus encantos. Pero Marcela tenía razón, ¿porqué iba a sentirse el heredero de los Alfonso atraído por una mujer como yo? He sido una ingenua…


–No, Paula, eso no es cierto… Yo encontré en ti a una mujer con corazón, algo de lo que Marcela siempre ha carecido.


–Pues si no estás contento con ella, búscate a otra persona que cumpla todos tus requisitos y déjame en paz. Adiós, Pedro.


–¡Espera, Paula!


La joven ya había apartado el auricular y estaba bajando la mano para colgar, pero aquel desesperado imperativo la hizo dudar un instante. ¿Hasta ese punto la tenía dominada?, ¿hasta el punto de que su sola voz iba a hacerle arrojar por la borda toda su sensatez? Paula cerró los ojos y, haciendo acopio de valor y amor propio, colgó el teléfono. Se había acabado, se había acabado…


Aún temblando, fue a su habitación y extrajo de un cajón una caja de somníferos. Necesitaba estar descansada para el día siguiente.


Sin embargo, estuvo dando vueltas en la cama un buen rato, recordando cada palabra de la conversación. Era imposible sacársela de la cabeza. No podía negar que se había sentido atraída por él, ni que la culpa en parte era suya, por haberlo dejado entrar en su vida, por haberlo invitado a su casa. Se había obcecado con retenerlo a su lado, se había dejado llevar por la absurda fantasía que Marcela había aplastado.


¿Habría mentido Marcela? Ciertamente parecía la clase de persona que haría cualquier cosa por conseguir sus propósitos, pero… Aunque así fuera, aunque le hubiese contado una sarta de mentiras, por primera vez pensó Paula que lo más probable era que Pedro sí se hubiera vuelto hacia ella despechado por las infidelidades de Marcela.


Y aun cuando él estuviera diciendo la verdad, si se había sentido atraído por el contraste entre las dos,Paula era muy consciente de que no bastaba con un buen corazón para que una relación prosperara. Él pertenecía a una clase social distinta y, por amable que él hubiera sido con Marcos, no era su hijo. Isabella Alfonso no permitiría que lo adoptara, que le diera su apellido.


¿Por qué seguía hilando aquellos sueños disparatados? 


Tenía que ocupar su mente con otras cosas… ¡Las canciones de la actuación! Eran todas canciones sobre el amor, los recuerdos, las esperanzas, el dolor, la pérdida… 


No le sería difícil interpretarlas, se dijo con ironía. ¿Vendía tal vez una cantante su alma al cantar? No, la música era solo una forma de expresión, nada más.









UNA NOVIA EN UN MILLÓN: CAPITULO 16




Mientras esperaba a Paula Chaves, Patricio Owen estaba sentado en el Bar de Coral Reef sorbiendo un whisky. 


Siempre había pensado que sería divertido que el intachable Pedro Alfonso engañara a Marcela, porque le estaría bien empleado a aquella víbora de dos cabezas, pero… ¿Utilizar a Paula para despecharla?, se dijo sacudiendo la cabeza.


A pesar de su cinismo acerca de las mujeres, para él Paula era diferente. Era una jovencita dulce, de buen corazón, dedicada a su hijito, no la clase de mujerzuela con la que divertirse un rato. Incluso él era capaz de ver eso. Entonces, ¿qué diablos se le había pasado por la cabeza a Pedro Alfonso? ¿Tan obcecado estaría por un arrebato de deseo que no vio que podía hacerle daño? Patricio frunció las cejas. Nunca hubiera creído a Pedro Alfonso capaz de algo así.


Sin embargo, resultaba difícil no dar crédito a la versión de Marcela cuando él lo había visto con sus propios ojos saliendo de casa de Paula el domingo. Y desde luego parecía muy molesto de verlo allí… Y tampoco le extrañaba que Marcela hubiera ido a su apartamento la noche anterior hecha una furia por haber encontrado el coche de Pedro aparcado frente a la casa de Paula.


–Está llevando esto demasiado lejos –le había dicho–, pero ya me encargaré yo de ponerlo en su sitio. Le dejaré muy claro a Paula que él solo está tomándose la revancha por mi flirteo contigo.


–No te atrevas a involucrarme en esto, Marcela –le había amenazado él. Tenía un serio interés profesional en Paula, y no quería que aquello se fuera al diablo por culpa de algo que no había significado nada para él.


