jueves, 17 de diciembre de 2015

UNA NOVIA EN UN MILLÓN: CAPITULO 15




Cómo es que estás tan contenta, Paula? –le preguntó su tía mientras la joven colocaba con precisión un lirio en el centro de flores que estaba preparando–, llevas toda la mañana cantando, tarareando y apenas puedes dejar de sonreír.


Paula la miró con un aire de misterio en los curvados labios y el brillo en los ojos de una mujer correspondida por el hombre al que ama.


–Oh, no sé, siento que las cosas están empezando a irme bien.


Su tía enarcó una ceja.


–¿No tendrá esto que ver con Patricio Owen?


Paula suspiró.


–¿Ya habéis estado mamá y tú haciendo especulaciones?


–Bueno, me dijo que esta tarde ibas a reunirte con él para hablar de más actuaciones con él y tu hermano Dany ha llamado hace un rato para decir que viene para recoger a Marcos.


–Dany tiene una cita en una agencia de rafting y pensó que a Marcos le gustaría ir con él –se apresuró a explicar su sobrina.


–Sí, claro, dejándote libre para…


–Será más fácil hablar de negocios si no tengo que estar preocupándome de Marcos, tia, eso es todo. Solo vamos a hablar.


Sin embargo, su tía parpadeó repetidamente.


–Ah, nunca se sabe a dónde te puede conducir una simple conversación, Paula. En fin, lo cierto es que me alegro mucho por ti, ya era hora de que desplegaras tus alas.


Por suerte en ese momento entró una clienta y su tía regresó tras el mostrador. Paula estaba empezando a sentirse realmente incómoda por todo aquel chismorreo en su familia. 


Comprendía que el que Isabella Valeri se hubiera interesado en ella hubiera levantado entre ellos una enorme expectación, y también que el que hubiera cantado esos dúos con Patricio Owen en Alfonso’s Castle les pareciera algo casi increíble, pero ninguna de aquellas dos cosas tenía que ver con la felicidad que sentía en ese momento.


¿Debería hablarles de su relación con Pedro Alfonso? Lo cierto era que todavía se sentía reacia a compartirlo con ellos, ya que, a pesar de que la invitación de él para pasar juntos el domingo le confirmaba su interés en ella, no sabía hasta qué punto quería que siguieran avanzando. Tal vez ella estaba siendo simplemente una novedad en su vida, desencantado como había quedado de la falsedad de Marcela.


También había que decir que haber pasado juntos una tarde y dos noches no se podía calificar realmente de «relación» en el sentido estricto de la palabra. Tal vez después del domingo…


Dany llegó en ese momento, alegre y dicharachero como siempre, como un terremoto. Recogió a Marcos, que estaba jugando en el patio de atrás y salió con él sobre sus hombros, llevándolo a la aventura.


Durante el resto de la mañana, un buen número de clientes mantuvieron a Paula y a su tía ocupadas, junto con una serie de encargos para la maternidad del hospital Cavalry. A Paula le encantaba hacer ramos para las madres y, cuando estaba escogiendo las flores para uno de ellos, de pronto entró su tía en la trastienda con un anuncio realmente sorprendente:
–Paula, está ahí fuera la prometida de Pedro Alfonso y pregunta por ti.


Paula se quedó sin habla.


–Marcela Banks, la diseñadora de moda –añadió su tía pensando que no la recordaba.


Paula estuvo a punto de corregir a su tía diciéndole que él había roto su compromiso, pero se dio cuenta justo a tiempo. 


Aquello podía haber dado pie aún a más especulaciones por parte de su familia.


–¡Qué raro! ¿Qué será lo que…?


–Según parece te oyó cantar en la fiesta que se celebró en Alfonso’s Castle y quería hablar invitarte a almorzar para hablar de las canciones que quiere que cantes en su boda –le dijo su tía, obviamente emocionada por el éxito de su sobrina–. Estás en racha, Paula. ¡Vamos!, ¿a qué esperas?, ¡márchate!


