Mientras esperaba a Paula Chaves, Patricio Owen estaba sentado en el Bar de Coral Reef sorbiendo un whisky.
Siempre había pensado que sería divertido que el intachable Pedro Alfonso engañara a Marcela, porque le estaría bien empleado a aquella víbora de dos cabezas, pero… ¿Utilizar a Paula para despecharla?, se dijo sacudiendo la cabeza.
A pesar de su cinismo acerca de las mujeres, para él Paula era diferente. Era una jovencita dulce, de buen corazón, dedicada a su hijito, no la clase de mujerzuela con la que divertirse un rato. Incluso él era capaz de ver eso. Entonces, ¿qué diablos se le había pasado por la cabeza a Pedro Alfonso? ¿Tan obcecado estaría por un arrebato de deseo que no vio que podía hacerle daño? Patricio frunció las cejas. Nunca hubiera creído a Pedro Alfonso capaz de algo así.
Sin embargo, resultaba difícil no dar crédito a la versión de Marcela cuando él lo había visto con sus propios ojos saliendo de casa de Paula el domingo. Y desde luego parecía muy molesto de verlo allí… Y tampoco le extrañaba que Marcela hubiera ido a su apartamento la noche anterior hecha una furia por haber encontrado el coche de Pedro aparcado frente a la casa de Paula.
–Está llevando esto demasiado lejos –le había dicho–, pero ya me encargaré yo de ponerlo en su sitio. Le dejaré muy claro a Paula que él solo está tomándose la revancha por mi flirteo contigo.
–No te atrevas a involucrarme en esto, Marcela –le había amenazado él. Tenía un serio interés profesional en Paula, y no quería que aquello se fuera al diablo por culpa de algo que no había significado nada para él.
Tomando otro trago de whisky, se dijo que, si Marcela fastidiaba el trato que quería hacer con Paula, se acordaría de él. Tenía planes para ella. Paula no solo daría un renovado impulso a su carrera, sino que además, si conseguía el puesto de director de musicales en el teatro Galaxy en Brisbane, se encargaría de promocionarla como una nueva estrella y…
En ese momento vio a Paula entrar en el local. Patricio giró hacia ella la banqueta en la que estaba sentado y le dirigió una sonrisa amable porque parecía bastante tensa, pero ella no se la devolvió. Patricio advirtió que caminaba hacia él como noctámbula, sin la menor vivacidad en su cuerpo, el rostro pálido y sin expresión, los ojos apagados.
Según parecía, Marcela había conseguido su propósito. Por primera vez en su vida, Patricio Owen se sintió avergonzado, avergonzado de tener siquiera la más mínima conexión con aquel resultado. Matar la inocencia en una persona era algo despreciable. Se levantó del taburete y, tomándola suavemente del hombro, la llevó hasta una mesa.
–Te traeré algo de beber, Paula, ¿qué te apetece?
Al escuchar su nombre, ella alzó la vista, los labios entreabiertos, como incapaz de responder a una pregunta tan sencilla en aquel momento.
–¿Qué tal un gintonic? –le propuso Patricio pensando que lo que le hacía falta era un buen trago de alcohol.
Paula asintió despacio con la cabeza y musitó:
–Gracias.
****
Observando a Patricio dirigirse a la barra por las bebidas, Paula se dijo que tenía que tratar de reponerse. Tal vez él pudiera ofrecerle algo real, algo tangible para un futuro menos oscuro que el que entonces se le antojaba. Nada de sueños, nada de fantasías, algo que pudiera lograr por sí misma.
Iba a darle una oportunidad a Patricio Owen, no le importaba que a Pedro no le gustara. Después de lo que le había hecho, no tenía derecho a inmiscuirse en lo que ella hiciera o dejara de hacer. Y, aunque todavía siguiera sintiéndose atraída por él, no iba a volver a permitir que se aprovechara de ella. Lo que le había hecho era demasiado humillante como para perdonarlo.
¡Y pensar que Pedro había criticado a Patricio Owen diciendo que solo utilizaba a las mujeres! Paula sintió que la sangre le hervía en las venas al recordarlo. ¿Y él qué? Por supuesto él se defendería de sus acusaciones diciendo que el deseo había sido mutuo y que no había nada de malo en eso. Absolutamente nada, se respondió Paula, nada…, si ella hubiera sido como Marcela.
¿Y qué si Patricio Owen era un manipulador? Gracias a la «valiosa» lección que había aprendido con Pedro Alfonso ya no tenía nada que temer, no sería tan estúpida como para dejarse embaucar de nuevo.