Tomando otro trago de whisky, se dijo que, si Marcela fastidiaba el trato que quería hacer con Paula, se acordaría de él. Tenía planes para ella. Paula no solo daría un renovado impulso a su carrera, sino que además, si conseguía el puesto de director de musicales en el teatro Galaxy en Brisbane, se encargaría de promocionarla como una nueva estrella y…


En ese momento vio a Paula entrar en el local. Patricio giró hacia ella la banqueta en la que estaba sentado y le dirigió una sonrisa amable porque parecía bastante tensa, pero ella no se la devolvió. Patricio advirtió que caminaba hacia él como noctámbula, sin la menor vivacidad en su cuerpo, el rostro pálido y sin expresión, los ojos apagados.


Según parecía, Marcela había conseguido su propósito. Por primera vez en su vida, Patricio Owen se sintió avergonzado, avergonzado de tener siquiera la más mínima conexión con aquel resultado. Matar la inocencia en una persona era algo despreciable. Se levantó del taburete y, tomándola suavemente del hombro, la llevó hasta una mesa.


–Te traeré algo de beber, Paula, ¿qué te apetece?


Al escuchar su nombre, ella alzó la vista, los labios entreabiertos, como incapaz de responder a una pregunta tan sencilla en aquel momento.


–¿Qué tal un gintonic? –le propuso Patricio pensando que lo que le hacía falta era un buen trago de alcohol.


Paula asintió despacio con la cabeza y musitó:
–Gracias.



****


Observando a Patricio dirigirse a la barra por las bebidas, Paula se dijo que tenía que tratar de reponerse. Tal vez él pudiera ofrecerle algo real, algo tangible para un futuro menos oscuro que el que entonces se le antojaba. Nada de sueños, nada de fantasías, algo que pudiera lograr por sí misma.


Iba a darle una oportunidad a Patricio Owen, no le importaba que a Pedro no le gustara. Después de lo que le había hecho, no tenía derecho a inmiscuirse en lo que ella hiciera o dejara de hacer. Y, aunque todavía siguiera sintiéndose atraída por él, no iba a volver a permitir que se aprovechara de ella. Lo que le había hecho era demasiado humillante como para perdonarlo.


¡Y pensar que Pedro había criticado a Patricio Owen diciendo que solo utilizaba a las mujeres! Paula sintió que la sangre le hervía en las venas al recordarlo. ¿Y él qué? Por supuesto él se defendería de sus acusaciones diciendo que el deseo había sido mutuo y que no había nada de malo en eso. Absolutamente nada, se respondió Paula, nada…, si ella hubiera sido como Marcela.


¿Y qué si Patricio Owen era un manipulador? Gracias a la «valiosa» lección que había aprendido con Pedro Alfonso ya no tenía nada que temer, no sería tan estúpida como para dejarse embaucar de nuevo.


Si lo que le fuera a proponer no interfería con sus deberes de madre, aceptaría sin dudarlo dos veces. Al menos sería algo en lo que concentrar sus energías, y era posible que la condujera a algo bueno en los días, semanas o años por venir de ese futuro que se le antojaba tan vacío en aquel momento.


«No te vendas por menos de lo que vales», le había dicho Pedro… ¡Qué irónico viniendo de alguien como él, que la había utilizado como si no fuera nada, como si no valiera nada!


En ese instante, Paula vio a Patricio que volvía con las bebidas y acalló su alma envenenada. Fuera cual fuera su oferta, siempre sería mejor que nada. Iba a escucharlo, se ordenó a sí misma, y si su propuesta era razonable dentro de sus circunstancias, si no tenía que desatender a Marcos, diría que sí.


Si las condiciones eran justas o no… Tendría que confiar en Patricio en aquel respecto. De cualquier forma, siempre ganaría más dinero que con las bodas o las flores. Iba a aceptar, necesitaba algo positivo en su horizonte antes de volver a casa.


Su sueño de compartir su vida con Pedro Alfonso, de que se convirtiera en el padre de Marcos, de que tuvieran más hijos, se había desvanecido y no podía imaginar en ese momento a ningún otro hombre sustituyéndolo. Había llegado el momento de empezar a forjar otros sueños.


–Aquí tienes, Paula, un delicioso gintonic.


Patricio colocó las bebidas en la mesa y tomó asiento frente a ella. No parecía que hubiera la más mínima intención de flirteo en sus ojos aquel día. Por el contrario, parecía estar mirándola con lástima. ¿Tan obvia resultaba su desazón?


–Hay algo que quiero que dejemos claro antes de nada, Patricio–comenzó Paula. Había ciertos puntos que necesitaba establecer para sentirse cómoda trabajando con él. Patricio asintió con la cabeza para animarla a continuar.


–Esto es solo trabajo, ¿verdad? –prosiguió Paula. Patricio volvió a asentir–. Bueno, tú… Sueles coquetear con las mujeres y yo…, yo no quiero ninguna relación en este momento. Lo único que me interesa en cantar.