–Pero… –balbució la joven atónita. ¡Si se suponía que aquella boda había sido cancelada!


–Deja eso, no te preocupes por los ramos, no van a irse a ningún lado… –dijo su tía entregándole su bolso y empujándola hacia la tienda–. ¡No puedes perder una oportunidad así!


¿Le había mentido Pedro? Con un millón de dudas angustiosas zumbándole en la cabeza, sus piernas la llevaron hasta la parte delantera de la tienda, para enfrentarse cara a cara con la mujer que se suponía ya no tenía lugar en la vida de Pedro, la mujer que supuestamente ya no tenía derecho a anunciarse como su prometida, la mujer que no podía estar planeando una boda que supuestamente no iba a celebrarse.


Marcela Banks estaba frente al mostrador, observando sin demasiado interés los distintos ramos y macetas expuestos para atraer la atención de los viandantes. Su sofisticada belleza se clavó en el ánimo de Paula como un témpano de hielo. Llevaba un traje pantalón de seda con un dibujo de rayas verdes y grises que resaltaba el peculiar color de sus ojos, y llevaba el dorado cabello recogido, dejando al descubierto su largo cuello de cisne y las líneas clásicas de su rostro.


Cuando vio salir a Paula, le dedicó una sonrisa altiva y ligeramente condescendiente, haciéndola sentir insignificante, a pesar de que tenían aproximadamente la misma altura, y muy vulgar en comparación con su ropa de diseño.


–¡Ah, aquí estás, querida Paula! –exclamó Marcela. Sonó como si hubiera estado perdiendo su valioso tiempo buscándola durante horas–. Desapareciste del salón de baile aquella noche antes de que pudiera hablar contigo…


El brillo de la sortija de compromiso al gesticular Marcela con la mano dejó a Paula paralizada, como inmovilizan los hipnotizadores ojos de una cobra a su presa por el miedo. 


Aquello eliminó de un plumazo todas las ilusiones que había forjado en su mente. Pedro la había llevado a los jardines, y la había besado, y le había hecho el amor apasionadamente…, pero el anillo seguía en el índice de Marcela Banks.


–Tu tía me ha dicho que no tiene inconveniente en dejarte tiempo para almorzar conmigo, así podremos hablar de tus honorarios y los temas que cantarás –continuó Marcela como si diera por hecho que Paula fuera a plegarse a sus deseos–. ¿Nos vamos? –dijo dirigiéndose a la puerta–. Me han dicho que hay una pequeña cafetería muy agradable bajando la calle.


Marcela abrió la puerta y se quedó mirando a Paula con un aire de arrogante expectación. Esta sintió deseos de plantarse donde estaba y negarse a formar parte de sus planes, pero la dolorosa necesidad de aclarar la situación la impulsó a acceder. Al avanzar hacia la otra mujer y salir a la calle, no pudo evitar observar un brillo de satisfacción en sus ojos, y se mordió el labio inferior para dominar la ira que la invadía. Pedro no podía amar a aquella mujer, se dijo con furia, era solo apariencia, pura apariencia…


No podía creer que aquello estuviera ocurriendo, que ella hubiera ido a buscarla a la floristería, que le hubiera dicho que quería hablarle de la boda… ¿Quién estaba mintiendo?, ¿y con qué propósito?


Marcela parloteó sin parar de los dúos que había ejecutado con Patricio Owen mientras caminaban calle abajo, pero Paula apenas podía prestarle atención, consumida por las turbulentas emociones que la azotaban. Marcela escogió una mesa en un rincón, e inmediatamente llamó a una camarera. Sin molestarse en mirar el menú, pidió una ensalada y un café solo para sí.