Si lo que le fuera a proponer no interfería con sus deberes de madre, aceptaría sin dudarlo dos veces. Al menos sería algo en lo que concentrar sus energías, y era posible que la condujera a algo bueno en los días, semanas o años por venir de ese futuro que se le antojaba tan vacío en aquel momento.
«No te vendas por menos de lo que vales», le había dicho Pedro… ¡Qué irónico viniendo de alguien como él, que la había utilizado como si no fuera nada, como si no valiera nada!
En ese instante, Paula vio a Patricio que volvía con las bebidas y acalló su alma envenenada. Fuera cual fuera su oferta, siempre sería mejor que nada. Iba a escucharlo, se ordenó a sí misma, y si su propuesta era razonable dentro de sus circunstancias, si no tenía que desatender a Marcos, diría que sí.
Si las condiciones eran justas o no… Tendría que confiar en Patricio en aquel respecto. De cualquier forma, siempre ganaría más dinero que con las bodas o las flores. Iba a aceptar, necesitaba algo positivo en su horizonte antes de volver a casa.
Su sueño de compartir su vida con Pedro Alfonso, de que se convirtiera en el padre de Marcos, de que tuvieran más hijos, se había desvanecido y no podía imaginar en ese momento a ningún otro hombre sustituyéndolo. Había llegado el momento de empezar a forjar otros sueños.
–Aquí tienes, Paula, un delicioso gintonic.
Patricio colocó las bebidas en la mesa y tomó asiento frente a ella. No parecía que hubiera la más mínima intención de flirteo en sus ojos aquel día. Por el contrario, parecía estar mirándola con lástima. ¿Tan obvia resultaba su desazón?
–Hay algo que quiero que dejemos claro antes de nada, Patricio–comenzó Paula. Había ciertos puntos que necesitaba establecer para sentirse cómoda trabajando con él. Patricio asintió con la cabeza para animarla a continuar.
–Esto es solo trabajo, ¿verdad? –prosiguió Paula. Patricio volvió a asentir–. Bueno, tú… Sueles coquetear con las mujeres y yo…, yo no quiero ninguna relación en este momento. Lo único que me interesa en cantar.
Patricio dejó escapar un profundo suspiro y le dirigió una sonrisa de cínico desencanto.
–Escucha, Paula, yo no voy detrás de cualquier mujer que se me pone delante. Simplemente, cuando veo que tengo posibilidades, lo aprovecho –dijo encogiéndose de hombros como si fuera algo que no pudiera evitar–. No se me dan bien las relaciones personales, pero tampoco me va el celibato –se quedó callado un momento y la miró a los ojos–. Soy consciente de que tú no estás interesada en mí, Paula, y créeme, yo tampoco, interferiría con los negocios. No quiero correr ese riesgo –le aseguró. Se inclinó hacia delante, descansando los antebrazos sobre la mesa y le mostró las palmas de la mano queriendo subrayar su sinceridad–. En este mundillo te ayuda ser un poco seductor, te vendes mejor, crea una complicidad con el público, es una herramienta más de mi personaje cuando me subo a un escenario. Pero, si llegamos a un acuerdo, y deseo de corazón que así sea, te prometo que te trataría en todo momento como si fueras mi hermana pequeña. No quiero roces entre nosotros, quiero que estemos en armonía el uno con el otro.
–¿Como una hermana? –repitió Paula sonriendo un poco.
Resultaba difícil imaginarse a Patricio Owen en el papel de hermano mayor. Los labios de él se curvaron con ironía.
–Nunca he tenido familia, así que tendrás que enseñarme cómo comportarme.
–¿No tienes a nadie? –preguntó Paula. Para ella la familia era algo tan esencial que le resultaba difícil imaginar algo así.
–Me crié en un orfanato, y desde que salí de allí tuve que buscarme la vida por mí mismo –explicó él mirando su copa pensativo. Entonces alzó la vista y le dijo–. He aprendido a proteger mis intereses por encima de todo, y tú te has convertido en uno de ellos. Si aceptas mi propuesta, estarás bajo mi protección, Paula, no te causaré daño alguno ni permitiré que te lo causen.
Parecía sincero, y a la vez verdaderamente interesado en convencerla.
–Gracias, Patricio, te creo –murmuró Paula conmovida–. ¿Qué es lo que has pensado?
Patricio le explicó sus planes, y a la joven le gustaron. ¿Cómo no iba a acceder?, resultaba consolador tener algún proyecto cuando todo parecía derrumbarse a su alrededor.
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