Patricio dejó escapar un profundo suspiro y le dirigió una sonrisa de cínico desencanto.


–Escucha, Paula, yo no voy detrás de cualquier mujer que se me pone delante. Simplemente, cuando veo que tengo posibilidades, lo aprovecho –dijo encogiéndose de hombros como si fuera algo que no pudiera evitar–. No se me dan bien las relaciones personales, pero tampoco me va el celibato –se quedó callado un momento y la miró a los ojos–. Soy consciente de que tú no estás interesada en mí, Paula, y créeme, yo tampoco, interferiría con los negocios. No quiero correr ese riesgo –le aseguró. Se inclinó hacia delante, descansando los antebrazos sobre la mesa y le mostró las palmas de la mano queriendo subrayar su sinceridad–. En este mundillo te ayuda ser un poco seductor, te vendes mejor, crea una complicidad con el público, es una herramienta más de mi personaje cuando me subo a un escenario. Pero, si llegamos a un acuerdo, y deseo de corazón que así sea, te prometo que te trataría en todo momento como si fueras mi hermana pequeña. No quiero roces entre nosotros, quiero que estemos en armonía el uno con el otro.


–¿Como una hermana? –repitió Paula sonriendo un poco. 


Resultaba difícil imaginarse a Patricio Owen en el papel de hermano mayor. Los labios de él se curvaron con ironía.


–Nunca he tenido familia, así que tendrás que enseñarme cómo comportarme.


–¿No tienes a nadie? –preguntó Paula. Para ella la familia era algo tan esencial que le resultaba difícil imaginar algo así.


–Me crié en un orfanato, y desde que salí de allí tuve que buscarme la vida por mí mismo –explicó él mirando su copa pensativo. Entonces alzó la vista y le dijo–. He aprendido a proteger mis intereses por encima de todo, y tú te has convertido en uno de ellos. Si aceptas mi propuesta, estarás bajo mi protección, Paula, no te causaré daño alguno ni permitiré que te lo causen.


Parecía sincero, y a la vez verdaderamente interesado en convencerla.


–Gracias, Patricio, te creo –murmuró Paula conmovida–. ¿Qué es lo que has pensado?


Patricio le explicó sus planes, y a la joven le gustaron. ¿Cómo no iba a acceder?, resultaba consolador tener algún proyecto cuando todo parecía derrumbarse a su alrededor.










jueves, 17 de diciembre de 2015

UNA NOVIA EN UN MILLÓN: CAPITULO 15




Cómo es que estás tan contenta, Paula? –le preguntó su tía mientras la joven colocaba con precisión un lirio en el centro de flores que estaba preparando–, llevas toda la mañana cantando, tarareando y apenas puedes dejar de sonreír.


Paula la miró con un aire de misterio en los curvados labios y el brillo en los ojos de una mujer correspondida por el hombre al que ama.


–Oh, no sé, siento que las cosas están empezando a irme bien.


Su tía enarcó una ceja.


–¿No tendrá esto que ver con Patricio Owen?


Paula suspiró.


–¿Ya habéis estado mamá y tú haciendo especulaciones?


–Bueno, me dijo que esta tarde ibas a reunirte con él para hablar de más actuaciones con él y tu hermano Dany ha llamado hace un rato para decir que viene para recoger a Marcos.


–Dany tiene una cita en una agencia de rafting y pensó que a Marcos le gustaría ir con él –se apresuró a explicar su sobrina.


–Sí, claro, dejándote libre para…


–Será más fácil hablar de negocios si no tengo que estar preocupándome de Marcos, tia, eso es todo. Solo vamos a hablar.


Sin embargo, su tía parpadeó repetidamente.


–Ah, nunca se sabe a dónde te puede conducir una simple conversación, Paula. En fin, lo cierto es que me alegro mucho por ti, ya era hora de que desplegaras tus alas.


Por suerte en ese momento entró una clienta y su tía regresó tras el mostrador. Paula estaba empezando a sentirse realmente incómoda por todo aquel chismorreo en su familia. 


Comprendía que el que Isabella Valeri se hubiera interesado en ella hubiera levantado entre ellos una enorme expectación, y también que el que hubiera cantado esos dúos con Patricio Owen en Alfonso’s Castle les pareciera algo casi increíble, pero ninguna de aquellas dos cosas tenía que ver con la felicidad que sentía en ese momento.