Paula, como por inercia, pidió un capuchino y un sandwich de jamón y queso, aunque dudaba que pudiera tomar un bocado siquiera. En cuanto la camarera se hubo marchado, Marcela dejó caer su máscara y tumbó a Paula con un puñetazo de sarcasmo:
–Imagino que la pasión entre Pedro y tú todavía se mantiene, ¿no es así?


Paula se quedó boquiabierta por el shock, pero Marcela suspiró con ironía sacudiendo la cabeza:
–Ah, la tentación de la carne… Nos azota cuando menos lo esperamos. En fin, espero que no estés haciéndote ilusiones, para Pedro estas cosas solo son un capricho pasajero.


–¿Acaso sabes… lo mío con Pedro? –musitó Paula trémula.


Marcela se rio con cinismo:
–Pues claro que sí, querida. Viéndoos bailar el sábado por la noche era obvio que no podía quitarte las manos de encima. Y a mí no me gusta que me haga el amor cuando está pensando en otra persona, así que le dije que se desahogara.


Paula sintió que se le revolvía el estómago. Habían estado discutiendo acerca de ella como un simple objeto de deseo antes de que él fuera a la habitación de la niñera y… Tenía ganas de vomitar. Él no había ido allí para ver a Marcos como le había dicho, había ido allí premeditadamente para seducirla…


–Pero, entonces… Tú esperas que él vuelva contigo… –acertó a decir Paula tratando de parecer calmada.


–Naturalmente, nuestra relación es muy abierta –dijo Marcela encogiéndose de hombros como si no le importara nada lo que Pedro y ella habían hecho–, un pequeño desliz no significa nada cuando en el fondo hay algo sólido.


–¿Y tú también… tienes… «deslices»? –inquirió Paula entre atónita y asqueada. La otra mujer volvió a encogerse de hombros con indiferencia.


–Bueno, si se presenta alguien apetecible… De hecho, Pedro estaba molesto conmigo el sábado por la noche porque yo estaba prestando más atención a otro hombre y porque se sentía frustrado por no acabar de lanzarse. Según parece tenía algo así como mala conciencia ante la idea porque eras la protegida de su abuela. Pero yo le dije que tú eras una mujer adulta y que si tú también lo deseabas, ¿por qué no satisfacer esa necesidad?


Paula estaba cada vez más pálida, y sintió que algo se marchitaba en su interior.


–En fin, –continuó Marcela–, solo estamos tomándonos un descanso el uno del otro.


–¿Por qué me cuentas esto?


Marcela la miró fingiendo estar dolida.


–Porque me da la impresión de que aconsejé mal a Pedro. Pensé que eras solo una viuda ávida de un poco de atención por parte de un hombre, pero ¿qué mujer no soñaría con cazar a alguien como Pedro Alfonso? Me temía que estuvieras haciéndote ilusiones de poder pescarlo, y creí que era mi deber advertirte antes de que nos metas en una situación que podría resultar muy embarazosa.


Lágrimas de rabia y de dolor quemaban los ojos de Paula, pero las contuvo:
–Así que pretendes decirme que esto es solo una aventura, una pasión pasajera que acabará apagándose, y que me limite a disfrutar mientras pueda, ¿es eso?


–Bueno, sé que es duro, querida, pero tienes que tratar de ser razonable… ¿O qué habías creído? No pretendo ofenderte pero… ¿Pedro y tú? –le dijo con una sonrisa burlona–. ¿En serio lo creíste posible, Paula?


¿Cómo podía haberse engañado de aquel modo? La sortija de compromiso, destellando con el mismo aire de burla que los ojos de Marcela, era la prueba de que él se había divertido con ella. Nunca había pretendido romper su relación, nunca había tenido intención de tener un futuro junto a ella…






2 comentarios:

  1. Ahhhhh, not e la puedo creer, pero qué hdp esa Marcela. Ojalá se solucione todo rápido pero me temo que no jajaja que vamos a sufrir un poco.

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  2. Ay! No! Pobre Pau! que HDP Marcela! cómo va a hacer Pedro para que le crea!

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