¿Debería hablarles de su relación con Pedro Alfonso? Lo cierto era que todavía se sentía reacia a compartirlo con ellos, ya que, a pesar de que la invitación de él para pasar juntos el domingo le confirmaba su interés en ella, no sabía hasta qué punto quería que siguieran avanzando. Tal vez ella estaba siendo simplemente una novedad en su vida, desencantado como había quedado de la falsedad de Marcela.


También había que decir que haber pasado juntos una tarde y dos noches no se podía calificar realmente de «relación» en el sentido estricto de la palabra. Tal vez después del domingo…


Dany llegó en ese momento, alegre y dicharachero como siempre, como un terremoto. Recogió a Marcos, que estaba jugando en el patio de atrás y salió con él sobre sus hombros, llevándolo a la aventura.


Durante el resto de la mañana, un buen número de clientes mantuvieron a Paula y a su tía ocupadas, junto con una serie de encargos para la maternidad del hospital Cavalry. A Paula le encantaba hacer ramos para las madres y, cuando estaba escogiendo las flores para uno de ellos, de pronto entró su tía en la trastienda con un anuncio realmente sorprendente:
–Paula, está ahí fuera la prometida de Pedro Alfonso y pregunta por ti.


Paula se quedó sin habla.


–Marcela Banks, la diseñadora de moda –añadió su tía pensando que no la recordaba.


Paula estuvo a punto de corregir a su tía diciéndole que él había roto su compromiso, pero se dio cuenta justo a tiempo. 


Aquello podía haber dado pie aún a más especulaciones por parte de su familia.


–¡Qué raro! ¿Qué será lo que…?


–Según parece te oyó cantar en la fiesta que se celebró en Alfonso’s Castle y quería hablar invitarte a almorzar para hablar de las canciones que quiere que cantes en su boda –le dijo su tía, obviamente emocionada por el éxito de su sobrina–. Estás en racha, Paula. ¡Vamos!, ¿a qué esperas?, ¡márchate!


–Pero… –balbució la joven atónita. ¡Si se suponía que aquella boda había sido cancelada!


–Deja eso, no te preocupes por los ramos, no van a irse a ningún lado… –dijo su tía entregándole su bolso y empujándola hacia la tienda–. ¡No puedes perder una oportunidad así!


¿Le había mentido Pedro? Con un millón de dudas angustiosas zumbándole en la cabeza, sus piernas la llevaron hasta la parte delantera de la tienda, para enfrentarse cara a cara con la mujer que se suponía ya no tenía lugar en la vida de Pedro, la mujer que supuestamente ya no tenía derecho a anunciarse como su prometida, la mujer que no podía estar planeando una boda que supuestamente no iba a celebrarse.


Marcela Banks estaba frente al mostrador, observando sin demasiado interés los distintos ramos y macetas expuestos para atraer la atención de los viandantes. Su sofisticada belleza se clavó en el ánimo de Paula como un témpano de hielo. Llevaba un traje pantalón de seda con un dibujo de rayas verdes y grises que resaltaba el peculiar color de sus ojos, y llevaba el dorado cabello recogido, dejando al descubierto su largo cuello de cisne y las líneas clásicas de su rostro.


Cuando vio salir a Paula, le dedicó una sonrisa altiva y ligeramente condescendiente, haciéndola sentir insignificante, a pesar de que tenían aproximadamente la misma altura, y muy vulgar en comparación con su ropa de diseño.


–¡Ah, aquí estás, querida Paula! –exclamó Marcela. Sonó como si hubiera estado perdiendo su valioso tiempo buscándola durante horas–. Desapareciste del salón de baile aquella noche antes de que pudiera hablar contigo…


El brillo de la sortija de compromiso al gesticular Marcela con la mano dejó a Paula paralizada, como inmovilizan los hipnotizadores ojos de una cobra a su presa por el miedo. 


Aquello eliminó de un plumazo todas las ilusiones que había forjado en su mente. Pedro la había llevado a los jardines, y la había besado, y le había hecho el amor apasionadamente…, pero el anillo seguía en el índice de Marcela Banks.


–Tu tía me ha dicho que no tiene inconveniente en dejarte tiempo para almorzar conmigo, así podremos hablar de tus honorarios y los temas que cantarás –continuó Marcela como si diera por hecho que Paula fuera a plegarse a sus deseos–. ¿Nos vamos? –dijo dirigiéndose a la puerta–. Me han dicho que hay una pequeña cafetería muy agradable bajando la calle.


Marcela abrió la puerta y se quedó mirando a Paula con un aire de arrogante expectación. Esta sintió deseos de plantarse donde estaba y negarse a formar parte de sus planes, pero la dolorosa necesidad de aclarar la situación la impulsó a acceder. Al avanzar hacia la otra mujer y salir a la calle, no pudo evitar observar un brillo de satisfacción en sus ojos, y se mordió el labio inferior para dominar la ira que la invadía. Pedro no podía amar a aquella mujer, se dijo con furia, era solo apariencia, pura apariencia…


No podía creer que aquello estuviera ocurriendo, que ella hubiera ido a buscarla a la floristería, que le hubiera dicho que quería hablarle de la boda… ¿Quién estaba mintiendo?, ¿y con qué propósito?


Marcela parloteó sin parar de los dúos que había ejecutado con Patricio Owen mientras caminaban calle abajo, pero Paula apenas podía prestarle atención, consumida por las turbulentas emociones que la azotaban. Marcela escogió una mesa en un rincón, e inmediatamente llamó a una camarera. Sin molestarse en mirar el menú, pidió una ensalada y un café solo para sí.


Paula, como por inercia, pidió un capuchino y un sandwich de jamón y queso, aunque dudaba que pudiera tomar un bocado siquiera. En cuanto la camarera se hubo marchado, Marcela dejó caer su máscara y tumbó a Paula con un puñetazo de sarcasmo:
–Imagino que la pasión entre Pedro y tú todavía se mantiene, ¿no es así?


Paula se quedó boquiabierta por el shock, pero Marcela suspiró con ironía sacudiendo la cabeza:
–Ah, la tentación de la carne… Nos azota cuando menos lo esperamos. En fin, espero que no estés haciéndote ilusiones, para Pedro estas cosas solo son un capricho pasajero.


–¿Acaso sabes… lo mío con Pedro? –musitó Paula trémula.


Marcela se rio con cinismo:
–Pues claro que sí, querida. Viéndoos bailar el sábado por la noche era obvio que no podía quitarte las manos de encima. Y a mí no me gusta que me haga el amor cuando está pensando en otra persona, así que le dije que se desahogara.


Paula sintió que se le revolvía el estómago. Habían estado discutiendo acerca de ella como un simple objeto de deseo antes de que él fuera a la habitación de la niñera y… Tenía ganas de vomitar. Él no había ido allí para ver a Marcos como le había dicho, había ido allí premeditadamente para seducirla…


–Pero, entonces… Tú esperas que él vuelva contigo… –acertó a decir Paula tratando de parecer calmada.


–Naturalmente, nuestra relación es muy abierta –dijo Marcela encogiéndose de hombros como si no le importara nada lo que Pedro y ella habían hecho–, un pequeño desliz no significa nada cuando en el fondo hay algo sólido.


–¿Y tú también… tienes… «deslices»? –inquirió Paula entre atónita y asqueada. La otra mujer volvió a encogerse de hombros con indiferencia.


–Bueno, si se presenta alguien apetecible… De hecho, Pedro estaba molesto conmigo el sábado por la noche porque yo estaba prestando más atención a otro hombre y porque se sentía frustrado por no acabar de lanzarse. Según parece tenía algo así como mala conciencia ante la idea porque eras la protegida de su abuela. Pero yo le dije que tú eras una mujer adulta y que si tú también lo deseabas, ¿por qué no satisfacer esa necesidad?


Paula estaba cada vez más pálida, y sintió que algo se marchitaba en su interior.


–En fin, –continuó Marcela–, solo estamos tomándonos un descanso el uno del otro.


–¿Por qué me cuentas esto?


Marcela la miró fingiendo estar dolida.


–Porque me da la impresión de que aconsejé mal a Pedro. Pensé que eras solo una viuda ávida de un poco de atención por parte de un hombre, pero ¿qué mujer no soñaría con cazar a alguien como Pedro Alfonso? Me temía que estuvieras haciéndote ilusiones de poder pescarlo, y creí que era mi deber advertirte antes de que nos metas en una situación que podría resultar muy embarazosa.


Lágrimas de rabia y de dolor quemaban los ojos de Paula, pero las contuvo:
–Así que pretendes decirme que esto es solo una aventura, una pasión pasajera que acabará apagándose, y que me limite a disfrutar mientras pueda, ¿es eso?


–Bueno, sé que es duro, querida, pero tienes que tratar de ser razonable… ¿O qué habías creído? No pretendo ofenderte pero… ¿Pedro y tú? –le dijo con una sonrisa burlona–. ¿En serio lo creíste posible, Paula?


¿Cómo podía haberse engañado de aquel modo? La sortija de compromiso, destellando con el mismo aire de burla que los ojos de Marcela, era la prueba de que él se había divertido con ella. Nunca había pretendido romper su relación, nunca había tenido intención de tener un futuro junto a ella…